-¿Puedo meterme en tu cama?

-Claro

Era una cama pequeña y mi hermana está muy buena. Allí ambos apretados no pude evitar excitarme. Ella lo notó y deslizó su mano hasta mi pene. Comenzó a masturbarme despacio.

-¿Te gusta?

-Me encanta

-¿Crees que la abuela se pondrá bien?

-Seguro

Precisamente mi abuela era la otra persona que me había masturbado en mi vida. Concretamente en la habitación de invitados. En esa ocasión fui yo quien se metió en su cama. Debo advertir dos cosas a quien le extrañe que mis primeras experiencias sexuales fueran con mi hermana y con mi abuela. Primero es que soy adoptado, así que no son mi hermana ni mi abuela en términos biológicos. Segundo que las dos son muy hermosas. De mi hermana ya lo he dicho, pero mi abuela, a pesar de su avanzada edad, también es una belleza. Sus tetas siempre han sido mi motivo de masturbación preferido. Además la relación entre los dos siempre ha sido muy especial, muy tierna. Precisamente nos acababan de dar la noticia de que estaba enferma. Esa era una de las razones de que Sandra, mi hermana, se metiera en mi cama. La otra, aunque ella no la quisiera reconocer, es que su novio acababa de tener un hijo con otra mujer. No es que le fuera infiel ni nada, ella lo sabía y había dado su aprobación, pero aún así se sentía… sino celosa, cuando menos desplazada. Al fin y al cabo su novio estaba compartiendo algo muy especial con alguien, que no era ella. Mis dedos buscaron sus braguitas y mi boca la suya mientras ella aceleraba el movimiento de su mano. Mi familia es muy rara, ya lo sé.

Desde muy pequeño mis padres me confesaron que era adoptado, pero preferí que mi hermana y mi primo, casi como un hermano porque siempre íbamos los tres juntos, no lo supieran. Ellos eran casi de la misma edad y yo un poco más joven, de modo que aunque siempre eran gentiles conmigo y procuraban incluirme en sus juegos y travesuras, inevitablemente quedaba desplazado de algunas de ellas. Aunque era obvio que era por la edad y que el hecho que yo fuera adoptado, que ellos desconocían, no tenía nada que ver, a mi me torturaba pensar lo contrario. Encontraba en el ADN que no compartíamos la causa de su especial complicidad, de la que me sentía excluido. Aun así José, mi primo, era uno de mis mejores amigos y, desde luego, adoraba a mi hermana, modelo de simpatía y belleza para mí. Lo de mi abuela era caso aparte. No parecía importarle la cuestión genética que ella sí conocía, yo era invariablemente su favorito y dejaba que todos lo supieran sin diplomacia alguna. Podía hablar con ella de cualquier cosa. A pesar de su edad era, y sigue siendo, una mujer elegante y atractiva, alta, morena y de pecho generoso que siempre lucía en abundantes escotes. Cuando llegué a la edad del despertar sexual, junto a modelos o actrices famosas, de las que salían en la tele, mi abuela y, concretamente, sus tetas, fueron iconos de mi deseo. Poco a poco fue cambiando mi actitud hacia ella. Aunque me daba vergüenza no podía evitar mirarle el escote, frotarme contra ella al cruzarnos o tratar de alargar el piquito con el que nos saludábamos, común en mi familia. Si ella noto algo raro, nunca lo dijo.

Lo de mi hermana llegó un poco más tarde. Debía tener unos 15 años, Sandra 17 y José 16. Habíamos visto una película un poco subidita de tono y José había decidido quedarse a dormir. En nuestra habitación había tres camas previendo esa eventualidad, bastante frecuente, así que después de acostarnos, estuvimos los tres hablando de sexo, de cómo sería practicarlo, etc. Los tres éramos vírgenes por aquel entonces. Finalmente nos callamos e intentamos dormir. No sé porque intuí que ocurriría algo, así que me hice el dormido. En seguida, José pasó a la cama de mi hermana y comenzaron a besarse. La luz estaba apagada, pero yo ya estaba acostumbrado a la penumbra y entraba algo de claridad por la ventana, así que distinguía perfectamente lo que ocurría. Sin querer me empalmé, así que comencé a cascármela imaginando que era yo y no mi primo quien me daba el lote con Sandra. Ellos estaban entretenidos con lo suyo y me daban por dormido, así que ni se enteraron. Me corrí mirándoles y me venció el sueño antes de que ellos dejaran de morrease. Desde entonces esos dos se pasaban la vida enrollándose a espaldas de todo el mundo. Como se suponía que yo tampoco lo sabía, y desde luego no pensaba decirles lo contrario, también se ocultaban de mí, lo que me hacía sentir aún más desplazado. Además desde aquella noche mi hermana me ponía a mil. Siempre me había parecido muy guapa, pero nunca la había visto de esa manera. Admiraba su belleza como algo estético, no propiamente sexual, pero desde que la había visto darse el lote con José, no podía quitármela de la cabeza. Intenté ser más simpático de lo habitual con ella, buscaba escusas para verla con poca ropa o para restregarme con ella en nuestros juegos. Como nuestra familia es bastante liberal, como ya he explicado, no me era difícil sorprenderla al salir de la ducha o, fingiendo despreocupación, observarla vistiéndose. Si de mi abuela me volvían loco sus tetas, de mi hermana era su culo el mayor objeto de mi admiración. Me parecía simplemente perfecto. Tampoco ella advirtió mi cambio de actitud, obsesionada como estaba con morrease con mi primo. Un día habían estado hablando de ir al cine. No tenía otra cosa que hacer así que pregunté de que película se trataba. Sandra puso una evidente cara de disgusto, porque lo que obviamente quería era quedarse a solas con José para otra de sus sesiones de intercambio de saliva. Me di cuenta y puse una escusa para no ir, pero mi hermanita debió notarme molesto, porque enseguida se me abrazó disculpándose y diciendo que quería que viniese. La verdad es que era maja. Siempre fue más popular y más simpática que yo, y siempre trató de ayudarme y de cuidarme como buena hermana mayor. El caso es que me tenía abrazado por detrás y sus tetas se estaban clavando en mi espalda. Me giré despacio y quedamos frente a frente. Para tratar de animarme me dio un piquito. Yo estaba como loco, tan empalmado que creía que iba a romper el pantalón. Luego me dio otro. Casi parecía que nos estuviéramos morreando como hacía habitualmente con José. Mi mano se deslizó hasta sus posaderas y acaricié ese culo perfecto. De repente se azoró y nos separamos. Debió notar mi excitación o algo así.

Semanas después se produjo el bombazo. José y Sandra anunciaron que salían juntos y que estaban enamorados. Les había costado tomar la decisión porque acababan de enterarse de que también eran hermanos. O medio- hermanos. Si, ya sé, es un poco raro, pero así es mi familia. Lo contaré más despacio: José nunca supo quién era su padre hasta entonces, y la verdad es que nunca lo preguntó. Su madre, mi tía, que es bisexual, vivía (y sigue viviendo) con otra mujer, Lorena, que por cierto es bastante guapa. Resulta que Rita, mi tía, quería tener un hijo y no tenía pareja. Además tanto mis padres como ella, eran muy liberales, practicaban el intercambio de parejas y esas cosas. Así que os podéis imaginar el resto. Julio, mi padre y el de Sandra era también el padre biológico de José. Esto no les impidió seguir con la relación, aunque les provocó una crisis bastante importante. A mí me jodía que Sandra me viera como “su hermanito”, cuando en realidad ni siquiera éramos hermanos, mientras que se enrollaba con José, que en realidad sí era su hermano. Bueno, se enrollaba y todo lo demás, porque después de hacer su relación pública empezaron a dormir juntos, incluso con el consentimiento de mis padres y mi tía. Son muy liberales ya os lo he dicho. Así que el mismo tabú del incesto que no significaba nada para ellos en cuanto a su relación, sí impedía que yo pudiera algún día tener algo con ella. Definitivamente no era justo. Además ahora que ellos no solo eran primos sino medio hermanos y yo que biológicamente no era nada de ninguno de los dos, entendía aún más su complicidad. Y no solo eso. Encima estaban enamorados. Lo que parecía un calentón había derivado en una relación de noviazgo en toda regla. Había que joderse.

Mi hermana me notó celoso. Ella creía que yo acababa de desayunarme con todo aquello y que temía quedar desplazado. En parte era cierto, pero solo en parte. Empezó a ser más cariñosa conmigo, como para compensar, pero eso solo conseguía empeorar las cosas, hacer que me pusiera más cachondo al verla. Un día que estaban viendo la tele empezaron a besarse. Ahora que ya era público no tenían porque esconderse. Como siempre en esos casos me ponía tan celoso como excitado. Algo molesto les grité que se fueran a un hotel, o algo parecido. Era un cachondeo que tenia con ellos a veces, pero en esta ocasión mi hermana me agarro y me atrajo para sí. Caí sobre ella y me besó también. ¿Ves? También te beso a ti, no te pongas celoso, dijo con guasa. José también cayó sobre nosotros y de nuevo se besaron. Luego Sandra me besó a mí de nuevo. Esta vez mi lengua se deslizó en su boca y tocó la suya. Ahora besaros entre vosotros, dijo de nuevo, riéndose. Les dije que no estaba para mariconadas y fui al baño a cascármela. Me iba a reventar.

Por aquellas fechas mi abuela vino a visitarnos. Eso quería decir que los dos objetos de mi deseo estarían juntas en la misma casa. En una de nuestras largas y habituales conversaciones cuando venía, le dije que envidiaba la experiencia sexual que sus otros nietos estaban adquiriendo, mientras que yo, prácticamente, ni siquiera había visto una teta. Ella sonrió y me besó muy cerca de los labios. Me dijo que eso era porque eran algo mayores, que a mi edad estaban igual que yo, que no me preocupase, que las cosas pasarían cuando tuvieran que pasar. No logró consolarme del todo, aunque nuestras charlas siempre me hacían mucho bien. Esa noche me deslicé sin ser visto a la habitación de invitados, para dormir con mi abuela, como cuando era más pequeño. Hacia un par de años que habíamos perdido esa costumbre, frecuente antes, pero esa noche estaba especialmente melancólico y sabia que Sofía, como se llamaba mi abuela, no podía negarme nada. Prometo que no albergaba ninguna intención sexual, sin embargo, en cuanto me metí entre las sabanas, abrace su cuerpo maduro pero atractivo, e inspiré su aroma, mi pene empezó a levantarse y apretarse contra su pierna irremediablemente. Temí que me despachara ofendida, pero en lugar de ello me preguntó si era verdad que no había visto nunca las tetas de una mujer. Balbuceé que no y antes de que me diera cuenta estaba viendo las suyas. Esos dos gloriosos melones que tantas de mis pajas habían motivado estaban ante mí, más hermosos de lo que habría imaginado. No recuerdo si pedí permiso para tocarlas o lo ofreció ella, pero pronto las estaba palpando sin creer lo que sucedía. Luego comencé a lamerlas, mi boca iba de una a otra mordiendo los pezones, besándolas. Noté la mano de mi abuela en mi polla. Fue una paja increíble. Corriéndome entre su mano y su pierna mientras chupaba su seno derecho fui inmensamente feliz y la quise aun más.

Poco después mi abuela volvió a su casa en una ciudad cercana y yo me quedé con las ganas de repetir lo que habíamos hecho esa noche, aunque me consolaba pensar que seguramente sería mejor así, que tener sexo regularmente con ella traería complicaciones. Pasaron los meses en los mismos términos, volviéndome loco con mi hermana y recordando la paja de mi abuela, cada vez que la veía en alguna reunión familiar. Cuando cumplí 16 mis padres me presionaron para contar a mi hermana y a mi primo que yo era adoptado. Por supuesto no me obligaron a hacerlo, pero dijeron que no les parecía bien ocultarles cosas después de darse a conocer el otro secreto de familia: que en realidad eran hermanastros. Tuve que darles la razón y accedí a que se lo contaran, qué más daba ya. Ambos estuvieron muy cariñosos conmigo, haciendo ver que no les importaba, pero a mí me daba vergüenza todo aquello. Sandra esperó a que nos quedáramos solos, después de la fiesta, me acarició el pelo y me dijo: Puede que el que seas adoptado no sea tan malo. Podemos hacer cosas que de la otra manera… y me plantó un morreo que me dejó sin aliento. Primero acercó sus labios a los míos y me besó despacio, después los abrió y sacó la lengua, que contactó con la mía. Luego se fue, dejándome empalmadísimo y consternado.

Aquel era un feliz giro de los acontecimientos. ¿Quería eso decir que ahora que sabía que no nos unía vinculo biológico alguno, algo podría ocurrir entre nosotros? Los días siguientes frenaron mi euforia. Su actitud hacia mí no había cambiado, ni tampoco lo acaramelada que estaba con mi primo. Finalmente, unas semanas después de mi cumpleaños en que no había habido ningún otro acercamiento entre nosotros, la encontré sola en casa y reuní el valor suficiente para hablarle sobre el beso. Ah, ¿aquello?, solo quería que te sintieras mejor, fue su respuesta. Tremendamente decepcionado me batí en retirada. Así que solo era eso, me había visto jodido y había intentado animarme. Me había metido la lengua en la garganta por lástima, en definitiva. Adivinando mis pensamientos me siguió y me derribó en el sofá. Ven aquí, tonto, dijo y comenzó a besarme de nuevo. Mi pene creció mientras nos comíamos las bocas. En un momento dado se paró y me dijo seria: Sabes que quiero a José. Eso no hace que te quiera menos a ti, eres mi hermanito y eso nunca cambiará, seas adoptado o no, pero de José estoy enamorada. También un día tendrás tu novia y eso no hará que me quieras menos. Mientras tanto puede que me atreva a hacer cosas que si tuviéramos un vínculo biológico no me atrevería. Bastante tuve con enterarme de que mi novio y yo teníamos el mismo padre. Los besos siguieron tras su discurso. Me palpó la entrepierna y me susurró al oído: la tienes muy dura, ¿eso es por mí? Asentí por respuesta y añadió: ¿quieres que te haga una pajita? Le dije que sí y me la sacó despacio. Continuamos besándonos mientras me la meneaba. En medio de la operación alargué la mano para toquetear ese venerado culo a placer. Luego llegué hasta sus braguitas para corresponderla. Nunca había masturbado a una mujer y no sabía muy bien cómo hacerlo, pero siguiendo las indicaciones de mi hermana pronto comencé a darle placer. Ella, por su parte, sabía lo que se hacía, se notaba que se la había cascado muchas veces a nuestro primo. Nos corrimos casi a la vez mientras nuestras lenguas jugaban.

Desde entonces la buscaba con frecuencia para masturbarnos, pero como andaba siempre con José, solo lo conseguía un par de veces a la semana o tres como mucho. No sabía si mi primo sabía lo que hacíamos, y desde luego, yo no se lo pensaba comentar. A veces eran pajillas rápidas que me hacía para que me callara y no la incordiara más, otras veces yo también se lo hacía a ella, como la primera vez, y tardábamos más, pero nunca me dejó pasar de ahí. Aunque la situación había mejorado desde hacía unos meses, y no me podía creer la suerte que tenía cuando me corría entre sus dedos, me seguía fastidiando pensar que ese cabrón se la tiraba y yo no podía pasar de los trabajos manuales. Pasaron varias semanas y recibí la noticia de que mi abuela venía a pasar unos días a mi casa de nuevo. Hacía más o menos un año desde la paja y, aunque nos habíamos visto en alguna ocasión y hablábamos por teléfono a menudo, nunca lo habíamos mencionado y, desde luego, no se había vuelto a repetir. En cuanto me enteré que venía, sin embargo, se me puso dura. Empecé a pensar que tal vez Sofía fuera la persona adecuada con la que perder la virginidad. Tenía experiencia y seguro que me trataría bien. Con ella no tendría que ponerme nervioso, seguro que saldría todo perfecto. Es cierto que era mayor, pero a mí me parecía enormemente atractiva. Otra cosa, claro, era que ella accediera. Decidí preparar el terreno quejándome en nuestras conversaciones de mi falta de experiencia en comparación con mi hermana y mi primo. En parte era verdad que eso me molestaba, pero insistirle a mi abuela en el tema, como si me obsesionara, era una estrategia. Esperaba poder repetir la paja y quién sabe si conseguir algo más. El día que llegó estaba nervioso y creo que ella también. Esa noche, de nuevo me escabullí a la habitación de invitados en la que se alojaba mi abuela en cuanto calculé que no había peligro. Nada más verme abrió las sabanas invitándome a entrar. Animado por eso me lancé a besarla como un amante apasionado. No puede ser que quieras algo más que una paja, dijo ella, tengo más de sesenta años. Esta confesión, lejos de desmotivarme me enardeció. Ya nada podía frenarme. No sé lo que le dije exactamente para convencerla pero funcionó. Traté de explicarle que ella era la mujer ideal con la que tener mi primera vez, que me parecía preciosa y todo eso. Como digo no recuerdo exactamente mis palabras pero fui del todo sincero. Cuando me quise dar cuenta estábamos haciendo el amor. Lo hicimos dos veces esa noche y una más a la mañana siguiente al despertar. Nos besamos, nos mordimos, me la chupó, le comí el coño, cosa que hacía también por primera vez, practicamos varias posturas… fue perfecto, tal y como había imaginado.

Los días siguientes traté por todos los medios de que nos quedáramos a solas para repetir la mayor cantidad de veces posible, aparte de deslizarme a su habitación todas las noches. En conjunto lo hacíamos 2 o 3 veces al día. Cuando regresó a su casa no me conformé con la situación y pasaba por 2 horas de autobús de ida y otros dos de vuelta todos los días para ir a verla. Nada más llegar a su casa me lanzaba sobre ella y la besaba, le chupaba las tetas, la desnudaba y me la follaba con todas mis fuerzas. Nunca tenía bastante. Ella se quejaba: me vas a matar de gusto, tengo el coño escocido. Continuamos unas semanas con esta luna de miel. Mi hermana notó que ya no la buscaba y ahora era ella la que me lo pedía a mi cuando José no estaba. ¿Te has echado una novia por ahí que yo no sepa? Preguntaba intrigada. Yo lo negaba, pero ella estaba con la mosca detrás de la oreja. La cosa siguió así hasta que mi abuela tuvo que hacer un viaje de varias semanas. Durante ese tiempo me consolé con mi hermana, que parecía contenta de tener de nuevo mi atención. Cuando mi abuela volvió, empecé otra vez a visitarla, pero ya no con tanta frecuencia como antes. Fue por esas fechas que me enteré de la noticia bomba. José se estaba acostando con Lorena, la amante lesbiana (quizá ya no tan lesbiana) de su madre, con el consentimiento de Sandra y de mi tía, con la intención de dejarla embarazada. Estas cosas solo pasan en mi familia. Ahora entendía que mi hermana estuviera tan cariñosa conmigo. Por mucho que dijera que estaba de acuerdo con lo de su novio y su madrastra, Lorena era un bombón y tenía que estar celosa por fuerza. A aquellas alturas ya había cumplido 19 años y estaba yendo a la universidad, José tenía 18 y yo estaba a punto de cumplir 17.

Pasaron los meses y en poco tiempo recibimos dos noticias desiguales. Por una parte a mi abuela le habían encontrado un bultito en el pecho y se iba a una clínica de Estados Unidos a que le hicieran unas pruebas, y por otro, Lorena finalmente se había quedado embarazada. José estaba muy pendiente de la futura madre de su hijo y eso hacía que Sandra se quedara más tiempo sola, lo que hacía que estuviera más cariñosa conmigo. Como yo ya no tenía a mi abuela para hacer el amor, me venía bien el cariño de mi hermana y compartíamos sesiones de masturbaciones mutuas casi a diario. Cuando llegó mi 17 cumpleaños mi hermana me hizo un regalo especial. Cuando todos se fueron me llevó al baño, me bajo la bragueta, coló la naricilla por mis calzoncillos y, cuando ya creía que me la iba a machacar, como siempre, se la metió en la boca. No podía creerlo, mi hermana me estaba haciendo la mejor mamada de mi vida. Besó la punta, la lamió de arriba abajo y la volvió a rodear con sus labios. La abuela la chupaba bien, pero Sandra era una experta. Mi pene había crecido en su boca y ahora me lo estaba devorando. No necesitó tocarla con las manos, la succionó de tal manera que me acabé corriendo mientras me acariciaba la base de la polla con la lengua. Había soñado tanto con ella cuando la veía con mi primo y ahora se estaba bebiendo todos mis jugos. Desde entonces hacíamos el 69 casi a diario. Yo ya le había chupado el coño a mi abuela y sabía lo que me hacía, así que ella se corría en mi boca con facilidad. Pasaron los meses, Lorena tuvo el niño y nos informaron que a mi abuela la iban a operar en Nueva York. Y así llegamos a mi hermana metida en mi cama. Seguíamos besándonos y tocándonos por todas partes. Te quiero mucho, hermanito, me dijo. Yo a ti también, respondí sincero. ¿Quieres que hagamos el amor? Me soltó de golpe. A penas pude tartamudear una respuesta de sorpresa. Tenía asumido que ese día no llegaría nunca. Sé que somos hermanos, y no me creía capaz de esto, pero últimamente hemos estado muy unidos… desde el punto de vista sexual y, bueno, si puedo hacerlo con José que es mi medio hermano de verdad… no es que tú seas mi hermano de mentira…

Tranquila, la interrumpí, te entiendo. Sí quiero que hagamos el amor. Que tengamos esto juntos. Sé que nunca seré tan importante para ti como él, pero tú sí que eres la mujer más importante para mí y sé que me quieres. Siempre me has tratado de un modo inmejorable. Aprecio cada segundo que estoy contigo. Quiero que follemos.

No es que seas menos importante para mí, dijo ella, son importancias distintas. Sigo queriendo a José a pesar de que no estoy encajando lo que tiene con Lorena tan bien como creía, pero también la quiero a ella y a la criatura que han tenido y sé que somos una familia y lo superaremos, pero eso no hace que te quiera menos a ti. Eres muy especial para mí y yo también quiero compartir esto contigo.

Volvimos a besarnos, esta vez con más pasión. Poco a poco le fui metiendo mi pene entre las piernas. La última barrera que había entre nosotros se estaba derribando. Lo que tantas veces había soñado estaba sucediendo. Antes de que me diera cuenta estábamos follando. Estaba sobre ella, la tenia abrazada como si temiera que escapase, nos besábamos y mientras tanto mi polla entraba en su coño y salía lenta pero inexorable. Me erguí un poco y aceleré el ritmo. Habíamos estado mucho rato masturbándonos así que no tardamos mucho en corrernos. Fue muy bonito. ¿Soy la primera?, preguntó intrigada sobre si le había regalado mi virginidad. La segunda. Lo hice con la abuela antes. Me miró con incredulidad. ¿Con la abuela? Pero… es mucho mayor que tu. Sí, le respondí, pero es preciosa. ¿No te parece? Desde luego, dijo ella. Así que con la abuela. Ya decía yo que a veces me buscabas menos. Espero que los dos disfrutarais. Lo hicimos, le dije yo. Entonces me alegro por los dos. Estuvimos un rato sin hablar, mirando al techo. Me sentía increíblemente feliz. Javí, rompió el silencio mi hermana, cuando lo hacías con la abuela, ¿alguna vez se la metiste por el culo? La pregunta me sorprendió un poco. No, respondí sincero, nunca. Entonces, ¿nunca lo has hecho por ahí? No, claro que no. No me importaría probar, pero nunca se nos ocurrió. Yo tampoco lo he hecho nunca. Soy virgen por el culo, añadió con unas risitas. Si me la metieras por detrás… sería la primera vez para los dos. No importaría lo que ocurriese luego, mi culito sería tuyo para siempre. Algo entre los dos que no nos podrían quitar. Un vínculo eterno. Eso te compensaría por todo lo que te haya hecho sufrir sin querer todos estos años. ¿Te gustaría darme por culo?

Los ojos se me llenaron de lágrimas. ¡Adoraba a mi hermana! Siempre había sido tan buena conmigo y ahora esto… Me lancé sobre ella y la besé despacio. Mordí sus labios, chupé su lengua, le besé el cuello y bajé la boca hasta sus tetas. Eran más pequeñas que las de mi abuela pero estaban más tiesecitas. Bajé mi lengua por su vientre, la besé en el ombligo, finamente colé la naricilla por su entrepierna y moví la lengua de un lado a otro, cosa que había comprobado que le encantaba. Se la metí otra vez. No me cansaba de estar dentro de ella. Le di la vuelta y la puse a 4 patas. Notaba su culo contra mi pelvis. Giró su cabeza y nos besamos mientras le estrujaba las tetas. En un momento dado me paré y acerque mi boca a su culo en pompa. Besé los labios de su vagina y le metí un dedo. Luego otro. Cuando rocé su clítoris con la lengua se estremeció. Entonces aproveché sus propios jugos para lubricarle el culo. Le metí un dedo, dos, tres, la lengua. Cuando me pareció que estaba a punto intenté meterla. Primero solo la puntita. Cuando vi que se dilataba mi miembro entero. Ella no decía nada pero se notaba que le dolía y a la vez, que estaba disfrutando. Empecé a moverla despacio, luego más rápido. Ella comenzó a gritar, me pedía que acelerase, que la partiera en dos. Embestí con toda la fuerza que fui capaz hasta que derramé mi semilla en sus entrañas. Le agarré las tetas y nuestras lenguas se juntaron mientras seguía corriéndome. Ella empezó a correrse también, con mi polla en su culo. Quedamos rendidos y nos dormimos juntos entre besos y caricias.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:
jomabou@alumni.uv.es

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *