A las diez de la noche, cuando las parejas invitadas a la fiesta comenzaron a llegar, no me costó percatarme de las diferentes formas de relacionarse que había entre ellas. Mientras en algunas era evidente que la custodio era la que llevaba la voz cantante, en otras la mujer adoptaba una postura secundaria llegando en algunos casos a rayar la sumisión.

        «¡Qué curioso!», medité al fijarme en Manuel y en Dana.

«Pobre cabrón», sonreí al ver como la pelirroja, que en teoría debía servirle, le humillaba en público.

Fue entonces cuando empecé a sospechar que, aunque esos bellos seres sostenían que su comportamiento variaba en función de las necesidades de su protegido, la realidad era muy distinta y que por azares del destino o de la genética, una custodio se sentía atraído por aquellos que se complementaban con ellas.

«Esta zorra era en su interior una dominante de libro aun antes de conocer al tipo», me dije viendo la felicidad con la que comentaba a sus amigas como su protegido disfrutaba con sus castigos.

― ¿Tan raras te parecemos? ― escuché que me preguntaban a mi espalda.

Al girarme me topé con una morena agitanada que me miraba con un extraño brillo en sus ojos.

― ¿Por qué lo dices? ― contesté tratando de simular una tranquilidad que no tenía, ya que era tal la belleza de la mujer que me costaba hasta el respirar.

―Te he pillado observando a mis hermanas como bichos raros― replicó.

La dureza de esa afirmación fue amortiguada parcialmente por la dulzura de su voz.

―Todos somos raros― respondí― y yo, el primero.

Su cara se iluminó con una enigmática sonrisa antes de contestar:

―En eso tienes razón. Tu caso es tan extraño que me tiene intrigada.

No tengo que deciros que al escucharla se despertaron todo tipo de alertas en mi interior. No en vano esa desconocida me acababa de catalogar como rareza. Por ello, midiendo mis palabras le pedí que me explicara que era lo que me hacía único.

Sin variar ni su tono ni su gesto, me espetó:

―No solo has conseguido que la hermana que te ha sido asignada se vuelque contigo de un modo inaudito y se permita ciertas excentricidades, sino que son varias las custodios a las que tu olor no resulta indiferente.

Tardé unos segundos en asimilar el significado de lo que me acababa de decir:

 ― ¿Me estás diciendo que además de a Simona pongo cachonda a otras?

―Por extraño que parezca, así es. Sin llegar a provocar los mismos efectos que en Simona, al menos tres de las hermanas consultadas se han sentido perturbadas por tu aroma.

No supe interpretar la expresión de su rostro y es que, aunque en un principio pareció escandalizada, su actitud cordial y amistosa me hizo sospechar que lo que estaba era fascinada por las posibilidades que se abrían a mi alrededor.

― ¿Qué piensas que soy? ― pregunté directamente.

Sin cortarse un pelo, replicó:

―Todavía no estoy segura, pero puede que tu presencia signifique una renovación en nuestras costumbres y que hayas llegado para inyectar sangre nueva en nuestra especie o por el contrario seas un peligro que hay que suprimir.

La seguridad con la que acababa de decirme que mi destino estaba en duda me hizo comprender que estaba ante un miembro importante dentro de la jerarquía de esas brujas y que la razón de su presencia en esa fiesta era juzgarme.

― ¿No habrás decidido matarme? – aterrorizado pregunté.

Soltando una carcajada, esa morena de ojos profundamente oscuros me replicó:

―Por ahora no. Creo que voy a dar una oportunidad a las hermanas que ven en ti un revulsivo y permitiré que se pruebe con voluntarias que hayan perdido sus parejas si tu olor es capaz de embarazarlas. Mientras tanto he decidido que independientemente del resultado se te permita expandir tu progenie y se te dote de mujeres a las que preñar.

No me paso inadvertida la diferencia que hacía entre preñar a humanas y embarazar custodios, pero sabiendo que no me resultaría provechoso mostrar mi cabreo, únicamente señalé mis reparos a esa solución porque no estaba dispuesto a tirarme a ancianas.

―Me refería a viudas, no a viejas― riendo contestó y llamando a una rubia que nos miraba con interés desde la puerta, me la presentó diciendo: ― Mihaela ha aceptado someterse a este experimento y a partir de esta noche vivirá en tu casa.       

Reconozco que me enfadó el hecho que ni siquiera me hubiesen tomado en cuenta. Queriendo en cierta forma tomarme una revancha, tomé de la cintura a la recién llegada y la besé. No supe que decir ni qué hacer cuando ante mi sorpresa, la joven se derritió entre mis brazos y menos cuando temblando pidió ayuda a su superiora diciendo:

―Oana, ¡pídale que me suelte! Antes de entregarme a él, necesito el permiso de Simona.

La angustia de sus palabras maximizó el efecto de la carcajada que soltó la morena antes de exigir que la dejara ir.

―Me ha quedado claro que, viviendo en casa de Simona, Mihaela no tardará en quedarse en cinta, pero antes debemos de evaluar si nos interesa incrementar nuestro número usándote a ti de progenitor.

―Un momento― exclamé― acabo de caer en que siempre me habían dicho que las custodios solo eran capaces de procrear una vez.

―Normalmente así es. Es sumamente raro que habiendo dado a luz y tras perder a su pareja, alguna de nosotras sienta deseo por otro humano. En esos casos podemos tener otra hija, por eso es tan importante saber si eres unos de esos individuos que es capaz de despertar el deseo en aquellas cuyos protegidos han muerto.

Acojonado por el significado de sus palabras y obviando que la rubia podía oírnos, comenté que porqué debería aceptar ser su semental. 

Sonriendo con descaro, la morena contestó:

―Por lo poco que sé de ti, la idea de tener un harén de bellezas a tu disposición te resulta agradable, pero creo que debes de recordar que tenemos otras formas de convencerte.

―Simona me da suficiente, no necesito más― creyendo que se refería a la leche repliqué.

Acercándose a mí, esa arpía de bellas facciones susurró en mi oído:

―Tu lujuria es más grande que tu cerebro, pero no creo que quieras ser el responsable de la muerte de tus dos amantes.

Me quedé petrificado al oír esa amenaza y es que, a parte de la gravedad de esta en sí, Oana me acababa de confirmar que no solo era de su conocimiento mi relación con María, sino que también sabía que me andaba tirando a Cristina.

―Acepto― contesté dejándome caer en un sillón.

Justo en ese instante, por la puerta, aparecieron las dos mujeres que hasta ese momento eran mis parejas oficiales y por su indumentaria comprendí que mi capacidad de sorpresa se iba a ser puesta nuevamente a prueba.

«¿Qué narices pasa aquí?», me pregunté al ver que llevaban una túnica blanca exactamente igual.

Quizás por ello no me sorprendió que Simona se arrodillara ante la morenaza que me había interpelado y extendiendo sus brazos ante ella, dijera:

―Oana, me postro ante ti en señal de lealtad para comunicar a todas mis hermanas que es mi deseo extender mi protección a la mujer que está a mi lado.

― ¿Por qué deberíamos aceptar tal cosa? ― replicó su superiora.

Mientras María se mantenía muda, la rumana contestó:

―Mi amado protegido desea prolongar su estirpe humana y para ello, está conforme en compartir mi leche con ella…

―Y a pesar de ser algo inusual entre nosotras, tú has accedido― interrumpiendo, Oana replicó.

―Aunque es infrecuente, se ha dado el caso en nuestra historia― Simona se defendió sin darse cuenta de que con ello dejaba abiertas sus defensas.

Su jefa sonrió y antes que Simona pudiera hacer algo para rectificar, le dijo:

―Tienes razón, pero siempre que uno de nuestro protegido ha seguido preñando a mujeres de su especie también creo un nuevo linaje de hermanas… ¿nos estás diciendo que Alberto puede ser uno de esos valiosos especímenes llamado a renovar nuestra sangre?

 El estupor que leí en la cara de la rumana me hizo saber que no había pensado en las consecuencias de su petición y que, de ser aceptada, tendría que compartirme con todas aquellas que se vieran afectadas por mi olor.

―Será un placer repartir con mis hermanas la esencia de mi protegido― tras unos instantes, respondió y la sonrisa que iluminó su cara al hacerlo me hizo comprender que Simona había supuesto que jamás se daría el caso.

Tomándole la palabra, la morenaza aquella le soltó:

―Es muy generoso de tu parte y como son varias las voluntarias, el consejo ha decidido ir de una en una probando su idoneidad como creador de estirpe.

La expresión de mi rumana mutó de la incredulidad inicial a una consternación total al darse cuenta del error que había cometido y más cuando su superiora le comunicó que, cuando esa noche todo el mundo se fuera, Mihaela se quedaría viviendo con nosotros.

La aludida al escuchar esa conversación supo que ya era un hecho que se uniría a nuestra peculiar familia y acercándose a mí, susurró en mi oído:

―Solo espero que mi futuro señor sea tan estricto conmigo como lo fue el antiguo.

El significado de tal afirmación no me pasó inadvertida y conociendo que me hallaba ante una sumisa de libro, mi pene despertó de su letargo.  De haber estado solo con ella, me hubiese gustado investigar los límites de su entrega, pero teniendo más público del deseado me tuve que conformar con regalar un sonoro azote sobre sus ancas. La reacción de Mihaela me ratificó su condición y es que, en vez de molestarse con esa ruda caricia, su rostro se iluminó con una espléndida sonrisa de oreja a oreja.

― ¿Qué ha pasado? ― preguntó María totalmente perdida.

No pude evitar una carcajada cuando la rubia custodio respondió:

―Mi señor ha accedido a que sea su zorrita.

Que le impusieran una compañera de su especie, contrarió a Simona y acercándose a mí, me rogó que la perdonara porque no había sido su intención el imponerme nuevas responsabilidades.

― ¿Te refieres a Mihaela? ― pregunté.

        ―Sí. Nunca me imaginé que hubiese otra que reaccionara a tu aroma― respondió deshecha: ―Me consideraba la única y ahora me doy cuenta de que hay otra que siente lo mismo que yo.

        Viendo su dolor, me vi incapaz de comentarle que según me había revelado Oana había al menos otras dos que se sentían atraídas por mí y tomándola de la cintura, la atraje hacia mí diciéndola:

―Eres y serás siempre mi favorita. Para mí, eres la mejor, la única que se merece el título de ser mi igual… las demás son y serán nuestras putitas.

Mis palabras la hicieron sonreír y pegando su cuerpo al mío, me preguntó si pensaba realmente eso.

―Por supuesto, estoy deseando que se vayan todas las brujas para demostrártelo.

― ¿En qué has pensado? ― comentó con tono pícaro.

Su excitación se hizo evidente por el desmesurado tamaño de sus pezones y quizás por ello no pudo reprimir un gemido al escuchar que le contestaba:

―Pediré a María y a Mihaela que preparen tu coño para mí. Estoy deseando oír que no me necesitas para gritar de placer.

―Prefiero que seas tú quien me haga chillar― respondió mientras restregaba su sexo contra mi entrepierna.

―Eso después, putita mía. Primero que trabajen nuestras zorritas.

Con un desmesurado brillo en sus ojos, prueba de la lujuria que la atenazaba, Simona comentó muerta de risa:

―Nunca he oído que una custodio le coma el chumino a otra frente a su señor…por lo que no va a ser tan mala idea el que Mihaela viva con nosotros.

La rubia volvió a mostrar su naturaleza al contestarla que si su amo se lo pedía no tendría inconveniente en satisfacer todos y cada uno de sus caprichos.

― ¿Me obedecerías como si fuera tu dueña? ― preguntó mitad escandalizada, mitad excitada.

Sin levantar su mirada, la otra custodio respondió:

―Si mi amo la considera su igual, será mi deber el servirla.

Interviniendo en la conversación, dejé caer que ese era mi deseo. Al escucharme, Mihaela se arrodilló frente a Simona y le prometió fidelidad sin importar que Oana pudiera verla. Contra todo pronóstico, la jefa de todas ellas no se tomó a mal esa inaudita entrega y acercándose a donde estaba mi rumana, comentó:

―Como favorita de un creador tendrás que aceptar que entre tus obligaciones estará poner orden en tu casa… tanto entre las humanas como entre las hermanas que vivan bajo tu techo.

Asumiendo sus deberes, rápidamente la contestó que así lo haría y ejerciendo por primera vez del poder que se le había otorgado, pidió a Mihaela que ayudase a María con las bebidas.

―Ama, ¿desea que le traiga algo? ― contestó con alegría demostrando con ello que aceptaba de buen grado su jerarquía.

―Una cerveza― Simona respondió y sin dar mayor importancia a su entrega, se puso a charlar con el resto de los invitados.

        Conociéndola, comprendí que esa normalidad era una fachada y que en su interior debía de estar luchando para controlar la fogosidad de su talante y que de no estar presentes sus hermanas, mi rumana hubiese dado rienda suelta a su lujuria obligando a la nueva adquisición a hurgar entre sus piernas.

        «Y ella está deseando que la obligue», me dije al advertir el modo en que Mihaela miraba a Simona.

Sospechando que no tardaría en contemplar esa escena, me uní a la fiesta y fue entonces cuando me percaté realmente de cual sería mi papel en un futuro al sentir el acoso de todas y cada una de las custodios presentes en el lugar. Y cuando digo acoso no exagero, ya que desde la más lanzada a la más mojigata de ella se acercó a mí para comprobar en persona si mi olor la afectaba. Mientras algunas fueron lo suficientemente prudentes para disimular y me olieron sin molestar, otras directamente buscaron mi contacto llegando incluso a meter su cara en mi sobaco.

Con un cabreo in crescendo, advertí que las más insistentes eran aquellas cuyos protegidos sobrepasaban los setenta.

―No te enfades con ellas. Ven cercano el momento en que se van a quedar viudas y tienen miedo a la soledad. Tu presencia le ha hecho albergar esperanzas de no quedarse solas― escuché a Oana decir.

Indignado me giré a contestar, pero no pude hacerlo. Un nudo en mi garganta me lo impidió al descubrir que esa espectacular morena tenía los pitones totalmente tiesos. La jefa de las custodios se puso roja al darse cuenta de que me quedaba mirando sus pezones, pero lejos de tratar de disimular, me soltó:

―No te voy a negar que me excitas, pero afortunadamente mi protegido goza de buena salud y no necesitaré de tus servicios en años.

Que Oana también se supiera candidata a formar parte de mi harén me preocupó. No en vano si en ese reducido grupo había al menos tres de esas arpías a las que no era indiferente, bien podían ser docenas las repartidas por el orbe que llegado el momento buscaran mi compañía.

«Al final voy a tener que salir huyendo», sentencié para mí mientras me servía una copa.

Capitulo 17

Pasada la media noche, los invitados comenzaron a marcharse a casa. Al principio a cuenta gotas, pero en el momento en que Oana y su pareja dejaron la fiesta cundió entre los restantes el deseo de volver a sus hogares y en menos de diez minutos, me quedé solo con Simona, María y Mihaela.

Reconozco que fue un momento extraño. Todos sabíamos lo que debíamos hacer, pero nadie se atrevía a dar el paso.  Observando a las tres mujeres, advertí que quizás la única tranquila era María. Las otras dos estaban expectantes y me miraban pidiendo que fuera yo quién tomase la iniciativa.

Asumiendo que no me quedaba otra que hacerlo, llamé a la nueva y estrechándola entre mis brazos la besé posesivamente. Tal y como preveía, Mihaela recibió con alegría mi lengua dentro de su boca y sonrió cuando sintió mis manos magreándole sus pechos. Lo que quizás no se esperaba fue la actitud de Simona al unirse a la fiesta y es que, en vez de mostrarse cariñosa, llegó y soltándole un tortazo, le exigió que se separara de mí.

Juro que hasta yo me quedé espantado y es que nunca se me hubiese pasado por la cabeza que esa mujer cariñosa y divertida reaccionara de esa forma. Curiosamente fue la agredida quién vio normal ese trato y obedeció al instante sin que su rostro reflejara el menor disgusto.

―Puta, ¡todavía no sé si voy a aceptar que toques a mi protegido! ― escuché que le decía mientras usaba sus manos para desgarrar el vestido de la indefensa mujer.

La violencia de sus actos estuvo a punto de hacerme intervenir, pero justo cuando iba a salir en su defensa, vi a la rubia sonreír.

«No me lo puedo creer, ¡está disfrutando!», pensé impresionado.

Mi rumana aprovechó para pedirle que se acercara. Mis reparos desaparecieron al observar que Mihaela se arrodillaba y se ponía a maullar mientras gateaba hacia ella. Al llegar a su lado, nuevamente demostró que ansiaba ser aceptada al no dejar de ronronear mientras restregaba el lomo contra las piernas de la que consideraba su dueña. Simona, satisfecha, me guiñó un ojo antes de decirle con tono suave pero firme que la acompañara.

Al comprobar que se dirigían hacía mi cuarto, cogí del brazo a María y fui tras ellas, impaciente por observar que era lo que mi ángel custodio había planeado para su hermana.

― ¿Y yo qué hago? ― preguntó mi amiga al no saber cuál era el papel que tenía preparado para ella.

―Siéntate con Alberto mientras valoro nuestra nueva adquisición y no hables si no quieres que te trate igual que a esta zorra― contestó Simona desde el centro de la habitación y dirigiéndose a la otra custodio, le ordenó que se desnudara.

A pesar de estar medio en pelotas la rubia dudó que debía quitarse antes si el sujetador o las braguitas:

― ¿Por dónde empiezo? ― preguntó.

Le contestó desgarrando el coqueto tanga que llevaba. Mihaela no se lo esperaba, pero aun así entendió que quería rapidez y que no podía ni debía dejar de obedecerla.

―Ama, le ruego me perdone― dijo disculpándose tras lo cual comenzó a quitarse el sujetador mientras trataba de descubrir mirándola a los ojos si le gustaba el modo en que obedecía.

No me quedó duda alguna de que esa rubia sabía que era obligatorio para ella el satisfacer a mi rumana con anterioridad a ser mía. Por ello no me extrañó que, al quedarse totalmente desnuda, se pusiera a su lado.

Ejerciendo su autoridad, Simona le levantó la barbilla con sus dedos y valorando su adquisición como a una pieza de ganado, la alabó diciendo:

―No está mal. Tiene unas facciones armoniosas.

Supe que, aunque en teoría esos pensamientos en voz alta iban dirigidos a mí, en realidad la intención de Simona era que la custodio los oyera. Por un momento, Mihaela creyó que iba a besarla, pero no tardó en comprobar que al menos momentáneamente se iba a quedar con las ganas cuando deslizando la mano por su cuello, mi rumana siguió tasando su adquisición.

―Buena estructura ósea, piel tersa… ―y subiendo un nuevo escalón en el control de la joven, sostuvo ambos pechos entre sus palmas para acto seguido comprobar su textura pellizcándole los pezones. Un gemido de dolor surgió de su garganta, pero no puso ningún impedimento a que siguiera auscultándola.

―Pensaba que los tendría mejores― comentó con falta de entusiasmo.

Al escuchar esa injusta crítica, Mihaela me miró preocupada, buscando quizás un apoyo que nunca recibió a pesar de que en mi interior sabía que los tenía estupendos.

― ¡Qué guapa es! ― susurró a mi lado una María deseosa de intervenir.

Apiadándome de ella, le pedí que separara sus piernas y comencé a masturbarla mientras a dos metros, Simona se tomaba su tiempo para recorrer la distancia que había entre los senos y el ombligo de su víctima.

―Calla y observa― musité a mi amiga al saber que mis maniobras no tardarían en afectarla y más cuando no perdía detalle del modo en que las areolas de la joven se retraían endureciéndose y que en su expresión, ya era más que evidente que estaba excitada.

Simona disfrutó al ver que la respiración de Mihaela se agitaba al ritmo de sus caricias siguió bajando rumbo a su sexo y que, decidida a facilitarle la tarea, su víctima separaba las rodillas dándole paso franco hacia su meta.

―Me encanta ver que eres una puta que sabe cómo depilarse el coño― comentó al comprobar que no había rastro de vello entre sus pliegues.

Aprovechando el momento, no se lo pensó dos veces y separando los labios del pubis de la muchacha, comprobó que, debido a la calentura, los tenía completamente hinchados. Lo que nunca se imaginó fue que producto de sus toqueteos, el clítoris de Mihaela estallara llenando de flujo sus dedos.

 ―Perdón, Ama, no pude evitarlo…― avergonzada murmuró la pobre rubia.

Exteriorizando su enfado, Simona le preguntó que quién coño se creía para correrse sin su permiso y que, si realmente quería que la aceptáramos como nuestra esclava, debía comportase como una. Reconozco que me pareció una exageración que hablara de esclavitud porque hasta ese momento lo único que sabía era de sus inclinaciones sumisas, pero por enésima vez en el breve lapso desde que la conocía Mihaela me volvió a sorprender al responder cayendo postrada a sus pies.

―Esta zorra está más necesitada que yo― balbuceó sobrecogida María.

Y no era para menos. No contenta con haberse lanzado al suelo, la rubia estaba besando los pies de Simona mientras le agradecía que la tomara en cuenta como candidata a ser de su propiedad.

 Mi rumana ejerciendo el poder que había recibido, se sentó sobre la cama y le gritó:

―Ven aquí, inmediatamente.

Mihaela, viendo que se señalaba las piernas creyó que le estaba pidiendo que se sentara en ellas.

―Así, ¡no! ― le gritó al ver sus intenciones y tumbándola sobre sus rodillas, empezó a azotarle el trasero.

Si bien en un principio comenzó suavemente, viendo que no se quejaba, fue incrementando tanto el ritmo como la intensidad de los golpes. El castigo que estaba sufriendo ya era excesivo, cuando por vez primera escuchó de labios de la rubia un suave gemido.

Desde mi posición observé que las quejas de la custodio adoptaron el mismo ritmo con el que era azotada, pero por mucho que lo intenté no supe interpretar sus sollozos. Parecían una mezcla de dolor y de placer, y solo cuando chillando Mihaela pidió a Simona que siguiera castigándola, comprendí que estaba disfrutando con la reprimenda.

Al percatarse, siguió azotándola, pero entonces y mientras la rubia empezaba a convulsionar por el gozo que sentía, Simona vio que la piel de la muchacha mostraba los efectos de un castigo excesivo.

― ¡Córrete antes de que me arrepienta! ― ordenó.

María se vio sorprendida por la violencia del orgasmo de la rumana y cerrando sus rodillas, intentó evitar el contagio, pero ese gesto aceleró su placer y mientras la rubia se corría en manos de Simona, ella hizo lo propio en las mías.

Satisfecho, la dejé descansar y fui a verificar los daños que había sufrido Mihaela. Tal y como había previsto, tenía el culo amoratado, pero afortunadamente comprobé que no tenía nada permanente.

Por eso proseguí con mi examen, poniendo mis manos en su trasero.  Me encantó ver que era dueña de unas nalgas eran poderosas, duras por el ejercicio continuado, pero lo que verdaderamente me cautivó fue descubrir un tesoro al separarle los cachetes y es que, ante mis ojos, apareció un esfínter rosado y virgen que ningún pene había hollado su interior.

―Zorra, ¿tu antiguo amo jamás te usó analmente?

Avergonzada, bajó sus ojos sin contestar. No hacía falta, ya sabía la respuesta. La levanté de su posición y dándole un beso en los labios, le informé que el nuevo sí iba a estrenarlo. Aunque era evidente el miedo en sus ojos, me contestó que era enteramente mía y que podía usarla cómo y cuándo deseara.

―Descansa un poco mientras tus compañeras me lo preparan― comenté mientras abría mi neceser y sacaba la crema hidratante.

Con ella en mis manos, volví a su lado y mirando a María y a Simona les ordené   que empezaran. Nerviosa por la perspectiva de ser estrenada, Mihaela se colocó a cuatro patas sobre la cama, para así facilitar las maniobras de sus dos futuras compañeras de alcoba.

Mi amiga fue la que tomó el bote de mi mano y por ello la encargada de verter una buena cantidad de ese potingue sobre el intacto hoyuelo de la Mihaela.

―Está frio― musitó la joven al sentir las yemas de Simona extendiéndolo lentamente por las rugosidades de su ano.

No me costó saber que estaba tensa y por ello, les pedí que fueran tranquilizándola con caricias antes de dar otro paso. Las dos mujeres se mostraron conforme y comenzaron a besarla con decisión.

―Amo, quiero ser suya― dijo la joven mujer llena de felicidad.

Sus palabras fueron interpretadas por Simona y María como una especie de banderazo de salida y sin pedir mi opinión, fueron alternando sus yemas en el interior de su agujero. Los músculos de Mihaela se contrajeron al sentir esa invasión, pero eso no provocó que sus agresoras pararan y dotando a sus dedos de movimientos circulares siguieron relajándoselo.

Desde mi posición comprobé que progresivamente iba cediendo la tirantez que sentía e iba aumentaba la excitación de la cría. Mis mujeres también se dieron cuenta y mientras profundizaban en su ataque, metiendo a la vez sus falanges, se permitieron el lujo de usar la mano libre pellizcar entre las dos los pezones de Mihaela.

― ¡Dios! ¡Como me gusta! ― gritó al experimentar la mezcla de placer y castigo.

Tras confirmar lo mucho que le gustaba la violencia y que esas rudas caricias la ponían bruta, decidí que era mi turno y separándolas de su lado, sustituí los dedos de las mujeres por mi glande.

―Estoy lista― dijo al sentir mi capullo en su entrada trasera.

Su entrega me permitió con un breve empujón de mis caderas embutir la casi totalidad de mi pene en su interior.

― ¡Joder! ― gimió al experimentar el modo en que mi extensión forzaba su ano al entrar.

―Tranquila, putita mía― dije sabiendo que pronto ese primer dolor se transformaría en placer. Tras lo cual, puse mis manos en sus hombros y tirando de ellos hacía mí, se lo clavé entero.

Mis testículos rozando contra sus nalgas fueron demostración suficiente de que la mujer lo había absorbido por completo. El chillido de dolor que surgió de su garganta me avisó de que me había pasado, por ello llevando mi mano a su rubia cabellera, la acaricié mientras le pedía que se quedara quieta. Mihaela obedeció con lágrimas en los ojos, señal del sufrimiento que mi pene le causaba al romperle el escroto. Es más, permaneció inmóvil, sin quejarse.

Simona y Maria colaboraron conmigo besándola y diciéndole que se tranquilizara. A los pocos segundos y viendo que no podía obstáculos, empecé a sacárselo lentamente. La lentitud con la que se lo extraje me permitió notar cada una de las rugosidades de su anillo resbalando sobre mi pene y sin haber terminado, volví a metérselo centímetro a centímetro.

―No pares― me aconsejó María― pronto empezará a disfrutar.

Repitiendo esta operación, aceleré el ritmo paulatinamente, resultando cada vez más fácil mi invasión. El dolor se estaba tornando en placer en cada envite, y Mihaela comenzó a disfrutar de ello.

― ¿Me permites que te ayude con esta yegua? ― preguntó Simona justo antes de soltar un sonoro azote sobre sus nalgas.

El berrido de la rubia fue brutal, pero contra toda lógica, lo que me pidió fue que la montara más rápido. Obedeciendo a sus deseos, convertí nuestro suave trote en un galope desenfrenado.

Para entonces, la custodio ya no se quejaba de dolor, sino que voz en grito anunciaba que el placer la dominaba.

― ¿Ves lo mucho que le gusta a esta zorra que la montes? ― comentó María al oír los gemidos de placer que daba la muchacha al sentir mis huevos rebotando contra sus nalgas.

Girándome observé que las dos mujeres se estaban besando y sabiendo que me venía bien que hicieran el amor, les ordené que se masturbaran entre ellas.

No se lo tuve que repetir, Simona como posesa se apoderó del clítoris de María y arañándolo con sus uñas, lo torturó adoptando el mismo ritmo que yo imprimía sobre el culo de la rubita.

«Realmente me lo voy a pasar bomba con todas estas hembras», medité mientras agarrando sus pechos los usaba como anclaje de mis ataques.

Mi renovado ataque hizo que mi montura se desplomara sobre la almohada, eso sí, manteniendo su culo en pompa. El cambio de posición me obligó a cogerle de las caderas, lo que facilitó que mi pene se clavara más profundamente en su trasero.

Mihaela rugió dando su aprobación a la nueva postura y casi sin tregua, comenzó a sentir las primeras descargas de un poderoso orgasmo. Su cueva explotó, encharcando tanto su sexo como sus piernas, mientras gritaba el placer que experimentaba.

Tuve un momento de indecisión al escuchar sus chillidos, pero decidí seguir rompiéndole el trasero y dándole una palmada en uno de sus blancos cachetes, le ordené que se moviera.

― ¡Gracias, amo! ― respondió a mi estimulo moviendo sus caderas hacía adelante.

Observando que en ese momento Simona y María estaban haciendo una tijera con sus piernas y que no me podían ayudar con los azotes, marqué yo mismo nuestro ritmo con mis manos sobre sus nalgas.  

Lo que no me esperaba es que Mihaela se volviera a correr de inmediato y menos que la desmesurada cantidad flujo que manaba de su cueva, provocara que en poco tiempo ambos estuviéramos completamente empapados de cintura para abajo.

― ¿Quieres que deje descansar tu culo y te folle? ―  pregunté temiendo los estragos que mis ataques podrían producir en su esfínter.

Era una pregunta teórica ya que había decidido usar su otra entrada, pero he de reconocer que me puso como una moto escucharla decir que era una perra que no se merecía que esparciera mi semilla en su interior.

Cambiando de objetivo, incrusté mi pene en su sexo violentamente, pero desgraciadamente era tal mi excitación que al sentir la calidez de su coño el placer me dominó y pegando un gemido, derramé mi semen en su interior.

Acto seguido y todavía con mi pene dentro de ella, aprecié como se corría por última vez…

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