NATURALEZA HELADA

Los árboles del cercano parque mecían al creciente viento sus desnudas ramas. El cielo se teñía de gris en un ritmo cauteloso pero firme. El estanque quedó vacío de patos y las palomas se refugiaban en las cornisas de los bellos decimonónicos edificios que rodeaban al parque. Un pequeño columpio se movía de forma aleatoria sin niño que lo disfrutase, ni madre que le empujara.

Rómulo paseaba despacio, sin importarle que la lluvia le cogiese por la calle sin paraguas. Las manos guarnecidas dentro de los bolsillos de la cazadora, de la que salía un abrigado gorro de lana color naranja que igualmente le cubría la cabeza. Las calles estaban desiertas en aquella sobremesa de sábado festivo, el fin de semana prometía soledad y tristeza.  Una inofensiva desesperación silenciosa se iba apoderando de él, igual que la oscuridad se apoderaba de la sonrisa de las gárgolas de la catedral bajo la cual se desplazaba sin rumbo fijo.

Laura le dejó hacía tres meses tras cuatro años de relación. Aun no lo había superado aunque entendía que era lo mejor; pues tal autodestructiva relación estuvo a punto de anularle como persona. Desde entonces había tenido solo unos pocos escarceos amorosos decepcionantes. Laura fue como una droga de la que ya se sabía casi rehabilitado. La había intentado buscar en la cama de algunas mujeres, encontrando solo su sombra en una inquietante desesperación.

Llegó a creer que sería incapaz de amar el sexo de ninguna otra mujer en lo que le quedara de vida.

El paseo le llevó al barrio judío. No recordaba ya lo mucho que le gustaba perderse entre aquellas callejuelas de piedra con olor a humedad. La autenticidad de su ciudad natal siempre había estado allí, enfrentándose con los rascacielos impersonales de la gran ciudad, donde ejercía una carrera brillante de abogado, a pesar de sus escasos treinta y un años de edad.

Se alegraba de estar pasando unos días en su ciudad, en su casa. Pero, triste de él, el motivo fue el entierro de su padre dos días atrás. Pensaba descansar unos días junto a su madre; la única persona que ya le quedaba en la vida.

Se sumergió en sus pensamientos a la vez que lo hacía en las entrañas laberínticas del barrio. Recordaba que cuando era pequeño lo que más miedo le daba era pensar  que su padre muriera. Aquel pensamiento le aterrorizó durante mucho tiempo. Ahora no sentía dolor, no sentía nada. No más tristeza de la que sentía cada día al levantarse desde hacía años, motivo por el cual le abandonó Laura.

Solo se le daba bien ser abogado.

El estruendo lejano de un trueno le sacó de sus pensamientos. Miró al cielo, la oscuridad de aquel apocalíptico día traería aun antes la noche de aquel frío y desolador otoño. Frunció el ceño, le pareció ver una gárgola de la catedral volando entre las nubes; cuerpo de ave y mamífero, cara de diablo. Un extraño y agradable escalofrío le recorrió la espalda. Miró alrededor. El barrio judío estaba desierto, como si a las personas se las hubiera tragado la tierra. Resolvió que sería mejor estar en casa antes de que la tormenta estuviera sobre la ciudad.

Salió del barrio y recorrió algunas calles y avenidas mínimamente transitadas. Le agradó saber que no había acabado el mundo, que todavía había seres de su especie a su alrededor.

Empezaba a chispear justo cuando llegó a la puerta de la casa.

Su madre vivía en un barrio de gente adinerada. Los fructíferos negocios del padre permitieron una vida de lujos tanto a su madre como a él. Su madre nunca trabajó, siempre cuidó de su hogar y de su aspecto para estar siempre guapa y atractiva en las muchas comidas y viajes de negocios a los que acompañaba a su marido.

A sus cincuenta y cuatro años, Eva aun conservaba el voluptuoso atractivo que tuvo de joven. Sus caderas anchas y sus muslos algo regordetes y tersos. Su trasero mínimamente amplio, con mas sensualidad que gordura. Generosos pechos naturales con amplios pezones color rosa. Melena rubia de bote que cae a media espalda. Ojos de gata azules, ya arrugados por el tiempo, dando un aire melancólico a su bello rostro.

Algo más baja que Rómulo y algo rellena. Con un conjunto atractivo y morboso. Voluptuosidad y curvas generosas y tersas aun, al servicio de las miradas lascivas de hombres de todas las edades y condiciones. Diosa de las mejores pajas que Rómulo se hizo siendo adolescente, justo cuando dejó de sentir miedo por la muerte de su padre. Edipo pornográfico tardío.

Siempre tuvo claro que era una oscura e inconfesable fantasía. Para un chico que empezaba a tocarse le era fácil excitarse con una mujer de bello rostro, curvas de infarto y pechos generosos.

Rómulo dejó de pensar en su madre de esa forma hacía ya años pero cada vez que la veía algo se despertaba en su apetito, como pasó justo al entrar por la puerta de su lujosa casa de tres plantas.

Nada más entrar se llegaba a un amplio salón, de grandes ventanales con vistas al pequeño y coqueto jardín. Un cuarto de estar, pequeño baño y lujosa cocina completaban dicha planta. Escaleras arriba había tres habitaciones y un enorme baño. El pasillo distribuidor dejaba en cada extremo la habitación de Rómulo y la de sus padres, reconvertida en la amplia y fría habitación maternal. Por medio el baño y un cuarto con dos camas destinado a invitados. La tercera planta tenía una amplia terraza y una mediana habitación que hacía las veces de despacho y sala de juegos

Eva estaba sentada en uno de los dos amplios sofás, leyendo un libro y con cara de haber estado llorando de nuevo. A Rómulo le mataba oír a su madre llorar. Vestía de modo cómodo y casero, sin rastro de luto por su falta de creencia religiosa.  Leotardos rosas y pequeña sudadera blanca con ribetes rosas, ajustada y con cremallera. Estaba puesta la calefacción.

– Parece que va a llover mamá. ¿te molesta si pongo un poco la televisión?.

– No cariño. Podré leer.

Se sentó de forma que no se notara la fulminante y extraña erección que acababa de sufrir. Los leotardos ajustados le marcaba mucho la anchura de sus caderas y se ceñía a la perfección a las piernas, los pechos se marcaban más de lo deseable por un hijo, bajo la sudadera ajustada; la cremallera caía entre ambos a modo de cubana.

Se sintió abochornado solo por el simple hecho de que su madre hubiera reparado en la erección. Laura le había cambiado la perspectiva del sexo. Con ella fue excelso y apasionado; después de ella no había nada. Necesitaba su piel, su cuerpo. Imaginarla con otros hombres y mujeres era lo que más le excitaba cuando estaban juntos.  Ahora, imaginarla con otros hombres le destrozaba el sueño.

Estaba ahí para apoyar a su madre. Emplearía los días de permiso en hacerle compañía. Además pensaba plantearle vender la casa para comprarse un apartamento de lujo más céntrico; algo con dimensiones más abarcables por una mujer viuda de su nivel social.

Sintonizó un canal de series donde echaban una sitcom agradable y fresca. No elevó demasiado el volumen para molestar a su madre lo menos posible.

Más allá de la tele podía ver el jardín, con los setos meciéndose al viento. El día seguía oscureciéndose impropiamente. Rómulo focalizó su atención en el exterior. Una fina y constante lluvia mojaba la amplia cristalera cuando una ráfaga de viento la empujaba contra la casa. No recordaba la última vez que vio nubes tan negras como las que estaban llegando ya a la ciudad.

Un inmenso relámpago les sobresaltó. Apenas tuvieron tiempo de percatarse de qué era aquello cuando un estruendo cayó desde el cielo sobre sus cabezas. Acto seguido las luz de la casa desapareció junto con la calefacción y la sitcom.

– Cielo, en el armario de la entrada hay una caja con velas y linternas. ¿Vas?.

Esparció velas por el salón, los baños, las escaleras y las dos habitaciones habitadas. Después le dio una linterna a su madre y se quedó con otra. Miró a fuera; ya era casi noche cerrada y la lluvia era más fuerte y violenta. La tormenta se había establecido sobre la casa, inundando de luz azulada la ciudad con asidua insistencia.

Rómulo se sentía triste. Recordó a Laura y a su padre. No quería trasmitirle tristeza a su madre así que se disculpó y se fue a su habitación a pasar el rato.

Se conformó con una vela, que dejó sobre su antigua mesa de estudio. La habitación estaba como había estado siempre, sus cosas permanecían intactas a pesar de que ya no vivía allí desde hacía más de diez años, cuando se fue a estudiar derecho a la mejor universidad privada del país. Se sentó en la silla frente a la mesa y miró melancólico la luz de la llama. Recordó cuando su padre entraba para preguntarle si tenía dudas con el estudio; a veces le decía que sí solo para que pasaran un rato juntos; pues siempre estaba ausente por su trabajo. Recordó el día que cogió unas bragas sucias de su madre y las lamio a la altura del coño mientras se masturbaba. Recordó como deseo la muerte de su padre durante una décima de segundo justo al correrse sobre ellas.

Se echó hacia atrás. Sintió el mismo pánico que aquel día cuando le pasó aquello. Se obligó a pensar en otra cosa. Se tumbó en la cama, pegándose lo máximo posible a la luz, y empezó a leer uno de sus libros preferidos.

Eva entró en la habitación, sigilosa. Cuando Rómulo la miró ella le hizo un gesto tranquilizador, posando un dedo sobre su boca. Se despojó de los leotardos y la sudadera hasta quedar completamente desnuda. Su cuerpo brillaba trémulo, tintineante y cálido por la luz amarillenta. Ella se acercó y él acaricio sus pechos, suaves y firmes. Ella reparó en su paquete hinchado. Rómulo fue a decir algo pero su madre le cayó a susurros.

– cariño, no hables o despertarás a papá.

– pe, pe, pero….

– calla mi vida, deja hacer a mamá. Tú solo disfruta.

Sacó su enorme pene circuncidado de la bragueta y lo masturbó un poco antes de agacharse. Deslizó su lengua de abajo arriba, lamiendo el capullo muy lentamente. Luego engulló y comió, cada vez que bajaba sonaba como si alguien llamara a la puerta. pom, pom, pom. Cada vez más rápido como el ritmo de aquella mamada celestial.

POM POM POM

Se despertó sobresaltado con la respiración agitada y una enorme e incontrolada erección. El libro estaba sobre su pecho y fuera ya era noche cerrada. Todo era un sueño, no sabía cuánto tiempo llevaba dormido.

POM POM POM

¿Qué era aquel ruído?.

Su madre llamó a la puerta y entró, Rómulo se sobresaltó.

– Cariño algo suena en el jardín. ¿Por qué no vas a mirar?, debe ser algo suelto por el viento.

Rómulo apenas pudo taparse con el libro abierto la erección más que evidente bajo el vaquero. Su madre notó como se tapaba sin llegar a ver nada.

– Está bien mamá, ahora voy.

Se puso unas botas de agua y un chubasquero. Cogió la linterna y salió al jardín. Aquello parecía el fin del mundo. El viento era muy fuerte y llovía copiosamente. Los relámpagos iluminaban por completo el jardín, facilitándole el camino. Todo estaba encharcado y embarrado, se guió por el sonido.

POM POM POM.

Dio la vuelta a la casa y pudo ver el causante en la parte trasera. La pequeña puerta de la cancela que daba al jardín del vecino se había abierto y golpeaba con fuerza contra la pared, azotada por el viento. Levantó la vista e iluminó en la parcela contigua. No parecía que los vecinos estuvieran. Recordó la visita de Vanesa, la vecina, dos días antes para mostrar su tristeza por la muerte de su padre; una mujer muy atractiva.  Levantó la linterna hasta la casa y se sobresaltó al parecerle ver la gárgola asomada a la ventana del salón de los vecinos, mirándolo con ojos ensangrentados. Levantó de nuevo la linterna, con la respiración agitada, iluminando justo donde la vio; pero ya no estaba. Solo era el extremo de una cortina que se agitaba.

Movió la cabeza negativamente mientras sonreía. Cerró la cancela y volvió adentro corriendo y jadeando apesadumbrado por el mal tiempo.

– Ya está mamá. Era solo la cancela de atrás, que se había abierto y golpeaba contra la pared.

– Mira cómo te has puesto pequeño. Anda quítate el chubasquero y las botas.

– Sí. Y voy a darme una ducha para entrar en calor.

– Excelente idea. Te quiero mi vida.

Rómulo subió y su madre se quedó leyendo en el sofá sonriente, arrimada a la luz de una gran vela.

El agua caliente de la ducha le sentó bien. Con un par de velas era suficiente para echar un rato agradable en el cuarto de baño. El agua caía en su cuerpo fuerte y más o menos atlético. Cerró los ojos y vio de nuevo a la gárgola. No recordaba cuando empezó con aquella visión, pero era una de las gárgolas de la catedral de su ciudad, la que más le impresionó de pequeño cuando su padre le explicó cuál era la función de las gárgolas. El lugar por donde se van los demonios. Imaginó que su gárgola era el pene, y su demonio las fantasías de follar a su madre. Cada vez que se masturbaba se relajaba y dejaba escapar el demonio a través de su gárgola.

Eva cerró el libro de repente, con cara de sorpresa. Acababa de caer en que había puesto las toalla de ducha a lavar. Subió para coger una del armario de su habitación y dársela a su hijo.

Rómulo recordó el sueño erótico y lo real que le pareció el cuerpo de su madre. Su pene respondió al instante con una magnífica erección. Encendió el grifo a máxima potencia y dejó que todo el agua de la ducha cayera sobre su cabeza. Comenzó a masturbarse lentamente pensando en ella. El agua acribillaba su cabeza hasta el punto de dejar de oír los estruendosos truenos que atemorizaban a toda la ciudad.

Eva cogió la toalla y llamó tímidamente a la puerta del baño.

– Cariño te traigo una toalla, la tuya está lavándose.

Solo oía el agua caer, pero sin respuesta de su hijo. Rómulo se masturbaba cada vez más fuerte concentrado en su madre. Necesitaba echar ese demonio por su polla y dejar de pensar en ella así. Comenzó a susurrar “mamá, mamá, mamá, mamá”;  mientras su imaginación se llenaba de su voluptuoso y generoso cuerpo.

Ensordecido por el agua no la escuchó entrar.

– ¿Rómulo?

Se detuvo al otro lado de la mampara con la toalla entre las manos. Entre el vaho del  agua pudo ver el cuerpo de su hijo difuminado al otro lado.

– “mamá, mamá, mamá, mamá”.

Apenas pudo darse cuenta de lo que pasaba cuando notó como una carga de semen estallaba contra la mampara como una bomba blanca. Cogió aire, colorada y salió sigilosamente; dejando la toalla colgada en el toallero.

Bajó corriendo y siguió leyendo sin leer. Intentando pensar sin pensar. Nerviosa y violentada.

Su hijo tardó un cuarto de hora en bajar vestido con un cómodo chándal. para aquel entonces su madre seguía haciendo como la que leía; pero esta vez ya no estaba asustada.

En ese momento su coño ya estaba encharcado, de pensar.

La tormenta se intensificó junto con la lluvia. Comenzaron a oírse sirenas a lo lejos. Rómulo, algo más calmado, leía cerca de su madre; compartiendo la misma luz de vela. Eva no podía concentrarse y solo hacía mirar de soslayo a su hijo mientras el estómago le daba vueltas.

– ¿Quieres comer algo pequeño mío?. Ya es buena hora para cenar. Yo no tengo demasiada hambre, pero puedo preparar un picoteo frío si lo deseas.

Lo dijo incorporándose para sentarse mejor, a su lado en el sofá.

– Tampoco tengo tanta hambre.

Eva pensó algo durante un instante. Tras vacilar un par de veces, dubitativa, se dirigió de nuevo a su hijo.

– Pues ya ves. Sin televisión y sin planes. ¿Te apetece beber algo?, puedo sacar el whisky de papá que tanto te gustaba probar cuando eras un adolescente.

Rieron.

– De vez en cuando me dabais el placer de beber un sorbo. Está bien, una copa estaría genial mamá.

Cuando se levantó notó como temblaba de emoción. No sabía cómo ni por qué, pero sentía el deseo irrefrenable de tirarse a su hijo. Llevaba tiempo sin buen sexo, su marido la desatendió en los últimos años, y ella era una mujer fiel. Tuvo muchas propuestas, muchas tentaciones, pero no cayó en ninguna. Fue fiel a su hombre hasta el final. Y desde que llegó el final no había sentido ese tipo de apetencia.  Pero algo se despertó en su interior tras presenciar la corrida de su hijo en la ducha mientras decía repetidamente “mamá”. No sabía explicar qué era. Tal vez amor de madre, tal vez un impulso primario, tal vez instinto de supervivencia en aquella noche en la que parecía que iba a acabar el mundo. O tal vez un poco de cada cosa. No tenía ni idea de qué le pasaba pero sí tenía claro que no quería perder esa sensación. Su coño se había despertado como hacía mucho que no lo hacía y mantenía las bragas permanentemente empapadas. Se sonrió mientras cogía las copas en la cocina. ¿Quería emborracharse junto a su hijo?. Se sorprendió como no había la más mínima tentación de parar aquello. Estaba tan segura de sí misma que no se detuvo a pensar que podría haber perdido la cabeza.

Colocó dos vasos amplios, una cubitera y la botella de whisky en una bandeja y dejó la bandeja sobre la mesita entre sofás del salón.

– Voy arriba un momento, ¡no quiero beber así vestida!.

Rió. Rómulo sonrió sin acabar de entender. Se miró cómo iba vestido una vez ella se fue, pantalón de chándal y camiseta deportiva de manga larga. Pensó que su madre necesitaba amistades nuevas, gente con quien poder salir a tomar algo de vez en cuando. Sin duda estaba necesitada de vida social. Lo que sí era cierto es que dudaba que fuera capaz de hacer vida social sin su padre.

Echó dos copas y empezó a darle sorbos a una acomodado en el sofá. Al rato escuchó a su madre bajar las escaleras.

A Rómulo le sorprendió que su madre bajara en camisón de dormir. Pero más le sorprendió cuando, al tenerla junto a él sentada en el sofá, se fijó en los detalles.

El camisón era negro y le llegaba a medio muslo estando de pie. Al sentarse retrocedió mostrando todo el muslo al cruzar las piernas. El escote no era exagerado pero sí lo suficiente como para ver el canalillo gigantesco que mostraban sus dos pechos bien atrapados por un sujetador del mismo color que el camisón; el cual podía verse perfectamente. Se había pintado un poco los ojos y apenas se había maquillado levemente; dando como resultado un realce significativo en su belleza natural y madura. El pelo rubio lo llevaba muy suelto; dando un contraste brutal con el negro absoluto de la elegantemente erótica vestimenta de dormir.

La imaginó en una película pornográfica en blanco y negro, con el único color de su melena rubia, muy rubia, demasiado rubia.  Su pelo era como los relámpagos en mitad de la noche del fin del mundo. Dando color al barroco de la catedral, con la oportunidad de ver sonreír maléficamente al diablo escondido en cada esquina de la deprimida ciudad. Rubio sobre negro, lluvia sobre el cielo, luz azul sobre su jardín, sobre la ciudad, sobre la tumba de su padre, sobre todos los humanos, sobre Laura, sobre el infinito.

Notó que su pene volvía a despertar. Notó a la gárgola moverse fugazmente en el jardín, alimentando sus pesadillas más placenteras.

Bebieron y hablaron. Su madre permaneció próxima durante el transcurso de las copas. La atmósfera era extraña. La luz de las velas engañaba cada muestra psicológica de ser en aquel amplio y confortable salón de un hombre de negocios muerto. Ahora la mujer de aquel hombre de negocios se quería follar al hijo que habían tenido juntos. El hijo que habían tenido juntos llevaba toda la vida queriendo fornicar con su madre, pero siempre lo había percibido como una fantasía inconfesable, un juego. Por ello, aunque se encontraba cada vez más excitado, no percibía la situación como real; si acaso aquello le daría para un puñado de pajas.

La botella de whisky estaba por la mitad. Ambos estaban visiblemente muy bebidos. Las conversaciones se interrumpían solo cuando uno de los dos iba al baño a vaciar la vejiga. Rómulo no recordaba haber intimado y charlado nunca tanto con ella. Se sentía a gusto y cómodo, sin duda esto le venía bien a los dos. Ambos necesitaban desinhibirse bebiendo y hablando de trivialidades.

La botella se estaba acabando, Rómulo acababa su enésima copa mientras su madre orinaba. Eva se sentía muy bebida. Estaba sentada en el wc con el tanga negro caído por los tobillos. Pensó en la polla de su hijo. Hacía tiempo que no la veía; la recordaba más grande de lo normal cuando tenía diez años y se circuncidó. La imaginaba grande y deliciosa. Sintió un deseo irrefrenable de comerla y ser follada por ella. Se levantó y se colocó bien el tanga, dejando caer el camisón hasta la mitad de sus muslos. Antes de irse se quedó mirándose en el espejo fijamente; veía su imagen borrosa por el alcohol.

-¡ Puta!

Se dijo. Y volvió al salón con la copa entre las manos.

Acabando la botella, con ambos en un nada envidiable estado de embriaguez, Eva sacó el tema de conversación que menos quería abordar su hijo.

Laura.

La noche no mejoraba. Era ya de madrugada, los ruidos de sirenas eran cada vez más continuos. Habría árboles caídos e inundaciones por doquier. Cuando un relámpago lo iluminaba todo podía verse el viento agitando fuera mientras el diluvio se acrecentaba.

– Me alegra que te dejara esa chica hijo. No era buena para tí.

– Creo que deberíamos poner la radio y escuchar qué dicen, no recuerdo tanta lluvia y viento en mi vida.

– No me quieras cambiar de tema muchachito. Tu papi se gastó millones en esta casa, estamos totalmente aislados y a salvo. Si es el fin del mundo ya vendrán a rescatarnos en helicóptero o en una de esas barquitas que tanto te gustaban cuando eras niño en el parque de atracciones.

Las voces de ambos sonaban amortiguadas por el alcohol.

– ¿Qué quieres que te diga?. Sabía que no era buena para mí, pero con ella me sentía a gusto.

– Tú, un abogado joven y guapo. Tendrás a las mujeres que desees.  Yo estoy muy contenta con que no estés con esa tipa.

– El sexo era bestial.

Se le escapó. Sin mucho whisky corriendo por sus venas jamás en la vida habría soltado esa frase a su madre. Entre los dos se creó un silencio, el cual extrañamente no resultó incómodo.

Un relámpago rompió el momento que parecía congelado por la lluvia. Eva se vio obligada a decir algo. Sentía como su coño era una fuente de deseos. Solo le apetecía follar como una loca, morir follando.

– Hay mujeres que pueden engancharte mucho más mi cielo. Debes encontrar el amor verdadero; cuando lo hagas a la mujer que ames verás como nunca hiciste nada mejor. Follar te puede follar muy bien cualquier mujer. Yo te podría follar mejor que esa zorra si no fuera tu madre.

Rió, deteniéndose al ver que su hijo no lo hacía.

– Perdona mi hijo. Creo que hablaba el whisky.

– Creo que ha llegado el momento de dormir, ¡mañana tendremos una impecable resaca!

– Una resaca de libro. veremos que tan bueno es este whisky que tenía guardado papá.

Ambos sonrieron. Eva le dio dos besos de buenas noches, dejando posar sus pechos en su torso premeditada y provocativamente. Luego se levantó despacio y, marcando las caderas al andar subió despacio las escaleras sabiéndose observada.  Se movía torpemente por culpa del alcohol.  Al fondo del salón, donde estaban las escaleras, apenas llegaba luz de vela, llegando de ella solo un retazo amarillento de su melena; como un fantasma que levitaba. Un relámpago entró en la vivienda y Rómulo pudo verla un instante justo antes de desaparecer escaleras arriba. Sus abultados pechos, la insinuación de su amplio y sexi trasero, sus anchas caderas. Negro y amarillo. Le pareció seguir viéndola en la oscuridad, como un fogonazo se ve durante un rato al tener los ojos cerrados.

Rómulo lo recibió como una provocación alcohólica, no respondió. Todo estaba empezando a ser una locura. Se quedó un rato sentado en el sofá mirando al exterior, mientras apuraba la última copa. La lluvia no cesaba. Cogió el móvil y conectó la radio. Al parecer las lluvias torrenciales se extendían por toda la zona. Los bomberos no daban a basto desalojando casas y salvando a personas de riadas. Decenas de árboles se habían caído provocando daños materiales en coches y locales comerciales. Las autoridades recomendaban no salir de sus casas y no había información acerca de cuándo estaría restablecido  el servicio energético.

La cosa parecía estar realmente mal. Se quitó los cascos y estuvo un rato de pie al lado de la ventana, dando sorbos, borracho, al final del whisky. A cada ráfaga de luz pudo contemplar como el jardín estaba quedando completamente destrozado. Apuró lo que le quedaba cerrando los ojos  y al abrirlos vio su reflejo de nuevo en el cristal. Un nuevo relámpago le aceleró el pulso. en mitad del jardín apareció la gárgola de ojos rojos. Se sonrió. Decidió ignorarla, aquello no era más que una visión. Una visión que le ordenaba a follarse a su madre. Sabía que hacerlo podría ayudarle a dejar de tener esa visión. Se lo explicó su padre sin ser consciente de aquella repercusión; ahora su polla tenía que escupir leche a su madre, o jamás se libraría de aquel demonio, o jamás dejaría de ser perseguido por aquella gárgola demoniaca y amenazante.

La ciudad amaneció mecida por la brisa calmada que la tormenta dejó. Como un vals, mecida al son del lago de los cisnes, las calles despertaron mojadas y destruidas. Árboles caídos sobre coches y escaparates. La catedral permanecía intacta con sus gárgolas felices y saciadas de viento, lluvia y tormenta. De vez en cuando el diablo buscaba recargar pilas asustando al hombre; al desesperado e hipócrita hombre que deja su alma en manos de Dioses cobardes.

Rómulo despertó en el sofá, visiblemente inquieto. Al parecer no había tenido fuerzas ni para subir las escaleras. La cabeza le estalló con la triste luz otoñal que inundaba tímida la casa. Tras un esfuerzo se sentó y vio la botella y  vasos vacíos sobre la mesa; hizo una mueca impávida de irónico arrepentimiento. Recordó la visión de la gárgola, el cuerpo de su madre ocupando con encanto el salón bajo la luz de las velas. Sentía una extraña sensación de haber hecho algo malo, al menos no había cometido ninguna locura.

Como pudo se levantó, fuera había dejado de llover pero el sol seguía escondido tras nubes grises. Pudo ver en el aparato de televisión digital que la luz había vuelto, pues marcaba las 09:55. Conectó la calefacción y recogió el salón. Hizo café y se tomó uno bien cargado que le hizo sentirse mejor.

Subió para ponerse un chándal más abrigado. La puerta de la habitación de su madre estaba entreabierta. Se asomó sigilosamente hasta llegar a verla; tumbada de forma diagonal y profundamente dormida. Se sonrió al pensar la resaca tan grande que iba a tener cuando se despertara. Cerró la puerta con cuidado para no hacerlo.

Al abrir la puerta principal de la casa una agradable brisa fresca le rejuveneció. Dedicó toda la mañana a arreglar los desperfectos que la lluvia y el viento habían producido en el jardín.

Lo adecentó lo mejor que pudo. Pensó que aun estaba todo muy húmedo y mojado así que finalizaría la tarea a la tarde si finalmente el Sol terminaba apareciendo.

Se duchó y se cambió de ropa para estar más cómodo con unos viejos y desgastados vaqueros y camiseta de manga larga. La puerta de la habitación de su madre seguía cerrada. Bajó al salón. 12:26 en el reloj de la televisión. Comprobó que la calefacción estaba conectada y preparó más café. Se sentó a darle sorbos pequeños y cálidos mientras hacía un poco de zapping. Tras las cortinas pudo ver como el sol empezaba a salir tímidamente; se alegró de que el temporal  hubiera pasado y esperó que no volviese en aquel domingo, aunque él pensaba pasarlo entero en casa ya que necesitaba descansar antes de coger el avión de vuelta que tenía al día siguiente por la tarde.

La tele le aburrió. La apagó y puso el hilo musical del salón y cocina. El Réquiem de Mozart endulzó instantáneamente el entorno.

Se sumergió en una profunda lectura sobre textos de Freud. La música agónica le fue marcando el ritmo de lectura, haciéndole sentir tan vivo como parte de la historia de la humanidad. Se sintió bien, eufórico, repleto. La explicación profunda del complejo de edipo le entretuvo. El hijo que se enamora de la madre y quiere eliminar al padre. Se sonrió pues su padre acababa de morir y en cierto modo él siempre se sintió atraído por Eva. De nuevo la recordó vestida con el negro camisón, con su rubio artificial cayendo sobre aquella oscuridad, sobre la oscuridad de la noche y de la tenue luz de las velas;  mientras los relámpagos la fotografiaban como diosa erótica para el disco duro del diablo. Allí la hubiera mandado a base de pollazos  si hubiera podido; pero todo era una magnificación de la fantasía que siempre tuvo. Ella no quería seducirle, era él quien lo veía así desde su enferma mente de pajillero adolescente.

El ruido de pasos descendiendo por la escalera le sacó del mágico mundo de la música funeral y la lectura Freudiana. Miró el reloj de la televisión, 13:18. Luego miró hacia las escaleras.

Eva vestía con mallas rosas ajustadas y camisón azul marino por las rodillas, sandalias del mismo color que el camisón, amarradas al tobillo con algo de tacón. El pelo suelto, precioso, también mágico a la luz del día y con aquella otra combinación de ropa. Rosa, azul oscuro y rubio artificial. Mágicamente femenina. Los pechos bien embutidos bajo el camisón escotado, aunque algo menos que el negro con el que bebió la noche anterior.

Dio los buenos días, no sin quejarse de la resaca tan grande que sentía. Se acercó a darle dos besos a su hijo. Rómulo pudo ver que estaba maquillada pero no podía disimular los ojos enrojecidos por los efectos de haber dormido mal por el alcohol. Su aroma a fragancia cara y femenina, unido a la visión de su voluptuoso cuerpo, eternamente sugerido se pusiese lo que se pusiese, despertó en Rómulo un recuerdo que hacía tiempo que no sentía.

Intentó disimularlo mientras su madre entraba en la cocina a echarse una gran taza de café solo con dos pastillas de sacarina. Hacía tiempo que no bebía tanto, así que había olvidado el incontrolable apetito sexual que le proporcionaba los días de resaca. Su pene había crecido totalmente desde que su madre le había besado en las mejillas. Cayó en que no llevaba calzoncillo, nunca lo usaba cuando estaba en casa; aunque sí lo había hecho esos días en casa de su madre. La costumbre le había jugado la mala pasada de colocarse los vaqueros solos y ahora su enorme pene se marcaba perfectamente abultado bajo los usados tejanos. Se cruzó de piernas intentando disimular.

Eva cerró la puerta de la cocina mientras se calentaba el café que había encontrado hecho en la cafetera. Colocó las palmas de sus manos sobre la cara y ahogó un grito de desesperación. No podía creer lo que le estaba pasando. Al ver a su hijo el apetito sexual que sintió la noche anterior volvió a despertar con más fuerza. Lo había achacado al alcohol y a la paja que presenció de forma accidental mientras su hijo se duchaba y la nombraba en voz alta. Algo había crujido en su cabeza la noche anterior pero logró contenerse para que la cosa no fuera a más. Se alegró al despertar aunque el recuerdo borroso de sentir deseos de tirarse a su hijo la hizo sentir mal. Ahora ese recuerdo borroso se había actualizado en unas ganas locas de sexo con él, y eso no le gustaba nada. Maldijo la hora en la que su hijo había ido a pasar unos días con ella. Maldijo a su marido por morir. Maldijo a la vida.

Quería concentrarse y encajar su mente en que no iba a pasar nada, pero solo tenía dolor de cabeza y ganas de sexo. Con el café humeante en una taza de grandes dimensiones salió de la cocina y fue al salón.

En el confortable aire acondicionado por la calefacción central, flotaba la desolación y el talento de Mozart en su Réquiem.

Eva se sentó en sofá contiguo al que se encontraba Rómulo, el cual simulaba leer mientras trataba de hacer lo mismo con su erección incontrolada. No tardó en percatarse del bulto que ocultaba su hijo. Le pareció exageradamente amplio. Sintió como su coño disparaba flujo como una alocada veinteañera con su cantante o futbolista favorito; de hecho no recordaba haber lubricado nunca antes de esa manera. No podía más, se iba a volver loca, su cabeza le estallaba y no quería más pastillas que meterse aquel pollón en su boca, coño y culo. Se quería llenar todos los agujeros de su cuerpo.

Dejó el café sobre la mesita central y se levantó despacio mientras su hijo la observaba de reojo. No sabía cuál era el siguiente paso. Solo sabía que se acababa de levantar y que no era dueña de sus actos.

Las campanas de la catedral cercana anunciaron que eran las dos de la tarde. El ruido espantó a un grupo de palomas que reposaban tranquilas en una de sus cornisas. Entre ellas emprendió el vuelo, camuflada, una de las gárgolas; la cual voló hasta el jardín de la lujosa casa de Eva. Los ojos eran rojos como los que tenía Eva por culpa de la resaca. El diablo sonreía a través de aquella mirada ensangrentada. La gárgola se acercó hasta la ventana a la vez que una nube negra cubría el cielo sumiendo a la ciudad de nuevo en la oscuridad. Eva se sentó junto a su hijo, bajo ellos un amplio y cómodo sofá de cinco mil euros.

La gárgola se acomodó a la vez que un trueno quebró el cielo permitiendo que un mar de agua cayera sobre ella. Sonrió complacida, la puta del diablo.

– ¿Por qué sonríes mamá?.

– Nada hijo. ¿No puede una madre admirar orgullosa a su hijo al verlo tan grande y guapo?.

– Claro mamá. Es lo que deseo, hacerte sentir orgullosa.

Ella cruzó las piernas girándose hacia él. Rómulo no percibió esa forma de moverse como normal, su pene luchaba por salir sin que él quisiera que hiciera eso. La gárgola tenía vida propia y nadie puede luchar contra los deseos del diablo.

Eva ya no estaba nerviosa ni dubitativa. Ahora era una hembra en celo, en pleno proceso de caza. Ante ella no estaba sólo su hijo, sobre todo estaba un macho capaz de saciar sobradamente sus necesidades.

– Me haces sentir muy orgullosa vida mía. Y dime, ¿también querrías verme satisfecha?

Rómulo se movió nervioso, volviendo a la posición original. El libro cerrado sobre su paquete, buscando disimular lo que su madre ya había notado sobradamente.

– ¿Satisfecha?. No sé si entiendo mamá…..

La sonrisa dulce y de mujer segura de sí misma heló el corazón de Rómulo a la vez que le hizo arder el paquete y el deseo sexual. La hembra había encontrado al macho, el macho ya no podía escaparse.

– Creo que sí me entiendes nene. Quiero que dejes satisfecha a mamá. Quiero ser una hembra generosa, una buena perra para ti. Quiero que me folles hasta matarme si es necesario.

Rómulo se quedó de piedra; aunque la tensión sexual existía desde la noche anterior, jamás pensaría que llegase ese momento. Sintió un leve mareo, como si todo aquello fuera un sueño, algo irreal. Apenas empezó a pensar que nunca una mujer de ese calibre le había ofrecido sexo de una forma tan clara y fácil cuando su madre se levantó de nuevo.

Eva duró poco tiempo de pie, pues al instante se arrodilló ante su hijo. Se movía segura de sí misma, como si hubiera olvidado que era su madre; al contrario de Rómulo, que seguía petrificado y medio mareado por el giro de los acontecimientos.

Cuando una hembra experimentada tomaba la decisión de calmar su celo no había obstáculo que lo impidiera. Además, el instinto maternal más animal es el de alimentar y proteger a su cría. Ese instinto siempre guarda un incestuoso deseo sexual que toda madre tiene siempre presente en el subconsciente. Pocas madres tienen la suerte de tomar consciencia de ello en un momento ideal para tomar parte, siendo ella bella y aprovechable, aun con el instinto de supervivencia intacto, y con su cría en estado adulto de buen ver. Todo aquello había tenido lugar en aquella casa en aquel momento. Todo era cosa del diablo, el cual, una vez decidió que serían ellos los encargados de alimentar el mal en la tierra, se encargó de iniciar el proceso matando al padre de la cría. Al ser cría única, la madre tendría el deseo no consciente de ser fecundada por la cría que amamantó, la cual tiene genes mejorados de los de su padre si se cumple la regla biológica de la mejoría de la especie. Aunque la hembra ya no podía engendrar vida, su edad aun la hacen sentirse, de nuevo de forma inconsciente, capaz de crear más vida. Y es la polla de su cría, identificada en forma de gárgola, la que emite las ondas necesarias para que el instinto de su madre tenga la necesidad de ser violentada con ella hasta matarla si fuera necesario.

Ser fecundada o asesinada. Ese es el instinto que el diablo era capaz de trasmitir a los seres humanos. Sabía que aquella mujer y aquel joven ya nunca serían normales. Serían mártires de su voluntad, soldados del príncipe, sin saberlo. No sufrirían en vida pues la envolverían de placer, aunque tras la muerte servirían en el infierno eternamente.

Tras arrodillarse agachó la cabeza poniéndose cómoda. Al levantarla el pelo rubio, excesivamente rubio, artificialmente rubio, le caía sobre la cara. Sus bellos y ligeramente arrugados ojos azules miraban a Rómulo tras el pelo, como encarcelados entre barrotes rubios de seda. Rómulo notó la mirada ensangrentada y oscura, resaca y belleza. Por un instante creyó adivinar la mirada de la gárgola que se le aparecía en su imaginación. Sin duda ya se había vuelto loco.

Ninguno dijo nada. Solo los compases de Mozart y el calor fabricado envolvían la libido incestuosa presente. Eva desabrochó el botón de los tejanos que llevaba su hijo y bajó lentamente la bragueta mientras sus ojos seguían fijos, sin pestañear, en los de su hijo.

Solo agachó la mirada cuando la polla salió de su prisión. Un enorme pollón circuncidado invadió el espacio entre ellos. A Eva le pareció mucho más grande de lo que imaginaba, lo cual lo hacía exageradamente grande. No podía crecer más, en plena erección ella observó en silencio orgulloso, dibujando en sus labios una dulce sonrisa de madre orgullosa. Pasó la lengua entre los labios y agarró la polla. Echó un poco hacia atrás las rodillas para elevar el trasero, el cual sobresalió en sus mallas negras por encima del camisón azul marino que cayó en su espalda. Se aseguró, meciéndolo suavemente, que su hijo podía ver su generosa y bella parte de tras dibujado entre sus voluptuosas caderas. Se sabía hembra deseable, conocía sus encantos y sabía cómo jugar sus cartas.

Rómulo suspiró excitado al ver a su madre en aquella postura. Hembra rubia de curvas y atributos generosos; con la madurez perfecta para poder trasmitir toda la experiencia ganada en el campo de batalla de la vida. Y no solamente de índole sexual; la dureza de los miedos, las alegrías, las decepciones y las ilusiones cumplidas o desvanecidas, otorgaban a una mujer como ella la capacidad de entregarse dulce y salvaje, decidida y delicada, con piel suave pero de loba enloquecida.  Era la mujer más hermosa e interesante con la que jamás había hecho nada antes. Se sintió orgulloso y a gusto, se sintió bien y más relajado.  Empezó a verla de otra forma.

La música clásica volaba enganchada en una mota de polvo que salió disparada de una de las rejillas de la calefacción centralizada. Violines llenos de desesperación ante la muerte hacen una pirueta mortal en la columna imitadora de estilo corintio que hay junto a la escalera, saliendo disparada hacia el salón. El vals bailado a ritmo de muerte con la lujosa lámpara del salón la dejan ingrávida sobre la madre y el hijo. Él sentado en el sofá, con semblante de relajada excitación. Las piernas extendidas y separadas con su polla al aire saliendo de la bragueta de un viejo tejano. Entre sus piernas arrodillada su madre; con el trasero echado hacia atrás y empinado. La cabeza a la misma altura que las nalgas, arqueada la espalda para dar vida a esa postura que tanto gustaba ver a su hijo.

Y en medio la descomunal polla. Operada cuando Rómulo tuvo diez años. Eva nunca había sostenido nunca una de semejante tamaño. Llenaba todo el espacio, en el salón solo existía el pene de su hijo en ese instante. Sus manos parecían más delicadas y pequeñas al sostenerla, como cuando una niña sostiene cuidadosamente un helado gigante; a penas los dedos se juntaban al abarcar todo el perímetro.

La humedad del coño de Eva tenía empapada las mallas al no haber bragas de por medio. La masturbó, deleitándose en el movimiento. Dejó posar la otra mano suavemente bajo los huevos; grandes y cargados de leche, leche que ya tenía dueña; pero esta vez de verdad y no en una fantasía del puerco de su hijo. Le sonrío y su hijo asintió.

– Menuda herramienta tienes nene.

Rómulo no supo qué decir. Ya estaba acostumbrado a ello y a la sorpresa que provocaba en sus amantes y parejas. A algunas no les había gustado un tamaño tan excesivo. Pero las verdaderas perras, las auténticas hembras la habían disfrutado como musas leyendo el mejor poema del universo escrito en su nombre y hecho a su semejanza.

– Ya ves…..

La madre le miraba mientras seguía masturbando lentamente.

– ¿Se la vas a dar a mamá?. ¿Quieres que mamá se la coma?.

– Lo estoy deseando.

La lamió desde los huevos hasta el capullo. Rodeó el capullo con su boca. Su boca y su lengua también parecían diminutos. El capullo era gigantesco y morfológicamente perfecto. Eva se sintió muy puta lamiendo aquella verga de película pornográfica y empezó a soltar pequeños gemidos que no fueron indiferentes a su hijo.

Gotas de líquido pre seminal comenzaron a salir despacio de la punta. La viscosidad del líquido hizo que estas gotas resbalaran lentamente por el capullo y el resto de la polla, como en una lenta competición de ver quien llega antes a los huevos. Eva contempló con la boca abierta aquella imagen. La polla de su hijo estaba en plenitud, lista para ser usada. La pinta era deliciosa, como cuando un helado gigantesco empieza a derretirse y se derrama poco a poco a lo largo del cucurucho. El instinto de una mujer era sacar de aquel macho todo el semen posible y retenerlo dentro de su cuerpo, dando igual el agujero por el que entrase.

Comenzó la mamada. Un arco iris de colores se dibujó alrededor del sofá según la percepción de Rómulo. A su madre se le llenaba enseguida la boca de polla. Le costó pasar del capullo, cuando lo consiguió, con la boca ensanchada al límite, apenas podía llegar unos tres centímetros más abajo. La imagen era grotescamente excitante. La madre, sintiéndose la perra más sucia del mundo y gustándole esa sensación con el coño encharcado a más no poder, intentando comerse la polla descomunalmente grande de su hijo puerco que llevaba toda la vida pajeándose pensando en ella. La boca de la madre se llenaba en cada envestida, pero solo mojaba el inicio del tronco, quedando casi toda la polla libre de sus tragadas; lo cual aprovechó para agarrarla e irla masturbando a la vez que la comía. El capullo, eso sí, quedaba perfectamente trabajado con rápidos y certeros movimientos de lengua.

Rómulo lo disfruto mucho. Su madre no perdía la postura, allí estaba su trasero apretado con las mallas negras, meciéndose de lado a lado lentamente. Su madre había tenido que comer muchas pollas antes en su vida, para llegar a ese nivel de pose y forma de mover la lengua y las manos mientras traga.

Rómulo sintió el impulso de agarrarla por los pelos a esa puerca y follarle la boca haciéndole tragar toda la polla hasta vomitar, y luego obligarle a comer el vómito mientras le reventaba el culo a pollazos. Pero se contuvo. Solían venirle pensamientos de ese tipo cuando su excitación era máxima, pero siempre tenía el acierto de saberse contener.

Eva empezaba a sentir como los huesos le dolían y las rodillas le estallaban por llevar demasiado tiempo en aquella postura. Así que se levantó con dignidad y elegancia, sufriendo en silencio las ganas de quejarse por el cambio de postura; una mujer que de verdad sepa lo que quiere no puede permitirse ese tipo de fallos, pues por cada mujer que hacía algo mal siempre hay otras tres o cuatro deseando aprovechar su oportunidad para que fueran solo sus genes los que sobrevivan en la especie.

Se colocó de pié frente a su hijo, el cual se sentó más erguido frente a ella. Ella se arrimó y le agarró con cariño por las mejillas, sonriéndole, luego se echo hacia delante y le besó en la frente a la misma vez que Rómulo la abarcaba con los brazos agarrando sus nalgas. Ella notó como las manos apretaban fuerte detrás y se dejó hacer. Eran más duras de lo que correspondía a una mujer de la edad de su madre, eso le gustó, como también le gustó el tamaño de aquel trasero; ancho aunque sexy y apetitoso a la vez. Enseguida notó que no llevaba bragas ni tanga, lo cual provocó que más líquido pre seminal se deslizara desde la punta del pene hacia abajo, manchándole el ombligo, muy  por encima del cual descansaba el capullo de la colosal mamada que le había otorgado la mujer en cuyo vientre se formó.

Miró furtivamente hacia el exterior, el día había vuelto a oscurecerse tempranamente y la lluvia intensa del día anterior hacía de nuevo acto de presencia. Su madre sonreía con una dulzura infinita, oh Diosa con sus mismos genes, piel y sangre. Dio dos pasos hacia detrás mirando fijamente a su hijo, situándose entre él y la ventana impregnada de surcos del agua que el viento empujaba contra ella. Se quitó las sandalias. Rómulo se fijó en sus pies, pequeños y delicados, con las uñas pintadas de lila, como la de sus manos. Se quitó las mallas, dejando el camisón azul marino puesto. Anduvo un poco dejando que su hijo percibiera bien el espectáculo de la mujer que se desnudaba poco a poco para él. Sus nalgas asomaban por debajo, no llegándose a ver nada. Extrajo el sujetador bajo el camisón y notó como dos inmensos melones caían levemente bajo el camisón. Fuera se oscureció aun más justo cuando la lluvia comenzó a ser más intensa. Finalmente se quitó el camisón despacio, gustándose, sabedora de sus encantos y generosas proporciones. Sabedora de cuánto solía gustar a los hombres y algunas mujeres. Cuando lo quitó por completo un relámpago la iluminó. La luz azul inundó sus senos, su vientre, sus caderas y su artificial pelo rubio. Conjunto erótico y pornográfico por el que cualquier hombre pagaría una buena suma de dinero por hacer uso de él.  Justo en ese instante, durante una décima de segundo que pareció durar un siglo, notó de reojo la figura de la gárgola de ojos ensangrentados mirando a través de la ventana. Enfocó en esa esquina la vista pero no pudo verla. Fue curioso cómo pudo notar perfectamente su cara a pesar de que la percibió de reojo.

Ya solo podía ver el cuerpo del pecado que posaba coqueto, femenino y deseoso ante él.

Un nuevo relámpago fue como el pistoletazo que animó a Eva a acercarse a su hijo, una vez consideró que su cuerpo había sido convenientemente expuesto. Notó como su polla permanecía intactamente engrandecida, al límite, lo que le provocó una agradable sensación de saberse deseada. Cuando el trueno retumbó en los cristales ella ya estaba otra vez al alcance de su hijo.

Lacrimosa en las motas de calor del ambiente. Los senos que lo amamantaron ante Rómulo. La loba había matado a Remo y los ofrecía puros y maduros ante su vástago. Él los acarició delicadamente, ella esperaba de pié ante la inmensidad de su mirada. Daba igual que la edad los hubiera colocado un poco más abajo de donde solían estar en su imaginación adolescente. La suavidad de cada poro de aquellas inmensas ubres le trasportaron a la niñez, cuando Edipo hacía de las suyas entre tareas y juegos. Pasó con sumo cuidado y lentitud la yema de los dedos por los pezones; de tamaño mediano y duros, con aureola celestial, rosada, femenina y coqueta. Como su madre.

Apartó un poco el rubio artificial que cubría parcialmente los pechos de su madre, la agarró por las nalgas y tiró de ella. Eva se venció levemente hasta que sintió el calor de la lengua de su hijo romper contra sus senos. Cerró los ojos y sintió como se llenaba de ellos; por un instante recordó a su bebé sacando la leche; pero aquello era diferente pues no había rastro de aquella inocencia perdida en los deseos del volcán del tiempo. En aquella forma de lamer, morder, chupar, y estrujar sus pechos solo había deseo sexual, excitación. Distinto modo de instinto de supervivencia con el que su hijo volvía a ellos tres décadas después.

Rómulo metió las manos entre los muslos de su madre y subió hasta acariciar el sexo, ella se abrió en respuesta. Todo aquello estaba excesivamente mojado.

Se separó un instante y la observó. Menuda mujer, menuda su suerte. Dio gracias a la esquina de la ventana donde le había parecido ver a la gárgola un rato antes y se levantó para besar a su madre mientras la agarraba las caderas para fundirse en un infinito abrazo.

Sus lenguas se entrecruzaron y el intercambio de saliva resultó tan pronunciado como perturbador.  Antes de que  ambos le empezara a parecer ridículo todo aquello, Eva empujó a su hijo de nuevo contra el sofá.

Rómulo se acomodó echándose hacia atrás y su madre se puso de cuclillas sobre el amplio sofá, cerrando las piernas de su pequeño. Luego se levantó un poco, quedando su vientre a la altura de la boca y agarró la polla mientras buscaba el momento óptimo para sentarse sobre ella. Se agachó un poco poniendo una rodilla sobre el sofá, mientras la otra pierna permanecía arriba, hasta que logró colocar el inmenso capullo en la entrada de su mojado coño. Luego se puso de nuevo de cuclillas y se echó hacia adelante rodeando a su hijo por el cuello. Él la ayudó sosteniéndola por la cintura y las nalgas. Sintió todo el calor del capullo entrando lentamente y se dispuso para empezar a bajar, se detuvo a disfrutar el momento. Notaba como algo muy grande se adentraba poco a poco en sus entrañas.

– Uf, vaya pollón tienes nene. No sabes lo que vale eso.

Rómulo respiraba agitado por la excitación. El aroma de su madre, el que recordaba de siempre, sus manos delicadas y cálidas rodeándole, el calor trémulo de su cuerpo de curvas infinitamente lascivas, la cueva confortable que se le abría y su artificial pelo rubio de actriz porno barata. Todo era demasiado perfecto, tanto que por un instante pensó si todo aquello sería un sueño.

Eva sentía el impulso de ponerse a botar como una loca, pero aquella polla no era como las que conocía, debía andarse con cuidado e ir poco a poco si no quería acabar desgarrada en urgencias.

Comenzó a dar pequeños botecitos impulsándose con las piernas, para que el pene de su hijo fuera entrando poco a poco. Él se agarraba al abismo de sus caderas mientras su mirada se llenaba de pechos y más abajo el hilito de pelos del cuidado coño de su madre, abierto por culpa de su descomunal polla. Al cabo de unos segundos ya había logrado meterse la mitad, lo cual le provocaba un placer infinito pues eso era más de lo que se había metido en la polla más grande que se había follado hasta la fecha, provocado también por el enorme grosor que poseía.

Todo estaba muy mojado y sentía que podía meter más, de hecho lo deseaba. A partir de ahí ya todo era nuevo para ella. Se acomodó un poco mejor bajando los pies para apoyarse con las rodillas. Su culo levantado, su hijo le agarró las nalgas. Entonces ella bajó y empezó a follar en embestidas en las que se metía toda la polla dentro, Treinta y cuatro centímetros de carne gorda y caliente entrando en sus entrañas, rompiendo su coño como nunca antes lo habían roto. El ruido excitado de su hijo quedaba totalmente sepultado con los gritos que daba su madre mientras no paraba de follar, cada vez más y más rápido y fuerte.

– joder, joder, que pollón. Joder nene, cabronazo como me entra tu verga pedazo de hijo de puta.

Rómulo se limitaba a dejarse hacer mientras agarraba las nalgas de su madre.

Unos dos minutos más tarde Eva no podía más, ya no tenía edad para sostener durante mucho tiempo aquella forma de saltar sobre un hombre. Se dejó caer, sudada sobre el pecho de su hijo. Pero Rómulo estaba en plenitud, así que la agarró por las caderas para levantarla un poco y empezó a taladrar fuerte desde abajo.  La sensación que llegó a su madre era muy diferente, mucho más placentera. Sus chillidos sonaron tan alto que ensordeció por un instante la música de Mozart.

Sus chillidos sonaron tan alto que llamó la atención de Vanesa, la vecina de la casa de al lado, justo cuando metía la llave en la cerradura, mientras sostenía como podía las bolsas de la compra y un paraguas diminuto que apenas le libraba de la pequeña llovizna que inundaba la ciudad en ese instante.

Eva se levantó para respirar, lo cual ayudó a su hijo para relajar su excitada polla, a la cual le hubiera quedado poco para escupir fuego blanco en la postura en la que estaban.

– guau mi niño. ¡Así se folla!

– Gracias mamá, con una mujer como tú es fácil, eres muy dócil y estás muy bien.

– Te dije que muchas mujeres podrían darte un sexo tan bueno o mejor que el de tu puta ex.

Rómulo sonrió de forma tajante, no le gustaba hablar de Laura.

Casi sin hablar más siguieron con la faena, ahora Eva se colocó a cuatro patas arrodillada a lo largo del sofá, dejando su culo y su coño al aire hacia fuera de él por uno de los extremos. La mayor altura de su hijo le haría fácil acceder desde allí. Se colocó así porque era realmente su postura favorita, le gustaba sentir que era una perrita mala y que el macho se acercara por detrás y le oliera antes de subirse. Un reguero de gotas de flujo le empezó a caer por el interior de los muslos hasta las rodillas, y de ahí hasta el sofá, solo de imaginar que de un momento a otro iba a ser follada por aquel pollón de ensueño en aquella postura. Meneó lentamente las caderas, agachando la cabeza para que el pelo rubio le cayera por la cara. Le gustaba esa posición de espera, le hacía servicial y se sentía muy hembra y femenina.

Rómulo la observaba masturbándose un poco. Ella levantaba la cabeza cada poco tiempo mirando de reojo. Mientras más se demoraba su hijo más caliente y perra se sentía, y más descaradamente movía sus caderas y trasero. Buscando polla.

Eva notó como por fin se aproximaba por detrás. Por entonces sus piernas y el sofá estaban totalmente empapados, no recordaba haberse mojado tanto jamás en su vida sexual. Sin duda le entusiasmaba la idea de ser sometida por su hijo, al margen de lo que le excitaba la fuerza de sus músculos y, sobre todo, el ser merecedora del pene más colosal que jamás había visto.

Notó como las manos de su hijo abrían sus nalgas, seguramente para ver bien todo lo que allí había. Agachó la cabeza y disfrutó del momento de saberse observada por su hijo. Éste pudo ver un coño perfectamente cuidado y un ano igualmente tratado, sin rastro de pelos. Se arrodilló y pasó la lengua por él, mientras sus manos sostenían las nalgas abiertas para facilitarle la labor. Notó como su madre se estremeció al sentir la humedad de su lengua justo ahí.  La movió alrededor del ano e intentó meterla sin éxito. Una de sus manos palpó el húmedo coño mientras la otra mantenía la nalga separada. Luego colocó su dedo índice en el ano de su madre y lo metió poco a poco. el culo de su madre se abrió hasta poder meter el dedo entero. Con el dedo ahí, follando, se agachó un poco más y metió su cara dentro del coño, pasando vivamente su lengua entre los labios y chupando todo el flujo.

Cuando se separó su cara estaba totalmente empapada. Se limpió con el antebrazo y se colocó detrás dispuesto a follar. Cuando Eva sintió las manos de su hijo agarrando sus caderas supo lo que llegaba y se movió acercando su trasero a su paquete mientras gemía de forma constante como una perra en celo.

Quería la polla de su hijo rompiéndole el coño cuanto antes o iba a enloquecer.

– Venga machote, rómpele el coño a mamá. No tengas miedo. Dame fuerte, ahora soy tu perra.

Las palabras animaron a Rómulo el cual colocó el infinito capullo en la entrada del coño y, volviendo a agarrarle por las caderas, la penetró a fondo empujando fuerte hasta dejarla totalmente ensartada en el infinito palo grueso que tenía por polla. Su madre gritaba y gemía por igual, haciendo desaparecer de nuevo a Mozart.

Vanesa dejó las bolsas en la entrada de su casa y se acercó cautelosamente hasta el jardín de su vecina Eva. Cuidadosamente llegó hasta el ventanal del salón y se asomó preocupada por aquellos gritos. Cuando por fin entendió lo que estaba viendo sus ojos se abrieron a la par de su boca y se pellizcó para comprobar que aquello no era un sueño.

Su vecina estaba a cuatro patas sobre su caro sofá del que tanto presumía y, por detrás, su hijo la follaba con fuera y rapidez. Pudo ver la cara de gozo de su vecina y notó como la polla de su hijo era enorme cuando en el movimiento de retroceso solo podía ver carne y más carne hasta que asomaba el capullo justo antes de volver a embestir.

Recordó como solo tres días antes había ido a darle el pésame por la muerte de su marido y le abrió la puerta su hijo, al que hacía tiempo que no veía. Habían tomado pastas y café y habían hablado de los recuerdos que tenían del padre y esposo. Había sido una velada agradable, marcada por la tristeza y los semblantes serios con sonrisas esporádicas de educación y respeto. Y ahora los veía así, retozando sudados. Ella chillando con cara de perra con sus melones colgando en movimiento de vaivén y su hijo detrás empujando con fuerza con la polla más grande que jamás había visto en su vida.

Rómulo no recordaba una follada así. Jamás había follado a una mujer con esa facilidad, normalmente a estas les dolía lo descomunalmente grande y gorda que era su verga y a penas se dejaban penetrar hasta la mitad. Pero ahora era diferente, su madre aguantaba levantando mucho el culo, con su torso pegado al sofá y su cara de lado gimiendo y chillando de dolor y placer. Podía meterla entera sintiendo calor de una zona en la que jamás había sentido de una mujer. Su capullo llegaba tan adentro que le parecía que iba a sacarlo por su boca. Eva sentía como le partía en dos y esa sensación le gustaba. De repente empezó a tener un orgasmo detrás de otro. Su cuerpo se retorcía endemoniado, pero su culo permanecía intacto, muy arriba y fijo para que su hijo pudiera follar a placer todo cuanto quisiese. Su madre estaba ahí para satisfacerle y entregaba su cuerpo a tal propósito.

Infinito amor de madre.

Vanesa deslizó su lengua entre los labios mientras sentía como su flor se abría tímida bajo su tanguita blanco. A sus treinta y ocho años disfrutaba de una brillante carrera de su marido como abogado de éxito. Un lujo pues hasta tenía sirvienta, no teniendo ella que hacer nada en todo el día más que esperar que su marido tuviera viaje de negocios para llamar a uno de sus amantes. Pero ninguno de ellos era como el hijo de su vecina. Era guapo, tenía buen cuerpo y una polla que, de haberlo sabido antes, ya se habría comido en más de una ocasión en alguna de sus visitas. Vanesa era guapa y atractiva, y lo sabía. Metro setenta y seis y sesenta quilos. Delgada y proporcionada, con talla cien de pechos, regalo de reyes de su cornudo marido cinco años atrás. No demasiado culo pero sí con curvas y muy guapa con ojos verdes y pelo castaño oscuro y ondulado en media melena.

Rómulo dejó de follar pues notaba como de nuevo iba a correrse. Su madre se dio la vuelta tumbándose boca arriba al sentirse liberada. Estaba exhausta pues se habría corrido unas cinco veces. Descansó abierta de piernas, notaba como el coño le palpitaba hasta muy adentro, se sentía satisfecha y algo dolorida, sonriente y feliz.

Rómulo estaba a mil, llevaba aguantando la corrida largo rato; sobreviviendo a una mamada colosal, una cabalgada de una bella y tetona hembra madura y a una brutal follada a dicha hembra a cuatro patas. Sabía que no iba a poder aguantar mucho más pero se sentía satisfecho pues su madre parecía que se había corrido varias veces. Aquella hembra había sido bien cubierta.

Vanesa se había escondido tras la pared, al ver como paraban, por miedo a ser descubierta. Se sentía excitada y confusa. Aquello le superaba. El sentido común le dictaba irse a su casa disimuladamente antes de ser descubierta y hacer como si nunca hubiera visto aquello. Pero algo le retenía. Desde el tejado, justo encima, la gárgola jugaba a sostener hilos, como si Vanesa fuera su nueva y flamante marioneta.

– ¿Cómo estás cariño?. Yo me he corrido ya no sé cuantas veces.

– Yo aun tengo cuerda. Sigamos, es bueno coger un poco de aire de vez en cuando.

Rió mientras su madre le miraba con ternura. Ya no se sentía perra, ahora un dulce impulso le dominaba. Quería que su pequeño descargase con el calor que solo una madre sabe dar.  Le hizo señas para que se sentase a su lado en el sofá.

– Bien nene. Quiero que acabes con calma y que tengas una corrida cálida y placentera. Quiero que acabes de la forma que desees. Pero solo pido una cosa.

– Dime mamá.

Ella vaciló un instante. Estaban desnudos y sudados sobre el sofá, uno al lado del otro. Eva vio la ventana abierta y descubierta, pensó que cualquiera que se asomase podría ver qué estaban haciendo. Por primera vez le pareció una locura todo aquello, se comportaban como una pareja de adolescentes descerebrados, con el cuerpo de su marido aun caliente.

– Quiero que te concentres en acabar de la forma que desees, úsame a mí y a mi cuerpo como desees. Pero quiero que te corras dentro de mí. Mi cuerpo necesita el calor del semen de un hombre como tú. Lléname el coño y las entrañas de tu leche y dame el calor que me falta por la triste marcha de papá.

– Sí mamá.

Ella le sonrió dulce y le besó en las mejillas como solo besan las madres a sus hijos. Luego le agarró la polla y la masturbó un rato, sintiendo el calor. Luego la soltó y quedó a la espera de lo que su hijo ordenase.

– Creo que puedes abrirte mamá. No tardaré mucho en correrme.

Ella se tumbó boca arriba en el sofá y se abrió, feliz. Su hijo se acopló y ella mantuvo las piernas bien abiertas, mirando como la fina lluvia caía lentamente en el exterior. Recibió de nuevo la polla de su hijo con vigor, esta vez se sentía más dolorida pues había perdido humedad. Poco a poco Rómulo logró meterla entera de nuevo hasta conseguir que la lubricación fuera total. La puerca de su madre no tardó en ofrecer su coño de nuevo bien mojado y cálido. Gemía de dolor mientras alguna lágrima caía por su mejilla sin dejar de mirar la lluvia.

Vanesa decidió asomarse de nuevo con cuidado.

Rómulo no tardó en descargar con la manguera bien enchufada en las entrañas de su madre. Eva sintió como un río de calor le inundaba por dentro.

 Sus gemidos y lágrimas quedaron congelados justo cuando el Réquiem de Mozart terminó,  justo cuando Rómulo derramó la última gota de semen y justo cuando los ojos de Eva y Vanesa se cruzaron.

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