El pasado mes de octubre me pasó algo que no puedo evitar contar aquí. Fue algo morboso y excitante, no esperado y que hasta ahora aún me tiene fascinado.

Antes de nada, voy a hablar un poco de mí. Tengo 38 años y vivo en Madrid, España, donde trabajo de contable en una multinacional. De todas formas, nací y viví hasta los 22 años en una capital de provincia algo alejada de mi residencia actual, que es donde aún viven mis padres. No me gusta demasiado volver por allí, en parte porque aprecio mucho mi ciudad actual, y en parte porque tuve una juventud allí un poco “salvaje”. Con mi grupo de amigos, algo pasados de rosca e influenciados por los grupos musicales de aquel momento, flirteamos con las drogas y con todos los desfases que se nos pusieron cerca.
Aquello acabó fatal. Una de las chicas del grupo se suicidó, y algunos de los amigos aún llevan una vida desastrosa. Otros hemos rehecho nuestras vidas y nos va razonablemente bien, ya curados de esos pecados de juventud. Yo, por aquel entonces salía con Marta, una chica preciosa, morena y alta, con ojos grandes y oscuros que me cautivaron en cuanto los vi en una discoteca de moda de entonces. Marta era una chica de familia bien, de esas que son varios hermanos y van a la iglesia todos los domingos. Pese a ello, al salir conmigo y unirse a nuestro grupo, pasó de ser una chica modosa y estudiosa, a estar tan enganchada a todos los vicios (alcohol, hachís, pastillas… sexo) que a mí mismo me daba miedo. Cuando nuestro grupo estalló y mis padres me trasladaron obligado a Madrid, nuestra relación se rompió y no supe nada de ella en muchos años. Luego me enteré de que se había casado, tenía niños, y que llevaba una vida de lo más convencional. Me alegré de ello, siempre tuve el remordimiento de haberle jodido la vida.
Con todo, aún muchas noches recuerdo nuestras sesiones de risas y sexo salvaje, cuando todo nos importaba nada. Como dice el gran Springsteen en The River “But I remember us riding in my brother´s car. Her body wet and tan down at the reservoir”. Marta, cuando estaba afectada por el hachís le surgía la fijación sexual de ser dominada, usada, sometida… y yo, también afectado, jugaba el papel que ella me asignaba, usando el lenguaje más rudo que se me ocurría, gritándole, atándola a la cama o exigiéndole cosas como si fuese mi criada, siempre impresionado por el grado de excitación que Marta alcanzaba. En fin, eso pasó y nunca pensé que iba a tener influencia en mi vida actual, mucho más tranquila y convencional. De hecho, en los últimos años he tenido alguna pareja estable, aunque en este momento estoy libre y, en el plano sentimental, mi vida vuelve a ser un poco tumultuosa.
Pero bueno, paso a contar el episodio que me tiene fascinado en los últimos tiempos. Ocurrió que en uno de mis viajes de trabajo, comiendo con un proveedor, se me quebró la funda de un diente que me habían puesto en la adolescencia después de que me lo rompiesen en una pelea. Esto me obligaba a ir al dentista, cosa que odio y procuro evitar. La casualidad hizo que tuviese un viaje programado a mi ciudad natal con motivo del cumpleaños de mi madre, así que pedí cita en la clínica dental de siempre.
La clínica había sido ampliada y ahora era mucho más grande y moderna de lo que yo recordaba. Había varias salas separadas por paredes de cristal y muchos profesionales con bata blanca, casi todos chicas jóvenes. Llegué y me pasaron a la sala de espera. Mi cita era urgente, y se atendería cuando quedase un hueco. Mientras leía alguna revista observaba el ir y venir de dentistas y enfermeras, impresionado por lo guapas que me parecían todas. Empezaba a pensar que me excitaban especialmente las batas blancas. A los pocos minutos, la recepcionista me pasó a una de las salas y allí, me recibió una chica morena, de unos 28 años y bastante guapa. Me llamó la atención por algo, su cara me era familiar, pero no sabía por que.
Le conté mi problema y ella se dispuso a trabajar. Me acomodó en el sillón e inspeccionó mi boca. A continuación me pasó a una sala anexa donde me hizo una radiografía de la dentadura completa. Me preguntó el nombre para incluir la radiografía en el archivo informático, y volvimos a lo que ella llamó con una sonrisa preciosa el “sillón de torturas”.

 

Ya sabía como te llamabas, aunque no estaba segura del todo.
¿quée?
Sí, jaja, tú no me reconoces, pero hemos sido cuñados… yo soy Estela, la hermana pequeña de Marta. Lo que pasa es que he cambiado algo ¿no? Jajajjajaja. Tú también has cambiado. Anda abre la boca.

 

Empezó a trabajar y no pude contestar, pero en ese momento caí en la cuenta de todo. ¡Por eso me resultaba familiar! Estela era la hermana pequeña de Marta. Aquella mocosa que cuándo yo salía con Marta tenía unos 13 años. Aquella que con su permanente aparato en los dientes y su ropa siempre rosa me parecía insoportablemente cursi y desgarbada. Pero eso era entonces, porque ahora era una proporcionada y resuelta joven que se había hecho dentista, y manejaba a los pacientes con soltura y a su antojo.
Reconozco que ser atendido por la hermana de Marta me dio cierto miedo o reparo. Uno siempre va al dentista con miedo, pero si el dentista es la hermana pequeña de alguien a quien mi mala influencia casi le destroza la vida, se tiene aún más inquietud. De hecho, su familia siempre mostró hostilidad hacia mí, cosa que ahora comprendo perfectamente. En aquellos años de relación con Marta, la antipatía de su familia me traía completamente sin cuidado. Simplemente procuraba no aparecer por allí cuando estaban sus padres y, cuando no estaban y Marta quedaba al cuidado de sus hermanos pequeños, entonces sí aparecía yo, y nos encerrábamos en su habitación a practicar en una cama nuestras sesiones de sexo salvaje y así evitar el asiento trasero del coche. Estela entonces, con resignación, cuidaba de las necesidades de los más pequeños por delegación de Marta, que tenía sus propias necesidades (que era yo quien atendía :-).
A pesar de mis miedos en la camilla, Estela trabajaba con soltura y no me hacía excesivo daño. Cuando tuvo clara la “obra de reparación” que me iba a hacer, se retiró la mascarilla y me la explicó, anunciándome que iba a anestesiarme preventivamente.

 

En realidad no te hace mucha falta, porque el diente ya lo tienes desvitalizado, pero es posible que te haga algo de daño en la encía al tallarlo.
Haz lo que tengas que hacer –dije yo haciéndome el duro para aparentar valentía-
Mis palabras la produjeron una sonrisa divertida, y para mí preciosa. Preparaba la jeringuilla con el anestésico y los instrumentos que iba a usar a continuación, hablando alegremente.
Ya verás qué guapo vas a quedar, jiji, no tanto como eras, pero es que el tiempo pasa.
Venga, no te burles de mí, que mira en qué estado estoy.
¿En qué estado estás? Jajaja no seas quejica. Que sepas que estuve dos años completamente enamorada de ti y que ni me miraste. Jajaja, te veía guapísimo. Anda, abre la boca, que viene un pinchacito.

Joder, sus palabras me tenían extrañado. Por un lado, tomaba el papel de médico y me manejaba a su antojo, hablándome como si yo fuera un niño pero con una gran profesionalidad. Pero por otro me sentía halagado de que una belleza así hubiese estado, de niña, “enamorada” de mí, y notaba coqueteo y una cierta nostalgia en sus palabras. Aunque para nostalgia la mía. Era uno de esos momentos en que uno piensa que ojalá se pudiese rebobinar la vida… siempre he tenido la sensación de que en el presente no me doy cuenta de las cosas que pasan a mi alrededor. Y ahora, joder, era yo el que me había “enamorado” repentinamente de la preciosa joven que estaba trasteando en mi boca.

No sé, supongo que todos hemos tenido algún episodio en el que nos hemos sentido muy atraídos por una profesora, doctora, la dependienta de la tienda de muebles, la cajera del supermercado o algo así… entonces ponemos una sonrisa benéfica y actuamos de forma “idiota”. Las mujeres tienen un don especial para captar estos gestos y, cuando los hacemos, se desencadena en ellas un mecanismo por el que perdemos automáticamente la mínima atracción que pudieran sentir hacia nosotros.
Para mi fortuna, en mi situación de aquel momento no pude hacer ningún gesto estúpido y, no obstante, yo me sentía completamente ridículo. Estaba recostado en una camilla de dentista, con un babero de plástico, con un diente roto, la boca abierta, y con un aparato que succionaba mi saliva. Por supuesto, sin poder hablar ni sonreír, y con mis ojos clavados en los preciosos ojos de Estela, en los que nunca antes me había fijado.
Ella se había puesto una mascarilla y me hablaba mientras trabajaba. Había un fresco olor a menta que no sé si pertenecía a la clínica o al cuerpo de Estela, que se adivinaba sólido bajo su bata. Supongo que para ella la situación era completamente rutinaria, pero para mí era una mezcla de sensaciones. La veía alta, cercana al metro setenta, aunque algo menos que su hermana. Su pelo largo pero no exageradamente, oscuro y liso estaba recogido en una coleta informal que dejaba ver todo su rostro no cubierto por la mascarilla. Su piel, más bien morena, y su nariz recta le conferían personalidad, al igual que a Marta tal como la recordaba. Sus ojos denotaban que ponía concentración en su trabajo. Eran oscuros, marrones, como diría Fito “del color de la cocacola”, y también parecidos a los de su hermana que me volvían loco.
No sé el tiempo que estuve allí siendo tratado. Recuerdo que Estela trabajaba y hablaba de cosas informales. Aunque sí hubo dos momentos en los que hizo algo, no sé si a propósito, pero que me sorprendió y excitó bastante. Cuando tuvo mi diente tallado, preparó una masilla para tomar un molde de mi boca, y así encargar una nueva funda. Situada detrás de mí la colocó con sus dedos en mi boca sobre mis dientes superiores, y entonces apoyó la parte trasera de mi cabeza sobre sus pechos de modo que pudiese apretar fuerte con los dedos encajar perfectamente la masilla en mi dentadura. Estuvimos así cerca de un minuto, en ese momento ella no hablaba y yo, yo sólo pensaba en las dos montañas sobre las que apoyaba mi cabeza, redondas y tensas. Ufffff qué sensación. No sé si fue una fantasía, pero tuve la impresión de que simulando colocar mejor el molde, hizo algunos movimientos laterales insistiendo más en el contacto sobre su pecho. Lo que sí puedo asegurar es que notaba su corazón, y su respiración. Era algo excitante.
Un segundo momento de excitación se dio cuando me estaba colocando un cemento para que mi sonrisa no se resintiera estéticamente esas 2-3 semanas en las que aún no iba a tener colocada la funda definitiva. En esos momentos su pecho también rozaba deliciosamente contra mi hombro. Uffffff creo que estaba algo excitado ¿lo notaría Estela?
Por lo demás, todo había transcurrido entre miradas, su charla agradable y mi sentimiento oculto de envidia hacia el novio con el que me comentó que vivía. Aunque hubiese estado libre y, a pesar de la atracción que sentía hacia ella, jamás me habría atrevido a decirle nada. Era como si fuese un tren que ya había pasado por mi vida y no tenía posibilidad alguna de alcanzar. Sentía su posición en el mundo superior a la mía… era joven, guapa, simpática, preparada, mientras que yo ya me acercaba peligrosamente a la madurez de los 40 años, sin haber hecho nada destacado en una vida, la mía, que transcurría sin pena ni gloria. Pero las cosas pasan cuando no se esperan y, para mi sorpresa, antes de despedirse, Estela me propuso salir a tomar algo en plan tranquilo “para recordar viejos tiempos”, ya que “esta noche su novio estaba de guardia en el hospital”.

Por supuesto, tratando de no dejar translucir mi entusiasmo por la propuesta, y con el labio superior aún anestesiado, le dije que sí. Ella, una vez más marcando la pauta de nuestro encuentro, me dijo que iba a salir de la clínica pronto, que se daría una ducha y que sobre las 9 de la noche, podíamos quedar en la esquina de la casa de mis padres.

Con ese sentimiento de niño con zapatos nuevos me dirigí hacia mi coche, pensando en la situación que se había propiciado sin haberlo previsto. Puntual a mi hora, bajé con mis mejores vaqueros, camisa oscura, chaquetón y bufanda. Hacía un frío polar ese día. Al cabo de 10 minutos de espera, ya estaba empezando a impacientarme… la llamé al móvil y me dijo… “ya mismo llego, no tenías que haber bajado hasta que no te hubiese llamado”. Joder, empezaba a sentirme ridículo allí esperando. ¡¡Al final llegó con 27 minutos de retraso nada menos!! Y yo, muerto de frío, pensando en qué cojones hacía yo ahí esperando a esta chica… madurando la idea de lanzarme a su cuello sin perder tiempo.
De todas formas, he de reconocer que cuando apareció mi seguridad ya no era tanta. Venía guapísima y sonriente, con el pelo recogido y un chaquetón rojo que dejaba ver sus piernas enfundadas en unas medias negras. Sobre ellas, una segunda capa de medias de las que se llaman “calzas” hasta por encima de sus rodillas.
Tras los protocolarios saludos dijo

 

Vamos a ir a la zona de la avenida.
No, vamos a un bar que hay en el casco antiguo -contesté con firmeza pero con educación-
No, allí no, que hay que andar un poco y hace mucho frío –decía resistiéndose-
Ya sé el frío que hace, llevo 27 minutos esperándote. Además, si sabías que hacía frío, no haberte puesto falda.
Eso ya no tiene remedio.
Bueno, pues haberlo pensado antes –dije sonriendo-

Me había hecho esperar tanto tiempo que ahora tenía claro que iba a dejarla manipularme. Me apetecía ir a un bar irlandés que hacía años que no iba y, tomando su brazo, la guié en esa dirección. Aún así, ella protestaba adoptando un tono de niña:

Jooo, por qué tenemos que ir donde tú dices. Yo salgo mucho por esa zona, no ves que vivo cerca…Porque yo quiero ir allí, así que no seas pesada y vamos.

Pero es que hace mucho frío para andar –era verdad, hacía mucho frío, pero no pensaba ceder-
Tú vives aquí y puedes ir cuando quieras al que quieras. Pero hoy vamos al que digo yo.

No dijo más cosas sobre el asunto, pero se notaba que caminaba a regañadientes, que quería irritarme. Ahora ya, vestida de calle, ya no era la eficiente doctora que domina todo y se había transformado en una chica joven y algo alocada. Habíamos cambiado los papeles, y era yo el que hacía comentarios más adultos. Íbamos por las calles del centro y, cómo las aceras eran estrechas, caminábamos por el asfalto. Pasó un coche y tuve que tirar de ella para apartarla. No fue una situación peligrosa, pero se veía que quería provocarme de alguna manera.

 

Te estás portando fatal –dije divertido- al final tendré que acabar dándote unos azotes en ese precioso culo que tienes.
Jajajajaja ni se te ocurra. No creo que te atrevas.
¿No crees? Pues si tengo que hacerlo lo haré, jajaja
A mí nadie me da azotes. Puedes hacerme lo que quieras menos darme azotes –dijo provocándome-
No me pongas a prueba, Estelita. Ya fui bastante irresponsable con tu hermana, a ti prefiero educarte, para que tus padres me tengan algo que agradecer.
¿Tienes un chicle? –dijo con tono ya serio-
Sí toma –saqué del bolsillo de mi chaquetón un paquete-

 

Entonces Estela, se detuvo, lentamente desenvolvió uno de ellos y, tras metérselo en la boca con un gesto divertido, recreándose en el momento, tiró el papel al suelo mirándome retadora. Entonces no pude aguantar más, partiéndome de risa la cogí de los brazos y, aprovechando mi mayor fuerza, la incliné hacia delante y le di varios azotes fuertes sobre la ropa que llevaba, mientras ella gritaba “¡déjame!”.

 

Jajajaja eres un cabrón, te has aprovechado de que eres más fuerte –era verdad-
No haberme provocado, jajaja, a ver si ahora te portas bien, o te tengo que volver a dar…

 

Según yo decía esta última frase, noté que había una curiosa excitación en su mirada y entonces me di cuenta de todo. Me pasó por la cabeza cuál era la razón por la que ella me había dicho que quedásemos juntos. Deduje qué era lo que ella buscaba en mí y decidí jugármela.
La tomé de la parte superior del brazo, y la llevé hacia la oscura acera de la calle y, cuando ella se apartaba de mí sonriendo tímidamente le dije con frialdad “Estela, ven aquí”. Insistí “Ven aquí ahora mismo”. Noté que dudaba, pero seguí “¡vamos! ¡aquí!”. Obedeció. Me quedé alucinado. Bajo su cabeza y me obedeció. Tomé su cara con ambas manos y le pegué un beso fuerte en los labios. Un beso duro, dañino, salvaje, mordiendo su carne e introduciendo mi lengua en su boca. Lo prolongué durante un minuto y notaba cómo se aceleraba su respiración. Notaba cómo sus manos sujetaban mi cintura, y cómo su cuerpo se apretaba contra mí sobre nuestros abrigos. Cuando paré dijo.

 

Me gusta tu lengua
¿Sí? ¿es mejor que la de tu novio?

 

El gesto de su cara lo dijo todo. Le había hecho daño, pero yo estaba con la soltura de los que se saben ganadores de la batalla, continué besándola y notaba como se entregaba, pero no me conformaba con eso y quería ir mucho más allá:

 

Estela, tengo una fantasía. Quiero que me des permiso para usar tu cuerpo esta noche cómo y cuando quiera. Pero no te asustes, te dejo dos condiciones.
¿Qué condiciones? –dijo susurrando-
Primero, que tengo todo el permiso sobre tu cuerpo, pero que me lo puedes retirar cuando tú quieras sólo con decirlo. Y segundo que no te voy a hacer daño físico. Por lo demás eres mía.
… -se quedó pensativa-
Estela, no te lo voy a repetir… dije aparentando firmeza
Si, sí te doy permiso, pero no lo digas más veces.

 

 
Joder, qué curioso me pareció. Estaba dispuesta a hacerlo, pero aún le daba reparo oírlo. Una preciosa mujer, diez años menor que yo y con pareja, se entregaba a mí sólo por cumplir una fantasía que tenía en su cabeza desde niña. Y yo no iba a hacer que se arrepintiese.
Sin ningún gesto más, salvo que la dirigía del brazo, llegamos al bar irlandés que me gustaba. Cuando se despojó de su abrigo, me quedé impresionado. La verdad es que se había puesto guapísima y por eso habría llegado tarde. Llevaba una falda verde con look militar, muy corta, y una camisa ultra femenina blanca y delicada para contrarrestar el efecto. Medias y botas negras. La miraba tratando de no dejar traslucir mi deseo.

 

¿Qué miras? –me dijo partiéndose de risa-
Jajajajaja ¿qué piensas que miro, listilla? –ahora ya miraba descaradamente todo su cuerpo-
Mis botas jajaja son las botas de moda este año…

Sí, ya las he visto. Si luego hace frío me las podrías dejar a mí para meter las manos y que no estén frías
Jaja ¿Y dónde pongo los pies?
Ummm ya te diría yo dónde…
Ah ¿sí? ¿me vas a decir lo que tengo que hacer? –Dijo con el tono más pícaro de que fue capaz-
Claro –dije yo, aparentando seguridad- Acércate a mí y dame un beso… quiero sentir tu cuerpo. Vamos.

 

Ufffff aún no me lo podía creer. Contoneándose despacio me obedeció y pude sentir de nuevo sus preciosas tetas, esta vez sobre mi cuerpo. Mientras duraba nuestro beso, rozaba descaradamente su cuerpo contra el mío. Hasta tuve que decirle que tenía que aparentar un buen comportamiento “Estela, quiero una chica bien por fuera y una puta por dentro”… con un gemido a modo de queja se volvió a sentar en su taburete.
Entonces comenzamos a hablar de temas diversos. Le combinaba preguntas de cosas serias de nuestra vida, con otras de aspectos más morbosos de su vida, como la ropa interior que llevaba o cuáles eran sus fantasías. Me confesó que incluso ahora, en algunos momentos de pasión, se excita pensando en los episodios que tenía yo con su hermana. Esos episodios donde trataba a Marta como una auténtica puta. Estela, que entonces era una adolescente, nos espiaba o simplemente nos oía despertando en ella unas sensaciones que hasta entonces desconocía.

 

Que sepas que por tu culpa empecé a masturbarme. Jiji, me corrompiste.
Ah sí? ¿y se masturba mucho esta niña bien? ¿lo sabe tu novio?
No, nadie lo sabe, sólo tú ahora –dijo con alguna timidez-
Estela! ¿cuántas veces a la semana? Vamos, dímelo. –yo siempre firme-
Jooooo
Vamos!
¿Cinco? –ahora sí se había puesto roja-
Cinco son pocos para ti, yo creo que eres mucho más puta que eso. ¿Acaso no acabas de entregar poderes sobre tu cuerpo a un desconocido?
… sí –dijo tras unos segundos-

 

Sentados en nuestros taburetes, recoloqué mi abrigo sobre las rodillas y, disimuladamente, deslicé mi mano subiendo entre sus piernas por el tejido de sus medias. Me miró sobresaltada, pero no dijo nada. Yo me llevé una cierta decepción porque no llevaba medias hasta la mitad del muslo, que son las que me gustan a mí. Se lo dije y contestó “hace mucho frío, además, con minifalda no se puede, parecería una puta”…
“Es verdad, me gusta que por fuera parezca que eres buena”. Yo representaba mi propia fantasía, que consistía en hacer gestos aparentando una conversación normal entre amigos. Aparentar ser gente decente y, sin que nadie en el bar lo sepa, hablar de temas muy subidos de tono. A juzgar por cómo me seguía el juego, la fantasía era compartida. Aspecto de personas honestas, un tema de conversación muy guarro, y algunos roces disimulados a su cuerpo o al mío sin que nadie los perciba… uffffffffff Estela estaba en ebullición. Yo también. Por supuesto, nos dábamos algunos besos, pero sin el punto salvaje que ella se merecía.
Le hice admitir que la excitaba muchísimo que la tratasen como a una puta… me contó que cuando me vio en la consulta se mojó sólo de recordarme. Que estaba tremendamente caliente mientras trabajaba en mi boca, hasta el punto de tener miedo de que alguien lo notase. “¿Ah sí? Y ahora no estás húmeda?” acercó su boca a mi oído y, tras deslizar su lengua sobre mí susurró “síiii, no te imaginas cómo…”. Ufffff yo también llevaba toda la noche excitado, pero ahora especialmente mi polla estaba a punto de reventar los vaqueros. Una idea me rondaba la cabeza.
 

Vi que en la zona de la barra dónde estábamos no había camarero y dije “Estela, ven aquí, ponte de pié”. Yo estaba sentado en un taburete lateralmente a la barra, con el brazo izquierdo apoyado en ella. Mis piernas estaban abiertas y ella vino a abrazarse a mí. “mira a la barra Estela”… quedó de pié entre mis piernas y mientras le besaba el cuello y mi mano derecha acariciaba su espalda. Tapada de la gente de alrededor por su propio cuerpo, mi mano izquierda se metió por la cintura de su falda… dentro del elástico de sus pantys, acariciando la piel de su abdomen fui bajando bajando, por el interior de sus braguitas… su monte de venus depilado total… el comienzo de su rajita… hasta su sexo… ufffffff realmente estaba súper húmeda, y su cara… su cara era un poema en ese momento. Sin sacar mi mano dije:

 

Estela… Estela habla conmigo, cuéntame ¿qué vas a hacer mañana en el trabajo?
Eres un puto cerdo –dijo susurrando nerviosa y divertida-
O te comportas bien o todo el mundo va a sospechar que aquí pasa algo, que esta chica tan fina y tan mona tiene la mano del hombre con el que va dentro de su ropa interior.
Vamos, ¿qué vas a hacer mañana en el trabajo…?
No séee, jooo, atender a los pacientes –se le iba un poco la voz… estaba muy excitada-
Ah sí? Ten cuidado con los pacientes, que algunos te ponen caliente… -dije con una voz maléfica-

 

En ese momento vino la camarera hacia nuestro lado y me dio corte tener allí la mano… la saqué disimuladamente, no sin antes mirar a los ojos a la chica que se percató de todo.
Continuamos hablando como si nada hubiera pasado, pero el ambiente entre nosotros estaba tremendamente caldeado. Cada poco se acercaba a mí y me rodeaba con sus brazos besando mi cuello… mientras yo acariciaba su espalda bajo la fina tela de la blusa… siempre erguido y sin perder mi posición. Tan pronto hablaba de cosas serias, como espetaba con total seriedad:

 

Estela, ¿cuántas veces te habían tocado el coño en la barra de un bar lleno de gente?
Ummmmm… hasta hoy ninguna –ya había cogido mi juego y aparentaba también seriedad-
Jajajajaja pues no parece que te haya disgustado…
Ha sido horrible… ufffff –dijo gimiendo mientras me guiñaba el ojo-

 

Cada vez me sentía más ansioso por estar con ella. Me bebí mi copa de un trago y dije:

 

¿No decías que vivías por aquí?, pues vamos a tu casa.
¿A mi casa? –eso no parecía gustarle mucho-
Sí, a tu casa. Yo no soy dentista, pero también tengo un tratamiento para ti…
Es que… mi novio… -un poco compungida-
¡Vamos! –sabía que su novio estaba de guardia-

 

Una vez más la tomé del brazo y la dirigí hasta salir del bar… a partir de allí nos besamos salvajemente en cada esquina… pero la notaba nerviosa… no le gustaba que fuésemos a su casita. Ya nos estábamos acercando y mi mente seguía maquinando. Joder, a mí mismo me sorprendía qué mente más sucia tengo. En un rincón oscuro la detuve y entre besos metí de nuevo mi mano entre sus piernas bajo su falda… uffffff estaba muy caliente y se notaba que la humedad estaba filtrando la tela de su lencería…

 

¿Qué te pasa? Estelita, ¿no quieres que te folle como te mereces?
Síiii, pero es que en mi casa…
Te follo donde me da la gana. Me has dado permiso para hacer contigo lo que quiera…
Sí, pero si nos ve algún vecino…
Haberlo pensado antes… ya has despertado a la bestia -dije con maldad atrayéndola para que notase mi miembro erecto-
Pero… no podrías dejarme subir a mí primero… por favor… por favor…

 

¡Ajá! Ya la tenía donde yo quería… desde luego hay días en los que todo sale bien… justo quería que me propusiese esto y ya había elaborado mi plan:

 

Vale, pero con una condición…
¿Qué condición? –se notaba que ya tenía miedo a mis ideas, pero la excitación la podía-
Llamaré al interfono cuando llegue, abrirás la puerta del portal sin contestar y, en ese momento abrirás la puerta de tu apartamento, apagarás todas las luces salvo una luz de mesita, y te colocarás inclinada hacia delante en la mesa del salón… con los brazos extendidos… Estela… de espaldas a la puerta ¿vale?
…. ¿y si entra alguien? –tardó unos segundos en contestar, como si internamente luchase sobre si hacerlo o no-
Tendrás que correr el riesgo… si no quieres me quitas mis derechos y me voy…
No, no –respondió al instante- he decidido jugar y voy a jugar… -sus ojos brillaban-
Esta es mi niña!!! Ah! Una cosa más… pase lo que pase… no te muevas y no mires hacia atrás… al menos hasta que yo té de permiso ¿lo prometes?
Jooooo… me das miedo… pero sí, lo prometo…
¡Eres una puta Estela! ¡Detrás de esa carita de niña buena, no hay más que una puta caliente! –cambié voluntariamente en tono a brusquedad- dime tu dirección ¡vamos!
Marqués de Vadillo, 2, 3º A…
¡Venga, vete! En 10 minutos estoy allí…

 

La vi alejarse caminando rápido y sin mirar atrás. En realidad tenía miedo de que al llegar a su casa le entrara la sensatez y no me abriese… quizá estaba perdiendo un polvo seguro por forzar la situación, pero a veces hay que arriesgarse… ¿no?
Aproveché esos 10 minutos en entrar en una tienda de chinos “todo a 1 €” y compré cinta adhesiva de pintor, unas tijeras y un trozo de tela negra… Sin dejar pasar mucho tiempo, llegué a su portal y llamé al interfono. Todo sucedió según lo planeado y sonó el zumbido que abre el portal.
Al llegar, la puerta estaba cerrada salvo por una pequeña rendija. Empujé y todo estaba como le había pedido… había puesto música suave y se notaba un ligero resplandor que salía de una puerta… era el salón… me acerqué y allí estaba ella… inclinada y dejando su culazo a mi vista… la falda le daba una forma redonda preciosa… se había quitado las medias. Fue obediente y no miró. Yo tampoco emití ninguna palabra, aunque hacía los sonidos propios de mis pasos.
Pausadamente, me quité el abrigo y lo puse en una silla. Tomé la tela negra que acababa de comprar y, haciendo una cinta con ella, me acerqué a Estela… me di cuenta de que estaba temblando… con un movimiento sencillo la tapé los ojos con la tela y lo anudé atrás… “ssssssssssshhhhhhhhhhhhhhh” dije… no quería usar mi voz. A continuación, con la cinta adhesiva de pintor pegué sus muñecas a las patas de la mesa que, por suerte, no era muy grande… “ssssssssssssshhhhhhhhh”… yo seguía sin hablar y ella… ella temblaba ahora ostensiblemente. Dijo “¿eres tú?… ¿eres tú?” y yo una vez más “ssssssssssssshhhhh”.

No podía creerme mi suerte. Tenía a mujer brutal a mi completa disposición… comencé a pasar las yemas de mis dedos por su piel… por su espalda… por sus piernas… la cara interior de sus muslos… ahora ya sólo gemía y aún no había hecho absolutamente nada. Joder… yo estaba empalmadísimo pero no quería follármela simplemente… quería disfrutar el momento y hacerla gozar como nunca. Pasé de mis caricias suaves a presionar con mis manos todo su cuerpo… su culo, su espalda… el lateral de sus pechos aplastados en la mesa… su nuca… y ella sólo gemía con cada uno de mis contactos “ummmmmmm” “por favorrrrr”… “¿eres tú?”… le dí un fuerte azote sobre su culo “ssssssssssshhhhhhhhhhh” seguía sin decirle nada.

Tras contemplarla unos segundos… era una auténtica jaca a mi disposición… metí mi mano bajo su falda… y con ella abierta me dispuse a cubrir su sexo. Reconozco que me decepcionó un poco que se hubiese quitado también las bragas porque quería cortarlas con las tijeras, pero la noté tan húmeda que su flujo comenzaba a resbalar por su muslo… Uffffff nunca había visto a una chica así, pero en ese momento me pareció lo más natural del mundo. Le subí la falda para dejar su culo a mi vista. La luz era ténue, pero lo suficiente para disfrutar el momento.
Me arrodille detrás de ella y, con mi mejor técnica, comencé a pasar mi lengua longitudinalmente a su raja… joder, era preciosa, labios grandes e hinchados, abiertos haciendo una curva mágica… me moría por envolver con ellos mi polla que, en ese momento, estaba a reventar…. pero lo primero era hacerla gozar a ella, quería verle retorcerse y me puse a hacerle cosquillas con roces extremadamente suaves de mis manos. A pesar de sus ligaduras, movía su culo como queriendo clavarse en mis dedos… gemía “por favor… por favor… por favor… fóllame”, y yo le daba un azote en el culo que ahora estaba frente a mi cara –plas- “sssssssssshhhhhhhhhhhhhhh”.
Mientras, mi lengua seguía trabajando. Bebía el elixir que manaba de esa parte de su cuerpo que, cada vez tenía más claro, estaba diseñada sólo para el placer… mi placer y el suyo. Su coño, su sexo, su raja, su gruta… ella sólo gemía y se movía… antes de meter mis dedos para acompañar los movimientos de mi lengua noté como incrementó sus gemidos y se puso a jadear… “se estaba corriendo la muy puta”… joder qué momento… no pude evitar sacar mi teléfono móvil e inmortalizar el momento, su cuerpo y también algún primer plano de su vagina… “para mi consumo interno” pensé, ¿Quién sabe el tiempo que tardaré en vivir otra situación así en mi vida?
Cuando se fue relajando y en lugar de follármela directamente, decidí continuar para que tuviese la mejor comida de coño de su vida, me había sabido a poco lo anterior… Ahora, con más tranquilidad, me fui centrando en diversos lugares… los pliegues de sus labios, su pequeño agujerito… por cómo gemía, creo que descubrió algo que no conocía… y entre lengüetazos longitudinales fui acercándome a su clítoris. Ella mantenía las piernas abiertas y poco a poco notaba cómo volvían a incrementarse los sonidos que emitía… cómo los movimientos de su grupa se aceleraban… pero esta vez mis dedos sí exploraban a fondo su cuerpo… caliente y resbaladizo… hacía los curiosos sonidos propios de la humedad de la zona “chip chip chop chip”… me moría por decirle que era una puta, que cómo se podía poner así porque un desconocido la atase a la mesa de su propia casa… pero me mantenía callado… quería que no tuviese la completa seguridad de que era yo el que estaba ahí.
Puse mi lengua plana sobre su perla más preciada, mientras con mis dedos masajeaba la zona delantera dentro de su coño buscando su punto g. El masaje en esa zona casi nunca fallaba y, con el estado de excitación de Estela, tampoco fallaría ahora. A los pocos segundos, noté de nuevo en los dedos que exploraban su interior como se contraía en espasmos toda su musculatura abdominal… segundo orgasmo… decía “¡me vas a matarrrr!”… y yo –zas- otro azote… “me matassssss!”… –zas- otro… “¿qué me hacesss? ¡por favorrrr! –zas- -zas-… Joder. Era completamente mía en ese momento. Su orgasmo fue larguísmo, pero ahora ya me tocaba a mí…
Sí, me tocaba a mí. Me desvestí rápidamente… mientras ella seguía diciendo “¿eres tú?”, “¿dónde estás?”, “por favor… ¡fóllame!”… me acerqué despacio al otro lado de la mesa, junto a su cabeza… ella seguía con las muñecas atadas a la mesa y los ojos vendados… la cogí por la nuca, del pelo, tratando de simular autoridad pero no hacerle mucho daño y sin contemplaciones introduje mi polla en su preciosa boquita… No tuve que decir nada… comenzó a chuparla con ansiedad, como si no hubiera comido nada en dos semanas… yo dirigía sus movimientos con mi mano en su nuca y cogiéndola de su pelo. Tan pronto le hacía lamerme el mástil lateralmente, como se la introducía todo lo que daba de sí hasta la garganta provocándole arcadas… La sensación de dominio me fascinaba… creo que a ella también.

Estaba a punto de correrme, pero no quería dejar sin usar ese caliente y acogedor refugio en que se había convertido su coño… así que sin entretenerme mucho más me situé detrás de ella y, después de jugar un poco con la cabeza de mi polla sobre su clítoris, la penetré muy muy despacio y muy profundo… recreándome en cada sensación… entraba sola, todo estaba absolutamente encharcado… agarré sus preciosas caderas con mis manos y comencé a moverme alente y atrás, haciendo movimientos profundos y lentos, para súbitamente coger cada uno de sus glúteos con mis manos y comenzar a darle sacudidas con mucha fuerza… empujones con mi pelvis, como si quisiera sacarla de la habitación… sus gemidos me tenían completamente motivado, me sentía realmente crecido, dispuesto a morir y hacerla morir de placer.

Continué y continué, saboreando cada momento y cada sensación como si fuera la última vez que tendría a esa mujer en esa situación. Cuando no podía aguantar más, bajaba el ritmo y pensaba en el color de la pared para luego, tras unos segundos, seguir y seguir embistiendo a Estela, empalándola. Quería que tuviese el mejor recuerdo sexual de su vida.
Me moría de ganas de hablarle, de gritarle… pero me contenía para que no supiese con certeza quién estaba tras ella, quién se la estaba follando salvajemente… poco a poco fui notando como sus gemidos se hacían más fuertes, hasta que empezó a gritar… joder, lo había vuelto a conseguir. Entonces empecé a hacérselo despacio, para sentir de nuevo sus contracciones, esta vez sobre mi polla… tuvo muchas… más de 20… y yo, yo ya me dejé llevar por las sensaciones y tuve un fuerte orgasmo entre escalofríos de placer, sintiendo como con esos espasmos extraía todo el semen de mi polla. Fue bestial… me derrumbé sobre su espalda…
Ahora sólo sentía amor… aunque mi mente turbulenta ya tenía planeado seguir con el juego… tenía planeado no decir ni una palabra y, soltar casi del todo sus ataduras e irme de la casa… de ese modo, ella sería capaz de soltarse sola, y encontraría un sms en su teléfono móvil en el que la diría “Estela, ¿por qué no me has abierto?”… para que sintiese más dudas de lo que había pasado exactamente… No pude seguir mi plan, no me pude contener… y la besé todo el eje de su espalda, la nuca… mientras la soltaba.

 

Gracias Estela, ha sido el mejor regalo que he tenido en mucho tiempo…
Te lo debía desde hace muchos años, pero creo que te sigo debiendo algo… -intuí su mejor sonrisa-

 

Muchas gracias por leer hasta aquí… y gracias por todos los comentarios y sugerencias.
diablocasional@hotmail.com 

3 comentarios en “Relato erótico: Mi ex-cuñada, una caja de sorpresas (POR CARLOS LÓPEZ)”

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