MEMORIAS DE UN EXHIBICIONISTA (Parte 11):
 
CAPÍTULO 22: EL SHOW DEL SEX-SHOP:
Poco más de una hora más tarde, los tres estábamos sentados a la mesa en un restaurante de la zona, cenando tranquilamente y charlando como buenos amigos.
Bueno, en realidad la que hablaba era Ali, pues Tati, como siempre, se mostraba un poquito cohibida, mientras que yo no prestaba mucha atención a lo que se decía, rememorando una y otra vez los excitantes momentos que había compartido con Alicia un rato antes en el jacuzzi.
Aún podía sentir su delicada mano aferrando con garbo mi polla y masturbándola con maestría. Y las dos nenas que nos habían visto… madre mía, sus expresiones cuando me corrí y la leche salió disparada… lo único que lamenté fue no haber podido grabar la escena para poder deleitarme una y otra vez con sus caras de asombro y lujuria.
–          Ya se lo he explicado a Víctor y le ha parecido buena idea, ¿verdad? – decía Ali en ese instante.
–          ¿Cómo? – pregunté despistado – Sí, sí, no está mal.
Ni puta idea de lo que estaban hablando. Un poquito avergonzado, me obligué a mí mismo a centrar mi atención en mis acompañantes y en dejar de divagar de una maldita vez.
–          Bueno, si a Víctor le parece bien – dijo Tati con duda manifiesta en la voz.
–          Te aseguro que Víctor disfrutará mucho… – dijo Ali con cierto retintín – Además, piénsalo, de todas las cosas que hemos hecho, esta es la más segura…
–          Pero, ¿y si me reconociese alguien? – insistía Tatiana.
–          Que no, nena, te juro que es imposible. Mira, si no me crees, lo haré yo; ya lo he probado antes y fue super excitante. Por eso quería que lo hicieras tú y le brindaras un buen espectáculo a Víctor. Además, yo también quiero ver cómo te desenvuelves…
Más o menos tenía claro que Ali pretendía que Tatiana se exhibiera en un sexshop del que era clienta. Me inquietaba un poco montar el número en un local cerrado y, para más inri, en uno donde Alicia era conocida. Tenía que averiguar más antes de dar el visto bueno, pero disimulando el hecho de que no me había enterado de nada de lo que me había contado.
–          Mira, Tati – intervine entonces – Creo que lo mejor es que no decidas nada aún. Podemos pasarnos por allí, vemos cómo está la cosa y entonces decides. Y ya sabes nena, si no quieres hacerlo, no hay más que hablar.
–          Buena idea – asintió Ali.
La pega fue que Tati interpretó mis palabras como si me sintiera decepcionado por su actitud, por lo que inmediatamente reaccionó asegurando que por supuesto lo haría, que sólo quería asegurarse de que no íbamos a meternos en ningún lío.
Habiéndose salido con la suya, Ali se apresuró a cambiar de tema, dejando la cuestión aparcada. No le di mucha importancia, así que me apliqué a devorar con ganas mi cena, pues después de la intensa tarde que habíamos pasado, tenía un hambre de lobo.
Una hora más tarde, aparcábamos el coche en una zona céntrica y, guiados por Alicia, caminamos tranquilamente en dirección al famoso sexshop, mientras la chica nos contaba cómo había conocido al dueño, el tal Iván y cómo había acabado por convertirse en su clienta, cuestiones que a mí, y lo digo con toda el alma, me importaban un pimiento.
Nuevamente (y para no perder la costumbre) iba pensando en lo mío, pasando olímpicamente de la conversación. Al menos esta vez la excusa era buena, pues tenía la mirada perdida admirando cómo se contoneaban los esculturales traseros de mis dos acompañantes, que desde mi perspectiva (caminando un poco retrasado) eran dignos de cualquier monumento.
Las dos estaban preciosas. Tati vestida con la ropa del trabajo, camisa blanca y falda negra a medio muslo y Alicia simplemente espectacular, con un vestido negro de una sola pieza, llegándole la falda tan sólo unos centímetros por debajo de las nalgas, permitiendo así a su dueña exhibir sus extraordinarias piernas enfundadas en una elegantes medias del mismo color.
Como no hacía nada de frío, ambas llevaban sus abrigos colgados del brazo, con lo que pude deleitarme a placer admirando el hipnótico vaivén de sus culitos enfundados en sus faldas.
Como dije antes, mi excusa para no prestar atención era excelente esta vez.
Por fin llegamos al local. Recordé que ya lo había visitado en una ocasión, años atrás, con motivo de la organización de la despedida de soltero de un amigo antes de su boda (aunque sin duda lo pasamos mucho mejor en la juerga que nos corrimos un año más tarde, con motivo de su divorcio).
Entramos al local, mirando hacia todos lados con curiosidad y poniendo la cara que todos adoptamos al entrar en un sitio de estos, como indicando que hemos venido por casualidad y no tenemos el más mínimo interés en ninguno de los artículos que allí se venden. Esas cosas las usan otros, yo no… ya sabes a qué me refiero.
Enseguida tuvimos encima al tal Iván. Era un tipo alto, bien formado, con la cabeza completamente afeitada pero luciendo unos muy bien cuidados bigote y perilla. Vestía con elegancia, camisa burdeos y pantalón y chaleco negros.
Eso sí, tenía un aire de chulo putas que no me acabó de convencer, aunque se mostró en todo momento tan correcto, educado y libre de prejuicios, que acabó por caerme bien.
–          ¡Hola Alicia! ¡Así que finalmente habéis venido! – exclamó mientras se aproximaba.
Alicia, haciendo gala de cierto nivel de confianza con el tipo, le saludó efusivamente con sendos besos en las mejillas. Con educación, Ali se apresuró a presentárnoslo, estrechándome el tipo la mano con firmeza para a continuación, besar la mano que Tatiana le tendía, dejándola absolutamente estupefacta. Sin duda era la primera vez en su vida que un hombre la saludaba así y la verdad es que yo tampoco recordaba a nadie haciéndolo fuera de las películas.
–          Así que tú eres Tatiana – dijo mirando a mi novia de una forma que no me gustó demasiado – Ali me ha hablado mucho de ti. Bueno, de los dos en realidad – añadió mirándome con simpatía.
–          ¿Te ha hablado mucho? – dije mirando sorprendido a Ali.
–          Sí. Me ha contado todo lo vuestro. Vuestros juegos y aficiones.
–          ¿Cómo? – exclamé estupefacto.
–          Tranquilo – dijo Iván alzando la mano en son de paz – Yo soy como los médicos. Me une la más absoluta confidencialidad con mis clientes. Lógicamente, para saber qué es lo que les gusta, tienen que confiar en mí y decírmelo, sólo así puedo satisfacer sus demandas.
–          Perdona – dije un tanto confuso – Pero no veo…
–          Y, si así te vas a quedar más tranquilo – continuó Iván ignorando mis protestas – te diré que mis propios gustos tienen algo en común con los vuestros. Aunque yo soy de los que gustan de mirar, no de que los miren…
–          Me parece genial – dije un poco cortante – Pero creo que Alicia debería de habernos consultado antes de ir por ahí contando…
–          Alicia no me ha contado nada en especial. Sólo que junto a un par de amigos había estado dando rienda suelta a ciertos impulsos exhibicionistas. Al saberlo, yo le propuse el uso de nuestras instalaciones; ella las probó, se lo pasó estupendamente, nuestros clientes disfrutaron de lo lindo y entonces me comentó que os traería algún día para ver si os animabais a probar vosotros. Si no queréis, no pasa absolutamente nada.
–          ¿Nos? – pregunté sorprendido – Yo había entendido que era Tati…
–          A ver hijo – intervino Alicia – ¿Tú me escuchas cuando hablo? Te expliqué antes que la idea era que probara Tati, pero si os gusta el sitio, otro día puedes probar tú, o hacerlo los dos juntos o…
Ahora sí que no entendía nada. Pero no podía admitirlo, pues se descubriría que no le había hecho ni puñetero caso durante la cena (en toda la tarde en realidad), así que me limité a asentir, como si supiera de qué estaba hablando.
Iván me miraba con una sonrisa mal disimulada, lo que me hizo comprender que el muy cabrito sabía sin duda lo que estaba pasando por mi mente. Sin embargo, como buen vendedor, no dijo ni pío, echándome un capote con la entrenada mano izquierda de alguien bien curtido en esas lides.
–          Ali, creo que lo mejor será que lo vean ellos mismos. Cómo es la sala y para qué la usamos. Seguro que les va a encantar.
–          Sí. Creo que es lo mejor – dije apresurándome a agarrar el salvavidas que me ofrecían.
–          Si sois tan amables, venid conmigo. Señorita…
Muy educadamente, Iván ofreció su brazo a Alicia, que lo aferró haciendo una graciosa reverencia con una sonrisa satisfecha en los labios. Yo rodeé a Tati por la cintura, atrayéndola hacia mí y abrazándola suavemente. Temblaba como un cervatillo.
–          Tranquila nena. Si esto no te gusta o te sientes incómoda, dímelo y nos largamos en un segundo.
–          No, cari – me dijo dedicándome una cálida sonrisa – La verdad es que siento un poco de curiosidad. Si es como dice Alicia…
Sí. Eso. A ver qué coño había dicho Alicia.
Iván nos condujo por un largo y estrecho pasillo, con un montón de puertas dispuestas a los lados.  Aunque la iluminación era tenue, se veía todo bastante limpio, lo que restaba sordidez al ambiente. Yo sabía que esas puertas llevaban a pequeños cuartos para ver porno y que en todas ellas no faltaban una pantalla de tv, una silla, rollos de papel higiénico… y una ranura para echar monedas.
Me sorprendió lo largo que era el pasillo, debía haber al menos 20 puertas dispuestas a los lados y encima de casi todas brillaba una lucecita indicando que estaban ocupadas. Bueno, los que estaban dentro sí que estaban ocupados.
–          Jo – exclamé señalando las luces – ¿Tanta gente viene aquí a ver porno? Pensé que, con Internet, este tipo de negocios estaría de capa caída.
–          ¿Porno? – dijo Iván volviéndose a mirarme – Aquí no se viene a ver porno. Esto es peep show.
La comprensión se abatió sobre mí como una tonelada de ladrillos. Por fin entendía cuales eran las intenciones de Alicia.
Iván se detuvo junto a la puerta que había al fondo, sobre la cual había un cartel de “PRIVADO”. Sacando una llave del bolsillo, abrió y nos invitó a pasar, haciéndose a un lado.
–          Este es mi despacho. Poneos cómodos.
Penetramos en una estancia bastante grande, amueblada con un gusto realmente exquisito. Contrariamente a lo que me esperaba del gerente de un sexshop, no había por las paredes posters o cuadros de mujeres en pelotas, sino cuadros al óleo y alguna litografía, de paisajes sobre todo.
–          Aquí es donde me refugio cuando me saturo de tanto… sexo – dijo Iván simplemente.
Se veía que estaba orgulloso de aquella habitación y le agradó que nos gustara. Me senté en un cómodo sillón que había frente al escritorio y las chicas hicieron otro tanto. Educadamente, nos ofreció una copa, aunque nadie quiso tomar nada. No quería tener nada en la mano por si acababa saliendo disparado de allí.
–          Veréis – dijo Iván tomando asiento al otro lado del escritorio – Nuestro negocio de peep show es en la actualidad una de nuestras más importantes fuentes de ingresos. La gente está saturada de tanta pornografía; en Internet haces clic en una web que vende potitos para niño y te salta un enlace que te permite descargar porno.
–          Eso es verdad – intervino Tati con timidez, demostrando que estaba un poquito más relajada.
–          Así que eso ya no es negocio para nosotros. Seguimos vendiendo DVD, claro, pero normalmente cosas muy específicas. Ya sabéis, un cliente al que le gusta el porno alemán, otro que quiere zoofilia…
–          ¡Agh! – exclamó Ali.
–          Yo no juzgo a nadie – dijo Iván – Mientras sea legal y me paguen…
De la segunda parte estaba seguro. De la primera no tanto.
–          Hace unos años inauguramos las dos salas de peep show, tratando de ofrecer a nuestros clientes una experiencia más real, más cercana. Voyeurismo en estado puro. Y nos fue bastante bien.
–          ¿Dos salas? – dije – Por eso hay puertas a ambos lados del pasillo.
–          Sí. Así aprovechamos la infraestructura de las cabinas antiguas. Además, desde la tienda se accede a otros dos pasillos que literalmente rodean las salas peep (las llamamos así para abreviar). Adquirimos el local de al lado para poder hacer las obras. Fue una fuerte inversión, pero la amortizamos en poco tiempo.
–          Me alegro – dije por decir algo.
–          Gracias – respondió él adivinando mis pensamientos – Pero no fue hasta el día en que cambiamos el modelo de espectáculo, cuando conseguimos realmente triunfar en el negocio.
–          ¿Cambiar? – intervino Tati interesada.
–          Sí. Veréis, al principio, nos limitábamos a montar espectáculos… profesionales. Ya sabéis, stripers (cientos de stripers), shows lésbicos, algún espectáculo de sexo en vivo… incluso montamos un par de sesiones bdsm, contratando gente en un club que hay aquí cerca. Pero no tuvieron el éxito esperado, pues los fans del tema… simplemente acuden a dicho club.
–          Es lógico. Pero no has dicho en qué consistió el cambio – aunque ya sabía perfectamente a qué se refería.
–          Empezamos a contratar gente amateur. Actores no profesionales, que desprendieran ese “tufillo” a vergüenza, a morbo y el éxito se disparó. Es esa “realidad”, la autenticidad, lo que atrae al público. Y, si os soy sincero… a mí me ocurre lo mismo.
–          No me extraña – pensé.
–          Y gente como vosotros… Venís caídos del cielo. La primera vez que vi a Ali me pareció una mujer increíblemente atractiva. Pero cuando el otro día se animó por fin y se metió en la sala… Uf. Ali, querida, ya te he dicho que, en cuanto te decidas, dejes a ese novio tuyo y te convertiré en la reina de la ciudad. Y en mi reina… si te apetece – dijo Iván guiñándole un ojo Alicia con todo el descaro, haciendo que la chica se echara a reír.
–          Ya te dije que me lo pensaría – dijo ella con desparpajo – Pero no prometo nada…
Me tapé la boca con la mano ocultando mi sonrisa. ¡Ay, calvito del sexshop! ¡Ese tiesto ya lo he regado yo cien veces! ¡Y un jamón!
–          Bueno – dijo Iván enderezándose en su asiento – Vayamos al grano. Lo que os propongo (en este caso a ti Tatiana) es la posibilidad de dar rienda suelta a vuestro impulso exhibicionista, permitiéndote mostrarte desnuda frente a un buen montón de gente que te observará desde sus cubículos, separados de ti por un cristal. Como ves, es un medio completamente seguro, pues, aunque alguno pierda el control (lo que no sería de extrañar dada tu belleza), no podría llegar a ti, a no ser que saliera disparado por el pasillo, derribara esa puerta – dijo señalando la que habíamos usado para entrar – y tumbara al guarda que hay custodiando la entrada del peep.
–          No, no – dijo Tati – Si eso no es lo que me preocupa. Quiero decir… ¿Y si me reconoce alguien? No sé. Imagínate que algún conocido está aquí esta noche y…
–          Cht, cht, cht – negó Iván con la cabeza, interrumpiéndola – Eso no es problema alguno. Normalmente, nuestros “actores amateurs” tienen el mismo reparo que tú, así que, simplemente salen disfrazados. Ya sabes, una peluca, un antifaz… lo que quieras.
–          ¡Ah! Claro. No lo había pensado – dijo Tati.
–          Es natural. Es tu primera vez – respondió él con serenidad – Pregunta todo lo que quieras.
Tati le sonrió con simpatía. Su nerviosismo se había evaporado. Aquel tipo sabía lo que se hacía.
–          Claro que sí. Creí que te lo había dicho – dijo Ali – Yo salí con peluca y una máscara. Además, iba vestida de doncella francesa. Ni mi madre me habría reconocido.
Aquello me interesó.
–          ¿Doncella francesa? ¿tenéis disfraces?
Iván me miró, divertido.
–          A ver, esto no es una tienda de disfraces, si buscas uno de spiderman, no lo vas a encontrar.
–          Comprendo – asentí riendo.
–          Pero, aquellos que tienen cierta carga… fetichista. Seguro que sí.
–          Ya, ya, ya imagino que no tendréis uno de Harry Potter, pero…
–          Bueno, de Harry Potter no – me interrumpió Iván – Pero si quieres el de la chavala, la brujita… podremos complacerte.
Todos nos echamos a reír.
–          Bien. A lo que iba – dijo Iván retomando el hilo – Si te animas a participar, Tatiana, entrarás en un camerino donde podrás cambiarte, disfrazarte o desnudarte. Como te venga en gana. Luego, cuando salga de la sala quien esté utilizándola en este momento, se encenderá una luz verde y podrás entrar… a hacer lo que quieras.
–          Sí. Es super erótico Tatiana – dijo Alicia con entusiasmo – Sabes que en todo momento hay un montón de gente mirándote… te pones muy caliente. Es increíble. Pero no pueden tocarte. Además, te ves a ti misma reflejada en todos los espejos… y eso hace que tu imaginación se desboque…
La verdad, la idea no me parecía mala para nada. Era seguro, morboso… es cierto que se perdía la excitación de ver al que te mira, pero, acordándome de las antiguas ideas de Alicia, aquella no estaba nada mal.
–          No sé cari, ¿cómo lo ves tú? – me preguntó Tati.
–          Como tú quieras, cariño. Aunque, si te soy sincero, me seduce la idea de verte haciendo un buen striptease…
Dije aquello sabiendo que Tati sería incapaz de negarse.
Y, efectivamente, no lo hizo.
Tras un par de minutos de charla, nos pusimos en marcha. Tati estaba otra vez un poquito nerviosa, así que Alicia, que al parecer se conocía el sitio al detalle, se encargó de acompañarla al camerino para ayudarla a cambiarse. Yo me quedé con Iván, charlando amistosamente.
–          Bueno – dije de repente – ¿Y nosotros? ¿Vamos a uno de los cubículos?
–          ¿Vosotros? ¡No, no, amigo, en absoluto! – respondió él con vehemencia – ¡Vosotros sois VIPS!
–          ¿VIPS? – pregunté divertido.
–          ¡Por supuesto! Alicia es una buena clienta, una amiga y sobre todo – dijo él mirándome con picardía – no cobráis por el espectáculo.
Me eché a reír. Ya había caído en la cuenta de que Iván había hablado de “contratar” actores para el peep show, pero de pagarnos a nosotros no había dicho ni una palabra.
–          Alicia se ofreció a actuar gratis a cambio de disfrutar de ciertos… privilegios. Y hasta donde yo sé, no hemos cambiado los términos de nuestro acuerdo.
–          ¿Privilegios? – pregunté intrigado.
–          Acompáñame – me dijo Iván levantándose.
No salimos del lugar, pues nuestro destino era una habitación anexa a la que se accedía por otra puerta. No sé qué pensaba encontrar, sobre todo teniendo en cuenta que el despacho del que veníamos era un ejemplo perfecto del buen gusto, pero lo cierto es que la acogedora “sala de observación” a la que entramos me sorprendió bastante.
Era una habitación grande, más de lo que yo esperaba, del tamaño de un dormitorio estándar más o menos. Como la sala anexa, estaba decorado con sobriedad, las paredes pintadas de color oscuro y adornadas, esta vez sí, con fotografías de desnudos, pero todas muy artísticas, nada de pornografía ni ordinarieces.
En la pared del fondo, un enorme espejo reflejaba el contenido de la sala y, justo enfrente, un mullido y cómodo sofá de 4 plazas invitaba a sentarse y a disfrutar del espectáculo.
Junto al sofá, un carrito con ruedas repleto de todo tipo de bebidas alcohólicas de primeras marcas, lo que me hizo comprender que lo de tratamiento VIP iba bien en serio.
–          Normalmente uso esta sala para mi disfrute personal – me dijo Iván tras dejarme unos instantes para familiarizarme con el lugar – Pero, en algunas ocasiones, la cedo con gusto a clientes especiales.
–          Vaya. Entiendo que somos de esos clientes especiales – dije sin dejar de admirar las fotografías de bellas mujeres.
–          Al menos Alicia lo es y viniendo vosotros con ella… Además, Tatiana es muy hermosa y seguro que esta noche nuestros clientes lo pasarán muy bien admirándola; sin duda eso merece situaros en la lista de clientes preferentes.
Nos quedamos callados unos segundos, hasta que por fin le hice la pregunta obvia.
–          Supongo que ese espejo es la ventana que da a la sala peep.
–          En efecto. Mira, se usa así.
Iván cogió un pequeño mando a distancia que había en el carrito de las bebidas. Accionando un botón, el reflejo del espejo pareció difuminarse, convirtiéndose en una especie de cristal a través del cual pude ver una enorme sala circular, en cuyo centro había una especie de colchón redondo, cubierto por unas sábanas  de satén. Las paredes estaban literalmente cubiertas de espejos, tratándose en realidad de ventanas que daban a los cubículos de observación. Pude comprobar que, en efecto, la nuestra era la más grande de todas.
Justo en ese momento, en la sala estaba actuando una chica, con un cuerpo bastante impresionante, que estaba realizando un número de pole dance, usando la barra que había situada justo en medio del colchón.
La chica, completamente desnuda, colgaba en ese instante cabeza abajo de la barra, mientras se las apañaba para que su cuerpo fuera descendiendo progresivamente, girando alrededor del metal, para acabar tumbada sobre el colchón, completamente despatarrada.
Entonces, metiendo una mano entre sus muslos, se abrió por completo el chochito con dos dedos, exhibiéndolo para la clientela que la observaba desde sus habitáculos, haciendo quien sabe qué cosas en la intimidad de esos cuartos.
–          Esa chica es de las profesionales, ¿no? – pregunté mientras veía a la chavala levantando la pelvis del colchón y brindándome un excelente primer plano de su expuesta intimidad.
–          Sí. Bueno, en realidad se dedica al striptease sólo los fines de semana. Es estudiante de derecho.
–          ¡Coño! – exclamé sorprendido – Si no lleva la cara cubierta. Como venga alguno de sus compañeros…
–          ¿Como venga? – dijo Iván mirándome con una sonrisa burlona – Ella reparte panfletos en la facultad entre sus compañeros para que acudan. Por cada cliente que presenta aquí ese panfleto, ella se lleva un porcentaje de las ganancias. Te aseguro que, los fines de semana que actúa aquí, se lleva un buen pico. Y no vienen a verla sólo los alumnos, no sé si me entiendes…
Miré de nuevo a la chica, que estaba de nuevo en pié, bella y con la piel brillante por el sudor, girando de nuevo alrededor de la barra. Vaya si le entendía…
–          Joder. Debo parecerte un mojigato tremendo – dije – La verdad, siempre me he sentido bastante abierto en cuestiones de sexo, pero comparado contigo parezco un crío.
–          ¡Bah! No te creas – dijo Iván – Yo llevo años en esto y todavía me sorprendo con las actitudes de la gente.
No sé si lo dijo en serio, pero Iván logró caerme todavía mejor con aquel comentario. Me sentía cómodo con él, a pesar de que era potencialmente peligroso que un completo desconocido supiera en detalle cuales eran mis inclinaciones.
–          ¿Quieres una copa? – dijo entonces Iván.
–          Sí. Te la acepto ahora. Un gin-tonic, por favor.
–          Siéntate en el sofá, Víctor. Es comodísimo y se ve el espectáculo perfectamente.
Era verdad. Me senté y, al ser la ventana-espejo bastante baja, se podía observar la sala peep perfectamente.
–          Oye, desde dentro no puede vernos ¿verdad? – pregunté a Iván mientras él preparaba las copas junto al carrito.
–          No. Como has visto, desde su lado son simples espejos. Aunque hay algunas salas (como ésta) en las que es posible hacer transparente la ventana por ambos lados.
–          ¿Para qué? – pregunté un tanto desconcertado.
–          Bueno… es algo que no puede activarse desde los habitáculos por razones obvias. Imagínate lo que pasaría si permitiéramos que los clientes pudieran mostrarse a quien está dentro de la sala… Madre mía.
–          ¿Entonces?
–          Es algo que sólo hacemos a petición expresa de la persona que esté usando la sala peep. Ya sabes, gente con gustos parecidos a los vuestros a los que les pone que les miren… y también mirar ellos.
–          Y supongo que eso se pagará aparte.
–          Por supuesto – dijo Iván sonriéndome mientras me alargaba la copa.
Iván no se sentó, sino que se quedó en pie, situándose junto a la ventana, mirando el show de la universitaria mientras bebía de su copa.
–          La habrás visto muchas veces, ¿no? – pregunté.
–          ¿A Eli? – dijo él señalando hacia la sala peep – Muchas.
–          ¿Y te has acostado con ella?
Iván me miró, creo que un poco sorprendido. Pensé que quizás le había molestado.
–          Eres muy directo.
–          Te pido disculpas. No es asunto mío, sólo sentí curiosidad…
–          No, no, tranquilo – dijo él agitando una mano – Me gusta que seas directo. Me parece una señal de confianza. Sí, sí que me he acostado con ella.
Lo dijo con sencillez, como si fuera la cosa más natural del mundo. Aunque, bien pensado, sí que lo era.
–          ¿Sabes? – continuó – La verdad es que te envidio un poco.
–          ¿A mí? – exclamé sorprendido – ¿Por qué?
–          Porque tienes mucha suerte. Tener una novia tan hermosa como Tatiana ya es una suerte de por si, pero, que además comparta tu fetiche y le vaya lo mismo que a ti… No es fácil.
–          Sí – dije completamente de acuerdo – Es cierto.
–          Y además… también está Alicia…
Iván me miró fijamente a los ojos, insinuándome con la mirar lo que estaba pensando en ese momento…
–          Bueno, no saques conclusiones precipitadas. Entre Alicia y yo no hay nada.
–          ¿En serio? – preguntó él con genuina sorpresa.
Iba a explayarme un poco sobre el tema cuando la puerta de la sala se abrió y Alicia, con aspecto bastante satisfecho, penetró en la sala.
–          Estaba un poco nerviosa – dijo inmediatamente – Pero, en cuanto se ha puesto el disfraz y el antifaz… parecía otra. Creo que lo va a hacer muy bien.
–          ¿El disfraz? ¿De qué se ha vestido?
–          No, no – dijo Ali agitando un dedo – Es una sorpresa… Iván, querido, ¿me pones una copa?
El hombre, muy obediente, hizo una ligera inclinación y se apresuró a prepararle un combinado a Alicia, que se sentó en el sofá a mi lado dejándose caer literalmente sobre el asiento.
Muy sutilmente, usando todo el arte de que la naturaleza ha dotado a las mujeres, Alicia se adueñó inmediatamente de la situación en aquella sala, limitándose simplemente a cruzar elegantemente las piernas, regalándonos el espléndido espectáculo de unos muslos bien torneados enfundados en medias negras. Inmediatamente tuve que echarle un buen trago a mi copa y no pude evitar sonreír al ver cómo Iván hacía otro tanto.
Alicia, plenamente consciente de nuestras miradas de admiración, aceptó la copa que Iván le tendía y dijo con toda la tranquilidad del mundo.
–          Vaya, no veas cómo se mueve esa chica. Yo sería incapaz de colgarme de esa manera.
Efectivamente, Eli, la universitaria striper, estaba de nuevo cabeza abajo suspendida de la barra, brindando al con toda seguridad enfebrecido público un buen espectáculo, por el que estaban pagando… una y otra vez… Imaginé que las ranuras de las monedas estarían funcionando a pleno rendimiento aquella noche y sabía que, cuando Tati apareciera, iban a echar humo de verdad.
–          Bueno, os dejo ya – dijo Iván apurando su vaso y dejándolo en el carrito – Espero que disfrutéis la velada. Encantado de conocerte Víctor.
–          ¿Te vas? Creí que verías el show con nosotros – dije tontamente.
–          ¡Oh, no! Gracias, amigo. Esta noche cedo mi salita a los clientes VIPS, yo aquí… sobro. Además, ya he dejado desatendido el negocio bastante rato.
–          Sí – intervino Alicia – Pero tranquilo, que Iván no se perderá detalle. Tiene cámaras instaladas en la sala peep y además, siempre puede asomarse a algún cuarto vacío para ver a Tatiana en acción.
Iván miró a Alicia durante un segundo, estableciéndose entre ambos una comunicación silenciosa. Finalmente, volvió a saludarnos y, tras repetirnos que dispusiésemos de la salita tanto rato como quisiéramos, se despidió y salió, cerrando la puerta tras de si.
–           Estás loca – dije medio en broma en cuanto nos quedamos solos – En menudo berenjenal has ido a meternos.
–          ¿Berenjenal? – exclamó ella divertida – Esto no es nada. Reconoce que te pone la idea de ver cómo un montón de tíos se comen a tu novia con los ojos. Imagínate la de pajas que ella solita va a provocar esta noche. Y además, esto es completamente seguro, ni pueden tocarla ni reconocerla ¿no es eso lo que querías?
–          Sí, vale, reconozco que la idea no es mala. Pero no me hablaste de Iván, ni de que le habías contado nuestro secreto. No me siento cómodo sabiendo que un completo desconocido sabe que soy exhibicionista. Parece un buen tipo, pero…
–          Tú simplemente confía en mí – dijo ella un poco cortante.
No sé por qué, pero sus palabras me sonaron más bien como “tú haz lo que yo diga”. Por un momento el fantasma de la antigua Alicia planeó por la habitación.
–          Te aseguro que no va a pasar nada – dijo ella en tono más amistoso – Tú sígueme el rollo y verás que noche tan estupenda pasamos.
Mientras decía esto, la mano de Alicia se posó en mi rodilla. Fue sólo un segundo, pero bastó para que se me erizara el vello de la nuca. Nervioso, fui de pronto consciente de lo solos que estábamos en aquella sala, de lo erótico del espectáculo que íbamos a presenciar y de lo increíblemente sexy que estaba Ali con aquel vestido negro. Empecé a tener miedo de no ser capaz de controlarme.
–          Vaya, la verdad es que esa chica lo hace realmente bien – dijo Ali desviando la mirada hacia el espectáculo.
–          Sí, es verdad – coincidí mirando a cristal a mi vez mientras echaba un trago – Me ha dicho Iván que se dedica a esto los fines de semana.
–          Pues seguro que cobra una pasta; se le da de miedo.
Era verdad, la danza que estaba realizando Eli en sobre el colchón era tremendamente sensual y erótica. Se movía con una gracia y soltura realmente notables y además poseía una especie de aura felina que resultaba a la vez elegante y sexy.
Eso sí, de vez en cuando, la joven abandonaba el erotismo y se adentraba directamente en la pornografía, abriéndose el coño con los dedos o acercando sus pechos a la boca para lamerse los pezones con lascivia.
–          Espera, voy a poner la música – dijo Ali.
Accionando el mando, Ali activó el sonido de ambiente, con lo que pudimos escuchar la melodía a cuyo son se movía la muchacha. No la había escuchado nunca, pero me gustó. Era muy apropiada, pues la música se compenetraba perfectamente con la coreografía del show.
Eli se movía cada vez con más ganas, deleitándonos con el excitante espectáculo de su escultural cuerpo brillante por el sudor, danzando y contorsionándose al ritmo de la canción.
Me pregunté si realmente estaría tan excitada como aparentaba y si, de ser así, tendría esperándole a algún afortunado tipo que se deleitaría más tarde probando sus mieles. Quizás el propio Iván…
Poco a poco, el baile de la chica fue haciéndose más febril, más intenso. Era como si la joven pretendiera emular el acto sexual con su danza, abandonándose a un progresivo frenesí que culminó en un clímax de pasión. Aunque no podía escucharla, pude ver perfectamente cómo la joven culminaba su actuación con un grito desenfrenado mientras, arrodillada sobre el colchón, se derrumbaba sobre su espalda, las piernas dobladas bajo el cuerpo y los brazos en cruz. Permaneció así unos instantes, recuperando el aliento después del esfuerzo realizado.
Me di cuenta de que había estado medio hipnotizado admirando el sensual baile de Eli. Ni siquiera me había percatado de que me había excitado un poco, comenzando mi soldadito a despertar dentro de mi pantalón.
–          Es muy buena – refrendó Alicia, los ojos clavados en la jadeante muchacha.
–          Desde luego que sí – coincidí – Sin duda Tati no va a hacerlo tan bien.
–          Ni falta que hace – respondió Ali mirándome – Ya oíste antes a Iván; es mucho más excitante ver a una amateur que a una profesional.
–          Es cierto.
–          Bueno. La próxima es Tatiana – dijo Ali – Verás qué sexy está.
–          Me muero por verla – afirmé.
Ali me miró un instante sin decir nada. Yo hice como si no me diera cuenta. Me sentía nervioso.
–          ¿Otra copa? – dije levantándome sin esperar respuesta.
–          Vale.
Cogí ambos vasos y preparé las bebidas, mientras Ali me miraba en silencio, consiguiendo enervarme todavía más.
Cuando regresé a su lado, había vuelto a cruzar las piernas y estaría dispuesto a jurar que la falda estaba subida varios centímetros más que antes.
–          Ahí viene – dijo Ali para mi alivio.
Sin darme cuenta, caminé hasta quedar de pie frente al cristal, deseoso de no perderme detalle del debut de mi novia en el mundillo del striptease. Me volví un instante para sonreírle a Alicia al descubrir por fin de qué se había disfrazado mi chica.
–          ¿Idea tuya? – pregunté.
–          Digamos que de ambas – respondió la mujer echando un trago a su bebida.
Me volví de nuevo hacia el cristal, deleitándome con el cuerpazo de la sexy colegiala que había penetrado en la sala. Iba vestida con una falda a cuadros, camisa blanca (con lacito azul al cuello) y una rebeca de color rojo.
Llevaba además una peluca negra, con el cabello recogido a los lados en dos coletas y un antifaz del mismo color. Me costó reconocer a mi novia. De hecho, podría haber pasado por una auténtica colegiala de no ser por sus rotundas curvas, que delataban que se trataba de una chica de más edad.
–          Está buenísima – dije con admiración.
–          Sí. Está muy guapa. Tiene suerte, todo le queda bien.
Alicia se había levantado del sofá y se había acercado a la ventana, quedando casi hombro con hombro conmigo. Sin embargo, esta vez no me enervó su proximidad, el ver por fin a Tatiana en la sala había tenido la virtud de serenarme un poco.
–          Vamos nena – dije en voz alta – Deléitanos como tú sabes. Vuélvelos locos de deseo…
Tati, que parecía un poco avergonzada nada más entrar, pareció reaccionar a mis palabras. Alzó la cabeza, mirando hacia nosotros fijamente y, cuando empezó a sonar la música, empezó a moverse al compás sensualmente, provocando que la boca se me secara. Por lo visto, el anonimato que le brindaba el antifaz le permitía a mi novia soltarse por completo, con lo que pronto estuvo entregada al baile, consiguiendo que la faldita del uniforme aleteara sin parar, haciéndome estar completamente pendiente de lograr atisbar debajo. Parecía un quinceañero salido tratando de verle las braguitas a una compañera.
De repente, Tati se abrió la rebeca de un tirón, librándose de ella y arrojándola a un lado, con lo que pude comprobar que la camisa que usaba le iba un par de tallas pequeña, por lo que sus tetas parecían estar a punto de hacerla estallar en cualquier momento.
 Tati, a diferencia de la chica anterior, no permanecía quieta en el centro de la sala, sino que se desplazaba por toda ella, asegurándose de que desde todas las ventanas pudiera disfrutarse de un buen primer plano de su cuerpazo. Estaba entregadísima.
Por fin llegó a la nuestra. Para ese entonces ya se había librado del lazo del cuello y se había abierto unos cuantos botones de la camisa, con lo que sus senos, envueltos en lencería fina, asomaban desafiantes por el escote de una forma harto erótica.
Durante unos segundos, nos dedicó un baile super sexy frente a nuestra ventana, agachándose y levantándose al ritmo de la música, mientras su cuerpo no dejaba de contonearse eróticamente.
Pensé que Tati iba a desnudar sus pechos frente a nosotros como regalo, pero hizo en cambio otra cosa que me sorprendió. De repente, paró por completo de bailar y, poniendo una expresión avergonzada (fingida, pero super morbosa) se inclinó un poco, aferró el borde de su falda y se la subió hasta el pecho mostrándonos sus braguitas en un gesto a la vez inocente y sensual.
Para ese entonces yo ya la tenía como una roca.
–          Muy bien, Tati, impresionante – la aplaudía Alicia desde mi lado.
–          Desde luego. Hay que ver cómo se ha desinhibido. Es muy sexy.
Tati se alejó bailando con una sonrisa en los labios. Cada vez más metida en su papel, se entretuvo en apretar los pechos contra varios de los cristales, logrando sin duda que a los ocupantes de esas salas se les salieran los ojos.
–          Guau – dije admirado – Quien la ha visto y quien la ve.
–          ¿Lo ves tonto? Te dije que era buena idea venir aquí – dijo Ali triunfante.
En ese instante, Tati estaba justo en el lado opuesto de la sala, contoneándose frente a uno de los cristales. Se había abierto por fin la camisa totalmente, por lo que el ocupante de aquel habitáculo estaba disfrutando de un buen par de tetas enfundadas en lencería fina sacándole brillo a su cristal. Sonriendo, regresé al sofá y me senté.
–          Víctor, dime. ¿Cuántas pollas crees que estarán ahora mismo siendo masturbadas gracias a tu novia? – preguntó Ali con malicia.
–          Je, je – reí un poco achispado – No sé. Contando las ventanas… Unas 30 ¿no?
–          Bueno. 30 no. Sólo 29 – dijo Ali mirándome con intensidad.
Tardé unos segundos en comprender lo que me decía.
–          Pues tienes razón – dije entrando de lleno en el juego – Hay que redondear la cifra.
Con un poco de dificultad, pero extrañamente excitado, me las apañé para extraer mi polla por la bragueta, agarrándomela con la derecha y empezando a masturbarme muy lentamente. Alicia, vuelta hacia mí, me miraba con una tenue sonrisa, logrando que me olvidara por un momento de Tatiana y su show.
El nerviosismo había vuelto con intensidad. No sabía qué pretendía Alicia, pero estaba consiguiendo que me pusiera cachondo perdido y eso, unido a las copas que me había tomado, hacían que el riesgo de perder el control no fuera desdeñable.
Tratando de aparentar tranquilidad, como si fuera lo más normal del mundo estar allí encerrado con una bella mujer mientras me masturbaba, volví a clavar los ojos en el cristal, pajeándome mientras disfrutaba del show de mi novia.
Sin embargo, percibí que Tati ya no se movía como antes, supuse que por el cansancio del baile y ahora se contoneaba un poco más envarada, de pié sobre el colchón, aferrada a la barra metálica sin demasiada gracia.
–          Dime una cosa – dijo Alicia atrayendo de nuevo mi atención – ¿Por qué crees que te masturbé antes en el jacuzzi?
La respuesta obvia acudió a mis labios, pero juzgué que no era inteligente espetarle que lo había hecho para manipularme y que estuviera de acuerdo con el plan que tenía en mente.
–          No sé. ¿Te apetecía tocar mi pollón? – bromeé.
–          Sí que me apetecía – dijo ella enervándome – Pero no fue por eso. Adivina.
–          Para poner cachondas a las chicas. La oportunidad era que ni pintada.
–          Nah, nah – dijo ella meneando la cabeza – frío, frío…
–          ¿Te apiadaste de mí y quisiste hacerme un favorcito?
–          Helado…
No me había dado cuenta, pero Ali se había desplazado poco a poco, apartándose de la ventana hasta quedar de pié frente al sofá, muy cerca mío.
–          ¿No se te ocurre nada más? – dijo en un tono super erótico.
–          No… no. Déjame pensar.
Ali, sin recato alguno, levantó un pié del suelo y lo plantó encima del sofá, justo a mi lado. Al hacerlo, la falda se le subió unos centímetros, permitiéndome atisbar el borde de encaje de la media, dificultándome la respiración.
–          ¿Quieres saber por qué? – dijo en voz más baja, inclinándose hacia mí.
–          Cl… claro.
Me sentí un poco ridículo, sentado en el sofá con la polla fuera de los pantalones, olvidado por completo el motivo por el que estábamos allí, toda mi atención centrada en aquella mujer capaz de manejarme como quería.
–          Pues pensé que era mejor que descargaras un poquito… Para asegurarme de que luego fueras capaz de aguantar lo que hiciera falta.
Me quedé mirándola sin pestañear, completamente atónito. ¿Habría entendido bien lo que decía? ¿Se estaba insinuando?
No me di cuenta en ese momento, pero me había quedado con la boca abierta, mirándola. Para añadir más leña al fuego, Ali hizo un sencillo gesto con la mano, dando un suave tirón a su vestido para revelar una porción mayor de muslo.
La cabeza me daba vueltas, estaba volviéndome loco. ¿Era eso lo que quería? ¿Me estaba proponiendo follar en ese cuarto?
Ella no decía nada, se limitaba a permanecer de pie frente a mí, el pié sobre el sofá, exhibiendo su carnoso muslo con total tranquilidad, como invitándome a deslizar la mano bajo su falda. ¿Lo hacía? ¿Me llevaría una ostia?
Lentamente, casi temblando, moví una mano y la posé sobre la rodilla de Alicia, sintiendo el sedoso tacto de la media en mi piel, lo que me excitó todavía más si es que eso era posible. Ali no dijo nada, limitándose a mirarme fijamente a los ojos, invitándome con su silencio a que prosiguiera con mis maniobras.
Estaba a punto de estallar por la excitación. Muy despacio, fui deslizando la mano por el muslo, acariciándolo suavemente, sintiendo el tacto y tersura de su carne, deleitándome con su contacto. Cuando mi mano llegó al borde de su vestido, la llevé hacia abajo, colándola justo en medio de los muslos abiertos, introduciéndola en la misteriosa gruta que existía entre sus piernas, en busca del más preciado de los tesoros.
Sin embargo, aún me quedaba un ápice de autocontrol, así que, antes de enterrar por completo mi mano bajo su falda, intenté asegurarme una vez más.
–          ¿Estás segura de esto? Una vez que empecemos no habrá marcha atrás…
–          Llevo tiempo deseándolo – dijo ella con sencillez.
Mi mano se perdió por completo, temblorosa, con ansia, deseosa de llegar por fin a su destino. No pude evitar sonreír cuando mis dedos rozaron su trémula carne desnuda, arrancándole un tenue gemido de placer a la bella mujer y un delicado espasmo en sus caderas, que no pudieron contenerse bajo mi contacto.
No sé cómo no me había dado cuenta, me había pasado toda la tarde mirándole el culo a Alicia y no me había apercibido de que iba sin bragas. No puedo describir cómo me sentí al notar la humedad, el calor en mis dedos… Con delicadeza, recorrí con las yemas los hinchados labios de palpitante carne, mientras su dueña temblaba de placer por mi caricia, apretando levemente los muslos, atrapando mi mano entre ellos.
Más tranquilo al estar seguro del suelo que pisaba, fui un paso más allá hundiendo por fin con decisión un par de dedos en la gruta de la chica, haciéndola bufar de placer e inclinarse por la súbita intrusión, justo como yo quería.
Sin darle oportunidad a incorporarse, la atraje hacia mí y la obligué a sentarse en mi regazo, apoderándome de sus labios con los míos y hundiéndole la lengua hasta el fondo, mientras la suya me devolvía el beso con entusiasmo, llenándome de alegría.
Ali se retorció entre mis brazos, pero no trató de escapar, sino que se sentó a horcajadas sobre mi muslo, de forma que pude sentir perfectamente el calor y la humedad de su coñito al apretarse contra mi pierna.
Un poquito descontrolada, Alicia empezó a mover las caderas mientras no dejábamos de besarnos, de forma que empezó literalmente a frotarme el coño en el muslo, incrementando la excitación de ambos.
Loco de calentura, la aparté con cuidado pero con firmeza, obligándola a tumbarse sobre el sofá, de forma que quedara por completo a mi merced. Ella, lejos de resistirse, abrió las piernas, permitiéndome admirar su hinchada y húmeda vagina a la luz de la lámpara que había en el techo. Faltó poco para que me arrojara sobre ella y la violara a lo bestia.
–          Eres hermosa – siseé.
–          Ven – dijo ella por toda respuesta.
Pero no, había anhelado tanto ese momento que estaba decidido a que se convirtiera en una experiencia memorable. Iba a brindarle a Ali el sexo de su vida. Es noche iba a dedicarme por competo a su placer.
Arrodillándome en el suelo, separé sus muslos con las manos, exponiendo por completo su ardiente intimidad. Comprendiendo mis intenciones, Ali me facilitó la tarea levantando una pierna y apoyándola en el respaldo del sofá, ofreciéndose a mí con una expresión tal de lujuria que creí volverme loco.
Prácticamente me zambullí entre sus muslos, apoderándome con rapidez de su vagina con mis labios, chupándola y lamiéndola con frenesí. Mientras mi lengua chupaba y lamía, mis dedos acariciaban y sobaban, entreteniéndose especialmente en el enhiesto clítoris de la chica, provocándole estremecedores gemidos de placer.
–          Sí, así. Justo ahí – jadeaba ella, enervándome todavía más – Por Dios, qué bien lo haces. Menudo espectáculo, el sexo oral de mi vida mirando a Tatiana pajearse…
¿Pajearse? Extrañado y sin dejar de comerle el coño un segundo, me las apañé para asomarme ligeramente de entre sus muslos, atisbando por un instante a través del cristal.
Efectivamente, Tatiana había abandonado su número de danza y, desnuda de cintura para arriba y con la falda enrollada en las caderas, se masturbaba furiosamente con un consolador que no sé de donde habría sacado.
–          Muy bien nena – siseaba Alicia – Métetelo hasta el fondo. Así…
Joder. No sabía que a Ali le pusiera tanto ver a una chica tocándose.
–          Mejor para mí – pensé.
Seguimos con la tórrida sesión de sexo oral un ratito más, mientras yo degustaba aquel delicioso coñito como un buen gourmet, recorriendo y estimulando hasta el último centímetro de hirviente carne.
–          Sí. Así. Clávatelo. Muy bien – siseaba Ali – Y tú, ya no puedo más, métemela de una vez…
Mi plan era lograr que se corriera al menos una vez con el sexo oral, pero, de repente, su idea me parecía mucho mejor. Estaba ya que me moría por meterla en caliente.
Con gran ansiedad, salí de entre los muslos de Alicia e intenté echarme sobre ella, con mi palpitante miembro cabeceando entre mis piernas, pero ella me detuvo.
–          No, aquí no… Ven.
Al fin del mundo habría ido si hubiera hecho falta. Ya no aguantaba más.
Alicia se incorporó, jadeante, el vestido subido hasta la cintura, con el coñito brillante de saliva y jugos. Temblorosa, caminó hacia la ventana y, volviéndose hacia mí, apoyó la espalda en el cristal y me invitó a acercarme con un gesto.
–          Aquí. Fóllame aquí. Quiero que me folles mientras miras a tu novia.
No dije nada. En ese momento no pensaba en Tatiana para nada. Para mí sólo existía Alicia.
Me acerqué a ella, mis ojos clavados en los suyos, a punto de explotar por la excitación. Acaricié sus mejillas con ambas manos, deleitándome con su belleza, con la lujuria que brillaba en su mirada. La besé de nuevo, con profundidad, con ansia, apretando nuestros cuerpos, frotándonos, estrujando una erección que era casi dolorosa contra su ser.
–          Dámela ya – dijo ella con un suspiro – La necesito dentro de mí…
Joder. Era para morirse. Estuve a punto de eyacular sólo de escucharla suplicarme que la follara. Era demasiado.
La penetré enseguida, hundiéndome en su carne con un gruñido de placer. El calor, la humedad, cómo apretaba mi enardecido miembro… su coño era una maravilla… Toda la excitación, los riesgos, todo lo que habíamos pasado juntos, merecieron la pena en ese momento, cuando me hundí por fin en el interior de Alicia, alcanzando por fin el paraíso.
Noté cómo sus brazos y sus piernas me abrazaban, rodeándome, atrayéndome contra sí. Yo sostenía su peso por completo contra el cristal, pero en mi vida había soportado una carga más ligera ni más agradable.
Con un gruñido, embestí contra ella, hundiéndome en su gruta hasta la matriz, provocándole un gritito de placer.
–          Sí, así Víctor, hasta el fondo, quiero que me folles hasta el fondo..
Y obedecí, vaya si lo hice. Con toda el ansia y la excitación acumulada de las últimas semanas descargándose por fin. Le di con todo.
Alicia gemía y resoplaba como una loca, poseída por el frenesí del sexo. Medio ida, me mordió con saña una oreja, pero no me importó lo más mínimo, concentrado únicamente en complacerla en todo, en hacer que disfrutara de aquel momento como nunca antes en su vida.
–          Fóllame, fóllame – jadeaba ella mientras yo redoblaba mis esfuerzos en su interior – Mírala, mira a tu novia mientras me follas, mira cómo hace todo lo que queremos, cómo se desvive por complacerte…
Alcé la vista, mirando por encima del hombro de Alicia, sin dejar de penetrarla, comprobando que Tatiana seguía masturbándose con furia, con una ansiedad que nunca antes había visto en ella.
–          Sí, mira cómo se masturba. Mira lo caliente que se pone al saber que la están mirando un montón de tíos. ¿Lo ves? Te lo dije, tu novia disfruta con estas cosas. Le encanta que la miren mientras se mete un consolador en el coño. Es una puta, como yo… Fóllame – dijo mordiéndome de nuevo el lóbulo de la oreja.
Sus palabras obscenas, el calor de su cuerpo, la imagen de Tatiana masturbándose como loca, todo se juntó para seguir dándole placer a Alicia. Cuando por fin se corrió, creí que iba a estallar de orgullo y alegría, pero, en lugar de eso, redoblé mis esfuerzos entre sus muslos, haciéndola aullar literalmente de placer.
–          ¡No, para! ¡Por favor! – gemía mientras me la follaba contra el cristal – ¡Espera, espera, no puedo más!
Y una mierda iba a esperar. Desmadejada, con las caderas todavía bailando por la tremenda corrida que acababa de pegarse, Alicia casi se desmaya entre mis brazos, quedando como un peso muerto empalado en mi verga.
Sintiéndome pletórico por haber sido capaz de darle tanto placer a tan impresionante hembra, hice un  alarde de fuerza y, sujetándola con los brazos, la transporté de regreso al sofá todavía empitonada en mi hombría.
–          No, no, para – jadeaba ella, agotada.
–          Shissst – siseé – Tú déjame a mí. No te vas a olvidar de esta noche en tu vida.
Lentamente, pero incrementando el ritmo con rapidez, reanudé el metesaca entre los muslos de Alicia, cargando mi peso sobre ella, que yacía desmadejada sobre el sofá.
Poco a poco, la joven fue recuperándose y pronto me encontré con sus brazos rodeando mi cuello, atrayéndome hacia sí para besarme.
–          No sabes cuánto he esperado este momento – le dije desde el fondo del mi alma.
–          Y yo – respondió ella llenándome de dicha.
Más calmados, seguimos follando sobre el sofá, a un ritmo más pausado, lejos del demencial desenfreno de momentos antes.
Cuando se cansó de la postura, Alicia me obligó a sentarme en el sofá, colocándose a horcajadas sobre mi regazo, metiéndose ella sola mi polla hasta el fondo, empezando un delicioso baile de caderas sobre mí.
Mis manos se apoderaron con prontitud de su culo, amasando los tiernos mofletes, magreando la tierna carne con entusiasmo, jugueteando con los dedos en su apretadita entrada trasera.
–          Otro día te dejaré que me sodomices – me susurró Alicia al oído sin dejar de mover las caderas sobre mí.
Me sentí feliz, no por lo del sexo anal, sino porque había confirmado que íbamos a volver a hacerlo. Me sentí pletórico.
–          Madre mía Víctor – dijo Ali cabalgándome con las manos apoyadas en mis hombros – Menudo aguante tienes. Lo de la paja del jacuzzi ha sido una idea espléndida.
–          Nena, tenía tantas ganas de que esto pasase que tenía que quedar bien.
Pero no resistí mucho más. Era demasiado exigirme. Sentí que estaba a punto de correrme, así que avisé a Alicia, ya que no estábamos tomando precauciones.
–          No, da igual – dijo ella sin dejar de moverse sobre mí – Quiero tu leche, la quiero dentro de mí.
Y exploté. Me derramé en su interior como una manguera. Con un bufido, la estreché con fuerza entre mis brazos, mientras mi esencia se derramaba en su interior. Ella gimió profundamente, devolviéndome el abrazo y besándome con ansia.
Permanecimos un rato así, abrazados, sintiendo cómo poco a poco mi miembro iba menguando en su interior, cómo mi semilla se mezclaba con sus jugos.
–          El polvo de mi vida – dijo ella dándome un besito – Me has dejado impresionada.
–          Pues claro, nena – dije sonriendo – y el que te voy a echar ahora va a ser todavía mejor.
–          No, de eso nada – dijo ella levantándose, provocando que mi todavía morcillona polla saliera de su coñito – Mira, Tatiana ya ha terminado y vendrá en cualquier momento.
Era verdad. La sala peep estaba vacía. Al verla, un súbito sentimiento de culpabilidad me golpeó con fuerza. Lo cierto es que se me pasaron las ganas de echar otro polvo. Me sentí fatal. Pobre Tatiana, no se merecía aquello.
Adivinando mis sentimientos, Ali no dijo nada, limitándose a tomarme de la mano y a conducirme de vuelta al despacho. Allí, tras otra puerta camuflada en la decoración, pudimos asearnos un poco usando el cuarto de baño privado de Iván.
Una vez limpios, esperamos a Tati sentados en el despacho, pues temí que, si ella entraba en la salita, el inconfundible aroma a sexo que habíamos dejado descubriría el pastel.
Ali salió un segundo, regresando enseguida con unas copas, que bebimos en silencio. Por fin, no aguantando más, tuve que hablar.
–          ¿Y ahora? – pregunté.
–          ¿Ahora? – dijo ella simulando ignorar a qué me refería.
–          Lo que ha pasado. ¿Ha sido sólo una vez? ¿Ha sido un calentón repentino?
–          Ahora… Será lo que tú quieras – dijo ella con sencillez.
–          ¿Lo que yo quiera?
–          Bueno. No. Si me preguntas si voy a dejar a mi prometido… No sé qué contestarte. Aunque te confieso que ahora tengo dudas.
El corazón se me aceleró en el pecho.
–          Pero si te refieres a que seamos… amantes. La verdad es que estoy deseándolo.
–          ¿Amantes? ¿Y Tatiana?
–          Si yo fuera tú… No le diría nada. Creo que podemos seguir así un tiempo, pasándolo bien los tres juntos. Ya veremos a donde nos lleva la cosa. ¿Qué opinas?
El rostro de Tatiana, deshecho en lágrimas cuando intenté cortar con ella apareció en mi mente, llenándome de desasosiego. Así que tomé la salida fácil.
–          Tienes razón. Mejor que no se entere. Más adelante ya veremos.
–          De acuerdo entonces. Lo mantendremos en secreto. Así podremos seguir saliendo por ahí los tres juntos. Se me han ocurrido un par de ideas que…
Pero Ali no tuvo tiempo de exponerme cuáles eran sus planes, pues en ese momento la puerta se abrió y una Tatiana bastante seria y un poco pálida penetró en la sala, no atreviéndose a mirarme directamente siquiera, clavando sus ojos en Alicia.
–          ¡Cariño! – exclamé exagerando un pelo el entusiasmo que sentí – ¡Has estado increíble! ¡Madre mía, cómo te movías! Y luego, con el consolador… ¡Jamás habría imaginado que te atreverías a tanto! ¡No sabes cuánto me has excitado!
Levantándome, abracé con ganas a mi novia, deseando que se sintiera relajada tras los nervios que sin duda había pasado. Le di un ligero besito que ella devolvió sin mucho entusiasmo, todavía avergonzada por el show que acababa de protagonizar.
–          Sí. Has estado genial Tatiana – dijo Ali levantándose de su asiento – Ha sido increíblemente erótico y te aseguro que tanto Víctor como yo lo hemos pasado muy bien. Hemos disfrutado hasta el último instante.
El doble sentido era más bien evidente, pero no se lo tuve en cuenta, preocupado por lograr que Tati se relajara por fin.
Seguimos charlando un rato y Ali le sirvió una copa a mi novia, lo que devolvió un poco de color a sus mejillas. Ambos alabamos enormemente su actuación, pero no fue hasta que Iván regresó al despacho y la felicitó efusivamente, que Tati no empezó por fin a sosegarse.
Un rato después, nos despedimos de Iván y, tras prometer que volveríamos pronto, salimos del local a la fría noche. Estábamos cansados, así que decidimos dar por concluida la velada.
Llevamos a Alicia hasta su coche con el nuestro y después nos dirigimos a casa.
Tati seguía un poco callada, lo que me inquietaba un poco. Esperaba de corazón que la pobre no lo hubiera pasado muy mal en la sala peep. Desde luego, no parecía que le hubiera costado mucho marcarse el numerito. Yo habría jurado que estaba disfrutando mucho.
–          ¿Estás bien, nena? – le pregunté.
–          Sí, sólo un poco cansada. Ha sido un día largo y lo del sex-shop ha sido muy intenso.
–          Sí que lo ha sido. Has estado increíble. No sabes lo caliente que me he puesto…
–          ¿En serio? Me alegro mucho – dijo ella sin mucho entusiasmo – Ya sabes que esto lo hago por ti…
–          Ya lo sé, nena. Y sabes que te lo agradezco. No sabes la suerte que tengo de tener una chica como tú.
Tati me miró un instante, con una expresión indescifrable en el rostro.
–          ¿Quieres que te la chupe? – dijo de repente.
–          ¿Cómo? – exclamé atónito.
–          Si quieres te la chupo. Si te has puesto tan caliente estarás a punto de reventar. Sabes que adoro hacer cosas por ti. Si no puedes más, te hago una mamada ahora mismo. ¿Te apetece?
¿Qué podía decir? Ahora no, nena, que acabo de echar un polvo del copón y estoy bien satisfecho, gracias. No me quedaba otra.
–          Pues claro, nena. ¿A qué tío no le apetecería tener unos labios tan sensuales como los tuyos chupándole la polla?
Tati no contestó, limitándose a inclinarse desde su asiento hacia mi regazo. Nervioso, miré a los lados por si había alguien cerca, obviamente no porque me preocuparan que nos vieran, sino para ver si había suerte y alguna chica guapa disfrutaba del espectáculo.
En menos de diez segundos, Tatiana extrajo mi polla del pantalón y la engulló de golpe, jugueteando con la lengua en el glande, haciéndome unas cosquillas la mar de excitantes.
Habilidosa, no le costó nada lograr que me empalmara y enseguida la tuve practicándome una soberbia felación mientras conducía hacia casa. Esta vez no me chupó los huevos, ni deslizó la lengua por el tronco, sino que simplemente la absorbió entre sus labios y empezó a deslizarlos rápidamente por mi verga, sin parar de estimularme con la lengua.
–          Ya, nena, ya – jadeé cuando noté que estaba a punto de correrme.
Pero ella no se apartó, sino que se metió mi polla hasta el fondo, enterrando el rostro en mi entrepierna. Alucinado, me corrí como una bestia directamente en su garganta, notando cómo ella se esforzaba para tragarlo todo y dejarme los huevos bien vacíos.
–          Joder, cariño, ha sido increíble – jadeé mientras ella se limpiaba la boca con un pañuelo – Sí que te ha puesto cachonda el bailecito del sexshop.
–          Sí. Es verdad – dijo ella un poco seca.
Cuando volvimos a casa, echamos un buen polvo. Bastante sosegado, pero bueno. Fui yo el que tomó la iniciativa, pero, como siempre, Tatiana no se negó a nada de lo que le pedí.
CAPÍTULO 23: AMANTES:
A partir de ese momento, Alicia se convirtió en una obsesión.
No sé qué me pasaba, era como si al conseguir por fin que nuestra relación se hiciera física tras haberlo deseado tantísimo, el resto de aspectos de mi vida pasaran a un plano secundario. No sé cómo expresarlo, no es que ya no me importara Tatiana, mi trabajo o mi familia…. era sólo que, de repente, se volvieron menos importantes. Vivía exclusivamente concentrado en mi siguiente encuentro con ella.
Nos convertimos en amantes en toda regla. Prácticamente nos veíamos a diario, normalmente en su piso y allí follábamos como locos. Ni una sola vez dimos rienda suelta a nuestro fetiche exhibicionista; era sólo follar y follar.
Yo, acomodado a la situación, mantuve el secreto con Tatiana, sin insinuarle nada, procurando evitarle el dolor que sabía sufriría si se enteraba de lo mío con Ali. Tanto sacrificio, tratando de satisfacer mis deseos… para que al final yo acabara con otra.
Me sentía culpable cuando estaba con ella, así que me esforzaba en hacerla feliz. Le hice muchos regalos, la sacaba por ahí siempre que podía, estaba pendiente de sus necesidades… lo que fuera con tal de acallar mi conciencia.
Aún así, tenía la sensación de que Tati no se portaba como siempre, estaba un poco más fría que de costumbre.
Aunque claro, eso tenía una explicación perfectamente razonable y era que Alicia había retomado el liderazgo de nuestra pequeña banda. Ahora que me tenía comiendo de la palma de su mano, empezó muy sutilmente a proponer ideas cada vez más atrevidas y, en la mayor parte de las ocasiones, era Tati la protagonista de nuestras aventuras.
Y lo cierto era que yo no le negaba nada. Ya no me importaba que nos descubrieran, o que corriéramos riesgos innecesarios para cumplir con las fantasías de Ali. Bastaba que ella me lo sugiriera, para que yo me mostrara de acuerdo en todo… y luego yo hacía lo mismo con Tatiana.
Y no era sólo eso lo que había cambiado. Incluso mi vida laboral empezó a resentirse por mi aventura con Alicia. Muchas tardes me ausentaba de la oficina para verla, simplemente porque ella me llamaba, sin importarme si tenía trabajo pendiente o no. Los jefes incluso hablaron un par de veces conmigo, interesándose por el motivo de que mi rendimiento hubiera bajado, teniendo que inventarme excusas que justificasen mis continuas faltas al trabajo.
Pero nada de eso me importaba. Me bastaba con ver a Alicia, estrecharla entre mis brazos, hundirme entre sus piernas… estaba obsesionado.
Y ella lo sabía perfectamente.
Mira, te doy un ejemplo de hasta qué punto me tenía sorbido el sexo. Se trata de una de sus locas ideas y además, por una vez no fue Tatiana la víctima, sino que me tocó a mí arriesgarme.
Alicia llevaba varios días quejándose de su jefa, Claudia, que al parecer le estaba haciendo la vida imposible. Por lo visto, como la recepcionista de la agencia estaba de baja, había obligado a Alicia a ocupar su puesto, teniendo que recibir a los clientes en el mostrador de recepción y atender las llamadas, lo que, por lo visto, la ponía a parir.
Despotricaba un montón de la pobre mujer mientras yo, obviamente, le daba la razón en todo y me compadecía de lo injustamente que estaba siendo tratada Ali. Y esto no era un secreto de alcoba entre ambos, sino que también le contaba sus penas a Tati cuando quedábamos los tres, obteniendo idénticas muestras de conmiseración por parte de mi novia.
–          Pues cuando quieras te echamos un cable y le damos una lección a esa golfa – le dije un día sin meditar bien mis palabras.
Ali se quedó mirándome muy seria, sopesando en profundidad lo que le acababa de decir.
Y vaya si lo hizo, pues un par de días después, nos contaba el plan que su maquiavélica cabecita había maquinado para darle un susto a su jefa.
–          Vamos a montarle un espectáculo directamente en la agencia – nos espetó muy ufana.
Las dudas me atenazaron en ese momento. Aquello era pasarse de rosca. Podía acabar en la cárcel. Pero bastó una mirada subrepticia de Ali para que la protesta muriera en mis labios y me mostrara de acuerdo con todo lo que propuso.
El plan era arriesgado, por no decir una auténtica locura. Ali me suministró una especie de disfraz de repartidor, un mono de trabajo, una gorra, una peluca y una de nuestras gafas con cámara oculta: “Para no perderme la cara de acojone de esa zorra” dijo Ali simplemente.
La idea era que Tati me llevara por la tarde en coche (en su día de descanso) y permaneciera aparcada en el callejón que había detrás de la agencia, como si fuera la conductora en un atraco.
Desde allí, podría captar perfectamente la señal tanto de mi cámara como las de las otras dos que Ali iba a encargarse de colocar subrepticiamente en el despacho de su jefa.
Yo debía acceder al local, simulando ir a entregarle un paquete y, como sería Ali quien estuviera en recepción, no tendría problemas para acceder a su despacho, que por lo visto estaba tan sólo unos metros más adelante del mostrador (Ali incluso me dibujó un mapa).
Por lo visto, la tal Claudia estaba acostumbrada a recibir paquetes en la oficina, por lo que me franquearía el paso sin problemas.
La sorpresa se la llevaría al abrir el paquete, pues dentro iría mi polla bien erecta, con la que se toparía al abrir la caja.
Para ello, en uno de los laterales habríamos practicado un agujero por el que yo podría meter mi cosota, ocultando el asunto a la vista de los demás simplemente llevando la caja pegada al cuerpo.
 Lo dicho. Una locura. Pero lo cierto es que salió a pedir de boca.
La tarde de autos yo estaba nervioso perdido; no dejaba de preguntarme cómo había permitido que Ali me convenciera de aquello. El plan era un disparate, mil cosas podían salir mal. La tal Claudia podía llamar a la poli, a la que no le costaría nada localizarme gracias a las cámaras de vigilancia urbana, porque, para más inri, habíamos ido en mi coche particular.
Pero yo no podía negarle nada a Alicia y menos todavía con su voz dándome órdenes al oído, pues me había obligado a llevar colocado el auricular mientras ella ocultaba en su mano con disimulo el micrófono.
Siguiendo sus instrucciones, Tati y yo estábamos estacionados en el callejón de atrás, con mi novia en el asiento del conductor y el portátil en su regazo. Lo que estábamos haciendo era comprobar que la señal de las cámaras llegaba sin problemas, cosa que, en efecto, era así.
Una pena, pues de no haber llegado la señal, habríamos tenido que abortar aquella chifladura. Pero que va, la imagen era excelente. En mi cámara se veía a la propia Tatiana y las del despacho nos permitieron observar durante unos minutos a la “malvada” jefa de mi amante.
Era una mujer de unos cuarenta, rubia, alta y bastante exuberante en sus formas. Sin duda una MILF de las que tanto se habla actualmente y no pude menos que reconocer que, en otras circunstancias, habría estado encantado de exhibirme para ella.
Pero allí, de esa forma… estaba bastante acojonado.
Sin embargo Ali lo tenía todo previsto. Temiendo sin duda que los nervios por la actuación redundaran en una falta de “actitud” por mi parte, la joven me había suministrado una de las archiconocidas pastillitas azules.
Yo, que en mi puta vida había necesitado una de esas cosas, me hice el machote delante de ella alardeando de que, en ese tipo de situaciones, empalmarme no era un problema para mí precisamente. Sin embargo, lo cierto era que, allí sentado en el coche, con mi herramienta completamente mustia en los pantalones, agradecí mentalmente el haberme tomado la dichosa pastillita una media hora antes. Por lo que había leído, debería haberme hecho efecto ya, pero lo cierto era que aún no sentía nada.
–          Venga, Víctor, date prisa – me susurraba Alicia en ese momento por el micrófono – Antes me ha dicho que hoy se iba temprano. A ver si se va a largar.
Como yo no tenía micro para responderle, me veía obligado a usar el wassap para mantener la conversación.
–          Un momento Ali, que todavía no estoy listo – le escribí.
–          ¡Coño! ¡Pues dile a tu novia que te eche una mano! – me regañó directamente al oído.
Alcé la mirada hacia Tati, un poco avergonzado de tener que pedirle ayuda. Sin embargo, no hizo falta decirle nada, pues la chica comprendió la situación al momento. No sé, quizás era que Alicia le había dado instrucciones previas.
Dando un suspiro de resignación (se veía que a ella tampoco le apetecía mucho estar allí), mi novia me echó mano al paquete y, con habilidad abrió la cremallera lo suficiente para deslizar la mano dentro.
Obviamente, esa tarde yo no llevaba calzoncillos, para facilitar las maniobras que iba a tener que realizar, así que no tuvo dificultad alguna en agarrarme directamente el nabo, empezando a acariciármelo como ella sabía que me gustaba.
Aquello tuvo la virtud de relajarme. Siempre podía contar con Tati para que me “echara una mano”. Con cualquier cosa en realidad.
No le costó demasiado hacer que me empalmara, aunque quizás también influyó que la pastilla empezó a funcionar por fin. Lo cierto es que, un par de minutos después, la tenía por fin como el asta de la bandera, justo como Alicia quería.
Llevado por un impulso, coloqué la mano en el cuello de Tati y la atraje hacia mí, besándola con cariño. Ella se puso tensa bajo mi contacto, pero se relajó enseguida, dedicándome una de sus encantadoras sonrisas.
–          Víctor yo… – empezó a decir.
–          ¡Víctor! ¿Te queda mucho? – resonó la voz de Ali en mi oreja.
–          No. Ya voy – le escribí – Cariño. Ahora después me dices lo que sea. Si no acabo en la cárcel claro.
Tati estaba seria de nuevo, pero asintió en silencio.
Tras asegurarme de que no había nadie más en el callejón, me apresuré a bajar del coche, con la picha bien erecta asomando por la cremallera. Con rapidez, saqué el famoso paquete del asiento de atrás y lo coloqué en la posición adecuada, apretándolo contra mi cuerpo tras haber introducido la polla por el hueco que habíamos hecho antes en casa. No estaba mal. Mientras mantuviera pegada la caja a mí, nadie podría notar nada raro.
Resoplando, saludé a Tati con la cabeza y caminé fuera del callejón, con los nervios a flor de piel. Por fortuna, la química acudió en mi socorro, con lo que la erección no bajó un ápice. Era una sensación extraña caminar por la calle sintiendo cómo mi pene se movía a lo loco dentro de la caja. Como me crucé con un par de guapas señoritas, el morbillo de la situación empezó a hacer presa en mí, con lo que pronto sentí que la excitación característica de ese tipo de situaciones empezaba a recorrer mi cuerpo.
Por fin, llegué a la puerta de la agencia, empujando la puerta con una mano mientras me aseguraba de sujetar bien la caja con la otra.
Tal y como habíamos acordado, caminé hasta el mostrador de recepción, tras el que me esperaba sentada Ali, un poquito nerviosa y con los ojos brillantes, esforzándose por no sonreír.
–          Buenas tardes. Una paquete para la señora Claudia Amorós.
–          Sí. Es aquí.
–          ¿Es usted? Es una entrega directa y necesito su firma y DNI.
–          No, no. La puerta del fondo – dijo Ali señalándome la entrada del despacho.
Esta parte del plan había sido trazada conforme al comportamiento habitual en aquel sitio. Lo hicimos así para que nadie pudiera relacionar a Ali con lo que iba a pasar; de esa forma, si alguien escuchaba por casualidad nuestra conversación, no notaría nada raro.
Bastante acojonado, pero a esas alturas muy excitado por la perspectiva de lo que iba a pasar, caminé hasta el despacho con la caja bien sujeta. Al llegar, llamé educadamente a la puerta.
–          Un paquete para la señora Amorós. Necesito su firma – dije en voz alta.
–          Pase.
Respirando hondo, me armé de valor y abrí, penetrando en el despacho. Sabía la disposición exacta de los muebles, no sólo por la descripción de Alicia, sino también por las imágenes que había visto en las cámaras desde el coche.
Por fin pude ver en primera persona a la mujer que cabreaba tantísimo a Alicia. Un soberbio ejemplar de mujer, realmente atractiva, aunque con ciertas señales de haber invertido bastantes euros en costosos tratamientos de belleza, que, en su caso, habían sido sin duda un dinero bien gastado. Iba vestida con una blusa de seda, con los botones superiores estudiadamente abiertos y una falda negra (que había podido ver a través de las cámaras) por encima de la rodilla. Para acabar de darle el toque de madurita sexy, llevaba unas gafas color negro que le daban un toque muy sexy.
–          Buenas tardes – saludé entrando en el despacho.
–          Buenas tardes – contestó ella sin dignarse a levantar la vista hacia mí.
Un poco envarado, caminé hasta su escritorio y deposité la caja encima, asegurándome  de seguir bien pegado a ella, no se fuera a “descubrir el pastel”.
–          ¿Es usted Claudia Amorós? – dije recitando la lección aprendida.
–          Sí. Ya le he dicho que sí – respondió alzando por fin la mirada hacia mí.
Tenía unos ojazos azules de ensueño. De repente deseé con intensidad sentirlos admirando mi polla. La boca se me quedó seca.
–          Ne… necesito ver una identificación, Es un paquete personal y no puedo entregarlo más que a la señora Amorós directamente.
–          ¿Personal? – dijo ella extrañada – ¿Quién lo envía?
–          Eso no lo sé señora. Pero si quiere puedo dejarla mirar el contenido antes de aceptar el paquete…
Como excusa no era muy buena, pero por suerte la mujer sintió suficiente curiosidad como para hacerme caso. Levantándose de su asiento, rodeó la mesa hasta quedar a mi lado. Yo, de acuerdo con el plan, en cuanto la tuve a tiro abrí las solapas de la caja (que en realidad no estaban pegadas) revelando el contenido del paquete a la sorprendida mujer.
Sus ojos se abrieron como platos y su boca dibujó una “o” tan perfecta que era casi cómica. Pero yo no tenía ganas de reírme. Estaba cachondo perdido de ver cómo aquella mujer se quedaba atónita con sus lindos ojos clavados en mi polla.
Bien, ya estaba. Hasta entonces todo había salido bien. Ahora llegaba lo más difícil, salir cagando leches de allí mientras a la pobre mujer le daba un soponcio y montaba un follón de mil pares de pelotas. Estaba en tensión, listo para guardarme el rabo en la bragueta y salir como un misil de allí.
Pero ella no decía nada, no hacía nada, limitándose a seguir mirando alucinada el contenido de la caja, recorriendo con su mirada mi erección desde la base hasta la punta.
De pronto, una ligera sonrisilla se dibujó en sus labios y, alzando la mirada hacia mí, me habló con toda la tranquilidad del mundo.
–          Vaya, vaya, qué tenemos aquí… menudo regalito me han enviado.
Al decir esto, la mujer puso una voz de zorra tal que hasta me temblaron las rodillas. No podía creerme que hubiera reaccionado así. Aquello no estaba en los planes.
Con un sensual movimiento de caderas, la señora caminó hacia la puerta del despacho y, alargando la mano, la empujó cerrándola por completo. Yo estaba flipando.
–          Ay, ay, ay, este Saúl. Cómo sabe las cosas que me gustan…
Mientras decía esto, Claudia caminó de regreso a mi lado, volviendo a recrear la vista en el interior de la caja. Yo, terriblemente excitado, sentía cómo mi polla palpitaba y empezaba a segregar fluidos preseminales, supongo que debido a la combinación de morbo y química que llevaba en el cuerpo.
De repente, sin cortarse un pelo, la buena señora metió la mano dentro de la caja y aferró mi polla, estrujándola con ganas, sopesando su dureza.
–          Jo, chico, la tienes como un leño. Justo como me gustan a mí. Me ha encantado el regalo que me has traído, te has ganado la propina.
Y, ni corta ni perezosa, empezó a deslizar su cálida mano por mi duro tronco, masturbándome tranquilamente allí mismo, de pie junto a la mesa de su despacho. Yo, alucinando en colores, no atinaba a decir ni hacer nada, limitándome a dejar que la señora le sacara brillo a mi rabo.
La mujer, golosa, se deleitaba apretando con ganas sobre mi enhiesta carne, deslizando la piel al máximo sobre mi erección, revelando el glande por completo antes de volver a deslizarla en dirección opuesta, hasta dejar mi capullo completamente encerrado en su mano.
No pude menos que jadear de placer, la señora era una experta meneando rabos. No importaba que el ritmo fuera lento, estaba disfrutando de una de las mejores pajas que me habían hecho en mi vida. Presentía que no iba a tardar mucho en correrme.
–          La tienes durísima, amiguito. Tienes una polla magnífica, justo como a mí me gustan.
–          Gracias – acerté a responder.
–          ¿Para qué agencia trabajas? – me preguntó sin dejar de pajearme.
Le di el nombre de la agencia de transportes de la que Ali había conseguido el uniforme.
–          Sí, ya, muy bueno – dijo ella sonriendo – me refiero a donde trabajas de verdad. ¿Dónde te ha contratado Saúl?
Ni muerto hubiera reconocido yo en ese momento que no tenía ni puta idea de quién demonios era el tal Saúl, así que me limité a cerrar los ojos y a gruñir de placer.
Y justo en ese momento, se alinearon los planetas y las fuerzas del destino se abatieron sobre mí. El móvil de la señora, que estaba sobre la mesa, empezó a sonar: era el tal Saúl.
–          ¡Anda, hablando del rey de Roma! – exclamó la mujer alargando una mano para coger el teléfono mientras la otra seguía haciendo diabluras dentro de la caja.
–          ¡Joder! ¡Mierda! – pensé – estaba a puntito de correrme. ¡Qué tío más inoportuno!
–          Hola, Saúl, querido – dijo la mujer, contestando al teléfono – Como siempre, tu sincronización es perfecta.
–          Venga, puta, dale al manubrio – dije en silencio – ¡Que la botella está lista para descorcharse!
Y ella seguía dale que dale a la manivela mientras charlaba con toda la calma del mundo con el tal Saúl.
–          Sí, cariño. Dentro de un rato nos vemos. Ya te dije que saldría antes. Por cierto, me ha encantado tu regalo, en este mismo momento estoy admirándolo. Sabes cuánto me gustan este tipo de detalles. Luego te lo agradeceré como te mereces.
–          Ya la hemos liado – pensé.
–          Sí. Sí. Grande y bien duro. Ahora mismo lo tengo en la mano…
Y me corrí. Con un bufido, eyaculé como una bestia dentro de la caja. Fue de tal calibre el lechazo, que se escuchó perfectamente el ruido que hizo al impactar con el cartón. Apoyé ambas manos en la mesa, sujetándome para no caerme, derrotado por la monumental corrida que me estaba pegando, mientras berreaba como un búfalo.
Claudia, sin perder la compostura, seguía deslizando su habilidosa mano por mi rabo, ordeñándome con maestría para derramar hasta la última gota de semen en el interior del paquete. Qué bien lo hacía la puñetera.
De repente, su mano se detuvo sin dejar de aferrar mi erección.
–          ¿Cómo que qué regalo? – dijo la mujer alzando los ojos hacia mí, súbitamente asustada – el chico de la agencia. El que va disfrazado de mensajero…
La mano soltó su presa y Claudia la sacó de la caja, totalmente pringosa por mi leche. Yo le dirigí una sonrisa nerviosa, mientras en su rostro se dibujaba progresivamente la comprensión de lo que había pasado.
Su boca volvió a abrirse en una graciosa mueca de sorpresa, mientras la pobre mujer comprendía que acababa de cascársela a un completo desconocido que no tenía nada que ver con el tal Saúl ni nada parecido.
Atónita y aterrada, dio unos pasos hacia atrás, apartándose de mí, hasta que su espalda quedó apoyada contra la pared.
Intuyendo que había llegado el momento de poner pies en polvorosa, me apresuré a guardarme el pringoso miembro en la bragueta y, tras cerrarla, abrí la puerta del despacho y salí. Acordándome de ser educado, me volví y saludé a la alucinada mujer tocándome la visera de la gorra a modo de despedida.
La pobre seguía recostada contra la pared, mirándome con la boca abierta, con la mano embadurnada de semen alzada y apartada de su cuerpo, como si fuera un objeto extraño en vez de una parte de su anatomía.
Estiré la mano y cerré la puerta, caminando con rapidez hacia la salida. Al pasar junto al mostrador de recepción, saludé a Ali con un disimulado gesto y salí zumbando de allí, esforzándome por sofocar las ganas de echar a correr hasta el coche.
Ali, sin duda intrigadísima por saber qué demonios había pasado en el despacho durante tanto rato, me miró interrogadora, pero, obviamente, no pude decirle nada.
–          Venga, arranca, arranca – le decía instantes después a Tati tras prácticamente arrojarme de cabeza en el coche.
Ella, muerta de risa, obedeció y nos alejamos de allí con rapidez. Por primera vez en mucho tiempo, Tati se mostró un poquito más relajada y divertida, lo que me alegró bastante.
–          Vaya. Sin duda esto tendremos que contarlo como uno de tus grandes éxitos – me dijo cuando nos detuvimos en un semáforo.
Ambos nos echamos a reír.
………………..
Cuando llegamos a casa, yo iba cachondo perdido, pues entre lo que había pasado y la maldita pastillita, no acababa de bajárseme la cosa. Por fortuna Tati, tan complaciente como siempre, no tuvo reparos en echar un polvete mientras esperábamos a Alicia, quien yo estaba seguro no tardaría en aparecer.
Efectivamente, poco tiempo después pegaban al timbre y Alicia se presentó en casa. De hecho, de haber llegado un par de minutos antes nos habría pillado en pleno polvo.
–          ¿Se puede saber qué cojones ha pasado allí dentro? ¡has estado casi diez minutos! – exclamó arrojando el bolso sobre el sofá y adueñándose inmediatamente del portátil.
Nos reímos (y excitamos mucho) visionando las grabaciones de las cámaras y disfrutando de las habilidades pajeadoras de la jefa de Alicia. Ella, divertidísima, se rió con ganas de la situación, mientras yo , que me sentía extrañamente orgulloso, me recreaba comentando la acción que se veía en pantalla y les explicaba lo que la lujuriosa señora me había dicho en cada momento.
–          ¿Saúl? ¿Has dicho Saúl? – exclamó Ali atónita.
–          Sí. Saúl. Estoy seguro… – dije encogiéndome de hombros.
–          ¡La muy puta! ¡Su marido se llama Ángel! ¡Saúl es uno de nuestros clientes! ¡Será golfa! Y lo mejor es que no ha dicho ni pío de lo que ha pasado. Se ha encerrado en su despacho y a los 10 minutos a salido diciendo muy seria que se iba a casa . ¡Qué pedazo de zorra!
Ahora sé que, incluso en ese momento de diversión, la cabecita de Ali estaba urdiendo planes para sacar provecho a aquellas grabaciones que habíamos obtenido.
CONTINUARÁ
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