El mini módulo espía se introdujo por la ventana de la habitación que, afortunadamente, los Reed habían dejado abierta.  Desde el cuarto de su  casa al que había convertido prácticamente en centro de mo
nitoreo, Luke lo iba guiando y así oteando el panorama.  Al parecer y por fortuna no había rastros del perro – robot, el cual seguramente andaría correteando por el parque sobre el lado opuesto de la propiedad.  La luz matinal que, entrando por la ventana, bañaba la habitación, era más que suficiente y no necesitó, por lo tanto, activar la visión infrarroja con la que había equipado al módulo.
Lauren estaba allí, en la cama.  Desnuda y algo ladeada, con la sábana enroscada en la pierna.   Luke la contempló en toda su belleza: mansa, serena, etérea… El módulo danzó en el aire por sobre ella y la fue recorriendo desde todos los ángulos, previo a lo cual Luke activó el dispositivo de filmación.  Y así, las imágenes de su deseable vecina fueron registrándose una a una para ser transmitidas hacia el ordenador de su casa.  Aprovechando que Lauren dormía, que Jack ya estaba en su trabajo y que no había molestas mascotas mecánicas a la vista, descendió el módulo cuanto más pudo, acercándolo al punto de llenar la imagen por completo con el hermoso paisaje de la piel y las curvas de su vecina, casi como si estuviese viendo un sensual desierto poblado por provocativas dunas.  Lamentablemente la imagen de los senos no era todo lo buena que hubiese querido debido a que ella estaba ladeada y además se los cubría con un brazo mientras dormía.  Decidió, por tanto, que lo mejor era recorrer el resto del cuerpo y se detuvo, de manera especial, en cada centímetro de sus magníficas piernas o, por lo menos, de la que ella tenía más expuesta ya que la otra quedaba perdida entre las sábanas.   Después de deleitarse con ello, guió el módulo hasta ubicarlo a centímetros del precioso trasero de Lauren siendo inevitable que, ya para esa altura, Luke comenzara a tocarse.  Aun a pesar del estado de excitación creciente, se ocupó de constatar que el dispositivo de filmación continuara funcionando y, en efecto, comprobó que así era.  Acercó el módulo hasta las perfectas y redondeadas nalgas, buscando poner el mayor cuidado posible como para que el artefacto no  tocara la piel de Lauren: al menos no de momento ya que ésa era la segunda parte del plan y revestía características diferentes…
Luke Nolan era un adicto a la tecnología y no paraba de armar dispositivos nuevos o bien de adaptar los que ya existían:  el mejoramiento de artefactos de consumo masivo era, de hecho, su principal entretenimiento (luego de espiar a su vecina y masturbarse, desde luego) y más cuando tal hobby  apuntaba a la búsqueda de sensaciones placenteras para sus sentidos… Y, en ese sentido, cuando Luke Nolan pensaba en placer, sólo podía pensar en ella: intocable e inalcanzable… Tocar la piel de Lauren era definitivamente algo que aún no había hecho o, por lo menos, no de esa forma ni en ese contexto: un sueño aún no realizado.  Había equipado al mini módulo con un apéndice telescópico extensible, muy pequeño y tan suave que ante el contacto sólo podía ser percibido como un cosquilleo muy ligero, casi como si una ardilla estuviese pasando una lengua por encima de la piel.  Cuando el monitor le indicó que el módulo se hallaba a cinco centímetros del contacto con Lauren, lo detuvo, dejándolo suspendido apenas por encima del somier.   Para ahorrar energía, lo hizo luego bajar hasta posarse sobre el mismo.  El momento había llegado: no exento de nerviosismo, pero a la vez entusiasmado por probar su juguete nuevo, extendió el apéndice a cuyo extremo había una pequeña esponja equipada con sensores táctiles, a la cual guió hasta que ésta se apoyó sobre una de las nalgas de Lauren.  Al momento de hacerlo, Luke colocó su mano derecha dentro de la cavidad de un receptor táctil especialmente preparado a tal efecto y, una vez que la misma entró y calzó allí, comenzó a recibir las señales táctiles enviadas desde el módulo tal como si fueran sus propios dedos los que por la piel de Lauren se estaban deslizando.
Luke Nolan cerró sus ojos y movió suavemente las yemas de sus dedos como si acariciase la cola de su hermosa vecina y, en efecto, recibió exactamente esa sensación: placer supremo.  Con su otra mano, por supuesto, no dejaba de toquetearse la zona genital.  El mini módulo, por su parte, seguía apoyado sobre el somier mientras los sensores táctiles continuaban deslizándose sobre las nalgas de Lauren en un movimiento circular que Luke mismo había programado.  La sensación para éste era prácticamente la misma que si fuese su propio tacto el que jugaba sobre la piel de ella: placer supremo.  Una vez que terminó de deleitarse en tal movimiento, guió el módulo algo más cerca del hueco entre las piernas y tuvo, en su monitor, un primerísimo plano de la vagina de Lauren.  En una jugada por demás audaz guió el apéndice exactamente hacia allí donde la hendidura se ofrecía generosa.  El extremo esponjoso tocó la misma y Luke tuvo la sensación de que Lauren daba un pequeño respingo.  Presurosamente, alejó un poco el módulo y lo elevó nuevamente: para su alivio, sin embargo, al tener una vista más abarcativa pudo comprobar que Lauren seguía profundamente dormida y, en todo caso, quizás sólo hubiese sentido algún cosquilleo y por eso mismo se hubiera removido sin salir de su sueño.   Excitaba sobremanera a Luke el saber que, quizás, le había generado alguna excitación a Lauren mientras ella dormía y su esposo estaba ausente.   Más tranquilo ante la noticia de que ella no se había despertado, volvió a descender el módulo hasta hacerlo posar nuevamente sobre el somier y, luego, dirigió el extremo del apéndice extensible otra vez hacia la vulva de Lauren; teniendo ahora la seguridad y la confianza que le otorgaban el saber que ella no se despertaba tan fácilmente ante el contacto, lo introdujo en la raja unos dos centímetros…
Apoyó su mano sobre el receptor táctil y, una vez más, sus ojos se cerraron entregados al placer que sentía a través de sus dedos y su mente se trasladó hasta la habitación en la cual ella dormía tan plácidamente mientras él se encargaba de invadirle sus sueños con lascivia.  Quitó luego, por un momento. la mano derecha del receptor táctil en que se hallaba y hurgó a un costado del teclado del ordenador hasta dar con lo que buscaba: el sensor gustativo: una especie de cápsula cóncava y anatómica que se calzaba perfectamente en la punta de la lengua.  En efecto, lo encendió y abrió la boca para calzarlo allí.  Si el placer táctil había sido glorioso, el del gusto fue sublime y celestial: Luke Nolan se sintió exactamente como si estuviera entrando con su lengua en la conchita de Lauren.  Como no podía ser de otra forma, aceleró el movimiento de masturbación con la mano pero eso no fue todo; con la mano restante encendió cuatro monitores que comenzaron a mostrar imágenes de filmaciones que había tomado de Lauren en diferentes momentos, pudiéndosela ver durmiendo, tomando sol, duchándose o desvistiéndose.  Había preparado la disposición de los monitores en la habitación de tal forma de provocar un efecto envolvente, de tal modo que sus ojos prácticamente no podían (ni, por cierto, querían) escapar de las imágenes de la sensual esposa del vecino.  Mirase donde mirase, estaba ella abarcando todo su campo visual, poblándolo todo con su sensualidad y belleza…  Deslizando la mano libre por sobre los controles, Luke activó el receptor de sensaciones olfativas: una especie de flor se abrió sobre su escritorio y la habitación quedó inundaba por el perfume de Lauren.  Ubicó los niveles de volumen al máximo y así pudo escuchar la respiración serena y, hasta por momentos, un cierto ronroneo de ella al dormir.  Una vez hecho ello, volvió a calzar su mano sobre el receptor táctil.
De ese modo, sus cinco sentidos quedaron inundados con Lauren.  En lo que parecía un sueño inimaginable, la estaba viendo, oyendo, oliendo, tocando… y degustando.  Se entregó al placer sin más trámite y el movimiento de masturbación adquirió un ritmo frenético… Su respiración se volvió entrecortada mientras de sus labios salía, como en un jadeo, un solo nombre repetido una y otra vez…
“Lauren… Lauren… ¡Laureeeen!”
Al salir de su trabajo como cualquier otro día y encaminarse hacia la calle espiral para abordar su vehículo, Jack notó que alguien le llamaba.  Se trataba de Ernie, su compañero de trabajo, un gordito bonachón que sufría por no conseguir jamás una compañía femenina, lo cual le convertía en cruel objeto de comentarios y burlas por parte de otros compañeros de trabajo entre los cuales Jack jamás se incluía.  En efecto, notó que le chistaba desde el interior de su auto, habiendo bajado un poco el vidrio polarizado a los fines de que Jack pudiese reconocerle.  Al acercarse vio, como era habitual, a un robot ocupando el asiento del conductor pero lo extraño del asunto era que Ernie se hallaba en el asiento trasero y no en el del acompañante, el cual, por cierto, estaba vacío.  Jack se inclinó un poco para poder mirar adentro:
“¿Qué pasa, Ernie?” – preguntó.
“Mira a mi lado” – le respondió, con el rostro iluminado por agún motivo, su compañero de trabajo.
Jack se inclinó todavía un poco más hasta casi meter la cabeza por la ventanilla y cuando vio hacia donde Ernie le señalaba, la mandíbula se le cayó de incredulidad.
“Jaja – rió Ernie -.  Ésta sí que no la esperabas, ¿verdad?”
Sentada junto a Ernie se hallaba Betty Windom, una de las actrices de cine más sexys que se conocían.  Y era ella; no había dudas: cabello castaño y ensortijado, hermosos ojos grisáceos con pequeñas pintitas verdes.  No se podía pensar en que alguien pudiese parecérsele tanto y menos aún si se  observaban sus generosas curvas y las preciosas piernas que mostraba por debajo del corto vestido color índigo que lucía.  Jack la saludó con expresión estúpida y ella le devolvió el saludo de un modo tremendamente provocativo y sensual.
“Ernie… – comenzó a decir Jack, confundido y con el ceño fruncido -.  Ella es… Betty Windom… ¿Qué cuernos hace en tu auto?”
En ese momento y respondiendo de ese modo a la pregunta que Jack acababa de formularle, Ernie le mostró un control remoto que tenía en la mano y recién entonces el cerebro de Jack comenzó a ordenarse y a ir entendiendo algo.  No por ello, sin embargo, dejaba de manifestar sorpresa.
“¿Es… un… Ferobot?” – preguntó.
“¡Sí! – respondió alegremente Ernie, acompañando con una sonrisa de oreja a oreja y un marcado asentimiento de cabeza -.  La encargué así, como Betty, la mujer de mis sueños… ¿No es maravillosa?”
Jack no salía de su asombro.  El hecho de saber finalmente la verdad, no hacía a ésta menos impactante.  El androide era perfecto por donde se lo viese: no había forma alguna de detectar vestigio alguno de mecanismo.  Y no se trataba sólo del impresionante parecido físico sino también de la mirada, los gestos, la forma de hablar… Era la primera vez que Jack se hallaba frente a frente con un Ferobot y, lisa y llanamente, no lo podía creer.
“¿Quieres acompañarme hasta la azotea?” – le invitó Ernie, siempre luciendo una sonrisa que no le cabía en el rostro.
Jack buscó con la vista a su robot conductor y le hizo seña de que le aguardase en la azotea, la cual éste entendió perfectamente ya que puso en marcha el vehículo y retomó raudo el camino serpenteante hacia la cima del edificio.  Jack entró al auto por la puerta opuesta, con lo cual el increíble símil de Betty Windom quedó entre medio de ellos.
“Ernie – dijo Jack -… Yo… no puedo creer esto…”
“¡Y todavía no has visto nada! – le respondió su compañero, para luego mirar al androide -.  Betty, mámale la verga a Jack…”
“Sí, señor, ya mismo…” – contestó el Ferobot imprimiendo una altísima carga sensual en el tono de su voz  y echando a Jack una mirada penetrante y ansiosa de sexo, sin que éste pudiera todavía siguiera asimilar la situación.
La réplica de Betty Windom bajó la vista y se dedicó presta y obedientemente a desabrocharle el pantalón justo en el momento en que el robot conductor ponía el vehículo en marcha e iniciaba el camino ascendente.  Bajarle el pantalón, hacer lo propio con el bóxer e introducirse el pene en la boca fue todo un solo acto para el Ferobot y, antes de que Jack pudiese darse cuenta de algo, ya el androide la mamaba el falo erecto mientras él no podía impedir lanzar una serie ininterrumpida de aullidos de placer ni dejar de estrellar los puños contra los cristales del vehículo, tal la incontrolable excitación que atravesaba.  La mamada continuó perfectamente hasta que Jack sintió que estaba cerca de eyacular;  dándose al parecer cuenta de ello, Ernie detuvo a su androide con una simple orden verbal:
“Ahora móntalo… Dale a mi amigo Jack una buena cogida…”
La Ferobot soltó el miembro de Jack y  se incorporó dejando ver un par de hilillos blanquecinos sobre la comisura de sus labios. 
“Sí, señor…” – dijo, y sin más pausa, se quitó las bragas por debajo del vestido, dejándolas caer hacia el piso del habitáculo.  Luego se encaró con Jack y, sin dejar de mantenerle una mirada lasciva y libidinosa, se levantó el corto vestido y cruzó por encima de Jack una de sus hermosas piernas para, así, sentarse sobre él.  Mirando fijamente a los ojos a Jack, jugueteó un momento con su pene; resultaba evidente que aquellos robots no eran sólo meras máquinas que recibían órdenes sino que, además, conocían los juegos del erotismo y habían sido cargados con la suficiente información como para saber de qué modo excitar a un hombre.
Jack no daba más.  Se sentía a punto de estallar de un momento a otro y hasta temió por su salud.  Sin embargo, y aun a pesar de que el golpeteo de su corazón se iba acelerando notablemente, en ningún momento se llegó a sentir al borde del colapso ni nada medianamente parecido a lo experimentado con el VirtualRoom.  Ella, con eficacia y exactitud sólo propias de un robot, desabrochó la camisa de Jack de un solo tirón y sin arrancarle un solo botón.  Apoyó con fuerza las palmas de sus manos contra el centro del pecho de él y luego fue haciendo un movimiento de abanico con las puntas de sus dedos enterrando por momentos las uñas en la piel.  No había para Jack nada que delatara el estar siendo tocado por un organismo artificial; él mismo apoyó las palmas de sus manos sobre los muslos del androide y… ¡había que estar loco para afirmar que aquello no era piel natural!  Se podía sentir todo al tacto: la tersura, la firmeza de cada músculo, la tibieza y hasta el bullir de la sangre por debajo de la piel.  ¿Cómo podía haberse logrado tan excelente réplica de un ser humano? 
Betty Windom (o su sustituto; ya para esa altura era lo mismo) cerró los párpados y acercó sus labios a los de Jack; sacando su lengua por entre sus labios la deslizó por entre los de él y la hizo reptar dentro de la boca.  Jack no cabía en sí mismo ni por la excitación ni por la incredulidad: ¡aquello no podía ser un beso artificial!  El androide, sin dejar de besarlo, se ubicó sobre el miembro erecto, el cual entró con tal naturalidad que, una vez más, no era posible para Jack pensar en todo aquello como una escena de sexo que no fuera real.  Ya para ese entonces se daba perfecta cuenta de que los Erobots eran largamente superiores a las recreaciones virtuales del VR: si antes había creído que el VR era inmejorable, era justamente por no haber conocido nada mejor.  Las sensaciones eran infinitamente más reales, más placenteras, más sanguíneas y más carnales.  En ese momento Jack Reed se sentía lisa y llanamente cabalgado por Betty Windom… y punto…, así que se entregó a ello.  Ella subía y bajaba sobre él una y otra vez incrementando el ritmo a la vez que su rostro se teñía de excitación, cosa que Jack pudo notar cuando sus bocas se separaron.  El androide echó su cabeza atrás y pareció entregarse a un éxtasis sexual único: por mucho que uno tratara de meterse en la cabeza que era un robot y, como tal, no podía tener emociones ni sensaciones… ¡lo cierto era que parecía estar gozando!   Y lo hacía con una entrega incluso superior a la mayoría de las hembras humanas.
Llegaron los dos juntos al orgasmo: allí era donde se apreciaba la exactitud de la máquina por sobre la imprecisión humana.  Orgasmo natural en un caso, orgasmo artificial en el otro, pero lo cierto era que no se percibía diferencia alguna: los gritos entremezclados de ambos rebotaban contra el interior del habitáculo en la misma medida en que sus respiraciones entrecortadas y sus jadeos animales daban la pauta de estar viviendo un momento de placer realmente intenso.  El auto ya había llegado a la azotea… y hasta en ese detalle se podía apreciar la precisión de la máquina frente al hombre… Ella quedó con el rostro caído sobre el hombro de él, dando la impresión de estar exhausta y agotada, cosa que, por supuesto, era del todo imposible tratándose de una máquina, pero sin embargo hasta ese detalle habían cuidado los fabricantes: el Ferobot era capaz de lucir cansado y así alimentar el ego y la autoestima del hombre de turno pues bien sabido es que buena parte del placer que sienten los hombres se halla en el saberse responsables del agotamiento de su pareja sexual.
“Sorprendente, ¿no?” – le dijo Ernie y recién en ese momento Jack pareció recordar que su compañero existía y que, más aun, se hallaba en su auto.
Intentó responderle algo, pero durante algunos minutos no fue capaz de articular una sola palabra.  Cuando por fin pudo hacerlo, y aún con el símil de la bella actriz sentado sobre su regazo, lo primero que atinó a preguntar fue:
“¿Cuánto cuesta?”
Mientras viajaba por la autovía de regreso a su hogar, Jack no podía dejar de pensar por un momento en lo que acababa de vivir y en lo bueno que sería comprar un Ferobot… o dos.  Quizás sería la solución definitiva para el vacío que le había dejado la falta del VR.  Pero, claro: ¿cómo lo tomaría Lauren?  Ya bastante le habían molestado sus fantasías virtuales aun cuando ella en sí no las viera.  ¿Cómo podría reaccionar ante una réplica femenina tangible y visible dando vueltas por la casa o revolcándose en su cama?  Definitivamente se trataba de una apuesta difícil…, a no ser, claro, que ella hallase también alguna satisfacción en los Erobots. 
Lo cierto era que Jack no salía de su sorpresa por la maravilla que habían logrado en World Robots.  Antes de descender del auto de Ernie para encaminarse al suyo e iniciar la espiral descendente, se había quedado hablando con su compañero y, en efecto, éste le contó que habían hecho el robot amoldándolo a su pedido.  Según explicó, ello era más caro pero no imposible y, además, era relativamente fácil lograr una réplica capaz de imitar miradas o gestos cuando se trataba de replicar justamente a una gran celebridad de la cual sobraban registros para hacer una buena base de datos.  Demás está decir que Jack no podía menos que pensar en Theresa Parker y en Elena Kelvin, las cuales, por cierto, eran grandes celebridades y, consecuentemente, replicables… Lo que lo desalentaba en parte era que, según lo que le había contado Ernie, los precios eran bastante elevados y, si bien sus ingresos eran buenos, tenía que pensar en desprenderse de algunos de sus bienes si quería llegar a semejante monto.  De pronto dirigió una mirada de reojo a su robot conductor: había sido un buen robot y le daría lástima venderlo… pero, en fin, podía él mismo manejar el auto o cortar el césped después de todo…
Durante los días siguientes, Jack no dejó de pensar en los Erobots y, muy particularmente, en los Ferobots.  Lo que había vivido en el auto de su compañero de trabajo le impedía concentrar sus pensamientos en otra cosa; inclusive en su trabajo se lo notó algo distraído, razón por la cual su jefa le llamó la atención en un par de oportunidades, aunque siempre dándole a sus reprimendas un toque de jocosidad.
“¿Por dónde tendrás ahora perdida tu pervertida mente?” – le decía, sonriente y con un brillo en los ojos.  Si Jack no contestaba era porque bien sabía que el comentario no carecía de verdad.
Un día una caja grande y alargada llegó a las oficinas de la Payback Company; su trayecto fue seguido por la mirada curiosa de los empleados mientras era llevada por tres personas.  La mayoría de ellos mantuvo una expresión de intriga que evidenciaba no tener idea acerca de a qué iba el asunto o de cuál pudiera ser el contenido; sin embargo, Jack distiguió, a un costado de la caja, un logo de World Robots que le hizo comenzar a sospechar algo… Miss Karlsten lo reprendía constantemente acerca de sus pensamientos pervertidos, pero lo cierto era que los de ella no lo eran mucho menos…
Los operarios, una vez dentro del despacho de Carla Karlsten y ya lejos de las miradas de los empleados, fueron guiados por ella, quien les hizo dejar la caja en su “cuarto de torturas”.  Mientras retiraban las cintas de embalaje y hacían firmar a la poderosa ejecutiva por el pedido entregado, no dejaban de mirar en derredor con evidente nerviosismo y no pudieron evitar sentir un estremecimiento ante la imagen de aquel lugar lóbrego y perverso, tan distinto a todo el resto del piso.  De hecho, cuando se marcharon, parecieron hacerlo con cierta prisa.
Miss Karlsten apoyó sus caderas contra una de las mesas de estiramiento y, echando los hombros ligeramente hacia atrás, permaneció un rato mirando la caja; no dejaba de ser inquietante la posibilidad de ver su contenido.  Luego de vacilar algún rato se encogió de hombros y decidió que, después de todo, para algo había gastado tanto dinero…
La caja estaba parada y ella se dedicó a irla abriendo por el frente; una vez que lo hubo hecho, sus ojos se encontraron con la réplica de un bellísimo joven de unos veinticinco años de cabello castaño claro ligeramente ondulado, de ojos verdes y con una pequeña barbilla incipiente: todo exactamente como ella lo había pedido al llenar el formulario y al ir recorriendo las imágenes de los diferentes modelos que le habían ofrecido.  El cuerpo era  un llamado a la tentación por donde se lo viese y, tal como lo había requerido, sólo estaba vestido con un bóxer muy ceñido, razón por la cual el bulto, prominente, hermoso y deseable, se adivinaba tentador por debajo de la prenda íntima.  Por lo demás, cada fibra y cada músculo del cuerpo parecían haber sido hechos por el cincel de un escultor, tanto que Miss Karlsten se quedó sin aliento al verlo y hasta sintió que se mojaba de sólo pensar lo que podría ser aquel robot en acción…
Pero, claro, estaba apagado y, por lo tanto, lo primero que debía hacer era ponerlo en funcionamiento.  Perdido entre los cobertores de telgopor que rodeaban al robot, encontró tanto el manual de instrucciones como el control remoto y las baterías del mismo; una vez que las hubo colocado, no le fue difícil descubrir el botón que decía “on”.  No pudo evitar dar un respingo ni sentir un extraño sobrecogimiento al notar que el androide parpadeaba y que aquellos profundos y hermosos ojos verdes empezaban a arrojar  un destello distinto, lleno de vida, de igual modo que iba ocurriendo con cada músculo del cuerpo que parecía vigorizarse a ojos vista.  El robot se libró del telgopor en que sus miembros se hallaban encastrados y avanzó en dirección hacia Carla Kalsten quien, súbitamente, se sintió desvalida.  Allí, en aquel particular bunker que era su centro de diversión dentro de las oficinas de la Payback Company, se hallaba ante un ser mecánico del cual no tenía forma de prever sus reacciones ni sus comportamientos.  Ya había estado, por cierto, en infinidad de oportunidades frente a robots, pero, decididamente, los Erobots pertenecían a otra categoría y lo que la presencia de ese “joven” dimanaba estaba a años luz de los robots comunes: éstos eran claramente máquinas y se comportaban como tales; aquel muchacho, por el contrario, era inquietante y excitantemente humano…
Miss Karlsten amagó dar un paso hacia atrás en cuanto el androide comenzó a marchar hacia ella, pero la mesa de estiramiento sobre la cual se apoyaba le impedía hacerlo, por lo cual sólo logró llevar sus hombros algo más hacia atrás.  El joven, no obstante, se detuvo a un metro y medio de ella como si ésa hubiera sido la distancia estándar permitida para iniciar la presentación que a continuación sobrevendría:
“Tenga usted buenos días, Miss Carla Karlsten; mi nombre es EG -22573 – U pero puede usted llamarme como desee a partir de este momento.  Soy un producto de la prestigiosa compañía World Robots y llego a usted para cumplir sus fantasías y anhelos y, por sobre todo, darle placer.  Mi número de fabricación es 677.441 y es mi deber informarle que usted cuenta con una garantía que cubre durante un año cualquier malfuncionamiento por mi parte.  Mi cerebro positrónico se halla programado para obedecerle y debo recordarle que llevo instaladas las tres leyes de Asimov más una cuarta que ha incorporado World Robots para mí o para modelos análogos al mío…”
El robot siguió hablando durante un rato en tono de instructivo recitado de memoria como, por supuesto, cuadraba a un androide.  Enunció una, por una, las tres leyes de Asimov y, por último, hizo referencia a la cuarta, la que la compañía le había agregado y que hablaba de dar el mayor placer posible al ser humano a cuyo servicio se encontraba.  Miss Karlsten distinguió una pícara sonrisa en el joven al momento de mencionar la cuarta ley: pensó, en un primer momento, que debía haber sido sólo una sensación, pero el guiño de ojo con que el robot cerró su parlamento le terminó de confirmar que no era así…
Miss Karlsten sonrió; decididamente los temores iniciales que le había despertado el androide comenzaron a ir quedando atrás en la medida en que se empezó a familiarizar con él y, obviamente, a relamerse pensando en los provechos que podía sacarle.  Lo recorrió con la vista de arriba abajo y se detuvo en cada pulgada de esa piel que llamaba a ser tocada.  Se mordió involuntariamente el labio inferior con dos de los incisivos superiores…
“Eres hermoso” – dijo.
“Gracias, Miss Karlsten… – le correspondió el robot y su voz, lejos de sonar fría y maquinal como lo había hecho antes, ahora sonaba cargada con una fuerte impronta viril, que dotaba de sensualidad a las palabras con el modo de pronunciarlas -.  Usted también lo es…”
Miss Karlsten sintió un fuerte sacudón, como si le hubieran dado una estocada en el pecho: costaba creer realmente que la World Robots hubiera sido capaz de crear un ser mecánico capaz de exhibir semejante galantería y a la vez semejante lascivia… Detuvo la mirada por un momento en los preciosos ojos verdes del joven y luego la bajó nuevamente a través del formidable pecho para terminarla clavando en el voluminoso bulto que, por debajo del bóxer, era una irresistible invitación a la lujuria sin control.
“Te llamaré Dick – anunció, en un susurro apenas audible -.  Es un buen nombre y muy apropiado, ¿ no lo crees?”
Una sonrisa cómplice y sobrecogedoramente humana se dibujó en la comisura de los labios del robot, quien, como respondiendo a las palabras de su propietaria, llevó una de sus manos hacia la zona genital sobre la cual ella tenía posados sus ojos y la deslizó por encima de la prenda íntima.
“Creo que no podría usted haber pensado en un mejor nombre, Miss Karlsten” – respondió el androide, volviendo a guiñar un ojo (aclaración: “dick” es, en inglés, un nombre vulgar o familiar para el miembro masculino).
Decidió entonces ella que había llegado el momento de pasar a la acción.  Se tomó, sin embargo, su tiempo a los efectos de no apurar ni desperdiciar por ansiedad  lo que se avizoraba como sublime.  Taconeando despaciosamente, fue girando alrededor del bello cuerpo hasta ubicarse por detrás del mismo, sin apartar ni por un segundo sus ojos de tan precioso ejemplar.   Estando así a espaldas de él, no pudo resistirse a la tentación de apoyar las puntas de sus dedos sobre los omóplatos del joven y pudo, al hacerlo, comprobar cuán difícil era convencerse de que aquello no fuera piel verdadera; clavó incluso ligeramente sus uñas sobre la magnífica epidermis y notó que el androide reaccionaba como si hubiera sentido dolor dejando incluso escapar una interjección de dolor que fue casi un gemido: tan sólo con eso, Miss Karlsten sintió como su entrepierna se humedecía.  Apoyó las palmas de ambas manos sobre la espalda del robot y la recorrió en toda su extensión para luego arrojarse y aplastar su propio pecho contra la misma; pasó sus brazos por debajo de las axilas del Erobot y clavó sus uñas en el hermosamente deseable valle de su pecho: sensualidad pura recorrida por suaves pero a la vez firmes y marcadas ondulaciones.  El joven, una vez más, actuó como si el contacto hubiera ido más allá de lo meramente físico: arqueando la maravillosa “ese” de su espalda, cerró sus ojos y echó la cabeza hacia atrás de tal modo hasta que su nuca se apoyó contra el hombro de Miss Karlsten, quien, gracias a sus tacos, quedaba casi a la misma altura.  El Merobot actuaba como si se estuviera entregando mansamente a la exploración que, de su generoso cuerpo, estaba haciendo la mujer: un delicioso y manso corderito de esos que a ella tanto le gustaba degustar.  Miss Karlsten lo besó en el cuello y, al hacerlo, atrapó entre sus labios la piel del joven y tironeó de ella de tal modo que parecía querer arrancarle un pedazo o bien chequear la calidad del producto.  Repitió el acto varias veces en distintas zonas del cuello y, para aun mayor sorpresa, pudo ver con ojos maravillados cómo la piel se iba oscureciendo de tal modo de formar moretones de pasión allí donde sus labios hubieran dejado huella.  Miss Karlsten sonrió; seguía sin poder creer la altísima calidad del producto.
Volvió a llevar una de sus manos hacia la espalda del joven y la fue deslizando descendentemente por su espalda hacia las perfectas nalgas cubiertas por el bóxer; disfrutó el placer de acariciar aquella perfecta y matemática redondez  para luego enterrar una de sus uñas dentro de la zanja tensando la tela del bóxer a más no poder al meterla entre ambas nalgas; bajó luego con el dedo y sintió que se mojaba nuevamente al momento en que el cuerpo del joven daba un nuevo respingo, acusando recibo de la entrada del dedo en su cola.  Miss Karlsten llegó tan abajo que su mano, allí donde terminaba el trasero, se abrió camino por entre las piernas y, siempre por encima del bóxer, palpó los testículos e inició luego un camino ascendente hacia el fantástico miembro, al cual halló formidablemente erecto… Sin poder  reprimir una risita, masajeó el falo del androide logrando con ello que la erección se hiciera aun más pronunciada pareciendo, para esa altura, que una gran serpiente buscara escapar de debajo del bóxer mientras la ya estiradísima tela de la prenda daba la impresión de querer romperse por la presión.  Pero lo más sorprendente, lo más maravillosamente sorprendente, fue para Miss Karlsten, descubrir el bóxer mojado… Definitivamente había un antes y un después en la historia de la robótica.
 La otra mano de la prestigiosa ejecutiva seguía acariciando el hermoso pecho del androide y, poco a poco, la fue deslizando vientre abajo hasta llegar al elástico del bóxer; el estiramiento a que la prenda estaba siendo sometida por el pene húmedo y erecto ayudó a que la mano consiguiera fácilmente reptar por debajo de la misma y, así, bajar hasta atrapar el suculento y latente miembro que era culpable de hacerle agua la boca.  Estaba bien rígido y firme, pero a la vez era lo suficientemente blando y esponjoso como para alejar cualquier idea de artificialidad.  Lo que Miss Karlsten tenía entre sus dedos era, sin lugar a dudas, el mejor pene que había tocado en su vida y, por cierto, estaba entre tibio y caliente dando la clara sensación de que la sangre estuviese bullendo a mil por las venas que corrían a lo largo del mismo.  Qué importaba cuál era el mecanismo a través del cual habían logrado una imitación tan perfecta y sublime: el miembro que estaba tocando era tan real como cualquier otro y, de hecho, mucho mejor que cualquier otro.  Envolvió con su mano tanto pene como testículos y los estrujó sin miramiento; una vez más el robot lanzó un quejido de dolor fusionado con placer mientras Miss Karlsten, flexionando la rodilla, hacía pasar una de sus piernas por entre las del muchacho.
En ese momento, y para su sorpresa, el robot decidió pasar a la acción.  Hasta el momento había mantenido una actitud pasiva sometiéndose al lascivo manoseo de Miss Karlsten pero, súbitamente, parecía ahora mostrar un cambio: utilizando ambas manos deslizó su bóxer hacia abajo y, al hacerlo, las manos de ella quedaron inesperadamente liberadas.  La mujer dio un respingo por la sorpresa y su vacilación fue aprovechada por el joven, quien de pronto se giró para encarársele y le dirigió una mirada tan penetrante que Miss Karlsten la sintió casi como una violación: momento inquietante pero a la vez tremendamente excitante…
Ella amagó dar unos pasos hacia atrás pero no llegó muy lejos ya que él la capturó por el talle y la atrajo hacia sí, estrujándola contra su cuerpo y devorándole la boca en un beso de una profundidad que nunca jamás Miss Karlsten había experimentado.  El Merobot era, definitivamente, una auténtica joya de ingeniería que no sólo era capaz de comportarse pasivamente frente al deseo sexual de su propietaria sino que, al parecer, estaba equipado y preparado para reconocer cuándo ésta requería de su parte una postura más activa; en efecto, todo indicaba que el androide había pasado a tomar control de la situación.  Miss Karlsten, desde luego, no estaba acostumbrada a ello; su estilo nunca había sido el de ceder ante nada ni ante nadie.  Sin embargo, tal sorpresiva actitud por parte del androide le tocó más de alguna fibra íntima, sintiendo incluso que su vagina volvía a mojarse una vez más.  De algún modo, el robot estaba despertando en ella una vieja fantasía oculta que jamás se había atrevido a mostrar o exteriorizar por no mostrar síntomas de debilidad.  El hecho de sentir que un hombre tomaba control sobre ella era un viejo deseo incumplido y reprimido.  ¿Podía una máquina ser capaz de captar también eso?  ¿Podría captar ciertos componentes químicos en las reacciones orgánicas que delataran en qué momento la persona estaba requiriendo “algún otro tipo de atención”?
En todo caso, más útil que preguntárselo, era entregarse al momento y disfrutarlo… Y, efectivamente, eso fue lo que ella hizo.  El androide, que aún la tenía tomada por la cintura, la levantó como si fuera una pluma y la sentó sobre la mesa de estiramiento contra la cual Miss Karlsten había estado apoyada unos instantes antes.  Una vez que la hubo ubicado allí y sin dejar de besarla, la fue llevando hacia atrás hasta que su espalda tocó la madera y luego, con una maestría difícil de imaginar en macho alguno de la especie humana, deslizó una de sus manos por debajo del vestido de Miss Karlsten  para bajarle, primero, las medias de nylon, y luego las bragas.  En ese momento despegó su boca de la de ella e hizo correr la prenda íntima a lo largo de las piernas hasta dejar a la mujer despojada por completo de la misma, lo cual incrementó en ella la sensación de invalidez e indefensión ante el macho dominante.  De pie y manteniendo sobre ella esa mirada penetrantemente sexual, él se llevó las bragas a la boca y las saboreó con una fruición que dejaba bien en claro que las mismas se hallaban impregnadas por los jugos de Miss Karlsten.  El gesto erotizó aun más a la mujer, quien no pudo evitar llevarse una mano a la vagina para masajearse mientras seguía mirando al muchacho a través de sus ojos perdidos y entornados.  Él, por su parte, entrecerró los suyos y, como si se entregara por completo al deleite del momento, chupó la prenda íntima cual si fuera un caramelo; luego de hacerlo, volvió a mirar a Miss Karlsten con esos ojos cargados de deseo carnal y arrojó la prenda a un costado, con tal fuerza que la misma se estrelló contra una de las paredes para luego depositarse en el piso; el gesto fue terriblemente dominante, lo cual excitó el doble a la mujer debido a lo novedosa que era para ella la situación: jamás en su vida había estado frente a un macho que tuviese control de la situación.  Jamás ante nadie había estado tan entregada y doblegada, casi diríase vencida… y, sin embargo, tal sensación, absolutamente nueva en su vida, le excitaba de un modo misterioso…
            El androide, siempre mirándola directamente a los ojos, se fue inclinando para luego bajar la vista y la cabeza hacia la entrepierna de ella, allí donde su vulva, impregnada en humedad, se ofrecía generosa como una flor abierta.  Sin aviso alguno, él sacó su lengua por entre los labios y aplicó un par de lengüetadas sobre el sexo de Miss Karlsten, provocando que ésta se removiera arqueando su espalda y quedara apoyando sobre la mesa sólo caderas y omóplatos mientras su boca se abría cuán grande era en una expresión de infinito placer y sus ojos se cerraban entregándose a lo que era una experiencia casi diríase alejada de cualquier sexo terrenal en cualquiera de sus variantes.  Cuando el androide introdujo su lengua hasta el fondo, Miss Karlsten dejó escapar un agudo e incontrolable aullido que pobló el lugar; dio frenéticos manotazos contra la mesa sobre la que se hallaba en tanto que sus piernas, izadas y flexionadas, se sacudieron alocadamente pataleando en el aire.  No había modo alguno de reconocer en aquella lengua  a un mero apéndice artificial y, a la vez, tampoco había forma de trazar analogía alguna con el comportamiento de ninguna lengua humana; de hecho, debía ser extensible o algo así porque no se podía creer cuán profundo conseguía llegar ni tampoco a qué velocidad llegaba a moverse rítmicamente dentro de la vagina de Miss Karlsten quien, directamente, se entregó al placer o, mejor dicho, se rindió ante él: no estaba siendo sometida a una sesión de sexo oral sino, más bien, a una cogida de lengua con todas las letras.  Cuando el orgasmo llegó, le hizo arrancar potentes gritos de los cuales no era posible pensar que no estuviesen siendo oídos en todo el piso y, aun así, sin embargo, la poderosa ejecutiva se dejó llevar por el éxtasis de una situación sobre la cual carecía de control…
Una vez que “Dick” la hizo llegar al orgasmo, retiró la lengua del interior de ella y volvió a mirarla a los ojos; su vista seguía siendo segura, penetrante, turbadora y sexual.  Llevó sus manos hacia el pecho de Miss Karlsten y le abrió la chaqueta para luego desabotonarle la blusa.  Las hermosas tetas de la ejecutiva quedaron expuestas bajo un hermoso corpiño de encaje que persistía como único obstáculo para llegar a ellas.  El robot tomó el sostén  por el borde superior y lo levantó hasta calzarlo por encima de los generosos senos de la mujer, eliminando así ese último obstáculo.  Sus manos se apoyaron o, más bien, se clavaron sobre el pecho de ella y, sin embargo, detrás de la aparente rudeza con que la trataba había también un velo de sutileza: cuando comenzó a tocarla, lo hizo de un modo en que nunca nadie lo había hecho con Miss Karlsten y, cuando se dedicó a explorar sus pezones, la ejecutiva se sintió volar nuevamente hacia el paraíso aun cuando sólo hacía contados instantes  que experimentara un orgasmo.  Los dedos de él trazaron círculos en torno a los pezones, a la vez que usaba sus pulgares para juguetear con ellos y hacer que se pusieran cada vez más duros.   Sin poder contener su respiración jadeante, Miss Karlsten echó al joven una mirada que evidenciaba lo maravillada que estaba con la experiencia.
“Eres… increíble…” – musitó, frunciendo sus labios en un beso a la distancia como cierre a sus escuetas palabras.  Luego cerró los ojos y se mordió el labio inferior con tanta fuerza que hasta llegó al borde de hacerlo sangrar.
El androide dejó en paz los pezones de Miss Karlsten provocando en ella un cierto desencanto a juzgar por la expresión que exhibió en su rostro, muy semejante a la de un niño a quien se le acaba de arrebatar un juguete.  Sin embargo, sólo se trató de un alto en el camino o, tal vez, de un paso necesario hacia la siguiente etapa.  En efecto, “Dick” tomó a la dama por la cintura y, así como la tenía, echada sobre la mesa, se inclinó sobre ella lo suficiente como para hacerle sentir el roce del miembro viril contra su vagina.  Al sentirse penetrada, cualquier otra sensación pareció quedar pequeña; Miss Karlsten pudo sentir cómo esa formidable verga se abría camino dentro de ella y no resultaba exagerado definirlo de ese modo ya que se movía dentro de ella de un modo extraño, como si tuviera vida propia.  La analogía con una serpiente que antes se le había ocurrido no resultaba, finalmente, nada desacertada… Allí era donde realmente sí se notaba la diferencia con un hombre de carne y hueso; un espécimen humano empuja su miembro como si se tratara de un ariete derribando puertas, pero aquello… era algo inédito para Miss Karlsten o para cualquier mujer que no hubiese conocido el sexo con un Merobot: esa verga, definitivamente, parecía estar dotada de autonomía; se movía dentro de ella como buscando incidir especialmente en aquellas zonas en las que provocaba placer y le recorría todo el interior por momentos trazando círculos o describiendo movimientos aun más caprichosos. 
El robot inició el bombeo y Miss Karlsten, haciendo un esfuerzo sobrehumano en medio del frenesí que la poseía, entreabrió los ojos para espiar al joven y tuvo una magnífica vista de su glorioso pecho exultante, así como de sus dos maravillosos y musculosos brazos que lo sostenían como si fueran dos imponentes columnas.  Todo su cuerpo ardía y se perlaba de sudor, en tanto que las venas y músculos se hinchaban de un modo que parecía que fueran a estallar de un momento a otro.  El rostro del androide daba una sensación muy acorde y similar: mantenía los ojos cerrados  y, ahora, echaba hacia atrás la cabeza a la par que levantaba los hombros; su semblante lucía como poseído por una fuerza superior y abría la boca lanzando una mezcla de exhalaciones e interjecciones, apretando de tanto en tanto los dientes.  Las sienes se le veían como dos protuberancias rojas al borde del estallido.  En la medida en que el bombeo se fue incrementando, Miss Karlsten ya no pudo seguir mirando porque sus ojos se cerraron casi obligadamente como un acto reflejo ante el nuevo éxtasis sexual hacia el cual se veía arrastrada.  Decir que aquel muchacho era una verdadera máquina sexual resultaba casi una redundancia y hasta una obviedad por tratarse de un robot, pero en realidad no había palabras para definir tamaña e inagotable potencia.
El bombeo llegó a su final en el momento justo en que ella alcanzaba un nuevo orgasmo, pudiendo sentir cómo un río en ebullición le corría por dentro.  Ignoraba qué clase de portentosa sustancia era aquella que estaba ingresando en ella a modo de semen pero no sólo había que decir que era un perfecto sustituto sino que, además,  producía una sensación infinitamente superior a cualquier semen humano, ya que le generaba por dentro un cosquilleo estimulante que resultaba difícil de definir con palabras…   Todo acabó con ambos amantes confundidos en un solo grito de placer y, una vez más, había que quitarse el sombrero ante los logros de la World Robots: la pasión que aquel androide ponía en tal acto estaba a años luz de parecer maquinal o fingida.  Luego del momento culminante, Miss Karlsten destensó los hombros y dejó otra vez caer pesadamente su espalda contra la madera de la mesa, en tanto que sus hermosas piernas seguían enroscadas en torno a las costillas del robot y los tacos, bailoteando en el aire, se entrechocaban a espaldas del mismo.
Miss Karlsten quedó extenuada; por más que lo intentaba, no conseguía recuperar la respiración y sentía el pecho subirle y bajarle con las pulsaciones a mil.  El androide, merced a los milagros que la tecnología lograba, lucía tan cansado como ella y, de haber sido un hombre verdadero, sería incapaz de tener sexo por varias horas a juzgar por su estado… Pero Miss Karlsten se equivocó: la sensación de agotamiento que había observado en el robot era tan sólo un efecto para el cual los fabricantes lo habían configurado de tal modo de crear así en su propietaria la mayor semejanza posible con una escena de sexo verdadera.  Bastó que pasaran apenas un par de minutos para que el joven la tomara nuevamente por la cintura pero esta vez para girarla con fuerza y colocarla de bruces sobre la mesa.  El gesto confundió y hasta alarmó a Miss Karlsten y no era para menos considerando que siempre había sido una mujer de tener el poder y llevar la iniciativa; el ser colocada de esa manera sobre la mesa aumentó su sensación de indefensión y a la vez le provocó una excitante incertidumbre acerca de lo que sobrevendría. 
El robot se dedicó a acariciarle y masajearle las nalgas y, una vez más, el cuerpo de la mujer se puso tenso desde los cabellos hasta las puntas de los pies: Dick” tocaba del mismo modo en que hacía el amor; de algún modo, era como si la “penetrase” con sus manos.  Ella, entretanto, respiraba trabajosamente pues aún no conseguía recuperar el aliento del todo tras la bestial cogida que terminaba de recibir.  Hasta allí no tenía demasiada forma de saber a qué venía el asunto pero, de pronto, Miss Karlsten comenzó a atisbar una respuesta a su interrogante, respuesta que, por cierto, no dejó de ser inquietante.  En efecto, el robot abrió con sus pulgares la entrada anal de la poderosa jefa y acercó el miembro; ella pudo darse cuenta de ello al llevar el mentón hacia su hombro y así girar levemente la cabeza para tratar de entender qué estaba ocurriendo a sus espaldas.  La punta del pene disparó un líquido que ingresó en el orificio provocándole un cosquilleo y luego el androide introdujo allí su dedo mayor para masajearle por dentro… El robot la estaba lubricando, pero a la vez el lubricante tenía algún agregado estimulante porque ella podía sentir cómo el cosquilleo dentro de su cola repercutía también en su sexo.  Pero… ¿significaba entonces que estaba a punto de… penetrarla por detrás?  ¡Nadie nunca le había hecho eso!  Ella jamás lo hubiera permitido por considerar que, de algún modo, hubiera sido denigratorio de su posición jerárquica dejarse someter a una práctica como ésa.  La incertidumbre se convirtió en terror…
“No… – musitó -, no hagas eso… detente…”
Miss Karlsten casi no se reconoció a sí misma en lo suplicante del tono, pero más allá de ello, lo cierto fue que sus palabras funcionaron del mismo modo que la tecla de un control remoto; el robot, por segunda ley de Asimov, estaba programado para obedecer a un ser humano y, como tal, abandonó su aparente plan apenas recibió una contraorden al respecto.  En sólo un segundo había retirado el dedo del orificio anal de su dueña y, envarándose, quedó de pie por detrás de ella, inactivo y, aparentemente, en espera de una nueva orden.  Lo extraño del asunto fue que ello, más que alivio, provocó un cierto desencanto en Miss Karlsten quien, aun a pesar de la resistencia que le provocaba la idea de ser penetrada analmente, había paladeado por un momento el gusto por probar un bocado que siempre le había estado vedado por sus prejuicios y temores.  Sin incorporarse del todo de la mesa, levantó apenas sus hombros y giró aun más el cuello para mirar al hermoso robot, que permanecía allí, de pie como una estatua de bronce y que, aun a pesar de su bellísima e increíblemente humana apariencia física, parecía volver a exhibir un comportamiento de máquina semejante al que había mostrado durante su parlamento de presentación; súbitamente, las réplicas de sensaciones, emociones y pasiones parecían haberle abandonado.
“Te… detuviste…” – balbuceó Miss Karlsten y su voz destiló un ligero toque de decepción que, al parecer, el androide captó.
“Así usted lo ordenó, Miss Karlsten… – dijo, en tono frío y maquinal -.  ¿Desea usted que retome la labor interrumpida?”
No podía haber una herida peor para la autoestima de la poderosa dama.  El robot la estaba poniendo ante una encrucijada, haciéndola debatirse entre serle fiel a su espíritu independiente y dominante o, por el contrario, ceder ante la tentación por lo nuevo y prohibido.  Si decía al androide que retomara lo que había dejado, su dignidad de algún modo sufría mella, pero… al pensarlo bien: ¡estaba ante una máquina!  El sentido de querer mantener a rajatabla la dignidad y la autoestima es claramente de índole social: uno se siente digno o indigno ante la vista de los demás.  Pero… eso que se hallaba a sus espaldas, aun cuando no lo pareciese, era un robot… Es decir, no era nadie ante quien pudiese hacerse pedazos su imagen de mujer poderosa y altiva ni tampoco era alguien que fuera a comentar ante otros sus secretos y deseos íntimos.  Si se sentía en tal encrucijada, era justamente porque la cogida fulminante que el androide le había propinado le había hecho olvidar que él era justamente eso: un androide, una máquina.
“Sí – dijo, sin lograr evitar sentir vergüenza aun a pesar de todo el razonamiento previo acerca de la naturaleza robótica de quien iba a penetrarla por el culo -, retoma lo que estabas haciendo, Dick…”
“¿Quiere usted que la penetre por el orificio anal?” – preguntó el robot, manteniendo aún el frío tono de máquina que había súbitamente adoptado instantes antes.
Miss Karlsten resopló.  Menudo trabajo le había dado rebajar su autoestima lo suficiente como para pedirle al robot que retomara el trabajo y ahora resultaba que se le requería una mayor especificidad en la orden.  Tenía su lógica, en parte: el androide había recibido, en cuestión de segundos, dos órdenes contradictorias y, al parecer, necesitaba una confirmación de la contraorden del mismo modo que un ordenador requiere confirmación antes de proceder a la eliminación de un archivo.  Pero, claro, por mucha analogía que hiciese, lo que Miss Karlsten tenía que decir estaba, en magnitud, muy pero muy lejos de eliminar un simple archivo.  Titubeó un poco; finalmente tragó saliva y se aclaró la garganta a la vez que volvía a apoyar su rostro contra la mesa para evitar así la vergüenza de mirarle a los ojos, vergüenza injustificada, por supuesto, desde el momento en que ese bello joven no era, después de todo, otra cosa más que un ser mecánico.
“Sí, Dick – dijo -…; penétrame por el culo, por favor…”
La nueva orden recibida pareció transformar totalmente al robot.  De pronto la máquina pareció irse nuevamente y su lugar volver a ser tomado por la bestia sexual de instantes atrás: apoyó una mano sobre la nuca de Miss Karlsten de tal modo de mantenerla con la mejilla pegada a la mesa.  El dedo mayor volvió a entrar en la retaguardia de la mujer y trazó círculos que, evidentemente, cumplían función de lubricado.  Una vez que lo hubo hecho, Miss Karlsten pudo sentir cómo la punta del miembro se apoyaba contra su entrada y comenzaba seguidamente a abrirse paso hacia el interior.  Lo hacía de un modo único, el cual, aun cuando ella nunca hubiera sido tomada por detrás, se le antojaba difícil de comparar con cualquier idea de penetración anal que pudiese llegar a albergar en su imaginación.  Por mucho que hubiese especulado acerca de cómo podía llegar a ser, estaba segura que no debía parecerse ni mínimamente a lo que estaba viviendo.  El portentoso miembro parecía tener la particular propiedad contraerse y expandirse; es decir, se contraía para ingresar más fácil y luego, a medida que lo iba logrando, se expandía.  No se trataba de una sensación: era algo real.  El falo, a la vez que entraba, iba también dilatando y estirando las paredes del orificio anal de tal forma que, en cuestión de segundos, hubo ingresado por completo sin demasiado esfuerzo.  Miss Karlsten abrió completamente su boca en una especie de jadeo permanente en tanto que el miembro se seguía achicando y agrandando, y cada vez que se agrandaba, provocaba una expansión y una dilatación aun mayor que la anterior.  En determinado momento Miss Karlsten sintió que, más que una verga, tenía una viga dentro del culo aun cuando se tratara de una viga llena de vitalidad.  Y entonces el robot inició el bombeo: el miembro comenzó a empujar rítmicamente en tanto que Miss Karlsten se sentía transportada al paraíso de los sentidos; jamás, ni en su más remota fantasía, había imaginado que ser penetrada por detrás pudiese constituir una experiencia tan placentera… Y el robot continuó, inalterable, penetrándola y bombeándola, incrementando la violencia de la arremetida en cada oportunidad en tanto que ella ya ni sabía en qué planeta estaba… Y entonces sintió el río caliente nuevamente: esta vez no dentro de su sexo sino dentro (y bien adentro) de su culo…  Clavó las uñas sobre los bordes de la mesa y sintió que las yemas se le lastimaban a la vez que se mordía con fuerza el labio inferior y hasta creyó sentir un ligero gustito a sangre… Todo terminó con el robot jadeante, caído sobre ella y respirándole en la nuca a tal punto que Miss Karlsten podía sentir sus cabellos mecerse al ser agitados por la leve brisa del aliento de él…  Experiencia perfecta, experiencia increíble, experiencia inédita…
Quedaron por un rato en esa posición, uno sobre el otro.  Miss Karlsten se hallaba tan conmocionada por la experiencia vivida que hasta pensaba en la posibilidad de redoblar la apuesta e ir un paso más allá.  Ella, una mujer dominante que nunca había querido mostrarse débil ante los hombres  a los cuales daba órdenes, acababa de ser penetrada por el culo.  Pero su fantasía, tal como lo había confesado en su momento a Jack Reed, iba más allá de eso: ella, a quien le gustaba dominar y someter, quería conocer, siquiera por una vez, la sensación de ser sometida.  Pues bien: allí estaba la oportunidad perfecta; estando con un robot, no había peligro de sacrificar ninguna imagen pública… Manteniendo el mentón contra la mesa, echó un vistazo en derredor: aquí y allá se veían los látigos, cadenas, potro de tormento, máquinas de estiramiento… Si a semejante conjunto se le sumaba el hermoso androide que yacía “exhausto” sobre ella, había simplemente que decir que todo lo que necesitaba para cumplir una vieja fantasía reprimida estaba allí, en aquel cuarto.
“Levántate” – ordenó al robot.
Éste, como no podía ser de otra manera, se incorporó apenas recibió la orden, liberando de ese modo el cuerpo de Miss Karlsten.  Ella se incorporó y se giró hacia él, echándole una voraz mirada a esos ojos que seguían aun llenos de promesas de sexo después de tres orgasmos.  Sin dejar de mirarlo, se quitó las ropas que aún la cubrían de tal modo que su hermoso cuerpo de mujer madura pero sensual quedó expuesto en su desnudez salvo por los zapatos.  Dedicando una mirada pícara al robot, se giró levemente y echó a andar en dirección a una enorme estructura circular de madera colocada en forma vertical.  La presencia de sendos grilletes a la altura aproximada de muñecas y tobillos denotaba claramente que la misma estaba destinada a mantener maniatada a una persona.  En efecto, Miss Karlsten caminó hasta allí taconeando sensualmente y apoyó pecho, piernas y mejilla contra la madera; separó las piernas hasta que sus tobillos calzaron en los grilletes inferiores y estiró los brazos hasta que sus muñecas hicieron lo propio en los grilletes superiores.  Su bello cuerpo quedó, por lo tanto, formando una especie de cruz que remitía a esos famosos dibujos de Leonardo Da Vinci.  A pesar de estar aplastando la mejilla contra la madera, logró mirar de reojo al robot y sonrió:
“Cierra los grilletes, Dick” – ordenó.
Obediente, el androide se acercó e hizo lo que le pedía, cerrando primero los grilletes superiores y luego los inferiores, con lo cual Miss Karlsten quedó absolutamente inmovilizada, situación que le provocó tal conmoción que volvió a sentir cómo su vagina se humedecía.  Tal como podía ver al espiar de soslayo, el robot estaba allí, a sus espaldas, a la espera de una nueva orden.
“¿Ves ese látigo? – preguntó Miss Karlsten -.  El mayor…”
El robot giró la cabeza en la dirección en que miraba ella y se encontró con una repisa empotrada en la pared sobre la cual se hallaban una serie de látigos, uno al lado del otro, colocados de modo semejante a como a veces se suele hacer con los tacos de pool en los bares.
“Sí, Miss Karlsten.  Lo veo” – fue la respuesta.
“Ve por él”
Fiel a su mandato robótico, el androide se dirigió hacia el exhibidor y tomó el látigo más grande, tal como ella le había requerido.  Una vez que lo tuvo en mano regresó junto a su propietaria para ubicarse nuevamente a sus espaldas.
“¿Cómo se siente?” – preguntó Miss Karlsten mientras un hilillo de baba le corría por la comisura.
El androide, empuñando el látigo, lo hizo silbar y chasquear un par de veces en el aire como si comprobara la calidad o buscara familiarizarse con él.
“Se siente bien, al parecer, Miss Karlsten” – respondió,  en lo que parecía ser un mero formalismo ya que “sentir” era un concepto ajeno a un androide.
“¡Bien! – exclamó ella -.  Ahora… golpéame con él…”
Tras haber dado la orden, Miss Karlsten cerró los ojos y se preparó para recibir el primer golpe.  La excitación la invadía a tal grado que ya comenzaba a sentir el placer del dolor aun cuando el látigo no se hubiera aun posado sobre su piel.  Mordiéndose el labio, aplastó aun más su mejilla contra la madera como si se estuviera preparando para el primer quejido de dolor… Sin embargo, la espera se hacía eterna y el latigazo nunca llegaba.  Algo ansiosa e impaciente, se vio obligada a abrir nuevamente los ojos; miró otra vez de soslayo por encima del hombro y comprobó que el robot seguía allí, inmóvil, en tanto que el látigo colgaba laxo hacia el piso.
“¿Y…? – preguntó ella – ¿A qué estás esperando?”
“No puedo hacerlo…” – fue la lacónica respuesta del muchacho.
Miss Karlsten dio un respingo.  Era, por cierto, la primera vez que recibía una negativa por parte del androide; tal vez, incluso, la primera vez que recibía una negativa en su vida…
“¿Q… qué dices?” – preguntó, visiblemente irritada.
“Que no puedo hacerlo, Miss Karlsten…”
“¿Se puede saber de qué diablos hablas…?  – preguntó ella, en tono cada vez más exasperado  -.  Acabas de recibir una orden, maldita sea…”
“Orden que no puedo cumplir, Miss Kalsten, lo siento… – objetó el androide -.  Primera ley de Asimov: un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.  Le suplico me perdone, Miss Karlsten…”
                                                                                                                                                                            CONTINUARÁ

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