-Necesito tiempo

No sabía qué hacer. Lo que había pasado me había desconcertado por completo.

-¿Por qué? ¿No te gustó?

Definitivamente no era eso. Me había gustado y mucho. Ese era el problema. Me había acostado con otro hombre delante de mi novio. Él se había acostado con otra mujer. Y me había gustado. Aquello no era normal, no podía estar bien.

-Necesito tiempo- repetí sin saber explicarme mejor. Miguel me miraba angustiado, como si estuviera abriendo la tierra bajo sus pies-Tengo que pensar, que reflexionar, que asumir lo que ha pasado.

-No tenemos porque volverlo a hacer si no quieres, creo que estas sacando las cosas de madre.- Posiblemente sería cierto. Pero eso era lo que sentía y no podía evitarlo. ¿Tenía futuro una relación después de haber participado en una orgía? ¿Tenía futuro con el chico que me había visto follar con otro complacido mientras él se tiraba a su mujer?

Recogí mis cosas y me fui a casa de mis padres. Miguel se quedó jodido, pero se tuvo que resignar. Poniendo las cosas en perspectiva, la verdad era que no había hecho nada que no quisiera hacer y que lo que había hecho me había gustado. Sexualmente había sido brutal, el orgasmo más feliz de mi vida. Entonces ¿Por qué me sentía tan mal?

-Lo sabía. Tu novio es un pervertido- era la vocecilla de Ana taladrándome el oído. No sabía porque se lo había contado. Para desahogarme, seguramente. Además de alguna manera tenía que explicar este impase.

-No digas tonterías. Además yo también lo hice, ¿crees que soy una pervertida?

-Entonces, ¿Cuál es el problema?-Eso era lo que llevaba yo preguntándome desde que pasó.

-No sé si es lo que quiero.- me eché a llorar y Ana me abrazó. Era un poco obtusa, pero una buena amiga. Apreté mi cuerpo contra el de ella y aspiré su aroma. Sentí nuestros pechos apretándose entre sí. Ella me daba besos en la mejilla, secando mis lágrimas. Uno de ellos me rozó los labios.

-Todo saldrá bien- me dijo. Asentí, algo azorada y me separé un poco de ella. ¿Nuestro inocente contacto me había excitado? ¿Tendría ella razón y me estaría convirtiendo en una pervertida?

Pase un tiempo sin ver a Miguel, pensando en nuestro futuro. No terminaba de aclararme. De vez en cuando salía de fiesta con Ana para despejarme. Un día estaba en su casa y empezó a preguntarme por mis experiencias con Julio y María. Se las conté con todo lujo de detalles y noté que se excitaba. ¿Con ella también?, me preguntó al referirle mis escarceos con María. Sí, ya te lo he dicho, le respondí. ¿Cómo es besar a una mujer?, preguntó ella de nuevo. Ya lo sabes, tu y yo nos hemos besado mechas veces, le dije evitando una respuesta más directa. Eso eran solo piquitos, digo un beso de verdad. Me acerqué lentamente hacia ella. Fui deliberadamente despacio para darle tiempo de recular sino estaba de acuerdo con lo que iba a pasar. Ella no se movió. Acerqué mis labios a los suyos. La verdad era que lo deseaba desde el día que Miguel mencionó nuestros bailes sensuales. Tal vez lo había deseado desde siempre. Nuestras bocas tomaron contacto y le succioné el labio inferior. Mi lengua se abrió paso entre mis dientes y tocó los suyos. La suya asomó tímidamente y las dos se rozaron. Ladee u n poco la cabeza para que nuestras bocas encajaran mejor y nuestras lenguas se acariciaron ya sin embozo a la vez que un poco de saliva pasaba de mi boca a la suya. Pasó sus brazos por detrás de mi cuello y la abracé con los míos mientras en su pasión me mordía los labios. Mi lengua hizo círculos en torno a la suya hasta que, como despertando de un sueño, nos despegamos. Guau, murmuró. Pediré una pizza, dije cogiendo el teléfono y rompiendo el embrujo.

Pase así un par de semanas más. Ana no volvió a comentar lo del beso ni yo tampoco. Un día recibí una llamada telefónica. “Hola, soy María”. No había vuelto a hablar con ellos ni, por supuesto, a verlos desde la noche de la orgía. “Hola”. Charlamos un rato sobre cosas intrascendentes hasta que me confesó que había hablado con Miguel. Finalmente quedé con ella para tomar un café y hablar en persona. Tal vez si alguien podía comprenderme era ella.

Llegué pronto a la cafetería. Aun así, ella ya estaba esperándome. Estaba guapísima, como siempre: elegante, segura de sí misma, sexy y oliendo a su perfume habitual, que no sabía cuál era, pero que embriagaba. Nos dimos un par de besos nerviosos. ¿Cómo se saluda a una compañera de orgía al día siguiente, o cuando se la vuelve a ver? Nos sentamos y nos pusimos a hablar de cosas intrascendentes. Finalmente ella sacó el tema. Me dijo que no me iba a intentar convencer de nada, que respetaba mi decisión fuera cual fuese. Me dijo también que estaba preocupada por Miguel, que estaba muy triste sin mí. Yo no soy como tú, le dije. He tenido una educación más clásica. Disfruté mucho con vosotros, pero no sé si quiero eso en mi vida. Volvió a decirme que lo entendía perfectamente, que nadie debía hacer nada con lo que no estuviera cómoda, que Miguel me respetaría. Y era verdad. Yo sabía que era verdad, que Miguel no me había obligado a nada. Pero también sabía que para Miguel el desenfreno sexual era lo normal, lo que conocía y lo que le gustaba, y que no iba a estar a gusto conmigo privado de él. Hablamos largo y tendido, me sinceré con ella y ella conmigo. Me contó como empezó, cuando su padre las abandonó a ella y a su hermana y a su madre, cuando se enrollaba con su marido, entonces noviete, y dejaba a su hermana mirar, como dejó luego que se enrollaran entre ellos, como propició que su novio flirteara con su madre para animarla, porque había quedado hundida después del abandono, como un día fueron algo más que flirteos, como a ella no le importó, como siguieron más unidos que nunca. Finalmente la invitó a cenar a su casa y no aceptó un no por respuesta.

Llegamos a su casa y nos recibió su marido. Me besó en la mejilla y me sonrojé al pensar que la última vez que lo vi estaba desnudo, que la última vez que lo vi hice el amor con él, delante de mi novio y de su mujer. En seguida vi unas carillas curiosas que me miraban de lejos, sin atreverse a acercarse por timidez. “Es una amiga de los papas”, dijo Julio. Venid a darle un beso. Una niña de unos 6 años y un niño de unos 5 se acercaron cuidadosamente. Me agaché y me besaron despacio en las mejillas. “Ya han cenado”, informó Julio. “Pues voy a acostarlos”, dijo María y se los llevó, dejándome a solas con Julio. Son nuestros hijos, comenzó a explicar este. Los otros días que hemos quedado estaban con sus abuelos. Después de tener a Sandra adoptamos a Javi. María había tenido problemas en el parto y preferimos no arriesgarnos a otro y, como queríamos más hijos, nos decidimos por la adopción.

Estaba alucinada. Nunca pensé que julio y María tuvieran hijos. Miguel no me lo había dicho y yo, simplemente, no lo había considerado. Parecía que, al fin y al cabo, eran un matrimonio normal. María regresó por el pasillo. “Así que tenéis hijos”. Ella sonrió y asintió con la cabeza. Durante la cena hablamos de sus hijos, de su boda, de su convivencia. Ciertamente y a pesar de sus extravagancias sexuales, eran un matrimonio normal y corriente. Tal vez eso era lo que María quería que viera. Que formaban una familia.

Después de la cena tomamos unos cubatas y me hablaron de Miguel, de la inverosímil relación que mantuvo con la madre de María, pese a la diferencia de edad, mientras su hermana bisexual estaba con su hermano Mario. De los juegos sexuales que mantenían y con qué naturalidad los llevaban a cabo, sin que sus relaciones de pareja se resintieran lo más mínimo. Los cubatas y la conversación me pusieron cachonda. Estábamos sentados en el sofá, muy juntitos los tres. A mí me habían dejado en medio. María me había cogido de la mano y Julio me acariciaba la pierna, envalentonado ante mi falta de resistencia. Al término de una anécdota sexual especialmente caliente y también algo graciosa, narrada a dúo por la pareja, en la que Julio repartía su esperma entre María y su hermana, besé a María en la mejilla mientras palpaba el paquete de Julio, como premiándoles por el buen rato que me estaban haciendo pasar. Un minuto después estábamos besándonos los tres. Antes de que la pasión se desatara me llevaron de la mano al dormitorio, sigilosamente y cerraron la puerta. “Están los niños”, explicaron. Follamos más discretamente, pero con el mismo ardor. Con ellos me sentía extrañamente protegida, como si entre sus brazos no me pudiera pasar nada. Tumbada en esa cómoda cama, con Julio penetrándome encima de mí y María abrazada a mi cuello besándome, metiéndome la lengua en la garganta, comiéndome los labios con delectación, creí morir del placer. Después María me comió el coño, mientras Julio se la metía a cuatro patas. Era la primera vez que una mujer me lo hacía. Nos habíamos besado y metido mano y hasta lamido los pezones, pero aquello era distinto. Me corrí en su boca casi a la vez que su marido se corría entre sus muslos.

Al día siguiente llamé a Miguel. Al pobre le temblaba la voz. Fui a su casa, la que había sido nuestra casa y la que iba a seguir siéndolo. Le pedí perdón y le abracé. Nos besamos como dos enamorados, que era lo que realmente éramos. Estuvimos un buen rato hablando y decidimos volver a estar juntos. Esa noche follamos como salvajes. Nos habíamos echado mucho de menos.

-Estas loca- era Ana la que de esta manera hablaba.

-Vamos mujer, no será para tanto.

-¿Cómo que no? ¿De verdad vas a volver con el pervertido? ¿Ahora te has vuelto una pervertida tu también?

-No digas tonterías- le repliqué un poco molesta- Ni Miguel es un pervertido no yo tampoco. Solo somos un poco liberales en materia de sexo. Por lo demás somos una pareja normal. Tal vez nos casemos y tengamos hijos en el futuro. No seas tan cerradita y tan mojigata.

-¿Mojigata yo? En fin, haz lo que quieras, yo solo me preocupo por ti.

-Ya lo sé- dije en un tono conciliador intentando rebajar la tensión- Por eso me molesta que me digas esas cosas. Tú eres importante para mí.

Nos abrazamos sellando la reconciliación. Pude sentir el calor de su cuerpo, sus pechos apretándose contra los míos, su perfume embriagador. La besé en la mejilla recordando el día en que nos besamos en la boca, aquel morreo inolvidable cuando me preguntó que se sentía al besar a una mujer.

Seguimos viéndonos con Julio y María, pero cada vez con menos frecuencia. También me presentaron a Rita, la hermana de María, la que había sido novia de Mario, el hermano de Miguel. Para desintoxicar de ese lio de familia, empezamos a salir con Ana y con su novio con cierta asiduidad. Así mi amiga vería que Miguel era un chico normal y no el sátiro que ella creía. En una de esas ocasiones cenamos con vino y luego nos fuimos de fiesta y tomamos algunos cubatas. Los chicos y yo los encajamos bien, pero Ana terminó como una cuba. En la discoteca nos pusimos a bailar las dos mientras nuestros novios hablaban de sus cosas. Como hacíamos a veces el bailecito se volvió muy sensual. Teníamos confianza para ello, pero, tal vez, en esta ocasión la temperatura subió más que de costumbre. Además yo no dejaba de acordarme de aquel beso, del que no habíamos vuelto a hablar. Después de unos cuantos bailes y cubatas más decidimos irnos. Los chicos fueron a por el coche y nosotras nos quedamos en la puerta. Ana estaba en ese momento de la borrachera en el que te dice lo mucho que te quiere y no dejaba de repetírmelo colgada de mi cuello. Yo la cogía por la cintura para evitar que perdiera la verticalidad. Me estaba dando besos en la mejilla y cuando me giré hacia ella me lo dio en la boca, pero esta vez no fue un piquito. Al notar mis labios contra los suyos abrió la boca y dejó salir su lengua que exploró entre mis dientes hasta tropezase con la mía. Estaba sorprendida pero no me resultaba desagradable, a pesar del sabor a ron de su aliento. Cerré los ojos y me dejé llevar. Estuvimos comiéndonos los labios un rato, nos mordimos, nos besamos, nos chupamos, nuestras lenguas juguetearon a gusto. En un momento dado se estremeció y, desasiéndose de mí, salió corriendo hacia el baño. Desde lejos la oí vomitar en la taza.

Como era de esperar la siguiente vez que vi a Ana no comentó el tema y fingió que no había pasado. Yo respete su silencio y tampoco lo mencioné. A quien sí que se lo conté fue a Miguel que se puso cachondísimo al imaginárselo.

-No adivinarás lo que ha pasado en la disco mientras traíais el coche

-¿Ha vomitado?

-Eso también. Pero antes nos hemos enrollado.

-¿De verdad?

Esa noche follamos como locos.

Unas semanas después estábamos las dos parejas cenando en mi casa y salió el tema del intercambio de parejas. El novio de Ana dijo claramente que él no dejaría que otro se follase a su novia. Nos pareció respetable. A partir de ahí hablamos sobre los celos. Les dije que a mí también me había parecido extraño al principio, pero que una vez estas en harina no sientes celos, sino excitación. Después de cenar nos fuimos a la discoteca. Esta vez Ana se moderó y fui yo la que bebí una copa de más.

-¿No me digas que no te parece guapo mi novio?- le dije algo achispada.

-Claro, y por lo que cuentas debe ser muy bueno en la cama.

-Así que has fantaseado con él…- sugerí

-Bueno, tanto como fantasear. Ricardo (su novio) también es bueno en la cama, pero se corre muy rápido y a veces me deja a medias.

-Miguel aguanta lo que haga falta, como un campeón.

-Ya lo sé. Me lo has contado muchas veces. Me gustaría que mi novio aguantase tanto como el tuyo, nada más. No quiere decir que fantasee con él.

-¿Y por qué no?- insistí- Has dicho que es guapo. A mí no me gusta Ricardo y ahora que has dicho que es un pichafloja menos.

-¡Yo no he dicho eso!- protestó indignada.

-Pero el novio que tuviste en el instituto-proseguí ignorándola- aquel morenazo tan guapo, oh, como me hubiera gustado follármelo. Me hacía unas pajas tremendas imaginándomelo, un día hasta me metí cuatro dedos soñando que eran su polla.

-¡Cállate!

-¿Me vas a decir que no te gustaría follarte a Miguel?

-Pues claro que no

-Ni siquiera un beso. No has pensado como sería que te besase.

-No. Además una cosa es pensarlo y otra es hacerlo. Tú no te tiraste a mi novio del instituto. ¿O sí?

-No- la tranquilice- pero porque sabía que eso te haría daño. ¿Y si yo te diera permiso para follarte a mi novio?

-Estás loca.

-Mira, por ahí viene.- Era verdad, Miguel venía hacia nosotras, no había rastro del novio de Ana- Bésalo.

-Estás loca.

-¿Y Ricardo?- pregunté a Miguel.

-Esta en el baño- respondió.

-Ana quiere que la beses.

-¿Qué?- contestaron los dos al unísono.

-Hemos estado hablando y me ha confesado que tiene esa fantasía y yo no voy a negársela. Bésala.

Miguel se dio cuenta de a lo que estaba jugando y se acercó a Ana. Esta solo balbuceaba, muerta de vergüenza, sin acertar a aceptar o a negarse. Le di un empujoncito por detrás que la desequilibró y la llevó directamente entre los brazos de Miguel, que tomándolo como una invitación, la besó. Ana estaba sorprendida pero no le hizo la cobra y pude ver como abría los labios y permitía a la lengua de mi novio explorar su boca. El beso se prolongó unos instantes eternos. Mi novio estaba besando a mi mejor amiga y me encantaba. Nada más separarse apareció el novio de Ana, ignorante a todo lo que había pasado. No les pilló por un segundo.

-¡Como pudiste hacerme eso! ¿Pero tú de qué vas?- era Ana al día siguiente recriminándome lo de la noche anterior- Ricardo casi nos pilla, me morí de la vergüenza- durante el resto de la noche, que ella pasó silenciosa y atribulada, no nos habíamos quedado a solas y no había podido decirme nada, pero ahora se estaba desahogando a gusto.

-Venga ya, si te gustó…

-¡Yo no soy tan guarra como tú!

-¡Pues bien que me morreaste el otro día!

-Estaba borracha, te aprovechaste de mí.

-Mira la virgen deshonrada… ¡y una mierda!

-¡Puta!- Y con ese grito de mi, hasta entonces, mejor amiga terminó la conversación.

Enseguida empecé a sentirme mal. Seguramente me había pasado de la raya. No todo el mundo tenía porque compartir mi visión liberal del sexo. Ni yo misma la compartía tan solo unos meses atrás. La llame varias veces para intentar disculparme pero nunca me cogió el teléfono. Pasadas unas semanas sin saber de ella me resigné a perder a mi mejor amiga. Un mes exacto después sonó el teléfono.

-Hola, soy Ana. Ya sé que las cosas están raras entre nosotras pero necesitaba hablar con alguien. Siento todas esas cosas horribles que te dije.

-No cielo, la culpa fue mía. Intenté disculparme varias veces pero no me hice contigo.

-Sí, bueno, he estado algo liada.

-¿Cómo está Ricardo?

-¡No tengo ni idea de cómo está ese cabrón!- y dicho esto estalló a llorar. Por lo visto habían reñido, esa era la causa de que me llamara.

Quedamos en su casa media hora después y me presenté allí contenta de recuperar a una amiga, pero preocupada por ella. Me recibió despeinada y en chándal, con los ojos rojos de haber llorado, pero preciosa de todas formas. Nos sentamos en el sofá apartando los pañuelos de papel mojados con sus lágrimas y conversamos. Ricardo había estado jugando a dos bandas un tiempo y al final se había decidido por la otra. Le cogí la mano y le dije lo mucho que lo sentía. Ella me respondió que lamentaba haberme llamado puta. Le dije que no tenía importancia.

-Debo confesarte algo- añadió- Cuando nos enrollamos en la discoteca, no estaba borracha. Bueno, sí lo estaba- se corrigió con una sonrisa- pero no tanto. Sabía lo que hacía. Quería besarme contigo.

-Yo también quería besarte a ti- le dije sincera.

Acercamos nuestros rostros y nos rozamos levemente los labios. Más animadas nos besamos en condiciones. “Debo estar horrible”, dijo con una mueca. “Estas preciosa”, la corregí y nos besamos ya sin tapujos. Me tumbé sobre ella en el sofá y le aspiré la lengua con mi boca despacio. Después de un rato comiéndonos las bocas la besé en el cuello. Como el chándal que llevaba me impedía avanzar se lo quité sin que ella opusiera resistencia. Para corresponderla me quité la blusa yo también, quedándonos las dos en ropa interior de la cintura para arriba. “¿Quieres que pare?”, le pregunté para asegurarme de no estar yendo demasiado lejos como la última vez. Negó con la cabeza y me atrajo para sus pechos, así que le quité el sujetador y se los besé. Tuve que admitirme a mi misma que había deseado esas tetas sin saberlo desde que la conocía y, sabiéndolo perfectamente, desde nuestro primer beso, tal vez incluso antes, desde las primeras insinuaciones de Miguel. Sus pezones se endurecían en mi boca mientras los rodeaba con la lengua, primero uno y luego el otro. Alcé la vista y la vi a mi merced, con los ojos entrecerrados, disfrutando como una perra en celo. Bajé mi boca por su tripa, le quité el pantalón y me detuve ante sus braguitas. Nunca le había comido el coño a una mujer. María me lo comió a mí y yo la masturbé a ella, pero nunca le metí la lengua ahí en todas nuestras sesiones. Sin embargo, ahora estaba decidida a hacerlo, sentía como una responsabilidad, como si lo que María me había hecho disfrutar a mi yo tuviera de deber de corresponderlo en Ana, como una especie de karma. La olisquee por encima de las bragas y el olor no me pareció desagradable. Deslicé mi lengua por la tela y la sentí estremecerse. Tenerla así, totalmente entregada, me encantaba, me daba una extraña sensación de poder, así que lo prolongué todavía un poco más besándola en las ingles y en la cara interna de sus muslos. Finalmente le quité las bragas que se deslizaron por su culo y sus piernas contraídas por el placer y busqué su clítoris con la lengua. Sus gemidos no se hicieron esperar. Le metí el dedo índice y después también el corazón mientras sujetaba su botoncito con los labios y lo empapaba en saliva caliente. Seguí masturbándola con los dedos mientras con la lengua le frotaba el clítoris. Ella me cogía del pelo y arqueaba la espalda y sus gritos eran ya una sinfonía de placer. Se corrió entre espasmos mojándome la cara y las manos.

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