13

Cinco escasos minutos tardó la limusina en llegar a la torre Trump. Trescientos segundos que le sirvieron a Elizabeth Lancaster para recuperar un aplomo que nunca debía haber perdido y actuando como guardaespaldas,  oteó el entorno antes de sonriendo dar el visto bueno a su clienta para salir del vehículo.

       -Señora, no hay peligro- dijo marcando las distancias con la tentación que para ella suponía la pálida belleza de la heredera.

       Sin verse afectada por la frialdad de ese tratamiento, Mei le dio la mano y sin soltarla se dirigió hacia el portero:

       -Mei Ouyang y acompañante, los Messerschmitt nos esperan.

       El empleado, tras revisar la lista que tenía en la mano, llamó a un botones para que las acompañara al ascensor. El lujo del edificio no consiguió engañar Beth y con deformación profesional, se puso a observar el estricto protocolo que seguían con los invitados.

«Están tan acostumbrados a este tipo de eventos que no pierden las formas», meditó al reconocer el bulto de una pistola en al menos tres de los miembros del Staff.

Ya en la planta cuarenta y cuatro, la dueña del apartamento les esperaba y con una naturalidad impropia de alguien que acababan de conocer, las saludó de beso pegándose a ellas más de lo que la cortesía y el decoro permitían. La inexperiencia de la oriental con la cultura americana le impidió reconocer las señales de la anfitriona, pero para Beth fue evidente que quería algo con ellas al sentir la presión de sus tetas de plástico cuando les dio ese caluroso abrazo.

«Será zorra! ¡Tiene a su marido al lado!», ofendida meditó y llevando a su protegida a un lado, le explicó que debía andarse con cuidado con las intenciones de esa zorra.

-¿Estás celosa?- fue la respuesta de la asiática al notar la preocupación en los ojos de su subordinada.

Hecha una furia, la militar nuevamente se contuvo y únicamente replicó:

-Yo ya he cumplido. Luego no te quejes si esa tal Alexandra te mete mano.

Muerta de risa, Mei entornó los ojos mientras respondía:

-Las únicas caricias que me apetecen son las tuyas.

Para su sorpresa, esa pícara respuesta la excitó y deseando morder los labios de esa princesa, se llamó a un camarero y le pidió dos copas de vino.

-¿Me quieres emborrachar?- moviendo sus pestañas preguntó mientras disimuladamente con una mano recorría el trasero de la americana.

La sensualidad de ese gesto azuzó sus hormonas y contra su voluntad, notó que bajo su vestido tenía los pechos a punto de explotar.

«Mierda», protestó interiormente al percatarse de la felicidad que lucía en el rostro la chinita tras lo que parecía una travesura.

Temiendo por su cordura, al llegar el muchacho con el vino, tomó la copa y se la bebió de un trago, pensando quizás que con ello apagaría el fuego que amenazaba con consumir su entrepierna.

-Sé que me deseas al menos tanto como yo a ti- hurgando en la herida, Mei comentó a pocos centímetros de su cara.

Esa frase y la cercanía de su boca cayeron como un bomba en la mente cuadriculada de Elizabeth y estuvo a punto de besarla. Afortunadamente recibió una ayuda inesperada al aparecer a su lado los anfitriones y comentar el marido a la chinita que William Fisher quería conocerla.

Sabiendo la fama de tiburón que se había granjeado ese inversor en los pasillos de Wall Street, Mei no pudo negarse y acompañando al dueño de ese lugar, dejó sola a Beth en compañía de su mujer. La pelirroja, al comprobar que ambas tenían su copa vacía, la tomó del brazo para llevarla hasta la barra que habían instalado al lado de una de las ventanas del salón. 

Al llegar ahí, la militar se quedó extasiada al contemplar la vista de Nueva York iluminado:

-Es maravillosa- incapaz de reaccionar ante tamaña belleza, musitó en voz baja.

-Tú sí que eres maravillosa- con una sonrisa de oreja a oreja, comentó Alexandra mientras ponía el vino en sus manos.

Ese halago la despertó y por primera vez se percató que el interés de esa ricachona no iba encaminado hacia la pequeña oriental sino hacia ella.

-Gracias- contestó con las mejillas coloradas mientras se preguntaba qué ocurría con ella para que atrajese a miembros de su mismo sexo.

La anfitriona malinterpretó la actitud de Beth y asumiendo que también se sentía atraída por ella, quiso saber desde cuando salía con la chinita.

-No salimos, somos solo amigas- replicó sin advertir que con esa respuesta le daba pie para seguir tonteando con ella.

-¿Puedo ser también tu amiga?- en voz baja y mientras le acariciaba la mano, Alexandra le preguntó.

El horror que sintió en su corazón al sentir esa indeseada carantoña la dejó paralizada. Sabía que montar una bronca en mitad de esa pandilla de millonarios afectaría a su cliente, por lo que retirándose de la ventana sonrió sin hacer ningún ademan que pudiera molestar a la ricachona, mientras buscaba a Mei con la mirada.

  La falta de un rechazo envalentonó el descaro de esa mujer y pegándose a ella, la informó que las había visto besándose en el teatro.

-Desde que entraste en la Opera Metropolitana me fijé en ti y reconozco que sentí envidia al contemplar que era esa amarilla quien te tenía entre sus brazos y no yo.

El modo tan despectivo con el que había aludido a su clienta la indignó y usando la poca cordura que aún tenía, sin dar importancia al acoso al que estaba siendo sometida, respondió que su amiga era muy cariñosa pero que eso no significaba nada.

Nuevamente Alexandra interpretó mal sus palabras y creyendo que con cariñosa se refería a esplendida, le dijo al oído:

-Yo también puedo ser muy cariñosa con una diosa como tú y sería capaz de ponerte un nidito de amor en este mismo edificio.

Solo entonces, Elizabeth cayó en la cuenta de que esa pelirroja la había confundido con una fulana y soltando una carcajada, le informó que tenía gustos muy caros.

-Eso no importa, el pringado de mi marido me sufraga todos mis caprichos- con descaro contestó mientras rozaba uno de sus pechos con los dedos.

Reteniendo las ganas de abofetearla, la militar decidió darle una lección y acercando su boca a la oreja de la mujer, susurró:

-Nada me complacería más que azotar ese culo grasiento mientras te trato como la puta que eres.

Contra todo pronóstico, ese brutal exabrupto excitó a la infiel y marcando pezón bajo su vestido, sacó de su bolso un bolígrafo para temblando de emoción garabatear su número en un papel mientras le decía:

-Llámame mañana y juntas haremos realidad ese sueño. Nunca he tenido una dueña y me muero por despertar atada junto a ella.

Al descubrir las inclinaciones masoquistas de esa mujer, recordó las veces en que Walter la había poseído con violencia y lo mucho que había disfrutado con esa clase de sexo. Compadeciéndose de ella, se guardó el papel bajo su escote sin saber que ese gesto había sido observado desde lejos por la oriental.

No tardó en conocer de primera mano que las había visto porque, llegando como una furia, le recriminó su comportamiento.

-No es lo que crees- dijo entre dientes aceptando sus reproches.

La joven llena de celos insistió mientras asesinaba con la mirada a la causante, la cual discretamente desapareció para evitar el bochorno y las consecuencias de un posible escándalo. Durante casi un minuto, la militar aguantó todo tipo de improperios hasta que harta cogió a la heredera y la llevó a la cocina del apartamento. Donde sin importarle la presencia del servicio, le soltó:

-En primer lugar, sabes que Walter es mi pareja y en segundo, nunca aceptaría los besos de una mujer que no fueras tú.

Esa confesión sorprendió tanto a la chinita como a ella misma y por ello nada pudo objetar cuando con lágrimas en los ojos, Mei se lanzó a su cuello y la empezó a besar. La pasión de la muchacha se vio correspondida y mandando a un cajón bajo llave sus antiguos reparos, Beth recorrió con sus manos la frágil anatomía de su clienta mientras le preguntaba si se iban a casa.

-¿Vas a dormir conmigo?- secándose las lágrimas con lo primero que encontró, respondió.

Enternecida al ver que se le había corrido el rímel, la militar murmuró:

-Sí, aunque no creo que durmamos mucho…

14

Curiosamente tras lavarse la cara la magnate se comportó como se esperaba de una dama y usando como excusa que le había sentado mal la cena, se despidió del anfitrión. Tras lo cual, abandonaron la fiesta sin abrazarse y dejando un metro de separación para no dar más pábulo a que la gente rumoreara con una posible relación lésbica entre ellas. Ya en el coche, olvidando toda precaución, la joven se acurrucó al lado de su guardaespaldas. Elizabeth no se quejó al haber asumido que, aunque le pareciera imposible, se sentía íntimamente unida a esa muchacha y únicamente cerró la mampara de separación para que el chofer no pudiera espiarles.

       -No entiendo lo que me ocurre- murmuró la cría mientras posaba la cabeza en el hombro de la ex militar: -Nunca deseé a nadie y ahora no puedo dejar de pensar en ti y en tu hombre.

       Como jamás habían hablado de Walter, esa confidencia la pilló descolocada y sin poder evitar el sentirse excitada al notar su aliento, Beth se quedó callada.

       -Desde niña me enseñaron que el sexo era una debilidad- Mei continuó casi llorando: -Para mi viejo, era un lastre.

-No es ni una debilidad, ni un lastre. Son un complemento. Cuando quieres a alguien, el sexo te une más a esa persona- conmovida, la rubia comentó.

 -Entonces… ¿eso significa que te quiero y que también puedo llegar a quererlo a él?

Nuevamente, la chinita estaba metiendo a Walter en el mismo saco y no queriendo indagar al respecto, le dio la única respuesta que se le ocurrió:

-Eso es algo que solo tú puedes averiguar.

Durante unos minutos, Mei Ouyang, la gran heredera, la ejecutiva que había venido a revolucionar una industria, se quedó en silencio intentando analizar y ordenar el alud de sentimientos que se acumulaban en su interior.

-Sé que te amo. No puedo imaginar mi vida sin ti- concluyó mirando tiernamente a los ojos de su compañera de limusina.

El corazón de Beth amenazó con salírsele de pecho al escuchar esa confesión y llevando su mano a la barbilla de la joven, levantó su cara y la besó. Fue un beso tierno, dulce que se fue convirtiendo en posesivo al notar que la chavala se entregaba completamente y forzando sus labios, la atrajo hacia ella.

-¿Me quieres?- insistió.

Con una pasión que hasta la preocupó, la rubia respondió:

-Sí, mi pequeña. Te quiero.

Al escuchar de viva voz que esa mujer la quería, azuzó la calentura de Mei y poniéndose a horcajadas sobre ella, preguntó si después de esa noche la ayudaría con Walter.

-¿Qué quieres de él?- replicó Beth confusa.

Llena de dulzura, la oriental respondió:

-Siempre has dicho que es tu pareja y como no quiero perderte, me gustaría tener tu aprobación para que ese adonis se meta en mi cama.

Muerta de risa por la frescura que estaba demostrando esa virginal criatura, contestó haciéndose la escandalizada:

-Niña, todavía no te has acostado conmigo y ya quieres que Walter te folle. ¡Eres una puta!

Entornando los ojos, Mei sonrió:

-Esta noche me convertiré en tu puta y cuando tú estimes conveniente seré la zorra de los dos.

Esa burrada en labios de alguien sin ningún tipo de experiencia dejó perpleja a la especialista en seguridad y soltando una carcajada, respondió:

-Vamos paso a paso. A mí ya me has conquistado, pero Walter es otra cosa. Es un hombre de principios y dudo que sea fácil de seducir.

-Por eso te necesito. Con tu ayuda, conseguiré convencerlo de que me deje unirme a vosotros.

-Definitivamente eres una zorra siendo virgen y me da miedo descubrir en lo que te puedes volver cuando dejes de serlo- desternillada de risa, reconoció.

Sin un ápice de vergüenza, la bella y pálida muchacha murmuró al oído de su amada:

-Seré lo que mi maestra me pida y si finalmente me convierto en una ninfómana, será tu culpa.

Beth no tuvo la oportunidad de contestar porque en ese preciso instante, se percató de que estaban entrando en la mansión. Por ello, prefirió dejar el tema para cuando estuvieran solas. Disimulando, se bajó primero y cumpliendo con su oficio, abrió la puerta de su clienta. Ésta comprendió que debía comportarse y subió sola la escalinata de acceso y solo cuando el mayordomo, le había abierto la puerta, girándose comentó a su guardaespaldas que la acompañara porque todavía tenían que revisar la agenda del día siguiente.

-Señora, espéreme en el salón. Debo de comprobar el perímetro antes de reunirme con usted- con profesionalidad respondió mientras interiormente agradecía que disimulara ante el resto de la gente.

Haciendo tiempo, la ex militar fue a la garita y preguntó a su subalterno si el jefe había vuelto. El segurata respondió que no , pero que sabía que no llegaría hasta el día siguiente. Beth respiró aliviada al comprobar que seguía con su madre y dejando las dependencias de seguridad, se dirigió al lugar donde había quedado con la chinita. Nuevamente, le entraron dudas. Aunque acostarse con esa monada era algo que deseaba, le daba terror que Walter la echara de su lado cuando se enterara.

«Da igual si se lo decimos o no, ¡se va a dar cuenta!», musitó para sí temiendo las consecuencias de algo que no podía ni quería dejar de hacer.

Al llegar al salón, Mei no estaba y aprovechando su soledad, la rubia se sirvió una copa que le ayudara a dar el paso.

«Ella es virgen y yo nunca he estado con otra mujer», debatiendo consigo misma, pensó.

 Con su whisky en la mano, le entraron ganas de llorar al sospechar que esa noche su vida iba camino del precipicio.

«Todavía estás a tiempo», meditó mientras rumiaba una excusa que decir antes de huir.

Un ruido a su espalda, le avisó de la llegada de la joven y resuelta a dar por terminada esa locura, se giró. Al hacerlo casi se le cae la copa porque nunca se esperó que Mei apareciera vestida únicamente con un camisón negro casi transparente. Camisón que dotaba a su anatomía de una sensualidad sin igual.

-Estás bellísima- balbuceó al verla convertida en un ser mitológico.

 La tímida sonrisa de la oriental la desarmó por completo y olvidando su decisión, le dijo si quería algo mientras se relamía admirando las curvas que esa tela tan tenue dejaba al descubierto.

-Ponme un vino blanco- comentó dichosa al percatarse de la reacción que había provocado con ese atuendo.

La coquetería innata de esa criatura le hizo lucir una espléndida sonrisa mientras encendía el aparato de música.

-Espero que te guste lo que he puesto- comentó meneando su trasero al ritmo de la canción lenta que había elegido para dar ambiente.

 Beth no contestó, su mundo se había reducido al metro cincuenta de estatura de la morena que se acercaba cual leona acechando a su presa y por eso tuvo que ser ésta, la que tomara de su mano la copa porque ella estaba paralizada.

-¿Bailas conmigo?

Como una zombi sin voluntad, dejó que la tomara de la cintura y la sacase a bailar mientras su olor fresco y juvenil la tenía hechizada.

-Dime que te gusto- murmuró la chavala mientras se pegaba a ella.

-Me encantas- replicó derrotada al sentir los duros senos de la morenita clavándose contra los suyos.

-Dime que me amas- insistió mientras buscaba la completa rendición de su acompañante restregando su menudo cuerpo contra ella.

Incapaz de pensar en otra cosa que no fuera tomar posesión de esa princesa, la militar tartamudeó:

 -Te… te amo.

Con una felicidad contagiosa, recibió esa respuesta y como si fuera la que contaba con experiencia, fueron sus manos las que posaron ansiosas en el culo de Beth.

« ¡No puedes ser!», exclamó mentalmente al notar las yemas recorriendo sus cachetes y no queriendo excitarse antes de tiempo intentó retirarse, pero Mei se lo impidió rozando con el coño su entrepierna.

Esa actitud tan despreocupada desapareció cuando la muchacha comparó los hinchados pechos de Beth con los suyos y volviendo a ser una niña tímida que jamás había dado motivo de escándalo, sollozó diciendo que era imposible que una mujer tan bien dotada se fijara en ella.

        La rubia comprendió los temores de la cría y deseando hacer realidad el sueño de ambas, tomó la iniciativa pasando su brazo por la cintura de su clienta.

-Me pediste bailar y eso vas a hacer- y cambiando las tornas, la obligó a seguir el ritmo mientras contorneaba sensualmente sus caderas.

Suspirando,   se dejó llevar al sentir que su amada se pegaba a ella permitiéndola disfrutar sin ninguna obligación de la suavidad de su piel en un gozoso cuerpo a cuerpo. Consciente de ser la más experimentada, la besó tiernamente mientras acariciaba disimuladamente el trasero de la muchacha.

Esta creyó estar en el paraíso cuando sintió que los labios de la guardaespaldas cerrándose sobre los suyos y como si nunca la hubiese besado, respondió con pasión. La claudicación que mostraba permitió a la rubia recorrer su cuello sin que la novata se pusiera nerviosa.

  Si Walter hubiese estado observando la escena a través de la cámara, a buen seguro hubiese disfrutado al contemplar a esas dos mujeres derrochando pasión mientras bailaban abrazadas.

Mei gimió fascinada al sentir los labios de Beth acercándose a sus senos. Con sus ojos rasgados brillando de felicidad y de emoción, sonrió al escuchar que le preguntaba si se iban a la cama.

-Sí, por favor- sollozó anticipando su debut y con las rodillas temblando siguió a su maestra rumbo a su habitación.

 Al llegar al cuarto, Beth no preguntó y la obligó a sentarse a su lado sobre la cama. Durante unos segundos ninguna se atrevió a hablar. Ambas deseaban dar ese paso, pero ambas tenían miedo. Sus miradas coincidieron cuando la antigua SEAL posó su mano en los muslos de la heredera.

-¿Me deseas?- preguntó esta vez la rubia.

-Mas que a nada en el mundo- respondió abriendo su boquita.

Los labios de la pequeña resultaron una tentación irresistible, pero sabiendo que era bisoña en esas lides, prefirió tomárselo con calma y mientras la chinita la miraba con deseo, centímetro a centímetro fue bajando los tirantes de su vestido. Tras dejar caer su ropa y viendo que Mei apenas podía respirar, acarició durante unos instantes los juveniles senos que tenía a su alcance sin avanzar más allá.

 Acobardada por esas nuevas sensaciones, las negras areolas de su pupila reaccionaron bajo el camisón contrayéndose.

-¿Quieres que te desnude?- susurró.

La joven sollozó sin responder, pero permitió que lentamente Beth fuera despejando el camino deslizando el negro encaje por su cuerpo. La pálida belleza de Mei y la timidez que emanaba de sus poros, intimidó a esa mujer que se había fogueado valientemente en el campo de combate.

Decidida a no forzarla, al tenerla ya desnuda, con un suave empujón, la tumbó sobre las sábanas y en vez de abalanzarse sobre ella, se acostó abrazándola por la espalda.

-¿Confías en mí?- musitó desde atrás mientras con la yema de los dedos comenzaba a acariciar su brazo.

Asintiendo con la cabeza, la heredera dijo que sí y pegando sus pechos a ella, dulcemente, repartió por su cuello y su cara unos leves y breves besos. Esos mimos consiguieron que Mei se fuera relajando y que su tirantez fuese mutando en excitación hasta el punto de que dominada por una calentura sin igual se diera la vuelta y mirando de frente a su amada maestra, le plantara un beso apasionado.

-Tranquila, cariño. Por ahora solo caricias- farfulló a su pesar Beth porque en el fondo sabía que lo mucho que deseaba hundir su cara entre los muslos de su alumna.

Obedeciendo, la magnate bajó la intensidad y eso permitió que durante unos pocos minutos solo se exploraran entre ellas. Beth acostumbrada a la rudeza del sexo heterosexual disfrutó con delicadeza de su pálida piel, de su pelo negro y lacio, de la belleza felina de sus rasgos asiáticos, pero sobre todo de la tersura de sus labios.

-¿Sabes que si sigo no hay marcha atrás?- preguntó mientras posaba sus manos en los diminutos pero firmes pechos de su amante.

La novel creyó leer un rechazo y por ello, con lágrimas en los ojos, replicó:

-Si mañana no quieres verme me dolerá, pero lo aceptaré porque me quedará el recuerdo de esta noche contigo.

Enternecida por el dolor de la cría y mientras se colocaba sobre ella, sonriendo,  le susurró que cómo podía ser tan inteligente y a la vez tan tonta:

-No ves que la que tiene miedo de quedarse sola, soy yo.

La alegría de la chavala y sus risas mientras la besaba con urgencia fue el banderazo de salida que Beth necesitaba para con la lengua ir bajando por el cuello de Mei en busca de esos apetitosos y tiernos pechos que tanto deseaba. Al coronar con sus labios los montículos de la oriental le dio sendos lametazos a cada uno.

-Necesito ser tuya- aulló la joven al sentir que, tras esa primera aproximación, acercaba la boca y los mordía delicadamente.

La pasión que denotaban sus gemidos hizo recapacitar a la militar y pensando en ese tipo de sexo, comprendió que le gustaba tanto como el que practicaba con Walter.

«Es diferente, pero igual de placentero», meditó y tomando la palabra a la chinita, decidió que iba a ayudarla a conocer el gozo que un hombre era capaz de dar: «No creo que Walter se queje cuando tenga dos putitas solo para él».

Ajena a los pensamientos de su amante, Mei gimió al notar que los dedos de Beth se iban acercando a su entrepierna y chilló desesperada al sentir que con las yemas separaba sus pliegues.

-Estoy empapada- se disculpó al saber que su vulva rezumaba de flujo.

Para su adorada guardaespaldas fue un shock descubrir que el coñito de su clienta parecía haber sido azotado por un huracán y tomando un respiro, la acarició sin despojarla del tanga de encaje.

-Quítamelo- le rogó al sentir que había hallado su erizado botón.

Aceptando sus deseos, se incorporó y lentamente deslizó esa coqueta, pero carísima, prenda por los muslos de Mei dejando al descubierto su sexo en plenitud. Para su sorpresa, el sedoso monte que lo cubría hasta el día anterior había desaparecido y eso lejos de incomodarla, la alegró porque así ambas estarían en igualdad de condiciones.

-Te has afeitado- cariñosamente afirmó.

-Lo hice pensando en ti y en que quizás, así, tu hombre me aceptara.

 Soltando una carcajada, Beth le respondió que llegado el caso en lo último que se fijaría Walter sería en eso. Ruborizándose, la cría preguntó en que parte de su anatomía pondría primero su atención.

 -Conociéndolo, en todas. Cariño… ¡eres el sueño de todo ser humano que se cruce en tu camino!

-Solo quiero ser el vuestro- replicó Mei con cara de susto.

-Por eso no te preocupes, nunca te compartiríamos con nadie más. Serás nuestro tesoro -murmuró mientras se agachaba entre sus piernas y sacando la lengua se acercaba a su objetivo, sintiendo la suavidad extrema de aquella piel recién depilada.

Esa promesa junto con esa húmeda caricia tan cerca de su sexo desarboló a la millonaria y gimiendo desconsolada rogó a su nueva amante que culminara ese ataque mientras le clavaba las uñas en la espalda y movía febrilmente las caderas.

Conociendo por propia experiencia, lo cerca que esa criatura estaba del orgasmo, incrementó el asedio tomando entre sus dientes el clítoris de la morena y viendo que esta respondía marcando el ritmo con sus caderas, con total confianza, le ordenó:

-Córrete preciosa. Déjate llevar.

Un grito de placer resonó en la habitación, un chilido de felicidad que emanó de la garganta de Mei y que retumbó en los oídos de su maestra confirmando su entrega. Satisfecha Beth, siguió torturando ese dulce coñito mientras su exótica dueña unía un clímax con el siguiente en una progresión sin fin.

-Te amo- gritó asustada la joven por la intensidad de las descargas y de las sensaciones afloraban en ella desde su sexo y llorando de alegría, disfrutó de las delicias del placer tan largamente prohibido.

Fue tal la duración y la profundidad del orgasmo que la propia guardaespaldas se contagió de esa excitación y olvidando su papel de maestra, se empezó a masturbar buscando su propio gozo.

No pasó mucho tiempo cuando ya completamente dominada por la lujuria, Beth no pudo resistir más y tomando la delicada mano de su clienta, la llevó hacia su sexo para que la joven le devolvieran el favor. Mei supo que era lo que le pedía y con temor a no hacerlo bien, sustituyó con los suyos los dedos de su amante.

Su compañera de cama comprendió los miedos de la pequeña y besándola tiernamente, le dijo que no se preocupara. Las palabras de su amada rubia le dieron la confianza suficiente para comenzar a mover sus dedos contra el hinchado y húmedo clítoris de Beth.

        «¡Es alucinante!», pensó deslumbrada al darse cuenta de que, tras tantos años compartiendo caricias con diferentes parejas, con ninguna de ellas se había podido comunicar con la mirada y en cambio, con Mei sobraban las palabras.

        Esa impresión se vio confirmada cuando perdiendo la timidez la bella oriental se encaramó sobre ella entrelazando las piernas con las suyas.

-No pares- sollozó cuando alternando besos y caricias, la cría se adentró más su intimidad de su maestra con ternura.

 Pero no eso lo que quería, ardía de pasión y estaba desesperada por que se la follara. Como Mei no tenía un pene, buscó un sustituto y tomando una vez más la mano de la joven, se penetró ella misma con los dedos de su compañera. La heredera entendió la lección a la perfección y la empezó a penetrar más profundamente. 

Al hacerlo, fue ahora ella quien movía las caderas y la morenita, para no quedarse atrás, acompañó los movimientos de su mano con fuertes, pero delicadas embestidas, mientras gemía dulcemente. Esos suaves gemidos se vieron acallados por los berridos de su guardaespaldas que, pellizcándose los pezones, exigía a la novata que se la follara. Acatando ese mandato, Mei aceleró la velocidad de sus caricias y Beth al sentirlo, se puso a aullar como una energúmena mientras se corría sobre las sábanas.

La intensidad de sus gritos iba en consonancia con la hondura del placer que en ese momento estaba asolando su entrepierna y sobrepasada por la experiencia, colapsó ante la chinita.

-La alumna ha vencido a su maestra- sonrió agotada.

Ese inesperado elogio ilusionó a la chavala y besando a su amada, le susurró que descansase porque luego su zorrita quería más…

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