Como la mayor parte de las historias, también esta se inicia de una forma totalmente banal. La tarde no había sido especialmente entretenida en Benidorm, habíamos entrado y salido de varios vares de copas sin encontrar en ellos nada interesante ni original; estábamos en medio de una calle llena de jóvenes en celo, mas en realidad lo que aparentaban que otra cosa cualquiera. No parecía aconsejable el intentar mezclarse en aquel caldo de cultivo para cualquier problema, cuando nos dimos cuenta de que nos observaba un tipo solitario de unos cuarenta años, y que al movernos de un lado para otro nos seguía de cerca y mirando muy fijo. Caminando atravesamos un pequeño parque para llegar a nuestro coche, siempre con el a dos pasos detrás nuestro y sin decir palabra, salvo que al caminar, escribía algo sobre un papel que, contra lo esperado, se acerco a dárnoslo justo cuando ya estábamos cerrando las puertas para irnos.

Leímos el papel en el que nos decía ser muy tímido por no haberse atrevido a acercarse y hablarnos, que hubiera estado loco por bailar aunque fuera una sola vez con ella, seguido por una serie de alabanzas , y nos proponía invitarnos a una copa en un pub que había muy cercano.

Nos hacía gracia la cosa y tampoco teníamos prisa en el regreso, así es que bajamos del coche y aceptamos acompañarle. Muy cortes, educado, empeñado en invitar a copas y mas copas que, por un efecto extraño, conseguían que el escote del vestido se ampliase por segundos y que los ojos de nuestro anfitrión se fueran desorbitando. Siempre cortes, nos invito a conocer un pub especial, y lo era, porque en una casa vieja reproducía el ambiente cargado de una antigua sacristía o iglesia de aldea, en la que aparte de la decoración, bien ambientada, había minúsculos ambientes ubicados entre escaleras, balcones interiores y celosías, equipados por pequeñas mesitas y taburetes de paja y madera, y sobre cada mesa una especie de pequeña palmatoria o velorio apenas suficiente para disimular la penumbra ambiental. Todo un conjunto intimo, agradable y discreto, al cual se accedía por una muy estrecha escalera para el servicio a las dos piezas de arriba.

Tomamos asiento los tres sobre los estrechos taburetes, con lo cual estábamos tan pegados que ella, estando en el centro, soportaba el peso de nuestros brazos sobre sus hombros e inevitablemente que nuestras manos descansaran sobre sus pechos ya descubiertos, no tanto por inercia como por la innegable atracción que ejercían sobre nuestras manos, si bien lo del descanso era un simple eufemismo, nuestras manos no cesaban de apretarlos, de acariciarlos, de estrujarlos, mientras nuestras bocas devoraban la suya. No importa ni se quien dio el primer paso para llevar las manos a sus piernas, su corto vestido se encontraba ya enrollado a la cintura y nuestras manos, de ambos lados, trataban de hacer descender la braga hasta quitársela. Estaba ya desnuda por entero y no parábamos de recorrerla con las manos, con nuestras bocas sobre su sexo o su boca; nuestros dedos chocaban pugnando por penetrarla, mientras sus manos, que hacía tiempo habían desabrochado nuestros pantalones, jugaban con nuestras pollas a punto de explosión. Fue nuestro anfitrión el que tomo la iniciativa de atraerla por los hombros para que su espalda quedase apoyada sobre su cuerpo, con lo que me ofrecía el magnífico espectáculo de su sexo, así pude acercarme a ella, que levanto sus piernas a mi encuentro y al encontrarnos se fundieron nuestros sexos en una ansiosa búsqueda que solo termino con un majestuoso orgasmo conjunto.

Riendo un rato por el esfuerzo hecho, era el momento de que nuestro anfitrión tomase el relevo. Por precaución habíamos recuperado nuestras ropas y muy en plan serios pedido nuevas copas que bebimos mientras echábamos un vistazo a la parte superior del local, ya que antes no nos habíamos fijado en nada. Vimos un amplio balcón cuadricular, que cubierto de celosías permitía ver la decoración de la planta baja llena de estatuas y ornamentos religiosos, y a las inciertas luces mejor aun la perfecta silueta del cuerpo de Maria que tiraba de nosotros. En segundos estábamos sobre ella cubriéndola de caricias. Ahora fue nuestro anfitrión el que al tiempo que la levantaba el vestido, sacaba y buscaba la entrada de su sexo con su verga, mientras a mi me tocaba sostenerles para evitarles caer a la planta baja, dada la precariedad del apoyo existente.

La experiencia había sido de lo más excitante, pero no había terminado todavía. Miguel, nuestro anfitrión, a estas alturas ya sabíamos su nombre, nos invito a conocer la zona, dando un paseo con su coche. No recuerdo la marca aunque si era bastante cómodo, de modo que los dos se sentaron en los asientos delanteros mientras que yo lo hice en el trasero, desde el que mejor dominaba el panorama y además tenía acceso a los cordones que retenían el escote del vestido. El efecto era impresionante, bastó con deshacer la simple lazada para que todo el escote se viniera abajo, con lo cual el paseo aun fue más agradable para nosotros; ella sentada delante con Miguel, una de cuyas manos estaba permanentemente ocupada en su coño, y yo detrás, con las mías acariciando sus tetas libres y al aire. Algunas caras de la gente con las que nos cruzábamos, eran de apoteosis.

Fuimos en el coche hasta una zona bastante elevada y desde la cual se veía toda la enorme bahía, desde luego el lugar era precioso y totalmente solitario, con una gran cadena de hierro para impedir el paso, pero Miguel aparentemente conocía bien el truco, porque la evito y continuamos aun durante un buen trecho. Cuando al fin detuvo el coche y apago el motor, el silencio era casi absoluto, pero a cambio estábamos perfectamente iluminados por las luces de un cielo esplendoroso.

Hacía rato que el vestido de Maria, toda su ropa en realidad, estaba desperdigada por el suelo del coche, lo mismo que la nuestra; basto pues que ella basculase su asiento hacia atrás para que Miguel se colocase encima de ella y con un par de maniobras metiera su polla dentro de ella. Tampoco ella se había quedado quieta, porque con los brazos extendidos hacia atrás tomo mi cabeza para hacer que mi boca apresase la suya; mis manos sin parar de acariciar sus tetas, jugando nuestras lenguas en besos interminables, mientras Miguel bombeaba su sexo como un poseído y ella respondía elevando sus caderas a su encuentro hasta, en un ultimo espasmo, corrernos los tres al mismo tiempo, pero ni siquiera con eso están contentos, en cuanto reponen un poco las fuerzas, se meten los dos en la parte trasera del coche y comienzan una nueva exhibición de contorsiones, sentada sobre las piernas de él y dándole las tetas, vuelta de espaldas mientras él hace esfuerzos por metérsela por el culo sin conseguirlo, en fin, de mil maneras, porque el coche tampoco es una maravilla en cuanto a espacio, pero en esos casos todo vale.  Ni que decir tiene que ese lugar se ha convertido en uno de nuestros favoritos, y que a Miguel solemos encontrarle con cierta frecuencia. Aparte de que nos llama con frecuencia pidiendo nuevas citas.

La última visita que hicimos al Pub fue un poco más animada que los anteriores; el camarero, después supimos que era el dueño del local, se había dado cuenta de nuestras aventuras en el primer piso y aprovechando que esa noche escaseaban los clientes, se decidió a participar en nuestros juegos y, cuando menos le esperábamos, apareció de la nada y la sorprendió a ella agarrándola por la espalda, léase tetas, cuando estaba con el vestido bajado hasta la cintura.

Es ella quien continúa el relato.

Bailamos, mejor dicho, apenas nos movimos, salvo las manos de Miguel sobre mi cuerpo y la presión de su verga aun oculta, sobre mi sexo. Volvimos a la mesa y nada mas sentarme, sus manos me ayudaban a retirar mi braga, apoderándose su mano de mi sexo. En un momento, dos de sus dedos me habían penetrado, los sentía muy dentro y con un frenético movimiento que provoco que a mi vez dejara al descubierto la verga de Miguel, y nada mas hacerlo me tomo entre sus brazos para sentarme sobre el, haciendo que esa verga me penetrase hasta lo mas profundo.

Así estábamos cuando sentí que, desde atrás, dos nuevas manos tomaban  mis pechos. No me volví, creo que lo esperaba, de alguna manera sabía que el camarero no se contentaría con haber visto mis pechos desnudos, Fue bien aceptado por Miguel, que aprovecho su ayuda para desnudarme entera y tomarme en sus brazos mientras el camarero juntaba las dos mesas para depositarme sobre ellas. Al momento, los dos estaban igualmente desnudos y, mientras Miguel se tendía sobre mi metiéndome su verga, el joven camarero acercaba la suya hasta mi boca que le recibió ansiosa. Cada envite de Miguel provocaba que la verga del camarero entrase mas y mas en mi garganta, ya no podía ni paladearla, solo sentir como crecía y como de golpe descargaba potentes chorros de semen que casi me ahogaban. Miguel mientras tanto, iba a lo suyo, había levantado mis piernas y colocado mis pies sobre sus hombros, de tal manera que vagina y ano quedaban a su alcance y largamente expuestos; su verga ya bien lubricada en la vagina, no tardó en hacer presión sobre mi esfínter, y cuando estuvo suficientemente dilatado, se metió como Pedro por su casa.  Tres o cuatro envites y se retiraba para cambiar de sitio, tan pronto la metía por el culo, como por la vagina, y a la vista de ello, el camarero reclamaba su parte.

Se había sentado sobre una butaca baja, su verga bien erguida esperaba su presa, y Miguel, en un acrobático gesto me deposito sobre ella, sin sacarme su verga de la vagina, mientras por el mismo peso de mi cuerpo, la verga del camarero me empalaba.

No sé cuantos orgasmos tuvimos, ni el tiempo que duro, habían cerrado el local, y dejado solos en el, después supimos que el joven camarero era hijo del dueño. Tampoco entonces me dejaron vestirme, desnuda totalmente me bajo Miguel hasta el coche, para depositarme sobre el capot del mismo. No había nadie en los alrededores, y aprovechó  para metérmela de nuevo, aunque esta vez en un polvo rápido, por temor a que pasase una patrulla, de las muchas que vigilan la zona.

A todo esto, el joven camarero había cerrado su local y al vernos se acerco a nosotros. Todavía le quedaban ganas, y nos propuso llevarnos a su casa, teníamos tiempo, de modo que aceptamos no sin que aquello diera origen a un pequeño debate, con quien de los dos hombres yo haría el corto viaje; al final gano Miguel pero solo a medias puesto que el camarero dejo su coche y vino con nosotros. La situación era cómica, los tres íbamos sentados en la parte trasera, yo en medio, desnuda totalmente, con la mano del joven jugando con mis tetas, y las libres de ambos compartiendo  mi vagina. Imaginar las caras de la gente que nos veía, cada vez que debíamos parar ante un semáforo. La verdad es que yo no estaba para fijarme en tales detalles, el trabajo que ellos estaban haciendo sobre mi, me había transportado al séptimo cielo, así es que ni me entere del recorrido hecho hasta llegar a la casa del joven, ni tampoco en ella hubo demasiadas palabras, como por milagro la corte había crecido, una gruesa verga clavada en mi vagina, una segunda en mi trasero, otra nueva en mi boca y dos mas a las que masturbaba con mis manos, suficientes para que en un momento todo mi cuerpo nadase en semen caliente.

2 comentarios en “Relato erótico: “La sacristía” (PUBLICADO POR SIBARITA)”

  1. Deseo dejar muy claro y patente mi agradecimiento a un oscuro personaje que me obsequia con un calificativo de “horrible” a cada uno de los relatos que publico. No tengo dudas de que no es un personaje corpóreo, estoy seguro de que se trata de mi propia conciencia que me reprocha por mis cuentos tan indecentemente pornográficos.
    Sin embargo, y de ahí mi agradecimiento, la transgresión es lo que me alimenta y, si mi propia conciencia me dice que es horrible lo que escribo, yo la respondo que, en el uso de mi libre albedrío, escribo lo que quiero y cuando quiero, y qué el solo reproche que me preocuparía sería el de ser mal escritor, desde luego no el que gusten o dejen de gustar mis cuentos.
    Desde la Nada os saluda. Sibarita

  2. Sibarita, desde la administración de este blog, te informamos que estaremos atentos a cualquiera comportamiento reprochable hacía tí y si lo encontramos, excluiremos al culpable

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