LA NAPOLITANA

Hola, me llamo Marina. Tengo 38 años, estoy casada y tengo un hijo de 16. Aunque mi marido es un poco simple y algo repetitivo en la cama, es viril y buena persona. Soy feliz en mi matrimonio y me considero sexualmente satisfecha. Quiero, tanto a mi marido como a mi hijo, y nunca había pensado en tener una aventura fuera de mi relación conyugal.

Mi marido y yo pensamos que era importante que nuestro hijo supiera idiomas. Como inglés ya sabe todo el mundo y el chico tampoco era muy estudioso, decidimos que estudiara italiano, que se parece al español y podía ser fácil para él. Para completar su aprendizaje establecimos contacto por Internet con una familia italiana cuya hija estudiaba castellano, y nos pusimos de acuerdo para que nuestro hijo pasara allí un mes en verano, alojándose en su casa, y la niña pasara un mes con nosotros aprendiendo español.

El primer día de Agosto mi marido fue a recoger al aeropuerto a nuestro hijo y a la chica, una napolitana, según las cartas del chaval, preciosa, de su misma edad. Las vacaciones de verano las pasábamos en un chalet en la playa de una localidad costera española. Cuando mi marido llegó con nuestro hijo y la chica, pude ver que no exageraba en la correspondencia. La chica era un bellezón. Morena, de ojos negros, con un gran tipo. Hola, se presentó, me llamo Lucia (lo pronunció Luchia de una forma encantadora) Su sonrisa brillaba iluminándolo todo. Cuando me giré vi a mi marido y a mi hijo babeando con caras de idiotas.

Debo confesar que la primera impresión que me causó la napolitana no fue del todo favorable. Ella era amable, especialmente conmigo, se ofrecía a ayudarme con frecuencia y soportaba sin enfados las miradas de embeleso de todos los hombres que se la cruzaban, mi marido y mi hijo incluidos. Que fuera un encanto era tal vez lo que me ponía tan nerviosa. Eso y que todos los hombres a su alrededor pareciesen haberse vuelto lelos de repente. Yo era la más guapa de mi grupo de amigas y estaba acostumbrada a ser la “abeja reina” en las reuniones sociales. Iba al gimnasio, hacía dieta y me mantenía todo lo guapa que podía, de modo que los hombres todavía se giraban para verme pasar. De repente, esta belleza adolescente me recordaba que me estaba haciendo mayor, que pronto llegaría a los cuarenta y que nuevas generaciones reclamaban el trono.

Y el caso es que su conducta era en todo momento intachable, aceptaba los cumplidos con una sonrisa, no tenía malas caras para nadie, se comportaba como una chica normal, como si ignorase el efecto que causaba en los hombres. Jugaba con mi hijo como si fuera su hermano, fingía encontrar interesantes las batallitas que mi marido le relataba, simulaba no darse cuenta de los ojos clavados en ella cuando se ponía el bikini para ir a la playa… y a la vez tampoco coqueteaba con nadie y era más atenta conmigo que con ninguno de sus admiradores, a pesar de mi antipatía en un principio.

Poco a poco me fui rindiendo a la evidencia: la chica era un cielo y yo una bruja. La verdad era que me había ganado y no podía negarlo. Cierto día estábamos en la playa luciendo unos bikinis muy sexys. Por supuesto todos los hombres de alrededor estaban extasiados mirándola. Ella se apretaba a mi como buscando protección. Allí estaban mi marido, mi hijo, nuestros vecinos de al lado y un par de amigos de mi hijo. A todos cayéndoseles la baba. Trataban de convencerla de que los acompañara a la piscina. Ella se negaba argumentando que, como yo, prefería el mar. Yo sabía que no tenía, en realidad, preferencia alguna, simplemente escogía estar conmigo que la trataba como a una persona normal, ocasionalmente, incluso, con brusquedad, a estar rodeada de pelotas que la trataban como a una diva, papel con el que no parecía sentirse a gusto. Que eligiese mi compañía a la de sus aduladores, y eso que entre los amigos de mi hijo había algún chico bastante guapo, aumentó mi simpatía hacia ella.

Cuando nuestros acompañantes se cansaron de insistir y se fueron a la piscina, rodeé a Lucia con mis brazos y la bese en la mejilla. Ella agradeció mi gesto, que parecía sellar la paz definitiva entre nosotras (a decir verdad, nunca había habido guerra) y me abrazó jubilosa. Sus pezoncitos erectos a través del bikini rozaron mis pechos. Le di una palmada en el culo y le dije: Ala, vamos al agua. En el mar jugamos un rato. En un momento dado me rodeo la cintura con las piernas y me abrazó de frente. Ya te tengo, le dije siguiendo la broma. Estaba preciosa, con el pelo mojado y sus senos tratando de escapar del bikini. Pensé que esa situación, para mi normal, habría hecho las delicias de los chicos que la cercaban minutos antes. Entonces, ella me besó rápidamente en los labios y escapó nadando hasta la orilla. Quedé azorada en el agua. De pronto tenía calor y los pezones duros. Me recompuse y fui a la orilla. Ni ella ni yo comentamos el tema.

Durante todo el día estuve pensando en lo sucedido. ¿Qué había pasado en el mar? ¿Era todo un juego o había algo más? ¿Era un beso de cariño como cuando yo le había besado la mejilla? ¿Había sido premeditado o un mero accidente? ¿Sería la niña lesbiana? Peor aún ¿lo sería yo? Porque no podía fingir que no me había excitado. Había quedado toda mojada y no solo por el agua del mediterráneo. Todavía me ponía caliente cuando me acordaba. Eso podía ser fruto de una sugestión erótica, razoné yo, al ver a todos los tíos cachondos por ella. Traté de recordar la última vez que besé a una mujer de esa manera. No debía ser mucho mayor que Lucía. Tenía una amiguita en el instituto, empezábamos a salir con chicos y teníamos miedo de no besar bien, así que ella me propuso practicar entre nosotras. Al principio me daba un poco de reparo, pero ella me convenció. Visto con perspectiva, creo que ella era declaradamente bisexual y solo intentaba seducirme, pero yo era muy inocente entonces. Empezamos a besarnos y poco a poco le fuimos cogiendo el gusto. Fueron los primeros besos con lengua que di. Luego los ensayaba con mis ligues masculinos con éxito. Durante varios meses mi amiga y yo seguimos “practicando” aunque era obvio que no lo necesitábamos. Aprovechábamos cualquier ocasión para quedarnos a solas y enrollarnos. Nunca pasamos de ahí. Al acabar el curso cada una fue a veranear a un sitio y luego a universidades distintas. Nos vimos alguna vez más, pero ya no hicimos nada. Poco a poco fuimos perdiendo el contacto. No había vuelto a pensar en aquello desde entonces. Siempre lo consideré un “affaire” de juventud sin mayores consecuencias. Desde entonces mi vida sexual se centro en los hombres. Tuve un par de novios, perdí la virginidad con uno de ellos, conocí a mi marido, me casé, tuve un hijo… nunca se me ocurrió que podía excitarme con una mujer de nuevo, ni mucho menos una mucho menor que yo.

Con el paso de las horas me fui tranquilizando. Un calentón lo tiene cualquiera. La chica era una monada y ver a tantos bobos locos por ella sin duda me había afectado. En cuanto a ella, aunque el hecho de que fuera lesbiana y yo le gustara explicaría muchas cosas, era mucho más probable que el beso no fuera intencionado o no significara nada. Sin duda había buscado mi mejilla y se había encontrado con mis labios por casualidad. Solo era un gesto de afecto y yo le estaba dando demasiadas vueltas. Además, aunque fuera lesbiana, seguro que preferiría a una chica de su edad antes que a una vieja (desde su punto de vista) como yo. Reforzada por estas ideas me olvidé del tema.

Al día siguiente Lucia me llamó al baño antes de irnos a la playa. Se estaba probando bikinis y ninguno le convencía. Cuando llegué casi me da un infarto. Allí estaba ella, con el bikini en la mano y las tetas al aire. Con la mayor naturalidad. De nuevo noté húmeda la entrepierna y esta vez no tenía la excusa del mar. Ninguno me sienta bien, ojalá tuviera tu delantera, me dijo con modestia no se si real o fingida. Cierto que yo tenía un poco más de pecho, pero ella era una adolescente y no necesitaba más para volver a todos los hombres locos… y no solo a los hombres. No seas tonta, le dije, tienes unas tetitas preciosas. Gracias, respondió ella sonriendo, pero seguro que este bikini te sienta mejor a ti. Pruébatelo. Lo hice procurando que no se me notara el nerviosismo. Las dos éramos chicas, no había motivo para que no nos cambiáramos juntas. Cuando dejé mis tetas al aire ella me sorprendió de nuevo. Alargó las manos y me las cogió. Ves, tú las tienes más grandes, te sienta mejor todo. Me quedé paralizada. No sabia que hacer. Lucia me frotaba los pezones con los pulgares. Tragué saliva y contesté: Eso son chorradas, tienes a todos los tíos enamorados de ti. Entonces ella me soltó los senos (por fin) y me cogió las manos, para llevárselas a los suyos. Eso era peor, ahora era yo la que la palpaba a ella. Las mías son más pequeñitas. Parezco un chico. Rebelada por su auto desprecio le espeté: Eres la chica más bonita que he visto nunca. Ella sonrió y me soltó las manos, pero inexplicablemente yo no le solté las tetas. Volvió a cogerme las mías y las dos estuvimos unos instantes como en trance metiéndonos mano. Mi marido me llamó y eso rompió el hechizo. Nos pusimos cada una nuestro bikini y salimos del baño.

Después del episodio de las tetas no sabía que pensar. Aquello era lo más cerca que había estado de serle infiel a mi marido… ¡y con una chica a la que doblaba en edad! Aunque al principio todo había transcurrido de un modo natural y podía interpretarse de muchas maneras, el final no dejaba dudas: Había habido un roce erótico entre las dos y no se podía negar. Lo que no sabía era lo que iba a pasar a continuación.

Pasé las horas siguientes intentando que no se me notara el desconcierto. Afortunadamente, tanto mi marido como mi hijo estaban demasiado ocupados adorando a la diosa del panteón latino como para reparar en mis cambios de humor. Esa misma tarde decidí coger el toro por los cuernos y hablar a solas con Lucia. La encontré en su habitación (la habitación de invitados donde la habíamos alojado) sentada en la cama.

– Lucia, cariño, te apetece que hablemos de cosas de chicas – le dije sentándome junto a ella.

– Claro Marina – respondió pegándose a mi – desde esta mañana no hemos podido estar solas.

– Bueno, de eso quería hablarte. Aquello… fue un poco loco, ¿no? – podía notar su calor sobre el blando colchón, sin darme cuenta me había cogido la mano.

– Oh, te has sentido incomoda por mi culpa. Lo siento.

– No te preocupes. Lucia, en Italia ¿tienes novio? – por primera vez pude ver que con esta pregunta la incomoda era ella y no yo.

– No

– Pero tendrás muchos chicos detrás. Eres una chica muy bonita – mientras decía esto le apartaba el pelo de la cara. Tenía una cara preciosa. El rubor le sentaba bien.

– Los chicos no me interesan. Quiero decir… – casi había confesado su homosexualidad y estaba avergonzada por ello. Me inspiró ternura.

– Tranquila cielo – la interrumpí para echarle un cable – todas hemos tenido problemas con los hombres en un momento u otro. Cuando tenía tu edad me horrorizaba no besar bien. A veces practicaba con mis amigas. ¿Quieres que tú y yo practiquemos un día? – no podía creer lo que acababa de decir. Estaba seduciendo a la Napolitana como mi amiga me había seducido a mi 20 años antes. Aquello era lo que había ido a evitar y yo misma lo estaba provocando. ¿Qué me pasaba? ¿Cómo podía estar haciendo aquello?

– ¿De verdad? – se limitó a contestar ella. Como impulsada por un resorte dirigí mis labios a los suyos y la besé. Tardó un poco en reaccionar pero cuando lo hizo fue como un dique que se desborda, me abrazó y caímos tendidas sobre la cama comiéndonos las bocas. Su lengua asomó como una viborilla y ahí perdí del todo el control. Estuvimos varios minutos así. Cuando acabamos nos echamos a reír.

– Tengo que preparar la cena – le dije como despedida y salí de su cuarto.

Durante la cena y en los días siguientes pude observar un espectáculo singular. Caída la mascara del prejuicio y especialmente sensibilizada por los acontecimientos recientes, me di cuenta de lo que había estado delante de mis narices toda aquel tiempo. Lucia no solo era lesbiana sino que estaba colgada conmigo. ¿Qué por qué una adolescente me prefería a mí que a las chicas de su edad? Eso era un misterio. La misma cara de embeleso con la que mi marido y mi hijo y todos los hombres que la rodeaban, la miraban a ella, era la que ponía ella por mí. Y no solo desde los besos, había sido así desde el principio. Desde que había llegado a mi casa. Todos los galanes intentaban enamorarla y ella solo quería estar con el ama de casa. Era enternecedor.

Cruzábamos miradas de complicidad y deseo ante la ignorancia de los presentes. Se sonrojaba ante mis halagos, como ignoraba los de los demás. Un roce de manos o un beso en la mejilla adquirían un significado especial. Esa noche busque a mi marido para hacer el amor. Lo había evitado desde su llegada del aeropuerto. En el fondo creo que era una venganza inconsciente, una manifestación de mis celos por como miraba a la niña. No quería tener sexo con él sabiendo que pensaría en ella. Ahora, sin embargo, la que pensaba en ella era yo. Tenía que sacarme la calentura de alguna forma y esa parecía la más lógica. Curiosamente, esa noche tuve más la sensación de serle infiel a Lucia con mi marido, de la que había tenido de serle infiel a él con ella cuando nos besamos en su habitación o cuando nos tocamos las tetas en el baño.

Transcurrieron varios días en que no pasó nada. El erotismo entre ella y yo habría podido cortarse con un cuchillo. Supongo que un cierto sentimiento de culpa y el miedo a ser descubiertas, si nos dejábamos llevar de nuevo, nos contuvo. Cierto día mi marido programó una excursión para los chicos a un pueblo cercano. Quería que mi hijo y la italiana vieran un monumento de notable belleza en su opinión. Yo ya lo había visto en varias ocasiones así que me libraba. Además tenía cosas que hacer en la casa. Pensé que un día entero sin ver a Lucia me vendría bien. No andar todo el día excitada por primera vez desde el beso en el mar sería un descanso. Despedí a mi marido con un beso en los labios y a mi hijo y a la napolitana con uno en la mejilla. La chica me abrazó con fuerza como si no me fuera a ver en mucho tiempo. Nada más lejos de la realidad. Aún no hacía media hora que se habían ido cuando pude ver por la playa a Lucia, tan bella como siempre, regresar a casa. Cuando llegó a mi altura, ante mi mirada interrogante, se limitó a frotarse la tripa y afirmó: No me encontraba bien. Les he dicho que siguieran ellos, que yo volvería a casa sola. Te dolía la barriguita, le dije yo, interpretando su gesto. Ella sonrió por respuesta. Era obvio que se había escaqueado para que nos quedáramos a solas. Hacía tiempo que nadie se tomaba tantas molestias por mí. Adiós a lo de pasar un día sin excitación sexual. Le devolví la sonrisa, nos cogimos de la mano y entramos a casa.

Ambas sabíamos lo que iba a pasar, pero no había especial prisa en que pasara. Terminé de limpiar mientras ella me ayudaba con los cristales. Cuando acabamos nos bañamos en la piscina. Nada más zambullirnos me rodeó con las piernas por la cintura, como había hecho en el mar unos días antes. ¿Podemos seguir practicando lo de los besos? Preguntó con voz de niña inocente. ¿Qué la ultima vez no te quedó claro? Respondí haciéndome la tonta. Sin más preámbulos empezamos a besarnos como si nos fuera la vida en ello. Apretaba sus labios, sorbía su saliva, acariciaba su lengua con la mía. No sé el tiempo que estuvimos así pero debieron ser varios minutos. Estamos solas, no hace falta que lleves esto, le dije, quitándole la parte de arriba del bikini. Sus tetas aparecieron gloriosas entre el agua. Entonces tu tampoco, contestó quitándomelo a mi. Al abrazarnos de nuevo nuestros pezones se juntaron. La besé en el cuello y fui bajando hasta los objetos de mi deseo. Llevaba desando chuparlas desde el magreo en el baño. Nunca lo había hecho, pero sabía como me gustaba que me las lamieran a mí y así lo hacía yo. A juzgar por los gemidos de Lucia era buena en ello. Le rodeaba la aureola del pezón con la lengua y luego succionaba ligeramente. Después pasaba al otro pecho, lo cubría de besitos y volvía a empezar. Mis dedos se deslizaros por la entrepierna de mi diosa que se abrió toda ella a mis roces y caricias. Por fin ella tomó la iniciativa y después de meterme la lengua en la garganta de un morreo bajo la boquita y me chupo los senos con pasión. Se notaba que ella también llevaba tiempo deseando aquello. Me daba mordisquitos y lengüetazos, mientras, su mano imitó la mía y apretó mi vagina, frotándome el clítoris. Estuvimos besándonos y masturbándonos anta que ambas nos corrimos. Fue muy intenso. Exhaustas y felices salimos de la piscina.

Comimos desnudas para estar más cómodas. Hacía calor así que no fue un problema. Lucía no paraba de reírse y de decirme lo guapa que era y lo que le había gustado desde el principio. Me sentí halagada. Después de comer nos tumbamos juntas a dormir la sienta, aunque como imaginareis no dormimos mucho. Nos acariciamos por todo el cuerpo mientras nos besábamos. Ella se frotaba el coño en mi muslo y pronto yo encajé mi pierna alrededor de la suya para hacer lo mismo. Estuvimos masturbándonos así un rato, luego abrimos las piernas como formando unas tijeras y nos restregamos los conejitos uno contra el otro. Al borde del éxtasis paré y comencé a besarla por todo el cuerpo. Le lamí los pies, las piernas, la cara interna de los muslos, el culete tan perfecto que tenía y, finalmente, el chochito. Lo degusté con parsimonia. Ni en el momento de mayor pasión con mi amiga en la adolescencia se me hubiera ocurrido tal cosa. Simplemente nunca antes había sospechado que me pudiera gustar comerme un coño, sin embargo allí estaba, chupándoselo a esa chica como si fuera el más alto manjar, como si me fuera la vida en ello. Sus gritos de placer me indicaban que estaba disfrutando. Lamía su clítoris, lo succionaba y luego metía la lengua en su vulva para moverla de un lado a otro. Pronto la noté corriéndose en mi cara.

Necesitó unos instantes para recuperarse. No dejamos de acariciarnos en todo el tiempo. Lentamente fue besándome en la cara, los labios, el cuello, las tetas, la barriga, deteniéndose en el ombligo, jugueteó con mi vello púbico, hasta comerme la entrepierna como no lo ha hecho ningún hombre. La paciencia, el cariño, la entrega con que lo hizo están aún en mi recuerdo. Cuando estallé en el mayor orgasmo de mi vida y mojé su boca, ella escaló por mi cuerpo hasta que nuestros labios se unieron en un beso que pareció no terminar nunca.

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jomabou@alumni.uv.es

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