19

Tras comprobar que ni Patricia ni Kyon salían de la habitación, me puse frente al ordenador. Una vez ahí, abrí la memoria USB que había grabado y empecé a revisar los diferentes documentos hackeados. Como los datos clínicos me resultaban indescifrables, centré mi atención en lo que hacía referencia a las tres mujeres con las que de alguna forma terminaría conviviendo y fue así cuando descubrí que cada una de ellas contaba con un dossier. Teniendo a Natacha a mi lado, le pedí permiso para revisar el suyo haciéndole ver la importancia de saber su contenido.

            ―Hazlo, pero no me cuentes lo que descubras. No quiero saberlo.

            Entendiendo sus reticencias, no insistí que se quedara y dando un click sobre el icono de esa carpeta, comprobé que contenía otros subdirectorios. Al leer que uno de ellos tenía por título “Captación y adaptación a su nueva vida”, decidí empezar por ese. Al desplegarlo, me encontré que no había sido comprada sino arrebatada a sus padres y que al encontrarse con su fiera oposición habían sido “silenciados” por los sicarios que la organización de Isidro había mandado a su Rusia natal.

            «Según esto tenía solo once años», comprendí al ver la fecha de su captura y lamentando su infancia truncada, estuve a un tris de llamarla para contarle el heroico comportamiento de sus progenitores.

            «Mejor se lo cuento después», me dije al leer que durante dos meses la habían retenido en un cuarto oscuro sin ver a nadie con el objeto de llevarla al borde de la desesperación.

            Desolado al ratificar el sufrimiento al que había sido sometida, disculpé la supuesta alegría de la niña con la que acogió a su captor después del prolongado aislamiento.

            «Es lógico que lo creyera a pies juntillas», me dije al ver plasmado en papel que no había puesto en duda la versión de su compra.

            A partir de ahí, la serie de padecimientos de los que había sido objeto me asqueó y pasando rápidamente las torturas, llegué al día en que fue inoculada con la solución.

            «Debieron considerar prudente que pasara la pubertad y su cambio hormonal se estabilizara», confirmé al leer que al igual que con Patricia habían aguardado a su dieciocho cumpleaños para hacerlo.

Leyendo ese dossier me llevé la sorpresa de que nadie de la organización había previsto que en vez de desarrollar su inteligencia como había sido el caso de mi secretaria fueran sus aptitudes artísticas las que se incrementaran. Considerándolo un error, no de la magnitud de Isabel y sus dos compañeras de martirio, pero error al fin, el tal Bañuelos había ordenado acelerar el adiestramiento y puesta a disposición de los médicos del resto de las cautivas que permanecían en su poder. Al ver en ese documento interno, el nombre de Kyon dejé momentáneamente el de la rusita y pasé al de la oriental.

En el caso de ésta sí fue comprada, pero al responsable de un orfanato bajo la apariencia de una adopción con la edad de trece años. No resultando esencial los datos de sus torturas, pasé al día en que metieron en su organismo el compuesto confirmando que con ella habían anticipado la inyección.

―Tenía solo dieciséis.

Que desarrollara el don de la música fue visto por su maltratador como un nuevo quebranto a sus planes, pero el hecho que estadísticamente no hubiera diferencia entre las edades de sus conejillas de indias al volverse locas un porcentaje parecido de ellas, le hizo adelantar más si cabe los años de sus presas para ver si siendo más jóvenes el impacto era mayor. Horrorizado leí en la lista de las niñas a las que había ordenado inocular que sin más candidatas disponibles había incluido en ella a su propia hija de solo ¡cuatro años!

«¿Qué clase de hombre está dispuesto a experimentar con alguien que él mismo ha engendrado?», me pregunté.

Y mientras crecía el odio de mi interior, abrí el expediente de Maria Bañuelos esperando que al menos su final hubiese sido menos cruel. Para desgracia de la niña, descubrí que ella era la cuarta superviviente del ensayo de ese malnacido. Pero lo que me dejó anonadado, fue que su propia madre no solo era la más estrecha ayudante del sujeto y la bioquímica que descubrió la composición y el uso de ese químico, sino la que alentó a su marido para que lo probaran con su retoño.

«¡Pobre criatura!», pensé con lágrimas en los ojos al leer los padres que le habían tocado en suerte mientras comprobaba que había sido inyectada solo hacía dos años y que como todavía no mostraba ningún efecto visible al tratamiento, habían decidido esperar a su pubertad para repetir con ella lo realizado con el único espécimen de éxito que lo quisiera reconocer o no era Patricia.

 Suponiendo que los mostraría en el futuro, pasé al dossier de mi secretaria para confirmar que tipo de estrategia habían usado con ella. Así descubrí otra faceta con la que la esposa de Bañuelos había colaborado con él.

«Fue ella quien eligió a la morena por su atractivo físico cuando todavía estaba en el colegio. De tenerla enfrente, la mataría», haciéndola objeto de mis iras, sentencié al leer también cómo había maniobrado para facilitar que su marido la conquistara.

Indignado, repasé concienzudamente el dominio que la pareja había ejercido sobre Patricia sumergiéndola en una vorágine de placer y sexo al comprobar que al contrario del resto de las jóvenes con las que habían experimentado no perdía la razón.

En su caso, el dossier incluía grabaciones de las sesiones a las que había sido sometida por el matrimonio y espantado visualicé un par donde, enmascarando su identidad, la mujer de Bañuelos la había sometido a toda clase de vejaciones.

«Lo raro es que no haya terminado en un psiquiátrico», me dije al verlos.

Acababa de cerrar uno de los videos cuando su protagonista apareció por mi despacho vestida con un conjunto de lencería totalmente blanco secundada por las otras dos.

― ¿Qué ocurre aquí? ― pregunté al ver que su vestimenta incluía un velo del mismo color y un ramo de flores.

―Me han convencido de que no necesito pasar por la iglesia y que basta con que nuestras niñas oficien nuestra boda.

No sé si fue lo que acababa de leer y ver o si al contrario fue su belleza lo que me hizo sonreír aceptando pasar por la vicaría, aunque en vez de frente al altar fuera en el salón de mi casa. Lo cierto es que sin poner objeción alguna solo pedí que me dejaran ir a ponerme una corbata.

―Date prisa. Llevo demasiado tiempo esperando ser tu esposa― respondió la otra contrayente con gran alegría.

De camino al cuarto realicé un examen de conciencia de camino, analizando como había cambiado mi vida y lo que sentía por mi acosadora. Hasta yo me sorprendí cuando llegué a la conclusión de que estaba colado por ella.

«Siendo una arpía, es mi arpía», sentencié y ya convencido, no solo me puse corbata sino me cambié de ropa, poniéndome el mejor de mis trajes.

El cambio de vestimenta agradó a mi prometida y colgándose de mi brazo, esperó que Natacha comenzara su discurso inicial antes de entrar propiamente en la ceremonia.

―Nadie mejor que Kyon y yo, como el ruiseñor y la muñeca del novio, sabemos que han nacido el uno por el amor que se tienen y cuya mejor prueba es la dedicación con la que nos cuidan…― viendo que la oriental asentía, continuó: ―…Tras recogernos de la calle, nos han mimado y amado sin importarles postergar esta boda hasta que comprobaron que íbamos a ser felices a su lado. Siendo ellos los verdaderos protagonistas, mi hermana de adopción y yo nos sentimos también participes de esta unión, ya que a partir de que Lucas acepte a nuestra amada Patricia como su señora, nos convertiremos en las niñas de los dos.

Las lágrimas de la morena no se hicieron de rogar al escuchar de labios de la rusita que ambas la querían:

―Sé lo que significáis para mi novio y por eso, ya os considero mi familia y deseo que compartáis todos los aspectos de nuestra vida.

Las dos crías sollozaron al oírla, pero fue la chinita la más explosiva y cayendo postrada ante ella, dudó que se mereciera ser feliz.

 ―Mi zorrita, por supuesto, que lo mereces. Y desde ahora te digo que en tu caso seré la exigente ama que te eduque, te corrija y te ame.

No pude más que sonreír al notar la alegría de Kyon con esa dulce reprimenda, que por otra parte encontré que era exactamente lo que por su naturaleza necesitaba.

― ¿Y para mí qué será? ― preguntó la rubia haciéndose valer.

―Para ti, seré la modelo que pintes y la puta a la que tengas que satisfacer en la cama. ¿Te parece poco?

Sonriendo, contestó:

―Tener una puta tan bella dispuesta a que la retrate y la ame, supera con creces mis sueños.

En la respuesta, certifiqué nuevamente el cambio que había experimentado Natacha desde su llegada a casa y que poco quedaba en ella de la aterrorizada criatura que imploraba mis caricias.

«Habiéndolas obtenido, está aflorando su verdadera personalidad y me encanta».

Mi rutilante novia también sonrió y haciendo un gesto, pidió que continuara con el ritual que habían pactado entre ellas.

―Don Lucas Garrido, en su nombre y en el de sus actuales concubinas, ¿acepta usted como su legítima esposa, como dueña de Kyon Yang y como maestra de Natacha Ivanova, a doña Patricia Meléndez durante los años que le queden de vida.

―Acepto.

El suspiro de alegría de mi secretaria me impactó y temiendo que cayera en algún tipo de trance, seguí observándola mientras la rusita proseguía.

―Doña Patricia Meléndez, ¿acepta usted en este mismo acto como su legítimo esposo a don Lucas Garrido, como fiel sierva a Kyon Yang y como amorosa amante y pupila durante todos los años que le queden de vida?

― ¡No! ― contestó provocando el silencio de todos los que estábamos en el salón: ―Acepto a Lucas Garrido como legítimo esposo, a Kyon Yang como fiel sierva, pero a Natacha Ivanova no te quiero como amante y pupila… sino como mi legítima esposa.

Eso no debía esperárselo la pequeña diablesa y abriendo los ojos de par en par, quiso saber si iba en serio.

―No te quiero de otra forma. O te casas con nosotros dos, o no me caso con nadie― respondió mientras sacaba otro velo y otro ramo de flores de un cajón.

La asiática si debía ser conocedora de las intenciones de su señora porque mientras Patricia se los daba y sustituyendo a la oficiante, preguntó:

―Doña Natacha Ivanova, ¿acepta usted a don Lucas y a doña Patricia como esposos y a esta servidora como su juguete?

―Acepto― replicó mientras se lanzaba en busca de nuestros besos.

Confirmando la validez de nuestra unión, Kyon declaró:

―Lo que el amor y el placer ha unido que no lo separe el hombre.

Si de por sí mis nuevas esposas se estaban comiendo los morros con voracidad cuando oyeron esa confirmación se volvieron locas y entre las dos comenzaron a desnudarme mientras me pedían que las tomara y hacer así hacer efectivos nuestros votos.

― ¿No sería mejor que continuáramos en la cama? ― pregunté cuando solo me quedaba el pantalón.

Ambas aceptaron la sugerencia y tomándome de la mano, pidieron a la chinita que las acompañara.

― ¿No esperarás que tus dueñas se desvistan solas teniendo una amarilla dispuesta a hacerlo?

La felicidad del rostro de la chavala y el tamaño de sus pezones ratificaron su disposición y por eso la nueva familia al completo nos fuimos a la habitación. Una vez allí, reparé en que, tras hablar con ella, Kyon empezaba a desnudar a la rusita y por eso cuando ésta acudió a mi lado sobre las sábanas, quise que me contará el porqué.

―Mi amor, llevo siendo tu mujer desde que me acogiste en tu casa y por eso creí oportuno que juntos recibiéramos a la tercera pata de nuestro hogar―susurrando en mi oído, respondió.

Oyéndola comprendí que la manipuladora criatura realmente pensaba que era así y que para ella era lógico considerar a Patricia, la nueva.

―Eres una zorra― comenté mientras observaba cómo la oriental iba deslizando los tirantes de su señora.

―Lo sé y por eso estás enamorado de mí― sin reparo alguno añadió.

 Tomándola de la cintura, la besé.

―Recibamos a nuestra esposa como se merece.

Retornando mi mirada a la morena, sonreí al percatarme de su nerviosismo y extendiendo mis brazos, le rogué que se acercara. La timidez que mostró al acostarse entre nosotros fue prueba evidente de que se sentía primeriza y por ello antes de tocarla siquiera, lo primero fue una declaración de amor:

 ―Desde que te vi sentada en la mesa de la oficina, supe que esa diosa debía ser mía.

El sollozo con el que recibió mis palabras hizo que Natacha me imitara:

―Desde que me liberaste en nombre de nuestro Lucas, comprendí que deseaba vivir este momento. Te amo y siempre te amaré.

Para sorpresa de todos, Patricia se echó a llorar mientras replicaba:

―Debo reconocer algo antes de estar entre vuestros brazos. Cuando supe de Lucas me atrajo, pero sabiendo que seguía casado, nunca creí que llegara a ser mío y por eso durante dos años, lo espié siguiéndole allí donde iba. Al conocerte – añadió ya mirándome: ― me terminé de enamorar y aproveché tu divorcio, para que mi hermano me enchufara como secretaria…

―Cuéntame algo que no supiera― metiendo la mano entre sus rizos―comenté.

―Por favor, deja que termine. Durante ese tiempo, también descubrí que tu matrimonio falló cuando perdisteis la pasión y por eso comprendí que, si algún día llegaba a ser algo tuyo, debía buscarte un aliciente para que nunca me abandonaras. Por eso pedí a los psiquiatras de mi ONG que te estudiaran para ver que necesitarías para serme fiel y su dictamen fue claro, lo que nos faltaba para ser la pareja perfecta sería otra mujer que pudiese darte lo que yo nunca podría. Alegría y descaro.

―Me imagino que ahí entro yo― señaló Natacha lamiendo su mejilla.

―Sí, por eso les pedí que analizara a todas las chicas que liberáramos para ver si alguna reunía esas características. Cuando te extrajimos de donde Isidro te tenía, vieron que eras la candidata perfecta y me hablaron de ti. Lo que nunca me esperé fue que al ver los videos en los que aparecías, me excitara y a pesar de mis escarceos lésbicos, comprendiera que no era hetero sino bisexual y que te deseaba.

―No tengo nada que perdonarte― susurró la rubia cerrando los labios de la morena con sus dedos: ―Mi deseo por ti es tan grande como el que siento por Lucas.

En mi caso me tomó más tiempo asimilar su espionaje, pero tras llegar a la conclusión que, si exceptuaba el examen de mi personalidad, lo único que no sabía había sido el tiempo que me había estado espiando, respondí:

―Tus loqueros se equivocaron o al menos eso es lo que pienso― y mirando a Kyon le pedí que se acercara: ―Tengo un lado dominante que no supieron entrever y el cual me satisface esta niña.

―No solo el tuyo, sino el de tus dos perversas esposas― respondió Natacha, ejerciendo de portavoz de ambas: ―Nos pone cachondas tener una hembra que educar, ¿verdad querida?

Limpiándose las lágrimas, Patricia suspiró:

―Hasta hoy tampoco lo supe, pero así es.

Soltando una carcajada,

―Ruiseñor, canta para tus amos.

Alzando su prodigiosa voz, nuestra sumisa se encaramó en la cama y sin que nadie se lo tuviese que pedir comenzó a repartir sus caricias entre los tres dando el banderazo de salida. Por mi parte, tras besar el cuello de mi antigua acosadora me fui deslizando por ella hasta llegar a sus pechos donde me encontré con la rusa.

―Paguemos a nuestra esposa el regalo que nos hizo al juntarnos― riendo, ordené.

Natacha no pudo ni quiso contestar ya que su boca estaba ocupada ya mordisqueando uno de los pezones de Patricia. Tomando entre mis dientes el que había dejado libre, pasé una mano por el trasero de la rubia haciéndole ver que éramos un cuarteto mientras nos llegaba el primer gemido de la morena.

― ¡Por dios!

Levantando la mirada, reí al comprobar que Kyon, viendo su sexo huérfano, se había compadecido de él y sin dejar de cantar se había puesto a lamerlo.

―Hoy no la podemos dejar descansar y siendo tres lo único que tenemos es que organizarnos― aconsejé.

Captando la idea, la rusita se levantó y abriendo el armario, sacó un arnés con un pene adosado. Y poniéndoselo a la cintura, declaró suyo el trasero de nuestra esposa.

―Yo me quedo con su coño― respondí y cambiando de postura, me tumbé sobre la cama mientras azuzaba a la morena a que se subiera encima.

Sonriendo, obedeció y poniéndose a horcajadas sobre mí, tomó mi pene entre los dedos para acto seguido empalarse con él lentamente. Eso me permitió sentir como su vulva se ensanchaba para recibir la invasión mientras su dueña lloraba de felicidad.

―Tengo un marido que vela por mí.

A su espalda y mientras se ponía a trotar, notó la lengua de Kyon abriéndose camino en su entrada trasera.

―Amarilla, prepara bien mi culo, para que la zorra de mi esposa no me lo destroce cuando me haga suya― usando las manos para separar sus cachetes, exigió.

La lujuria que descubrí en los ojos de Natacha me hizo saber que no esperaría mucho antes de rompérselo y por eso, llevando mis dedos a los negros cántaros que botaban frente a mí, tomé sus areolas y con sendos pellizcos azucé a la morena a acelerar.

― ¡Qué ganas tenía de sentir tu trabuco! ― chilló al notar mi glande golpeando las paredes de su vagina.

            El flujo que manaba de su coño facilitó sus movimientos y ya presa de la pasión, se lanzó desbocada en busca del placer mientras sentía como su ojete se iba relajando con la húmeda caricia de nuestra sumisa.

            ―Estoy lista para recibirte― informó a la rubita al saber lo cerca que estaba de correrse.

― ¿Qué esperas? ¡Fóllatela! ¿No ves que lo está deseando? ― rugí desde la cama viendo su indecisión.

Aproximando la cabeza del pene de su cintura al trasero de la negra con la que se acababa de casar, tanteó unos instantes antes de decirla:

―Voy a tomarte y a partir de ese momento, ¡te mataré si nos eres infiel!

No comprendí la dureza de la chavala y menos la reacción de Patricia. Ya que por extraño que parezca, acogió esa amenaza con gran alegría e impulsándose hacia atrás, se clavó el falo artificial hasta el fondo de sus intestinos mientras se corría:

―Por fin tengo un marido y una esposa que me comprenden y que me aman a pesar de lo que soy― chilló sintiendo su ojete atravesado.

― ¿Qué eres? ¡Cuéntanoslo! ― mordiendo su cuello, exigió la eslava.

―Lo sabes, sé que leíste mi expediente.

―Yo sí, pero nuestro esposo no. ¡Dínoslo!

― ¡Una libertina llena de inseguridades y celos que necesita sentirse deseada! ― reconoció descompuesta mientras su cuerpo explotaba de placer.

― ¡Eso se ha acabado! Ahora que eres nuestra, solo te sentirás atraída por nosotros y no necesitaras a nadie más. Con tu Lucas, tu Natacha y tu Kyon deberá bastarte.

La deriva de esa conversación me hizo saber que estaba siguiendo el guion que había diseñado Bañuelos por si algún día quería desprenderse de Patricia y vendérsela a otro.  Por eso, no dije nada cuando pidió a la chinita que se levantara y le pusiera su coño en la boca. Como no podía ser de otra forma, ella obedeció. Natacha espero a que la negra se pusiera a lamer la entrepierna de Kyon para gritar:

―Con nosotros tres, estás completa. ¡Ahora córrete!

Coincidiendo, o mejor dicho a raíz de esa orden el cuerpo de la negra explosionó en la misma forma líquida que observé la primera vez que me topé con uno de los detonantes de Natacha y por eso, no vi raro que, dirigiéndose a mí, la rubia me pidiera que siguiera amando a nuestra esposa.

―Lo necesita para sentirse afianzada.

Aguijoneado por sus palabras, tomándola de la cintura, incrementé el ritmo con el que cabalgaba sobre mí mientras era sodomizada consiguiendo que Patricia profundizara y alargara su orgasmo más de lo razonable.

― ¡Todavía no pares y sigue!

Para entonces todo mi ser necesitaba liberar la tensión que había venido acumulando, pero consciente de que la rubita sabía lo que estaba haciendo con las manos aceleré más si cabe el compás de la morena mientras Natacha se sincronizaba con ella.

― ¡Necesita más estímulo! ― chilló.

Viendo que no era suficiente el ser follada por ambas entradas, acerqué mi boca a las ubres de nuestra esposa y las mordí. Como si lo hubiésemos practicado, al sentir la acción de mis dientes en sus pezones, Patricia me imitó cerrando los suyos sobre el clítoris de Kyon. Al escuchar el berrido de dolor y placer de la chinita, la eslava supo que había llegado el momento para pedir que me corriera:

―Preña a la mujer de nuestros sueños, esposo mío.

Esas palabras debían ser otro de esos famosos “switch” porque nada más pronunciarlas un alarido surgió de la morena y desplomándose sobre mí, comenzó a convulsionar como nunca antes.

―Disfruta de nuestro amor hasta que no puedas más, para que basta que Lucas o yo te lo pidamos tu cuerpo recuerde estás sensaciones y te vuelvas a correr.

Lejos de minorar el placer de Patricia se incrementó y babeando sobre mi pecho, comenzó a sollozar al notar que hasta la última de sus células estaba siendo pasto de las llamas del gozo.

― ¿Dime ahora quién eres? ¿Sigues siendo la libertina que necesita sentirse admirada?

― ¡Ahora sé quién soy! ¡Soy vuestra esposa y nada más! – declaró un instante antes de desmayarse.

Con una sonrisa de oreja a oreja, Natacha desplazó a la morena y quitándose el arnés, la sustituyó sobre mí mientras decía:

―Ya que hemos estrenado a tu última adquisición, es hora de que ames a tu favorita.

―Y yo, ¿qué hago? ― preguntó la chinita.

Agachándose a besarme, la pícara eslava contestó:

―Aguanta un poco y cuando notes que me voy a correr, ¡cómeme las tetas!…

20

Esa primera noche los cuatro juntos en nuestro hogar fue una sucesión de combates cuerpo a cuerpo donde a veces cada uno iba por libre, mientras en otras formamos dos bandos para lanzarnos unos contra los otros.  Todas ellas disfrutaron de mis caricias. Cuando no fue un clítoris el que lamí, fue un coño el que cabalgué o un culo el que forcé. Aun así, en ese baturrillo de piernas brazos y pechos, no pude dejar de reparar en que siempre Natacha era la que distribuía sutilmente las funciones de cada uno, erigiéndose en cierta manera en la matriarca máxima de la familia. Es más, creo que Patricia fue la primera en aceptar ese implícito nombramiento al pedir su opinión cada vez que cambiaba de pareja. En cambio, Kyon me tomó a mí como guía y cuando dejaba a una de sus compañeras exhausta sobre la cama, se lanzaba sobre ella para no dejarla descansar. De esa forma, era bien entrada la madrugada cuando paulatinamente la lujuria de nuestros cuerpos fue apaciguándonos y pudimos descansar sin saber que al despertar se desencadenaría el caos.

            Eran poco más de las siete cuando una cruel risa resonando en el cuarto me despertó.

            ― ¿Qué ocurre aquí? ― exclamé al ver a Bañuelos cómodamente sentado en una silla frente a la cama.

            Haciendo gala de la pistola que llevaba en las manos, el malnacido contestó:

            ― ¿Realmente creías que me iba a tragar las supuestas torturas que te permitieron salir libre? ¿Me crees tan tonto para pensar que no sospecharía que el comprador de “felpudo” era un infiltrado? Lo único que te reconozco es que mientras abría la puerta para hacértelo pagar, jamás pensé que me encontraría con mis tres experimentos reunidos junto a ti.

            Aterrorizado más por ellas que por mí, quedé mudo mientras buscaba una salida. La situación empeoró al ver llegar a su mujer. Al observar a Natacha y a Patricia desnudas en la cama cuando solo se esperaba a Kyon, la pelirroja sonrió confirmando la última afirmación de su marido:

            ―Cariño, ¡menuda suerte tenemos! Tenemos a nuestras putitas juntas, no vamos a tener que buscarlas.

            La rusita, levantándose de la cama, quiso enfrentarse a la recién llegada:

―No soy vuestra puta.

―Por supuesto que lo eres y pienso demostrarte que eso también va por las otras dos ― soltando una carcajada, la tal Eugenia, contestó y pegando una palmada, añadió: ―Arrodillaos ante vuestros verdaderos dueños.

Los semblantes de las tres mujeres con las que había compartido una noche de caricias palidecieron al notar que les era imposible reusar esa orden y con lágrimas en los ojos, una a una fueron hincando sus rodillas ante el matrimonio. Al ver la sumisión de la rusita que había osado revolverse contra ella, quiso darle otra lección y martirizarla con el recuerdo de su captura:

―Ni siquiera tus padres te querían y por ello te vendieron.

El dolor de la rubia me hizo reaccionar:

― ¡Eso no es cierto! ¡No te compraron! Te secuestraron después de matarlos.

Que conociera con detalle el modo en que se habían hecho con ella, despertó la ira de Bañuelos:

― ¿Quién te lo ha dicho? – rugió.

Me abstuve de contestar al estar centrado en observar la triste alegría de Natacha al enterarse saber que sus progenitores habían muerto por defenderla. Al no conseguir respuesta a su pregunta, insistió dirigiendo la misma a Patricia.

―Fui yo y no lo siento. Cuando mi esposo me pidió que indagara en tus discos duros por si había algo en ellos que te llevara a la cárcel, lo hice.

Descargando un doloroso tortazo sobre ella, la mandó al suelo mientras le exigía que lo acompañara a deshacerse de las pruebas, sin reparar en que venciendo su adoctrinamiento Kyon se había levantado a defenderla. Al verla, haciéndole una seña, le pedí que volviera a sentarse. La rapidez con la que me obedeció me alertó de que sus propios maltratadores no comprendían la magnitud de su adiestramiento y que, en su caso, al haber sido completo, la oriental seguía considerándome su verdadero amo.

Con ello en mente, aproveché la ausencia de su marido para interrogar a Eugenia, a través del halago:

―Ya que sabes que leí sus expedientes, me da igual reconocer que me impactó el descubrimiento de la fórmula que las hizo convertirse en superdotadas. ¿Qué piensas hacer? ¿Te has planteado hacerlo público? ¡Te llevarías el premio nobel!

Mis palabras satisficieron el ego de la bioquímica y tras declarar que lo de menos era ese reconocimiento, confirmó lo que había leído sobre ella al decir:

―Darlo a conocer, sería de imbéciles. Queremos seguir investigando y convertirnos en dioses…― la perturbada científica no cayó en que no debía revelarme sus planes o quizás lo consideró irrelevante ya que me iban a matar: ―…en cuanto consiga mejorar el compuesto, lo usaremos mi marido y yo en nosotros para hacernos dueños del mundo. Nada ni nadie podrá pararnos porque para nosotros el resto de la humanidad serán monos y haremos de ellos, nuestros esclavos.

Deseando que continuara, contesté:

―A ti dudo que te haga falta. Tengo claro que tu cerebro es prodigioso.

Henchida por lo que acababa de oír, no dudó en seguir confesando:

―Me alegro que reconozcas mi genio y eso que no sabes que, en mi bolsillo, llevo la última mejora que he desarrollado.

― ¿Tan potente es? ― pregunté.

―Por las pruebas que he hecho en cobayas, es la definitiva. Los roedores que han sido inoculados han desarrollado por cien su inteligencia.

― ¿Lo habéis probado en humanos? ― insistí recordando cuál era el fin último de sus investigaciones.

―Sí y el éxito ha sido total, aunque nos hemos tenido que desprender de nuestras conejillas de indias al demostrar que eran capaces de leer nuestros pensamientos― declaró reconociendo nuevos asesinatos.

Mi indignación creció a límites insoportables y eso me hizo echarle en cara el que una de ellas hubiese sido su propia hija. Su ausencia de escrúpulos nuevamente quedó patente cuando vanagloriándose de su actuación contestó:

―Cuando crezca, María no se podrá quejar cuando compruebe que está un escalón por encima del resto de los hombres. Ya que la fórmula que la inyectamos no es ésta, su lugar será darnos un heredero que continúe nuestra obra― señaló sacando, con la mano que no llevaba la pistola, una jeringuilla lista para ser usada.

La certeza de que no tardarían en usarla con ellos, me hizo preguntar por qué teniéndola se habían arriesgado viniendo a mi casa.

―Teníamos que borrar cualquier rastro que nos señalara. Cuando nuestros contactos en la policía nos informaron que felpudo estaba en tu casa, decidimos acercarnos, ya que así mataríamos dos pájaros de un tiro. Nos vengaríamos de ti mientras acabábamos con ella.

De reojo, observé a Kyon a punto de saltar y asumiendo que el matrimonio debía estar al completo antes de intentar rebelarnos, le hice una seña para que se quedara quieta. Nuestra espera fue corta. A los pocos minutos y acompañado de Patricia, que no paraba de llorar, apareció Isidro con mi computadora bajo el brazo.

―Ya tengo las pruebas que consiguieron reunir― afirmó.

Me alegro oírlo y esperanzado pensé que de salir todo mal, todos los datos de sus crímenes serían hallados por la policía cuando abrieran la caja fuerte donde había dejado el USB a buen resguardo. La científica que no era tonta, tomando de la melena a la morena, le preguntó:

― ¿Tienes otra copia?

Al haber efectuado la pregunta de esa forma, mi nueva esposa pudo falsear la verdad:

―Señora, puedo jurarle que no dispongo de otra.

Mi corazón dio un salto de alegría al comprobar que a pesar del lavado de cerebro la morena mantenía cierta independencia y había sido capaz de ocultar que me había dado esa memoria.

«Bien hecho, preciosa», pensé para mí busqué el momento ideal para saltar sobre ellos.

El matrimonio no puso en duda esa afirmación al venir de alguien que consideraban sometido y viendo en mí al único del que desconfiar, decidieron que fuera yo el primero al que matar:

―Acabemos ya― poniendo la pistola en mi sien comentó, Bañuelos.

Antes de que disparara, pregunté si podía despedirme de mis esposas. El cretino se descojonó e involuntariamente dejó de apuntarme mientras me daba permiso:

―Quiero que sepáis que os amo― dije dirigiéndome a Patricia y a Natacha, para acto seguido, girarme hacia la oriental: ―Kyon, mi dulce ruiseñor, quiero que sepas también te quiero y que… Isidro y Eugenia son mis enemigos.

Su maltratador comprendió mis intenciones, pero confiando en su sumisión no la vio llegar cuando de pronto usando las dos manos le rompió el cuello.  Con su marido agonizando o muerto, la mujer intentó tomarme como rehén poniendo su arma en mi cabeza, pero revolviéndome la tiré al suelo. Una vez ahí, la sumisa no tuvo piedad de ella y la mató mientras mis dos esposas miraban horrorizadas hacia mí.

― ¿Qué os pasa? ― pregunté al ver sus caras.

Natacha fue la que contestó:

―Tu cuello.

Al tocármelo descubrí que tenía clavada la jeringuilla.

―Me ha inoculado― grité mientras la habitación se nublaba…

Durante una semana, me debatí enfermo. Mis altas temperaturas y el sufrimiento que padecí les hizo temer mi muerte y en el hospital se turnaron entre ellas para que, de llegar mi fallecimiento, no muriera solo como un perro. En mi agonía, la imagen de mi adorada rubia, la de mi amada negra y de mi fiel oriental se mezclaron con la de una chiquilla que usando una esponja me lavaba la frente pidiendo a “diosito” que su nuevo papá no muriera. En mi mente, escuchaba sus lloros a la lejanía sin que pudiera reconocer quien sollozaba y así fue hasta que un lunes, conseguí abrir los ojos.

― ¿No me vas a preparar nada de desayunar? Tengo hambre― comenté a mi ruiseñor que permanecía dormido en el sofá del cuarto.

Al escuchar mi voz, Kyon creyó que era un sueño.

―Soy difícil de matar― sonreí viendo Tal era mi enfermedad que creí 

Sin poder contener su alegría, me besó y empezó a llamar a gritos al resto de la familia. Al estar en el pasillo, Patricia y Natacha tardaron apenas unos segundos en llegar en compañía de la criatura que había visto en sueños. Sus besos y abrazos no impidieron que me diera cuenta de que no me la habían presentado, pero sabiendo quién era al haberla reconocido como la hija de Bañuelos no hizo falta.

«La pobre es María», me dije compadeciéndome al saber no solo que sus padres habían muerto, sino que quien los había ejecutado había sido yo.

―No te preocupes. Antes era huérfana, ahora no. ¡Tú vas a ser mi padre! ― escuché que sin mover los labios me decía.

El cariño de tal afirmación y que me llegara directa a mente, me hizo girar y mirándola a los ojos, me pregunté si lo había imaginado.

―No, papá. He sido yo― con una sonrisa de oreja a oreja, respondió.

― ¿Eres telépata? – insistí sin usar la voz.

―Ambos lo somos.

Inconscientemente, me pregunté cómo era posible que Isidro y su mujer nunca se hubiesen dado cuenta del rotundo éxito que habían tenido con su retoño.

 ―Eran malos y nunca se lo dije― no dando importancia, contestó.

― ¿Entonces por qué me lo dices a mí?

Sonriendo mientras se acercaba y tomaba mi mano, respondió sin emitir sonido alguno:

―Mientras te cuidaba, vi que eras bueno y decidí adoptarte

Mientras ajenas a que estábamos conversando, Patricia se abrazaba a las otras dos, pedí a mi niña que se subiera sobre mí.

―Háblame. Quiero oír tu voz, mi pequeña.

 ―Te quiero, papá― contestó mientras mandaba a mi cerebro que se había ocupado de saltarse todos los trámites y que solo faltaba mi firma para ser legalmente mi hija.

Riendo, la abracé convencido que bajo el cuidado de alguien que la quisiera la indudable inteligencia de esa niña podía hacer mucho bien.

―Juntos haremos un lugar mejor de este mundo. Pero ni siquiera podemos decírselo a mis tres madres, no entenderían en lo que nos hemos convertido―me soltó por el cauce al que todavía no me había acostumbrado.

― ¿Qué somos?

―La que me engendró ya te lo dijo… comparándonos con el resto de la humanidad… ¡somos dioses!

************* FIN *************

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