Al otro día del incidente en la planta, Evelyn me llamó a su oficina.  Estaba al tanto de lo ocurrido, lo cual me resultaba extraño considerando que prácticamente no se hablaba con Luis desde aquel día en que él decidiera despedirla por no haberse dejado nalguear en su oficina.  El sereno no parecía de demasiadas palabras pero tal vez algo habría contado en la planta y, aun de no ser así, estaba también la posibilidad de que el propio Luis lo hubiera comentado a alguien más: a Hugo, por ejemplo.
“Me… enteré de lo ocurrido ayer – me dijo Evelyn mostrando en su rostro un cierto pesar que, por una vez, no me pareció fingido -.  Quiero decirte que lo lamento profundamente y nunca pensé que algo así pudiera ocurrir.  Es cierto que fue un error tuyo quedarte en la planta fuera de hora y no largarte apenas sonó la chicharra pero también admito mi culpa en haberte asignado tareas en ese lugar; te repito: no pensé en las consecuencias.  En lo sucesivo sólo harás tareas de administración”
No sabía hasta qué punto creerle que no hubiera pensado en las consecuencias, pero sonaba totalmente sincera en su arrepentimiento. Con alivio, sonreí amablemente y asentí con la cabeza en señal de agradecimiento.  Quizás, después de todo, el incidente ocurrido sirviera para apaciguar conflictos y, con suerte y viento a favor, cabía la posibilidad de que la convivencia en el trabajo fuera a ser distinta de allí en más; de ser así, ya no tendría, en el mejor de los casos, que preocuparme por renunciar o por pasar con tanta premura a la esfera de Luis.  Pero, claro, todo ello eran sólo conjeturas demasiado tempranas y no había modo de prever cómo se darían las cosas en adelante: era, claro, un buen comienzo, o recomienzo.  
“Contamos con vos para este viernes a la noche, ¿no?” – me preguntó de sopetón; su rostro volvió a iluminarse súbitamente y hasta creí descubrirle de vuelta esos destellos de malicia por un momento ausentes… o bien podía ser sólo mi imaginación.
“¿V… viernes?” – pregunté, sin entender.
“Tu despedida, Sole – me sorprendió que no me llamara nadita; parecía que realmente intentara apaciguar -.  Este viernes… acá en la fábrica”
“¿Acá?” – pregunté, extrañada y señalando con un dedo índice al piso.
“Sí, ya está todo hablado y tanto Hugo como Luis estuvieron de acuerdo aunque, claro, la despedida es sólo para… nosotras, ja… o mejor dicho para nosotras y aquellos muchachos a los que vayamos a invitar, je”
Remató su risita guiñándome un ojo con cómplice picardía.  La situación, realmente, me superaba un poco pero, por otra parte, ella parecía sonar amable y yo debía corresponderle en consecuencia si realmente quería que nos comenzásemos a llevar bien.
“No… estaba al tanto” – dije, mintiendo en parte; la verdad era que sí había oído hablar de esa loca idea de Evelyn pero me sorprendía el hecho de que fuera a ser en sólo dos días y en la fábrica.
“Claro; seguramente Flori no te dijo nada porque la idea era guardar la sorpresa hasta el viernes”
Asentí nuevamente con la cabeza.  Estaba más que claro que después de lo ocurrido en la tarde anterior, Evelyn quería mostrarme sus mejores intenciones y, como tal, optó por dejar de mantener la supuesta sorpresa.
Instantes después, mientras iba desde la oficina de Evelyn hacia mi escritorio, me quedé pensando en el tipo de despedida que las chicas me estarían preparando; seguramente, y de acuerdo a lo que Evelyn misma había dejado entrever de modo casi casual, iría a ser la clásica reunión de mujeres con mucho alcohol, tal vez algún que otro porrito y un par de strippers de slip atigrado: nada que perteneciera a mi mundo o, al menos, a lo que era mi mundo antes de entrar en esa fábrica ya que ahora no podía ni sabía decir cuál era realmente.  Medio en broma y medio en serio, la reprendí a Floriana por no haberme comentado lo del viernes: se rio y me aclaró que la idea era, ese día, traerme engañada de alguna forma.  A pesar de que parecía aprobar el plan original, no la noté del todo entusiasmada y, por el contrario, parecía esforzarse por sonreír cuando hablaba de mi despedida, pero, claro, ella tampoco pertenecía a ese mundo y digamos que nunca se había caracterizado por ser una chica demasiado fiestera. 
Mi gran problema era qué decirle a Daniel y cómo lo tomaría; en otro contexto hubiera sido perfectamente normal que una chica a punto de casarse tuviese su despedida con su círculo de amigas, pero en este caso había varias cuestiones que hacían algo más turbio el asunto.   En primer lugar, ninguna de ellas era mi amiga a excepción de Floriana, con lo cual iba a sonarle a Daniel raro que, a tan poco de trabajar yo allí, mis compañeras de trabajo quisieran agasajarme de esa forma con vistas a mi cercano matrimonio.  En segundo lugar, la situación entre nosotros dos no era la mejor debido a ese distanciamiento casi involuntario que yo venía mostrando en los últimos días y que a Daniel tanto preocupaba: que en tal contexto yo fuera a tener mi despedida de soltera no parecía, desde ya, el mejor modo de calmar ánimos y provocar acercamientos.  Por último, él nada había mencionado acerca de que sus amigos le estuviesen preparando alguna despedida semejante, de lo cual yo interpretaba que, en caso de habérselo ellos propuesto, Daniel habría rechazado la idea para no generar en mí suspicacias que complicasen aun más la ya alicaída relación.
En efecto, mis cálculos no eran alocados: apenas le planteé, ya en al auto, lo de la despedida del viernes, su rostro se transfiguró por completo.  En un primer momento estalló en ira y, tal como yo preveía, no hizo más que refregarme el hecho de que él no iba a tener ninguna despedida, que se había negado a pesar de que se lo habían propuesto.  Yo le respondí que a mí no me molestaba que la tuviese y creo que eso lo puso más loco aun: había querido generarme culpa y celos pero no le había funcionado; bien podía estar suponiendo (y no se equivocaba del todo) que no me importaba lo que él hiciese.
Más o menos lo calmé: me puse cariñosa, me eché sobre su hombro y le hablé con tono infantil; le insistí en que las despedidas de solteras eran una forma de festejo totalmente normal y que, de hecho, todas mis amigas casadas habían tenido la suya sin que ocurriera en ella nada fuera de lo común.
“No, imagino – protestó, farfulló -, tan sólo alguna que otra verga grande como una tararira.  Además… tus amigas son una cosa; de estas otras no sé nada: se las ve con bastante aspecto de putitas”
Estaba enloquecido y su discurso hasta era contradictorio pues alguna vez me había recriminado diciendo que la única que iba a la fábrica vestida provocativamente era yo; ahora resultaba ser que las demás chicas se veían como putitas.  No le remarqué su contradicción ni intenté seguir el debate;  opté por besarlo varias veces: eso lo sosegaba, aunque yo bien sabía que, si me comportaba de ese modo, era porque yo sí sentía culpa con respecto a esa despedida.  Culpa y además intriga, desde ya.  Y hasta cierto temor…
Al otro día me convocó Luis; lo hizo durante la hora del almuerzo ya que, en realidad, él no tenía condición jerárquica sobre mí y, como tal, no podía requerirme en horas de trabajo.  Me había extrañado que no quisiera hablar conmigo el día anterior ya que los hechos de la planta estaban lo suficientemente frescos como para que él quisiese indagar acerca de cómo estaba yo después de eso  o cómo me sentía ante lo ocurrido.  Seguramente dejó pasar un día para que la cosa se enfriase y yo estuviese algo más calmada.  Como no podía ser de otra forma, Tatiana estaba en su oficina, echado su trasero sobre una punta del escritorio y pendiendo a un lado sus esculturales piernas: ya prácticamente era parte del personal estable de la fábrica aun cuando no tuviera cargo ni función allí dentro.  De hecho, nunca la veía hacer nada que no fuera mirarse las uñas o “atenderlo” a Luis; mis temores acerca de que él estuviese pensando en darle ese cargo administrativo parecían ser bastante infundados.
“¿Cómo está, Soledad? ¿Se siente mejor?” – me preguntó Luis.
“Sí – respondí -; fue… muy duro pero ya estoy mucho mejor”
“Cumplo en informarle que ese despreciable sujeto ya presentó su renuncia”
La noticia me alegró pero a la vez me sorprendió; yo no había dado tan por seguro que el tipo fuese a renunciar como sí lo había hecho, en su momento, Luis.
“Qué… buena noticia – dije -; me… alegra saber eso”
“A nosotros también; es una escoria menos”
Me quedé cavilando un momento sobre sus palabras: había dicho “nosotros”, de lo cual cabía inferir que Hugo sí estaba al tanto de lo ocurrido y que, muy probablemente, hubieran llegado a una decisión consensuada al respecto.
“¿Sigue con esa idea de ir a la justicia? – me preguntó Luis, de sopetón y tomándome desprevenida con su pregunta -.  Sepa que está en su pleno derecho si es lo que quiere hacer”
“N… no – balbuceé, con una leve sonrisa -; creo, s… señor Luis, que usted manejó esto más que bien y eso queda suficientemente probado con que él haya renunciado.  No… me parece que haga falta ir más allá y, como usted dijo, quizás sea una causa difícil de ganar”
“Se hace todo más difícil cuando no llega a haber eyaculación” – apostilló Tatiana en lo que fue su primer comentario, el cual me hizo sonrojar.
Luis, por su parte, asintió, conforme, mientras apoyaba el mentón sobre sus manos entrelazadas.
“¿A qué hora sale, Soledad?” – me preguntó súbitamente.
Lo miré confundida.
“Es decir… – especificó él -, lo que le estoy preguntando, Soledad, es: ¿se retira a las cinco en punto o se queda haciendo horas extra?”
“No – respondí, algo nerviosa -; no me quedo.  A las cinco me voy”
“Es entendible – enfatizó él -, sobre todo después de lo sucedido el otro día, pero no se ponga paranoica, Soledad; no es que algo como eso vaya a pasar siempre y, de hecho, nunca habíamos tenido un caso así de grave en la fábrica”
“No, no es eso.  Es más: ya Evelyn misma me sacó de planta – noté una cierta expresión de sorpresa en su rostro cuando dije eso; era obvio que no estaba al tanto -; es que… simplemente me marcho a horario.  En unos días más voy a casarme, las chicas me hacen una despedida el viernes y…”
“Y necesita hacer buena letra ante su novio” – dijo Luis, adelantándose a mis palabras.
“Sí – dije, con una leve sonrisa -: es eso”
Tatiana dejó escapar una risita.
“Está bien – concedió Luis -.  Es una lástima pero la entiendo perfectamente, Soledad”
Fruncí el ceño; no terminaba de entender lo que me decía o por qué era una “lástima” que yo me retirase a horario.  Luis notó mi incertidumbre al respecto y, al parecer, se sintió en la obligación de explicar aunque, por otra parte, también estaba claro que se salía de la vaina por hacerlo.
“Con Tatiana queríamos invitarla a pasar un rato por la oficina – expuso -; mi pregunta acerca de si se quedaba después de hora apuntaba a que, no siendo su jefe, no puedo obviamente pedirle que venga en horas de trabajo”
Eché un vistazo a la rubia beldad, quien me dedicó una de sus sensuales sonrisas que sólo invitaban a la lujuria.  Luego miré a Luis… y de nuevo a Tatiana; automáticamente acudieron a mi mente las imágenes de aquellas escenas en el toilette cuando ella me había puesto a mil al asearme las nalgas y besarme en la oreja.  Sin poder contenerme, comencé a temblar; no podía entenderlo, pero me invadían unas ganas incontenibles de querer revivir esa sensación.  Saltaba a la vista que tanto ella como Luis estaban algo decepcionados de saber que yo no me quedaría después de las cinco, pero no sabría decir si estaban más decepcionados que yo.  Y ya no se trataba sólo de querer congraciarme con Luis a los efectos de mi posible incorporación a su empresa: era sólo que… ¡Dios, quería estar con esa mujer ya!
“Ahora… estoy en el receso – dije, sin poder detener el temblor de mis piernas, aunque haciendo grandes (y probablemente inútiles) esfuerzos por sonar tranquila -; puedo quedarme un rato más”
Luis abrió grandes los ojos y frunció la boca; Tatiana amplió aún más su sonrisa.
“¿Y su almuerzo?” – me preguntó él.
Sacudí la cabeza.  Sonreí.
“No tengo hambre”
Se produjo un momento de silencio que me provocó aun más nervios.  Tatiana se soltó el rodete del pelo y sacudió un poco la cabeza de tal modo que su larga y rubia cabellera cayó en una cascada de sensualidad sobre su pecho.  No puedo describir lo que subyacía en esa mirada que me clavaba; sólo sé que, en algún momento… sentí que me mojaba. 
De un salto, se bajó del escritorio y caminó hacia mí.  Me llevaba sólo algunos centímetros de estatura pero, aun así,  su presencia era tan imponente que una parte de mí quería retroceder o bien simplemente echar a correr de allí, pero otra parte (otra de las Soledades que luchaban dentro de mí) mantenía mis tacos clavados al piso.  Tatiana se detuvo ante mí; apartó ligeramente sus cabellos hacia un costado y acercó su rostro al mío: cuando se halló a tiro de mi boca, sacó su roja lengua por entre sus labios y aplicó un rápido lengüetazo sobre los míos.  Ahora sí estaba yo segura de estarme mojando.
“Yo sí tengo hambre” – me dijo ella, con una voz que sonó terriblemente fría y átona pero que, paradójicamente, incitaba al más perverso y lésbico deseo.
Deslizó sus manos en torno a mi talle y luego fue ascendiendo: me recorrió las costillas para luego posarlas sobre mis pechos; casi de inmediato comenzó a masajearlos por encima de mi blusa describiendo círculos que fueron estrechándose cada vez más en torno a mis pezones.  Ya el deseo me consumía por completo e impregnaba todo mi cuerpo al punto de sentir el sudor correrme por frente y espalda.  Era como si aquella mujer lograra humedecer todo aquello que tocaba o a lo que simplemente se acercaba.  Uno a uno fue separando los botones de mi blusa sin que yo pudiera hacer nada al respecto y la verdad era que tampoco quería hacerlo; me sentía inmovilizada de la cabeza a los pies, pero esa inmovilidad era en parte involuntaria y en parte buscada: era entrega.
Abrió mi blusa dejando a la vista mi sostén, el cual tomó por la parte inferior e izó hasta ubicármelo por encima de mis tetas, que quedaron al aire.  A través de mis apenas entreabiertos los ojos la vi dirigiéndome otra de sus miradas caníbales para, a continuación, zambullir su cabeza entre mis senos; al principio hizo como si trazase con su lengua un surco por entre medio de ambos: hacia arriba, hacia abajo, hacia arriba, hacia abajo…  Ya para esa altura se me hizo imposible mantener los ojos abiertos, así que, en un acto de entrega más, los cerré y dejé caer mi cabeza hacia atrás como si se me venciese la nuca.  Ella pasó entonces a recorrer cada pulgada de mis pechos, primero uno, luego el otro, con una lascivia que tanto podía ser digna de un demonio como de un ángel: Tatiana era, de hecho, un poco de ambos.  Trazó luego con su lengua círculos alrededor de mis pezones, los cuales se pusieron tan rígidos como mis piernas, que no temblaban sino que estaban como estaqueadas al piso: el temblor, ahora, me iba más bien por dentro.  Succionó primero mi pezón izquierdo y luego hizo lo propio con el derecho; sabedora de que mi calentura no tenía ya freno, me introdujo una mano bajo de la falda y la deslizó por debajo de la tanga hasta encontrar mi sexo.  Me masajeó de tal modo de incrementar mil veces la loca excitación que, ya de por sí, me embriagaba, tras lo cual introdujo un dedo en mi raja y jugueteó dentro del mismo modo que si estuviera cometiendo un pagano acto de profanación.  Se notaba que lo disfrutaba… y yo también.
Llevó su otra mano sobre mi espalda y la deslizó hacia abajo hasta atrapar e izar el borde de mi falda; luego la condujo por debajo de mi ropa interior pero desde atrás, recorriendo con uno de sus dedos la zanjita entre mis nalgas.  Así, toqueteada desde adelante y desde atrás, me sentí como si mis pies perdieran contacto con el suelo y mi cuerpo se elevara hacia el techo de la oficina.  Mis gemidos, en tanto se iban haciendo cada vez más acelerados e incontrolables, del mismo modo que mi respiración cada vez más agitada.
De pronto ella quitó sus manos de mi cuerpo; de todo lo que me venía haciendo, fue éste el primer acto en el que mostró cierta brusquedad y no la delicadeza que hasta el momento le caracterizaba cada movimiento; aun así,  no perdió un ápice de sensualidad: fue un acto, si se quiere, más animal, pero sensual al fin.
La miré.  Ella tenía sus ojos clavados en los míos y pude notar que su respiración también se estaba acelerando; incluso (era mi imaginación, por supuesto, pero así lo sentía) me parecía escuchar los latidos de su corazón dentro de su generoso pecho.  Sin dejar de mirarme ni por un segundo, fue soltando con una sola mano los botones de su propia blusa y me fue imposible no bajar la vista ante el maravilloso espectáculo de sus magníficos senos.  Se soltó el sostén y puedo asegurar que su busto quedó en donde estaba sin bajar un solo centímetro.  ¿Tetas operadas?  No parecía; y si así era, al diablo: ¿qué importaba ante tan perfecta visión?  Yo sólo tenía ganas de sumergirme allí…
Creo que ella también lo entendió así, pues llevó una mano a mi nuca y, empujándome la cabeza suavemente de tal modo de llevarme hacia ella, hizo entrar mi rostro entre sus pechos y así me vi, súbitamente, sumergida entre sus preciosas redondeces sin resistencia alguna.  Como si fuera un bebé lactante, sólo quería atrapar uno de sus pezones entre mis labios y mis dientes para succionárselo hasta dejarla vacía… Ella se dio perfecta cuenta de eso pues, siempre guiándome por la nuca, llevó mi boca hasta su pezón derecho haciendo que el mismo entrara completo en ella.  Como no podía ser de otra forma, chupé… y chupé… y chupé.  No sé durante cuánto tiempo lo hice pero fue la voz de Luis la que nos arrancó a ambas del éxtasis lésbico:
“Muy bien, muchachas – dijo, en tono aprobatorio y aplaudiendo al aire -; lo están haciendo maravillosamente bien.  Ahora: ¿me van a ayudar con esto?”
Lentamente y casi al mismo tiempo, ambas giramos nuestras cabezas hacia él y nos encontramos con que Luis seguía en su silla, pero la había hecho rodar un metro más atrás del escritorio a los efectos de que viéramos bien que tenia los pantalones bajos hasta los tobillos y que nos estaba mostrando una verga tan enhiesta como una lanza…
Era lo de Luis, claro, excitarse viendo a dos muchachas tocarse.  Fue en ese momento cuando alguna duda me restalló en el cerebro y no pude evitar preguntarme qué estaba haciendo ahí.  ¿Hasta qué punto tenía que seguir complaciéndole sus perversos deseos?  Después de todo, no había garantía alguna de que él me fuera a emplear en el futuro y, aun si tal cosa estuviera en sus planes, los últimos cambios en mi relación con Evelyn hacían tal vez inútil de mi parte seguir buscando eso.  Sin embargo una cosa era cierta: Luis me había salvado dos días atrás de una inminente violación y, en algún punto, me sentía en deuda con él.  Nos intercambiamos con Tatiana una lasciva mirada y luego, una por cada lado del escritorio, fuimos en busca de Luis…
Una vez que estuvimos junto a su silla, Tatiana fue, de las dos, la primera en clavar su rodilla en el piso y, desde la derecha, atacar la verga de Luis, a la que comenzó a lamer en un movimiento ascendente desde la base hasta el glande, que repitió varias veces.  Luego de un breve momento de vacilación yo hice lo propio: arrodillándome por la izquierda, busqué con mi lengua el miembro erecto y, al hacerlo, mi temperatura erótica volvió a subir ya que ello me puso también a tiro de la lengua de Tatiana.  Así, mientras ambas recorríamos el tronco y nos deteníamos, como chiquillas golosas, a jugar con el glande, también nos entrechocábamos cada tanto y ello ponía el calor del momento a temperaturas de delirio.  Luis comenzó a jadear y yo, directamente, ya ni sabía en dónde estaba ni qué era lo que tenía en mi boca: por momentos era el miembro de Luis, por momentos era la lengua de Tatiana.  Los jadeos de él se confundieron con los nuestros mientras ella, cruzando una mano por debajo de las piernas de Luis, tomaba una de las mías y la llevaba hacia los testículos para que los masajease.  La escena era una locura en todo sentido: impensada tiempo atrás, pero de un nivel de excitación en el que jamás podría haber imaginado verme envuelta.
Los jadeos de Luis ganando en volumen y era obvio que los tres sabíamos que su orgasmo estaba próximo: cuando finalmente llegó, lo hizo en un blanco géiser que salpicó nuestros rostros y el propio Luis, de hecho, se dedicó a bañarnos con su semental erupción haciendo flamear su pene alternadamente a derecha e izquierda.  Entreabriendo los ojos, pude ver cómo Tatiana se relamía sacando su lengua por entre los labios para barrer cualquier vestigio de semen que se encontrara más o menos cerca de su boca.  Me calentó tanto que yo hice lo mismo y, apenas un instante después, sentí cómo algo húmedo se posaba sobre mis mejillas y pude comprobar que se trataba de la lengua de Tatiana, que estaba lamiendo y tragando los vestigios de semen que pudiera haber sobre mi rostro.  Sin dudarlo, comencé a hacer lo propio con los que se hallaban sobre el suyo.  La calentura  nos llevaba, para esa altura, en un río que parecía no tener fin o, quizás mejor dicho, en un remolino en el cual nos hundíamos irremisiblemente pero con intenso e indescriptible placer…
Una vez que Tatiana hubo “limpiado” mi rostro, se dedicó a recoger y sorber con su lengua cada gota de semen que se hallaba sobre una de las piernas de Luis: más que gotas eran, en algunos casos, charcos de lechosa viscosidad.  Yo ya estaba plenamente decidida a seguir a Tatiana en cualquier cosa que hiciese y, por lo tanto, comencé a hacer lo mismo con la otra pierna, pero tanto ella como yo parecíamos habernos vuelto insaciables: de hecho, en algún momento decidí invadir la pierna que ella “limpiaba” y, en ese momento, nos debimos haber visto como dos perras peleando por su alimento.  Alcancé a oír la risita de Luis, seguramente complacido sobremanera ante tal escena: nos acarició la cabeza a ambas y, a la vez, nos la empujó de tal forma de sumergirnos aun más en los charcos de semen que poblaban sus piernas.  Luego ambas fuimos en busca de sus testículos y allí terminamos nuestro trabajo; los jadeos de Luis evidenciaron que se estaba excitando otra vez y mucho más lo hizo su verga, de la cual pude yo sentir, al roce contra mi rostro, cómo se erguía nuevamente.
Una vez que hubimos terminado con nuestra labor y ya no quedó gota de semen por sorber, ambas levantamos casi al mismo tiempo la vista hacia Luis.  Él nos acarició las cabezas cariñosamente (reafirmando así la imagen de perritas que antes mencioné) y luego, tomándonos suavemente por los cabellos, nos hizo poner de pie.  Quedamos una a cada flanco de él, quien seguía sentado.  Apuntando un dedo índice hacia el piso, trazó en el aire un círculo en una clara señal de que nos giráramos para ofrecerle nuestras espaldas.
Nuevamente nos miramos con Tatiana.  Yo estaba muy nerviosa al no saber lo que se venía pero su sonrisa me tranquilizó: ella parecía decidida a seguir cabalgando el remolino hasta el final sin prejuicio ni límite alguno y su osadía me servía de guía.  Yo no sabía por qué, pero siguiéndola a ella me sentía segura.  Ambas nos giramos y, de inmediato, Luis nos enterró, a cada una, una mano por entre las piernas hasta ubicarla sobre nuestros respectivos sexos.  Comenzó un movimiento de masajeo que nos arrancó a cada una un profundo jadeo que, por lo menos en mi caso, alcanzó rápidamente carácter de grito.  Él deslizó un dedo dentro de mi vagina y, al oír el profundo gemido que salió de la garganta de Tatiana, intuí que debía estar haciéndole lo mismo a ella.  Luego perdí noción de todo: me di cuenta, sí, de que cada vez introducía más dedos, pero nunca llegué a saber si fueron dos, tres, cuatro  o cinco… Sólo sabía que los fluidos me corrían por dentro en un torrente que arrastraba toda la libido que en mí estaba contenida luego de tanta alocada excitación.  Los jadeos de Tatiana se fueron incrementando y el saberla gozando me excitó aún más.  Luis siguió haciendo su trabajo y lo cierto era que nos estaba llevando al mismísimo cielo… o al infierno… y sí que sabía cómo hacerlo.  Tatiana jadeaba y yo también lo hacía; daba la impresión de que Luis hundía sus dedos en una y en otra de manera alternada ya que nuestros jadeos se intercalaban casi a contrarritmo: era como si cada una respondiera a la otra.  Y la explosión finalmente llegó…
Nuestros gemidos se confundieron y nuestros gritos fueron poblando la oficina sin que nos importara en absoluto que era la hora del almuerzo y que la fábrica estaba llena de gente que bien podía estarnos oyendo.  No importaba…  Lo único importante era que Tatiana y yo estábamos explotando juntas, al unísono, como una sola.  Cuando los jugos me empaparon las piernas, no necesité girarme y ver para saber que lo mismo debía estar ocurriendo con ella.
Como si con todo ello no fuera ya suficiente, Luis se inclinó hasta llegar con su rostro a mis tobillos y, una vez allí, sacó su lengua para dedicarse a lamer mis fluidos a lo largo de las piernas: mi excitación se intensificó nuevamente… y en el preciso momento en que se suponía que debía empezar a decrecer.  Un momento después Luis hacía lo mismo con las piernas de Tatiana y no pude evitar girarme para verlo… Y me toqué.  Yo estaba nuevamente a punto de estallar y la verga de Luis estaba otra vez horizontal.
Era tanta mi calentura que me sorprendí a mí misma diciéndome que necesitaba ese miembro, que necesitaba evacuar de algún modo el deseo animal que me socarraba por dentro.  Y me daba cuenta que Tatiana estaba en un estado parecido.  Cuando Luis terminó de lamerle las piernas, echó sus espaldas contra el respaldo de la silla y adoptó una posición relajada aun cuando su erecto miembro parecía decir lo contrario.  Nos miró de manera alternada: primero a una, luego a la otra y así sucesivamente.  Los ojos le brillaban como si un plan perverso estuviera tomando forma en su mente y fuera a aflorar de un momento a otro a través de sus labios.  Llevó la mano a uno de sus bolsillos y cuando la sacó del mismo, sostenía entre sus dedos una moneda.
“Sólo puedo coger a una de las dos – dijo, enseñándonos la moneda en alto -, así que elijan: cara o cruz”
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(
martinalemmi@hotmail.com.ar)

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