El coche miraba al lago. Las luces apagadas, la noche en ciernes, la ciudad bulliciosa e iluminada al fondo. Aun resonando en el eco del manto de estrellas el canto de los cisnes, aun se dibujaba el rastro rosáceo del vuelo de los flamencos al atardecer. La luna me mira pícara extendiendo su luz plateada, mientras Lorena me besa dulce y su mano acaricia mi paquete, muy crecido. Se ajusta las gafas y se recoge el pelo. Se desabrocha la camisa y suelta su sostén. Le agarro las peras y las lamo, noto endurecerse los pezones en mi boca y lamo, entorno a ellos, su piel de gallina.
Lorena desabrocha mi bragueta y libera a mi polla de su prisión. Está gorda, la siento juguetona. La masturba un poco. Se agacha y escupe en el capullo, bajando del todo el pellejo. Ahora la masturba con más facilidad, preparándola. Sus manos saben moverse, y no necesita dignidad pues sabe lo que hace. Sonríe íntima mientras voy cogiendo ritmo.
– Solo hay tiempo para esto, mi marido llegará en media hora a casa y quiero estar allí. Le dije a Bea que salía a comprar al desavío.
Eché hacia atrás mi butaca y ella se acomodó de lado en la suya. Me disponía a vivir una de las buenas mamadas de Lorena. Mi amada Lorena, por la que estaba perdiendo la cabeza. O tal vez ya perdida, igual me daba. Lo único importante era sentir que podía cambiar mi mundo, retar a Dios y a las leyes. Galopar al ser humano y al destino a mi antojo.
Acomodado, mientras Lorena se recogía el pelo con una horquilla para comerla mejor, miré al espejo retrovisor. Me sobresalté, juro que estaba ahí. Dos ojos ensangrentados y cejas fruncidas en una mueca de orgullo maligno. Desapareció y el espejo salió ardiendo espontáneamente. Sacudí la cabeza alterado. Al volver a mirar ya no había nada. El espejo en su sitio y Lorena mirándome preocupada.
– ¿Estás bien?. ¿Qué te ocurre?.
Sonreí y regresé a mi cómoda postura.
– Nada. Tú a lo tuyo.
– Ummmmmmm.
Se inclinó hacia mi paquete. Su lengua la recorrió entera, acompañándolo de besos. Mientras me daba placer su mirada acudía a la mía coqueta y tímida. A veces se sonreía cuando nuestras miradas se cruzaban más de un segundo. Yo me limitaba en buscar esperanza en su mirada. Algo que me dijera que una vida mejor es posible.
Sus labios se pegaron y su cabeza inició el movimiento mágico de descenso y ascenso. A ritmo de masturbación. Notaba la presión de su boca al llegar al capullo, y su lengua jugando con la punta, sorbiendo levemente en la rajita. Luego vuelta a bajar hasta el final. De vez en cuando una pequeña arcada al meterla entera; hasta me parecía notar su campanilla. Me preguntaba si también se la comía así de bien a su marido. Me quité de la mente la posibilidad de no ser yo su único amante, celoso solo con pensarlo.
Cuando me vino, ella se pegó más todavía. Noté fluir mi leche a través de su boca, noté el movimiento de su garganta al tragarlo; hasta oí el glup glup. Luego la lamió suave hasta dejarla bien limpia. La abandonó justo en el momento en el que empezaba a ponerse muy dura de nuevo.
La bese durante un minuto, notaba su impaciencia por irse. Estuve tentado de decirle “te quiero”. Arranqué el coche y charlamos sobre frío y las próximas navidades, hasta que la dejé en un rincón discreto, a dos manzanas de su casa.
Esa noche tampoco pude dormir. Así que seguí diseñando mi macabro plan. La sensación de no estar solo me acompañó durante toda la madrugada.
– ¿Estás ahí?
Silencio espeso.
Odio la navidad, aunque Lorena lleva dos años cambiándome la percepción. En nochebuena cenamos en su casa, junto a mi hermana Luisa, seis años menor que yo; la “peque” de la familia. Tuve que aguantar las rebeldías de Luisa y la pesadez de mis padres. Pero lo peor de todo fue ver a la familia feliz de mi hermano, con su impoluto pisito de trescientos metros cuadrados.
“Las viviendas grandes arden bien”.
¿Quién me dijo eso?. Un susurro, solo uno. Como una ráfaga de viento que erizó mi piel y dejó ese mensaje en mi oído. Me sonreí hacia dentro. Pasé la lengua por mis dientes, no estaban afilados. Me sentí defraudado, si el Diablo quería poseerme, cuanto antes mejor. Sufría demasiado esa enfermedad humana llamada sentido común.
Lo mejor de la funesta noche fue, que me perdone Lorena, ver a mi sobrina Bea. Hacía ya semanas que no la veía, y cada vez estaba más guapa. Cerca de los 18 años, melena morena, extremadamente guapa, cuerpo de quitar el sentido. Muy pechugona, al contrario que su madre, pero muy bien puestas y apetitosamente proporcionadas como las de su madre. Estilosa, más que su madre; y también algo más alta. Sangre de mi sangre, sí, pero torres más altas cayeron. Su feminidad, unido al amor que siento por la que la parió, son motivos suficientes para usurpar el trono de cabeza de familia. Matar a mi hermano es algo necesario, y de la forma que voy a hacerlo será una obra maestra. La vida es así, solo se vive una vez.
Decidí beber mucho y hablar poco. Había llevado deberes relacionados con mi plan, así que se me ocurrió cómo hacerlo antes de estar demasiado borracho. Tras la cena esperé pacientemente a que mi hermano fuera al cuarto de baño; solo tenía que estar pendiente de entrar cuando él saliese.
Una vez dentro cerré el pestillo y me centré en la tarea. Días antes había visitado una ciudad cercana, donde había comprado algunos encargos a la mafia rusa. No fue fácil dar con ellos, ni convencerles que no era un policía. La lista de la compra fue completa, y en ella desembolsé dos mil euros en todo lo que me podría hacer falta. Extraje el ladrón de huellas dactilares e intenté pillar las de mi hermano en el botón de la cisterna y el grifo del lavabo. El resultado fue frustrante, pues al trasluz pude ver varias marcas. Decidí desecharlas. Solo me valdrían las del vaso donde fuera a tomar las copas.
Al salir del baño me topé con mi cuñada.
– Vaya, vaya, vaya, pero si es la tía más buenorra del universo.
– Tsss, intenta calmarte un poco, ¿quieres?, aquí ni en broma te dirijas a mí en estos términos.
Me quedaban muchas copas por delante, pero me sentía valiente. Y ella estaba preciosa con aquel traje azul marino, con el que mostraba espalda y piernas; y con un escote que enamoraba al más desentendido, y que tan bien disimulaba el tamaño discreto de sus pechos.
– ¿No te cansas de esconderte?. Mi hermano no merece mantener a una mujer que le engaña. Si fueras íntegra le abandonarías por mí. Huyamos.
Miró en derredor, nerviosa por mis voces. Estábamos solos pues todos hablaban a voces en el salón.
– No sabes lo que dices. Más te vale controlarte un poco. Si comienzas a dejar de ser discreto tendremos que dejar de vernos.
Me acerqué hasta rozar su cuerpo; la miré fijamente.
– Ni lo sueñes, te quiero.
Me sorprendió el ver que estuvo a punto de responder “y yo también”. Me lo dijo con la mirada, y voto al diablo que me acecha que no lo esperaba. Suspiró medio sonriente, medio indignada, y se fue. Mi polla intentó ir tras ella, pero topó con la bragueta.
Desde atrás apareció mi hermana. Me sobresalté demasiado; su cara mostraba indiferencia, dudé si había escuchado algo.
– ¡Luisa!, que susto me has dado. ¿De donde vienes?
Me miró tan pasota como siempre. Sus 25 años eran suficientes para haber dejado de ser una adolescente insoportable; hasta su sobrina Bea parecía más adulta.
– Vengo de hablar por teléfono.
Hizo un gesto señalando el final del pasillo, dándome a entender que venía de la habitación de matrimonio de mi hermano y su eterna mujer. Titubeé, mirándola con el ceño fruncido. Me aterraba la idea de que hubiera escuchado la conversación; pero lo que más me aterraba es que mi hermanita hubiera entrado de lleno en esta historia; a cuyos testigos no se les avecinaba un final feliz.
– ¿Con quien has hablado?
– Con uno, ¿y tú?, escuché voces en el pasillo.
Examiné su mirada, si sabía algo era muy buena actriz, porque aparentaba máxima inocencia.
– Con la tita Lorena, le preguntaba por las bebidas.
– Claro, debe ser eso.
Tal como lo dijo se fue. Algo en mi interior quedó intranquilo, su fría naturalidad siempre heló mi corazón, tanto para lo bueno como para lo malo. Sentía cariño paternal por ella, siempre intenté protegerla de todo.
“Es una puta, como todas”.
Respiración agitada, frío por la espalda; de nuevo el susurro en forma de ráfaga de viento. Me esforcé en relajarme. Dedos índices en cada ojo, ambos cerrados. Inspiré profundamente y dejé salir el aire quemado despacio. Relax.
Pasé el resto de la noche bebiendo, eludiendo a Lorena y dándole vueltas a la cabeza a lo de mi hermana. Aproveché un descuido para coger las huellas de mi hermano, pero mi mente estaba vacía; no sabía si dar marcha atrás a todo. Fue la visión de Lorena, sonriéndome cómplice después de besarle, la que me empujó a tomarlas.
Me disculpé y me fui. Me sentía muy borracho. Lorena quiso despedirme pero no la dejé, necesitaba pasear y no pensar en nada.
Cuando llegué a casa eran las dos y media da la madrugada. Busqué el papel donde tenía apuntado el teléfono de Inés y la llamé. A las tres y cuarto sonó el timbre de mi casa.
Vestía traje estampado con falda y taconazo que disimulaban su estatura. Como mujer estaba muy lejos de Lorena y Carolina; pero creía recordar que follaba bien y yo le gustaba. Motivos suficientes para reclamar su compañía.
La hice pasar y le ofrecí una copa. Bebimos mientras charlábamos en el sofá. Estimé conveniente aclarar lo del asesinato; “Me acosté con las dos, así que objetivo cumplido”. Ella rió y pidió más alcohol, se la veía nerviosa. Yo estaba muy empalmado así que me pareció que sería un error seguir bebiendo.
– ¿Follamos?
Ella se sonrojó. Me levanté y bajé mis pantalones, quedando desnudo de cintura para abajo. Me acerqué a ella masturbándome. Sentada en el sofá y relamiéndose la recibió sonriente. Dientes muy blancos, pude observar.
Después de un par de frases sin sentido, la agarró y la empezó a lamer. Me dio la sensación de que esperaba hablar más antes de hacer nada. Yo no estaba para bromas, necesitaba sexo. Le agarré la cabeza y la metí en su boca, ella la recibió sorprendida. La metí hasta el fondo, ella tuvo una seria arcada y los ojos le lagrimearon. Su boca no era muy grande, y la imagen de mi pollón dentro resultaba tan excitante como rara. La saqué y la volví a meter, iniciando una follada. Ella se dejaba hacer, sorprendida por mi iniciativa, ni sentía su lengua ni sus dientes, solo el hueco cálido de su boca. Acompañaba con ruidos onomatopéyicos y arcadas ocasionales.
Se la saqué, ella se forzó en sonreír, y volver a mostrar sus dientes blancos, como si no hubiera pasado nada. Entonces la cogí en brazos y la llevé a mi cama.
La desnudé cuidadosamente para no destrozar demasiado la ropa. Inés se dejaba hacer. Cuando la tuve totalmente desnuda dije una pequeña mentira, apoyada por mi pene; el cual andaba en plenitud, deseoso de descargar y encontrar relax.
– Eres bellísima.
Me dio las gracias susurrando. No estaba mal de todos modos: cuerpo pequeño y manejable. Piernas cortas con muslos regordetes, pechos normales, rondaría la noventa. Cuerpo algo relleno pero bien proporcionado; rubia natural, de poco pelo aunque perfectamente afeitada. Un único hilo fino de pelusillas castañas recorrían su coño con elegancia; coño de aspecto frágil y pequeño, pero bonito y, doy fe, muy tragón.
Decidí lamérselo con calma, decidí tener sexo relajado y sin prisas con aquella chica. Mi lengua lamió sus pies, recorriendo empeine y tobillos. Besos por la zona interior del muslo hasta lamer en su sexo. La lengua lo recorrió lentamente, notando como reaccionaba abriéndose como una rosa. Ella gimió y se abrió más, dejando sus piernas algo levantadas. Su ano era claro y limpio, me animé a meter la lengua mientras dos dedos jugaban arriba y abajo medio palmo más hacia mí. Ella levantó un poco las caderas, facilitándome la labor.
Con el coño y el ano trabajados y bien húmedos, decidí follarla un poco tal y como estaba. Ella me recibió buscando mi lengua con la suya, cerrando sus piernas tras de mí. La penetré hasta coger medio ritmo, mantenido. Ella pedía más fuerte, pero quería que la cosa empezara calmada. Se lo trabajé sintiendo cada centímetro de polla, acariciando sus muslos y sin dejar de lamer su lengua.
Tras unos cinco minutos se la saqué y me tumbé masturbándome despacio.
– ¿Qué tal?. Trabájala un poco, anda.
– Vamos cielo.
Buena compenetración, al tumbarme boca arriba ella empezó a besarme el cuello mientras sus pezones se refregaban, muy duros, por mi pecho y abdomen. Masturbó un poco mientras me miraba de abajo arriba, estando a cuatro patas. Su pequeño cuerpo reacomodaba bien entre mis piernas, y más allá su culo era el punto de mayor altitud de su cuerpo, el cual movía lentamente de lado a lado; como una perra mueve el rabo ante un hueso que comer.
Tras una larga y bastante buena mamada, con masturbación y comida de huevos incorporada, decidí cambiar. Necesitaba follarla mientras la abrazaba. Mi mente sucia, mi mal día; necesitaba cariño además de sexo, y la enamoradiza Inés estaba en perfectas condiciones de darme ambas cosas. Ciertamente no me importaba nada jugar con sus sentimientos.
Me senté y le hice señas. Ella se acopló, a la vez que yo echaba ligeramente la espalda hacia atrás para que pudiera clavarse bien. Una vez metida volví a sentarme y nos abrazamos. Iniciamos así un movimiento en balanceo, besándonos y acariciándonos, mientras entraba poco más que el capullo en el coño de Inés. Aunque poca, el roce le provocaba gemir cada vez más interrumpiendo sus besos, los cuales comenzaban a saber a sudor.
Se levantó y me empujó hacia atrás. Me dio la espalda y me dio una cabalgada inversa. Luego se dio la vuelta y me clavó con movimientos pélvicos.
Cuando no pude más me zafé y derramé sobre su cuerpo una buena cantidad de leche.
Le di un beso y fui a darme una ducha. Ella se coló tras de mí y me pidió pis al oído. Abrí el grifo y comencé a orinar, aun con la polla crecida. Ella se arrodilló y la acercó a su boca, bebiendo cuanto pudo.
Nos enjabonamos mutuamente y acabamos follando sobre la placa de ducha. Ella se agachó como pudo y yo se la clavé en el culo, donde finalicé por segunda vez.
No puse pegas y se quedó a dormir. Por la mañana del día de navidad desayunamos y estuvimos toda la mañana follando.
Cuando se fue, encendí el móvil. Tenía un mensaje de mi cuñada Lorena.
“Te echo de menos, ¿podemos vernos?”.
Lo borré y apagué el móvil. No necesitaba sexo y me sentía enfadado con ella. Pero sobre todo me apetecía estar todo el día solo e incomunicado, trabajando para mi plan.
Tras el almuerzo tomé una copa de whisky. Esperé paciente observando la ciudad, la cual parecía más triste con el alumbrado navideño. Por fin llegó, su presencia era cuanto necesitaba para seguir tejiendo el plan.
– Has tardado.
Como respuesta un jarrón cayó al suelo justo tras de mí. Me sentía aterrado y feliz.
Sonreí y coloqué sobre la mesa las huellas dactilares de mi hermano.
Próximamente continuará…….