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Al día siguiente me desperté e inconscientemente alargué un brazo buscando su cuerpo. Una sensación de soledad, una sensación muy conocida, me asaltó de nuevo. Me incorporé en la cama y a duras penas aguanté la tentación de desayunar un poco de vodka. Afortunadamente tenía que trabajar y me vestí y salí de casa tan rápido como pude obligándome a no pensar en ello.

Y cuarenta y ocho horas después, al llegar a casa, sufrí la maldición de internet. Estaba cenando tranquilamente cuando recibí el Wasap.

“Acabo de llegar a casa. Estoy casi muerta después de cuarenta horas de viaje. Gracias por unas vacaciones inolvidables. Te quiere, Brooke”

¡Joder! ¡Mierda! ¿Qué significaba todo aquello? ¿Y ese te quiere? ¿Me echaría de menos? Lo poco que había avanzado en olvidar aquel episodio de mi vida se esfumó. Le respondí con un lacónico “ha sido un placer, descansa un poco y mañana estarás como nueva” acompañado de un par de caras sonrientes, deseando que volviese a su vida y me olvidase… o eso creía.

El resto de la semana no volví a tener noticias de ella y yo me tranquilicé un poco. Tomando el viejo dicho de un clavo con otro se quita al pie de la letra, decidí llamar a Julio y salir el viernes a tomar unas copas y ver como se daba la noche.

Julio era un tipo majo. Era representante de una marca de productos fitosanitarios. Lo había conocido en una charla sobre nuevos herbicidas y desde aquel día habíamos mantenido una relación de amistad cordial, aunque discontinua, debida a los continuos viajes de ambos.

Ese viernes tuve suerte y Julio estaba en León así que cogí el coche y nos encontramos en el Barrio Húmedo. Julio me recibió en la plaza mayor con un par de cervezas de ventaja. La noche estaba bastante animada y ambos lo pasamos bien entrando a universitarias aunque sin demasiado éxito. El alcohol y los cuerpos jóvenes y ligeros de ropa me ayudaron a olvidar por lo menos fugazmente a Brooke y entretenerme un rato.

La noche se alargó y a eso de las cinco de la mañana Julio me llevó a un pub en el que me aseguró que ligaríamos fijo… y no se equivocaba. El ambiente era un poco disipado, decorado al estilo de los años ochenta, oscuro y ruidoso. La música de Alaska se intercalaba con la de Dinamita Pa los Pollos y viejas canciones de Camilo Sesto.

La parroquia estaba conformada por divorciados y solteros empedernidos en busca de relaciones rápidas y sin complicaciones. En poco más de media hora había rechazado un par de mujeres. Julio no fue tan remilgado y en diez minutos ya se estaba largando por la puerta del brazo de una rubia rellenita y muy guapa.

Yo me quedé acodado en la barra con mi whisky y estaba a punto de irme cuando vi a la pelirroja entrar en el local. Carla llevaba un vestido de color rojo, ajustado y que le llegaba justo por encima de las rodillas. No esperé a que se acercase ningún moscón e indiqué al camarero que le invitase a ella y a sus amigas a una copa de mi parte.

La mujer aparentaba unos treinta y pico muy bien llevados y su vestido no realzaba una figura rotunda y unos pechos grandes y tiesos. En cuanto el camarero le dio la copa y le dijo por quién estaba invitada se acercó a mí con una sonrisa de loba que hizo que mis huevos hormigueasen. Cuando estuvo más cerca pude ver sus labios gruesos y rojos ligeramente retocados por la cirugía pero sin llegar a ser exagerados. Se presentó y nos dimos dos besos el aroma de su cuerpo consiguió excitarme aun más. Charlamos un rato, una charla banal de la que apenas si recuerdo nada. Solo recuerdo los ojos verdosos, la melena pelirroja y rizosa, la piel morena de solárium y las piernas largas enfundadas en medias negras. Con el paso de los minutos el bar se fue vaciando y nosotros nos fuimos acercando. Una mano en el hombro simulando quitar una mota de polvo, una boca que se acerca a una oreja para susurrar algo… Finalmente me atreví y rocé su cuello con mis labios provocando en ella un ligero escalofrío. Mi roce se convirtió en un beso húmedo y devorador. Nuestros labios se juntaron y comenzamos a besarnos con lujuria. Con mis manos recorrí su cuerpo y no pude evitar comparar sus formas más redondas con las más esbeltas de Brooke.

Cogiéndome de la mano me guio por el pub casi desierto hasta los baños. En cuanto entramos por la puerta le empujé contra la pared y besé su cuello, amasando sus pechos grandes y tiesos a través de la tela del vestido. Carla gimió y se agarró a mi cabellera. Volví a besarla y con gesto apresurado le retiré el tirante del vestido dejando uno de sus pechos a la vista. Era grande y tieso con el pezón pequeño y oscuro.

—¿Te gustan? —preguntó la mujer realmente interesada en mi respuesta— Con mi segundo hijo se me cayeron un poco así que decidí operármelos.

—No parecen operados —dije yo estrujándolos y sopesándolos como si estuviese tratando de averiguar si los melones estaban maduros.

Antes de que intentase decir alguna otra chorrada le chupé y le retorcí uno de esos pequeños pezones haciéndole soltar un gritito de disgusto.

Carla intentó protestar pero mis manos ya habían bajado hasta sus piernas y le estaba arremangando la falda del vestido. Bajé la vista y pude ver unas piernas largas y bronceadas enfundadas en unas medias que le llegaban al muslo y sujetas con un ligero profusamente bordado. Mis manos recorrieron el borde de sus caderas y recorriendo las trabillas del liguero con mis dedos acabé en el interior de sus muslos. La mujer pareció dudar un momento pero yo ya no podía parar y avancé con las manos entre sus piernas hasta llegar a su sexo y cubrirlo con ellas.

La mujer dio un respingo pero en cuestión de segundos noté como su cuerpo reaccionaba a mis caricias y el sexo humedecía su tanga. Sin dejar de explorar su boca y sus pechos introduje mi mano por dentro de su tanga y le acaricié su pubis recorriendo su vulva con mis dedos.

Carla gimió de nuevo, se retorció al notar como mis dedos invadían su interior y clavó su uñas en mi pecho. En un instante, sin dejar de retorcerse y jadear, me abrió la camisa y me acarició el pecho y los pezones.

Escapando de las garras delgadas y cuidadosamente arregladas me arrodillé y metí mi cara entre sus piernas.

—¡Uff! ¡Sí! ¡Como lo necesitaba! —dijo la mujer separando sus caderas de la pared y abriendo sus piernas bronceadas para facilitar mi acceso a su coño.

No me hice esperar y apartando el tanga recorrí la raja de su sexo con mi lengua. Su calor y humedad me excitaron y tirando de las trabillas del liguero la atraje hacia mi envolviendo su pubis y su sexo con mi boca sin dejar de mover mi lengua como una serpiente enfurecida.

Carla tensó sus muslos y gimió agarrada a mi cabellos sonriendo y disfrutando a pesar de la incómoda postura. El tanga me molestaba y se interponía continuamente entre mi boca y el sexo depilado de la mujer, así que llevado por la lujuria tire de él hasta arrancárselo. Una estrecha marca roja apreció en sus caderas allí donde la tira del tanga había mordido su piel. Las besé con suavidad acallando sus protestas para a continuación erguirme.

Sin dejar de acariciarla la cogí en volandas y la subí al lavabo con mi erección entre sus piernas. Con precipitación Carla me sacó el cinturón y abrió mis pantalones sacando mi polla del interior de mis calzoncillos. Con una sonrisa fue ella ahora la que acaricio y sopeso mi erección acercándola a su sexo pero desviándola cada vez que intentaba penetrarla. Su sexo estaba abierto y caliente y yo no pude contenerme más, aparté sus manos y le metí mi verga de un solo empujón. El cuerpo entero de Carla se estremeció como si hubiese estado esperando ese momento durante siglos. La mujer se agarró a mis caderas con su piernas mientras yo empujaba en su interior, entonces cerré por un momento los ojos y la imagen de Brooke sustituyó a la de la mujer.

—¿Pasa algo? —preguntó al ver que había parado por un instante.

—No, no pasada nada—respondí estrujando uno de sus pechos con violencia mientras volvía a asaltarla.

La sensación de estar follándome a una mujer cuando realmente deseaba estar con otra con todas mis fuerzas era nueva para mí, así que al sentir que mi excitación disminuía tiré de Carla dándole la vuelta, le separé las piernas y agarrando sus caderas volví a penetrarla. Cerrando los ojos imaginé que la mujer que jadeaba y gemía intentando mantener el equilibrio con sus altos tacones era Brooke y no aquella pelirroja de cuerpo rotundo.

Tras un par de minutos los gritos y los jadeos de la mujer se hicieron más intensos. Saqué mi polla de su coño y acaricié su vulva con ella.

—¡Eh! No por ahí no —dijo ella moviendo sus caderas enfurruñada cuando acaricié la entrada de su culo con mi glande.

A pesar de que lo deseaba me limite a tocar y presionar sobre el esfínter sin llegar a penetrarlo para a continuación cogerla por el cuello y entrar en su coño con todas mis fuerzas. Carla gritó y apoyó las manos sobre el alicatado mientras con cada empujón su cuerpo se elevaba ligeramente en el aire.

Rodeé su cintura con un brazo mientras dejaba el otro ciñendo estrechamente su cuello y seguí penetrándola hasta llevarla al clímax. La mujer soltó un grito estrangulado y su cuerpo se quedó rígido durante un instante atenazado por el orgasmo.

Tras unos segundos Carla, aun jadeante, se separó arrodillándose y metiéndose mi polla en la boca. Cerré los ojos pero no era lo mismo, su lengua era más torpe su boca menos experimentada. A pesar de todo el calor y la suavidad de su boca hicieron su trabajo y tras unos segundos me separé y eyaculé varios chorros de leche sobre su cara y sus pechos.

La mujer cogió mi polla y la chupó un poco más alargando unos segundos mi placer, para a continuación levantarse, limpiarse un poco y volver a colocarse el vestido.

Yo me limité a mirar a Carla con cara de póquer mientras esta se recomponía el maquillaje. Cuando terminó se quitó el tanga que aun tenía enredado en torno uno de sus tobillos y me lo metió en el bolsillo de la camisa.

—Me ha encantado.—dijo ella apuntando un número de teléfono en un papel—Llámame si vuelves por aquí.

Carla salió del baño contoneando las caderas ignorante de que no era ella a quién tenía en la cabeza.

Salí de aquel antro ya casi desierto con un sabor amargo en la boca. En vez de sacar el primer clavo ahora tenía la sensación de tener dos profundamente clavados.

—¡Mierda! —grité con rabia mientras tiraba el tanga y el número de teléfono a una papelera.

Llegué a casa la tarde siguiente con una sensación amarga. Echaba de menos a Brooke y estaba claro que andar echando polvos por ahí no me iba ayudar. Intenté sacarla de mi cabeza razonando. Era una actriz porno. Se dedicaba a follar profesionalmente. ¿Cómo podía saber lo que pasaba por su cabeza cuando hacía el amor con ella? Una relación con una mujer así sería difícil si no imposible y eso sin contar los nueve mil quilómetros que separaban nuestras respectivas vidas.

Seguí así hasta bien entrada la noche pero no conseguí quitármela de la cabeza. Genaro tenía razón, estaba encoñado.

Estaba bebiendo un Whisky con hielo intentando no pensar en nada más cuando llegó un wasap.

“Hola Juan”

“Hola Brooke, ¿Que tal la vuelta al trabajo?”

“Liada en la oficina”

“¿También tenéis papeleo?”

“Oh, no, simplemente tuve una escena en la que hacía de secretaria”

“Ah” respondí yo aliviado de que el wasap no transmitiese mi escaso entusiasmo.

“Te he echado mucho de menos”

No, no, no sigamos por ahí pensé yo.

“Bueno sé que probablemente habrás seguido con tu vida pero quiero que sepas que no era broma cuando te dije que habían sido unas vacaciones inolvidables. Quizás podrías venir a pasar las tuyas a Malibú”

Afortunadamente existían los emoticonos y le envié unas cuantas caras sonrientes con los mofletes colorados intentando ser lo más impreciso posible. Tenía la cabeza hecha un lio.

Al ver mi respuesta Brooke no insistió y cambió la conversación a cosas más rutinarias hasta que me deseo buenas noches y se despidió.

Me acosté aun sabiendo que no iba a dormir. Mi cabeza daba vueltas sin parar. Brooke era todo lo que podía desear pero se dedicaba a follar por dinero. Si me hubiesen dicho antes de que todo esto iba a pasar, hubiese dicho que esas mujeres no eran más que putas y no las tocaría ni con un palo y ahora estaba pensando seriamente en recorrer medio mundo tras una de ellas.

El hecho de ser la primera mujer que me había gustado después de que Helena me dejase lo hacía todo más confuso. No sabía si mi cuelgue por aquella chica era por lo cañón que estaba, por lo bien que follaba, por lo joven que era, por que era la primera tras la separación o porque realmente era la mujer de mi vida.

Cada vez que encontraba una razón para olvidarme de aquella relación el recuerdo de Carla esforzándose en complacerme mientras yo estaba pensando en Brooke desbarataba todos mis razonamientos.

Al final después de sopesar pros y contras no conseguí decidir nada. Los contras ganaban claramente, pero cada vez que parecía estar a punto de tomar una decisión los ojazos azules me miraban intensamente desde mi recuerdos haciéndome olvidar todo salvo los ratos de intensa intimidad que había pasado con ella.

Sin dejar de darle vueltas al asunto me fui sumergiendo poco apoco en un agitado sueño.

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