Capítulo 32. El borde del precipicio.

Salió de la mansión mareado y con una sensación de vértigo increíble. Su cabeza le daba vueltas. De todos esos dioses egoístas y mentirosos se lo podía esperar, pero que su propia hermana lo sedujese y le ocultase toda la verdad sobre su origen, hacía que le diesen ganas de destruirlo todo. Apretó los puños y sin querer mirar a los lados, ni escuchar las llamadas de Afrodita intentando explicarse, cogió el primer coche que encontró y salió derrapando por el camino de grava.

Condujo sin rumbo fijo, cogiendo los desvíos al azar y conduciendo a una velocidad endiablada con sus pensamientos muy lejos de allí. No podía creer que todo lo que tocase terminase de una u otra manera en catástrofe. El traqueteó del coche al meterse por un camino sin asfaltar le sacó de sus pensamientos justo a tiempo. Apretando la mandíbula pisó a fondo el freno evitando que el coche acabase cayendo por el acantilado.

Salió del coche suspirando de alivio. Se acercó al borde, vio la caída a pico de más de setenta metros y observó como las olas batían contra los agudos escollos del fondo.

El vendaval procedente del mar agitaba su pelo y lo enredaba impidiéndole observar la salvaje belleza del paisaje. Se ató la melena con un cordón y caminó por el borde con la mirada perdida. Una estrecha vereda recorría la costa subiendo hacia el lugar donde los acantilados eran más altos.

Ascendió por el camino, observando como el mar golpeaba furiosamente las rocas y farallones del fondo cada vez un poco más lejos. Cuando llegó a la parte más alta del promontorio el agua estaba más de trescientos más abajo. Atraído por la altura y el ruido de las olas se acercó al borde hasta que la punta de sus zapatos asomó por el abismo. El viento azotaba su cuerpo impidiendo que cayese hacia adelante.

Abriendo los brazos se inclinó un poco más hacia adelante, dejando que fuese el fuerte viento el que le equilibrase proporcionándole una salvaje sensación de libertad…

—¡Por favor, no lo haga! Soy la agente Gómez, Pamela Gómez. ¡Se que tiene problemas, pero lo que está a punto de hacer es lo único que no tiene solución!

Hércules se dio la vuelta sorprendido. Una mujer bajita, vestida de guardia civil le hablaba como a un suicida, mientras que con movimientos suaves intentaba disuadirle de algo que no pensaba hacer.

Al ver el rostro sombrío y amenazante de Hércules, la mujer echó inconscientemente la mano a su pistolera.

—No pretendía suicidarme, de hecho sería lo último que haría. —respondió él relajando su gesto sin conseguir que la guardia civil apartase su mano de la culata de la pistola.

—¿Ah sí? ¿Entonces qué hacías ahí ?

—Meditar, observar como las olas rompían en la costa, dejarme llevar por el viento…

—¡Ah! Ahora ya lo entiendo. No eres un suicida. Simplemente eres un majara. —dijo ella— Anda apártate del borde y ven hacia aquí. Lo último que me apetecería en este mundo sería tener que extraer los trocitos que quedasen de tu cuerpo de esa olla hirviente, antes de que se los comiesen los cangrejos.

Hércules levantó cómicamente las manos y se alejó del borde. La joven no carecía de atractivo, tenía el pelo negro y cortado muy corto y unos ojos de un azul intenso. Sus labios eran gruesos y tentadores a pesar de estar apenas maquillados. Siguió acercándose, observando la nariz pequeña y respingona y las largas y rizadas pestañas que rodeaban sus ojos.

—¡Quieto, ahí está bien! ¿Tienes una identificación? —preguntó la guardia alargando la mano.

Hércules le alargó su DNI y observó como la mujer lo escudriñaba con curiosidad.

—¿Te llamas Hércules? ¿En serio? ¿Quién diablos le pondría a un niño un nombre así?

—¿Una mujer a la que Zeus viola disfrazado de caballo y da a luz un hijo con fuerza sobrehumana que se folla a su hermana Afrodita sería suficiente?

—Decididamente estás como una cabra. —dijo ella al fin relajada tomando como una broma el sarcasmo de Hércules.

No sabía muy bien por qué, pero soltar todo aquello a una desconocida, aunque no se creyera una palabra, había aliviado su frustración o fue esa sonrisa amplia y desinhibida adornada por unos dientes pequeños y perfectos.

—¿Hay alguna manera de compartir un café contigo sin que acabe esposado? —dijo él juntando las muñecas frente a ella en un arrebato.

La mujer sonrió de nuevo y sus mejillas se sonrojaron ligeramente. Inmediatamente supo que habían conectado.

—La verdad es que ahora estoy de servicio, pero termino dentro de dos horas. Si quieres aburrirte un rato puedes esperarme en el bar del pueblo. Al llegar a la carretera asfaltada a la derecha. —dijo ella no muy convencida de que un tío tan bueno estuviese dispuesto a esperar por ella tanto tiempo.

—Allí estaré. Así te demostraré que puedo aburrirme y no recurrir a los barbitúricos, el cianuro o las cuchillas de afeitar.

Increíblemente, aquel tipo esperó por ella. Ni siquiera se había molestado en cambiarse porque estaba convencida de que no estaría allí cuando llegase. Ahora, frente a él era consciente de las manchas de sudor de su uniforme tras un largo día de patrulla y tuvo que tragarse unos juramentos al ver a Hércules, tomando un chupito de licor café casero y charlando animadamente con el camarero, la otra única persona viviente del local.

—Hola, agente Gómez. —saludo Hércules levantando el chupito en señal de saludo— Como puede ver aun estoy vivo.

—Hola señor Ramos, no sé si por mucho tiempo si sigues bebiendo ese mejunje. Debí empapelar a este idiota por fabricarlo en el patio trasero de su casa y no vender la receta como desatascador de inodoros.

Los tres rieron aunque la risa del camarero tenía un ligero tono ofendido. La guardia se acercó a la barra y pidió un chupito que se ventiló de un trago para darse valor.

—Estábamos charlando de tus hazañas mientras esperaba por ti. Ha sido muy revelador. —dijo Hércules sonriendo.

—Sí este lugar es un hervidero de delincuencia. —dijo la joven con ironía— Mi mayor hazaña ha sido detener a un jodido idiota que intentó arrancar el cajero automático del banco con el tractor porque quería recuperar su tarjeta.

—Me acuerdo. —dijo el camarero entre risas— Casimiro siempre ha sido un tipo muy impaciente. Intentó sacar dinero para ir de putas a las cuatro de la mañana y no podía esperar a que abrieran el banco así que intentó recuperar la tarjeta.

—¿Sabes Marcos, que esta mujer dijo que el nombre no me pegaba? —dijo Hércules cambiando de tema— Lo que no me explico es como se atrevió a entrar en el Cuerpo llamándose Pamela.

—Sí, es algo que nunca le perdonaré a mi abuela. Era una fan de Dallas y se empeñó en ponerme este nombre. De todas maneras mi nombre nunca me ha supuesto un problema. Cada vez que alguien se mete con él recibe un rodillazo en las pelotas. —respondió mirando a Hércules con seriedad.

Hércules la miró un instante con seriedad antes de prorrumpir en una sonora carcajada. Aquella mujer pequeña y decidida le encantaba. Cuando miraba aquellos ojos azules ella le devolvía una mirada franca, sin hostilidad, pero tampoco tímida o huidiza. Los vecinos empezaban a llegar para jugar la partida de después de la cena y por fin dejaron de ser el centro de atención. Pidieron unas cervezas y un par de raciones de callos y las comieron tranquilamente mientras charlaban subidos a unos taburetes.

Cuando se dio cuenta Pam estaba contándole su vida a aquel desconocido mientras el escuchaba y preguntaba con interés. Era evidente que no quería hablar mucho de él, pero se sentía tan atraída por aquel hombre y era tan fácil hablar con él que no le importó.

Las dos raciones desaparecieron y pidieron otra de calamares para completar la cena. Pam estaba desesperada. Era evidente que Hércules solo estaba de paso y solo tenía una oportunidad. Jamás se había comportado así, pero si quería llegar a algo con él tendría que ser esa misma noche.

Cuando terminaron de cenar le dijo en tono casual que tenía en casa un licor mucho mejor que aquel matarratas. Hércules asintió, mostrando sus dientes en una amplia sonrisa y acercándose a su oído le dijo a Pam que no le cabía una gota de alcohol más, pero que estaba dispuesto a acompañarla a su casa de todas maneras. Sus labios le rozaron la oreja provocándole un escalofrío y aumentando su determinación. Aquel hombre tenía que ser suyo, ya.

Salieron a la calle donde estaba aparcado el vetusto Megane de cuatrocientos mil quilómetros que tenía a su servicio. En cuanto se acomodaron y las luces interiores se hubieron apagado Hércules le cogió la cabeza y le dio un beso largo y húmedo que puso a Pam al borde de la locura. Desde que había llegado a aquel pueblo no había conocido nadie por el que se hubiese sentido ni remotamente interesada, con lo que la larga temporada de sequía le ayudó a dejar de lado cualquier atisbo de prudencia.

Arrancó el coche y le costó no poner la sirena y llegar a su casa a toda leche. Había alquilado una casita al lado del cuartel, así que dejó el coche para que pudieran usarlo sus compañeros y se fueron andando hasta su casa.

Hércules no se fijó en los muebles gastados ni en la pintura desconchada toda su atención estaba centrada en la mujer. Con aparente tranquilidad la dejo quitarse la cartuchera y dejar el arma en un cajón, pero cuando fue a quitarse las esposas con un movimiento sorpresivo se las quitó de las manos, esposó a Pam y la colgó de un perchero por las muñecas.

La joven gritó y le insultó más por haber sido engañada que porque pensase que aquel hombre fuese hacerle daño. Se sentía a la vez indefensa y excitada. Hércules se acercó y le lamió el cuello y la mandíbula mientras le abría la guerrera. Pam forcejeó inútilmente. El perchero estaba sorprendentemente bien fijado a la pared y no pudo evitar que el hombre recorriera su cuerpo estrujando y pellizcando con suavidad donde le placía.

Sin hacer caso de las quejas de la agente, fue abriendo uno a uno los botones de su camisa, besando cada porción de piel morena que quedaba a la vista hasta que estuvo totalmente abierta.

—¡Vaya! ¿Seguro que este sujetador es el reglamentario? —dijo Hércules al ver el sostén rojo profusamente bordado?

—¡Vete a la mierdaaaah! —respondió ella justo antes de que Hércules chupase sus pezones a través de la seda transparente.

Pam, impotente no pudo evitar que el hombre soltase el cierre del sujetador dejando sus pechos a la vista. Hércules los inspeccionó con detenimiento provocando a Pam que forcejeaba inútilmente. Los sopesó eran tersos y morenos, no demasiado grandes, pero con unos pezones prominentes que invitaban a chupar y mordisquear. Hércules le dio un par de golpes suaves observando cómo temblaban y se bamboleaban hasta quedarse totalmente quietos.

Pam estaba a punto de insultarle de nuevo, desesperada porque dejase de jugar con ella. Aquel idiota engreído se creía que podía hacer lo que quisiese con ella… Cuando él se acercó y la besó de nuevo se dio cuenta de que podía. Sin dejar de saborearla le quitó la visera y acarició su pelo negro y brillante.

Hércules acarició su pelo antes de bajar sus manos por su cuello y meterlas bajo su camisa para envolver a la mujer en un apretado abrazo. Asaltando su boca sin descanso, pegó su cuerpo a sus caderas deseoso de que notase su erección. Pam gimió y se restregó contra él igualmente ansiosa.

Hércules deshizo el beso y sus labios comenzaron a bajar por su cuello y su mandíbula. Su lengua se deslizó traviesa por detrás de sus orejas, por sus hombros y llegó hasta sus axilas aun húmedas y calientes por un día de trabajo. Pam intentó revolverse, pero él la aprisionó contra la pared disfrutando a placer del sabor salado y el aroma excitante de su cuerpo.

Sus labios se desplazaron por sus costillas, disfrutando de la incomodidad de la agente que no paraba de moverse. Pam vio como el hombre manipulaba los corchetes de sus pantalones y se los bajaba de un tirón dejando a la vista el resto del conjunto.

Hércules se retiró un par de pasos para admirar el cuerpo de la mujer hasta que esta se sintió incomoda. Con delicadeza le quitó las botas reglamentarias y los pantalones. Pam sin apenas ser consciente levantó sus piernas facilitándole la maniobra. El desconocido las acarició disfrutando de su suavidad besándolas a medida que subía por ellas hasta llegar a las proximidades de su sexo.

No podía mas, su sexo hervía deseoso de que aquel hombre lo acariciase y lo colmase de placer y no podía hacer otra cosa que agitar sus caderas intentando atraerlo.

Él apartó el delicado tanga que cubría el pubis de la joven y acaricio la pequeña mata de pelo que lo cubría provocando un largo suspiro. Consciente de que la joven no podía esperar más, lo besó y avanzó recorriendo los labios de su vulva abierta y húmeda solo para él. Pam separó las piernas de la pared y las abría dejando su sexo expuesto ante él y Hércules no se hizo esperar su lengua invadió su sexo haciendo temblar todo su cuerpo.

No se había dado cuenta de cuánto lo necesitaba. Notaba como su sexo se hinchaba irradiando placer por todo su cuerpo. De un nuevo tirón consiguió arrancar el perchero de la pared y librándose de él agarró la melena de aquel hombre apretándolo contra ella.

Libre por fin le dio un empujón y salió corriendo de allí en dirección a la habitación. Cuando Hércules llegó ella ya se había desembarazado de las esposas y del resto de su ropa. Le esperaba tumbada con las manos entre sus piernas, acariciándose, con el cuerpo tenso como la cuerda de un piano.

Hércules se inclinó sobre ella y acarició su cuerpo. Pamela no se movió, pero soltó un ligero gemido. Tras desnudarse se colocó sobre ella. Esta vez no había impedimentos y la agente exploró aquel cuerpo que parecía cincelado en piedra. Acarició sus pectorales y los arañó sin piedad, bajando por su vientre hasta tropezar con su polla.

El suave roce y aquella mirada fija y hambrienta, fueron suficientes para que el deseo de Hércules se multiplicase. Las manos pequeñas y cálidas acariciaron su miembro y lo guiaron erecto a su interior.

La joven se estremeció de nuevo al sentir el miembro de aquel hombre en sus entrañas, Rodeó su cintura con sus piernas y fijó su mirada en él abandonándose totalmente al placer.

Hércules se dejó llevar penetrándola con todas sus fuerzas mientras ella gemía y gritaba agarrándose a él con todas sus fuerzas. Cogiendo sus piernas las levantó mordisqueando sus tobillos y sus talones sin dejar de atacar aquel delicioso coño con saña.

Hércules sintió que Pam estaba a punto de correrse y se retiró apresuradamente. Pam refunfuño y abrió sus piernas mostrando su sexo hirviente, pero él se lo tomó con calma y tirando de su tobillo la acercó a él y la sentó sobre la cama. Agachándose acaricio su cara con ternura y besó sus labios con delicadeza. Al principio ella respondió devolviendo besos y caricias unos instantes hasta que termino por estallar:

—¿Quieres dejar de putearme y clavármela de una vez? —preguntó de mal humor.

Hércules la abrazó y se puso en pie con ella colgada de su cuello. Siguiendo sus ordenes la levantó un instante justo antes de penetrarla de nuevo.

En aquel momento Pam pudo sentir como aquel hombre elevaba y dejaba caer su cuerpo como si se tratase de una pluma empalándola con su miembro y haciendo que se deshiciese de placer. Gimiendo cada vez más fuerte, se agarró a su cuello y le miró a los ojos, para que Hércules pudiese ver el placer grabado en ellos.

La joven saltaba en su regazo, pero sus ojos estaban fijos en él sin apartarlos, ni siquiera cuando su cuerpo se vio asaltado por un intenso orgasmo. Hércules la llevó de nuevo a la cama y siguió penetrándola unos instantes más antes de apartarse y correrse sobre su vientre.

Pam creyó que allí iba a acabar todo, pero aquella fiera de melena dorada, en vez de tumbarse a su lado jadeante la cogió en brazos y se la llevó al baño. La puso bajo la ducha. El agua tibia corrió por su cuerpo llevándose los restos de sudor y esperma, pero lo mejor es que aun sentía aquel gigantón tras ella acariciándola y besándola.

Cuando se dio cuenta estaba de nuevo empalmado. Ella lo notó y dándose la vuelta se agachó y se metió la polla en la boca chupándola con fuerza…

***

Hércules calló finalmente. El tercer vaso de Gyntonic estaba vacío y se sentía un pelín mareado.

Durante un momento se estableció un silencio entre ellos. Pam le miraba fijamente a los ojos, con el semblante serio. Hércules se removió incómodo, pero no apartó la mirada, intentando descubrir que era lo que pasaba por la mente de su novia. Intentando adivinar si lo seguiría siendo ahora que lo sabía todo de él.

—¡Vaya! Es una historia interesante. No te enfades, pero necesito comprobar una cosa. —dijo ella alargando a Hércules un horrible y pesado busto de bronce de Beethoven.

No necesitaba preguntarle a Pam que era lo que quería que hiciese. Lo cogió con las dos manos y sin aparente esfuerzo le arrancó la cabeza a la estatuilla.

—Perdona, pero tenía que asegurarme de que no estaba majara, porque me he creído toda tu historia y no es algo fácil de digerir. Siento todo lo que te pasó y sobre todo lo siento por Akanke. Esa pobre mujer nunca tuvo suerte.

—Lo entiendo. —respondió Hércules deseando abrazarla sin atreverse a hacerlo— Y entederé que ahora que lo sabes todo no soportes continuar con alguien como yo.

Fue ella la que tomó la iniciativa y se sentó sobre él. Sin decir nada acaricio su mentón y sus mejillas y tras mirarle a los ojos le besó suavemente.

—La verdad es que desde que te vi por primera vez sabía que había algo distinto en ti, pero nunca pensé que fueses una especie de superhéroe vengador. —empezó ella recorriendo los hombros y el cuello de su novio con sus dedos delgados y suaves— No me gusta lo que hiciste, hay otras formas de solucionar las cosas. Son las autoridades las que deben aplicar justicia, pero supongo que el hecho de que todos las personas de las que te vengaste mereciesen como poco lo que les hiciste, que salvaste a la humanidad y todo esto, junto con el intenso y ciego amor que siento por ti, equilibran la balanza.

El suspiro de Hércules fue casi audible. Aliviado de haber confesado todo por fin acercó sus labios a los de Pam con intención de besarla.

—Un momento, —dijo ella poniéndole un dedo sobre los labios—antes de nada quiero que me prometas que nunca más vas hacer nada parecido. Ni siquiera por mí. ¿Lo has entendido? Estoy seguro de que Akanke tampoco hubiese querido que hicieses todo aquello por ella.

—De acuerdo. —respondió él— Te lo prometo.

—¡Ah! Y otra cosa. Quiero que sepas que a partir de ahora lo de “estoy cansado” no te va a servir de excusa. —dijo Pam frotándose de nuevo contra él— Y espero que empieces a poner en práctica tus dotes sobrenaturales follándome toda la noche hasta que mi coño eche humo.

Hércules agarró a su amante por toda respuesta y cogiéndola como si se tratase de una pluma se la llevó al dormitorio con la intención de demostrarle de lo que era capaz un hijo de Zeus en cuestión de sexo.

***

—¿No crees que es un poco bajita para él? —preguntó Afrodita observando a Pam con detenimiento.

—No seas gilipollas. Lo último que me esperaba de ti es que te pusieses celosa de una mortal. Hacen una bonita pareja y no quiero que hagas nada que la estropeé. —dijo Zeus haciendo que sus dedos chisporrotearan dejando claro a su hija que aquello no era meramente una recomendación.

Aquel pueblo pacífico y aquella joven pequeña, pero dura y avispada parecía ser todo lo que su hijo necesitaba. Desde el primer día se convirtieron en uno y no se volvieron a separar. Ella seguía en el cuerpo mientras que él, con la paga que había recibido de La Organización por sus servicios, había montado un pequeño taller en el que reparaba desde maquinaria agrícola hasta aparatos informáticos.

Zeus miró a la pareja de nuevo. Observó como su hijo estaba cada vez más enamorado de aquella joven. Estaba convencido de que tras estos meses al fin se había confiado a ella y podrían construir una relación que duraría toda la vida.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente.

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