Capítulo 15. El juicio.
Cuando vio las caras de sus madres no pudo dejar de sentirse un miserable por hacerles pasar por todo aquello. A la vista de todo el mundo, su hijo era como mínimo un asesino en serie sin escrúpulos o un perturbado incapaz de dominar sus más bajos instintos.
Aun así, allí estaban, sentadas en aquellas sillas pequeñas y estrechas, apoyando las manos en la mugrienta mesa con una cara tan triste que le partía el corazón. Cuando se sentó, la vergüenza podía leerse fácilmente en su cara.
Al contrario de lo que esperaba fue Diana la que se inclinó furiosa sobre él:
—¿Se puede saber en qué coños estabas pensando? —le preguntó haciendo verdaderos esfuerzos para no gritar— ¿Cuántas veces te hemos dicho que esto precisamente era lo que no debías hacer? Esto no es lejano oeste. ¡Vives en una sociedad con normas, joder! ¿Acaso te crees un ser superior con derecho a ser juez, jurado y verdugo?
—Mataron a la mujer que amaba…
—Matándolos no conseguirás que resucite. Y ahora te vas a pasar el resto de tu vida en la cárcel…
—Cariño, no sé por qué demonios lo has hecho, —intervino Angélica más calmada— pero sé que has tenido tus razones. Te hemos educado bien y sé que en condiciones normales no hubieses cometido esa salvajada. Por eso debes dejar que contratemos a un abogado para que te defienda. Podemos alegar locura transitoria o…
Hércules interrumpió su discurso y le dijo que no tenía excusa, que había matado a toda esa gente y que merecía pasar el resto de su vida en la cárcel. Con la voz entrecortada por el dolor les contó la historia de Akanke y como la habían torturado y asesinado. Sus madres, no lo aprobaron, pero lo comprendieron y entre lágrimas le suplicaron que cambiara de opinión y que se dejase asesorar por un abogado. Finalmente, ante el terco silencio de su hijo, se dieron por vencidas y le prometieron que le ayudarían en todo lo que pudieran.
Hércules se quedó sentado mientras las dos mujeres abandonaban la sala de visitas con aire abatido. Sin apresurarse se levantó y acompañado por los guardias se dirigió a su celda consciente de que sus madres acababan de envejecer veinte años por su culpa.
Dos días después se celebró el juicio. La sala, a pesar de ser la más grande de los juzgados estaba llena a rebosar. Periodistas y curiosos abarrotaban los escaños y se daban codazos para hacerse un poco de sitio.
Al fondo, ocupando todo el espacio disponible y subidos a escabeles y pequeñas escaleras, los reporteros gráficos adoptaban posturas imposibes con tal de conseguir el mejor video o la mejor instantánea.
A pesar de todo, sus madres le habían su mejor traje para presentarse ante el tribunal. Hércules recorrió rápidamente el pasillo, flanqueado por dos policías que los sujetaban estrechamente e ignórando los flashes, los focos y las preguntas, en su mayoría estúpidas o morbosas de los periodistas. El juez le recibió con su habitual frialdad y un ujier le indicó cual era la mesa de los acusados donde se sentó en soledad.
—Antes que nada —dijo el juez cuando todos se hubieron sentado— Señor Hércules Ramos, ¿Es consciente de que el que se tiene a sí mismo por abogado tiene un necio por cliente?
—Sí señoría lo he oído en multitud de películas y series americanas. —respondió él sin poder evitar el sarcasmo.
El juez refunfuño algo por lo bajo, y dio varios golpes con su mazo para apagar el conato de risas que amenazaba con hacerse general. A continuación se colocó unas gafas de pasta y sin añadir nada más comenzó a leer uno tras otro todos los cargos que le imputaban.
—¿Cómo se declara de los cargos antes mencionados?
—Culpable señoría.
—Entonces a la vista de la gravedad de los hechos aquí descritos y ante las asunción de los mismos por el acusado, unido a la total ausencia de remordimientos ante los crímenes cometidos este tribunal el sentencia a…
—Un momento señoría. —gritó una mujer despampanante entrando apresuradamente en la sala del tribunal con unos papeles en la mano— Me llamo Afrodita Anderson, soy psicóloga en la prisión donde ha permanecido el acusado en espera de juicio y tras un profundo análisis de su comportamiento, tengo en mi poder pruebas que demuestran que este hombre no está en plena posesión de sus facultades mentales.
El juez frunció el ceño e invitó a la mujer a continuar. Afrodita esta vez no se había puesto las gafas dejando a la vista unos ojos verde azulado enormes y ligeramente rasgados y el vestido de lana que llevaba puesto se ajustaba como un guante a unas curvas de infarto.
La mujer se acercó taconeando con seguridad y con una sonrisa capaz de desarmar una flota de acorazados, le entregó la carpeta.
—Como vera, señoría, tras un detenido estudio, tanto yo como varios de mis colegas, entre ellos el Doctor Frederick Smith, decano de la Cátedra de Ciencias del Comportamiento de la universidad de Lausana y el premio nobel en fisiología Horatio Becker hemos llegado a la conclusión de que este hombre sufre un síndrome disociativo al que se une un fuerte componente paranoide, lo que hace que no sea en ningún caso capaz de dominar sus acciones y por lo tanto no se le puede considerar responsable de estos crímenes.
—¿Y qué es lo que recomienda? —preguntó el juez levantando una ceja.
—Recomiendo que sea internado en el centro Psiquiátrico Alameda dónde su enfermedad mental será evaluada y tratada adecuadamente siguiendo los métodos más modernos y eficaces que la ciencia puede proporcionarle.
Los flashes explotaron y todos los focos se volvieron de la psicóloga al acusado y de nuevo otra vez hacia la psicologa. El rumor de incredulidad fue seguido por los gritos de indignación de un grupo de hombres de color, obviamente miembros de la banda de Sunday.
El juez golpeo la mesa con el mazo, amenazando con desalojar el tribunal mientras echaba un vistazo a la documentación que Afrodita le entregaba. Tras tomarse un par de minutos para deliberar, finalmente le entregó a Hércules estipulando con exactitud las evaluaciones a las que se debería someter el reo antes de poder acceder a cualquier tipo de libertad condicional.
Antes de que se diese cuenta de lo que estaba pasando, dos tipos enormes, vestidos con batas blancas le cogieron por los hombros y le llevaron en volandas al interior de una ambulancia.
***
Zeus observó desde su trono todo lo que ocurría mientras bebía una taza de ambrosía. Sabía que podía confiar en Afrodita. Su hija, además de ser la cosa más hermosa que jamás había hecho, era inteligente y fuerte y le quería como solo una hija puede querer a un padre. Además debido a su belleza y la levedad con la que trataba sus obligaciones nadie la tomaba en serio y disfrutaba de la libertad que le proporcionaba no ser considerada más que un bonito florero.
A pesar de que odiaba salir del Olimpo, había bajado a la tierra y había sacado a su hermanastro del apuro mientras él entretenía a Hera desviando su atención de ellos. Ahora venía lo más difícil debía darle a Hércules una razón para vivir sin revelarle aun su verdadera misión. Aquel muchacho estaba verdaderamente hundido.
Afortunadamente se acercaba el momento para que cumpliese con la misión para la que había sido concebido. Esperaba que tener un propósito y salvar innumerables vidas fuese suficiente acicate para hacerle reaccionar y evitar que la humanidad pereciese. Hércules era un semidiós, y debía tener una tarea que resultase un desafío para sus poderes.
La ambulancia llegó al recinto y avanzó por un sendero de grava hasta detenerse en la entrada de una mansión de piedra con la fachada cubierta parcialmente de yedra. Zeus vio como Afrodita salía por la puerta delantera izquierda y abría la puerta trasera para permitir que unos fornidos enfermeros sacaran la camilla donde Hércules permanecía atado.
NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/
PRÓXIMO CAPÍTULO: VOYERISMO
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