En unas cortas vacaciones familiares la conocí como nunca. Mi prima, con quien toqué el Cielo… y caí al Infierno.
El sol naranja del crepúsculo me golpeó al salir del auto y la vista de la playa se me hizo imposible. Lo primero que pensé fue que había caído al mismísimo infierno, lejos de la tecnología, lejos de los amigos… y lo peor de todo, cerca de todos los familiares.
Cada año viajábamos a este “paraíso” en donde todos nos encontrábamos, tíos, sobrinos, primas, más tías… a reunirnos por al menos un día en una casa de playa bastante bien amoblada y dispuesta a soportar varios hospedantes. Era sábado atardeciendo, ya que mis padres decidieron venir un día antes que el resto, en el horizonte el sol desapareciendo lentamente, la panorámica del mar resplandeciente me pareció de lo más aburrido, melancólica sí, aunque debo admitir que estos atardeceres nunca me gustaron en absoluto.
Sí fue grata la sorpresa al descubrir que no fuimos los primeros en querer adelantarnos al resto, pues al entrar en la casa ya nos topamos con una tía y su hija, cuyo padre por cierto no pudo venir por cuestiones laborales.
Y es ahí donde la vi… Adela, mi prima. La última vez que nos encontramos – también hace un año en las últimas vacaciones- parecía una niña mal criada que protestaba y lloraba por cualquier nimiedad… pero ella, la que estaba actualmente observando, simplemente había desarrollado su físico de manera insospechada.
Diecisiete años en su pequeño cuerpo, ojos miel y la piel bronceada, vestida con únicamente una franela blanca, que si bien larga, apenas llegaba a ocultar sus muslos,. Sufrí todo un nudo en la garganta cuando ella se acercó a saludarme con unos corteses besos en ambas mejillas.
Los cinco entonces, nos sentamos en una sala en donde las sillas hacían un redondel, cada uno agarró alguna que otra lata de cerveza, incluso nosotros dos, sin siquiera causarle la molestia a los adultos. Adela se había sentado frente a mí, dejándome la visión de sus constantes cruces de piernas, comprobando mis sospechas, no tenía nada bajo la franela.
Si mis familiares hablaban de viejos recuerdos o estaban actualizándose, no me importaba, mi mirada estaba fija en aquel capullo delicadamente cubierto de vellos, casi ocultos por el par de muslos dorados y torneados… subí mi vista y vi a Adela, recogiéndose un mechón que le ocultaba un ojo.. estaba mirándome y se me cayó el mundo.
Ahora sí había jodido mi fin de semana, metí un gran trago de la cerveza, si Adela se los contaba, ¿¡quién sabe a qué reformatorio me enviarían!? Conociendo a mis padres, lo más probable me manden junto a un sacerdote a exorcizarme por mirar a mi prima.
Mi rostro estaba en extremo rojo cuando volví a reparar en su rostro… ella estaba sonriendo… y abriéndome más sus piernas. ¿Me estaba invitando a verla?
– Madre mía… – susurré y le sonreí, tomando otro trago.
Adela arrugó su nariz y mordió su labio inferior, negándome lentamente con su cabeza… y cerró sus piernas. Varios minutos pasaron y ella ni siquiera me devolvía la vista, se limitaba a escuchar y sonreír por las anécdotas de su madre. Cuando pensé que simplemente todo había acabado, ella me lanzó un guiño… y volvió a abrir sus piernas.
Definitivamente estaba endureciéndome, no lo podía evitar, aunque lo que más me desagradaba de ella era su juego a cerrar sus piernas y no hacerme caso por varios minutos para luego abrírmelas y mostrarme sus carnes sin pudor. Y lo hacía una y otra vez, sí, me estaba demostrando quién era el desesperado.
Nuestros padres se levantaron y nos invitaron a pasear por la bahía de noche con la luna como único farol;
– Estoy cansada- dijo Adela alzando sus brazos y bostezando falsamente, me observaron ahora a mí, preguntándome lo mismo:
– Yo también- dije alzando los brazos y bostezando falsamente.
Salieron ellos hacia la noche -protestando el porqué traer a sus hijos si sólo venían a dormir -fui a despedirlos en la salida y volví sonriente a la sala… con mi entrepierna vergonzosamente vigorizada. Pero Adela no estaba allí, miré más al fondo y ella estaba subiendo las escaleras;
– ¿Acaso subes a tu cuarto?
– ¿Qué crees?- dijo pasiva. La nena me estaba jugando duro, seguro esperaba que corra hacía ella y la tome, surque mis manos entre sus piernas y la bese con violencia… no, no me rebajaría a buscarla. Tan desesperado no estaba.
Bueno, sí lo estaba. Fui a buscarla en un momento surrealista y con mi corazón a reventar, la aprisioné contra la pared, mecí mis manos entre sus piernas y la besé con violencia, girando mi boca como una rosca mientras, Adela, lejos de resistirse, llevó una mano hacia mi sexo.
– ¿Te encanta hacerte la difícil?- dije mientras hundía unos dedos en ella.
– No. – sonrió, y sentándose en la escalera, me abrió sus piernitas, invitándome a penetrarla mientras subía su franela por su torso para revelar sus poco insinuantes senos, su pancita dorada… aquel ombligo… ¡Qué perversa! Sí la notaba un tanto rara, tal vez las bebidas… recogió un mechón rebelde y me sonrió más;
– ¿Qué esperas, pendejo?- definitivamente ella no era fácil, me era indescifrable su forma de operar.
– No debo seguir con esto – pensé. Tenía que reunir fuerzas para no rendirme al júbilo de tener sexo salvaje con mi primita… debía ser fuerte, por más surrealista que me resultase, por más hermosa, caliente y seductora que se veía desnuda y dorada. ¡Debía aguantar!
No aguanté, me incliné para clavar el beso-tuerca más sucio y morboso de mi vi
da, mis dedos desaparecieron en su sexo y comprobé que estaba en una especie de periodo de celo, chorreante a más no poder. Vibré mi mano allí, Adela jadeó y sucumbiendo posaron sus manos en mi hombro.
Presioné con soltura mi mano entre sus labios tal cuchara, hundiéndolos hasta que sus jugos rezumaron entre mis dedos mientras ella abría la boca y cerraba los ojos en obvia señal de calentura… tal cual yo.
Que me perdone el Cielo. Reposé el glande en su rajita. Iría al infierno. La sujeté por la cadera mientras se inclinaba a morder mi cuello. Ni mil y un Ave María me salvarían. La besé y observé sus hermosos ojos miel antes de penetrarla. Me despedía del paraíso. Se la introduje, se la hundí sin reparos… chilló como nunca y enterró sus uñas en mi espalda mientras que su estrecha vagina me la engullía.
Adela gritaba que la lastimaba, que le dolía. ¡Que el cielo me destierre, en aquella noche de incesto firmaba mi sentencia de muerte!
Ella suplicaba con su tierna voz y con lágrimas que disminuya la velocidad, sus intensos chillidos de pequeña fueron alimento para mis arremetidas. Hasta el fondo, hasta sentir su cuello uterino, llevando mis manos por su espalda tan recta y bajarlos hasta sus nalgas, apretarlas y alzarla. Sus muslos me rodearon, sus pezones se erguían y punzaban mi pecho, sus apenas visibles vellos espoleándose contra mí, la espalda me ardía a puro fuego gracias a sus uñas, ¡hasta el fondo de su vagina, pasaje directo al infierno!
Sexo sucio, obsceno y de lo más tórrido en la casa de playa, miré nuestros sexos unidos en el incesto y surgieron mis miedos, sendas gotitas rojizas se mezclaban con nuestros líquidos, sus labios vaginales estaban hinchados y con una tonalidad escarlata… Adela era virgen.
– ¿Adela?
– Duele… – musitó con lágrimas mientras sus manos dejaron de rasguñarme y cayeron debilitadas. Su virgo ya no era virgo, mi alma quedó condenada, mi sexo repletándola, ella sollozando…
– ¿Adela? – cayó desmayada en mi pecho y la reposé sobre la escalera. Estaba impávido, si por mirarla me mandaban a exorcizar… por tener sexo incestuoso con ella, seguro me cortaban mis… mejor no pensar en ello. En ese momento lo mejor que pude idear fue vestirla, cargarla en mis brazos, atravesando a pasos lentos para llevarla a su habitación.
Tal vez lo mejor fuera callarlo… sería mi cruz el secreto, que el semen que se le escurría de su entrepierna era el mío, que fui yo quien la hizo gritar en aquella tierna feminidad… ella estaría en mis pensamientos en cada libro que intentara estudiar, en cada encuentro incómodo que tengamos, si aquello fue producto de las cervezas o no, quedó como incógnita por la eternidad.
Bueno, al menos hasta el día siguiente, ya domingo, día en el cual toda la familia llegaba a reunirse para el almuerzo. No pude dormir pensando en ella, el cómo sería hablar nuevamente con Adela… la incomodidad de hacerlo sin que me vengan los recuerdos de su pequeño cuerpo unido al mío, chillando del sexo más caliente que tuve.
Genial, ya llegaron todos, abuelos, tíos, más tíos, sobrinos y compañía que se la pasaban gritando, abrazándose y chismorreando de felicidad en la sala, debía alejarme de todo ello, fui de nuevo a mi habitación no sin antes saludar a mis familiares. Sí se extrañaron de que fuera bastante frío al saludarlos… ¿Pero cómo encararles que la causa de mi agonía fuera mi prima Adela? ¿Cómo decirles todo lo que había hecho la noche anterior, lo que sentía por ella? Con la excusa de seguir estudiando fui a mi habitación a caerme rendido en la cama.
Alguien entraba… levanté la vista y era ella, con el cabello desaliñado por su reciente despertar y un corto vestido de dormir de rosas, me revelaba demasiado.
– ¿Qué pasa? Me estás interrumpiendo- mentí.
– Me molestan cómo gritan los tíos – mintió- y quise venir aquí.
Por un momento pensé que todo había quedado en el olvido, pero…
Cerró la puerta y la aseguró, giró su rostro hacia mí y pícaramente me sonrió como sólo ella sabía hacerlo, mordiéndose su labio inferior, junto a su cabello desarreglado, ojos miel, pómulos sonrosados, vestida de una sola pieza… ¡Cómo me calentaba la muy zorrilla! ¡No lo podía evitar!
– Lo de anoche – dijo ella y mi corazón subió a mi boca- no me gustó nada.
– Dicen… dicen que la… primera vez no es tan agradable… – solté apenas, es que el corazón seguía en mi boca.
– ¿Y de la segunda vez, qué dicen? – entonces mi sexo subió hasta el techo al oírla.
– Que son mejores – mentí, y me senté en la cama para disimular mi erección.
Al decir ello se acercó y cayó arrodillada frente a mí;
– Esto lo vi a mamá haciéndoselo a papá. – Sin dejar de mirarme, agarró de mi jean desajustado y me los bajó hasta la rodilla, allí sí me vio totalmente vigorizado.
– ¿A tus padres? ¿Los descubriste en una felación?- pregunté incrédulo.
– No los descubrí.- y bajó mi ropa interior, tomó sin vergüenza alguna de mi sexo y empezó a subir y bajar la piel por el largor con una tranquilidad y experiencia de locos y nada correspondiente a la de una recién desvirgada.
– ¿No los descubriste?
– Los espié… – dicho esto se la metió en su boca lentamente, el sentir su humedad me hizo quedar boquiabierto, mis venas a reventar y mi temperatura era tal que me había olvidado que afuera yacían nuestros parientes.
– ¿Los… los espiaste?
– Mmm…
Menuda fiera, el incesto le caía de mil y un maravillas, espiaba a sus padres cuando tenían sexo. Y con razón tanta calentura acumulada, vivía muy sobreprotegida, patrullada, se me estaba haciendo obvio el porqué libraba su éxtasis conmigo… Simplemente no tenía con quién hacerlo.
Su lengua tibia y juguetona repasaba mi glande, me llevaba al paraíso los sonidos de succión, la lenta paja bucal y manual, los hilos de saliva con líquido preseminal que se le escurrían de su boca y caían en sus tostados pechos.
No pude evitar mandar mis manos tras su nuca y obligarla a aumentar la profundidad y velocidad de la chupada, mi sexo repletaba completamente su boca, mi glande reluciendo bajo uno de sus pómulos, Adela no tardó en lanzar sonidos de gárgaras, intentó salirse pero fue muy tarde, deposité todo lo mío en su boca. Me miró con sus ojos lacrimosos, quise pedirle perdón… pero era enorme el morbo de verla con mi semen escurriendo de sus labios mientras la tenía sujeta de la nuca, resbalando por sus senos y aureolas hasta su pancita…
Se apartó y se levantó con la cara molesta, fue en busca de un pañuelo para escupir con asco todo el semen que había caído en su cavidad.
– Me voy.
– ¿¡Qué!? ¿Por venirme dentro de tu boca?
– No. Me refiero a Ruth.- dijo entrecruzando sus brazos.
– ¿Mi novia? ¿Cómo sabías que tengo…?
– Vi la foto de ustedes dos en tu billetera esta mañana.
– ¿Estás celosa?
– ¿Celosa yo?… Sólo te pido que la abandones pues no la soporto verte contigo.
– ¿No exageras? Ni la conoces.
– Entonces contaré todo. A todos. – dijo con una sonrisa diabólica que me hizo sentir nuevamente de lo peor. Se me caía el mundo, se me nublaba la vista, caía desmayado…
– Estoy jugando – dijo mientras se despojaba de su ropa de dormir, revelándoseme, una vez más, completamente desnuda- Pero quiero que termines con ella, que de verdad, no la aguanto. ¡Y no lo digo por celosa!
El sentimiento de celo más indecente que haya visto lo veía en sus ojos, sonreí afirmando con mi cabeza: – La dejaré, por ti la dejaré… – la vi reír como un ángel mientras la luz del sol que entraba iluminaba su cuerpo bronceado como a una diosa.
Me levanté y pegué nuestros cuerpos hasta cercarla contra la pared, besándola mientras que con una mano otra apreté su trasero con fuerza.
– Pero no vuelvas a bromear así, Adela. ¿Tienes idea del lío en el que nos estamos metiendo?
Cuando me afirmó como el ángel que era, la llevé en la cama y reposando ella allí, me arrodillé en el suelo para hundir mi rostro en su entrepierna. Gimió y tembló cuando soplé en su vagina, aquel que fue desvirgado por mi sexo la noche anterior, pequeño capullo con finos vellos, abultado, húmedo y carmesí.
Acerqué mi rostro, tremendo olor que emanaba su feminidad tras su reciente ducha, Adela temblaba y gemía al ritmo de mi lengua que empezaba a punzar y hundirse en sus carnes. Incesto de lo más bello y delicioso… afuera los gritos y risas de nuestros familiares… aunque aquello ya no importaba.
Al parecer se mandó un puño a su boca, sus gritos estaban siendo ya muy notables por lo que decidió acallárselo, su cuerpo se convulsionaba a cada arremetida bucal, la sentía llegarse en mi boca, se venía, se retorcía, sus muslos rodearon mi cuello, no aguantó y gritó mi nombre como si fuera el último hálito de su vida que salía de su boca repleta aún de mi semen. Y afuera seguían los gritos y risas…
Mi sexo volvió a vigorizarse al escucharla… subí en la cama para abrazarla y hacer el amor.
Abracé y mimé aquel pequeño cuerpo que se entregó a mi perversión, besé sus pómulos surcados por las lágrimas que ella derramó del placer mientras la cama se bamboleaba de mis lentas embestidas… clavé mi mirada en sus ojos miel mientras ella fruncía su naricita… y pactamos nuestro secreto, de mantener nuestra inmoral pasión. Y afuera los gritos y risas…
– ¿Sabes en qué nos estamos metiendo? – decía conforme besaba el nacimiento de sus pechos y limpiaba su rostro de sus lágrimas.
– ¿Acaso tú sí?
Le sonreí, supe, que por el resto de mi vida, sería mi cruz su sonrisa perversa y mirada corrompida. Abrazados continuamos nuestro incesto… y afuera seguían los gritos y risas…
Ya atardecía y el domingo terminaba, sí fue raro que, a diferencia de nuestros familiares, no hayamos tenido ganas de lanzarnos al agua turquesa del mar con ellos… “Para la próxima ocasión” me susurró ella mientras compartíamos una bebida.
Y ambos sentados en el balcón, miramos el atardecer, nunca pensé que ello sí pudiera ser bonito, el sol ocultándose y bañando de un naranja rojizo todo el paisaje, tomé de su mentón y la giré hacia mí, antes de besarla vi su rostro bañado con las luces naranjas del crepúsculo, sus ojos tan parecidos a lo que acontecía en el horizonte… y supe que mi excitación se convirtió en amor.
Intercambiamos unas cartas y juramos volver a encontrarnos al año siguiente en la próxima reunión, en la misma playa y con nuestras mismas pasiones. Nos besamos como si fuera la última vez… y tal vez así lo fuera.
Más tarde nos distanciaron nuestros padres y nos fuimos cada uno por nuestro rumbo. Fue de lo más cruel verla partir con su madre en su coche al otro extremo de la autopista mientras yo yacía en el asiento trasero del nuestro auto, abatido abrí la carta que con tanto amor me escribió, en donde dibujó un corazón con nuestros nombres junto a un “Te espero aquí“. Acompañaba una postal del atardecer de la misma playa.
Con la misma carta seguiré aguantando su ausencia, y con la misma regresaré a la playa en donde nos conocimos de verdad, no como primos… sino como amantes. Tenerla nuevamente, con sus locuras, depravaciones y juegos. Aún falta todo un año… pero resistiré… su mirada, su sonrisa, su cuerpo y mi esperanza serán mi viga.
Mientras, me quedaré con sus ojos miel que resucitarán con los hermosos atardeceres que aquí caerán todos los días.