CAPÍTULO 7

Ya de nuevo en la comisaría, me fui a ver a Peláez y sin mayor prolegómeno, le solté que venía de ver a la víctima de Garcés y que la había convencido que cuando hiciera su declaración oficial, remarcara la responsabilidad de ese cabrón liberando de toda culpa a mi cliente pero que había un problema:
―¿Qué problema?― preguntó.
―Quiere un millón para ella y como comprenderás yo también quiero mi tajada.
Me esperaba una negativa pero en vez de ello, levantándose de su asiento, contestó:
―Mi benefactor ya había reservado esa cantidad para ella, por lo que no hay problema. Mi acuerdo contigo sigue vigente, ¿verdad?
―Por supuesto― respondí y sacándole además el compromiso que íbamos a desplumar a mi cliente para dárselo a su esposa, sellé con un abrazo nuestro acuerdo.
Ya me iba cuando desde su mesa me preguntó cómo sabía quién era la violada y dónde encontrarla.
―Mejor no indagues― respondí muerto de risa al saber que ese avaricioso policía no iba a poner en riesgo su dinero y acto seguido me fui a ver a mi cliente.
La reunión con él fue mero trámite porque tras detallarle las pruebas que tenían en su contra, le expliqué que estaba jodido y que de no colaborar con la justicia podía caerle la perpetua, mal llamada prisión permanente revisable, porque no solo le acusarían de ser coparticipe de esa violación sino de las otras cinco muertes de las que acusaban a su amigo.
―¿Qué puedo hacer?
―Sinceramente, aceptar lo que te ofrecen y declarar en contra de Pedro.
Pálido y temblando, me explicó que la gente para la que Pedro trabajaba lo mataría y que necesitaba tiempo para vender la casa que era lo único que le quedaba.
―Ni siquiera tienes eso. El fiscal no se cree tu versión y para darte una nueva identidad, al enterarse que estás en trámite de divorcio, ha exigido que le dones todo tu patrimonio a Patricia y que cuando te vayas al extranjero solo te lleves cincuenta mil euros para rehacer tu vida.
―¡No tengo ese dinero!― protestó.
Ejerciendo de buen amigo, le dije que no se preocupara y que yo se los daba. Más tranquilo al ver que tenía un futuro, me dio las gracias sin saber que yo era el que había acelerado su caída.
«Vete a la mierda» pensé para mí y llamando a Peláez, Miguel firmó todos los papeles que le puso en frente sin rechistar.

El desgarro anal que había sufrido mi “nueva novia” la mantuvo en el hospital hasta el día siguiente pero eso no fue óbice para que esa impresionante rumana aprovechara ese tiempo para dar un portazo a su vida anterior. Usando sus múltiples contactos vació su cuenta, regaló sus muebles, dejó su apartamento, vendió su coche, recogió su ropa y ¡todo en unas horas! De forma que cuando a la diez de la mañana le dieron el alta, Cleopatra “la puta cara” desapareció de la faz de la tierra y renació Nadia. Ni siquiera me dejó irla a buscar a la salida y quedé con ella en una cafetería de la Castellana a las doce.
―No quiero que nadie te vea esperándome― dijo sensatamente cuando la llamé.
Sabiendo que era lo más correcto y sobre todo lo más seguro, acepté.
Os reconozco que estaba nervioso porque no sabía cómo se tomaría María y Patricia a Nadia cuando apareciera conmigo en la finca sin avisar. Ella había insistido en que no les contara nada porque era mejor que la conocieran antes de saber que se quedaría indefinidamente con nosotros.
No queriendo empezar mal, llegué quince minutos antes a la cita. Ya había elegido la mesa donde esperarla cuando desde el final del local, escuché mi nombre. Al girarme, me costó reconocer en la discreta pelirroja que me llamaba a mi espectacular novia.
―¿Y ese cambio de look?― pregunté.
―Es mi color natural, ¡jamás volveré a teñirme el pelo!
Tomando asiento a su lado, me quedé observándola fijamente durante un buen rato. De morena, era una “pantera” pero con esa tonalidad, la belleza de sus facciones se dulcificaba y nadie que la viera así, podría suponer su pasado tumultuoso.
―Estás preciosa― sentencié dándole el visto bueno.
Nadia sonrió al oírme alabar su su nueva apariencia y entornando los ojos, contestó:
―Llevó tanto tiempo siendo otra que voy a necesitar tu ayuda para volver a ser quien fui.
―Perdona pero me he perdido.
Con un rictus de tristeza en su rostro, se explicó:
―El personaje que creé era una mujer independiente, dura y que parecía comerse el mundo. Hombres y mujeres suspiraban porque les hiciera caso pero ahora que es un capítulo cerrado te tengo que confesar que no me gustaba. Soy y siempre he sido una mujer vulnerable, familiar, necesitada de cariño y de compañía…¡llevo demasiado tiempo sola!
La tristeza y el significado de esa confesión me sorprendieron porque jamás hubiese supuesto que esa mujer fuera infeliz. Siendo Cleopatra lo había tenido todo, dinero, belleza, éxito pero me acaba de reconocer que se sentía vacía y que quería cambiar. Compadeciéndome de ella, tomé su mano entre las mías y con una ternura que hasta mí me asombró le pregunté que esperaba encontrar en mi casa.
Con lágrimas en los ojos, contestó
―Un beso por las mañanas, dormir abrazada a alguien que me cuida y no tener que permanecer despierta para comprobar que me ha pagado, dedicar mi día a cocinar para los que quiero. Reír cuando me apetezca y un hombro donde llorar si estoy triste.
Impresionado por la sencillez pero a la vez rotundidad de sus deseos, me vi impelido a depositar un beso casto en sus mejillas mientras le decía:
―Te prometo que lo tendrás.

Durante el viaje a mi finca Nadia me fue revelando su verdadero yo. Olvidando en la cuneta al personaje que llevaba ejerciendo durante años, me contó sus años de infancia en Rumanía y como la pobreza la había obligado a dejar la tierra en la que nació.
―Debió de costarte dar ese paso― comenté pensando que todavía echaba de menos su patria natal.
―Así fue pero la muerte de mi madre y el odio que le tenía a mi padrastro aceleraron mi huida. Nunca me he arrepentido. Vivía en un infierno.
Tuve la sensación que el marido de su madre había abusado de ella pero sabiendo que era una herida que debía haber cicatrizado hacía años, me abstuve de preguntar porque de haberlo sufrido ella me lo contaría llegado el momento.
Ya estábamos cerca del Averno cuando le recordé nuestro peculiar modo de vida y quise saber era como veía su incorporación y que esperaba que produjera:
―Será fácil― contestó― siempre he querido pasar desapercibida y que un hombre me cuide por lo que soy y no por mi belleza.
Intrigado por esa respuesta, no pude retener mi curiosidad y la interrogué a qué se refería. Nadia entornando los ojos y totalmente colorada, me replicó:
―Creo que lo sabes…―y sin importarle lo que pudiese pensar de ella, continuó diciendo: ―Las veces que hemos estado juntos, solo me sentí llena cuando te mostrabas tal y cómo eres.
Rememorando nuestras noches de pasión, caí en la cuenta su fijación porque la tratara con una sutil mezcla de ternura y de dureza más propia de una sumisa que de una puta. Por ello, cayendo del guindo, le solté.
―Te encantaba que te dirigiera y que no me comportara como tu cliente sino como tu dueño.
―Así es, siento haberte mentido pero me he arrepentido cada noche de no haber aceptado tu oferta y por eso cuando las circunstancias me han hecho desaparecer, decidí que había llegado la hora de entregarme a ti.
―¿Me estás pidiendo pasar a ser de mi propiedad?
Casi llorando pero curiosamente con una sonrisa, contestó:
―Desde que me enteré de que tenía que esconderme, supe que la suerte me había lanzado en tus brazos y que por fin hallaría la felicidad en cuanto te oyera darme tu primera orden como mi amo.
Nunca me lo hubiera imaginado y mirándola de reojo me percaté que curiosamente estaba esperando esa orden pero la expectación que sentía esa mujer ante su nuevo estatus, me hizo recapacitar y en vez de complacerla, puse mi mano sobre su rodilla y en murmuré:
―Hoy no necesitas un dueño sino un amigo― tras lo cual le pedí que me diera un beso.
Durante un segundo se quedó perpleja pero recapacitando al darse cuenta de mis motivos, presa de alegría, se acercó sus labios a mi cara y rozó con ellos mi mejilla mientras me decía:
―Siempre me has gustado pero ahora sé que terminaré amándote con locura.
La certeza que ese sentimiento sería recíproco me relajó y viendo que la entrada a la finca estaba a quinientos metros, paré el coche para preguntarle qué quería que contara de ella a María y a Patrícia.
―La verdad. Quiero que sepan quien soy y que no vengo a causar problemas.
Me pareció una postura sensata. Por ello le prometí que así lo haría y encendiendo el vehículo, entré a la finca que sería el hogar de la rumana hasta que se aclarara su futuro.
―¿Te dije que los de mi familia eran agricultores y que sembraban trigo?― comentó mientras contemplaba las tierras recién segadas.
Supe que en su interior Nadia veía en esos campos un retorno al hogar al haberse criado en un ambiente campesino y por ello, me atreví a sugerir que podía ayudarme a controlar el cortijo:
―Me encantaría. Llevo años planeando mi “jubilación” y siempre soñé que cuando ya no ejerciera, me retiraría a cuidar una finca― contestó con una alegría desbordante.
Di por finalizada esa conversación al ver que María y Patricia salían a recibirme. En un principio, ni mi antigua criada ni la ex de Miguel se percataron que llevaba compañía y por eso cuando vieron bajarse a Nadia, no pudieron evitar que notáramos su extrañeza.
―Os presento a Nadia, una buena amiga que viene a quedarse con nosotros.
Curiosamente fue Patricia la que en plan celosa, saltó y preguntó que cuánto tiempo.
Decidido a cortar por lo sano cualquier atisbo de rebelión, respondí:
―Indefinidamente y para tu información deberías estar besando el suelo que pisa porque gracias a ella tu marido te ha donado la casa y ha salido huyendo de España.
―¡Es la puta que contrataste!― exclamó.
Estaba a punto de darle una dura reprimenda por su falta de tacto cuando la rumana se me adelantó y con una determinación no exenta de dulzura, le replicó:
―Era esa puta. Ahora solo soy una mujer que busca un sitio seguro lejos del asesino que te violó.
El tono suave pero decidido y el estremecedor significado de sus palabras dejó sin argumentos a la rubia, la cual después de unos segundos de confusión, totalmente abochornada, contestó:
―Disculpa lo bruta que soy… Manuel tenía razón: en vez de preguntar qué hacías aquí, debía estar besando el suelo que pisas.
Mi valoración sobre Nadia subió muchos enteros al oírla contestar con una sonrisa:
―No quiero que beses el suelo pero aceptaría gozosa que me besaras a mí.
Azuzada quizás por la vergüenza, Patricia tomó la iniciativa y respondió:
―Si vamos a ser tres mujeres en esta casa, es mejor que nos llevemos bien― y cogiendo a la pelirroja de la barbilla, depositó un tierno beso en sus labios mientras la decía: ―bienvenida a casa, ¡hermana!
Ese apelativo causó un terremoto en la mente de la rumana porque no en vano una familia era lo que estaba buscando y sin poder retener la emoción, se echó a llorar.
María que hasta entonces se había mantenido al margen, la saludó de un modo que marcaría para siempre la relación de las tres porque, a pesar de su juventud, había captado el carácter sumiso de esa belleza de pelo rojo y sin moverse del lugar donde había contemplado la escena, la soltó:
―Yo no te debo nada. Si quieres que te acepte, ven y da tú el paso.
Aunque Patricia me había hablado del cambio que había dado en mi ausencia, juro que me alucinó contemplar en vivo el lado dominante de la que era mi prometida. Bajando la mirada, Nadia contestó:
―Ama, ya me he comprometido con Manuel en ser su esclava pero, si él me da su permiso, juro desde este momento guardarle respeto y obediencia.
Sin cortarse un pelo, María forzó los labios de la pelirroja con su lengua. Al notar que su pasión era correspondida y que el cuerpo de la rumana se estremecía con sus caricias, riendo me miró:
― Tienes que perdonarme que sin pedirte permiso actué así pero alguien tendrá que hacerse cargo de tu harén cuando no estés en el Averno.
Descojonado, contesté:
― Me parece bien, aunque te tengo que reconocer que estoy celoso… ¿nadie va a darme un beso?

CAPÍTULO 8

Viendo la ausencia de problemas a la hora de aceptar a la recién llegada y mientras Patricia le enseñaba la que iba a ser su casa, cogí a María y mientras me servía un copazo, le pregunté por su transformación. La morena creyó que estaba enfadado y se intentó disculpar diciendo que no iba a volver a pasar pero entonces cogiéndola entre mis brazos, la besé mientras susurraba en su oído:
―Te mereces que te dé unos azotes.
Al oír mi tono, muerta de risa, puso su trasero a mi disposición:
―Mi culito estaba echando de menos a su dueño.
Su hipócrita súplica no quedó sin castigo y abriendo la mano, inesperadamente le solté una dura nalgada. El sonoro cachete resonó en la habitación, lo que me hizo comprender que bajo su uniforme no llevaba ropa interior. De llevar bragas no hubiese sonado tan alto ni tan agudo.
«Sigue teniendo alma de sumisa», pensé al no oír ninguna queja de sus labios y cuando observé que se le iluminaba la cara con una sonrisa, comprendí que le gustaba ese tipo de tratamiento. Justo en ese momento, Patricia llegó a la habitación y olvidando que venía acompañada de Nadia, desgarró con sus manos el traje de la morena y la desnudó violentamente, tras lo cual abriendo un cajón sacó la fusta con la que ella la había martirizado.
Pensé por un momento que debido a la actitud de ambas se iba a desencadenar una pelea pero cuando ya pensaba intervenir me percaté de la sonrisa que lucían en sus rostros y comprendí que estaban actuando.
«Estas zorras quieren jugar», resolví descojonado y sabiendo que debía incluir por primera vez a la rumana, le pedí que se pusiera a mi lado.
―Sois un par de putas― comenté con tono serio para acto seguido en plan sargento ordenarlas que se pusieran firmes en mitad del salón.
Tanto María como Patricia obedecieron de inmediato y mientras permanecían expectantes a que diera yo el siguiente paso, pregunté a Nadia que pensaba que debía de hacer para apaciguar a esas dos arpías.
La pelirroja no se esperaba que nada más llegar a mi casa la pusiera en ese disparadero por lo que tardó unos segundos en contestar:
―Mi señor, no conozco a sus pupilas pero si fuera yo la que me hubiese peleado en su presencia, desearía que me diera una buena tunda de azotes.
Por el brillo de sus ojos comprendí que estaba excitada con la perspectiva de presenciar ese castigo pero queriendo que formara parte del mismo, le pedí que recogiera la fusta del suelo. El nerviosismo de la rumana se incrementó al cogerla y más cuando mirando a las infractoras, las ordené que se desnudaran.
Las dos dejaron caer sus vestidos lentamente. No tuve duda que la manera tan sensual con la que se desprendieron de su ropa tenía la intención de calentarnos pero también de demostrar su entrega a mí.
―¿Qué te parecen mis putitas?― pregunté.
Nadia me miró pidiendo mi autorización y acercándose a ellas las estuvo observando con detenimiento durante un minuto, tras lo cual contestó:
―Mi señor, sus hembras parecen sanas pero si lo que me pregunta es si las encuentro atractivas, la respuesta es sí.
―¿Con cuál de las dos te gustaría estrenarte?―insistí manteniendo un gesto serio aunque en realidad estuviera muerto de risa por dentro.
Esperaba una contestación ambigua y por eso me sorprendió que esa pelirroja, obviando a las dos mujeres desnudas, cayendo a mis pies me respondiera:
―No soy dueña de mi destino desde que mi señor aceptó cobijarme bajo su brazo y si me pide mi opinión, es usted quien deseo que me estrene.
La sumisión que demostró nos sorprendió a todos los presentes pero sobre todo a Patricia que al contrario de María no sabía que semejante bellezón fuera una sumisa de libro.
―Tienes razón― contesté y girándome hacia mis concubinas, ordené: ― llevadla a mi habitación.
María, aun siendo la más joven, era la que más acostumbrada a mis gustos y por eso tomando la palabra me preguntó cómo debían prepararla para la ocasión.
―¡Hoy es su día!― respondí: ―Que sea Nadia la que decida cómo quiere presentarse ante mí.
La satisfacción que leí en el rostro de la rumana me confirmó que había hecho bien y pidiendo que me avisaran cuando estuviese lista, recogí mi copa de la mesa. Con ese gesto les di a entender que confiaba en su criterio y sentándome en el sofá, me concentré en saborear mi whisky.
Llevaba más de cuarto de hora esperando cuando vi entrar a Patricia. La expresión pícara de su cara me reveló mucho más que sus palabras y supe aunque ella no me lo dijera que la elección de la rumana no me iba a defraudar.
―Mi señor, su nueva adquisición ya está lista
Que me hablara usando el apelativo usado por Nadia incrementó mi curiosidad y sin exteriorizar el interés que sentía, la seguí por las escaleras rumbo a mi cuarto.
Al entrar en la habitación me llevé una desilusión al encontrar mi cama vacía porque en mi fuero interno me había imaginado que esa pelirroja aguardaría mi llamada atada y desnuda sobre las sábanas. Acababa de preguntar dónde estaba, cuando María y Nadia hicieron su aparición por la puerta.
Reconozco que me impactó ver a esa morena montada sobre la espalda de la rumana y a esta completamente en pelotas con un collar como única vestimenta.
La alegría de la pelirroja al llegar a mí gateando con María encima afianzó mi seguridad que su presencia en la casa no causaría problemas sino que sería un aliciente más para todos nosotros.
―Amo, le presento a su nueva sumisa para que pase su inspección― declaró solemnemente la morena.
Intrigado Nadia hubiese elegido ese modo tan humillante para su primera vez ni siquiera contesté y únicamente me quedé observando mientras, con expectación no fingida, Nadia esperaba el primer azote.
Este no tardó en llegar, nada más asumir mi aprobación, María cogió el pelo de su montura a modo de riendas y la azuzó como a una potrilla, dejando caer su fusta contra el culo de la rubia. Esa ruda caricia fue lo que esperaba para comenzar a gatear por la habitación. Durante unos minutos, la morena la fue llevando de un lado a otro con la única indicación de tirones de pelo mientras Nadia permanecía en silencio pero con una enorme sonrisa en su cara.
«Realmente lo está disfrutando», me dije al admirar sus pezones totalmente erizados: «Después de tantos años entregándose por dinero, está ilusionada con la perspectiva de hacerlo gratis por voluntad propia».
Cuanto más estudiaba su comportamiento, más convencido estaba de la predisposición de la rumana a ser tratada con dureza. Por eso no me costó reconocer en esa cría los primeros síntomas de su excitación. También María se percató de la calentura que atenazaba a Nadia y sintiendo que ya estaba lista para el siguiente paso, con voz autoritaria, le espetó:
―Ponte en pie.
Haciendo caso a su nueva compañera que en esos momentos ejercía de su dueña, se levantó del suelo y permaneció inmóvil junto a la cama.
Patricia que hasta entonces se había mantenido en segundo plano, se acercó a ella y señalando los pechos de la pelirroja, me soltó:
―Mi señor, Nadia nos ha pedido que le hagamos ver que tiene ubres suficientes para que los hijos que la engendre no pasen hambre― tras lo cual y mientras trataba de asimilar sus palabras, la rubia empezó a amasarlos entre sus dedos.
Uniéndose a ella, María se puso a su espalda y tomando las nalgas de la pelirroja entre sus manos, dijo con tono imparcial:
―Mi señor, observe este culo y estas caderas. Esta hembra podrá parir sin dificultad cuantos hijos usted desee porque sabe que ha nacido para servirle.
Muerto de risa por la fijación que tenían en mostrármela como un vientre que debía de sembrar, únicamente abrí la boca para preguntar directamente a la rumana:
―¿Quieres que te deje embarazada?
La aludida que hasta entonces se había mantenido en silencio, contestó:
―Sería el mayor regalo que mi señor podría hacerme.
Esa debía ser una respuesta pactada porque como si fuera el banderazo de salida, Patricia y María se lanzaron al unísono a torturar a esa mujer con sus caricias y mientras una se ponía a mamar de los pechos de Nadia, la otra se dedicaba a masturbarla.
―Tumbadla en la cama y preparadla para mí― comenté al ver las dificultades que tenía la pelirroja en mantenerse en pie.
La rubia no se hizo de rogar y acostándola sobre el colchón, sacó su lengua y con auténtico frenesí, se apoderó del clítoris de la pelirroja. Asumiendo que era el día de Nadia y que estaba ahí para ayudarla a ser feliz, Nadia se tumbó a su lado y sin esperar a que le diera permiso, comenzó a acariciar su cuerpo mientras con la boca jugueteaba con uno de sus pezones. Tal y como ambas habían previsto, la rumana se vio desbordada por tanto estímulo sensaciones y no tardé en escuchar sus primeros gemidos de placer resonando en la habitación.
Para entonces he de confesar que la escena me había excitado y con mi pene completamente erecto, decidí que a pesar de estar deseando unirme a ellas debía de esperar el momento.
Aleccionada por anteriores experiencias, Patricia seguía disfrutando del flujo de la indefensa muchacha hasta que entendiendo sus gritos buscó incrementar el placer de la mujer introduciendo un dedo en su vulva.
―Me encanta ser usada por mi dueño y sus mujeres― sollozó Nadia al sentir su interior vulnerado mientras sus pezones mordisqueados por María.
«No tardará en correrse», pensé al ver que la morena aumentaba la presión con sus dientes sobre las aureolas de su amante.
Cuando estaba a punto de obtener el ansiado orgasmo, Nadia hizo algo no previsto. Dejando sobre la cama a sus nuevas compañeras, se levantó y arrodillándose ante mí, me bajó la bragueta liberando al cautivo que se escondía dentro.
Extrañado porque tomara esa iniciativa, hice como su no prestara atención a como la pelirroja se introducía mi miembro en su boca porque quería forzarla a descubrir sus planes. Por ello, observé sus labios abriéndose y a su lengua recorriendo mi extensión antes que lentamente se embutiera mi pene hasta el fondo de su garganta.
Me quedé gratamente sorprendido al observar que María y Patricia se colocaban a su espalda y actuando como una sola se ponían ambas a lamer el coño de la muchacha mientras esta seguía absorta en la mamada.
Con mi verga pidiendo acción, decidí que había llegado mi turno y levantando a la pelirroja del suelo, la besé. Nadia, que hasta entonces se había mostrado como una mujer ávida de sexo, se transmutó como por arte de magia en una indefensa damisela y deshaciéndose en mis brazos, casi llorando murmuró en mi oído:
―Mi señor, antes que me tome, quiero que sepa que siempre he estado enamorada de usted y si nunca se lo había dicho fue porque temía que me rechazara por mi profesión.
―No sé de qué hablas― respondí con una sonrisa: ― Lo único que sé de ti es que eres una mujer que acaba de dejar todo por mí.
La expresión de felicidad con la que recibió mi respuesta me indujo a lanzarla sobre la cama. Tras la sorpresa inicial de verse por los aires, soltó una carcajada y desde las sábanas me llamó:
―Esta sierva está preparada para entregarse a su dueño― y sin decir nada más, se giró poniéndose a cuatro patas.
Teniendo la certeza de la entrega de esa monada, asumí mirando a mis otras mujeres que debía hacerles participar en ese momento y recordándoles que íbamos a ser cuatro los miembros de nuestra peculiar familia les pedí que se unieran.
María supo a que me refería e tumbándose bajo ella, se apropió del coño de la pelirroja con la boca. Patricia en cambio prefirió sentarse a su lado, de forma que al acercarme a tomar posesión de mi propiedad me ayudó separando las nalgas de Nadia con sus manos.
Al observar los puntos de sutura en su ojete, certifiqué que sería una barbaridad el usarlo y no queriendo lastimarla, tuve que quedarme con las ganas de sodomizarla. Aun así le demostré que en cuanto su culo se recuperara sería mío, dando un largo lametazo en su adolorido esfínter.
Nadia me dejó claro que no debía dar nada por sentado cuando al sentir mi lengua recorriendo su agujero trasero, me rogó que la tomara analmente.
―Te equivocas― comenté dulcemente― un amo debe cuidar de sus sumisas.
Tras lo cual, acercando mi glande a su coño comencé a jugar con su entrada mientras la lengua de María competía conmigo entre sus pliegues. Justo cuando estaba a punto de penetrarla, la rumana empezó a convulsionar presa de un orgasmo imprevisto. El placer de mi pupila hizo desaparecer mis reparos y colocándome detrás, me apoderé de sus pechos mientras le preguntaba qué era lo que quería que hiciera.
―Fóllame― contestó
Deje de cuestionarme cómo debía actuar y cogiendo mi pene de un solo arreón se lo introduje hasta el fondo. Su coño me recibió empapado y mientras mi sexo se hacía fuerte en su vagina, María se apropió de su clítoris con las dientes.
Ese doble estímulo prolongó y maximizó el gozo que sentía y con un largo chillido de placer, nos informó nuevamente de su entrega cuando Patricia comenzó a marcar nuestro ritmo con azotes sobre sus ancas.
Esos golpes la trastornaron de tal manera que su coño se convirtió en un ardiente geiser que en vez de vapor, exhalaba chorros de flujo sobre mis piernas. En ese instante, intenté recordar si alguna vez se había corrido así cuando era Cleopatra pero tuve que sentenciar que jamás y más cuando esa criatura empezó a perjurar que jamás se había corrido de esa forma.
Al ver esa eyaculación femenina, Patricia no pudo permanecer al margen y llevando su boca hasta el manantial que no dejaba de manar entre las piernas de la pelirroja, luchó por su parte bebiendo de ese manjar.
Sé que puede resultar hasta redundante pero la humedad que empapaba mis muslos, me terminó de excitar y olvidando cualquier precaución, imprimí un ritmo atroz a mis caderas mientras mi querida víctima se deshacía en otro orgasmo.
Por enésima vez, Nadia me sorprendió al pedirme que la marcara. Sin dejar de machacar su coño con mi aparato, le pregunté qué es lo que quería y entonces con la respiración entrecortada por el esfuerzo, me contó que siendo niña, su madre lucía orgullosa la señal de los dientes de su viejo en su cuello y pegando un gritó insistió diciendo:
―¡Necesito que me muerdas para sentirme totalmente tuya!
Ese gesto no me era ajeno puesto que tanto María como Patricia en algún momento habían llevado la impronta de mis dientes y por ello, decidí complacerla mientras le decía:
―Ya eres mía.
Tras lo cual, tirando de su melena, acerqué su cuello hasta mi boca y la mordí con fiereza. La rumana al sentir mis mandíbulas cerrándose sobre su cuello, creyó estar en el paraíso y presa de un extraño fuego interior, se derrumbó ante mis ojos.
Durante unos segundos me preocupó su estado pero justo cuando estaba a punto de sacar mi pene de su interior, girando su cara, murmuró dichosa:
―Mi vientre está dispuesto a recibir la simiente de mi amo.
Reiniciando mi asalto, busqué mi propio placer mientras María y Patricia tan excitadas como su compañera se besaban entre ellas, compartiendo el flujo que empapaba sus rostros. Al ver a esas dos mujeres comiéndose la boca, no me pude contener y descargando la tensión que atenazaba mis huevos, sembré de blanco semen el fértil útero de la rumana.
Agotado me dejé caer sobre el colchón y abrazado a mi nueva sumisa, me quedé observando como mis otras mujeres se amaban con una pasión desbordante. Durante largos minutos, fuimos testigos del rotundo amor que esas dos sentían una por la otra y solo cuando las vio retorcerse de placer, Nadia se atrevió a preguntarme si algún día María y Patricia la llegarían a querer así.
―Pregúntale a ellas― respondí con una sonrisa en los labios.
María, que tenía un oído de tísica, no esperó a que le hiciera esa pregunta y acercándose, contestó:
―No lo dudes. Estoy deseando que nuestro macho te preñe para disfrutar de la leche de tus pechos.
Esa sensual promesa avivó la lujuria de la pelirroja pero se sintió completa cuando Patricia reafirmó lo dicho por la morena al preguntarme con tono meloso si podían demostrar a esa boba lo mucho que la deseaban.
Destornillado de risa, me levanté de la cama y mientras salía del cuarto, comenté:
―Tengo hambre y me voy a preparar un bocadillo. Cuando vuelva, espero que Nadia me pida que la deje descansar o tendré que castigaros.
Las risas de las tres me hicieron saber que al menos esa noche no tendría que usar mi fusta….

FIN

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