Juego de discoteca.

Nota de la autora: Muchísimas gracias por vuestro apoyo y comoentarios, queridos lectores. Aquí les dejo mi mail para lo que deseen janis.estigma@hotmail.es

Estoy dándole un montón de leches al makiwara de la terraza, cuando Katrina sube las escaleras, alargándome mi móvil. Contempla la violencia que desato sobre el poste de madera, temblando con el sonido de los tremendos golpes, antes de decir:

― Es un mensaje de una tal Denise, Amo.

Me detengo, mirándola. ¿Denise? ¿La abogada de Víctor? ¿Desde cuando sabe mi número?

― ¿Qué pasa? ¿Se te baja la sangre del cerebro cuando entrenas? ¡Se lo habrá dado Víctor! Eso solo puede significar una cosa…

“Tienes razón. Víctor se ha entregado.”

Revisé el SMS, que más bien parecía un telegrama: “Cita en mansión, en una hora. Denise.”

― ¿Qué ocurre, Amo? – Katrina presiente algo, pero aún no puedo decirle nada, hasta ver en que queda todo.

― Aún no lo sé, perrita. Voy a ducharme.

Aparco en la mansión y aún no se ha cumplido la hora. Basil me intercepta en la puerta. Me aferra las manos y me mira con atención.

― Le esperan en la biblioteca pequeña, al fondo – me indica, pero me aprieta los dedos, como si quisiera decirme algo que no se atreve a pronunciar.

― Gracias, Basil.

La puerta de la pequeña biblioteca está entornada. La empujo y entro. Se la llama así porque es la mitad de extensa que la biblioteca grande, pero la sala, en sí, podría dar cabida a un par de coches holgadamente. Anenka está sentada, bueno, mejor dicho tirada, en una otomana tapizada en seda azul.

― Ah, el joven Sergei ya ha llegado – dice al verme, sonriendo.

Viste unos minúsculos shorts rojizos, que dejan desnudas sus largas piernas. Dos cómodas sandalias, con poco tacón, se hallan olvidadas bajo la otomana. Una camisa de raso, de corte masculino, complementa su vestuario, anudada por encima del ombligo. Estamos a finales de junio y hace calor.

― Buenos días – me limito a responder.

― Buenos días, señor Talmión – la voz procede desde una de las estanterías más alejadas.

No la he visto al entrar y eso es casi un crimen. Denise Tornier es una obra de arte.

― Espero no haberle importunado con esta reunión tan intempestiva. He volado muy temprano desde París para informarles de la situación – su acento francés acaricia mis oídos, haciéndome sonreír con un tonto. Creo que Anenka se ha dado cuenta de eso.

Pues, la verdad, no parece que haya madrugado tanto. Está más bella que nunca. Hoy no trae un traje de abogada, sino que ha optado por un vestido más fresco, más veraniego. Es verde marino, con algunos crisantemos blancos diseminados sobre sitios precisos, uno entre los senos, otro en un lateral de la plisada y flotante falda que acaba sobre sus rodillas, y otro sobre una de sus nalgas. Un estrecho cinturón blanco, ajusta la caída del vestido sobre su vientre. El vestido se sujeta a sus hombros con unos finos tirantes, que una brevísima rebeca de punto abierto cubre. Mis ojos se ven atraídos por el repiqueteo de sus pasos, por esos tacones de vértigo que siempre lleva.

La abogada mantiene su rostro serio y compuesto. Sus labios apenas tienen color, pero si brillo. Sus ojos grises destacan como faros, perfilados por las oscuras sombras, bajo las cejas albinas. Se sienta al escritorio que se encuentra en el centro de la estancia, mirándonos gravemente. Con un gesto inconsciente, aparta el blanco flequillo de su ojo izquierdo.

― Debo comunicarles que el señor Víctor Vantia se ha entregado a las autoridades francesas, respondiendo a la imputación que pesa sobre él: tráfico de influencias y cohecho – expuso.

― Así que, finalmente, lo ha hecho – murmura Anenka.

― Si, ayer volamos a París y el hecho ocurrió sobre las cuatro de la tarde.

― ¿Cuáles son las condiciones? – pregunto.

― Hemos pactado tres años con la fiscalía, a cambio de información. Se le trasladará al centro penitenciario de Chateauroux, que dispone de un pabellón de delincuentes financieros. Allí estará a salvo, apartado de los presos comunes, y dispondrá de ciertas comodidades, como televisión, teléfono, y cuarto de baño propio.

― No parece tan malo – dice Anenka, cambiando de postura una pierna. — ¿Qué hay de la organización?

― El señor Vantia puntualizó perfectamente este concepto. Él seguirá a cargo de las grandes decisiones de su organización. Ustedes dos se convierten en sus edecanes, sus segundos, y deben ocuparse de que todo continúe con su marcha rutinaria.

― Tengo ciertas ideas sobre… — empieza a decir Anenka.

― Lo siento, señora – la corta secamente Denise. – Cualquier decisión que se salga de lo que hayan estado haciendo habitualmente, debe serle comunicada al señor Vantia, o a mí, en todo caso.

Anenka la fulmina con la mirada. Mal asunto, pienso.

― Por mí no hay problema. Seguiré con las recaudaciones y las sugerencias – acepto rápidamente. – Es como si Víctor siguiera aquí, con nosotros.

― Así es, señor Talmión – asiente Denise.

― Sergio, por favor.

― Está bien, Sergio – sonríe mínimamente ella. – Desde primeros de mes, me he convertido en la abogada de esta organización. He dejado el bufete del que era socia y me dedico totalmente a los asuntos legales del señor Vantia. Estaré encantada de ayudarles en cuanto dispongan.

― Gracias, ¿Denise? – le contesto, devolviéndole la sonrisa.

― Exacto, Denise Tornier es mi nombre.

― Ya veo que os hacéis amiguitos – ironiza Anenka. – Entonces, sigo a cargo de las importaciones y el tema de seguridad, ¿no?

― Así es, señora.

― En fin, el jefe es quien manda – se ríe la ex agente rusa, poniéndose en pie y calzándose. — ¿Algo más que debamos saber?

― No, eso es todo, señora Vantia.

― Entonces me marcho. Tengo cita con mi peluquero.

― ¡Un momento, Anenka! Yo si tengo algo que decirte – la freno. Se queda con los brazos en jarra, mirándome. – Víctor me pidió, cuando estuve aquí con Katrina, que nos mudáramos a la mansión. Nos quedaremos con los aposentos de Katrina y un par de habitaciones más, a su alrededor.

― ¿Te traes a tus fulanas aquí? – su tono proclama parte de la ira que siente.

― Espero que eso sea un apelativo cariñoso, Anenka – procuro no caer en su juego, así que respondo con mucha calma.

― Tómatelo como quieras. Supongo que Katrina es tan dueña de esto como yo, así que no me importa – recalca, saliendo de la biblioteca meneando rabiosamente las caderas.

Me giro hacia Denise, quien muestra una sonrisa más abierta.

― No se preocupe, Denise, es que aún no ha soltado el veneno esta mañana.

― ¿Cómo las víboras?

― Más bien como una Viuda Negra.

La abogada se ríe, con una franca carcajada.

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Me paso todo el trayecto a casa perfilando cómo decirle a Katrina que su padre está en una prisión francesa. Al final, optó por la vía directa y franca, pero me encuentro con que Katrina no está en el ático. Seguramente, habrá salido a hacer las compras. Hace un par de semanas que la dejamos salir a por el pan y ocuparse de las compras necesarias.

Katrina acata cada vez más su condición de sumisa, olvidando todas sus poses de niña rica y engreída. Creo que, en el fondo, buscaba, desesperadamente, llamar la atención, encontrar una guía. Le resulta más fácil obedecer que batallar sin sentido.

A los cinco minutos, escucho la llave en la cerradura. Katrina está de vuelta. Cuando entra y me ve, se queda estática. Intuye que algo ha ocurrido. Deja el cartón de leche y la barra de pan sobre la mesa y se acerca a mí, retorciendo sus dedos. Lleva puesto un corto vestido de estar por casa, que Maby usaba a menudo. Seguramente ha debido escandalizar a las clientas de la panadería.

― ¿Qué sucede, Amo? – me pregunta, con real ansiedad.

Atrapo sus manos en las mías, apretándolas contra mi pecho. La obligo a mirarme a los ojos, calmando así su pulso acelerado. Con lentas y sencillas palabras, le cuento lo que ha decidido su padre y las consecuencias que ese acto conlleva para todos nosotros. Su barbilla tiembla cuando intenta controlar sus lágrimas. Su padre representa toda la familia que le queda, pues su madre murió siendo ella muy pequeña. Alzo una mano y, con mucha delicadeza, aprieto su cabeza contra mi pecho, animándola a llorar. Cuando estalla en llanto, sus brazos abarcan mi cintura, apretando fuertemente mi espalda.

― Eso es, pequeña, eso… desahógate… échalo todo fuera…

La alzo en volandas y la llevo hasta el sofá, donde nos sentamos. Katrina se apretuja aún más contra mí, mientras le explico qué va a pasar a continuación, cómo nos vamos a mudar a la mansión… Al fin, alza sus anegados ojos azules hacia mí, y pregunta, con voz rota:

― ¿De verdad vamos a vivir todos allí?

― Claro que sí, perrita. Tendremos que apañar una cama “king size” en la que quepamos todos, para tu alcoba…

― ¿Yo también? – su rostro se ilumina con una expresión de sorpresa.

― Si, ya es hora de que dejes de dormir en el suelo – le digo, acariciando su cabello dorado.

― Gracias, gracias, Amo – me besa el músculo del brazo al que sigue aferrada.

― Pero, te advierto que tendrás limitaciones. No recuperas, en absoluto, tu vida anterior.

― Lo comprendo, Amo. Seguiré siendo tu perra – esta vez, baja los ojos.

Ese simple gesto me hace evocar quien era ella, unos meses atrás. Jamás la hubiera visto realizar tal acto, aunque ella no sabe que eso mismo la vuelve infinitamente más bella. Esa expresión de acatamiento, de absoluta obediencia, erizaría la piel al más jodido de los tiranos. ¿Cómo puede ser tan buena actriz?

― Seguramente ha pensado que ganará ventaja volviendo a su terreno. Debemos tener cuidado con ella y no confiarnos.

“Por supuesto, Ras.”

Cuando mis chicas regresan al apartamento, se encuentran con el almuerzo preparado, y a Katrina en bragas y muy nerviosa. Maby me mira, esperando que suelte la bomba. Como me conoce esa chiquilla. Dejo que sea Katrina la que comunique la noticia.

― ¡Nos mudamos a mi casa! – exclama, con júbilo.

Las chicas se quedan un tanto descolocadas e insto a Katrina que empiece por el principio, mientras yo sirvo los platos. Añado un plato más a la mesa, hoy Katrina comerá con nosotros.

― ¿Qué haremos con este piso? – pregunta Pam.

― Seguiremos pagando el alquiler. Nos interesa mantener un lugar en Madrid, por si tenéis una semana de sobrecarga en el trabajo y no os interesa ir y venir a la mansión, que está más lejos – decido, a consejo de Ras.

― Si, podría venir bien – asiente mi hermana.

― ¡O si queremos quedarnos a dormir después de una noche de marcha! – exclama Maby, con su vitalidad habitual.

― Para lo que sea necesario. Conservamos el ático – está decidido.

― ¿Y cuándo nos mudamos? – pregunta suavemente Elke.

― Esta misma tarde, os quiero ver haciendo maletas, y decidiendo que es lo que queréis llevaros. Tened en cuenta que el traslado es para, al menos, dos años, pero estamos cerca, así que podéis ir y venir si decidís llevaros otras cosas, más adelante – me miran, aleladas por la inminencia del asunto.

― Pero… pero… ¿esta tarde? Mañana tenemos una sesión y… — balbucea Pam.

― Tendréis un coche y un chofer a vuestra disposición – les digo. – Lo único es que deberéis madrugar un poquito más. Mientras os ocupáis del equipaje, yo echaré un vistazo a nuestro nuevo nido, y comprobar qué necesitamos…

― Amo, mis aposentos están en el ala norte – me indica Katrina.

― Ya lo sé, perrita…

― Me refiero a que disponemos de esa ala para nosotros, si queremos. Nadie la utiliza, salvo mis… esclavas – noto que le cuesta usar esa palabra.

― Lo examinaré y hablaré con Basil.

Mientras comemos, las chicas entablan una animada conversación sobre las nuevas posibilidades que se abren para ellas, en la mansión Vantia. Incluso Katrina participa activamente, siendo una más del grupo. Es la primera vez que la veo actuar así, con mis ojos. Pam y Maby ya me lo habían comentado. Cuando yo no estaba, Katrina se abría a ellas, de una forma que nunca mostraba ante mí. ¿Cuántos rostros tiene esa chica? ¿Puedo confiar en ella?

Salgo pronto para la mansión. Quiero dejar el traslado bien atado y dedicarme a otras cosas. Cuando pongo el pie en el vestíbulo, Basil parece estar esperándome. Con un gesto, me indica que pase a la coqueta salita de espera, bajo las escalinatas. Cierra la puerta, tras mi entrada, y me quedo mirándole, con intriga.

― El señor Vantia tuvo una larga charla conmigo, Sergio, y me puso en antecedentes de cuanto iba a ocurrir y de lo que pensaba hacer. Estoy totalmente a su servicio, como nuevo señor de la mansión Vantia. Sin embargo, la señora Vantia dispone del control del personal y de la seguridad – me dice, con maneras confidenciales.

― Bueno, ya se verá en su momento – le tranquilizo. – Por el momento, me voy a mudar aquí. Katrina volverá, junto con unas nuevas amigas.

― Eso es maravilloso, Sergio. ¿Tiene pensado dónde instalarse?

― Katrina quería volver a sus aposentos. Pienso que podría instalarme cerca de ellos.

― Entonces, lo mejor es subir y ver. Le acompaño.

En vez de tomar la escalinata principal, cruzamos la galería inferior hasta llegar a las escaleras de servicio. Desembocan muy cerca de los aposentos de Katrina y, además, no hay que pasar por delante del boudoir de Anenka. Basil está en todo. Mientras subimos, me recalca que Víctor le ha designado como mi ayudante personal. Basil no solo es un eficiente mayordomo, sino que conoce todos los contactos y entresijos de la organización. Sé que tengo que recurrir a él cuando empiece a planificar mis próximos movimientos, y me alegro de ello.

Conozco los aposentos de Katrina, pero no todo lo que los rodea. El dormitorio, propiamente dicho, es enorme y podría servir como sala principal.

― Basil, ¿te importaría encargar una cama de gran tamaño? Ya sabes, una de esas que caben cinco o seis personas.

― Por supuesto, Sergio. ¿Redonda, cuadrada, con dosel?

― Me da igual, la que puedas traer e instalar aquí antes…

Asiente. Echo un último vistazo, con tranquilidad. Habrá que cambiar algunos detalles, pero, en general la gran habitación es perfecta. Basil me muestra el cuarto de baño anexo, con todos los lujos. Las chicas lo agradecerán. La otra puerta conduce a una pequeña habitación con una cama de matrimonio.

― Es el dormitorio de Sasha y Bereniska – me comenta Basil.

Duermen al alcance de los caprichos de su dueña, como no.

― Me gustaría que las pusieras a mi servicio, exclusivamente.

― Así se hará, Sergio.

― Gracias.

Frente a estas habitaciones, al otro lado de las escaleras de servicio, hay otras dos puertas. Basil abre una y me deja ver una vasta habitación, totalmente vacía, con una gran cristalera que se abre a la parte de atrás de la mansión. Me pongo a pensar. Disponemos de un gran dormitorio donde cabemos todos, con un vestidor propio, aún más grande que el que tenemos en el ático. Tenemos un completo cuarto de baño y la cámara de las criadas. ¿Qué más podemos necesitar para nuestra intimidad? Se lo comento a Basil.

Entre los dos, llegamos a la conclusión que necesitaremos un área de privacidad, no solo de Anenka y del personal de la mansión, sino para nosotros mismos. ¿Qué pasa si Elke y Pam deciden echarse una de sus siestas, de forma independiente? ¿Dónde se tendrían que ir? De acuerdo que en la mansión hay muchas habitaciones vacías y dispuestas, pero es bueno disponer de un espacio privado. Decido transformar la sala en un cómodo estudio, donde pienso instalar amplios divanes, un escritorio, varios monitores de televisión y ordenadores personales, así como una zona de ocio. La habitación de al lado, que está comunicada con la más grande, se convertirá en otro baño completo.

Con eso, Katrina tendrá en lo que ocuparse. Basil aprueba mi idea. Tenemos escalera y puerta de entrada, independientes de la principal, si así lo queremos. Ha sido una buena elección, así que me decido a ir a por las chicas.

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El sábado por la mañana, queda instalada nuestra nueva cama. Los operarios acaban de irse. Es descomunal y redonda, montada sobre una plataforma que oscila, vibra, o gira. Una pasada. El colchón es de látex, inflado a no sé cuantas atmósferas de presión. Todos la rodeamos, aún en pijama la mayoría. Maby me abraza, manoseándome los glúteos, casi con olvido. Pam se inclina un tanto y trata de hundir el colchón con una mano.

― Coño, parece piel – comenta.

― Está caliente – musita Elke, probando también.

― Látex de primera – les digo. – Tiene que ser una pasada follar desnudos sobre eso.

― ¿Probamos ya? – se anima Maby.

Katrina, al otro lado de la cama, junto a Sasha y Niska, no dice nada, esperando la orden de vestir la cama, con la ropa especial que hemos comprado. La miro, intentando adivinar que es lo que piensa.

Cuando llegamos a la mansión y le expliqué lo que pensaba hacer, tanto con su dormitorio como con las habitaciones de atrás, se mostró muy de acuerdo, incluso ilusionada. Sin embargo, noté su malestar cuando, ante Niska y Sasha, le indiqué que ella sería otra criada más, como ellas, con la diferencia de que también era mi perra y las de mis niñas. Cosa que las dos doncellas no eran. Tampoco Katrina tendría poder sobre ellas; serían compañeras de trabajo.

En un aparte, hablé con las dos criadas, usando la mirada de basilisco. Me aseguré que estaban bien y que se sentían afortunadas de haber sido elegidas por mí, como doncellas. Les dije que Katrina ya no sería su dueña y que ellas pasarían a tener los mismos derechos y deberes que las demás chicas. Sus pagas se ingresarían en una cuenta cerrada, de donde se les descontarían gastos y pagos retributivos, hasta que su deuda quedara saldada. Entonces, podrían decidir si quedarse o marcharse. Aceptaron con prontitud.

Les hablé de cómo tendría que portarse Katrina en adelante. Sería una compañera más para todas las faenas que incumbieran nuestro grupo, desde limpieza de las habitaciones, lavado de ropas, comidas, o servicio personal. Katrina estaría sujeta a los posibles caprichos de mis chicas o míos, en cualquier momento, por lo que, a lo mejor, abandonaría sus ocupaciones por un rato, y ellas dos tendrían que asumirlo. Por el contrario, Sasha y Niska estaban libres de cualquier uso sexual o punitivo… y ahí fue donde me cortaron, negándose. Ellas deseaban lo mismo que Katrina. Llevaban tiempo deseándolo. Sabían en lo que se metían, así que no dije nada. Sonreí y las acepté. Ya teníamos perritas.

He dejado que las otras habitaciones sean diseñadas por todas las chicas, perritas incluidas. Paso de comerme el cerebro. Además, no dispongo de tiempo. Basil me describe todo el organigrama de los negocios Vantia, y me hace estudiármelo como si fuese la puta tabla periódica.

A la hora de almorzar, les comunico a las chicas que tenemos que celebrar la mudanza, y que esa noche saldremos a una discoteca a bailar.

― Los cinco – digo, mirando a Katrina, que, por el momento, come con nosotros, a la mesa del gran comedor.

― ¡Bien, Katrina, tu primera salida! – le da un cariñoso codazo Maby.

En el otro extremo de la larga mesa, Anenka atiende una llamada, picoteando de su plato mientras mueve la cabeza, negando. Nos mira con disimulo y casi podría asegurar que le encantaría que la invitara también. Tiene que demostrar que ha cambiado, si quiere conseguir algo de eso.

― ¿De verdad que puedo ir? – me pregunta Katrina, incrédula.

― Por supuesto, perrita, pero…

― Hay un pero – suspira, bajando la vista.

― Por supuesto. Siempre hay un pero para ti. Te vas a poner bien guapa, que las chicas te ayuden… pero llevaras tu collar de perrita y una cadena, bien a la vista para que quede claro lo que eres.

― Si, Amo.

― Anima esa carita de ángel, Katrina. Deberías estar orgullosa de que te saque de paseo por ahí y presumir de dueño – ni yo mismo detecto la ironía en mis palabras. Creo que lo he dicho como una verdad, pero ella solo asiente, mirando su plato.

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El sitio elegido, tras un intenso debate con Maby, es la sala IN en Alcorcón. Es un local famoso en la ruta madrileña, con una antigüedad de casi diez años. Dispone de aparcacoches, así que no tengo que dar vueltas con el Land Cruisier. Nos bajamos todos y repaso a las chicas de una mirada. Están para mojar pan, lo juro. Las muy zorras se han aplicado a conciencia.

Maby ha colocado su corto pelo moreno en erizadas puntas, buscando un look más gótico. Ha pintado sus ojos con una sombra oscura, perfilado sus preciosos ojos de negro, y pintado los labios de brillante púrpura. Lleva una camisola de lino, teñida como el cuero, de manga ancha y sin botones. Se cierra con cordones entrelazados, los cuales dejan entrever el canal de sus menudos pechos y el hondo ombligo. La camisola cubre los brevísimos shorts tejanos, pareciendo que no lleva nada debajo de ella. Unas preciosas sandalias perladas, de alto tacón, completan su indumentaria.

Se acerca a mí, teniendo la correa de Katrina en la mano, la cual me entrega. Con la misma mano en que sostengo la tralla de mi esclava, abrazo a mi novieta, pegándola a mi costado.

― A dos pasos delante de mí, Katrina – la rubia me obedece al instante, separándose de nosotros y tensando más la correa.

Detrás de nosotros Pam pasa su brazo sobre los hombros de Elke. Mi hermana se ha colocado un mini vestido de lamé anaranjado, que es puro fuego, pues dispone de su propio culotte del mismo material, ya que es tan corto que acaba enseñándolo todo. Lleva el cabello recogido y tenso en las sienes, pero abierto espectacularmente a su nuca, como una aureola rojiza. Unos Manolos, rojos pasión, de vertiginoso tacón, la hacen aún más alta. Elke ha recogido su espléndida melena en una gruesa trenza, que cae a su desnuda espalda, pues lleva un minúsculo top que apenas contiene sus erguidos pechos. Porta, muy baja sobre sus caderas, una falda de reminiscencias hindúes, que se pega a sus muslos con sensualidad, dejando una de sus piernas casi totalmente al aire, y la otra cubierta. Calza unas sandalias asiáticas, de tiras entrecruzadas hasta la pantorrilla.

Me fijo en un detalle, aparte de la bisutería que se han colgado en muñecas, lóbulos, y esbeltos cuellos, ni una lleva un puñetero bolso. Vienen a saco, a barba regada, a gañote abierto… Sonrío ferozmente. ¿Qué voy a esperar? ¿Acaso no soy su dueño?

Caminamos hacia la entrada y me fijo en el explosivo trasero de Katrina. Pienso que lo está meneando de más, aprovechando que todos tenemos que mirarla. Viste un dos piezas de Oscar dela Renta, en un exquisito tono canela. Bueno, yo lo llamo dos piezas, porque trae dos trocitos de tela. Uno cubre justamente sus senos, con solo un estrecho tirantito que sube por un hombro y desciende por la espalda, cruzándola. El otro trozo de tela rodea sus caderas, amoldándose como un guante a sus nalgas. Se detiene dos dedos por debajo de su entrepierna. Las dos telas están unidas por unas filigranas de metal, cuatro en total, que hacen las veces de tirantes, dos dejan el ombligo en medio, al descubierto, y las otras dos, a la espalda. Al final de sus largas piernas, Katrina lleva dos bajos botines de terciopelo rojo. Su rubia melena ondea suavemente en la brisa nocturna que agita levemente el calor del alquitrán del polígono UrtinSA.

Puedo imaginar lo que piensa la gente que está esperando en la entrada, formando una moderada cola, cuando nos acercamos a la entrada de la disco. ¿Quién será ese tipo? ¿Es un actor, un cantante famoso? ¿Son modelos? ¡Mira, la rubia va atada a una correa! ¡Oh, que pedazo de putón! ¿Será su esclava? ¿Cómo lo ha conseguido…? Y mil preguntas más que se pueden ocurrir al contemplar tal escena. Casi se me pone dura al mirarles a los ojos; me produce un morbo genial.

Los porteros no ponen ninguna pega para dejarnos entrar. Solo tengo que deslizar un par de billetes de cincuenta euros, con disimulo. Tampoco escucho ninguna queja en la cola, cuando nos colamos.

La poderosa música nos asaeta nada más entrar. Es como un muro casi sólido de energía, pero, no es solo potencia, – 15.000 watios llego a saber – sino por lo bien que suena. El local tiene muy buena acústica y la música está bien ecualizada, hay que reconocerlo.

Hay otra planta, seguramente para un ambiente más tranquilo. Me giro, contemplando la vasta sala. Hay al menos seis pantallas gigantes, en las que proyectan continuas animaciones, y, quien sea que maneje el sistema de iluminación sabe lo que hace, cambiando espectacularmente de un efecto a otro, con buen ritmo. Maby me indica las plataformas de animación, donde se mueven gogo’s, tanto femeninas como masculinos, con muy poca ropa.

― ¡Están muy altas! Me hubiera gustado subirme a una – me dice al oído, casi gritando.

― La noche acaba de empezar – le contesto.

Decido subir a la otra planta. Quiero un poco más de intimidad, ya que todo el mundo gira la cabeza a nuestro paso. Bueno, no puedo esperar otra cosa, teniéndolas a mi lado. Un par de chicas me sacan la lengua al ver la tralla de Katrina, como animándome a ser malo. Arriba, encontramos otra sala, con música más llevadera, y, fuera de ella, y con vistas a la pista central, unos amplios reservados para VIPs. En ellos, se levantan pequeños arcos de hierro, cuyos laterales están recubiertos de telas rizadas y crespones, que simulan ser pequeñas tiendas abiertas, conteniendo dos o más sofás. Nos instalamos en uno de ellos y pronto tenemos un chico joven que nos trae bebidas. El pobre abre los ojos como platos todo el rato, sobre todo mirando a Katrina, que está arrodillada en el suelo de goma, entre mis piernas. Mi perrita se mantiene con el cuello erguido, la vista clavada en lo que se ve abajo, y sus manos aferradas a una de mis piernas. Está muy acostumbrada a esta postura.

Por un momento, la sala queda casi a oscuras. Hay un cambio total de ritmo. La gente silba y aplaude. Un nuevo DJ empieza su session. Se trata de Oscar Mulero y parece que tiene bastantes fans.

― ¡Vamos a bailar! – exclama Maby, dándole la mano a Elke y tirando de ella.

― ¿Quieres ir con ellas? – le pregunto a Katrina, alzándole el rostro con un dedo. – Recuerda que llevaras el collar y la tralla. ¿Quieres que todos te vean y ser la más zorra de todas?

Katrina asiente, mirándome con ojos lujuriosos.

― Pam, llévatela – le digo a mi hermana, que se encuentra en pie, a mi lado, esperando la decisión de la rubia. Con una sonrisa, toma la tralla de mi mano, y Katrina obedece al tirón, poniéndose en pie.

Tomo mi vaso y me acerco a la baranda desde la que puedo observarlas. Las chicas pronto se hacen un sitio en la gran pista para moverse sensualmente. Es un placer admirarlas desde la distancia. Los demás bailarines las circundan, las animan con sus miradas lujuriosas, dejándoles espacio para que se muevan aún más provocativamente. La que más lo hace es Katrina, con los brazos en alto, ondulando sus caderas, sus piernas entreabiertas. Sus compañeras se pasan la tralla de una a otra, a medida que desean bailar con la perrita al extremo de su mano.

Muchos moscones intentan acercarse, pero acaban retirándose cuando no consiguen ni siquiera una mirada sobre ellos. Maby sube un momento para beber de su copa. La llamo con un gesto.

― Mira – señalo a varios puntos, indicándole las chicas que no apartan los ojos de las chicas. – Dile a Katrina que quiero que consiga a una de esas chicas que la devoran con los ojos. Que deseo que la traiga para mí, aquí arriba.

― Eso suena a una prueba – me dice, dándome un codazo.

― Exactamente.

Baja de nuevo y la observo como transmite mis palabras, sus labios bien arrimados al oído de mi perrita rubia. Katrina me busca con los ojos y muevo mi cabeza en respuesta a su muda pregunta. Ella misma recoge el extremo de la tralla que sostiene Pam y, jugando con ella a darse pequeños golpecitos en la palma de la otra mano, se mueve por la pista.

Según me cuenta más tarde, se dedica a cruzar la mirada con las chicas que le parecen atractivas. La mayoría aparta la mirada enseguida, unas impresionadas, otras asqueadas por su actitud, pero hay una minoría que le sostiene el pulso e incluso le hacen gestos obscenos. Esas son las que busca, las más zorras del local.

Desde donde estoy, observo sus evoluciones por la sala hasta que se detiene ante una chica un poco más baja que ella, con una melenita oscura, cortada al estilo Cleopatra. Parece que le sobran un par de kilos, pero su figura se ve potente y agresiva, con unos senos que amenazan con estallar los botones de su camisa de satén malva. A Katrina le atrae su tremendo culazo, que queda perfectamente a la vista con las oscuras mallas que se pierden dentro de sus rojas botas de alta caña, por encima de la rodilla.

Sin dejar de mirarla, sin importarle que las amigas de la chica cuchicheen y se rían de ella, Katrina le entrega el extremo de la tralla, sin pronunciar ni una sola palabra. Cuando la mano de la chica acepta el cuero, justo entonces, Katrina se le acerca más y le dice:

― ¿Quieres que sea tuya esta noche?

La morena no la cree en un principio. Una de sus amigas le sopla que es algún juego de la disco, pero ella no suelta la tralla, prendida en la belleza de Katrina. No está segura de nada.

― ¿Te entregas sin conocerme? – pregunta, animándose a responder.

― Solo con una condición…

― Lo sabía. ¿Cuál? – sonríe la amiga.

― Debes conocer a mi Amo. Me ha enviado a buscarle compañía femenina para esta velada – le cuenta Katrina, sin hacer caso de la amiga.

― ¿Es que no tiene bastante contigo o con las otras? Os hemos visto subir – otra de sus amigas se acerca, pretendiendo saber más.

― En tres segundos, retiraré la tralla de tu mano y me marcharé para buscar otra candidata. No habrá más oferta. De ti depende – Katrina es tajante, retomando un tono que ya tiene olvidado.

La chica Cleopatra se moja los labios con la lengua, decidiendo.

― Acepto – asiente.

― ¡Meli!

― ¿Estás tonta?

Sus amigas no parecen de acuerdo. Puede que, en el fondo, la envidien, pero ella las acalla con un par de palabras. El caso es que Katrina le indica que tome el camino del piso superior, y la morena tira de ella, sosteniendo la tralla en su mano. La gente cercana sonríe y las señala, haciendo que Katrina se moje aún más. Finalmente, me confiesa que, nada más entrar en la discoteca, con todo el mundo mirándola, se puso tan cachonda y mojada, que tuvo que recoger su lefa con los dedos y chuparlos.

Maby, Pam y Elke siguen bailando en la pista, pavoneándose ante las agónicas miradas de muchos tíos. Les gusta incitarlos; son así de zorras. Al subir a la planta superior, Katrina toma el relevo. Ahora es ella la que camina delante, conduciendo a la morenaza hacia mí.

― Amo, he cumplido tu orden – me dice, deteniéndose ante mí y haciendo una pequeña reverencia, que jamás antes me ha hecho. Katrina está juguetona, se le nota.

La chica nueva abre mucho los ojos cuando contempla como mi perrita se sienta en el suelo, entre mis piernas, sin ningún pudor. La recompenso metiéndole un dedo en la boca, impregnado en el ron de una de las copas, que ella succiona a placer.

― Me llamo Sergio, la perrita es Katrina – le cuento, mirándola.

― Yo soy Meli – nos dice, sin dejar de mirar el tanga de Katrina, que asoma un poco, debido a la posición de sus muslos.

― Ven, siéntate, Meli – le digo, palmeando el asiento del sofá, a mi lado.

Cuando lo hace, Katrina se desliza, quedando entre nuestras dos piernas más próximas. Sus brazos se enroscan a nuestros muslos, con naturalidad. Veo como Meli traga saliva.

― ¿De verdad es tu esclava? – me pregunta, mirando a Katrina.

― Así es. Es mi hermosa perrita – contesto, llevando una mano al collar de Katrina y girándolo para que ella lo vea bien.

― ¿Cómo se consigue que una mujer tan bella acepte esa… entrega?

― Ah, es una larga idea. Solo te diré que, tras varios meses de entrenamiento, hoy es su primera salida nocturna – sonrío. — ¿Qué te ha hecho aceptar?

Meli se encoge de hombros y, tras pensarlo, dice:

― El morbo, supongo. Que una mujer tan hermosa se entregue totalmente sin conocerte… No sabía qué hacer cuando me ofreció la tralla.

― ¿Has probado la dominación?

― No.

― Pero te atrae, ¿verdad?

― Si. Leo todo lo que puedo en Internet – baja la mirada, al confesarlo. Eso no es un acto de dominante.

Katrina se ha dado cuenta también, y la mano que atrapa el muslo de Meli comienza a moverse en círculos, lentamente.

― ¿Qué te atrae más? ¿Hombres o mujeres? Me refiero a la dominación – le aclaro.

― Creo que las mujeres – musita.

― ¿Por qué?

― No lo sé… parecen más crueles, más dispuestas. Los hombres son, quizás, más burdos en sus castigos – baja los ojos, mirando el camino que recorre la mano de Katrina, y trata de mantener sus muslos apretados.

― Eso no puedes saberlo sin probar – me río suavemente.

Vuelve a encogerse de hombros y a tragar saliva, tratando de no hacer caso de los dedos de la perrita que se deslizan, arriba y abajo, sobre su pierna. La mano que Katrina mantiene sobre mi pierna desaparece y atrapa la muñeca de Meli, llevando los dedos de la morena hasta su boca. Katrina los chupa con ingente pasión, lamiéndolos uno a uno. Al mismo tiempo, su otra mano consigue entreabrir los muslos de Meli, enfundados en las elásticas mallas oscuras.

― ¿Meli?

Me contesta con un siseo.

― ¿Quieres probar? – pregunto suavemente, comprobando que se está abandonando a los avances de Katrina.

Asiente varias veces, sin pronunciar sonido, y cierra los ojos, la cabeza resbalando en el respaldo del sofá. Katrina, con el rostro vuelto hacia mí, me sonríe. Su dedo corazón está hundido en la entrepierna de la morena.

― Tiene un colchoncito muy mullido, Amo – me dice.

Alargo una mano y sobo el obús que tiene por seno derecho. Duro y apretado. Seguramente operado, pero, ¿a quien le importa? No suelo ponerme filosófico con el pecho de las mujeres. Me gustan todos, orondos, planos, erectos, nimios, e incluso caídos, pero no soporto un pecho fláccido, sin consistencia. Así que no le pongo pega alguna a un tetamen operado y turgente. ¡Hay que ser gilipollas para eso!

Apenas tengo que tocar uno de los botones con los dedos para que se deslice del forzado ojal. Uno detrás de otro hasta dejar a la vista el excitante mini sujetador blanco, que apenas puede abarcar sus volúmenes.

― Te voy a morder un pezón, Meli… ¿Cuál prefieres? – le susurro, inclinado sobre ella.

― El… izquierdo – gime ella, mirándome casi de reojo.

Saco el pecho izquierdo fuera del contenedor de tela y contemplo el oscuro pezón. La aureola es grande, también oscura, y el pezón casi inexistente. Es de esos pequeños, que apenas se levantan. Habrá que trabajarlo a conciencia. Estiro mi cuerpo para llegar al pecho. Al cruzar mi cabeza ante su rostro, noto el aliento de Meli en mi oreja. Deslizo mi lengua sobre la cúspide de su seno, arrancándole un estremecimiento. Miro hacia abajo y puedo ver como la mano de Katrina se introduce bajo la malla, buscando carne descubierta.

Succiono el pezón, atrayéndolo al interior de mi boca para atraparlo con mis dientes. Lo hago medio rodar entre ellos y, lo pinzo con mis incisivos, apretando lentamente. Meli se queja y sus dedos acarician mi cabello dulcemente. Lo sabía. Le va el dolor y la obediencia.

― ¿Cómo va por ahí abajo? – pregunto.

― Esto es una fuente, Amo – responde Katrina, con una risita.

― ¿Si, Meli? ¿Estás chorreando, guarrilla? – le pregunto, tirando de su labio inferior con mis dedos.

― Sssiiii…

― ¿Quieres que sigamos? – le pregunto, lamiendo esta vez el labio.

― Ssi… por favor – atrapa mi lengua y la succiona brevemente.

― ¿Estás dispuesta a entregarte? ¿A acatar cuanto te pidamos? – le meto el dedo índice hasta casi la garganta y ella lo aspira golosamente.

Me mira, aún succionando, y lo puedo leer en sus ojos. Ya está entregada, pero aún así, asiente vigorosamente.

― Esa guarra se va a mear como sigáis así – dice Maby, al llegar. Pam y Elke la siguen, cogidas de la mano.

― Pam, pide un par de botellas y di que no nos molesten en un rato – le digo a mi hermana, quien sonríe, comprendiendo. – Elke, ayuda a Maby y acercad ese sofá aún más.

Quedamos todos sentados, con las rodillas muy cerca, en tres sofás, dejando un pequeño espacio interior, donde queda un velador redondo, lleno de vasos. El joven camarero regresa, portando una bandeja llena. Una botella de Smirnoff, otra de ron Cacique 500, y vasos nuevos. Recoge los vasos usados y da otro viaje, esta vez trayendo refrescos y una pequeña cubitera con hielo. Los ojos del camarero no se apartan del escote de Meli, la cual ha cerrado su camisa como ha podido.

― ¿Desean intimidad? – nos pregunta, con una sonrisa ladina.

― Por supuesto. ¿Es posible? – le pregunto.

Sin más palabras, se acerca a uno de los puntales que rodean los sillones, recubiertos por rizados crespones. Tira de unos cordones y los crespones se desenrollan, transformándose en las mismas cortinas que podemos ver en otros lugares del gran reservado. El camarero cierra varias partes, pegando unos velcros, con lo cual, finalmente, quedamos aislados de miradas indiscretas. Le doy las gracias y le digo que cargue una buena propina en la tarjeta.

― Katrina, desnúdala – le ordenó, señalando a Meli. – Querida, te presento a Elke, Pam y Maby… todas son perritas, como tú vas a serlo…

Se muerde el labio, devorada por la excitación, mientras Katrina le quita las botas, luego las mallas, y finalmente, la camisa. Le permito quedarse con la ropa interior, que no es que cubra mucho, por lo minúscula que es.

― ¡De rodillas en el suelo! ¡En el centro, perrita! – obedece de inmediato, quedando entre nuestras rodillas, mirándome. – ¡Las manos a la nuca!

Los gloriosos pechos quedan alzados, vibrantes y neumáticos. Maby, que se encuentra detrás de ella, se inclina y los soba a placer, pellizcándolos. Katrina, que ya no está sentada en el suelo, sino a mi lado, en el sitio que ocupaba Meli, me soba el pene, por encima del pantalón.

Pam se encarga de poner el velador a un lado, para que no estorbe. Así, la nueva perrita puede llegar a cada uno de nosotros, sin apenas moverse. La atrapo de la barbilla, clavando mis ojos en ella. Jadea solo con la impresión, sin quitar las manos de la nuca.

― Vas a lamer el coñito de Katrina. Mientras, las demás de darán azotes en las nalgas, uno cada cinco segundos. No pararan hasta que Katrina se corra. Así que esmérate si no quieres que te enciendan en trasero, putita… ¿Has comprendido?

― S…ssii…

― ¿Si, qué? – le doy un pequeño sopapo en la mejilla.

― Ssi, mi señor…

― Eso está mejor. ¡Vamos, ponte a ello!

Katrina la atrapa rápidamente de su corta melena, atrayendo su boca hasta su entrepierna. No ha tardado nada en subir la estrecha faldita sobre sus caderas, y apartar el tanga. Su vagina está más que lubricada y ansiosa. Meli hunde su rostro y apoya sus manos sobre las rodillas de Katrina. Las pantallas sónicas del segundo piso refractan suficientemente el fuerte volumen de la música, como para que todos podamos escuchar los ruidos de la frenética succión.

― ¡Alza las nalgas, putita! – le digo, y me obedece, levantando los riñones, mostrando sus hermosas nalgas, redondas y grandes.

Maby es la primera en otorgarle un azote con la palma de la mano. Meli contrae la espalda, pero vuelve a ofrecer la nalga vibrante. Pam cuenta hasta cinco, en voz alta, y golpea la otra nalga, con fuerza. De nuevo, Meli contrae el culo, ahora con las dos nalgas enrojecidas. Una mano de Katrina me aferra del hombro, empuñando mi camisa. Tiene los ojos cerrados y la boca abierta. Al parecer, Meli se afana bien entre sus piernas.

― ¡… cuatro… y cinco! – Elke deja caer su mano, generando una fuerte palmada.

Esta vez, Meli apenas se mueve. Está atenta a la cuenta en voz alta. Nada más acabar la segunda ronda de azotes, Katrina empieza a saltar sobre el sofá, aferrando la melenita de Meli con ambas manos. Está restregando su rostro contra su coño, como una loca.

― ¡Por Dios… por Dios! Siiiiii… me corro… Amo… me corrooooOOOOOO…

Para animarla, le pellizco fuertemente un pezón, por encima de la tela. Me inclino y atrapo a Meli por los pelos, levantándole la cabeza. Aún se está relamiendo, la cacho guarra. Le meto la lengua en la boca, degustando el sabor de ambas.

― ¿Te ha gustado, putita? – le pregunto, mirándola fijamente.

― Si, mi señor. Mucho.

― Pues sigue con las demás – le pido, soltándole el pelo.

Se gira y se enfrenta a Elke, quien mira rápidamente a su novia. Pam sonríe y asiente, dándole permiso. Elke se abre de piernas, quitando el corchete que recoge uno de los lados de su falda hindú, dejando así el paso libre a la boca de Meli. Esta vez es Katrina quien empieza a contar hasta cinco, con la mano levantada.

― ¡Que vicio tiene lamiendo! – comenta Katrina, tras dar su azote.

― Gud, den munnen er den tispa! – jadea Elke, sea lo que quiera significar.

Maby deja caer su mano, enrojeciendo fuertemente la nalga derecha. La noruega no llega a la segunda ronda. No sé si las chicas están muy cachondas o es que Meli es una auténtica máquina, pero Elke coge la mano de Pam mientras suelta suaves “ays” y “uys”, que indican que se está corriendo sin remedio. Maby le pasa una copa a la lamedora cuando levanta la cabeza.

― Toma, campeona, bebe algo y remoja esa lengua, que va a echar humo, pendón – le sonríe.

Meli le devuelve la sonrisa, bebe un gran trago y entrega el vaso de nuevo. Aprovecha para darle un pico a mi morenita. Mientras, a su lado, Pam se está quitando el culotte compañero de su vestido, y también las braguitas, a toda prisa. Meli mueve las rodillas, situándose entre las piernas de mi hermana, y la mira a la cara.

― No sabes cómo me ponen las pelirrojas como tú, cariño – musita.

― Abajo no tengo pelitos, lo siento – le contesta Pam, aferrándola de la nuca y obligándola a hincar la cabeza entre sus piernas.

A su lado, Elke empieza a contar. Pam tarda más en correrse, supongo que la lengua de Meli está cansada y ya no es tan viva y ágil, por lo que le acaban poniendo el culito morado. Sin embargo, no deja de exponerlo y agitarlo, por muchos cachetes que le caen. Pam acaba retorciéndose, atrapando entre sus muslos la cara de la morenaza. Elke, casi tirada sobre el sofá, mete su lengua en la boca de su novia, ahogando sus largos gemidos de placer.

Maby se pone en pie, desabotonando los shorts y bajándolos por sus largas piernas, preparándose para catar esa lengua que está derritiendo a todas sus compañeras. Está ansiosa, salida perdida, como la más puta de las perras. Espera, en pie, que Pam acabe de correrse, y me mira con una pícara sonrisa.

Que putilla es mi novia, y cuanto me gusta que sea así. En verdad, amo muchísimo a mi hermana. Es un amor doble, fraternal y emotivo. Pero jamás he comulgado tan bien con otra chica, como con Maby. Pensamos al unísono, en la misma longitud de onda, con el mismo deseo, y sin freno alguno; eso es lo que nos une, por encima de las demás.

Hasta el momento, cada chica que ha entrado en mi vida, ha aportado un trozo de emoción primaria a mi ser; ha complementado un aspecto de mi personalidad. Pam ancla mi necesidad de pertenecer a un lugar, a un entorno, mi familia. Elke es un vínculo a proteger, una especie de preciado talismán que representa la perseverancia. Katrina es la superación final, la meta que tengo que alcanzar y que parece difuminarse cuando la tengo a mano. Pero Maby… Maby es distinta.

Siempre ha representado, para mí, la picaresca de una juventud que nunca he conocido; la espontaneidad de un capricho constante; el amor sin condiciones, ni límites… Mi novia.

Maby no espera a sentarse. Atrapa a Meli del pelo y le alza la cara, colocándole el coño, abierto y chorreante, en su boca.

― Basta de cachetes, chicas – dice, alzando un dedo. – Ocuparos de sus tetazassss…

Me hace sonreír. Es lo que os digo, pienso lo mismo que yo, como si fuéramos telépatas o algo así.

― Lo que pasa es que es tan morbosa como tú.

“Puede ser.”

Elke y Pam, la primera arrodillada y la segunda sentada, se ocupan de masajear, pellizcar, y repasar los rotundos pechos de Meli, cada una pendiente de uno. Katrina, a una indicación mía, me ha sacado el miembro y me lo acaricia, preparándolo para el acto final. Contemplo el culazo de Meli. Su ano se perfila completamente a mis ojos, como un pequeño asterisco medio oculto entre el gran pliegue. No parece que esté usado. Lástima, me hubiera gustado hacérmelo, pero si es virgen por ahí, no es cuestión de ponerse a ello, en este momento.

Me doy cuenta que Maby está temblando. Tiene la cabeza echada hacia atrás, el cuello estirado y murmura algo…

― Cabrona… me está matando… Me va…a… absorber el… útero…

Reconozco ese movimiento de la pelvis. Maby se está corriendo, apretando las nalgas, impulsando su pubis contra la boca que la está atormentando. Dos espasmos generales y se derrumba sobre el sofá. Pam y Elke la acogen en sus brazos. Meli se queda sola, sentada sobre sus talones, relamiéndose y toqueteando sus durísimos pezones.

― Es una fiera, Amo. Nos ha comido a las cuatro y aún le queda cuerda – me dice Katrina al oído.

― Entonces, es el momento de que descanse, ¿no? – le digo con una sonrisa, mientras apoyo la punta de mi zapato en una de las nalgas de Meli, para llamarla.

― ¡Me cago en la puta! – exclama al volverse hacia mí, asustada por lo que ve en la mano de Katrina. — ¿Eso es de verdad?

― Ven y lo tocas, así lo sabrás – le digo.

La hago sentarse sobre mis piernas, de cara a mí. Paso un dedo por su abierto coño, cuyo vello está recortado en forma de rombo, justo sobre su clítoris. Chorreando no es la palabra, anegado más bien.

― ¡Madre mía! ¡Eso es… tremendo! – susurra, cuando Katrina la toma de una mano y la coloca sobre mi pene. – Yo… no…

― ¿No qué?

― No sé si podré… — levanta los ojos para mirarme.

― ¿Por qué? ¿Eres virgen? – le pellizco la barbilla.

― No… no es eso… pero lo he hecho solo con dos tíos…

― Te van más las chicas.

― Si, mi señor. Esos dos hombres con los que he estado no tenían… nada parecido a eso – acaba señalando mi polla, impresionada.

― No te preocupes, iremos despacio. Además, estás tan lubricada que creo que entrará casi toda – la tranquilizo, atrapándola por las nalgas para alzarla.

Se apoya en mis hombros y sobre la punta de sus pies, la cabeza inclinando, intentando ver algo, pero solo puede sentir la punta del cipote rozando su vulva.

― Suave, mi señor – susurra, casi como una plegaria.

Rápida como una serpiente, la mano de Katrina se introduce entre nuestras piernas, aferrando mi pene y restregándolo contra el inflamado clítoris de Meli. Es un clítoris grueso como un garbanzo. El gemido resultante es antológico, de esos que hacen que los pantalones se bajen, por sí solos. Ella misma, tras un par de roces, busca penetrarse, moviendo las caderas. Katrina conduce mi polla hasta el lugar idóneo y es como traspasar mantequilla con un cuchillo caliente, al menos hasta algo más de la mitad de mi miembro.

Jadeando, Meli me llena el rostro de húmedos besos, mientras me pide unos segundos para acomodarse. Por su cuenta, comienza a dejarse caer, sumiendo mi polla en las profundidades de su sima natural.

― ¡Aaiiin…! ¡Mmmmfff! ¡Ya no… puedo más! – gime.

― Tranquila, putona, te la has tragado casi entera – se ríe Katrina, poniéndose de rodillas para besarla en la boca.

― ¿De verdad? – consigue exclamar, tras dos o tres besos.

― Creo que la siento aquí mismo – bromea Katrina, después de deslizar su lengua por el paladar de Meli.

― Muévete, perrita – le pido, cortándola.

― Si, mi señor.

Sin embargo, la posición no es demasiado buena. Las piernas de Meli no son lo suficientemente largas como para permitirle levantarse demasiado sobre mi regazo, con lo que no hay apenas margen para embestirle el coño, con fuerza.

― Ponte a cuatro patas, con la barbilla contra el respaldo – le indico, sacándosela.

Su coño palpita, anhelando una profunda exploración. Katrina le coloca el cuello sobre el respaldar del sofá, como si se tratase de un tajo de decapitación. Se inclina sobre ella, sin dejar que se mueva, y lame sus labios. Meli le entrega su lengua y le suplica que la bese en el cuello.

― Elke, apuntala la polla de mi hermano – escucho decir a mi espalda.

La suave mano de Elke toma mi miembro y lo introduce perfectamente en la vagina de Meli, como haría cualquier inseminador de yeguas con el semental. Después, Elke se coloca a mi espalda, en pie, pasa sus manos por mis hombros, sobeteando mis tetillas, y noto como su pubis se aprieta contra mis nalgas. Está de nuevo caliente.

― ¡Mi señor! Me estás… partiendo – gime Meli en la boca de Katrina, cuando doy el primer envite.

― Calla, putita – le dice la rubia, metiendo una mano bajo su cuerpo y acariciándole el clítoris.

A la tercera embestida, lenta y profunda, como me gustan, ya no se queja. Al contrario…

― ¡Ay… que bueno está esto…! Si lo sé antes… uuuuuUUhhh…

― Katrina, chúpale los senos… Elke, tú haz lo mismo con su clítoris – les digo.

Cada una se acuesta en el sofá como puede, una a cada lado de Meli, dejando las piernas encogidas, los pies en el filo del mueble.

― Meli, usa tus manos… con mis chicas… ¡Mastúrbalas!

Dicho y hecho. Apoyando la frente en el respaldar, conduce sus manos, al mismo tiempo, a las entrepiernas de las dos chicas, que las reciben con toda la alegría del mundo. Solo me resta concentrarme en culear fuerte y cada vez más rápido, escuchando los delirios de la morenaza.

Se corre hasta tres veces, teniendo que detener sus caricias sobre los coñitos de las chicas, a punto de perder el conocimiento. Llama a su madre, al Niño Jesús, e incluso a Florentino Pérez, cada vez que se corre, pero no se la saco. Sigo bombeando. Elke se corre con un gritito y cierra las piernas, atrapando el brazo de Meli. Pam la ayuda a salir de debajo del cuerpo de la morenaza. He sentido la lengua de Elke, en varias ocasiones, pasarse por encima de mis huevos.

Katrina, quien se ha corrido la primera, está tumbada de costado, con la mejilla apoyada en una mano, mirándonos. Tiene una sonrisa curiosa en su expresión.

― Meli… me voy a correr… ¿estás protegida? – jadeo.

― No importa… mi señor… córrete dentro… córrete… por favor… quiero sentiiiiiiir… ¡CÓRRETE! – chilla ella, cayendo en un orgasmo definitivo, en el mismo momento en que inundo su coño.

Cae derrumbada, aplastada contra el sofá, por mi peso. Saco mi miembro y lo apunto hacia Katrina.

― Límpiala, perrita.

― Si, Amo – se arrastra hasta tomarla en su boca y dejarla bien limpia con su lengua.

Las chicas se visten y ayudan a Meli a reanimarse. Tras vestirla, se van todas a los lavabos, a retocarse. Con tranquilidad, me bebo un par de vodkas, mientras Ras me da la vara con un par de asuntos que ni escucho. Estoy pensando en mi perrita Katrina. Se ha portado muy bien esta noche. Me siento orgulloso de ella. Habrá que sacarla más noches. Me pregunto si ahora que ha retornado a su casa, supondrá un freno para su entrenamiento.

Las chicas regresan. Le han dado el número de sus móviles a Meli, por si quedamos otra vez. Ella se despide con un largo beso en la boca de cada uno de nosotros.

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Sorbo un poco más del té que me ha traído Sasha, junto con un par de croissants. Me encuentro en una de las salas de la galería inferior, cerca de la escalera de servicio. La he escogido para mí, – es una de las más pequeñas – como despacho y lugar de trabajo. Estudio las fichas que Basil y Anenka me han facilitado. Ambos conocen las cabezas visibles de nuestros aliados, en el extranjero, pero yo debo estudiármelos.

En Alemania, Tossan Meldner es el “caudillo”, como le llaman. Un hombre duro, de unos cincuenta años, forjado en el infierno bosnio, sin familia conocida. Inga Faulkehmer es su segunda, una mujer aria, austriaca, de mediana edad, áspera como el pedernal. Su ficha dice que es absolutamente lesbiana. No es que sea fea, me digo al mirar su fotografía, pero, a pesar de tener el pelo rubio, cortado a lo militar, y rasgos delicados, sus ojos son más fríos que un pingüino muerto.

Los dirigentes de la facción de Holanda son esposos, marido y marido: Golan Najjert y Sadoni Yrkham, el primero cuarentón y un tipo brutísimo, por lo visto; el segundo, veinteañero, hermoso como un dios, y todo un cerebro. Ambos gays de nacimiento, procedentes de Moldavia. Su segundo es Desme Vehohër, un abogado negro holandés, que pierde más aceite que una vieja segadora. Suele vestirse de reinona. ¿Será toda la organización holandesa gay?

Joseph Krade – antes apellidado Kardaskian – es quien controla el Reino Unido, demostrando que no hay que nacer inglés para ser un gentleman. Metido en los sesenta años, es un habitual miembro del Carlton Club de Londres, donde se codea con lords y banqueros. Es el patriarca de una gran familia que vive en una mansión de Northampton. Su lugarteniente es un ex inspector de Scotland Yard, Elliot Paxton, un tipo muy, pero que muy meticuloso.

En cuanto a la organización escandinava, que reúne tanto a la facción de Suecia, la de Noruega, Dinamarca, y Finlandia, se ubica en Estocolmo, a cargo de Olmar Gravedyan, un descendiente de albaneses con alma vikinga. Siente pasión por la historia de los antiguos clanes escandinavos, y se ha casado cuatro veces, siempre con fieras mujeres nórdicas. Sus lugartenientes, padre e hija, de ascendencia sueca, Olaff y Brigit Harnö. Hay quien dice que la hija – muy bella, por cierto – tiene más peligro que el padre, y eso que Olaff es incluso un poco más alto que yo.

Parece que Víctor tenía razón cuando buscaba alguien de confianza que no fuera eslavo. Al menos, los demás dirigentes de la organización confían en la selección autóctona. ¿Para eso me quería?

Los jefes se reúnen una vez cada tres meses, en un lugar a determinar, para conferenciar entre ellos. Sin embargo, los lugartenientes se pasan mensajes e informes casi a diario, usando un complicado servicio de mensajería, o fragmentos encriptados e insertados en archivos publicitarios. Nunca se hacen llamadas telefónicas directas, ni SMS, ni nada que fuera medianamente rastreable.

Cuando es necesaria una llamada urgente, se utiliza un celular de prepago, sin localizador, y, tras la llamada, se destruye. Todo está muy controlado y diseñado para que nadie pueda meter sus narices. Se juegan mucho, es evidente. La máxima de todos ellos es “no llamar la atención”, ni de las autoridades, ni de la prensa.

De los malos, poco se sabe. Nikola Arrudin controla la facción francesa, totalmente disidente. En Italia, la organización no ha podido desarrollarse cuanto quisiera, frenada por l

as familias calabresas y napolitanas, pero han extendido su dominio a Grecia. Se rumorea que Jacques Melakka, el Pulpo, es quien reina en las tinieblas. Rumania y Bosnia constituyen las dos facciones que se han rebelado las últimas. Ni siquiera Víctor sabe quien es quien allí, de ahí no fiarse de compatriotas y eslavos. Toshonev, el Cosaco, se ha hecho con el control absoluto de Bielorrusia y Ucrania.

Mirando el mapa de Europa, eso pinta dos zonas de guerra jodidamente grandes. España parece descolgada, sin apoyo. Quizás por eso Arrudin quiere destrozar la organización de Víctor, pues casi quedamos detrás de las líneas enemigas.

En ese momento, llaman discretamente a la puerta.

― Adelante.

Basil asoma prudentemente. Le hago una seña para que se acerque, mientras no dejo de mirar el monitor, donde se muestra el mapa de Europa.

― Un comunicado de Alemania – me tiende unas hojas.

Es un mensaje personal de la mismísima Inga Faulkehmer. Cuatro fotos, cada una de ellas con un círculo que rodea la cabeza de un personaje que conozco perfectamente. Al pie de las fotos, una fecha y el nombre de los dos hombres que salen en cada fotograma.

Konor Bruvin y Nikola Arrudin.

¿Hace falta decir más?

CONTINUARÁ…………..
Si queréis comentar algo, mi email es: la.janis@hotmail.es

Para ver todos mis relatos: http://www.relatoseroticosinteractivos.com/author/janis/

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