Al día siguiente traté de pensar en todo lo acontecido, intentando poner cierta racionalidad al asunto, pero eran demasiadas sensaciones para digerirlas sin apenas tiempo, primero por estar metido en un lío del que casi no había podido escapar, como tampoco el hecho de tener a mi suegra en mi cabeza continuamente. Era algo que cuanto más pensaba en hacerla desaparecer de mis pensamientos, poniendo incluso la cara de mi novia en mi mente, volvía otra vez la de su madrastra. Era algo incontrolable. Todo resultaba extraño, prohibido, morboso… nada más cachondo que sentir la atracción de la mujer de mi novia.

Mónica vino a buscarme a casa muy temprano para empezar a preparar el cumpleaños especial de Sofía, que además sería nuestra presentación familiar y la petición de mano, todo un pack, que sin comerlo ni beberlo tendría en menos de 24 horas.

El deportivo negro de mi jefa era espectacular, como ella. Uno de esos coches que solo ves en las revistas y muy pocas veces por la calle, sabiendo que difícilmente podría tener uno algún día. De pronto pensé que eso podría suceder si realmente me casaba con Sofía.

Mónica se bajó del coche y volví a alucinar al verla. Estaba preciosa con una minifalda de cuero negro muy ceñida, dejando a la vista unos torneados muslos morenos. Su camiseta roja, igualmente ceñida, ofrecía un grandioso escote y sus zapatos de tacón, rojos también, realzaban la figura de aquella hermosísima mujer.

− ¡Qué guapa! – dije inconscientemente.

Ella se acercó a mí, dando pequeños pasos pues sus tacones eran de vértigo. De pronto se abrazó a mí y me plantó dos besos en las mejillas, no sin antes pegar su enorme busto contra mi cuerpo y volviendo a notar la dureza de mi polla contra su cuerpo. Nuestros abrazos y besos se habían convertido en cotidianos, de dos buenos amigos, pero mi pene no parecía acostumbrarse a eso y volvía a ponerse durísimo.

− Gracias, eres un cielo, Víctor. – respondió muy halagada supongo que tanto por mi piropo como por la dureza de mi miembro bajo el pantalón.

De pronto soltó el llavero de su mano y dejó colgando la llave invitándome a conducir aquel deportivo negro de gran cilindrada.

− ¿Puedo? – pregunté cómo un niño con zapatos nuevos.

− Claro, ya sabes que lo mío es tuyo. – añadió pegando sus tetas a mi brazo para acariciar mi nuca y el comienzo de mi pelo por detrás de forma cariñosa y fogosa a la vez.

Se puede decir que me quedé temblando no sólo al sentir su roce sino al oírle decir aquellas palabras “lo mío es tuyo”. Me subí al volante de aquel coche y empecé a disfrutar de su potencia, de su frenada, de su agarre… intentando no distraerme demasiado teniendo en cuenta que mi copiloto era una rubia de ojos inmensos, blanca sonrisa, piernas interminables y una delantera de alucinar. Puedo asegurar que conducir así es algo realmente complicado. Ella notaba mis miradas y se removía en el asiento de forma coqueta y sensual, poniéndome aún más nervioso. Yo cada vez disimulaba menos observando a mi nueva amiga, porque así quería considerarla y nada más, pero mi polla seguía pensando otra cosa y estaba en posición de “firmes” una vez más. Ella miraba aquel bulto de vez en cuando y sonreía triunfal.

Visitamos varias empresas especializadas en organizar eventos y fiestas. Al final contratamos no el presupuesto más barato precisamente, sino una empresa que prácticamente lo ponía todo: La comida, las mesas, sillas, orquesta, globos, payasos, lo que hiciera falta. No reparamos en gastos, como nos había ordenado Ernesto, al fin y al cabo era la fiesta especial para su hija y Mónica extendió un cheque desorbitado para esa fiesta especial para Sofía en su 20 cumpleaños.

Luego pasamos por la joyería donde saludaron a Mónica con confianza, pues debía ser una de sus clientas VIP. Escogimos varios modelos de sortija pero ella concretó una que le gustó desde el principio y no pude negarme pues estaba más atento al cruce de sus muslos que a las piedras que brillaban en aquel anillo. El precio de la joyita en cuestión superaba con creces mi sueldo de todo un año. No puse peros, sabiendo que a ella le había encantado y yo evidentemente no podía discutir ni pagar semejante suma. El hombre que nos atendía tampoco podía quitar su vista del escote y las piernas de Mónica, que sabiéndose observada hacía los movimientos más lentos y premeditados. ¡Era toda una artista!

− No le digas a Sofía que lo elegí yo – me dijo de pronto ella.

− De acuerdo, no te preocupes, diré que fui yo. – añadí sabiendo que a Sofía le iba a encantar el anillo, pero sobre todo ocultándole que lo había elegido su madrastra.

Después recorrimos diversos centros comerciales, en los que yo aproveché para elegir algo de ropa para la fiesta mientras Mónica hacía lo propio en otras boutiques. De camino a casa, mientras yo conducía el precioso deportivo, me pidió curiosear las bolsas para dar el visto bueno a mi vestimenta y se alegró mucho al ver mi traje, mi corbata y mis zapatos, pues escogí prendas caras sabiendo que allí tenían cuenta mis futuros suegros.

− ¿Quieres ver lo que me compré yo? – me preguntó con ese aire tan sensual.

Asentí y ella abrió sus bolsas, enseñándome sus compras: un vestido corto, marrón de lycra que aparentaba ser muy ceñido. Luego me enseñó lo que contenía otra de las bolsas y era un conjunto de lencería de lo más sexy. Casi pierdo el control de aquel coche al ver un diminuto tanga negro, un sujetador igualmente negro, casi transparente, medias, ligueros y un body-corset color burdeos.

− Esta es una sorpresa para Ernesto. Espero que le guste – dijo poniéndose el sostén sobre su camiseta ubicando provocadoramente la punta de su lengua en el labio superior.

Mi polla palpitaba bajo mi pantalón figurándose como le quedaría aquella ropa a mi amada suegra que sin duda sería de alucinar.

Al final llegamos a casa. No había estado nunca allí y me quedé nuevamente impresionado. Una enorme mansión con una gran piscina, un jacuzzi, una cancha de pádel y varios coches aparcados fuera. Sin duda la bodega daba mucha pasta y si nada lo impedía yo podría convertirme en un heredero más de esa gran fortuna. No sonaba nada mal.

Mónica me estuvo enseñando la enorme casa, con innumerables habitaciones y me quedé especialmente asombrado con la de matrimonio que era más grande que mi piso entero, con una gran terraza y vistas al jardín y a la piscina. Volví a imaginar a esa rubia retozando en la gran cama con su marido y mi polla dio otro de sus respingos. Guardamos a buen recaudo el anillo en una caja fuerte que tenían en el salón y después me comentó:.

− ¡Uf, estoy agotada! ¿Quieres tomar algo?

− Si, algo fresco. Te lo agradezco.

− ¿Unas cervecitas?

− Vale.

Me senté en una de las tumbonas del jardín después de una mañana tormentosa y se agradecía recibir los rayos del sol allí sentado. MI preciosa mamá política volvió con dos enormes copas de cerveza muy fría. Charlamos animadamente, uno en cada tumbona disfrutando el momento y comentando los detalles del evento.

− ¡Qué bien lo hemos hecho todo juntos! – dijo dándome la mano.

− Sí – contesté de nuevo halagado por sentirme así de arropado por mi preciosa suegra. Me encantaba estar así, agarrado de su mano.

− Eres un encanto.

− Tú también – contesté sin vacilar.

Mónica apoyó sus labios en el dorso de mi mano mirándome como una gatita mala, para después comentarme:

− ¿Sabes? Me apetece darme un baño, hace calor y así me refresco. ¿Te animas?

− Yo… pero es que no tengo bañador. – dije apurado.

− No importa, con la ropa interior que compraste, seguro que parece que es tu bañador. Tenemos confianza y estamos solos. – añadió ella pasando su lengua por los labios.

− Es que…

− No hay más que hablar, cámbiate aquí y yo voy a casa a por el mío.

Me quedé descolocado pero al fin pensé que podría ver a esa mujer con menos ropa y eso me animó realmente a hacerle caso. Me dije a mi mismo que podría ser mi madre y que debería verla como tal, pero mi otro yo, en forma de pene duro, parecía decir lo contrario. Pensándolo bien, no había pasado nada y se podía considerar todo ¿normal?

Me quité la ropa, quedándome desnudo, acaricié mi polla que estaba durísima y saqué uno de los bóxers que había comprado en la tienda y efectivamente no parecía un calzoncillo, metí una pierna, la otra… cuando oí una voz a mi espalda.

− ¡Qué culito! – dijo Mónica, lo que hizo ponerme nervioso y casi me caigo en la maniobra de terminar de calzarme mi pequeña prenda.

Sin duda había visto mi cuerpo desnudo de espaldas y pareció disfrutar. No pensé que me hubiera estado observando. Coloqué mi verga lo mejor que pude y cuando me giré me quedé petrificado:

Mónica llevaba un bañador fucsia de una pieza, completamente adherido a su piel haciendo resaltar su preciosa y aterciopelada piel morena, tanto la de sus brazos, sus hombros, escote y piernas de una forma digna de enmarcar. Su enorme busto parecía querer salirse por la parte superior e incluso por los costados de esa pequeña prenda de lycra. Su figura se dibujaba divina bajo ese traje de baño, pero lo mejor es que al ser tan fina la tela, se revelaba cada relieve, desde sus pezones abultados, pasando por el agujerito que se adentraba en su ombligo o el bulto de su monte de venus en el que parecía entreverse el vello que debía adornar su pubis. Me quedé boquiabierto con mi erección de caballo.

− Ya puedes cerrar la boca – me dijo sonriendo y dando un trago a la cerveza.

− Perdóname Mónica – me disculpé tapando con mis manos mi evidente erección bajo mis bóxers.

− No, hombre, es un halago para mí que te guste mi bañador y veo que otro se ha alegrado también. – añadió señalando traviesa hacia mi polla que apenas podía cubrir con mis manos.

− Gracias Mónica.

− De nada, además yo también me siento muy bien viéndote a ti. Tienes un cuerpo precioso y hay que lucirlo.

− Gracias.

− No, gracias a ti. Por cierto, ¿te gustó mi regalo? – dijo sentándose en la tumbona y haciendo un cruce de piernas asombroso.

Me quedé sorprendido cuando me hizo esa pregunta y tardé en reaccionar hasta que ella me aclaró.

− Sí, hombre, mis braguitas. Las que te quedaste ayer en el despacho de Ernesto.

Casi me da algo al oírle decir eso y respondí azorado sin saber exactamente qué contestar.

− Esto… yo… no sabía…

Comprendí por fin, que el tema de las bragas no había sido accidental ni mucho menos y que todo era premeditado.

− Tenía pensado devolvértelas. – comenté al fin.

− No te apures hombre, somos amigos y me hiciste un gran favor. Por mí te las puedes quedar… si es que te gustan.

− Sí, esto…

− Mira, cuando llegué al despacho de Ernesto estaba mojadísima, porque es que después de estar encima de ti en la biblioteca, me excité mucho, tanto que por eso tuve que darle un buen repaso a mi marido, cómo pudiste comprobar, de modo que puedes quedártelas como recuerdo y como regalo, ya que te las has ganado.

Así que resultaba que yo había conseguido ponerla cachonda y tuvo que desquitarse con su esposo. No sé si eso era bueno o malo. El caso es que esa mujer conseguía asombrarme en cada momento y aunque yo pensara que en el fondo estaba haciendo algo malo, mi otro yo disfrutaba de esas sensaciones, de esos juegos y esa provocación continua de mi futura suegra.

A continuación, Mónica abrió ligeramente las piernas sin duda para que siguiera disfrutando de ese panorama que ofrecían sus muslos y la braguita que se remetía por sus ingles. Ella comenzó a hacerse una coleta con su cabello, estirando su espalda y remarcando su busto, sabiendo que yo no le quitaba ojo. A continuación se levantó, avanzando lentamente… hizo un largo recorrido por el borde de la piscina y yo seguí su trayectoria detenidamente, observando cómo aquel bañador por detrás apenas podía cubrir su enorme culazo. Casi me muero viendo aquellos andares electrizantes.

Ella dio un saltito y se metió en la piscina de cabeza como toda una nadadora profesional. Tras unos segundos emergió del fondo de la piscina mostrando su cabello completamente mojado y su cara resplandeciente llena de gotitas que acentuaban su hermosura. Me acerqué a aquel monumento mientras observaba cómo nadaba alegremente por la piscina.

− ¡Vamos, métete! – me animó desde abajo. – ¡Está buenísima!

“Tú sí que estás buenísima” – pensé. Después salté de la misma forma en que había hecho ella segundos antes, zambulléndome en aquel agua fresquita para quedar casi pegado al cuerpo de mi preciosa rubia. Estar tan cerca de ella allí metido en el agua, me hacía sentirme dichoso y ella parecía disfrutar jugando y provocándome, salpicando mi cara, haciéndome cosquillas o rozándose al principio en aparentes accidentes y mucho más descaradamente después. Me animé y también le di unos cuantos toques, roces y cosquillas que fueron en aumento, incluyendo un buen sobeteo de su culo y de sus tetas con cierto disimulo pero sin desaprovechar aquella magnífica ocasión. Todo era un juego aparentemente inocente… pero de inocente nada.

Salió juguetona por la escalera de la piscina. Observarla salir del agua no fue menos estimulante, advirtiendo que su pequeño bañador se ajustaba más a sus curvas y además mostraba más transparencias de las soñadas, como un par de redondos pezones marrones que se manifestaban erguidos claramente llamando al pecado y unos pelitos oscuros a la altura de su sexo.

Allí permaneció un rato de píe al borde de la piscina para que yo pudiera admirarla de lleno. Al mismo tiempo, yo cada vez me cortaba menos y le miraba descaradamente todo su cuerpo, la transparencia de sus pezones y el difuminado vello de su pubis bajo esa prenda mojada. Estaba a tope viendo a aquella mujer tan sensual. A continuación se sentó en una de las tumbonas y se fue secando con la toalla, muy despacio pero de una forma tremendamente lasciva, mirándome de reojo, sabedora de su tremendo atractivo y de su extremado potencial exhibicionista.

− Ven siéntate conmigo y seguimos planificando la fiesta. – me dijo dando palmaditas a su lado para que saliera de la piscina para acompañarla en la tumbona.

− Es que…

− No pasa nada porque tengas una erección, cariño. – añadió sonriente para tranquilizarme.

Lo de llamarme cariño era algo nuevo que me encantó, pero lo mejor, la naturalidad a la hora de hablar de mi tremenda empalmada, aunque claro, ella era la culpable de todo. Al salir de la piscina sus ojos se clavaban en mi polla que con la prenda mojada se formaba en auténtico relieve. Era un rollo de carne envuelto en mi mojado calzoncillo, dispuesto a lo que fuera.

− Vaya Víctor, tienes que tener muy contenta a Sofía – dijo descaradamente señalando mi bulto

Me ofreció una toalla y comencé a secarme sin que ella perdiera detalle de mi cuerpo. Lo cierto es que me gustaba esa forma en cómo me miraba, de arriba abajo, desde mis pectorales, mis abdominales, mis brazos y mi abultado miembro bajo mis pequeños calzoncillos. Yo también jugaba a eso de exponerme de forma aparentemente casual, aunque mis movimientos eran calculados para que ella también se divirtiera examinando mi cuerpo.

Me senté junto a ella, charlamos de cada detalle, como dónde ubicar las mesas, las sillas y la orquesta que amenizaría el evento. Mónica se levantó y fue señalándome los sitios donde iba cada cosa, pero yo estaba más atento a sus movimientos, al acompasado vaivén de sus tetas bajo la apretada pieza de baño, por no hablar de cómo quedaba a la vista el resto de su anatomía, desde sus caderas, su cintura, sus muslos… Ella se sabía admirada y exageraba más sus movimientos haciendo que mi empalmada no bajase ni un milímetro.

− Aquí se podría poner la orquesta – dijo desde el fondo del jardín.

− Un poco apartada. – comenté.

− No, así se puede bailar en toda esta zona.

− ¿Habrá baile? – pregunté.

− Claro. ¿No me digas que no sabes…?

Se acercó hasta mí y tirando de mi mano me hizo levantarme de la tumbona para quedar de pie junto a ella. Esta vez no me importó que observara mi bulto, es más, me gustó mostrárselo. En ese momento colocó cada una de mis manos en su cintura y las suyas abrazando mi nuca.

− ¡Pégate hombre, que no muerdo! – me ordenó.

Obedecí como un niño bueno y me pegué a su maravilloso cuerpo. Esta vez casi sin ropa, nuestros cuerpos quedaron unidos en aquel baile, donde la única separación era una fina tela. Percibía claramente sus dos globos contra mi pecho, su sexo abultado contra mi muslo y mi polla aprisionada a la altura de su bajo vientre. Sentir su piel, su olor y toda su anatomía pegada a mí, era un auténtico sueño hecho realidad.

− Mmmm, ¿Te gusta? – me preguntó con su mejilla pegada a la mía y su boca en mi oreja.

− Sí, mucho.

− Me encanta bailar… – añadió casi en un lamento – y por cierto, no lo haces nada mal.

Bueno, desde luego aquello era de todo menos baile. Para empezar no había música, íbamos medio desnudos y nuestros movimientos eran más de frotarse que de otra cosa. Mónica se dio la vuelta y yo volví a abrazarla pero esta vez por detrás sintiendo cómo su culo se ubicaba abrazando mi polla que no dejaba de tensarse, mientras ella giraba su pandero de forma lujuriosa. Casi me da algo. Sin embargo no solté su cintura sino que me agarré más fuerte a ella, imaginando como podría ser estar así con ella, pero completamente desnudos.

− No lo haces nada mal, Víctor – insistía restregando su culo contra mi erguida verga sin cesar, al tiempo que mis manos dibujaban sus caderas y su cintura.

En ese instante sonó su móvil que estaba sobre una mesa y nos separamos fulminantemente, fue algo que en principio me molestó, pues yo estaba realmente en la gloria, pero casi era de agradecer que aquello se detuviera, pues era la madre de mi novia y la mujer de mi jefe y ambos sabíamos que la cosa podía acabar mal, al menos yo estaba seguro de eso. Era Ernesto el que llamaba. A ella pareció incomodarle también. Me senté en mi tumbona y le di un buen trago a mi copa de cerveza observando como mi suegra se movía por el jardín hablando con su esposo por teléfono. Disfruté una vez más de su cuerpo embutido en aquel fino bañador fucsia. Era una mujer increíblemente sexy.

Tras colgar el móvil pude notar sus pezones más erectos de lo normal, sin duda estaba muy cachonda, tanto como yo, supongo.

− Era Ernesto. Me ha dicho si lo hemos comprado todo y que tiene que ser una buena sorpresa.

Desde luego para mí, no dejaban de ser todo un cúmulo de sorpresas, no sé si su marido podría sospechar algo, pero era claro que esa mujer era toda una bomba.

− ¿Le gustará todo este regalo a Sofía? – me preguntó.

− Sí, desde luego. – dije yo recolocando mi incómoda polla bajo el slip.

− A su padre también le encantará todo, ¿No te parece?

− Claro.

− ¿Crees que le gustará el conjunto de lencería que me compré?

− Estoy seguro, Mónica. – afirmé sabiendo lo bien que le quedaría en ese cuerpazo.

− Espera, mejor me lo pruebo y me lo dices de primera mano

− ¿Cómo? Pero… yo…

No me dio tiempo a decirle nada más, pues mi rubia suegra se metió en la casa a toda prisa, dispuesta a probarse el conjunto y no me acababa de creer que me lo fuera a mostrar a mí antes que a su esposo. ¡Era todo alucinante!

Agarré mi polla por encima de mi calzoncillo pues seguía pletórica. No era para menos, teniendo a aquella rubia danzando, provocando… excitándome con sus juegos. Me giré y me di unos cuantos zumbazos a la piel de mi miembro, viendo mi glande completamente inflamado y morado, se veía casi a punto de estallar. No era de extrañar, esa mujer me estaba volviendo loco. De pronto, no sé por qué, me sentí mal y ubiqué mi miembro dentro del slip de nuevo. Me maldecía por excitarme continuamente con mi suegra, por estar salido como un perro… En cierto modo había abusado de la generosidad de mi jefe por un lado y de la confianza de Sofía, que ahora estaba lejos y de seguro no sospechaba que estaba medio desnudo restregando todo mi cuerpo con el de su madre. Estaba decidido a darle cualquier excusa a Mónica para irme de allí y no ir más allá de lo que me temía podría pasar si continuaba más tiempo junto a esa impresionante mujer.

Justo cuando me disponía a recoger mi ropa tirada por el suelo, apareció la preciosa Mónica, esta vez ataviada con el conjunto de lencería que anteriormente había visto sacar de las bolsas, pero que puesto sobre su cuerpo era más sexy y arrebatador de lo que pudiera imaginar. El body de color granate se aprisionaba contra su cuerpo desbordando unas tetas por encima, apenas tapadas por un diminuto sostén semitransparente ofreciendo la imagen de unos pezones rosados preciosos adornando esos enormes globos. Unas braguitas diminutas tipo tanga, como las que me quedé de regalo el día anterior, apenas podían cubrir su sexo y esta vez se veía claramente el pelo recortado de su pubis. Sus muslos estaban pletóricos enfundados en unas medias negras con su correspondiente liguero, y para rematar sus zapatos negros de tacón fino. ¡Impresionante visión de una diosa!

Avanzó hacia mí de forma parsimoniosa moviendo exageradamente sus caderas a cada paso. Se detuvo, poniéndose a poca distancia de mí y se giró mostrando su culo apenas tapado por la fina tela del tanga que se colaba por sus prominentes glúteos.

− Bueno, sé sincero Víctor ¿qué tal? – me preguntó mirando a mi polla que ya asomaba la punta por encima de la cinturilla del calzoncillo.

− ¡Preciosa! – fue lo único que alcancé a decir prácticamente babeando…

− Gracias. Es bonito este conjunto, ¿Verdad? – añadió girando sobre sí misma.

Yo apenas podía articular palabra, tan solo ver cada resquicio de piel que asomaba por cada una de aquellas pequeñas y ceñidas prendas, flipar con sus grandes pechos, la rotundidad de un pandero de película y esos muslos de largas piernas enfundadas en negras medias que harían las delicias hasta del menos fetichista de los mortales.

− ¿Crees que es mejor con el corsé o sin él? – me preguntó acariciando sus caderas y observando sonriente la cabeza de mi polla asomando por la tirilla del slip.

− Yo… no sé… ¡Estás preciosa, Mónica! – dije impulsivamente.

− Gracias, cariño. Mejor me lo quito y opinas. – sentenció decidida.

Yo es que no me lo podía creer, cuanto más me ponía a mi mismo el freno, ella más se me lanzaba y me dejaba totalmente K.O. Mónica se echó las manos a la espalda y moviendo sus muslos como si bailara, se fue quitando la lazada del corsé que oprimía su cuerpo.

− ¿Puedes ayudarme Víctor?, yo sola no puedo.

− Claro. – dije levantándome de inmediato.

Mónica se giró quedando de espaldas a mí y me volvía loco de tenerla así, tan cerca, aquella maravilla andante, me estaba regalando el mayor placer de contemplación y no solo eso, sino que me pedía que le quitara ese apretado body. Bajé la vista para ver ese redondo culo a unos centímetros de mi polla. Ella giró su cabeza para sonreírme sabiendo que yo estaba alucinando. Movió su trasero para darle un golpetazo a mi tiesa verga que estaba a punto de estallar. Unas gotas de líquido pre seminal salieron por la punta.

− Vamos, Víctor, quítamelo. – me inquirió pero de forma sugerente.

Con mis dedos temblorosos fui soltando la lazada que oprimía su espalda y su cintura con aquel body granate, hasta que lo pude desatar y quedarme con la prenda en la mano. Ella quedó solo con su pequeño sostén, su tanga, su liguero y sus medias. Se giró para quedar delante de mí mostrándome su cuerpo ataviado con esas pequeñas prendas tan sexys.

− ¿Y bien?, ¿Mejor? – preguntó girando de nuevo sobre sí misma y dibujando sus curvas con las manos…

− Si, estás increíble Mónica – dije con total sinceridad totalmente impresionado.

− Siéntate y me observas bien.

Tras decir aquello, estaba claro que a ella le gustaba dominar ese juego de la seducción, de la provocación y de la lascivia hasta grado sumo. Yo me senté y seguí admirando el cuerpo de mi suegra medio desnuda. Ni en mis mejores sueños lo hubiera imaginado. La preciosa rubia comenzó a hacer un baile sensual, de movimientos circulares y oscilantes, dejando a la vista sus mejores dotes de “show girl”.

− ¿Te parezco sexy con mi conjunto?

− ¡Muchísimo!

− Jajaja, veo que sí – dijo señalando la cabeza de mi polla que asomaba de nuevo por encima del slip.

− Perdona…

− No, no seas bobo, es tu mejor opinión sincera y sin palabras… con solo verte, sé que este atuendo va a hacer las delicias de mi marido cuando se lo muestre la noche de la fiesta.

− Quedará impresionado. – le confirmé.

− Sí, a él también le excita. ¿Sabes lo que más le gusta? Que me quite las medias bailando. ¿Quieres verlo?

Asentí tragando saliva. En ese momento Mónica sin pensarlo dos veces se fue acercando hasta donde yo estaba sentado y puso su pie entre mis piernas girando su tobillo colocando la punta de su tacón casi rozando mis huevos. Luego, de forma seductora se fue desatando el liguero hasta tirarlo sobre la hierba y poco a poco sin dejar de mirarme fijamente a los ojos se desenrolló la primera media y al estirar su cuerpo hasta llegar a sus tobillos, ofrecerme al mismo tiempo la panorámica de sus tetas casi saliéndose por encima del pequeño sostén.

− Ayúdame. – dijo señalando su zapato de tacón de aguja.

La descalcé, saqué su media, no sin antes acariciar la suave tersura de su pantorrilla y volverle a colocar el estilizado zapato esta vez sin medias. Luego puso el otro pie entre mis muslos, haciendo la misma operativa y consiguiendo que me estremeciera con cada uno de sus gestos tan exhibicionistas.

− ¿Te gustó el show? – preguntó acariciando sus caderas y moviéndolas como si fuera una serpiente cimbreante

− ¡Increíble!

No podía creerme la suerte que tenía de haber sido el espectador de excepción de aquel maravilloso y extraordinario show, digno de una mujer tan impresionante como ella.

Mónica se fue acercando hacia donde yo estaba sin que yo pudiese retirar la vista de su cuerpo, hasta que de pronto abrió sus piernas y se sentó a horcajadas sobre mí. Hubo un momento en el que pensé que me iba a desmayar, teniendo a mi adorada suegra medio desnuda sobre mí. Fue moviendo sus muslos rozándose piel a piel con los míos hasta que nuestros sexos entraron en contacto de nuevo, como lo hicieran en la biblioteca el día anterior, salvo que esta vez, frente a frente y con nuestras prendas aún más finas y nuestro contacto más directo. Ella soltó un pequeño gemido cuando nuestros sexos se juntaron y yo debí soltar otro. No hablamos nada, tan solo nos mantuvimos así, ella subida sobre mi polla que notaba claramente los labios de su dilatada vulva y sus brazos cruzados tras mi nuca, mientras mis manos acariciaban su cintura. Sus ojos brillaban y mi polla palpitaba allí abajo sintiendo el calor de una raja que la abrazaba y la exprimía. El pecho de Mónica oscilaba en cada respiración, sus ojos brillaban y su boca estaba entreabierta. Se humedecía los labios con su lengua…

Veo que te alegras de verme, dijo con su boca escasos centímetros de la mía y frotando su sexo contra el mío de forma que mi polla se restregaba directamente con su rajita palpitante. Sus tetas se movían acompasadas casi pegadas a mi cara, con cada movimiento de su pelvis y mis manos se aferraron de nuevo a su cintura, sintiendo el cuerpo de esa mujer como si me la estuviera follando.

− Tengo pensado subirme así sobre Ernesto. Sé que le encanta ¿A ti? – preguntó con aire inocente.

Sin contestar, me limité a acariciar su cintura e incluso bajar mis manos hasta tocar directamente la piel de su redondo culo únicamente tapado por el pequeño tanga.

− Seguro que se pone así de excitado, como tú. ¿No crees? – insistía ella.

De pronto, un remordimiento interno me invadió. Pensé en Sofía y de lo deshonesto que estaba siendo con ella, que seguramente estaría estudiando en la universidad, ajena totalmente a lo que estaba sucediendo en su propia casa, de manos del depravado de su novio y nada menos que con su madrastra. Traté de poner racionalidad a la locura que estaba entre mis manos, nunca mejor dicho, que no era otra que mi futura suegra convertida en una diablesa deliciosa, de curvas vertiginosas que ahora estaba abrazada a mí. Seguramente la oportunidad no se me volvería a presentar jamás y posiblemente debía ser un idiota por estar pensando en esos momentos en seriedad, responsabilidad, fidelidad… pero no podía hacerle eso a Ernesto y mucho menos a Sofía, mi novia, era toda una traición teniendo en cuenta la animadversión que sentía por su mamá postiza. Empujé a Mónica para que se separara de mí y a continuación me levanté azorado y nervioso.

− ¡Basta, por favor!

− ¿Qué ocurre, Víctor? – preguntó alarmada sin entender mi brusco y cortante comportamiento.

− Esto no puede ser, Mónica.

Allí de pie, con mi polla medio salida del calzoncillo y esa grandiosa mujer medio desnuda delante de mí, podía ser el mejor de mis sueños y en el fondo debí ser un estúpido al no aprovecharme de esa gran ocasión. Cualquiera en mi caso, se hubiera lanzado ante semejante hembra y la hubiera dado toda la caña que necesitaba. Sin embargo yo me sentía mal y si había realmente un momento de parar todo aquello, era ese.

− Pero… ¿Qué ocurre? ¿No te ha gustado?

− ¿Gustarme? Mira, Mónica, eres preciosa, la mujer más impresionante que he conocido, pero no, por favor, no me lo pongas tan difícil,

− Pero, ¿por qué?

− Yo estoy con tu hija y no quiero…

− ¿Serle infiel? – terminó ella la frase.

− ¡Sí! – dije seguro de mi mismo.

− ¡No ha pasado nada!

Noté cierto enfado en la cara de Mónica, pues supongo que no esperaba mi reacción, pero lo de no haber pasado nada, no me quedaba del todo claro, porque estar así medio despelotada, yo en calzoncillos, después de haberse restregado contra mi cuerpo tanto en el baile de lo más sensual y excitante, como el hecho de haber estado sentada sobre mi erguida polla, era de todo menos normal. Además, era más que claro que la frontera del bien y del mal ya había quedado varios kilómetros atrás.

− Prefiero que no pase nada más – le dije dirigiéndome a donde estaba mi ropa, dispuesto a recogerla, vestirme y marcharme de allí antes de que fuera demasiado tarde y eso que mi polla no había bajado ni un centímetro.

− Pero no te vayas así… siento si…

− No, Mónica, tú no tienes la culpa. Pero me gustas mucho y…

− ¿Te gusto? – preguntó sonriente y sorprendida.

− ¿Acaso lo dudas? Eres preciosa.

− Tú también me gustas a mí.

Hubo un silencio largo en el que ambos permanecimos mirándonos allí de pie, ataviados únicamente con nuestra ropa interior. Por un momento dudé entre el bien y el mal, teniendo a Mónica así, delante.

− No puedes irte así. – me dijo.

− Por favor… Mónica.

− ¿Crees que estás traicionando a Sofía?

− Si te parece…

− Tú no sabes lo que está haciendo ella ahora mismo. – dijo sentándose en la tumbona en un aspecto más serio y preocupado.

− Pues está en la ciudad… en la universidad y además de no saber nada de la sorpresa de la fiesta, no creo que le haría gracia que su novio estuviera con su madre. Una cosa es ocultarle la sorpresa y otra…

− Quizás ella también te oculte cosas. – respondió ella cortando mi frase.

− No te entiendo.

− ¡Con Jorge!

− Sí, es su compañero pero…

No sé por qué pero hasta entonces no había sentido nada raro con Jorge, un tipo guapete que siempre iba con Sofía a la universidad. Sofía me habló siempre de él como un buen amigo y compañero, sin embargo, Mónica parecía querer decirme algo más.

− Verás, no sé por dónde empezar, pero ya que seguramente vas a ser su futuro marido… pues deberías saber…

− ¿Qué me quieres decir Mónica? – pregunté sentándome a su lado.

− Yo, es que quiero ser sincera contigo y Sofía y ese chico… ya sabes.

− ¿Están liados? – pregunté atónito.

− Si.

− No me lo creo. Eso no puede ser, no sé por qué dices eso, Mónica – dije con seguridad aunque por dentro lleno de dudas. Notaba cómo mi polla se iba desinflando por momentos bajo mis bóxers.

En ese instante Mónica, muy seria, recogió su Smartphone y estuvo buscando algo, hasta que lo giró y me mostró una foto que me impactó de forma increíble: Mi chica, Sofía… estaba completamente desnuda sobre el asiento posterior de un coche y su compañero Jorge, también desnudo, le estaba haciendo una comida de coño espectacular.

Por más que lo miraba, no podía ni quería creerlo. Miré a Mónica que asintió confirmando que la foto era completamente real. Mi chica estaba más que liada con su compañero Jorge sin que yo lo hubiera sospechado en lo más mínimo. Mis ojos no se apartaban de aquella impresionante foto.

CONTINUARÁ…

Juliaki

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