Erika,
Te escribo esta carta arriesgando mi vida.
Estoy secuestrada, la banda que estaba investigando dió conmigo y me tienen en su poder.
No acudas a la policía, están comprados.
¡Haz algo por favor!
Miranda.
La letra de la carta era temblorosa y abarrotada…
Había encontrado esa carta en el suelo de su casa, alguien se la había hecho llegar pasándola por debajo de la puerta.
Erika estaba conmocionada. Su hermana. La hermana que todo lo podía hacer, la que la había salvado de cientos de problemas, la que siempre daba la cara por ella… Ahora necesitaba su ayuda.
La chica se echó a llorar… Llevaba más de una semana sin ver a su hermana, pero creía que era parte de la operación… ¿Secuestrada? No quería ni imaginar por lo que debería estar pasando.
¿Qué podía hacer? Ayudarla, por supuesto pero, ¿Cómo? Sabía algo sobre el tema que había estado investigando Miranda, una banda de traficantes o algo así… Su hermana le había contado muchas cosas, pero era un mundo que no interesaba a Erika y no había prestado demasiada atención…
Y además no podía pedir ayuda a la policía por que según Miranda estaba comprada… Claro, si no, su hermana no estaría en esa situación…
Se acercó a casa de su hermana. Estaba asustada pero decidida y sabía que la información que necesitaba estaría allí.
La casa estaba muy desordenada, se notaba que Miranda había estado tan inmersa en su trabajo que no se había preocupado ni de recoger la casa. Había montones de tazas de café vacías por toda la casa.
Cuando llegó al salón vió un montón de papeles y planos encima de la mesa. Estuvo toda la tarde rebuscando entre los papeles y las notas de su hermana. Al final del día tenía más o menos claro lo que debía hacer.
Miranda era una mujer muy aplicada, tenía todo señalado en los planos y abundantes notas de lo que tenía planeado hacer, así que Erika pudo ver el plan de acción que había tomado su hermana. Parece que el edificio donde se escondía aquella banda, no tenía más punto de acceso que un pequeño conducto de ventilación entre plantas.
La chica tenía miedo, si aquella banda había conseguido capturar a Miranda, ¿Qué no podrían hacer con ella? Nunca se había enfrentado a situaciones parecidas y, prácticamente todos los conflictos que había tenido en su vida, los había resuelto gracias a su hermana.
Una cosa tenía clara, no podía ir sola. Alguien tenía que saber a donde iba y estar preparado para ayudarlas a salir de allí o, por lo menos, para dar la voz de alarma. ¿En quién podría confiar para algo así?
—-
RING RING
Lorena descolgó el teléfono. Se puso muy contenta cuando vió que era Erika, hacía mucho que no hablaba con ella, pero su cara pasó de la felicidad a la más absoluta preocupación a medida que su amiga le contaba el motivo de su llamada.
Cuando colgó, la confusión reinaba en su cabeza. ¿Miranda? ¿Qué le acababa de pedir Erika?
Dando vueltas a toda aquella situación salió disparada a casa de Miranda, pues allí la esperaría su amiga.
Lorena era la mejor amiga de Erika, tenía el pelo rojo intenso y los ojos verdes. Más bajita que Erika pero igual de voluptuosa, trabajaba junto a ella en la agencia de modelos.
Cuando llegó, la encontró llorando desconsolada. La dió un fuerte abrazo para mostrarle su apoyo, que ella estaba allí para lo que necesitase.
– Erika, ¿Qué ha pasado? Por teléfono no lograba entenderte bien, estabas demasiado nerviosa. ¿Qué le ha pasado a Miranda?
Sin decir nada, Erika tendió la carta que todavía tenía apretada en su mano a Lorena. La chica la cogió y la leyó en segundos, la carta no dejaba lugar a dudas de la situación.
– Y, ¿Qué pretendes que hagamos, Erika? Tenemos que avisar a la policía… ¡No pueden tener a todos comprados!
– ¡NO! Miranda dice claramente que no… Ella sabrá por que, pero no podemos avisar a nadie más. A tí te he llamado por que se que eres de confianza…
Lorena miró a Erika. Se conocían desde pequeñas, habían ido juntas a clase y ahora trabajaban las dos en la misma agencia. No recordaba su vida sin Erika… Y tampoco sin Miranda… La hermana de su amiga siempre se había portado con ella como si fuese su propia hermana, en parte por que en los líos que se metía Erika solía estar también Lorena, pero cuando ella había tenido algún problema, Miranda nunca la había dejado de lado.
– ¿Entonces…?
– Necesito que me acompañes. – Sentenció Erika. – No te voy a pedir que hagas nada, sólo que estés preparada para sacarnos de allí cuando salgamos, y que si nos pasa algo pidas ayuda.
– ¿Sólo eso…? Está bien… Sabes que no puedo negarme… Aprecio a Miranda como una hermana, yo tampoco puedo dejarla allí. Pero… ¿Qué tienes planeado hacer?
– Miranda tenía los planos del sitio… Mira… – Dijo, mostrándole los papeles de su hermana. – Accederé por este conducto de ventilación, según sus notas, desde él se pueden ver casi todas las habitaciones, pues recorre el edificio entero. Buscaré donde se encuentra Miranda y esperaré a que la dejen sola. Luego saldremos por el mismo sitio.
– ¿No te parece un plan un poco simple…?
– Es lo único que tenemos… Y tengo esto. – Erika mostró un pequeño revólver. – Lo tenía Miranda en el cajón de su mesilla, si hace falta, lo usaré.
Las dos chicas esperaron a que se hiciera de noche, cogieron el coche y se dirigieron al edificio que había marcado Miranda.
Lorena aparcó su coche en la manzana de al lado y quedó a la espera de que Erika volviera con su hermana… La chica estaba casi más asustada que su amiga…
Erika en cambio no sentía miedo, no era consciente del peligro que corría. Estaba decidida a salvar a su hermana y nada iba a poder impedírselo. Se acercó al conducto de ventilación y cuando lo vió, soltó una maldición, ¡Estaba demasiado alto!
Debajo del conducto, había un contenedor de basura pero no creía que fuera capaz de subir desde ahí. Seguramente Miranda hubiese subido al contenedor y desde ahí fuese capaz de acceder, pero ella no era tan atlética como su hermana…
Estuvo un rato buscando una solución hasta que encontró unos cuantos palés amontonados en una lado del edificio. Con esfuerzo, fué llevando uno a uno los palés hasta colocarlos en la parte superior del contenedor, formando un escalón.
Aquel conducto era frío, oscuro y estrecho. Le resultaba muy difícil moverse por él, pero aunque despacio, poco a poco iba avanzando.
Iba pasando rejilla tras rejilla, viendo cada habitación. Todas tenían las luces apagadas y no vió a nadie hasta que, al fondo, desde una de las rejillas pasaba algo de luz.
Se acercó más despacio todavía, intentando no hacer ruido, y lo que vió la dejó bloqueada en el sitio.
Allí estaba su hermana.
Pero no estaba sola. Miranda estaba amordazada y desnuda. Un enorme hombre de color estaba con ella, y la tenía a cuatro patas sobre la cama. Aquél hombre la agarraba del pelo, manteniéndo su cabeza levantada mientras, desde atrás, se follaba a su hermana con violencia.
– Eso es, zorra. – Decía le hombre.- ¿Le has cogido el gusto a mi polla? Te gusta que te la meta por el culo, ¿Eh?
La violencia de las embestidas extraían de la boca de Miranda quejidos amortiguados por la mordaza. Aquél bestia la estaba reventando… Erika no se había podido imaginar algo así. Sabía que había una posibilidad de ello, pero su mente había intentado bloquear ese pensamiento.
El hombre, con un bufido, tiró con fuerza del pelo de su hermana haciendo que se incorporase. Comenzó a amasar las tetas de Miranda sin ningún tipo de cuidado. ¿Qué era aquello? Entre el movimiento y la posición en la que se encontraba, no podría asegurarlo, pero juraría estar viendo que su hermana tenía un pequeño arito de plata en cada pezón…
Miranda seguía quejándose pero, entre los quejidos se podía entrever algún gemido escondido.
El hombre sacó la polla del culo la detective y, quitándole la mordaza de la boca, la obligó a tragarse su polla hasta que se corrió sobre su cara.
Desde aquella posición, Erika podía ver cómo aquel animal había dejado el culo de su hermana. Lo tenía completamente abierto. Un negro agujero en el centro del enrojecido culo de la mujer. Había debido estar pegándola…
El negro, volvió a colocar la mordaza a la chica y, riéndo, salió de la habitación.
Allí estaba Miranda, sola, atada y recién sodomizada. Con la cara llena de la corrida de su captor. Erika estaba asustada. Tenía a su hermana al alcance, pero aquél hombre podía volver en cualquier momento.
Esperó varios minutos en los que nada se movió. No había ni rastro del hombre por ningún lado, y Miranda seguía en la misma posición… Le dolía ver a su hermana así, derrotada… Ese pensamiento fué lo que la instigó a entrar en la sala.
Intentó hacer el menor ruido posible al desenganchar la rejilla y dejarla en un lado. Bajó por el conducto y se acercó a su hermana.
Cuando Miranda la vió, tuvo unos momentos de confusión. La oscuridad y la sorpresa de la situación hicieron que no supiera muy bien que estaba pasando, pero, cuando reconoció a Erika, su cara cambió por completo. Para sorpresa de la modelo, no fué sorpresa, ni alegría lo que se reflejó en ella, sino miedo, terror. Miranda comenzó a agitarse, separándo a su hermana de ella, señalándole de nuevo la entrada al conducto de ventilación.
– Shhhhh, te van a oír. – Susurró Erika.
– Mmmmmhhmmm – Se quejaba su hermana.
Erika comenzó a buscar algo para cortar la cuerda, por suerte había traído una pequeña navaja con ella.
– No te preocupes, te voy a sacar de aquí. – Dijo, mientras comenzaba a cortar las cuerdas.
– ¿De donde se supone que la vas a sacar, preciosa?
La luz se encendió de pronto. Erika se dió la vuelta, sólo para recibir un fortísimo bofetón que hizo que se cayera a un lado.
Antes de que pudiese reaccionar el hombre se le había echado encima, sujetándole las manos e impidiéndola acceder a la pistola.
– Sueltamé cerdo – Espetó Erika.
Un nuevo golpe la hizo callar.
– Qué maleducada. Entras en mi propiedad a hurtadillas, intentando robarme lo que es mío, ¿Y encima me ordenas y me insultas? Creo que va a haber que enseñarte modales, pequeña.
El hombre se levantó, tirando de las manos juntas de Erika y colgándola de ellas, tenía la mano tan grande que con una sola era capaz de sujetar las dos muñecas de la chica.
Miranda miraba horrorizada la situación.
– Vaya vaya, todo lo que has tenido que hacer para que no vayamos a buscar a tu hermana y ahora viene ella solita a nosotros… ¿Que putada no? – Dijo el hombre con sorna.
Erika intentó escapar, se revolvió, agitó las piernas intentando darle patadas a aquel tipo, pero lo único que consiguió fue llevarse un fuerte puñetazo que la dejó sin respiración.
Miranda sufría por no poder ayudar a su hermana, no podía permitir que aquellos hombres la hiciesen lo mismo que a ella… Después de todo lo que había sufrido por evitarlo.
Erika intentaba recuperar el aliento, nunca había soportado bien el dolor… Miró a su hermana y vió que, con lágrimas en los ojos, ésta negaba con la cabeza… ¿Intentaba decirle que no se resistiera?
La detective sabía que toda resistencia era inútil. Había comprobado en sus propias carnes que cuando aquellos bestias querían hacer algo lo hacían, y era mejor no llevarles la contraria… Se acordó de la manera en la que se ganó los aritos de sus pezones…
Los tres negros estaban viendo un partido de fútbol en la tele, y Miranda estaba allí de pie, junto a ellos, vestida únicamente con unos tacones altísimos, su delantal, y una mordaza.
Entonces, el Oso comenzó a acariciarla el culo, le amasaba las nalgas y pasaba la mano por su raja y por su ano. El hombre metió sin miramientos dos dedos en su coño y comenzó a estimularla. Aunque Miranda quisiera evitarlo, su cuerpo reaccionaba ante ello, humedeciéndose.
Cuando el hombre tuvo sus dedos lubricados, cambió su coño por su culo. Después de las sodomizaciones de aquellos cerdos, Miranda comenzaba a tener el ojete acostumbrado a esos tratamientos, pero aún así, le resultaba bastante molesto.
– Inclínate, zorra. – Le espetó el Oso.
Miranda obedeció, pero el Oso, en vez de follarla como ella pensaba que haría, agarró el botellín que acababa de terminar y se dispuso a introducirlo en su culo. La detective se asustó, pero sabía que no tenía posibilidad de evitarlo…
La sorpresa llegó cuando, en vez de el cuello de la botella como Miranda suponía, fué el culo lo que tomó contacto con su ojete. No podía permitirlo, ¡La iba a reventar!
Se revolvió, dando un golpe al hombre y haciendo volar el botellín. Salió corriendo como pudo pero su huída acabó como las demás, con el Piernas sobre ella.
Como castigo, la perforaron los dos pezones y le colocaron esos brilantes aritos y, lo peor de todo, es que durante todo el proceso de anillado tuvo el botellín metido por el culo..
Así que sabía muy bien que era mejor no resistirse a ellos.
Erika hizo caso a su hermana y dejó de luchar. El Oso sonrió satisfecho, dándose cuenta de que la chica se había rendido.
– ¿Estás dispuesta a cooperar?
Erika asintió.
– Muy bien, incorpórate, vamos a ver ese bonito cuerpo de modelo que tienes…
La chica obedeció, se puso de pie frente al hombre y agachó la cabeza.
– ¿Crees que esa es una bonita forma de vestir para venir a ver a tu hermana?
Erika llevaba puesta ropa bastante sosa. Se había puesto algo cómodo, sabiendo lo que iba a tener que hacer. Unos vaqueros viejos y una sudadera que usaba para el gimnasio,
– No…
– Entonces… ¿Por qué no te la quitas?
Poco a poco las prendas fueron amontonadas en un lado de la habitación. Erika se quedó en ropa interior.
– Eso está mucho mejor… Se ve que te gusta provocar, ¿Eh, zorrita?
La ropa interior no tenía nada que ver con el resto. Un bonito conjunto de lencería negro, con encaje, compuesto por un diminuto tanga y un sujetador medio transparente. Erika tenía su armario lleno de esas prendas, era su trabajo y le encantaba ponérselas.
– A ver, date una vueltecita, que te vea bien. – Continuó el oso.
La chica obedeció, lentamente enseño al hombre su conjunto y su cuerpo.
El oso se acercó a ella, comenzó a sobarla sin miramientos, agarrándola del culo con fuerza, sobando sus tetas. Puso la mano sobre su hombro y empujó hacia abajo.
La chica supo perfectamente lo que quería. A diferencia de su hermana, Erika no tenía tantos tabús en el sexo, estaba acostumbrada a usar su cuerpo para conseguir lo que quería, un aprobado en el instituto, la entrada en la agencia de modelos, un contrato publicitario, un desfile…
Incluso, después de algún desfile había participado en alguna fiestecita privada junto con el resto de modelos y los organizadores… Había que ganarse el pan, había muchas chicas guapas, así que tenía que hacer que la eligiesen a ella sobre el resto…
¿Qué diferencia había ahora con el resto de esas veces? Intentaría usar su cuerpo para salir de aquél embrollo… de todas formas, tampoco tenía más opciones, así que era mejor intentar disfrutarlo. Seguramente Lorena fuese a buscar ayuda cuando viese que tardaba demasiado…
Cuando el hombre liberó su polla ante su cara, ella la agarró con cuidado y se la llevó directamente a la boca. Notaba un sabor extraño, pero no se detuvo.
– Vaya zorra está hecha tu hermanita. – Dijo el Oso a Miranda. – A ti te costó mucho más…
Miranda veía como su hermana le mamaba la polla a aquel hombre… Parecía que se lo estuviese practicando a su novio en la intimidad de su cuarto, y no en una situación como aquella.
Erika, mantenía el glande en la boca y, con las manos, pajeaba lentamente al hombre. Durante el proceso, miraba directamente a sus ojos… Sabía que eso les volvía locos…
Y vaya si lo hacía. El Oso estaba alucinado con las habilidades de la chica. Tenía ante sí una buena zorra y no pensaba dejarla escapar…
La chica seguía con su labor. Gemía de gusto mientras se metía la polla en la boca, como si fuese lo más placentero que había probado nunca. Quería que el hombre acabara cuanto antes y las dejara en paz.
– ¡Aprende Miranda! Ni siquiera le importa que hace escasos minutos, la polla que está chupando estuviese dentro de tu culo. ¿Sabe bien el culo de tu hermana, zorra?
¡Por eso sabía raro! Se revolvió para intentar apartar la cabeza pero el hombre la sujetó del pelo, obligándola a tragarse su rabo entero. La tuvo así varios segundos, hasta que la separó y la lanzó hacia un lado, haciendola caer a cuatro patas.
– Ya sé lo que te pasa a ti… Quieres que te folle igual que a tu hermana, ¿Verdad?
EL Oso se acercó a ella y comenzó a sobarla el culo. La separó las nalgas, admirando como su ojete se veía a ambos lados dl hilillo del tanga. La dió un par de sonoros azotes en el culo y comenzó a acariciar su coño por encima de la ropa interior.
No necesitó mucho tiempo para que la chica reaccionase a sus caricias. Erika estaba acostumbrada a tener sexo con gente y en situaciones que no la excitaban realmente, así que había aprendido a abstraerse y a disfrutar… Ya que tenía que hacerlo, que menos que intentar disfrutar también.
– ¡Mira esto! ¡Si lo está deseando! Tu hermana está chorreando como una perra.
Miranda se agitó, deseando con todas sus fuerzas destruir cada pedacito de aquel hombre, reduciendolo a una masa informe de musculos y sangre.
El Oso arrancó el tanga de Erika y se lo llevó a la nariz, aspirando el aroma a hembra que desprendía. Luego se acercó a Miranda, le bajó la mordaza, introdujo en la boca el tanga de su hermana y le colocó la mordaza de nuevo. Sin decir palabra, volvió a donde estaba Erika.
Dirigió la polla al húmedo coño que tenía delante y la introdujo de un sólo empellón.
Erika dejó escapar un gemido de placer. Recibió la polla de aquel negro entera sin protestar.
El hombre comenzó follarla con fuerza, no tenía miramientos con aquella zorra… Tampoco es que ella pareciese contrariada… La chica gemía y al poco, comenzó a mover sus caderas para acompañar las embestidas del Oso. Miraba al hombre con cara de lascivia, mordiéndose el labio inferior.
La chica pegó su cara en el suelo y se separó ella misma las nalgas, facilitando que la polla llegase lo más adentro posible.
El Oso no iba a aguantar más. Agarró a la chica de las caderas y comenzó a embestir con brutalidad. Los gemidos de la chica era lo único que se se oía en todo el edifio… Hasta que sonó la puerta.
Erika se apartó de golpe, quedándose tendida en un lado, y el Oso se quedó mirando a la puerta.
Unos segundos después, dos hombre aparecieron por ella.
Erika se quedó blanca de la impresión… No podía ser…
– ¡¡Lorena!!
– ¡¡Erika!!
La pelirroja iba detrás de los dos hombres, atada por las manos. Su ropa, destrozada y hecha jirones, su cara, llena de lágrimas.
– Piernas, ¿Quién es esta? – Preguntó el Oso.
– Parece que nuestra invitada venía con una amiguita… Estaba vigilando el edificio desde un coche…
– Vaya vaya… Eres una caja de sorpresas, ¿Eh? ¡Desnudadlas y atadlas a las tres! Tengo que hablar con vosotros…
Los hombres obedecieros solícitos. En unos minutos las tres mujeres estaban desnudas, atadas y amordazadas. Estaban las tres de espaldas a las demás, así que ni siquiera podían verse las caras.
Los hombres salieron de la habitación. Lo único que se escuchaba en la sala era el llanto de Lorena…
pARA CONTACTAR CON LA AUTORA