Con este capítulo finalizo mi serie más leída. Gracias a todos por esas 500.000 lecturas.
Esa noche al escuchar a mi tía narrarme como había emputecido a la madre de Belén comprendí que, habiéndose despojado de todos sus complejos, había llegado la hora para que volase ella sola.
Elena todavía no se había dado cuenta pero me dejó claro que estaba obsesionada con su nueva faceta dominante al decirme:
―Nunca pensé que esa puta se plegara tan rápido a mi autoridad y menos que sería tan excitante.
Con esa frase, dio por finalizado nuestro idilio porque involuntariamente olvidó que en teoría éramos cuatro: Aurora, su hija, ella y yo.
Supuse que acabado el verano tomaríamos rumbos diferentes, por eso decidí colaborar con ella en la completa sumisión de la madura, asumiendo que una vez rota nuestra sociedad nos repartiríamos nuestros activos:
«Mi tía se quedará con la madre mientras que yo tendré a la hija», pensé disgustado porque, no en vano, junto a ella había descubierto que la sexualidad no tenía límites.

A la mañana siguiente, Elena confirmó mis sospechas cuando me despertó sin mi acostumbrada mamada. Cabreado porque no me hubiese regalado con ella, me quejé y entonces, esa zorra me soltó:
―Tienes que ahorrar fuerzas para esta tarde.
―¿Qué tienes planeado?― pregunté todavía molesto.
Muerta de risa, contestó mientras me sacaba a rastras de la cama:
―Vas a llamar a tu sumisa para que venga a casa y antes que llegue quiero tenerlo todo preparado.
Que me diera la propiedad exclusiva de Belén era otro síntoma porque hasta ese momento, en teoría, éramos los dos los dueños de mi novia, por eso no queriendo profundizar en el tema únicamente insistí en que me contara cual era el plan completo:
―He pensado que Aurora y yo os espiemos mientras te la follas sin que lo sepa. Con ello espero incrementar en su madre el deseo de ver cumplida su fantasía.
Dando por sentado que mi tía aprovecharía el momento para emputecer aún más a esa zorra, le pedí que me contara como tenía previsto hacerlo.
Soltando una carcajada, me explicó:
―He pensado en ir a un sex―shop y comprar una serie de artilugios con los jugar. Habrá algunos para que tú los uses con la cría y otros que me reservaré para su madre.
La imagen me quedó clara. Elena quería que Aurora fuera testigo de la sumisión de su retoño para poder reforzar su entrega. Lo que no sabía exactamente era las herramientas que me iba a brindar para experimentar con la sumisión de Belén.
No queriendo anticipar acontecimientos, ayudé a mi tía a mover una de las camas al salón para que les resultara más fácil el observarnos sin que notáramos su presencia, tras lo cual y mientras ella salía de compras, me puse a pensar que era lo que realmente me convenía.
«Como nuestros caminos se separarán hoy, tengo que decidir qué es lo que voy a hacer con la morena», sentencié al percatarme que el único interés de Elena era el poner bruta a Aurora antes de emputecerla.
Asumiendo que debía velar por mis intereses, decidí ir por libre y modificar los planes de mi tía. Por eso nada más quedarme solo, llamé a Belén y quedé con ella en vernos en un café.
Mientras iba adonde habíamos quedado, repasé mi relación con ella, como habíamos empezado a salir, como lo habíamos dejado pero sobre todo en nuestro reencuentro gracias a Elena y que gracias a él, había descubierto su exacerbada sexualidad y su inclinación por la sumisión y el exhibicionismo.
«Me gusta mucho esta Belén», mascullé.
La certeza de mis sentimientos quedó patente en cuanto la vi y me encontré babeando totalmente embobado con ella. Vestida con un traje de cuero, esa morena era todo lo que un hombre podía desear de una mujer. Su lento caminar hacía de ella, una hembra sensual y excitante.
«Es el sumun del erotismo», decidí al percatarme del efecto que producía en mí.
Bajo mi pantalón, la erección que lucía mi sexo era una prueba irrebatible de lo que sentía por ella. La naturaleza de esa atracción me quedó clara cuando al saludarme, pegó su cuerpo al mío, mientras me decía:
―Tengo ganas que me hagas el amor.
La expresión de deseo de su rostro era tan genuina que no me cupo duda que estaba excitada.
―Yo también― contesté al tiempo que le confirmaba esa afirmación dando un suave magreo a su culo.
Belén al sentir mis manos en su trasero, no pudo reprimir un suspiro. Inmediatamente afloraron en su camisa dos reveladores botones y restregando su sexo contra mi bragueta, me rogó que nos fuéramos a mi casa.
―No podemos, mi tía te está preparando una encerrona― confesé.
―¿Qué tipo de encerrona?― preguntó sorprendida.
Tomándola del brazo, la obligué a sentarse y llamando al camarero, pedí dos cervezas. Aproveché el tiempo que tardó en traerlas para que ordenar mis ideas y cómo de nada servía andar con paños calienta, una vez solos, le solté:
―Quiere que tu madre vea como te domino para así conseguir emputecerla aún más― dije dando por sentado que sabía que tanto Elena como yo nos andábamos tirando a su vieja.
Al enterarse de esa forma tan poco sutil del desliz de su progenitora, se cabreó y me exigió que le explicara cómo había sido. Por ello, no me quedó otra que narrarle que se me había insinuado en la playa y que a raíz de eso, no solo nos la habíamos follado entre los dos sino también le conté como las había sorprendido en mi casa.
―¡No me jodas! Sabía que mi madre es una puta, pero nunca me imaginé que lo fuera de esa manera― exclamó tras conocer los escabrosos detalles de la escena en la que hallé a su madre atada y a mi tía sodomizándola mientras la grababa.
Intentando tranquilizarla, le comenté quitando hierro al asunto que ella había heredado los mismos gustos.
―No exageres. A ti también te gusta ser sumisa.
Mi respuesta lejos de tranquilizarla, la exasperó y de muy mala leche, me exigió que quería ver esa película. Aunque traté de escaquearme, ella se mantuvo en sus trece y dando mi brazo a torcer, le reconocí que Elena me la había mandado al móvil.
―¿La tienes aquí?― al comprender por mi cara que era así, insistió en que se la mostrase.
―Tú misma― respondí y creyendo que había jodido nuestra relación para siempre, le di mi teléfono.
Nada más tenerlo en su poder, buscó el video y le dio al play. Durante unos minutos, fui testigo de su reacción al comprobar que no le metía. Si al principio mi novia estaba escandalizada al observar lo mucho que su madre disfrutaba con los latigazos de Elena, poco a poco su indignación fue menguando siendo sustituida por una extraña determinación.
La gota que colmó su paciencia fue cuando la oyó decirle a mi tía que su fantasía secreta consistía en comerle el coño a su retoño. Invadida por una ira sin límite, apagó el móvil y me dijo:
―Quiero hacerlo.
―¿El qué?― pregunté francamente preocupado al observar el brillo intenso de sus ojos.
Soltando una gélida carcajada, contestó:
―Si esa puta quiere ver cómo mi amo me domina, no podemos negarle ese capricho…
La encerrona.
Al llegar a casa estaba nervioso. No en vano había traicionado a mi tía al revelarle a Belén sus planes pero, como teoría había conseguido sacar a esa morena su compromiso para actuar como si no supiera nada, decidí ser hipócrita. Por eso cuando me la encontré en mitad del salón, le pregunté por sus compras.
―Te van a encantar― muerta de risa contestó y sacando una bolsa con diferentes aditamentos de dominación, me los fue enseñando uno a uno.
A ese arsenal, no le faltaba de nada. Había esposas, látigos, cuerdas, cadenas e incluso una docena de pinzas para pezones.
―¡Cómo te pasas!― descojonado solté al hallar un arnés al que estaba adosado un descomunal falo más propio de un burro que de un humano.
La desmesura de su tamaño hacía imposible que la anatomía de una mujer pudiera absorberlo. Al hacerle ver ese detalle, Elena con una pícara sonrisa respondió:
―Yo haré que le quepa.
No queriendo siquiera conocer cual eran sus planes, me metí a duchar mientras ella terminaba de organizar la velada. Bajo el chorro, os he de confesar que estaba nervioso por el resultado de esa noche y por ello sin casi secarme, me vestí y bajé a ver lo que con tanto sigilo había preparado mi tía.
Ni que decir tiene que me quedé alucinado al encontrar en mitad del salón un poste de tortura.
«Joder, nunca había visto algo parecido», pensé y recorriendo la superficie de ese mástil tan usado en dominación, descubrí unas esposas adheridas a la altura de mis ojos.
Solo imaginarme a Belén atada a esa madera, me puso verraco. Gracias a ello y aún sin tenerlas todas conmigo, esperanzado deseé que al entrar en esa habitación pudiesen más sus inclinaciones sumisas que el cabreo que tenía y que me dejara hacer uso de ese medieval instrumento de tortura con ella de protagonista.
Estaba todavía admirando esa artilugio, cuando entrando en la habitación, mi tía preguntó:
―¿A qué hora has quedado con la putita?
No sé si fue por la sorpresa o por la vergüenza de ser pillado espiando sus preparativos, pero solo pude contestar que mi novia llegaría sobre las siete.
―Estupendo, así tendremos tiempo para que me ayudes con su madre.
―¿Cuál es tu plan?
Elena me anticipó que era bastante perverso y soltando una carcajada, me explicó:
―Pienso estrenar esto con Aurora y dependiendo de cómo se comporte, dejaré que vea como tú lo usas con su hija.
No estaba muy seguro de querer participar porque no en vano, el sado me iba poco. Una cosa era dar unos azotes y otra cosa bien distinta era ser parte activa de un cruel suplicio. Conociendo el temperamento de Elena, no me cupo duda alguna que esa tarde iba a castigar duramente a su sumisa.
―¿Cómo quieres que te ayude?― insistí.
―Quiero que esa guarra sepa quién es su dueña. Para ello necesito que vea que está a mi merced.
―No me has contestado. ¿Cuál será mi función?
Muerta de risa, contestó:
―Yo daré las órdenes y tú serás mi verdugo.
―¿Me estás pidiendo qué sea yo quien la torture?
―Esa es la idea― con tono tranquilo, contestó.
El papel que me tenía reservado me escandalizó. Ni me gustaba ser quien provocara dolor y menos me apetecía ser un perrito faldero que se limitara a obedecer. Por ello, alzando la voz, me negué en rotundo.
―¡Lo haré yo!― escuché que alguien decía desde la puerta.
Al girarme me encontré a Belén mirándonos. Tras la sorpresa inicial de verla ahí, noté que seguía enfadada. Sus ojos, la expresión de su cara, todo su ser radiaba odio. La propuesta aun así me pareció una locura y por ello, cogiéndola del brazo me la llevé a otra habitación. Una vez solos, le prohibí participar pero entonces con lágrimas en los ojos, la morena expuso los motivos que tenía para hacerlo diciendo:
―No te enfades pero si llegué antes fue únicamente para pedirte que me ayudaras a vengarme de esas dos zorras. Se lo merecen: mi madre por puta y tu tía por cabrona.
Supe que tenía razón, tanto Aurora como Elena eran acreedoras a un escarmiento pero lo que no tenía tan claro era que participar en ese juego, le sirviera de venganza. Al exponerle mis reparos, me contestó:
―¡Me lo debes! Yo te he prometido ser totalmente tuya y tú juraste protegerme. ¿Qué clase de amo serías si no me defiendes?
El brillo de sus ojos y esa respuesta me desarmaron. Tras pensármelo durante unos segundos, accedí y de su brazo, volví donde mi tía nos esperaba. Una vez allí, le dije:
―Seremos los dos quienes te echemos un capote.
Elena, que desconocía por completo nuestra conversación, aceptó de inmediato y detallando los pormenores de su plan, nos dio una serie de instrucciones antes de irse a prepararse para la sesión.
Nada más verla desaparecer, mi novia y mientras empezaba a acariciar mi entrepierna, susurró en mi oído:
―No sé cómo agradecerte lo que vas a hacer por mí― su expresión enamorada y la sensualidad de sus caricias despertaron mi sexo y antes de darle tiempo de bajar mi bragueta, este ya estaba totalmente erecto.
Belén sonrió satisfecha al sacar mi erección y demostrando lo mucho que había aprendido desde que nos habíamos reencontrado, me pidió que me sentara en el sillón.
―Mi dueño necesita relajarse― murmuró.
Sin más prolegómenos, se arrodilló y acercó sexo hasta sus labios. La urgencia con la que se puso a devorar mi extensión, me informó de su entrega. Belén obviando que en menos de media hora a buen seguro tendría que usar esa herramienta, se la fue introduciendo lentamente en la boca hasta que sus labios tocaron su base.
―Me vas a dejar seco― mascullé divertido mientras presionaba su cabeza con mis manos, forzándola a proseguir su mamada.
Sin quejarse, se entregó a cumplir mis deseos y no pasó mucho tiempo para que gruñera admirado al disfrutar de la forma en la que mi pene se acomodaba perfectamente a su garganta. La humedad de su boca y la calidez de su aliento hicieron el resto y excitado por sus maniobras, todo mi cuerpo comenzó a sentir las primeras trazas de placer que poco a poco lo iban dominando.
Saber que Belén me estaba ordeñando por propia iniciativa y sentir que ponía todo su interés en ello, hizo que me corriera brutalmente en sus labios. Mi novia, recalcando su obsesión, no le hizo ascos a mi semen y prolongando su mamada, consiguió beberse toda mi simiente sin que ni una gota manchara su traje.
El deseo que descubrí en su rostro al terminar, me calentó nuevamente y levantándome de mi asiento, la obligué a apoyar su pecho sobre el sofá. Al hacerlo, su culo en pompa se convirtió en una tentación lo suficientemente atractiva para que nadie en su sano juicio, pudiera no caer en ella. Por eso bajándole las bragas, usé mis manos para separar esas dos duras nalgas y con la música de sus gemidos en mi mente, comencé a recorrer con mi glande los pliegues de su sexo.
―Me vuelves loca― aulló la morena al sentirlo. A punto de correrse, sin mediar palabra, extendió su mano hacia atrás y agarrando mi pene, lo colocó en su entrada.
Belén dejó clara su necesidad de ser tomada cuando usando un lento movimiento de caderas comenzó a introducírselo en su interior. Al escuchar sus gemidos, supe que era el momento y de un solo golpe, embutí todo mi falo dentro de ella.
―¡Fóllame! ¡Lo necesito!― gritó fuera de sí.
No tuvo que repetírmelo dos veces y usándola como una lanza con la que machacar su coño, mi extensión se hizo su dueña mientras esa morena hacia verdaderos esfuerzos para no gritar.
―Me encanta― exclamó a sentir como todo su ser hervía con cada penetración.
Su calentura se me contagió y con un pequeño azote, incrementé la velocidad de mis ataques.
―¡Dios! ¡No pares!― chilló descompuesta.
Ni que decir tiene que sus palabras me sirvieron de acicate y mientras asaltaba su cuerpo con mi verga, seguí azotando su trasero con nalgadas. Disfrutando de esas rudas caricias, esa muchacha se las ingenió para con una mano masturbarse sin perder el equilibrio.
―¡Disfruta de tu sierva!― pidió dando un aullido.
Fue entonces cuando comprendí que necesitaba sentir mi dominio y por ello aceleré mis caderas, convirtiendo mi ritmo en un alocado galope. Al experimentar el modo en que mis huevos estaban rebotando contra su sexo, se volvió loca y presa de un frenesí que daba miedo, buscó que mi pene la apuñalara sin compasión.
―Me corro― chilló al sentir que la llenaba por completo y antes de poder hacer algo por evitarlo, se desplomó sobre el sofá.
Al correrse, la humedad de su coño facilitó mis incursiones y azuzado con sus gritos, seguí cogiéndomela sin descanso. La entrega que demostró, aceleró mi placer, de forma que no tardé en sentir que se aproximaba mi propio orgasmo e incapaz de retener más mi orgasmo, me dejé llevar derramando mi simiente en su interior.
Una vez saciada nuestra sed de placer, durante unos minutos nos estuvimos besando como si esa hubiese sido nuestra primera vez. Viendo que se acercaba la hora en la que teóricamente Aurora iba a hacer su aparición, nos acomodamos la ropa y subimos a la planta superior porque tal y como habíamos quedado con mi tía, no debía vernos hasta que, ya atada, nos avisara.
Curiosamente al llegar a mi habitación, el rostro de mi novia mostraba una extraña desazón. Al preguntarle que ocurría, contestó:
―Quiero hacerte una pregunta pero me da miedo tu respuesta.
Intuyendo a lo que se refería, la besé y le dije:
―Pase lo que pase, nada podrá separarnos.
La sonrisa y la cara de alegría con la que recibió mis palabras, me informaron que había acertado pero aún así, esa morena no pudo dejar de insistir diciendo:
―Sé que es tu tía pero… ¿dejarás que sea yo quien la castigue?
Si saber a qué atenerme, contesté imitando su pregunta:
―Sé que es tu madre pero… ¿no te molestara ver cómo la enculo?
Soltando una carcajada, respondió:
―Al contrario, estoy deseando que sodomices a esa puta en mi presencia…

Aurora llega a la casa.
Ignorando que iba a ser la protagonista principal de esa velada, la madre de Belén aterrizó puntual en el chalet. Mientras subía por las escaleras de la entrada, no pudo dejar de sentir un escalofrío al recordar su entrega el día anterior. Todavía no se lo podía creer:
“Se había comportado como una obediente sumisa en manos de una mujer y lo que menos le cabía en la cabeza, ¡le había gustado!”
Sabía que bajo esa fachada de esposa fiel, se escondía una sexualidad desacerbada pero aun así le resultaba complicado reconocer no solo que tenía inclinaciones lésbicas sino también que su mayor fantasía siempre había consistido en ser dominada.
Por ello cuando Elena la abordó, no pudo reaccionar ya que en lo más hondo de su mente, siempre había deseado que alguien la violara.
«¿Cómo pudo descubrir esa faceta en mí?», se había repetido desde entonces. Si ya de por si eso fue grave, lo peor era que cada vez que recordaba la forma en que había abusado de ella, no conseguía evitar excitarse.
Incluso en ese momento, le costaba reconocer que tenía los pezones duros como piedras y que bajo las bragas de negro satén que Elena le había ordenado portar su sexo estaba húmedo. Por eso dudó un segundo antes de tocar el timbre de esa puerta y solo el saber que tras ella, iba a obtener una nueva dosis de placer, le dio los ánimos suficientes para llamar.

Mi tía estaba esperándola desde hacía rato. Llevaba toda la tarde preparando ese momento y por eso al abrir, Aurora se quedó con la boca abierta al verla vestida con un corsé negro y una fusta en su mano.
―¿A qué esperas? Lame mis botas― ordenó con tono duro.
La madre de Belén no se esperaba ese recibimiento pero tras un instante de vacilación, se agachó frente a ella y sacando su lengua se puso a relamer el brillante cuero de sus zapatos.
Desde nuestro puesto de observación, no me cupo duda de la excitación de esa cuarentona al hacerlo porque bajo su blusa, dos enormes bultos fueron la prueba incontestable de su calentura.
―Mira lo zorra que es mi vieja― susurró mi novia en mi oído –se nota que viene dispuesta a todo.
No pude contradecirle porque era verdad. La pasión con la que se entregó a tan humillante papel, revelaba su predilección por lo sumiso. Tampoco le comenté que ella había heredado esa misma vocación, lo que en cambio sí hice fue acercarla con mi brazo y mientras espiaba a esas dos, comenzar a acariciarle el trasero.
―No seas malo― me dijo en voz baja sin rechazar mi magreo.
Entretanto, Elena había colocado en el cuello de su esclava un collar y obligándola a ir a gatas, la llevó hasta el salón. Una vez allí, le ordenó que se desvistiera diciendo:
―Las perras no llevan ropa.
La que algún día pudiera terminar siendo mi suegra, obedeció al instante e iniciando un lento striptease, fue desabrochando uno a uno los botones de su camisa mientras su dueña la miraba embelesada. Esa mirada de deseo no pasó desapercibida a Belén y pegando sus pechos a mi cuerpo, murmuró:
―Fíjate, tu tía también está bruta.
Era cierto. Para entonces Aurora se había despojado de la blusa y sensualmente estaba poniendo sus tetas al alcance de su ama. Para Elena, eso resultó una tentación imposible de repeler y olvidando su papel, comenzó a mamar de ellos en plan golosa.
―¡Será puta!― gruñó enfadada mi novia al ser testigo de la cara de placer que ponía su madre mientras la otra mujer le chupaba las negras areolas― Estoy deseando darles un buen escarmiento a esas dos.
No me expliquéis el por qué pero en ese instante comprendí que gran parte de su cabreo era porque interiormente esa escena la estaba excitando. Aprovechándome de ello, levanté su falda y comencé a manosear su culo desnudo mientras ella no dejaba de espiar lo que ocurría en el otro cuarto. Obviando mis caricias mi novia, al ver que su madre se había desprendido de sus bragas, comentó:
―¡Tiene el coño totalmente depilado!
Sonreí al saber la razón de esa desforestación, ¡mi tía le había obligado a rasurárselo! Estuve a punto de contárselo, pero justo cuando lo iba a hacer, Elena la puso a cuatro patas y ante la mirada escandalizada de su hija, le incrustó un dildo por el culo mientras le decía:
―Si te portas bien, esta noche tendrás un premio que no te esperas.
Lejos de quejarse por la profanación de la que estaba siendo objeto, la cuarentona gimió descompuesta de placer y aún más cuando mi tía comenzó a descargar sonoros azotes en cada una de sus nalgas. Entre tanto, mis dedos se habían hecho fuertes en el coño de Belén y sin ningún disimulo, la estaban masturbando mientras ella no perdía de vista lo que ocurría en la otra habitación.
«Está jodidamente cachonda», sentencié al advertir lo encharcado de su coño.
Intentando retrasar lo inevitable, mi novia juntó sus rodillas sin darse cuenta que eso iba a acelerar las cosas. Por ello y mientras los pezones de su vieja eran objeto de pellizcos, no pudo contener más la excitación y con lentos movimientos de su pubis, se corrió entre mis dedos.
―¡Dios!― susurró al ver que mi tía se volvía a sentar y que separando las piernas, ordenaba a la otra que le comiera el chocho ― ¡Necesito que me folles!
Mientras Aurora hundía su cara entre los muslos de su dueña, me desabroché el pantalón y saqué mi extensión de su encierro. Tras lo cual, coloqué a Belén ligeramente hacia delante y me dediqué a juguetear con mi glande en los pliegues de su sexo sin metérsela.
―Se nota que no es su primer coño― protestó al ver la maestría con la que su madre daba los primeros lengüetazos en la vulva de mi tía.
Para mí, lo que ocurriera a pocos metros ya me traía al pairo y concentrándome en la mujer que tenía entre mis piernas, fui sumergiendo mi verga lentamente en su interior. A pesar de la cantidad de flujo que anegaba el coño de mi novia, me pareció gratamente estrecho. Hoy sé que cuando Belén está sumamente excitada, sus labios vaginales se le hinchan de tanto que reducen el diámetro de su conducto y se incrementa así la presión sobre mi pene.
Lo cierto es que fue ella la que forzó la penetración con un movimiento de caderas de forma que al mismo tiempo que la lengua de su vieja se follaba a mi tía, Belén sintió mi verga chocando contra la pared de su vagina.
―Eres una mamadora excelente― rugió Elena al sentir la cercanía de su orgasmo y presionando la cabeza de la sumisa contra su coño, forzó aún más el contacto.
Las palabras de esa mujer lejos de humillar a Aurora, la azuzaron a seguir mamando con mayor ansía y mientras su duela se retorcía de placer, aprovechó para comenzarse a masturbar ella misma.
―Es todavía más puta de lo que me decías― rugió su hija al verlo y comportándose de un modo parecido a su progenitora, incrementó el ritmo con el que sus caderas estaban ordeñando mi miembro.
―De tal palo, tal astilla― comenté divertido en su oreja.
Que la comparara con ella, encabronó a mi novia y tratando de zafarse de mi ataque, intentó darme una patada pero apoyando mi mano sobre sus hombros, no solo evité que se largara sino que aceleré el compás de mi follada. Mis duras penetraciones sí consiguieron su objetivo y pegando un chillido, se volvió a correr mientras oía que en el otro cuarto, su madre preguntaba quien estaba ahí.
―Tu premio, querida esclava― respondió Elena obligando a la mujer a reanudar lo que estaba haciendo y llamándonos a su lado, me dejó insatisfecho y con la polla tiesa.
Al entrar en el salón, fuimos testigos del modo en que Aurora se corría mientras era descubierta por su hija.
―¡Menuda guarra tengo por madre!― le espetó mi novia al ver a su ascendiente retorcerse en el suelo cual vil fulana y sin esperar a que mi tía le diera la orden, agarró a mi futura suegra del pelo y la ató al poste mientras le decía:―He visto el video donde reconoces que te gustaría follarme. Tendrá que ser otro día, porque hoy será otro el que te encule.
Belén no se apiadó de las lágrimas de la mujer y quitando la fusta de las manos de Elena, soltó un primer golpe sobre las nalgas desnudas de su vieja. La cuarentona intentó liberarse pero las esposas de sus muñecas se lo impidieron y viendo que era inútil, buscó que fuera la propia muchacha quien la desatara, diciendo:
―Quítame estos grilletes, ¡soy tu madre!
El tono imperioso con el que dio esa orden consiguió el efecto contrario, cabreada, su retoño le soltó una serie de mandobles sobre sus cachetes mientras a su lado, mi tía observaba satisfecha.
―Sigue, dale duro. ¡Qué aprenda!― ordenó creyendo todavía que la cría estaba siguiendo sus instrucciones. La mirada de desprecio que le dirigió mi novia debió de ponerle de sobre aviso pero Elena estaba tan absorta en su papel de ama que solo tenía ojos para el adolorido culo de Aurora.
Ya lanzada, Belén siguió castigando ese trasero con gran violencia. Su intento de descargar todo su resentimiento fracasó porque al cabo de un buen número de golpes, el dolor que sentía su víctima se transformó en placer y disfrutando como la perra que era, le pidió que no parara.
Al comprobar mi tía el estado febril de su sumisa, sacó de una bolsa un arnés que llevaba adosado un enorme pene y mirando a mi novia, le preguntó si quería ser ella quien lo usara.
―Me encantaría― contestó la muchacha y quitándoselo de las manos, se lo empezó a ajustar a la cintura.
Os reconozco que la imagen de esa cría con semejante aparato entre las piernas, me impactó. A quien también sorprendió pero de otro modo fue a Elena, que acercándose a Belén y mientras acariciaba uno de sus pechos, le dijo:
―Estás preciosa.
Mi novia vio en esa caricia la oportunidad de vengarse y llevando su boca hasta los labios de mi tía, la besó. Elena, en ese momento, creyó acertado demostrar a su sumisa quien mandaba y restregando su culo contra ese enorme falo, se lo fue introduciendo en su sexo mientras observaba la reacción de la que estaba atada:
―Zorra, mira cómo me folla tu hija.
Aurora se vio abrumada por el deseo y retorciéndose en el poste, rogó a su dueña que me ordenara hacer uso de ella. No hizo falta que me dijera nada, azuzado por tanto estímulo, ya estaba bruto. Por eso, arrimándome a mi suegra, usé mis manos para separar sus duras nalgas y cogiendo mi falo, se lo incrusté de un solo golpe.
La cuarentona al experimentar la brutal manera con la que la estaba rompiendo el culo, comenzó a chillar rogando que me apiadara de ella.
―Disfruta zorra― respondió Elena― una esclava está hecha para sufrir― y recalcando su dominio, arrimándose hasta el poste, pellizcó duramente una de sus areolas.
Ese acto fue su perdición porque al ver lo cerca que estaba de las otras esposas, Belén se aprovechó de ello y con un movimiento rápido, consiguió cerrarlas alrededor de las muñecas de mi tía.
―¿Qué coño haces?― protestó su víctima.
Mi novia, soltando una carcajada, le respondió:
―Tengo ganas de romperte ese culito maduro.
Acto seguido recogiendo del suelo la fusta, descargó toda su ira sobre ella mientras Elena no paraba de gritar que la dejara. Belén, lejos de obedecer, reaccionó incrementando la dureza de sus golpes mientras, a su lado, yo seguía sodomizando a su madre.
―Sobrino, ¡haz algo!― dijo pidiendo mi ayuda.
Muerto de risa, contesté:
―Ya lo hago, ¿no me ves enculando a tu zorra?
Mi respuesta la paralizó al comprender que estaba indefensa. Sin darse cuenta, se había quedado quieta y fue entonces cuando Belén consiguió hundir el enorme pene que llevaba adosado en su culo.
―¡Aaahhhh!― gritó al sentir su ojete desgarrarse.

―Ama, ¡me corro!― aulló mi víctima y sintiendo que estaba traicionando la confianza de su dueña, buscó el consuelo de sus labios.
Mi tía que estaba siendo objeto de un sufrimiento atroz, vio en ese beso una forma de olvidar su ignominia y respondió con pasión mientras a su espalda, Belén seguía metiendo y sacando ese enorme instrumento de plástico de su culo.
―Relájate y disfruta― la comenté, sonriendo, al ver ese lésbico beso con el que nuestras cautivas nos regalaron.
Queriendo incrementar la humillación a la que la tenía sometida, Belén llevó las manos a los pechos de Elena y cogiendo esos negros pezones entre sus dedos, los comenzó a retorcer con saña.
―Ummmm― gimió mi familiar al notar que esa caricia era de su agrado y contra todo pronóstico, notó cómo su coño se le encharcaba.
Qué estuviera gozando, desarboló a mi novia al no conseguir humillarla sino hacerla disfrutar y tratando de evitarlo, recomenzó los azotes sobre el culo de su montura.
―¡Muérdeme los pechos!― ordenó a su sumisa y dejando claro que estaba saboreando cada uno de esos golpes, en cuanto notó la boca de Aurora en sus pezones se corrió.
―¡Será puta!― rugió Belén todavía más cabreada al comprobar que, retorciéndose agarrada al poste, mi tía no paraba de gritar presa de la lujuria mientras la cuarentona mamaba de sus pechos y la hija de esta martilleaba su trasero.
Viendo que ya había sido un castigo suficiente y que todavía no había conseguido correrme, liberé a ambas y acercándome a mi novia, le quité el arnés mientras se quejaba amargamente de su fracaso.
―Vámonos a mi cama― le pedí al tiempo que la agarraba en mis brazos.
Belén apoyando su cara en mi pecho, comenzó a llorar desconsoladamente al ver que en el suelo, mi tía y su madre olvidaban lo sufrido y entrelazando sus piernas, se buscaban una a la otra…

Epílogo
De esta historia han pasado ya diez años. Durante un tiempo, Belén y yo fuimos novios y disfrutamos del sexo en todas sus variantes pero al final cada uno se fue por su lado y aunque seguimos siendo amigos, nuestra relación quedó en el olvido.
En cambio, Aurora dejó a su marido y junto con Elena, formó un nuevo hogar. Autoproclamadas lesbianas buscaron afianzar su unión con un retoño y por medio de la inseminación, se convirtieron en madres.
Un par de veces al año, me reúno con las tres y recordamos ese verano con añoranza.

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