El caso del perro violador. Capítulo 3.
 Nota de la autora: gracias por vuestros comentarios, chic@s, particularmente a Aurora la diosa, a E
ros, a Girl, a Alphamon, a Jubilado, a Germán_becquer, y Rulo2RH. y a todos los lectores que permiten que esta historia continúe. Comentarios más extensos o privados, por favor, a
janis.estigma@hotmail.es
Elsa, con la pausa pulsada, alternó su mirada de la pantalla del portátil a la chica tumbada frente a ella, a unos metros, que seguía ignorante de todo y tumbada de bruces, jugando con su pequeño ordenador. No había duda alguna, era ella, solo que algunos años más joven. Se la veía más niña, más infantil, pero igual de rubia.
Vestía lo que parecía ser un uniforme escolar, de falda azul, calcetas blancas, y camisa clara, con escudo bordado en el bolsillo. Elsa no se atrevió a hacer ningún movimiento, como si Belle se pudiera dar cuenta de que era lo que estaba visionando. Quería parar, quería detenerse, pero algo en su interior la forzaba a mirar aquello, aún sabiendo lo que iba a ocurrir.
Por Dios, ¿cómo era posible que aquella belleza adolescente, llena de pureza e inocencia, hubiera sido degradada miserablemente por unas mentes enfermas?
Tenía que verlo con sus propios ojos para poder creérselo; tenía que palpar la herida, como Tomás, el Incrédulo. Y así vio y contempló como desnudaron a la niña, como la manosearon y besaron, como la prepararon para aquella bestia babeante que tiraba de las manos que la sujetaban. Belle parecía muy asustada, e intentaba tapar su cuerpo, sin conseguirlo. Apenas tenía pecho, más que dos pezones puntiagudos, quizás erizados por el propio miedo, y el vello de su pubis apenas se notaba, entre escaso y tan rubio.
Un nudo se formó en la garganta de Elsa, imaginándose el dolor que sentiría en unos minutos. No importaba lo que había visionado antes. Aunque siendo algo brutal, no conocía a aquellas mujeres, y su lástima estaba supeditada a algo moral e imaginativo. Pero si conocía a Belle, de hecho, la tenía delante. Eso elevaba la congoja a límites insospechados, aún sabiendo de ella muy poco.
La observó gozar, a su pesar, con los incansables lametones del perro. La vio debatirse cuando ya no pudo soportarlos más. La contempló aullar cuando insertó aquel pene animal. Y, finalmente, admiró su entereza cuando se hizo un ovillo para llorar, al terminar su suplicio.
Al menos, su presencia avalaba que aquellas mujeres dejaban en libertad después a sus víctimas. Elsa tenía muchas reservas sobre eso, ya que las tres aparecían a cara descubierta. ¿Cómo controlaban a sus víctimas? ¿Chantaje? ¿Miedo?
Pero, lo más importante de todo… ¿Qué hacía Belle allí, con ella? ¿Era una coincidencia? No, Elsa no creía en ellas. La probabilidad que una de las víctimas del caso que estaba investigando tropezara con ella, en una ciudad como Los Ángeles, era astronómica, una entre millones. Belle estaba allí por un motivo y debía averiguarlo.
Por eso mismo, apagó el portátil y apagó la lamparita.
―           Buenas noches, Belle – dijo, poniéndose de costado.
―           Buenas noches, Elsa.
Elsa tomó la decisión, en ese momento, que Belle debía seguir con ella, a mano, por lo que pudiera descubrir. Tenía que pensar como tomar ventaja de lo que había descubierto y, por otra parte, debía pensar cómo decirle a Belle que lo sabía.
Era evidente que la chica escondía su pasado. Algo totalmente excusable, por cierto. La miró atentamente, amparada por las sombras que la rodeaban. Al otro lado de la estancia, el rostro y contorno de Belle estaban iluminados tan solo por el resplandor de su pequeña pantalla. Sonreía, de vez en cuando, leyendo algo que le hacía gracia, y seguía balanceando sus tobillos en el aire. Aquel movimiento pausado y distraído, agitaba levemente sus nalgas, bajo la braguita de algodón.
“Que hermosa es. Es como un hada surgida de un cuento”, pensó Elsa mientras su mano, inconscientemente, buscaba el camino entre sus muslos. Cuando se dio cuenta, se giró bruscamente, para obligarse a dormir de una vez, pero no lo consiguió hasta mucho más tarde, y resultó ser un suplicio.
DIARIO DE BELLE: Entrada 5 / Fecha: 18-4-…
 ¡No esperaba que dormir en la misma habitación que Elsa pudiera resultar tan duro! Contemplarla así, tan relajada, tan frágil, sobre la cama… Su expresión se vuelve bellísima cuando está dormida. Me he pasado, al menos, una hora mirándola. Claro que también he mirado su tremendo culo (jijijij). ¿Qué me pasa con ella? Apenas la conozco y la tengo siempre en la mente. ¿Qué espero de ella?
Desde que me ha confesado que es lesbiana, no me la puedo quitar de la cabeza.
Me he fugado de casa y me escondo en su apartamento. Bueno, “fugado” es un término subjetivo. Soy mayor de edad. He abandonado la vigilancia de mi tutora, Lana. Así está mejor dicho (o escrito). Lo único que deseo es que me proteja, que me sirva de ancla para poder agarrarme a ella, para poder frenarme en mis pecados… Oooh, ¿tendré valor para confesarme ante Elsa? He cometido tantos…
 Fin de entrada.
Elsa abrió la puerta del frigorífico y, de un vistazo, dio un somero repaso a la escasez de sus provisiones. Medio cartón de leche, un yogurt – posiblemente caducado –, un bote de Ketchup y otro de mostaza, una botella de Merlot, abierta la noche anterior, y un poco de queso, algo reseco. Ahora tenía una invitada, había que reponer existencias.
Belle estaba en la ducha. Elsa se sorprendió cuando, al despertar, descubrió que la joven estaba ya despierta y mirándola. Elsa dormía poco, acostumbrada por su beligerante vida. Con cuatro o cinco horas, siempre que no hubiera consumido alcohol, tenía casi suficiente, pero una chiquilla como Belle necesitaría más horas.
―           ¿Mala noche? – le preguntó, con una sonrisa.
―           No, ¿por qué?
―           Es temprano aún.
Belle se encogió de hombros, la cabeza apoyada en una mano, echada de costado en el cómodo sofá. Sus ojos se entrecerraron cuando Elsa se levantó de la cama y se quitó la camiseta. Sus enhiestos senos, trabajados por el ejercicio, botaron, libres de sujeción alguna.
―           ¡Venga! Me ducho en cinco minutos y todo el baño para ti – la ánimo la detective, entrando en el cuarto de baño.
Mientras los chorros de agua caían sobre su nuca, Elsa repasaba cuanto había visto en el DVD, la víspera. Se reafirmó en su idea de mantener a Belle cerca y sonsacarla más. ¿Los colombianos a los que se refería, tenían algo que ver con la violación? ¿Una red de esclavitud o algo parecido?
Información, necesitaba más datos. Necesitaban comida… Sonrió al llegar a esa conclusión, y cerró el frigorífico. Estaba algo dispersa esa mañana. Elsa era de esas personas que tienen que comer algo al levantarse, pero no había nada apetecible en casa.
Belle salió del cuarto de baño, secándose el pelo con una toalla. Llevaba puesto el albornoz que antes había utilizado Elsa. “También algo de ropa para Belle. No puede llevar gran cosa en esa mochila”, pensó.
―           He pensado que podríamos desayunar fuera e ir de compras. La nevera está más vacía que el ojo de un tuerto – dijo Elsa, con una de sus peculiares bromas. – Y, a lo mejor, te vendrían bien unas cosillas…
―           ¿Cosillas?
―           Gel, un cepillo de dientes, un cepillo suave para ese bonito pelo… un par de camisetas… no sé… ¿Tampones?
Belle se echó a reír, comprendiendo.
―           Salí casi con lo puesto – se excusó la joven.
―           Eso suponía. Si vas a quedarte aquí, un tiempo, mejor será que te acomodes, ¿no?
Los ojos de Belle se agrandaron enormemente.
―           ¿Me quedo?
―           Si…
Sin darle tiempo a reaccionar, Belle saltó sobre Elsa, abrazándose a su cuello. El albornoz se abrió y sus menudos senos se apretaron contra el firme pecho de Elsa, haciéndole tragar saliva.
―           ¡Gracias, muchas gracias!
―           Vístete, que nos vamos.
Belle besó su mejilla y se giró, dejando caer el albornoz con un suave movimiento de hombros. Quedó desnuda en medio de la sala, caminando hacia donde estaba su mochila. Elsa no pudo dejar de admirar aquel cuerpo joven y vibrante, sutilmente perfecto y totalmente tentador. Su cabello mojado tomaba una tonalidad algo más oscura, pegado a la piel de su espalda. Elsa tuvo que darse la vuelta, inmersa en unos sentimientos que la desbordaban.
“¿Qué me pasa? ¿Por qué pierdo el control?”
Belle se vistió ante ella, sin ningún pudor. Unas braguitas blancas y un sujetador que no hacía juego ni de coña. Elsa se mordió una uña. Había que comprarle ropa, seguro. Finalmente, Belle se puso los jeans rotos que traía la noche en que se conocieron, y una camiseta rosa, con la efigie de Silver Surfer sobre su tabla. Se calzó sus deportivas y se giró para mirar a Elsa. Incluso así, la detective pensó que era una diosa.
―           ¡Vámonos! – exclamó la rubita, alegre.
Elsa la llevó al Kat’s Corner, la presentó a Katherine, algo que había hecho muy pocas veces con otras personas, y se atiborraron de tortitas con caramelo. Belle parecía comer a dos carrillos, con ansias, y Elsa se reía.
―           ¡Deliciosas! ¡Madre mía! Nunca había probado… — decía con la boca llena, sin importarle que los clientes de otras mesas la miraran.
―           ¡SSshhh! Niña, con tranquilidad, que te van a sentar mal…
Tras el desayuno, Elsa condujo hasta su oficina. Dejó el destartalado Buick contra la acera, con los intermitentes encendidos.
―           ¿Trabajas aquí? – preguntó Belle.
―           Si. Sexta planta.
Entraron en el vestíbulo.
―           Buenos días, Vicent – saludó Elsa al conserje.
―           Buenos días, señorita Burke.
Johanna estaba quitando el polvo de los cuadros y sillones con un plumerito realmente cursi. Su rostro se alegró cuando vio entrar a Elsa y sus hormonas desarregladas por el embarazo la impulsaron a darle efusivamente dos besazos en las mejillas, sin ni siquiera mirar que no venía sola. Johanna se quedó cortada, con una pierna aún flexionada y las manos sobre los hombros de Elsa, mirando a Belle por encima de uno de ellos.
―           Johanna, esta es Belle, una… cliente. Belle, ella es Johanna, mi secretaria y amiga personal – hizo las presentaciones.
―           Encantada, jovencita – Johanna se subió las gafas sobre el puente de la nariz y alargó la mano. Belle se la estrechó, estudiando a la mulata.
―           Lo mismo digo, Johanna.
―           ¿Algo nuevo? – preguntó Elsa, avanzando hacia su despacho.
―           No, nada esta mañana.
―           Entra, Belle – le indicó Elsa, abriendo la puerta.
―           ¿Quién es? – susurró Johanna en cuanto Belle entró en el despacho de su jefa y cerró la puerta.
―           Una jovencita con problemas. Me la encontré delante de mi puerta. Tenía mi tarjeta. Ha dormido en casa.
―           ¿Te has convertido en ONG? – el tono de Johanna quiso ser sarcástico, pero no podía ocultar que estaba molesta.
―           Aún no. Tiene que ver con el caso de Ava Miller.
Johanna quedó sorprendida y numerosas preguntas se le agolparon en la garganta.
―           Aún no tengo nada seguro. No es momento para hablarlo – la interrumpió Elsa, que la conocía como a una hermana. – Tengo que hacer unas compras. Si hay algo, me llamas.
―           Claro, Elsa.
Entró en su despacho. Belle estaba admirando la foto de Elsa sobrela Harley.Giróel cuello para mirar a la detective.
―           ¿Es tuya? – preguntó por la gran motocicleta.
―           Ya no la tengo. La destrocé en el desierto – dijo Elsa, con un suspiro.
―           Te veías muy bien sobre ella, como si hubieses nacido para eso.
―           Eso me han dicho en varias ocasiones – sonrió Elsa, tomando su mochila y comprobando su Beretta.
―           ¿Hace falta eso? – le preguntó Belle, señalando el arma.
―           Es mi trabajo, jovencita. Uno no anda por una obra sin casco, y yo no ando por ahí sin armas. ¿Te molesta?
Belle negó con la cabeza y dirigió su atención hacia el mapa urbano de la pared.
―           Bien. Vamos a cambiar de coche.
―           ¿Cuántos tienes? – Belle la había visto con otro coche cuando fue a la mansión.
―           Ya los verás – sonrió.
―           ¿Todos son tuyos? – se impresionó la joven, cuando Elsa la introdujo en el cobertizo de la chatarrería.
―           Si, aunque no están a mi nombre. Así no me pueden descubrir cuando hago seguimientos y vigilancias. Eddy, el dueño de esta chatarrería, me avisa cuando recoge algún vehículo que puede darme resultado. Lo arreglamos, lo camuflamos, lo mejoramos, y lo damos de alta, a nombre de algunos amigos comunes. Es como un almacén privado.
―           ¡Es brutal! – se rió la joven. – Al menos hay diez coches.
―           Si. Hoy vamos a conducir el BMW…
Ese ni siquiera estaba a la vista, sino bajo una lona marrón que Elsa retiró. El coche no estaba abollado como los demás, y aunque era un modelo antiguo, parecía en muy bueno estado. Se trataba de un BMW E34, 520i, de 1992. Era una de las joyas del parque móvil de Elsa. Un coche duro, resistente, y potente, con gran capacidad y muy seguro.
Elsa arrancó, escuchando el potente motor que casi la erotizaba. Saludó con una mano a los perros que le ladraron y a Eddy, que se encontraba en la cabina de la grúa magnética. Puso rumbo a Rodeo Drive y sus famosas tiendas. Belle, a su lado, bajó la ventanilla y conectó la radio.La KZROcobró vida desgranando las notas de “Good morning little schoolgirl”, de los Allman Brothers Band. Era la emisora preferida de Elsa. Blues & Rock. Como decía Eddy, “la música celestial que se escucha en el infierno”. Sonriendo, Belle agitó la cabeza al rimo del endiablado “riff” de la canción. ¡Esto era vida!
Elsa, a media mañana, se dijo que tenía el síndrome de mamá. Se había gastado un buen puñado de dólares en Belle, tantos que ya no llevaba la cuenta, y se divertía incluso más que la joven. La tarjeta VISA de oro de la detective echó humo.
Le compró ropa interior divertida y sexy. Dos pares de zapatos y unas pantuflas. Varias faldas, de distintas larguras, un par de pantalones cortos, puede que muy cortos, y otros largos. Camisetas y blusas, unas gafas de sol, una gorra y un sombrero tejano del que se encaprichó Belle, desde el primer momento. También compraron artículos personales, como gel, champús, cremas, cepillos dentales, esponjas, cepillos para el pelo, algo de maquillaje, coleteros y felpas, y otros artículos de higiene íntima.
―           Te reembolsaré todo esto, Elsa. Te lo prometo – le dijo Belle, besándola en una mejilla, en el interior de un probador.
―           No hace falta. Lo hago con mucho gusto. Es como vestir a una muñeca – se rió Elsa.
―           ¿Qué pasa? ¿No jugaste suficientemente a las muñecas cuando niña?
―           No, yo era más bien de vapulear a los niños.
―           ¿Marimacho? – soltó Belle, con una carcajada.
―           Mucho – dijo Elsa, hinchando el pecho.
―           ¿Me sienta bien? – preguntó Belle, refiriéndose a la túnica ibicenca que se estaba probando.
―           Estás perfecta. ¿La quieres?
―           Pero… ¡si no voy a ir a la playa, ni de fiesta nocturna!
―           Eso no se sabe nunca. Siempre te la puedes poner en la terraza, para provocar a Bernard.
Las dos salieron del probador entre carcajadas.
Una hora más tarde, estaban en un supermercado, camino del ático, comprando suministros. Tuvieron que dar dos viajes desde el maletero del coche al ascensor, llenándolo de bolsas. Elsa jamás compró tanto en una sola tarde.
DIARIO DE BELLE: Entrada 1 / Fecha: 19-4-…
 ¡Cuánto nos hemos divertido las dos comprando! ¡Ha sido genial! Como si fuera mi hermana mayor. Bromeamos, nos reímos, y ganamos confianza a cada minuto. Era como una droga, no quería parar. Me ha tocado un par de veces la cintura y casi pierdo la facultad de hablar, al sentirlas. Elsa me excita como nadie lo ha hecho antes.
 Fin de entrada.
Hacía una noche preciosa y Elsa decidió organizar la cena en la terraza de casa. Quitaron las hamacas y sacaron la mesa extensible entre las dos, junto con unas sillas. Belle se ocupó de adornar la mesa. Encontró servilletas de hilo, pero no cubiertos buenos. Colocó velas y sándalo, así como mantel Burdeos. Elsa preparó unos mariscos marinados con ron y especies, y cuatro grandes tostadas de pan moreno con aceite de oliva, ajo, tomate frotado, y rosbif de venado. Abrió una botella de Pinot Blanc y la dejó airearse un poco.
Elsa envió a Belle a cambiarse, al cuarto de baño, mientras ella lo hacía ante su armario. Escogió una larga túnica africana, de seda y con muchos motivos coloristas. Al minuto, Belle surgió del baño, vistiendo la túnica ibicenca blanca, que pegaba a su cuerpo con un ancho cinto de cuero, lo que hacía que la túnica quedara mucho más corta.
―           Estás preciosa – murmuró Elsa, mientras le hacía dar un par de vueltas a la chiquilla. – Pareces un ángel del Señor…
―           Muchas gracias. En cambio, tú pareces una reina vampiresa – alabó la rubita, mirando como la larga túnica de Elsa, modelaba sus agresivas caderas y sus duros pechos.
―           Entonces, ten cuidado, podría morderte en cualquier momento – río Elsa.
―           Promesas, promesas…
Se sentaron a la mesa, frente a frente, y la detective sirvió dos copas de vino.
―           Aún no tengo edad para beber – informó Belle. – Podrían acusarte de corrupción de menores.
―           En mi casa, esas leyes idiotas no tienen validez. Si una mujer puede amar y tener un hijo, con esa edad, ¿cómo es que coartan su libertad para beber? Es de hipócritas…
―           Tienes toda la razón – asintió Belle, aceptando la copa.
―           Brindo por conocernos mejor – propuso Elsa.
―           Por conocernos mejor – coreó Belle, entrechocando su copa.
Hablaron sobre creencias religiosas, sobre derechos fundamentales, sobre fantasmas, y hasta sobre la derogación de las corridas de toros en Cataluña, mientras comían gambas, cañadillas, y almejas machas. Chupeteaban sus dedos como arpías golosas y vaciaron la botella, entre risas y brindis. Devoraron las crujientes tostadas, regodeándose con la mezcla de sabores.
Belle estaba en la gloria. Nadie la había tratado nunca como lo hacía Elsa, como una mujer adulta y deseada. Ella hacía lo imposible por devolverle cuanto podía a la detective, pero no tenía su experiencia, ni su temperamento. Se quedaba arrebolada, escuchándola; sorbiendo el conocimiento que destilaba cada una de sus palabras.
―           Ven… — le pidió Elsa, alargando su mano hacia ella. – Vayamos a tomar el postre, dentro… Ya hemos divertido bastante a Bernard.
Belle se sofocó y dejó escapar una risita. Sobre la encimera de la cocina, había una ensaladera mediana, con varias frutas peladas y cortadas en su interior. Elsa había añadido un yogurt blanco, algo de nata, dos cucharadas de azúcar, y un buen chorreón de ron y de Cointreau, así como una pizca de canela. La había dejado reposar durante la cena y ahora parecía en su punto. ¡Voilá! ¡Una macedonia Mikonos! Se lo había enseñado un compañero marine, de ascendencia griega, para utilizar las frutas que se maduraban demasiado.
Se sentaron sobre la cama, las piernas cruzadas al estilo indio, con las rodillas asomando por las aperturas laterales de la túnica, en el caso de Elsa, o bien casi totalmente al aire, en el caso de Belle. La ensaladera en medio de las dos, que no cesaban de meter sus cucharas en la dulce mezcla blanquecina.
A los pies de la cama, sobre un viejo cofre del ejército confederado que Elsa tenía para guardar las mantas y ropa vieja, el portátil estaba abierto, mostrando una vieja película de Grace Kelly: Crimen perfecto. Las chicas la miraban de vez en cuando, pero sus ojos siempre volvían a admirar a la que tenía al lado.
―           Elsa… nunca he conocido a alguien como tú – musitó Belle, casi hipnotizada por los ojos violáceos de la detective, que, en aquella penumbra y con el reflejo de la película en blanco y negro, adquirían un brillo sobrenatural.
―           Sssshhh… calla y bésame, niña… — le respondió Elsa, muy bajito, inclinándose sobre ella.
Belle abrió sus labios y recibió la húmeda y roja boca. Aún sabía a macedonia, pero su aliento era espeso y dulzón, algo animal. Elsa estaba muy, muy excitada. Llevaba luchando con este impulso todo el día. Se decía que no debía, que no era ético. Pero, en el fondo, sabía que acabaría así. Belle no era su cliente, era una pieza del puzzle, y, como tal, tenía que darle vueltas, de una y otra manera, hasta que encajara.
Sin embargo, escucharla, sentirla, comprenderla, y, sobre todo, contemplarla, había desatado en ella una pasión desconocida y virulenta, que amenazaba con echar por tierra todo cuando había ideado.
Se hundió en aquella boca deliciosa, en aquella ambrosía que representaban unos labios juveniles, tersos, e inexpertos como los de Belle. Aspiró su aliento, su lengua, su saliva, como un poderoso maelstrón marino, toda sentimientos, toda lujuria.
Belle gimió en su boca, arrastrada por una pasión descomunal, que nunca antes experimentó. Tembló entre los brazos de la detective que, finalmente, la abrazó, acunándola contra su potente pecho. Belle era como un pajarillo indefenso, caído del nido y sin nociones de vuelo. Solo podía abrir su boca y piar, pedir con su lengua, y aceptar lo que caía en el interior de su pico.
Cuando Elsa se retiró, Belle jadeaba. Buscaba oxígeno con urgencia, aturdida por la misma pasión sofocadora. Elsa aprovechó para depositar la casi vacía ensaladera en el suelo. Entonces, alzándose sobre sus rodillas, sacó la túnica por encima de su cabeza, estirazando totalmente sus brazos.
El corazón de Belle redobló su ritmo. Elsa no llevaba absolutamente nada debajo de aquella larga tela de seda. Su cuerpo desnudo relució bajo la escasa luz, formando un sensual conjunto de sombras que parecían ondular, atrayéndola.
Cuando las manos de Elsa se posaron sobre las caderas de la rubita, ésta levantó las manos y dijo simplemente:
―           Soy tuya, Elsa… tuya para siempre…
Y Elsa sacó su blanca túnica de la misma forma, tapando su rostro por un segundo. Belle si llevaba ropa interior, aunque solo fuera una sucinta braguita de satén blanco. La detective deslizó un dedo por uno de sus encantadores pechitos, descendiendo suavemente como un solitario y valiente explorador, hasta golpear levemente el endurecido pezón rosado.
―           Aaaahh…
Más que un suspiro, fue su aliento el que se escapó, como si la abandonara su alma inmortal e invisible. En un lenguaje sin palabras, aquel leve quejido, venía a significar su rendición más incondicional, la entrega más abyecta que un ser humano puede imaginar. Pero, de eso, Elsa aún no sabía nada, y se limitó a pasar el dedo por el otro pezón, tan duro como su hermano.
Veinte segundos más tarde, aquel dedo acarició la suave tela de la braguita, descubriendo que estaba totalmente humedecida y que el flujo ya se deslizaba por la cara interna de los muslos, dada su intensidad.
―           Dios santo, chiquilla, como te mojas… — se asombró Elsa.
―           Gggllll… isss…– farfulló Belle, los ojos entornados.
Elsa la observó. Apenas la había tocado. ¿Se había corrido y ella no se había dado cuenta? Tal humedad no era normal, y no olía a orines. La obligó a recostarse y le sacó la braguita. Con una sonrisa, Elsa se dijo que debía reconocer el terreno de más de cerca. Separó las esbeltas y largas piernas, que se quedaron algo dobladas, pero apoyadas en la sábana, y echó un buen vistazo a ese casi imberbe coñito, que la atraía locamente. Rosado, estrecho, casi infantil, perlado de humedad, y empenachado con un manojito de vello corto y muy rubio. Una delicia en la que no pudo resistir meter un dedo. El coñito lo tragó con avidez, sin molestia alguna.
“Bien, parece que no solo entró el dogo aquí dentro”, se dijo Elsa, emparejando otro dedo.
Arrancó otro dulce quejido a la chiquilla. Una mano le tiró suavemente del pelo. “No solo quieres los dedos, ¿verdad?”. Aplicó su lengua sobre el hinchado clítoris, apretando sobre él. La rubita silbó como una serpiente atrapada, contrayendo las caderas.
―           No…me…dejes…por favor… cómeme…toda…Elsa – imploró con voz de niña.
Aquella voz tuvo un efecto explosivo sobre Elsa, la cual se lanzó a devorar toda aquella pelvis con tal ardor que gruesos goterones caían sobre la sábana. Belle agitaba las caderas, su pubis temblaba con cortos espasmos, y sus puños aferraban la ropa de la cama, con mucha fuerza. Giraba su rostro a un lado y a otro. Los ojos cerrados, la boca abierta en una mueca. De vez en cuando, musitaba algo, que a Elsa le costó entender:
―           Así…así…muerde a tu…perra…solo soy…una guarraaaaah…una putilla que no…se…merece nada…aaa…
Elsa aventuró uno de los dedos que tenía metidos en el coño, en el culito. Entró sin apenas esfuerzo, como si aquel ano estuviera muy acostumbrado a recibir intrusos. Sin embargo, Belle se tensó entera cuando sintió ese apéndice en su interior. Colocó la planta de sus pies sobre los hombros de la detective, y sus manos aferraron la nuca, al mismo tiempo, curvando la espalda hacia delante para mirar a los ojos de Elsa. Ésta se vio apresada contra el coño de Belle y la miró, sorprendida.
―           ¡Otro! ¡Mete otro… por favor…! Méteme otro dedo… en el culo… y me correré… en tu… bocaaaaaa… — exigió roncamente.
Dicho y hecho. Índice y corazón traspasaron el esfínter y Belle explotó, soltando un chorrito de lefa sobre los labios de Elsa. La limpió enteramente, durante varios minutos, dándole tiempo a que se recuperara. Después, se tumbó a su lado, acariciando la blanca piel del vientre, mirándola a los ojos.
―           Dios, Belle… ¿Cómo…?
―           Por favor, no me preguntes ahora… sino, no podré acabar de amarte… por favor – su mirada era tan suplicante como su tono.
Elsa cabeceo, pero solo era un aplazamiento. Tendría que contestar a muchas preguntas. Belle se subió sobre ella, besándola en el cuello, en los labios, en los hombros, y, por fin, en los senos. Se atareó sobre ellos, sin prisas, durante mucho tiempo, poniéndolos tan erectos y duros, que, con solo soplar sobre ellos, la hacía gemir. Después, aplastaba los pezones duramente con sus pulgares y Elsa aullaba.
Metió un esbelto muslo entre las piernas de la latina, con tal pericia que el muslo absorbió rápidamente la hinchada vagina de Elsa. Se frotaban, cada una contra el muslo de la otra, incrementando las febriles sensaciones. Al mismo tiempo, Belle dejaba caer palabras en su oído, palabras que atenazaban la garganta de Elsa y añadían fuego líquido a su coño.
―           Voy a ser… tu esclava… me arrastraré bajo tu escritorio… para lamerte el coño… cuando estés trabajando… Solo comeré… de tu vagina… día y noche… Podrás pagar… con mi cuerpo… entregarme a quien desees… a esa Johanna… que te come… con los ojos… Me convertiré en tu puta… en la perra que saques a pasear… los domingos… Me quedaré preñada para ti… Sé mi dueña… por favor… Te quiero… Te amo… Elsa…
Elsa no pudo contestarle, ni si, ni no, ni bueno, ni malo. No dejaba de correrse, sin parar, dos, tres orgasmos encadenados. Aquellas palabras, el tono ronco, el murmullo de total confesión, el roce de los muslos, la calidez y aroma de su cuerpo… todo ello activó uno orgasmo detrás de otro, dejándola sin aire, sin fuerza, sin neuronas en el cerebro…
Solo podía abrazarse a ella y babear.
Belle había demostrado que no era una chiquilla indefensa y necesitada. Belle era algo desconocido, un ser primario y lleno de experiencia que no correspondía con su edad. Un enigma…
Los ladridos volvieron a resonar, cercanos, pero lejanos a la vez. Belle gruñó, el rostro enterrado en la almohada. ¿Por qué no se callaba ese perro? ¡Qué alguien matara a ese chucho cabrón! Abrió un ojo. Aún era de noche. Elsa estaba dormida, a su lado, desnuda y ofreciéndole su ilustre trasero.
El perro ladró de nuevo. Giró los ojos hacia el arcón de los pies de la cama. ¿Era una película? Gruñendo, Belle se arrastró para cerrar el portátil, pero sus dedos se quedaron a centímetros. ¡Ella conocía esa sala acolchada! ¡No era una película!
Se quedó de rodillas, allí plantada, contemplando como un hombre llevaba a cuestas una chica, con una bolsa en la cabeza. Su boca se abrió, desmesurada, cuando se vio a si misma, gritando y pataleando, al retirar la capucha.
Aquel perro no callaba. ¡Maldito! ¿Qué era todo aquello? ¿Quién eran aquellas mujeres? ¿Por qué no recordaba nada de eso?
Nota que una mano se posa sobre su hombro, desde atrás.
―           ¿Quién eres, Belle? – le pregunta Elsa, suavemente.
                                            CONTINUARÁ…

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