He de reconocer que no me percaté de que Natalia se sentía en cierto modo desgraciada al no haber conseguido demostrar su fidelidad a mí. Exteriormente todo eran sonrisas, pero la realidad es que no podía dejar de pensar que ella todavía no había hecho nada que me dejara patente su entrega. Por eso mientras su hermana y su maestra disfrutaban de esa tarde de copas en Madrid, su mente trabajaba a mil por hora buscando un medio de redimirse y de probar que, al igual que las otras dos, ella había cambiado.

        -Fernando, ¿no ves que necesita que le hagas un poco de caso?- susurró en mi oído Isabel señalando a la morena.

        Al girarme, observé que los ojos color miel de esa criatura destilaban una mezcla de cariño y de desconsuelo:

«¿A esta qué le pasa?», me pregunté al comprobar que no dejaba de mirarme con cara de cordero degollado..  

Desconociendo exactamente qué le ocurría, sonreí y pasando una mano por su cintura, la atraje hacía mí:

-Eres preciosa- comenté mientras le regalaba un mordisco en sus labios.

Natalia no pudo reprimir un gemido al sentir esa caricia:

-Gracias, mi señor. No sabes lo feliz que me hace sentir el saber que le gusto- pegando su cuerpo contra el mío, me dijo.

Su proximidad hizo que mi sexo se irguiera protestando por el encierro. Mi erección no le pasó desapercibida y encantada de haber provocado que me empalmara, con tono pícaro me soltó si podía hacer algo para arreglarlo. Despelotado de risa, le pregunté qué bragas se había puesto esa mañana. Colorada como un tomate, me confesó que llevaba el tanga de encaje que tanto me gustaba, el que decía que le hacía un culo estupendo.

-No sé a cuál te refieres- mintiendo como un bellaco comenté le exigí.

Natalia intuyó que le estaba pidiendo que me lo enseñase y acostumbrada a ser la diosa de ese bar en el que todos los parroquianos rendían pleitesía, me miró avergonzada.

-Hay mucha gente- respondió.

Por mi mirada comprendió que me daba lo mismo que estuviésemos en un sitio público y durante unos instantes dudó, pero el saber que si no me complacía podía enfadarme, la exhortó a levantarse la falda y lucirme así su ropa interior.

-Ya me acuerdo- sonreí y aprovechando que había separado sus rodillas, llevé mis manos a su entrepierna y sin cortarme en lo más mínimo por estar en un lugar tan concurrido, le empecé a acariciar el sexo.

Desprevenida, la morena intentó juntar las piernas, pero se lo impedí diciendo:

-¿Quién te ha dado permiso para cerrarlas?

Humillada, avergonzada y a punto de llorar,  puso su bolso en sus piernas para ocultar al público que atestaba el lugar que su dueño la estaba masturbando. Con las mejillas coloradas y el sudor recorriendo su escote, se dejó hacer mientras miraba a su alrededor, temiendo en cada instante que alguien se percatara de lo que estaba ocurriendo entre sus muslos.

Por experiencia sabía que tarde o temprano, la actitud de Natalia cambiaría y por eso aguardé a su angustia se fuera convirtiendo en deseo y el deseo en placer. El primer síntoma de su calentura fue la dificultad de la muchacha para respirar.

-¿Te gusta saber que eres mi putita?- susurré a su oído mientras mis dedos se apoderaban de su clítoris.

Mi pregunta quedó sin respuesta porque al sentir que jugaba con su botón, pegando un grito ahogado se retorció en su silla e intentando postergar el placer, cerró los ojos.  Para su desgracia, al cerrar los parpados se magnificaron sus sensaciones y sin poderse reprimir, se corrió por primera vez en público.

-Ese grupo de chavales te ha visto correrte- señalando a cinco jóvenes ejecutivos, comenté mientras bañaba mis yemas con su flujo.

Curiosamente al saberse en mis manos, sintió que la vergüenza y el sofoco se iban diluyendo por la acción de mis dedos. Pero fue la profundidad de ese orgasmo lo que la hizo sentirse libre. Por eso una vez recuperada, me dio las gracias nuevamente.

A carcajada limpia, le recordé que todavía no habíamos terminado:

-¿Qué quiere que haga?- preguntó sonriendo.

-Vete al baño y espérame ahí- susurré y viendo su consternación, la conminé a masturbarse para que no se enfriara.

Deseando conocer que había pensado hacer con ella en los servicios, se levantó y en silencio se dirigió hacia ellos mientras dando buena cuenta de mi copa observaba su lento caminar, seguro que en esos momentos una densa humedad debía estar anegando su sexo.

No estaba errado al suponer que Natalia deseaba con locura entregarse a la lujuria y por eso nada más cerrar la puerta, se puso a pajearse. Dando tiempo a que se ahondara su excitación, la dejé unos minutos sola.

Al decidir que ya era suficiente y que había llegado el momento, me acerqué donde estaba y tocando en su puerta,  exigí que me abriera. Nada mas abrir la puerta, la lujuria sin límite que observé en sus ojos me ratificaron que estaba dispuesta y sin mediar palabra, me bajé los pantalones.

Conociendo mis gustos, la morena se giró y dándome la espalda, se agachó sobre el lavabo esperando mis caricias.

-Eres una zorra dispuesta- murmuré mientras usaba mi glande para jugar con ella.

-Lo soy,  mi señor- suspiró llena de deseo al sentir mi verga recorriendo sus pliegues.

Me alegró comprobar que en cuanto notó que cogiendo un poco de su flujo me ponía a embadurnar su esfínter,  ella misma y sin tenérselo que pedir, esa cría separó sus nalgas con sus manos para facilitar mi labor.

Mis dedos provocaron un maremágnum de sensaciones y mientras sus primeros gemidos salín de su garganta, moviendo sus caderas, Natalia buscó profundizar el contacto.

-Así me gusta- comenté y satisfecho con su entrega, incrusté un segundo dedo en su interior.

 Para no hacer más daño del necesario, durante unos instantes, recorriendo sus bordes, me entretuve relajando sus músculos.

-Cógeme, por favor- rugió fuera de sí presa de un frenesí brutal al escuchar unas voces fuera del baño.

No tuvo que repetírmelo dos veces y acercando mi glande, lo puse sobre su entrada trasera para acto seguido forzar, con una pequeña presión de mis caderas, ese rosado ojete.

-¡Dios! – gimió al notar que lentamente mi trabuco iba traspasando su ano.

El dolor que provocaba mi extensión al desaparecer en su interior fue tan intenso que, apretando sus mandíbulas para no gritar, me mirara diciendo:

-Es enorme. Necesito unos momentos para acostumbrarme.

Dándole la razón, esperé a que el culo de esa morena se amoldara al grosor y a la longitud de mi polla antes de empezar a moverme.

-Soy toda tuya- musitó.

Gratificándola con un pequeño azote, le pregunté si estaba lista:

-Siempre lo estoy para mi señor- fue su respuesta.

Con su aceptación por delante, lentamente fui incrementando el ritmo mientras la muchacha no dejaba de susurrar en voz baja lo mucho que le gustaba sentirse mía. Tan encantado estaba metiendo y sacando mi pene de ese estrecho conducto, que no me percaté que Natalia se las había ingeniado para con una mano masturbarse sin perder el equilibrio.

-Más duro- me rogó en voz baja al escuchar que alguien llamaba a la puerta.

-¡Está ocupado!- respondí con un grito a los mamporros que resonaban en el diminuto baño.

El gemido que pegó mi pareja me hizo comprender lo bruta que le ponía esa situación y que necesitaba caña. Por aceleré mis caderas, convirtiendo mi tranquilo trote en un alocado galope. Natalia al sentir mis huevos rebotando contra su sexo, se volvió loca y presa de un arrebato que daba miedo, buscó que mi pene la apuñalara sin compasión.

-Me corro- chilló al sentir que la llenaba por completo.

Sus gritos de placer provocaron las risas de la gente que esperaba tras la puerta mientras sin poder hacer algo por evitarlo, la morera se desplomaba sobre el lavabo. Al caer, me llevó con ella y mi pene forzó aún más su trasero.

El pavoroso aullido que Natalia pegó al sentir que su esfínter había sobrepasado su límite despertó nuevamente la hilaridad de los que lo oyeron,  pero ésta en vez de pedirme que parara, hizo todo lo contrario y casi gritando me rogó que siguiera sodomizándola.

 Sin importarme el creciente número de gente que aguardaba en el pasillo, seguí follándomela sin descanso.  Afortunadamente para las vejigas de los que esperaban mear, no tardé en sentir que se aproximaba mi propio orgasmo y sabiendo que tenía toda una vida para disfrutar de ella, me dejé llevar y mi sexo explotó en el interior de su culo.

Mientras nos recuperábamos la besé y tras acomodarnos la ropa, salimos del servicio.

La larga cola de testigos que se había formado en el pasillo nos recibió con aclamaciones y Natalia en vez de asustarse por ese recibimiento, agradeció los vítores levantándose la falda. Su gesto despertó nuevos aplausos y en loor de multitudes nos retiramos a nuestra mesa, donde descojonadas Eva e Isabel nos esperaban.

 Ya en su silla, la morena me pidió que me acercara. Al hacerlo, susurró en mi oído:

-Lo volvería a hacer si mi dueño me lo pidiera.

Solté una carcajada al oírla y muerto de risa, la besé mientras le decía:

-No lo dudes, ¡te lo pedirá más veces!

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