Me había tomado una semana de relax cuando recibí la llamada de Johana. Para los que no hayan seguido mi historia, ella es la mujer que me consigue mis clientas. Al contestarle, noté que algo le pasaba y por eso gracias a la confianza que teníamos, le pregunté qué ocurría:
-No te lo puedo contar ahora. ¿Te importa que me pase por tu casa a las siete?-
Después de colgar, me quedé con la mosca detrás de la oreja al no ser algo habitual en esa pecosa el estar tan tensa. Dotada con un optimismo natural, esa mujer era además una perfeccionista insoportable, no se quedaba contenta hasta que me obligaba a cumplir a rajatabla sus órdenes. Además se había instalado una especie de juego, donde ella alternaba conmigo los roles de ratón y gato. A veces era yo quien la provocaba y ella huía pero en cambio en otras ella se comportaba como una depredadora y entonces era yo el que salía por patas. Ambos sabíamos que lo nuestro era una relación profesional pero debido a la innegable química entre nosotros, siempre bordeábamos peligrosamente el enrollarnos. Nunca habíamos pasado de un furtivo beso o de un roce casual.
Sabiendo que no servía de nada seguir elucubrando acerca de su desazón, salí a tomarme un café al Starbucks de la esquina con la esperanza que estuviera la gerente. Llevaba dos semanas intentando que esa mujer me hiciera caso pero lo único que había conseguido era saber su nombre. Alice había rechazado educadamente todos mis intentos y eso la hacía todavía más atrayente. Al entrar en el local, la vi tras la máquina registradora. Estaba preciosa. Su color trigueño y su aspecto desaliñado, la conferían un atractivo juvenil innegable.
“¡Que belleza!” pensé mientras me sentaba en la mesa.
Su sonrisa era cautivadora. Nadie era inmune a esa mujer. Dando por sentado que no me iba a hacer ni caso, después de tomarme el café, me levanté a pagar. Al hacerlo, me sonrió diciendo:
-¿No se te olvida nada?-
Pensando que me había dejado algo en mi sitio, miré el lugar donde me había sentado y al comprobar que no me había olvidado nada, me la quedé mirando con cara de extrañeza. La morena soltó una carcajada al ver mi expresión y escribiendo su teléfono en un papel, me lo pasó mientras decía:
-¡Qué pronto os cansáis los hombres de insistir! Hoy había pensado en dártelo. Solo espero que me llames- tras lo cual, pasando al siguiente cliente, le preguntó qué era lo que había tomado.
Actuando como un verdadero lelo, no supe qué contestar y guardándome su número en mi cartera, le prometí que la llamaría mientras salía por la puerta. Ya en la calle no me creía la suerte de esa tarde y silbando de alegría, entré en el portal de mi casa. Saboreando de antemano el poder estar con ese portento de mujer, abrí la puerta de mi apartamento para llevarme la sorpresa que Johana estaba en mitad del salón mirando mis cuadros. Sabía que tenía llaves pero aun así me extraño verla allí.
-Son estupendos- dijo con cara de satisfacción – ¿Saben tus clientas que las estás retratando?-
-Sí, como verás no hay caras. Es más Ann quiere que le venda el suyo-
-No me extraña, está estupenda-
-Si quieres te hago uno- respondí sabiendo que se negaría porque todos eran desnudos.
Contra toda lógica, mi jefa dudo unos instantes antes de negarse, tras lo cual, entrando directamente al trapo, me explicó que era eso tan urgente que le traía:
-Alonso, necesito que me hagas un favor. Tengo una amiga que está pasándolas putas. Acaba de tener un hijo y su novio la ha dejado en la estacada sin un jodido dólar con el que alimentar a su bebé-
-¿Y qué quieres que haga? ¿No esperarás que me haga cargo del retoño?-
-No soy tan geta- respondió. –El problema es que mi amiga necesita dinero y es demasiado orgullosa para aceptarlo, por eso, he pensado en ti-
-La quieres meter a puta- sentencié creyendo que esa era su intención.
Johana, muerta de risa, lo negó. Estaba tan descojonada que tuve que esperar unos minutos a que parara de reírse para enterarme en qué había pensado:
-Le he dicho que conozco a un artista que le pagaría mil dólares por posar- dijo y tomando aire, aclaró: -El dinero lo pongo yo-
Más tranquilo, por no tener que desembolsar ese disparate, le dije que no tenía problema en hacerle ese favor pero entonces vi que se le cambio el semblante y que el rubor se había afianzado en su rostro:
-Hay algo más, ¿Verdad?-
-Sí, Betty está muy deprimida desde el parto. Cree que a raíz del embarazo esta horrenda y por eso necesito de tu ayuda, quiero que la hagas sentir mujer-
-¿Me estás pidiendo que me tire a tu amiga?-
-¡No seas bruto! ¡Claro que no! Lo que quiero es que la piropees y le hagas ver lo que es en realidad-
Tomándome a guasa su pedido, sobretodo porque tampoco me importaba acostarme con ella con tal de hacerla un favor, le pregunté si era horrenda:
-¡Que va!, es lo que llamamos en Estados Unidos una MILF-
-Perdona pero no entiendo ese término-
Encantada de haberme pillado en un renuncio, la pecosa me explicó:
-MILF es un acrónimo de Mother I´d Like to fuck-
-Ahh- respondí al traducir y entender que se refería a “Madre a la que me follaría” . Ya más tranquilo, le solté: -De acuerdo, pero todo tiene un precio-
-¿Qué quieres?- preguntó sabiendo que tenía trampa.
-Un beso tuyo-
-¡Serás cabrón! Sabes que no quiero tener nada contigo, eres demasiado peligroso-
-Pues búscate a otro- contesté soltando una carcajada mientras la cogía de la cintura y llevaba su boca hasta la mía.
Comprendí que su rechazo era un puro paripé al sentir que abría sus labios y me respondía con pasión, pegando su cuerpo. Casi sin creerme la oportunidad brindada, abracé a la mujer y pasando mi mano por su delicada anatomía, disfruté de su beso durante unos minutos hasta que, producto de mi calentura, mi sexo se irguió contra su entrepierna. Asustada por nuestra reacción mutua, Johana se separó y cogiendo su bolso del sillón donde lo había dejado, se despidió de mí diciendo:
-Hoy no golfees, le he dicho a Betty que la esperas a las nueve de la mañana-
Como no podía ser de otra forma, no la hice ni puñetero caso y nada más irse, llamé a un amigo y me fui de farra con él, llegando a las seis bastante perjudicado. Esa noche me bebí Escocia y por eso al llegar la hora en la que había quedado, Betty me sacó de la cama. Arrastrando los pies por el pasillo y con un tremendo dolor de cabeza, abrí la puerta para descubrir que la amiga de Johana venía acompañada de su bebé. Agradecí a Dios que el crío estuviera plácidamente dormido en su carrito por que dudaba que mis sienes soportaran su llanto en tal estado.
Pidiéndole que pasara, me fui a la cocina a prepararme un café. Necesitaba cafeína recorriendo mis venas antes de enfrentarme a esa mujer. Betty, totalmente cortada, me siguió arrastrando el carrito y viendo que era incapaz de hablar se sentó en la mesa de la cocina. Tratando de ser educado, le ofrecí una taza pero, colorada, me explicó que no podía tomar café porque le estaba dando el pecho al niño.
Fue entonces cuando me percaté de los enormes pechos que esa rubia lucía bajo el vestido pre-mama. No hizo falta terminarme la bebida para que el calor entrara en mi cuerpo, Johana tenía razón: cualquier habitante de Nueva York se follaría a esa mamá. Tratando que no se notara mi excitación, le pregunté si había visto el tipo de pintura que realizaba. La mujer me confesó que lo único que sabía era lo que Johana le había dicho. Intrigado por la opinión que mi jefa tenía de mi obra, le pedí que me dijera que le había comentado. Betty, mirando al suelo, me confesó:
-Según Johana, es preciosa pero un poco subida de tono-
Sus palabras me hicieron gracia y sin poder contener la risa, solté una carcajada:
-Exagera- dije al ver su cara de miedo y cogiéndole la mano, la llevé al salón donde tenía mi estudio.
Con gran cuidado de no reconocerle que las modelos eran mis clientas, le fui mostrando los cuadros que tenía terminados. Mi detallada exposición y mi compromiso de no mostrar su rostro, terminaron de tranquilizarla, es más, en su cara adiviné que lejos de importarle ser retratada, algo en ella le impelía a verse plasmada en un lienzo. Betty se mantuvo en silencio los diez minutos que tardé en explicarle que intentaba en cada cuadro mostrar la personalidad de la modelo y señalando el de Angela, le conté que era el retrato de una mujer de cuarenta años, encantada con su edad y su vida.
-Se nota- me contestó haciendo un puchero.
No me costó adivinar que ese gesto se debía a la depresión que según su amiga sufría y no queriendo ahondar en su sufrimiento, le pregunté si estaba segura de posar para mí. La rubia levantando la mirada, sonrió amargamente mientras me decía:
-Necesito el dinero-
Cambiando de tema, le pedí que me enseñara a su hijo. Tal y como había previsto, a Betty se le iluminó su cara al mostrarme a su posesión más valiosa. Aunque el niño, tengo que reconocer, era feo como un mandril, no fue óbice para que le dijera que me parecía guapísimo y como a toda buena madre, al escuchar el piropo de mis labios, se le cambió hasta el ánimo y con genuina alegría, me dio las gracias.
Después de hacer una cuantas carantoñas a ese engrendo del infierno, me pudieron las ganas de verla desnuda y poniendo voz profesional, le pregunté si empezábamos. Al contestarme que sí, le pedí que fuera a mi habitación a cambiarse. Por un momento temí que saliera corriendo, pero afortunadamente la necesidad pudo más que la vergüenza y cogiendo su bolsa, se metió a desvestirse. Mientras se desnudaba, me entretuve preparando el lienzo y los distintos utensilios que iba a necesitar. Acababa de terminar de ubicar el caballete ante la ventana para recibir la luz de la mañana cuando la escuché salir del cuarto.
Al girarme, vi que venía envuelta en una sábana. Tratando de entrar en confianza, le pedí que se sentara y me contara donde había nacido. Extrañada me obedeció mientras me preguntaba para qué lo quería saber.
-Cómo te dije, necesito conocerte para plasmar tu personalidad en el cuadro-
Parcialmente aliviada, se puso a narrar mecánicamente su infancia. Sin dar ninguna entonación a su voz, me contó que había nacido en un suburbio a veinte kilómetros de donde estábamos y que nunca había salido del estado.
-Soy una paleta- dijo con un deje de angustia.
Buscando contentarla, le repliqué que su ciudad era la capital del mundo y que por lo tanto debería estar contenta.
-Si lo estoy pero me hubiese gustado viajar-
-Todavía estas a tiempo, eres una mujer joven y guapa-
-Gracias por la mentira- respondió con tristeza- pero desde el embarazo, soy una foca fea, sola y sin pareja-
-Respecto que estás sola y sin pareja, no puedo llevarte la contraria porque no lo sé, pero sobre que eres una foca fea eso no es cierto-
-Eso lo dices porque no me has visto, estoy llena de lonchas-.
-De acuerdo, vamos a comprobarlo- le dije mientras la levantaba del sillón – desnúdate, a eso has venido-
Aunque doté a mi tono de todo el sosiego posible, Betty se abochornó al oírme y sabiendo que tenía razón, totalmente colorada, dejó caer la sábana al suelo. No queriendo avergonzarla en exceso, la miré profesionalmente aunque en el interior estuviera disfrutando de la visión de esos pechos llenos de leche y de ese culo perfectamente perfilado mientras daba una vuelta a su alrededor. Con la respiración entrecortada, producto de la excitación, le di mi opinión diciendo:
-Si me vuelves a decir que eres fea y gorda, pensaré que estás loca. No solo eres preciosa sino que tienes un cuerpo que envidiaría el noventa y nueve por ciento de las mujeres-
-¡Deja de mentirme!- exclamó casi sollozando y cogiendo entre sus dedos un minúsculo michelín, me lo enseñó hecha una furia – Ves, ¿crees que esto es normal?-
-Tú eres idiota. Por supuesto que no es normal, ¡estás buenísima!- le respondí bastante mosqueado y sin pensar dos veces lo que decía, le grité: -Es más, si lo le llego a prometer a Johana que no intentaría acostarme contigo, en este momento estaría buscando el método de llevarte a la cama- y señalando mi entrepierna, recalqué mis palabras diciendo: -¿No creerás que recibo normalmente a todas mis visitas con la polla tiesa?-
Mi ordinariez la dejó pasmada y sin saber cómo actuar, avergonzada, se tapó los senos con sus manos. Sabiendo que debía dejarla sola, aproveché para ir a rellenar de café mi taza. Alargué durante unos minutos mi estancia en la cocina para aligerar la tensión de la situación, de manera que al volver con ella a la habitación, la encontré desnuda cómodamente sentada en el sillón. Al verla, comprendí que algo había cambiado en su interior, aunque en ese momento no tenía constancia de cómo esa mujer había asimilado mis palabras.
-Perdona, no sé qué me pasa- casi susurrando confesó –desde que el padre de mi hijo me dejó, no levanto el vuelo-
Sin darle importancia, le pregunté si estaba preparada para posar. La mujer me pidió como quería que lo hiciera, lo cual me resultó un problema porque no me atrevía a tocarla después de lo que le había soltado y por eso, verbalmente le fui indicando diversas posturas para valorar cual era la indicada. Lo que no había previsto era que al forzarle a adoptarlas, esa mujer se moviera sensualmente como si quisiera provocarme. Lo cierto es que me relamía los labios cada vez que cambiaba de posición. Era impresionante, esos no eran dos pechos, eran dos obras del demonio realizadas para hacer caer en la tentación a los humanos. Siendo enormes, se mantenían firmes contrariando las leyes de Newton y demás físicos.
Y qué decir del resto, esa mujer estaba para mojar pan. Si empezábamos por sus piernas, estaban hechas para ser acaricias y si por el contrario nos ateníamos únicamente a su trasero con forma de corazón, este llamaba a morderlo. Pero lo que sobresalía por encima de todo era su sexo, depilado casi por completo, la brevísima franja de pelos indicaba el camino que debería recorrer cualquier varón que se precie para llegar al paraíso. El mejor resumen es confesaros que en ese instante mi pene se revelaba cabreado bajo mi bragueta. Mi erección no le pasó inadvertida y lejos de incomodarla, la estaba provocando.
Betty, cada vez más metida en su papel, seguía mis órdenes sin rechistar con su mirada fija en mí. Adiviné por el brillo de sus ojos que esa mujer también se estaba viendo afectada por mi escrutinio. Lo que me confirmó su excitación fue ver a sus pezones encogidos y duros, así como, la humedad que lucían los labios de su vulva.
“Tranquilo muchachote”, pensé mientras cogía los pinceles y empezaba a bocetar su figura, “cómo no dejes de verla como mujer, vas a caer entre sus piernas”.
Haciendo a un lado el morbo que me producía esa mamá, me enfrasqué en mi obra, destacando su cuerpo al ponerle un fondo oscuro. Los minutos fueron pasando y el tedio de permanecer inmóvil sobre el sofá, pudo más que el morbo que estaba experimentando y sin percatarse de lo que ocurría, se quedó dormida. Sé que no era lo acordado, pero, al verla echando una cabezada, saqué mi cámara de fotos y sin hacer ruido, tomé fotos de su cuerpo desde todos los ángulos porque quería tener un testimonio gráfico con el que cascarme unas pajas en su honor.
Cuando ya tenía un completo reportaje en la memoria de la máquina, volví tras el caballete y seguí pintando de manera que al cabo de una hora ya tenía bastante perfilado el cuadro. Iba a empezar los detalles cuando el puto crío empezó a berrear, despertando a la muchacha. Betty, salió de su ensueño de golpe y disculpándose se levantó a cogerlo mientras me decía:
-Tiene hambre-
El enano al sentir la cercanía del pecho de su madre se lanzó a mamar como si estuviera famélico. Ese hecho repetido diariamente varias veces era nuevo para mí y sin poderlo evitar, me quedé mirando absorto. La rubia, que en un principio no se había dado cuenta de mi mirada, al percatarse que no le quitaba ojo, se empezó a mover incomoda en el sillón. Involuntariamente me fui acercando a donde ese querubín se estaba alimentando y poniéndome de rodillas frente a ella, dije maravillado:
-¡Qué hermoso!-
Mi halago tuvo un efecto no previsto, Betty soltando un suspiro me pidió que me acercara más y la acariciara. No pude negarme y un poco confuso inicialmente pasé mi mano por sus piernas mientras seguía embobado. La muchacha se removió inquieta y sin ningún reparo, empezó a gemir al experimentar mis caricias sobre su piel. La mezcla de sensaciones, el sentir a la mano de su bebé apretando su pecho, su boca mamando, mi mano tocándola pero sobretodo mis ojos fijos en su seno libre, la fueron llevando a un estado de euforia difícil de describir.
Es difícil plasmar en palabras lo que sentí al ver que del pezón desocupado iban emergiendo un poco de leche, lo cierto es que ni pude ni quise evitar que mi mano se acercara a esa fuente y con dos dedos recoger ese néctar. Si Betty ya estaba excitada, se desbordó al ver que los metía en la boca y soltando un quejido, me pidió que le ayudara.
Supe a qué se refería, y acercando mi boca, con la lengua fui recogiendo las gotas que iban manando de ese maravilloso pecho. Costándole respirar, no dejó de gemir al sentir como jugaba con su pezón pero cuando abriendo mis labios, me puse a competir con el chaval, no pudo más y se corrió sobre el sofá. Para el aquel entonces yo estaba disfrutando del sabor de la leche de esa mujer y queriendo que no se negara a seguir dándome de mamar, llevé mi mano a su entrepierna y cogiendo su clítoris entre mis dedos, la empecé a masturbar.
-¡No puede ser!- sollozó al ver prolongado su orgasmo y sin poder controlar su impulso, colaboró conmigo moviendo sus caderas.
Curiosamente, no solo fue su vulva la que fluyó, sino que su pecho se convirtió en una fuente de la que bebí como poseso. Apenas me daba tiempo a tragar, cuanto más mamaba mayor era la cantidad que segregaba su pezón y completamente entregado a ese dulce sabor, seguí bebiendo sin dejar de tontear con el botón del placer de su entrepierna.
-¡Espera un momento!- la oí decir mientras se levantaba y llevaba al bebé a su carrito.
Creyendo que me había pasado y que se había terminado el banquete que me estaba dando, me quedé mirándola. Afortunadamente esa mujer no era lo que quería porque al volver, me pidió que me sentara en el sillón. Nada más hacerlo, vi cómo me bajaba los pantalones y liberaba mi miembro, tras lo cual sin mediar palabra, se empaló y cogiendo sus pechos me los ofreció diciendo:
-Termina lo que has empezado-
Ni que decir tiene que asumiendo mi papel, llevé esas ubres a mi boca y sin parar, me puse a disfrutar del manjar que me brindaba. Pocas cosas se pueden comparar a estarse tirando a una mujer mientras te recreas con la leche que destilaban sus pechos. La verdad es que ella debió pensar lo mismo porque nada más sentir mis manos ordeñando sus senos y mis labios recorriendo sus aureolas, buscó su placer con un frenesí alocado. Retorciéndose sobre mis piernas, imprimió a su trasero un ritmo constante mientras no dejaba de chillar que siguiese mamando.
Poseída por la calentura que estaba experimentando, Betty forzó mi lactancia apretando mi cabeza contra sus pechos. Esa mujer era un fiera follando, los músculos de su vagina se contraían con cada sacudida, ordeñando mi miembro del mismo modo que yo lo hacía con sus pechos. Sus gemidos y sollozos se fueron convirtiendo en aullidos al ir acumulando, golpe a golpe de mi sexo contra el suyo, un exceso de excitación, de manera que, tras unos minutos de mete y saca, explotando sobre mis piernas se corrió sonoramente.
La sensación pringosa en mis muslos y la tibieza de su leche en mi cara, fueron los elementos necesarios para darme la puntilla y sin poder retrasar más mi propio orgasmo, rellené con mi semen su interior mientras mi cuerpo convulsionaba por el placer. Esa mujer, mi supuesta modelo, al sentir las descargas en su vagina, gritó con todas sus fuerzas que no parara y prolongando su propio clímax, se desplomó agotada contra mi cuerpo.
Permanecimos abrazados mientras nos recuperábamos del esfuerzo. Betty fue la primera en reponerse y separándose de mí, me obsequió con una dulce sonrisa mientras me decía:
-¿No te da vergüenza haber faltado a tu palabra? Si quieres que no le vaya con el cuento a Johana, me vas a tener que hacer el amor todo el día-
Era un amistoso chantaje pero al fin de cuentas chantaje, por lo que poniendo cara seria, le contesté diciendo:
-De acuerdo, pero en compensación quiero seguir ordeñándote-
La rubia soltó una carcajada y muerta de risa, me dijo:
-Voy a hacer algo mejor, te voy a dejar una botella entera- y cogiendo la pañalera, sacó un instrumento que no me costó reconocer al ser “¡Un saca-leches!”.
Con todo el desparpajo del mundo, feliz y contenta se puso a sacar el jugo de sus senos, sentada a horcajadas sobre mí. Nunca había visto uno en acción e interesado en conocer cómo funcionaba, me quedé mirando a la mujer con gran atención. Poniéndolo en acción, el aparato fue succionando el pecho y rellenando un biberón que llevaba acoplado. No me podía creer lo que estaba observando, esa mujer era una autentica vaca lechera, no solo había saciado a su hijo sino que había colmado mi sed y aún le quedaba suficiente para llenar una botella en poco más de un minuto y ¡solo usando un pecho!.
-Con tal cantidad, tu hijo va a engordar- dije a la mujer en son de guasa.
-Sí- me respondió confiriendo a sus palabras un tono pícaro que no me pasó inadvertido –hasta hoy tenía que tirarla, pero me gusta más que tú seas el que se aproveche-.
No sé explicar por qué pero, al oírla, mi miembro rebotó e irguiéndose a su máxima longitud, presionó contra su vulva. Sonrió al comprobar mi excitación y sin pedirme mi opinión, me dio a beber de la botella recién rellenada.
-Ahora quiero ser yo quien te exprima hasta la última gota- y cogiéndome de la mano, dijo soltando una carcajada: -Vamos a tu cama-