Capítulo 2

Mi prima se va recuperando mientras comienza un brutal acoso para ser mía. A pesar de mi rechazo, esa zorrita no disminuye la presión hasta llevarme entre sus piernas.
A la mañana siguiente todo empeora.
Después de una noche de pesadilla, el sonido del agua corriendo en mi bañera me despertó y extrañado por que alguien estuviera usándola, me levanté a ver qué ocurría. Ni en mis peores temores me imaginé encontrarme a Irene disfrutando de un relajante baño. Desde la puerta me la quedé mirando mientras alegremente se enjabonaba.
Por lógica debía haberme cabreado pero curiosamente sentí una extraña quietud al verla tan tranquila y girándome sobre mis pasos, me fui a ponerme un café con la imagen de su cuerpo desnudo todavía en mi retina.
«Es preciosa», sentencié luciendo una sonrisa olvidando por un instante su intromisión en mi parcela privada.
Analizando mi serena actitud al tiempo que daba sorbos a esa droga matinal, me vi en una encrucijada al advertir la satisfacción que sentía al ver a esa rubia feliz después de su histerismo durante la fiesta.
«Solo necesita tiempo, nada más», esperanzado murmuré.
Estaba todavía terminado mi café cuando un ruido me hizo girar y comprobé que era mi prima la que envuelta en mi albornoz llegaba con el pelo todavía mojado a la cocina. Sentado como estaba, no pude dejar de disfrutar de la estampa que me estaba regalando y relamiendo mis labios mentalmente, me recreé en el profundo canalillo de sus tetas.
«Dios, ¡me encantaría hundir mi cara entre ellas!», pensé excitado.
La recién llegada sonrió al notar el efecto que causaba sobre mí y sin darme tiempo a reaccionar, se sentó sobre mis rodillas mientras me decía:
-Aprovechando que es sábado, he pensado que me lleves a la playa.
Tratando de zafarme, le recordé que la playa más cercana estaba a casi doscientos kilómetros pero ella no dio su brazo a torcer por esa nimiedad y jugando conmigo, me susurró:
-Pues nos quedamos a dormir allí.
Al hacerlo, mis ojos pudieron contemplar uno de sus hermosos pezones a través de la abertura de la tela e incapaz de mascullar una palabra, me quedé mirando semejante beldad de reojo. Irene fue consciente que mi pene crecía sin control bajo sus nalgas y provocando aún más mi embarazo, se dedicó a restregarlo contra su trasero mientras con un descaro increíble me robaba la taza y se terminaba de un sorbo mi bebida.
-Ese era el mío- protesté al ver que lo hacía.
Mi prima riendo a carcajadas, se levantó de mis piernas y acercándose a la cafetera la rellenó mientras decía:
-No sabía que eras tan remilgado con tus cosas.
Al darme la taza, palidecí al comprobar que el albornoz se la había abierto dejándome ser testigo de la pulcritud con la que llevaba rasurado su coñito y sudando de deseo, supe que necesitaba hacerlo mío. Mi rápido examen no le pasó inadvertido y sin darle mayor importancia, se cerró la bata diciendo:
-Dúchate mientras desayuno.
El tono de su orden me resultó un pelín dominante y defendiendo mi virilidad como gato panza arriba, le solté:
-No puedo, ¡llevas puesto mi albornoz!
Muerta de risa me miró y entornando sensualmente sus ojos, lo dejó caer al suelo diciendo:
-Todo tuyo.
Tengo que confesar que no me esperaba eso y quizás por ello tardé unos segundos en recogerlo mientras ella permanecía inmóvil, completamente desnuda, sobre los azulejos de la cocina. Su exhibicionismo rayando la desfachatez provocó que como un resorte mi verga saliera de mi pijama tiesa como un palo y totalmente cortado, no me quedó otra que salir huyendo de esa habitación mientras escuchaba a mi espalda su carcajada.
«¿De qué va esta tía?», abrumado pensé escaleras arriba. «Ayer se comportó como una histérica en cuanto un hombre intentó ligar con ella y hoy actúa como una zorra conmigo».
Sin llegar a comprender esa dualidad, me encerré con llave en el baño no fuera a ser que le diera por invadir mi privacidad mientras me duchaba. Ya bajo el chorro, seguí tratando de analizar su comportamiento pero por mucho que lo intenté, me resultó imposible el concentrarme porque no dejaba de venir a mi mente la expresión de deseo que creí leer en su rostro al ver mi erección.
«¡Está loca! ¡Soy su primo!», hipócritamente le eché en cara que se sintiera atraída por mi cuando yo albergaba los mismos sentimientos hacia ella. Aun así, decidí que debía hablar con ella aprovechando que iba a pasar el día con ella y con una falsa seguridad, salí de la ducha y me preparé mentalmente para ese enfrentamiento. «¡Debe saber que no es correcto!», exclamé para mí a pesar que entre mis piernas mi pene todavía no había vuelto a la normalidad y se mantenía morcillón.
Al bajar ya vestido y con una bolsa de ropa, me encontré con que Irene había preparado una cesta con el almuerzo durante mi ausencia y revisando su contenido, comprobé que incluso había tenido el buen gusto de escoger uno de mis vinos preferidos.
«Está claro que tendré que soportar horas de sol antes de llegar al hotel», temí por la cantidad de comida que contenía al considerarla excesiva para el viaje.
Mientras acomodaba las cosas en el coche, no paré de meditar sobre qué era lo que le iba a decir. Debía ser claro pero tierno, suficiente infierno había tenido que soportar durante su matrimonio para que llegara yo y le echara la bronca. El problema era que todos mis argumentos podían volverse en mi contra, al ser obvio que ante cualquier ataque por su parte me resultaría imposible no sucumbir entre sus brazos.
«¡Debo de ser firme! ¡Ella es la víctima!», me dije justo cuando la vi salir cargando una gran maleta.
Muerto de risa por el volumen de su equipaje, le espeté:
-¿Te vas de viaje durante seis meses?
Haciéndose la indignada, puso un puchero al contestar:
-Una dama siempre debe ir preparada cuando se va con su galán.
Sus palabras me dejaron helado al catalogarme como su enamorado y queriendo dejar constancia de mi protesta, respondí mientras metía la maleta en el coche:
-Como yo soy tu primo, ¿quién nos va a acompañar?
Irene sin perder un ápice de su alegría, me dio un suave beso, diciendo:
-Eres mucho más que eso, ¡eres mi caballero andante! ¡Solo contigo me siento segura!
La tersura de sus labios quemó la piel de la mejilla donde Irene depositó esa breve caricia y costándome respirar, no dije nada y me acomodé en mi asiento mientras mi prima hacía lo propio en el suyo. Las casi tres horas que tardamos en llegar a Playa de Manuel Antonio en la costa del Pacífico me resultaron un suplicio al tener que soportar el continuo coqueteo de la muchacha sin ser capaz de decir nada de lo que llevaba preparado porque seguía retumbando en mis oídos ese “solo contigo me siento segura”.
No sabía que era peor, si el haber certificado que Irene me veía como su salvador o saber que interiormente ese título tampoco me desagradaba. Lo quisiera aceptar o no, esa rubita se había hecho un hueco en mi corazón y quería asumir el roll de ser su protector de por vida.
«¡No puede ser! ¡Por bien de los dos deberá irse cuando esté a salvo y recuperada!», murmuré agarrando el volante mientras soñaba que tardara años en hacerlo.
Ya en el hotel pedí dos habitaciones y al hacerlo percibí un gesto de desilusión en su cara, gesto que desapareció cuando el conserje nos informó que existía una puerta de comunicación entre los cuartos que podíamos abrir si quisiéramos.
-Pensaba qué íbamos a dormir en la misma cama- protestó con dulzura- pero me conformo con saber que te tengo al lado.
Tratando de quitar hierro a esa confesión, riendo le solté:
-Si supieras las patadas que doy al dormir, nunca pensarías en hacerlo.
Acercándose a mí, mesó delicadamente mis cabellos mientras me decía:
-Tú nunca me pegarías, recuerda que eres mi caballero andante.
La sensualidad con la que lo dijo no pudo evitar que extrajera de su interior un doloroso significado:
«Irene me veía como la antítesis de su marido».
Aunque la comparación me favorecía a todas luces, no por ello me dejaba de joder que el fantasma del maltrato se inmiscuyera entre nosotros y por ello, con voz seria, le contesté mientras llamaba al ascensor:
-No soy un cerdo.
-Cariño, lo sé por eso quiero hacerte feliz- y rubricando sus palabras con hechos acercó su cara y me dio un ligero pico en mis labios.
Todas las defensas que había construido a mi alrededor cayeron hechas trizas con ese beso y cogiéndola de la cintura, prolongué esa caricia forzando su boca con mi lengua. Aunque interiormente sabía que estaba mal, la pasión con la que mi prima respondió me impidió parar y metiéndola en el elevador incrementé el ardor de mis acciones llevando mi mano hasta su culo.
Tal y como había supuesto, mis yemas se encontraron con unas nalgas duras que sin duda debían parte de su firmeza al ejercicio. Irene al sentir mi manoseo pegó su cuerpo al mío frotando sin disimulo su pubis contra mi pierna. Su ardiente respuesta azuzó mi lujuria. Si no llega a ser porque en ese momento se abrieron las puertas y entraron a ese estrecho habitáculo un matrimonio mayor, no sé si hubiese podido aguantar mis ganas de poseerla allí mismo. Ya con compañía, tuve que separarme de ella y permanecer quieto durante los cinco pisos que todavía quedaban hasta el nuestro.
Una vez fuera del ascensor la magia había desaparecido porque volvieron con mayor fuerza a mi mente los remordimientos. Os parecerá extraño pero no podía dejar de pensar que era un malnacido que se estaba aprovechando de una desvalida. Al entrar a la habitación y querer Irene reanudar las cosas donde las habíamos dejado, me aparté y con tono serio le pedí que se sentara.
Asombrada por mi cambio de humor, buscó asiento en el borde del colchón mientras yo intentaba ordenar mis ideas:
-Tenemos que hablar- dije con tristeza- esto no está bien.
-¿Por qué? ¿Por qué somos primos? ¡Eso a mí me da igual!- respondió todavía consciente de la naturaleza de mis reparos.
Decidido a hacerle comprender que después de un maltrato como el que sufrió debía de darse un tiempo antes de entablar otra relación, se lo expliqué y le dije que además de dejarnos llevar por el momento algún día ella me echaría en cara haber abusado de su estado. La muchacha escuchó en silencio mis argumentos y cuando creía que se iba a echar a llorar, alegremente se levantó de la cama y acercándose a mí, contestó:
-Por eso te quiero tanto. ¡Eres un hombre bueno!
Tras lo cual me hizo una carantoña en la mejilla y canturreando se metió en el baño mientras me decía:
-Ésta es mi habitación y quiero cambiarme. Nos vemos en el hall.
Con la cola entre las piernas y absolutamente desilusionado porque esa mujer no hubiese hecho ningún intento por convencerme, salí de su cuarto y entré en el mío. Sabiendo que había hecho lo correcto, el saber que quizás nunca tuviera otra oportunidad de estar con ella me puso de mala leche y dejando mi equipaje tirado en mitad de la habitación, me coloqué un bañador.
Cabreado conmigo mismo me dirigí directamente al bar. Una vez allí, pedí una copa al camarero y con ella en la mano esperé que mi prima bajara para poder irnos a la playa. Media hora y dos copas mas tarde, Irene se dignó a aparecer y cuando lo hizo reconozco que no me importó la espera al verla enfundada en un impresionante bikini que magnificaba mas si cabe su belleza.
«¡Está buena a rabiar!», murmuré dolido al valorar lo que me había perdido.
En cambio, la susodicha parecía feliz y sin hacer ningún comentario a su tardanza, me agarró del brazo y me llevó a la playa del hotel. Ya en la arena buscó un par de tumbonas libres para acomodar nuestras cosas. Tras lo cual se tumbó en la primera y antes que pudiera aposentar mi trasero en la otra, con voz tan tierna como sensual me preguntó:
-¿Tu conciencia te permite echarme crema o tendré que pedirle a otro que lo haga?
Debería haberle mandado a la mierda pero la mera idea que un desconocido pusiera sus manos sobre ella me produjo un escalofrío y destrozado al darme cuenta que eran celos, cogí el bote y comencé a extenderle el bronceador por la espalda. Irene, disfrutando de su victoria, se dedicó a gemir como si estuviera gozando al sentir mis dedos recorriendo su piel.
Si ya estaba indignado por su desfachatez, mas me cabreé cuando al darse la vuelta, me pidió que siguiera por delante. Nuevamente debía de haberme negado pero la visión de sus pechos y la posibilidad de volver a sentir en mis yemas aunque solo fueran los bordes de esas dos maravillas, me obligó a continuar.
Lo que no me esperaba fue que nada mas empezar a untar la crema por su escote sus pezones se marcaran bajo la tela del bikini demostrando que la calentura de la que hacía gala era real. Ese descubrimiento provocó que se me contagiara su excitación y olvidando mis buenos propósitos, me puse a disfrutar de su cuerpo con intenciones nada fraternales.
Usando mis dedos como pinceles y su piel como mi lienzo imprimí a mis caricias de una sensualidad que no le pasó inadvertida. Dejando de gemir, se mordió los labios al notar la lentitud de mis yemas al rodear sus pezones sin tocarlos.
-Eres maravilloso- susurró en voz baja ya claramente excitada cuando un breve roce de mi palma acarició una de sus areolas.
Dejando tirado al hombre sensato, la lujuria se apoderó de mí al oírla y sacando el Mr Hide que escondía en mi interior, con un dedo recorrí la raja de su sexo por encima de la tela. Irene no solo no puso ningún obstáculo a ese ataque sino que separando sus rodillas me dio a entender su disposición a que continuara.
«¿Qué coño estoy haciendo?», me pregunté cuándo como un zombi sin voluntad metí la mano bajo su bikini y comencé a pajearla sin importarme que a pocos metros hubiese otros huéspedes del hotel
Inmerso en esa sinrazón, acaricié los pliegues de su sexo antes de apoderarme del ya erecto botón que se escondía entre ellos. Al hacerlo mi prima no pudo evitar que un sollozo brotara de su garganta.
-Sigue, por favor- susurró entregada.
Sin saber a ciencia cierta, cuál era de los dos quien había empezado, usé mis dedos para torturar su clítoris hasta que cerrando los ojos se corrió en silencio, dejando un pequeño charco como muestra de su orgasmo sobre la tumbona.
Ni siquiera había asimilado lo que acababa de hacer cuando sonriendo la muchacha me soltó:
-Gracias. Nunca olvidaré el placer me has regalado, sabiendo que lo necesitaba. Sé que no querías pero aun así, ¡lo has hecho!
Sus palabras me dejaron helado. No solo no estaba enfadada por mi abusiva forma de actuar, sino que en su mente seguía viéndome como ese superhéroe que olvidando sus intereses se desvivía por hacerla feliz. De todo corazón os confieso que estuve a punto de sacarla de su error y explicarle que habían sido mis propias hormonas las que me habían espoleado a perpetrar tal felonía pero su cara de felicidad y el modo tan tierno con el que me miraba me lo impidieron.
«Definitivamente, ¡soy un cerdo!», pensé avergonzado y con el peso de la culpa sobre mis hombros me fui al agua para calmarme…
Un puñetero mono la lía.
El océano pacífico no hizo gala de su nombre y lejos de apaciguar los remordimientos que sentía al haber masturbado a mi prima los incrementó. Todas las neuronas de mi cerebro estaban de acuerdo:
¡Era un malnacido que se había aprovechado de una criatura indefensa!
El que ella no lo viera así, era lo mismo. De haber sido conocido mi delito por una parte independiente, su sentencia hubiese sido inculpatoria porque como la parte equilibrada de los dos debería de haber aportado la cordura y nunca haber cedido a la influencia de mis hormonas.
Llevaba reconcomiéndome media hora en el agua cuando un chillido de terror me obligó a mirar hacia donde Irene permanecía tomando el sol. Al hacerlo comprendí que estaba en dificultades y retornando hacia las tumbonas, corrí en su ayuda. Acababa de llegar a su lado cuando el agresor viendo mi llegada, salió corriendo y se subió a una palmera mientras mi prima intentaba taparse los pechos con sus manos:
-Se ha llevado mi bikini- protestó airadamente al escuchar mi carcajada.
Incapaz de contener la risa, le cedí mi camisa para que se tapara mientras interiormente agradecía al mono que hubiese salido de la foresta para hurtar esa prenda.
-Tranquila ya se ha ido- contesté todavía descojonado al percibir que se estaba poniendo nerviosa al ser el objeto de las miradas de todos los presentes a esa hora en la playa y adoptando una pose seria, le pregunté qué era lo que había pasado.
Muerta de vergüenza, me explicó que aprovechando mi ausencia se había desabrochado el bikini para que no le quedaran marcas y que el desgraciado animal debió de pensar que era comestible y se lo había robado, tras lo cual se abrazó a mí diciendo:
-Menos mal que has llegado. De no ser por ti, no sé que hubiese ocurrido.
La presión que sus sueltos senos ejercieron sobre mi pecho me gustó pero no así sus palabras porque nuevamente me estaba otorgando un papel de salvador que no me correspondía en absoluto. Cansado de tanta hipocresía decidí dejar de fingir y desenmascararme, por eso la cogí de la mano y me la llevé al chiringuito de la playa a hablar.
Tras pedir unas cervezas al camarero, le pedí que nos sentáramos y ya con ella frente a mí le dije:
-No soy tu caballero andante, ni siquiera soy un caballero. El beso que te di y la paja que te hice no fueron acciones nobles sino producto de lo cachondo que me pones. No creas que lleve a cabo esas acciones para complacerte, las hice porque lo que realmente me apetece es echarte un polvo.
Su rostro no expresó sorpresa alguna ante mi confesión y para colmo Irene esperó que terminara de hablar para decirme:
-Ya lo sabía..- y cuando ya respiraba más tranquilo, esa adorable criatura prosiguió diciendo: -Eso no es lo importante, sino que creyendo que lo correcto era no acostarte conmigo, retuviste tus instintos y evitaste hacerlo.
La muy ingenua había dado la vuelta a mis argumentos y con ello se había afianzado en ella la idea que yo era un ancla al que podía asir su barca sin miedo a que ninguna tempestad la echara a pique.
-Te equivocas- respondí y buscando una forma que realmente viera al cerdo que había en mí, le dije: -¿Qué puedo hacer para convencerte que no soy un santo?
Entornando los ojos y bajando coquetamente su mirada, contestó:
-Hazme tuya.
-¡Vete a la mierda! ¡Hablo en serio!
Fue entonces cuando mirando fijamente a mis ojos, me soltó:
-Mi marido me considera una fulana. Si quieres convencerme, ¡trátame como a una puta!
Os juro que por un momento, pasó por mi mente la idea de hacerle caso y ni siquiera esperar al hotel para follármela pero en vez de agarrarla de los pelos y ponerla a cuatro patas, di un sorbo a la cerveza y con toda la tranquilidad del mundo, contesté:
-Eso es lo que te gustaría.
Soltando una carcajada, mi prima se subió a mis rodillas y sin darme tiempo a reaccionar comenzó a besarme, diciendo:
-¿Tanto se me nota? Desde niña he estado enamorada de ti y tras la última paliza, decidí que no podía esperar más y pedí a tu hermana que te convenciera que me acogieras a tu lado.
-¿De qué hablas?- pregunté indignado al no gustarme el cariz que estaba tomando el asunto.
Todavía riendo, pasó su lengua por mi oído antes de responder:
-Soy una mujer bella, tú sigues soltero… era solo cuestión de tiempo que te metieras en mi cama- la erección que en ese momento tenía entre mis piernas confirmaron la veracidad de sus palabras.
¡Irene me traía loco y para colmo lo sabía!
Increíblemente la certeza de haber sido manipulado me tranquilizó y con una serenidad que hasta mí me dejó impresionado, acariciando la rubia melena de esa arpía, contesté:
-Te propongo un trato, a todos los efectos te haré mi mujer. Vivirás conmigo, compartirás mi lecho y cuidaré de ti pero…. – hice un inciso al observar en su rostro una total satisfacción- …pero –repetí- como me has pedido: cuando no haya nadie que nos conozca y de puertas adentro de nuestra casa, ¡te tratare como si fueras una puta a mi servicio!
Si creía que semejante burrada iba a hacerla recapacitar, me equivoqué y con la felicidad reflejada en su rostro, mi prima, esa flacucha de mi infancia respondió:
-Acepto.
Lo que no debía esperarse fue que en ese instante y ejerciendo el poder que ella voluntariamente me había otorgado, le preguntara:
-¿Conoces a alguien en esta playa?
Todavía con una sonrisa en su boca, contestó:
-¡Sabes que no!
Sin darle tiempo a hacerse la idea, pegando un suave pellizco a uno de sus pezones, susurré:
-Me apetece que mi nueva putilla me haga una mamada.
Por enésima vez, esa rubia me sorprendió porque con una celeridad que me dejó pasmado, se arrodilló a mis pies y con una picardía que hasta entonces desconocía que tuviera me contestó:
-Ya te estabas tardando, estoy tan caliente con ser tuya que lo hubiese hecho aunque no llegaras a pedírmelo.
Tras lo cual y obviando que el camarero podía verla, me bajó el traje de baño y sacando de su interior mi miembro, comenzó a besarlo mientras le decía:
-Cariño, no sabes las ganas que tenía de conocerte. Te juro que si nuestro dueño me deja, te haré muy feliz.
Y demostrando que era verdad su aceptación del pacto, abrió su boca y lentamente se lo fue introduciendo mientras con sus manos me pajeaba. La parsimonia con la que devoró mi verga y la pericia que demostró al hacerlo me hicieron intuir lo mucho que iba a disfrutar con esa zorra pero sobre todo el que se refiriera a mí como su dueño fue lo que verdaderamente me calentó y queriendo ver los límites de su entrega, le ordené .
-Usa solo la boca.
No me respondió con más palabrería sino que sacando su lengua, se puso a embadurnar sensualmente toda mi extensión con su saliva. Ya bien empapado, forzó su garganta al introducírsela pene por completo en su interior y sin que yo le tuviera que decir nada se la sacó lentamente para acto seguido volvérsela a meter, repitiendo la operación tantas veces y con tal eficacia que consiguió hacerme sentir que la estaba penetrando en vez de estar recibiendo una mamada.
-¡Eres buena! ¡Mamona mía!- exclamé más que encantado con mi nueva adquisición.
-Gracias- someramente respondió antes de volvérselo a incrustar hasta el fondo.
Había aceptado ceder a sus caprichos por su belleza y aunque le suponía una cierta fogosidad, que fuera tan experta mamando fue una novedad pero sobre todo que supiera cerrar su garganta para que pareciera que era un coño. Totalmente concentrada en su labor, su cara era todo lujuria. Con los ojos cerrados, parecía estar concentrada en disfrutar de la sensación de ser usada oralmente.
-¿Te gusta que mamármela?- pregunté.
-Sí- reconoció con satisfacción.
Su respuesta me hizo recapacitar sobre su verdadera personalidad. Aunque seguía siendo la víctima de un maltratador reconocí en ella una extraña vena sumisa que quizás siempre había estado presente en su vida y que por ella había buscado cobijo en alguien tan dominante y malvado como su ex. Sabiendo que mi dominio nunca iba a ser tan ruin como el de él, acariciándole la cabeza, dejé que incrementara el ritmo mientras permitía que usara una de mis piernas para masturbarse.
Irene, viendo que no ponía ningún pero a que lo hiciera, se dedicó a frotar su coño contra mi peroné mientras en ningún momento dejaba de mamármela. No sé si fue la excitación que llevaba acumulando durante su estancia en Costa Rica o el placer que sentía al saberse mía pero lo cierto fue que sin poderlo evitar esa rubia se corrió antes que yo lo hiciera.
Sentir su flujo recorriendo mi pie fue la gota que faltaba para derramar mi vaso y explotando dentro de su boca, me uní a ella en su placer. Mi prima, al notar el semen chocando contra su paladar, profundizó su mamada mientras estimulaba mis ya no necesitados testículos con las manos para prolongar mi orgasmo. Para mi gozo, no cejó en sus maniobras hasta que consiguió ordeñar hasta la última gota de mis huevos y entonces y solo entonces, sacando mi maltrecho pene de su boca, se permitió preguntar:
-¿Está contento mi dueño con su puta?
Soltando una carcajada, la levanté del suelo y regalándole un beso, jugueteé con mi lengua en la suya antes de contestar:
-Mucho- y dejándole claras mis intenciones, le ordené: -Recoge nuestras cosas, ¡Volvemos al hotel!…
Con una alegría desbordante fue por la cesta y ya de nuevo a mi lado, me abrazó para que fuéramos del brazo. Confieso que seguía en una nube y por ello no me percaté hasta llegar a mi habitación que esa rubia quería pedirme algo.
-¿Qué te pasa?- pregunté.
Con una ternura que abolió cualquier intento de contraataque, contestó:
-Creo que te he demostrado que puedo ser tu puta pero… ¿te importaría por hoy hacerme el amor? ¡Lo necesito!
Cogí al vuelo el verdadero significado de su pregunta, después de las experiencias pasadas, le urgía ser amada y no solo usada. Sabiendo que lo que realmente precisaba era una especie de catarsis donde ella tuviese la voz cantante, respondí:
-Te propongo algo mejor, te prometí que serías mi mujer pero no lo hice adecuadamente…- tras lo cual abrí el servibar de la habitación y saqué una botella de champagne.
Mientras mi prima se mantenía expectante, le quité el alambre que sujetaba el corcho y toscamente fabriqué un anillo.
-¿Qué vas a hacer?- preguntó aterrorizada.
Hincando mi rodilla frente a ella, contesté:
-Sé que tendremos que esperar a tu divorcio y soportar la incomprensión de los nuestros pero ¿quieres ser mi esposa?
-¡Sí quiero!- saltando sobre mí respondió y sin darme siquiera una tregua comenzó a quitarme la ropa llorando de felicidad. Poniéndose a horcajadas sobre mí, me empezó a acariciar con premura. Sus manos resbalaban por mi cuerpo como temiendo que fuera un sueño y que al despertar hubiera desaparecido.
-Tranquila, cariño. Tenemos toda una vida.
Mis palabras consiguieron su propósito y su urgencia se fue transformando poco a poco en una danza de apareamiento. Era el día de su boda y ella quería tomar posesión de su hombre. Sus pechos, su vientre, sus piernas fueron las herramientas que usó para contagiarme su pasión como paso previo a hacerme suyo. Pude sentir cómo sus senos se restregaban contra mí, y cómo su cuerpo por entero se pegaba al mío mientras sus pantorrillas evitaban que me moviera.
En ese momento, creí que era una forma de decirme que necesitaba que yo la tocara pero cuando con mi mano rocé sus muslos, ella me la retiró diciendo:
-Déjame a mí hacerlo- tras lo cual, separó mis brazos obligando a que adoptara la postura de un Cristo crucificado al cual en vez de muerte, le esperaba placer. No tuvo que decirme lo que buscaba. Además de hacerme el amor, después de las humillaciones y degradaciones que había soportado en su matrimonio, necesitaba tal y como había supuesto ser ella quien hiciera y deshiciera a su antojo, ser la que dosificara el deseo y de esa forma que nuestra unión la liberara de sus demonios.
Quedándome quieto, me dejé amar. La boca de Irene se apoderó de mis labios y haciéndolos suyos, los mordisqueó y su lengua jugó con la mía mientras sus manos se entretejían con mis cabellos. Sabiendo que no era mi turno, me agarré a los barrotes de la cama dispuesto a disfrutar por completo de ella. Abandonó mi boca deslizándose sobre mi cuerpo. Sus besos recorrieron mi cuello, mis hombros, concentrándose en mi pecho. Mis pezones recibieron sus caricias como ofrenda mientras ella se reía al sentir la presión de mi pene sobre su estómago.
-Mi maridín está bruto- murmuró dichosa.
No contenta con esa victoria siguió bajando por mi ombligo hacia su meta final. Ésta la recibió ya necesitada de sus labios. No tardé en sentir que una cálida humedad la envolvía. No pude dejar de mirarla cuando la rozó con la punta de su lengua. Hipnotizado, observé cómo su boca se abría haciendo desaparecer dentro de ella toda mi extensión. Sus movimientos lentos se fueron acelerando poco a poco con mi respiración entrecortada delatando mi deseo.
La sonrisa de su rostro y el brillo de sus ojos era la muestra que para entonces era una leona que había excitado a su macho. Con su espíritu depredador ya a flor de piel, necesitaba sentir mi total entrega y acercando su cara a la mía, me susurró:
―¡Dime qué me deseas! ¡Que me necesitas! ¡Qué eres mío!
―Soy totalmente tuyo, ¡tómame!― imploré fuera de mí.
No era una frase obligada por las circunstancias. Mi prima me había conquistado, subyugado. Era mi reina y yo su leal súbdito, y ahora lo sabía. Tomando posesión de su reino, separó sus piernas y cogiendo mi pene, se lo introdujo lentamente dentro de su cueva mientras yo sentía el roce de cada pliegue de sus labios como una dulce tortura.
-Follame ya- chillé pero Irene no cambió su ritmo hasta que se sintió completa al sentir mi glande chocando contra la pared de su vagina. Entonces y solo entonces, me ofreció sus pechos como recompensa, diciendo:
-Chúpamelos.
Como si fuera su esclavo obedeciendo, mi lengua recorrió el borde de sus aureolas antes de apresar entre mis dientes el botón de sus pezones. Fue la señal que esperaron sus caderas para empezar a moverse mientras en plan goloso querían disfrutar del prisionero que encerrado entre sus piernas suspiraba por su libertad.
Subiendo y bajando su cuerpo sobre mi verga se dedicó a empalarse mientras se iba contagiando de mi excitación haciendo cada vez más profundas las embestidas. El sudor que recubría su piel me avisó del placer que en momentos iba a asolar su cuerpo y desobedeciendo sus órdenes, llevé mis manos en un intento de acelerar sus movimientos mientras ella me montaba ya totalmente desbocada.
-¡Me encanta!- la oí gritar.
Yo mismo estaba a punto de correrme pero esa era su noche y no debía fallarle, por eso me concentré en evitarlo. Como el hombre con el que pasaría el resto de su vida, quise que saborear y disfrutara en esos instantes del placer y el amor que tanto tiempo había tenido vedados y prohibidos por la locura irracional de su ex marido. Los dedos de mi prima se aferraron a mí cuando sin poder aguantar más explotó entre mis piernas y un río de lava ardiente envolvió mi sexo.
-¡Me corro!- aulló presa de felicidad mientras sentía que yo descargaba mi simiente en su interior haciendo que nuestros flujos se mezclaran mientras nuestros cuerpos se fundían en uno solo.
Convulsionando sobre mí, disfrutó de un largo y placentero orgasmo que le hizo olvidar tanto sufrimiento mientras buscaba que mi semen llenara su fértil vientre porque aunque sabía que me amaba hasta ese momento no se había percatado de cuanto me necesitaba. Relajada y sin moverse se abrazó a mi pecho pensando en que más que hacerla el amor, la había desvirgado porque jamás en su vida pensó que se podía disfrutar tanto sin saber que a mí me ocurría lo mismo y que todas mis pasadas amantes solo eran un preludio a ella.
Durante largo rato, se dejó mimar manteniendo la misma posición hasta que levantando la mirada y con una sonrisa de oreja a oreja, me confesó:
-Por primera vez me he sentido amada y por eso quiero darte una sorpresa. Mi culito nunca ha sido usado y quiero que sepas que disfrutaré como una perra cuando cumplas tu promesa y me trates como una puta.
Soltando una carcajada, al escuchar de sus labios tamaña sugerencia, contesté:
-Cariño, tú siempre serás MI PRIMA, MI AMANTE Y MI PUTA PERO ANTE TODO MI MUJER.

Un comentario sobre “Relato erótico: “Mi prima, mi amante, mi puta y ante todo mi mujer 2” (POR GOLFO)”

  1. Las dos partes de este relato me fascinaron.. Me encantó esta historia y he quedado con ganas de una continuación

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