El culo de la profesora.

No había padre que no volteara a ver el culo de esa profesora. Desde que mi hija entrara en la escuela, cada vez que iba a recogerla, no podía dejar de aprovechar la ocasión para echar una mirada a ese primor de trasero. Durante dos años, me había hecho multitud de pajas en su honor. No solo era  grande y duro, lo que en verdad enloquecía a los hombres era su manera de menearlo. Consciente y orgullosa de ser la dueña de semejante monumento, Patricia lo exhibía sin disimulo, vistiendo diminutas minifaldas y todavía más exiguos shorts.  Nadie era inmune. A todos, y yo no podía ser una excepción, se nos hacía agua la boca al disfrutar de la visión de esa morena cuando, con una sonrisa, nos entregaba a nuestros hijos.
Era joven, no tenía más que veinticinco años y aun así desprendía una madurez que te cautivaba. Con un culo espectacular, una cara preciosa, para colmo, la naturaleza le había dotado de unos pechos que te invitaban a meter la cabeza entre ellos. En resumen, esa muchacha era una mujer de bandera, de esas que adoran los padres y ponen celosas a las madres de todo el que tenga la suerte de ser su amigo.
Como mi niña era buena estudiante, nunca tuve que ir a verla, es más, creo que, si hiciera memoria, jamás hasta ese día, había cruzado cinco palabras seguidas con ella y por eso me sorprendió que, una tarde, la cuidadora de mi hija me entregara una nota suya. Extrañado, abrí el sobre donde me mandaba el mensaje. Al leerlo vi que lejos de ser una reprimenda a su  alumna, la profesora me decía que estaba impresionada de la capacidad de María y que quería saber si podía pasarme, por el colegio,  ese lunes a las tres.
Ni que decir tiene que le metí a mi chavala en su mochila una breve nota mía, confirmando la cita. Sin saber qué era lo que quería, no le di demasiada importancia, mandándolo al baúl de los recuerdos y no volví a pensar en ello hasta el día de la entrevista. Esa mañana al recordar que tenía que ir a verla, me vestí con mis mejores galas y hecho un pincel, fui a verla.
Al llegar, me dirigí directamente a la sala de profesores. Estaba cabreado conmigo mismo al darme cuenta que me estaba poniendo nervioso por el mero hecho de hablar con ella.
“Joder, Alberto, que no eres un crio”, me decía tratando de calmarme, “a tus treinta y cinco años no puedes ser tan idiota de alterarte por la idea de ver a esa mujer”.
Por mucho que lo intenté, seguía temblando como un flan, cuando toqué la puerta. Desde dentro, la profesora me pidió que pasara. Al entrar, me tranquilicé al ver que no se levantaba de la mesa, ya que así, no tendría que sufrir la tentación de verla en pie.
-Siéntese, por favor- dijo casi sin levantar la mirada del expediente que estaba leyendo. Su voz gruesa, casi masculina, era quizás más subyugante que su trasero y nuevamente excitado, tomé asiento.
Tardó todavía dos minutos en hacerme caso, ciento veinte segundos que solo sirvieron para incrementar mi deseo al darme la oportunidad de dar un rápido repaso a esa anatomía de película. Patricia se había puesto para la ocasión una escotada blusa que dejaba entrever las sensuales formas de su pecho.
“Mierda”, exclamé mentalmente al sentir que bajo mi pantalón, mi pene se empezaba a alborotar.
Afortunadamente, sus primeras palabras cortaron de cuajo mi entusiasmo.
-Es divorciado, ¿no?- soltó, haciéndome recordar el abandono de la zorra de mi mujer.
-Sí-
-¿Y tiene usted, la patria potestad de María?-
Bastante mosqueado por el interrogatorio, contesté afirmativamente y sin cortarme un pelo, me quejé de a que venía eso.
-Perdone mi falta de tacto, pero quería asegurarme antes de plantearle un asunto-, me dijo un tanto avergonzada, –Verá, el colegio ha seleccionado a su hija para que nos represente en una olimpiada de conocimientos y queremos pedirle su consentimiento-
No tuve más remedio que reconocerle que no tenía ni puñetera idea de lo que me estaba hablando. Ella, soltando una carcajada, me explicó que era un concurso a nivel nacional y que de aceptar mi niña, durante todo un fin de semana, competiría con los mejores expedientes del país.
-Le aconsejo que la deje ir, si gana se llevaría una beca-
Sin necesitar dicha ayuda, comprendí que además de ser un honor, era una oportunidad y por eso, no puse  traba alguna y casi sin leer, firmé los papeles que la muchacha me puso enfrente. Ya me había despedido, cuando desde la puerta recordé que no sabía cuándo ni dónde iba a tener lugar.
-El uno de marzo en Santander-
Alucinado que se tuviera que desplazar tan lejos, pregunté quien la iba a acompañar:
-Por eso no se preocupe- contestó sin saber lo que su respuesta iba a provocar en mí: -El colegio se hace cargo de mi estancia  y la de ustedes dos-
“¡Puta madre!”, mascullé entre dientes al pensar en la tortura que supondría pasar todo un fin de semana con ese bombón. Sabiendo que era inalcanzable, esos dos días serían una dura prueba a superar. De nuevo le dije adiós, pero esta vez, salí huyendo y ya en el coche, idílicas imágenes de esa mujer entregándose a mis brazos, poblaron mi imaginación.
Clases extra.
Quedaban dos meses para el concurso, por lo que, supuse que con el paso de los días, me iba a ir serenando. ¡Qué equivocado estaba!. Esa misma tarde, mientras estaba en la oficina, recibí una llamada suya al móvil. En ella, me informó que, como el director estaba muy interesado en ganar, había autorizado a que después del horario normal, María recibiera clases extra. Tal y como lo planteó, me pareció lógico pero tuve que negarme:
-Lo siento es imposible, la cuidadora de mi hija termina su turno a las seis y si se queda más tiempo en el colegio, no tengo a nadie que la recoja-
-Por eso no se preocupe- contestó, -había pensado en dárselas en mi casa y que usted, al salir de trabajar, la recogiera sobre las ocho-
Comprendiendo que aunque perdiera, ese refuerzo redundaría en beneficio de la cría, no pude negarme y aceptando, le pregunté qué días iban a ser:
-Martes y jueves- respondió y tras titubear un poco, me pidió que no hablara con los otros padres sobre ello – Sabe cómo es la gente, si se enteraran, se quejarían de que sus hijos no reciben el mismo trato-.
-No se preocupe- respondí y pidiéndole la dirección donde recoger a mi hija al día siguiente, colgué el teléfono.
“Hay que joderse”, pensé mientras volvía a concentrarme en mi pantalla del ordenador, “¿cómo coño voy a hacer para no ponerme bruto cada vez que la vea?”.
Gracias a que mi secretaria entró con unos cheques para firmar, no seguí reconcomiéndome con la idea. Tres horas más tarde, al llegar a mi apartamento, mi hija estaba encantada. Patricia le había explicado que dos días a la semana, iba a  darle clase en su casa.
Aproveché ese momento para preguntarle por ella. María, sin saber las motivaciones de esa pregunta, me contestó que le tenía enchufe y que era muy cariñosa con ella. Lo que no me esperaba es que la cría me soltara que su profesora llevaba todo el año preguntando por mí. Alucinado, tuve que indagar en su respuesta y sin darle importancia, dejé caer a que se refería:
-Papá, creo que le gustas- respondió soltando una risita -esta tarde me sonsacó si tenías novia- .
La confidencia de la niña de diez años me turbó y cambiando de tema, le dije que ese fin de semana íbamos a ver a la abuela. María adoraba a mi madre por lo que el resto de la cena, estuvimos planeando la visita. Aunque ella se había olvidado de la conversación, yo no pude. Y al meterme en la cama, no pude evitar imaginarme como sería ese estupendo culo al natural. Soñando que la poseía y derramándome sobre las sábanas, me corrí.
Al día siguiente, me levanté cansado. No había podido dormir, cada vez que intentaba conciliar el sueño, veía a Patricia desnuda susurrándome que la hiciera mía. No sé cuántas veces soñé con ella, esa noche, aunque fuera fantaseando, la tomé de todas las formas imaginables. Habíamos hecho el amor dulcemente, salvajemente e incluso, durante esas horas, había desvirgado ese trasero que me traía loco. 
Durante todo el día, estuve irritable. Saltaba como un energúmeno ante la más nimia contrariedad, mi propio socio, en un momento dado, me preguntó que me pasaba. Al contárselo, se descojonó de mí, diciendo:
-Macho, no te comprendo. Si está tan buena como dices, ¡qué haces que no le saltas al cuello!-.
-Ojalá pudiera. Ante ella, me quedo como un idiota, parado, sin saber que hacer-.
-Pues fóllatela, que falta te hace. Llevas demasiado tiempo sin tener a una mujer en tus brazos- respondió dando por zanjada la conversación.
“¿Follármela?, ¡si ni siquiera puedo hablar con ella, sin que se me ponga la piel de gallina!”, me recriminé dándolo por perdido. 
A las ocho, llegué puntualmente a su dirección y tocando al telefonillo, le dije que había llegado. Patricia me pidió que subiera, porque aún les quedaba diez minutos para terminar la lección. Cogiendo el ascensor, los nervios me atenazaban el estómago. Tratando de sosegar mi ánimo, me acomodé la corbata ante el espejo y al mirarme, comprendí que era inútil el soñar que esa mujer se fijara en mí. No solo era la diferencia de edad, mientras ella era un portento, yo era uno del montón.
Al salir, la profesora me esperaba en el zaguán. Vestida con un pijama de franela, lejos de menguar su atractivo, se incrementaba, al dotarle de un aspecto aniñado. Contra su costumbre de saludar con la mano, Patricia me dio un beso en la mejilla y sin más, me llevó a su salón:
-¿Quieres algo?- me preguntó tuteándome por primera vez, -María va a tardar un rato.
-No, muchas gracias. Estoy bien- respondí cortado.
Ella sonrió y dejándome, se marchó a terminar. Aprovechando que estaba solo, me puse a fisgonear las fotos de la habitación, buscando algún indicio que me permitiera conocer más a esa mujer. Pude averiguar poca cosa, porque la mayoría de ellas eran de la clase de mi hija. Solo cuando ya había perdido la esperanza, observé que, sobre una mesa camilla, había una en la que aparecía en bikini.
Incapaz de contenerme, la cogí en mis manos y totalmente excitado, disfruté al verla casi desnuda. Quien hubiese tomado esa instantánea, la había pedido que adoptara una pose sensual. Con los brazos alzados, la postura me permitió regocijarme en sus pechos. Tapados únicamente por un triángulo de tela, se podía comprobar la perfección de sus formas. Tan absorto me quedé, que no me di cuenta de que mi hija y su profesora habían terminado y me miraban desde la puerta. Abochornado, devolví la foto a su lugar y despidiéndome, cogí a mi cría y me fui.
“¡Qué vergüenza!”, pensé ya en el coche, “se ha dado cuenta  que me pone como una moto”.
Pensando que me había pasado y que de nada servía pedir perdón, porque eso solo empeoraría las cosas, decidí no repetir el mismo error. Ni que decir tiene que esa noche al meterme en la cama, volví a soñar con ella y dando vía libre a mi lujuria, me masturbé en su honor.
Me dejo llevar por su juego.
Dos días después, comprendí que esa mujer no solo no se había sentido molesta por el repaso que había dado a su anatomía a través de la foto, sino que se había sentido alagada. Os preguntareis el porqué de mi afirmación, pues, muy fácil:
Ese  jueves, al llegar a su casa, nuevamente Patricia me pidió que subiera y como si fuera un calco de lo ocurrido el martes, me dejó solo en el salón. Al mirar la mesa donde estaba en bikini, me percaté que dicha foto ya no estaba pero lejos de apenarme su ausencia, alucinado, descubrí que había dejado otras dos en su lugar.  Si ya era sensual la anterior, con gozo, disfruté de sus sustitutas. La primera de ellas era  un primer plano de su culo. Los granos de arena blanca pegados a las nalgas de esa mujer hacían contraste con lo moreno de su piel. Mi pene salió de su letargo al verla pero se irguió dolorosamente dentro de mi pantalón al regocijarme en la segunda. Esta era aún más explícita, ya que, era una pose artística donde la dueña de la casa aparecía completamente desnuda, tapándose con sus manos los pechos y la entrepierna.
“¿A qué coño juega?”, me pregunté sabiendo que no era fortuito el cambio y temiendo que me volvieran a pillar, volví a dejarlas en su lugar.
Cuando llegó con mi hija, lo primero que hizo al entrar fue mirar hacia las fotos y al ver que estaban descolocadas, sonrió. Acto seguido, me miró para comprobar con sus propios ojos si me había visto afectado. El bulto de mi cremallera me traicionó y ella sin hacer ningún comentario, nos acompañó a la puerta. Al despedirse de mí, rozó su cuerpo contra el mío mientras me informaba de los progresos de mi hija. Juro que estuve a un tris de acariciarla, pero la presencia de María lo evitó y completamente excitado, cogí el ascensor.
Durante el fin de semana no pude abstraerme de ella, cada vez que tenía un momento de tranquilidad, volvía a mi mente las sugerentes imágenes que esa mujer me había regalado.  Tenía que hacer algo, no podía dejar de pensar en cómo atacarla. Temiendo haberme equivocado y que fuera una coincidencia, decidí esperar y ver como se desarrollaban los acontecimientos.
La confirmación de que la profesora de mi hija estaba jugando con fuego, llegó al martes siguiente, porque al abrirme la puerta, me quedé de piedra al comprobar que llevaba un coqueto picardías casi transparente. No me cupo duda que se dio cuenta que me quedé observando sus negras aureolas porque estas se erizaron al sentir la caricia de mi mirada. Sonriendo, me besó en la mejilla y haciéndome pasar a la habitación, me soltó antes de irse:
-Que las disfrutes-.
No había cerrado aún la puerta cuando yo ya tenía en mis manos las fotos que habían sustituido a las anteriores. En esta ocasión, su regalo consistía en una serie de instantáneas donde aparecía luciendo un blusón aún más atrevido que el de esa noche.  De todas ellas, la que más me enervó fue una en la que sentada en una silla, con las piernas abiertas, se pellizcaba los pezones por encima de la tela. Sin llegar a ser porno, la serie de fotografías era francamente erótica y con ellas en la mano, me fui al baño a cascarme una paja.
Cinco minutos después, ya relajado, las devolví a su lugar y poniendo sobre la mesa una tarjeta mía, le escribí una nota en la que le decía que me habían encantado, dejándole mi dirección de correo electrónico. Dando un salto en nuestra relación, al despedirme, dejé durante unos instantes que mi mano se recreara en su trasero. Ella, al sentir mi caricia, no se apartó pero protestó, susurrándome al oído:
-Ahora, no. Está la niña–.
Ya en el coche, estaba sorprendido de haber tenido el valor de tocarle el culo pero más de su respuesta. Patricia me había dejado claro que solo le había molestado que lo hiciera en presencia de mi hija. ¡Ese pedazo de mujer claramente estaba tonteando conmigo!. Ajena a la consternación que sentía su padre, María me estaba contando que, gracias a Patricia, había sacado otro diez en matemáticas y que para compensárselo, la había invitado a cenar.
-¿Cuándo?- respondí temiendo que fuera esa misma noche.
-Este viernes, Papá. Patricia me ha pedido que le llames para confirmar-, me dijo alegremente-.
“¡Menos mal!”, suspiré aliviado pensando que no quiso contrariar a la niña y por eso, lo de la llamada, prefiere que sea yo quien le dijera que no podía ser.
Esperé que se metiera a la cama para llamar a su profesora, en parte, porque me daba corte que me echara en cara el magreo. Sin tenerlas todas conmigo, le marqué a su móvil.
-¿Si?-, dijo al contestar.
-Patricia, soy Alberto, el padre de María-.
-Ah, gracias por llamar, solo quería saber que querías que llevara. Me da vergüenza ir con las manos vacías-.
-No hace falta que traigas nada-, respondí tartamudeando por la sorpresa que quisiera venir.
-Vale, cómo pasado mañana tienes que recoger a la niña, ¿si te parece hablamos?-.
-¿Hablar de qué?-.

Riéndose, me contestó:

-Del correo que te acabo de mandar- y sin darme tiempo a preguntar, me colgó.
La curiosidad venció a mi pereza, sabiendo que podía ser importante, fui a mi portátil y lo encendí. Jamás me había parecido tan lento el puñetero ordenador. Me urgía ver que esa mujer me había mandado y desesperado, tuve que aguantar que el Windows se abriera. Tres minutos después pude, por fin, entrar en mi cuenta. Al desplegarse el correo de entrada, vi que no me había mentido al decirme que me había dado un mensaje.
Nervioso por lo que significaba, lo abrí para descubrir que me mandaba la dirección y la clave de un Dropbox.
“Joder”, farfullé mientras tecleaba la dirección.
Sin saber qué era lo que me iba a encontrar, vi que había tres archivos. Un video y dos documentos. La profesora había previsto el orden de apertura, de manera que tecleé el que tenía por nombre “Primero en abrir”.
Era una carta. Temblando hasta la medula, empecé a leerla:
Alberto:
He querido escribirte este mensaje porque me da vergüenza decírtelo en persona. Aunque todo el mundo piensa que soy una mujer sin problemas para conseguir el hombre que desea. Es falso, desde cría, les he dado miedo.
El más claro ejemplo eres tú. Llevo dos años enamorada de ti y por mucho que intenté que me hicieras caso, no lo conseguí. Al principio solo me reía cada vez que me comías con la vista, pero poco a poco fui cayendo en tu juego y ahora no puedo evitar estremecerme cada vez que me miras.
Eres todo lo que puedo desear. Maduro, guapo, rico y encima tienes buenos genes. Tu niña que me tiene  subyugada, es la hija que siempre he querido tener. No sabes las veces que he soñado que los tres formábamos una familia, por eso cuando me enteré del concurso, decidí aprovecharlo para conquistarte.
Supuse que sería lento conseguirlo, pero has cometido un error y no pienso dejarte escapar. Eres mío y estás en mis manos. Mira el video tan entretenido que te mando, no creo que quieras que llegue a los otros padres o a tus clientes, podrías perder hasta la patria potestad. Siento usarlo, pero estoy cansada de que no me hagas caso.
Para que no te enfades mucho, te envió en el otro Word, unas fotos mías. ¡Seguro que reconoces el camisón!
Un beso de tu novia
Patricia.
p.d. Me he corrido viéndote. Quiero tener  una foto tuya de cuerpo entero, a ser posible, desnudo y con una erección.
-¡Será hija de puta!- grité al suponer en qué consistía el video.
Mis temores se vieron confirmados al visionar el archivo. La zorra me había grabado masturbándome en su baño, incluso se había permitido acercar el enfoque y sacar un primer plano de mi cara, mientras daba rienda a mi lujuria.
“¡Me tiene cogido de los huevos!”, pensé al verlo. “cualquiera que lo vea, supondrá que la estoy acosando y que ella es una pobre víctima”. No en vano, ese video probaba que la escena se desarrollaba en su casa y que las fotos eran de ella. “Si no le sigo la corriente, o bien me monta una demanda o lo que es peor, se lo envía a la guarra de mi ex y pierdo a mi hija”.
Si la hubiera tenido enfrente, la hubiese matado. Hecho un energúmeno, me fui al salón y cogiendo una botella de whisky, me serví una copa, tratando de tranquilizarme. Apurando el vaso, busqué una vía de escape pero no pude encontrarla. No podía sustraerme a su chantaje, cualquier movimiento por mi parte en contra de ella, lo único que provocaría sería mi desgracia y  por eso, con la tranquilidad que da el saberse sin esperanza, volví a releer esa mierda de carta. La muy perra no se cortaba un pelo, después de confesar un supuesto enamoramiento, no solo me amenazaba, sino que haciendo uso del más infame chantaje, dejaba claras sus intenciones. Aunque sonase a una locura, ¡Patricia me quería de pareja! Con el orgullo herido, tuve que reconocer que yo soñaba con seducirla, pero  después de recibir ese correo, era odio lo que esa mujer me trasmitía. Podía ser bellísima pero era una arpía.
Sin ganas de saber que era el tercer archivo lo abrí.
Cómo me anticipó consistía en unas fotos eróticas de ella, vistiendo el camisón de esa noche. Mecánicamente y sin producirme ningún morbo, fui pasando de una instantánea a otra. Patricia me había enviado varias series divididas por secuencias. En la primera, con el rostro difuminado, miraba una pantalla donde se reproducía mi masturbación. La segunda serie consistía en striptease donde no aparecía su cara y la tercera era una imagen de ella con el camisón empapado.
“Se ha cuidado de no mandar nada que me pueda servir en su contra”, medité mientras cerraba el ordenador, “no tiene un pelo de tonta”.

Con la moral por el suelo, me metí en la cama, esperando que el nuevo día me inspirara y se me ocurriera cómo contrarrestarla.
Mi claudicación
Cómo es evidente, esa noche dormí fatal. Cada vez que intentaba conciliar el sueño, Patricia aparecía vestida de domina y fusta en mano me obligaba a cometer todo tipo de aberraciones. Bajo su mando, me tiré a una pastor alemán. Siguiendo sus órdenes, bebí sus orines. Fui sodomizado…
Pesadilla tras pesadilla, me vi envuelto en un ambiente de degradación y humillación que si, en vez de ser una invención onírica, fuera realidad, me hubiera llevado al borde del suicidio. Cansado, me duché y tras dar de desayunar a mi pequeña, me fui al trabajo. Es fácil de imaginar que esa mañana agradecí la llegada de la cuidadora. Aunque nunca fallaba, uno de los horrores que soñé consistió en llevar al colegio a María y que en la puerta de su clase, Patricia me obligara a arrodillarme a sus pies con todos los niños y padres riéndose de mí.
Estaba en el coche a punto de llegar a mi oficina, cuando escuché el sonido de un mensaje. Creyendo que era del curro, lo leí:
Cariño: He abierto mi mail y no tenía lo que te pedí. ¿No querrás que me enfade? Te doy hasta las dos para que me lo hagas llegar. Te quiere. Tu novia-
“¡Maldita zorra!”, me lamenté golpeando el volante con mi cabeza,  “no me va a dejar ni respirar”.
Si cedía, me tendría en sus garras pero sino lo hacía y me mantenía en mis trece, iba abocado hacia el desastre. Estuve a punto de pedir consejo a Gonzalo, mi socio, pero la vergüenza de reconocer que era un pelele ante ella, evitó que lo hiciera. Después de un rato encerrado en mi despacho,  entendí que lo mejor que podía hacer era ganar tiempo y por eso, entrando en mi baño, me desnudé y tomándome una foto de cuello para abajo, se la mandé. Estaba cumpliendo su exigencia a medias, sin comprometerme más de lo que ya estaba. Nadie podía reconocerme.
No tardé en recibir su respuesta:
-¡Eres malo conmigo! Quería tener una foto de tu pene erecto que mirar en mi teléfono, pero no te preocupes tenemos toda la vida para que me la mandes. Te echo de menos.  P. D. No sabes las ganas que tengo de conocer a mi suegra-.
“Menuda puta”, mascullé al terminar de leer, “¡Tengo que investigar su vida! Seguro que esto que me está haciendo, lo ha hecho antes”.
Esperanzado en averiguar algo de su pasado que me sirviera para sacudirme su presión, llamé al detective que usábamos en mi empresa para sacar los trapos sucios de los que queríamos despedir. José, acostumbrado a los peculiares pedidos de sus clientes, no puso objeción en investigar todo lo relacionado con esa profesora, ya se despedía cuando le expliqué que era importante y que no me importaba el coste sino los resultados.
-Comprendo- respondió desde el otro lado del teléfono.
Cómo no podía hacer otra cosa que esperar, me sumergí en el día a día y no volví a pensar en ella, hasta que comiendo con mi socio, este me preguntó:
-Alberto, ¿Qué tal tu cacería? ¿Alguna novedad?-
-No te entiendo- solté al no saber a qué se refería.
-Joder, pareces tonto. Esa profesora que te trae loco, ¿Ya le has pedido salir?-contestó muerto de risa.
Frunciendo el ceño, hice como si no hubiese oído. Gonzalo, suponiendo erróneamente que me había dado calabazas, cambió de tema al ver mi turbación. Mi irritación de ese momento, no venía del chantaje, sino que por primera vez me di cuenta que mi hija se pasaba con esa loca casi todo el día. A punto de ir al colegio a sacarla, tuve que aguantarme toda la tarde y que fuera su cuidadora quién lo hiciera.
Ya en casa, María sonrió al decirme que Patricia me mandaba saludos. Tuve que contestarle que se los devolviera de mi parte, no podía explicarle lo que esa zorra me estaba haciendo. No me costó percatarme que mi hija estaba encantada de ser la enchufada de esa mujer.
-Patricia me quiere mucho- se quejó cuando le hice ver que solo era la profesora. 
Sin saber cómo comportarme, le di de cenar. Estaba viendo la televisión, cuando escuche que esa zorra me había mandado otro mensaje:
-Que duermas bien, cariño. Tengo ganas de verte-
Hecho una furia me fui a dormir. Me había jodido la película.

A la mañana siguiente, me levanté con nuevos ánimos. Había conseguido descansar  y eso me permitió enfrentarme a ese día sin depresión, de manera, que durante toda esa jornada no pensé más en ella. Al llegar la hora de ir a recoger a mi cría, decidí mantenerme firme pero sin romper la baraja. Estaba convencido que, en pocos días, el detective me entregaría información con la que colocarla en su lugar. Increíblemente ese día no hubo tráfico y por eso llegué con antelación. Como de nada servía esperar, me bajé del coche y tocando su telefonillo, fui a enfrentarme con ella.
Patricia me recibió con una bata. Se la veía alegre y nada más verme, me dio un beso en los labios. No colaboré en su juego y separándola, le pregunté por María.
-Está estudiando, aún le falta media hora- me susurró al oído.
La ausencia de mi hija me dio los arrestos necesarios para plantarme y cogiéndola del brazo, le exigí que me dejara en paz.
-No pienso hacerlo- respondió con un brillo en  los ojos que no supe interpretar – pensarás que soy una zorra, pero estás equivocado. Desde que me enamoré de ti, no he estado con otro hombre-
-Y eso a mí qué me importa- protesté elevando la voz.
-Sssss, no querrás que tu hija se entere de nuestra primera discusión de pareja-  contestó con desparpajo y poniendo cara de viciosa, me soltó: -Para que veas que no estoy enfadada, tengo un regalo que hacerte. ¡Sígueme!-
Alucinado la acompañé hasta el baño. Una vez allí Patricia me hizo sentarme en la taza y cerrando la puerta, me informó:
-Voy a ducharme- sin darme tiempo a reaccionar, se desanudó la bata y mirándome a los ojos, se la fue abriendo mientras me decía –No te engañes, llevas años deseándome. Te hago un favor al forzarte-
No pude dejar de observarla. Coquetamente dejó caer la tela, quedando desnuda a mi lado. Por primera vez, la veía en cueros y tuve claro que no desmerecía a lo que me había imaginado. Con un cuerpo espectacular, sus pechos eran una locura. Grandes y bien colocados estaban adornados por unas aureolas negras que invitaban a llevárselas a la boca, pero lo que me dejó anonadado fue su culo. Sus nalgas fueron creadas para el deleite de los humanos. Ya fuera un hombre o una mujer quien tuviese la suerte de contemplarlas, no podría quedar indiferente. Duras y perfectamente contorneadas se me antojaron maravillosas.
Ella, sonriendo, se metió en la ducha y abriendo el grifo, empezó a enjabonarse. Aunque seguía encabronado, no pude evitar que mi pene reaccionara ante esa visión y más excitado de lo que me gustaría reconocer, seguí embobado cada gota de jabón que se deslizaba por su piel.
-Fíjate en como me pone que me mires- me espetó señalando sus pezones.
Sé que debería haberme ido de ese baño pero no pude. Ver a esa mujer pellizcándose los pechos mientras me miraba, era algo cautivador y   cayéndose mi baba, me quedé sentado. Hasta su sexo era bello, perfectamente recortado, el breve triangulo me pedía que lo comiera.
Patricia aprovechó mi debilidad y llevando su mano a la entrepierna, me dijo:
-Mañana en la cena, deberás explicar a tu hija que somos novios. María necesita una madre-.
Exasperado por sus palabras, no pude ni intentar huir. Aunque parezca una aberración, disfruté al verla masturbarse sin ningún pudor. Lo que había empezado como un suave toqueteo, se convirtió en un arrebato de pasión. Dejándose llevar, la profesora separó sus rodillas y sin dejar de observarme, torturó su ya henchido clítoris. Los suaves suspiros fueron transmutándose en profundos gemidos y completamente inmerso en la escena, no quité ojo de cómo el flujo fruto de su orgasmo se diluía con el agua jabonosa que recorría su piel.
“¡Que buena está!”, avergonzado, reconocí.
Patricia saliendo de la ducha, me pidió que le acercara la toalla. Como autómata, se la di sin poder retirar mi mirada de su piel. Deseaba dejar de fingir y hundir mi cara entre sus pechos. Ella, consciente del efecto que estaba provocando, se deleitó exhibiendo su hermosura.
-¿Te gusta lo que ves?- preguntó mientras comprobaba la dureza de mi pene por encima del pantalón.
-Si- confesé sin poder evitar echar una ojeada a su trasero.
-¡Será tuyo! Pero tienes que ganártelo- respondió soltando una carcajada.
Reconociendo mi derrota, vi cómo se ponía un albornoz y sin protestar, la seguí adonde estudiaba mi niña. Había llegado a su apartamento con el firme propósito de no ceder y en menos de quince minutos, esa mujer le había dado la vuelta a la tortilla y me volvía a tener en su poder. Si ya fue dura mi humillación, peor fue comprobar el cariño correspondido con el que trataba a María. Mi hija dándole un abrazo, se despidió de ella mientras su profesora le hacía una carantoña en la cabeza.
-¿Ves lo que te digo?, vamos a ser una familia- me susurró en voz baja mientras pegaba su pecho al mío. –Te veo mañana, ¡tengo ganas de conocer donde voy a vivir contigo!-
Con la moral por los suelos, cogí a mi niña y salí despavorido. No había llegado al coche cuando escuché el aviso de un mensaje. Sabiendo que era de ella, lo leí:
-Cariño: me has puesto brutísima, esta noche soñaré que me haces el amor –

Mi entrega

Me avergüenza reconocerlo pero esa noche, soñé con ella. No fui capaz de reprimir que mi mente divagara y que mi cuerpo se liberara pensando que compartía con Patricia una idílica velada. Su piel, su trasero y sus pechos fueron míos. Obviando su chantaje, fuimos dos amantes entregados a una mutua pasión que desbordaba lo meramente sexual y se nutría de un supuesto afecto que, de estar despierto, hubiera negado.
Cansado pero sobretodo abochornado por mi entrega, me levanté por la mañana. Quedaban pocas horas para que esa chantajista, durante la cena, tomara las riendas de mi vida y por eso, nada más llegar a la oficina llamé al detective.
-José, ¿tienes algo?-
-Jefe, no sé qué busca pero dudo que lo encuentre. La tipa está limpia. A simple vista parece la hija ideal que todo padre quisiera tener. Excelente expediente académico, bien considerada por sus jefes, nunca ha sido ni denunciada ni demandada. Para que se haga una idea, no tiene ni multas de tráfico-
-¿Has investigado sus finanzas?- pregunté pensando, quizás, que en el pasado su chantaje hubiese tenido un aspecto económico.
-¡Claro! pero tampoco. Hija de un abogado importante de Valladolid, he revisado los cinco últimos años y lo único destacable es que su padre la estuvo manteniendo hasta hace poco. Ya sabe, es la clásica niña bien de provincias-
Desesperado por la falta de resultados, le pregunté si al menos tenía constancia de algún hombre en su vida.  El investigador carraspeó antes de responder y sin estar seguro de cómo enfocarlo, me soltó:
-Alberto, desde que me avisó, el único varón con el que ha estado, ha sido usted. Disculpe mi atrevimiento: ¿Teme que le esté poniendo cuernos?. Comprendo sus dudas, es una mujer joven y guapa-.
Al no poder explicar que esa zorra me tenía agarrado de los huevos, por mucho que negué cualquier relación romántica, sé que no me creyó y dándome por vencido, le agradecí sus esfuerzos. Colgando el puto teléfono, comprendí que estaba solo. Tenía que resolver mis problemas sin esperar ayuda ajena.
En ese momento y como si fuera una premonición, me llegó otro mensaje:
-Cariño: Esta tarde quiero que, antes de ir a cenar, me acompañes a un sitio. Te espero a las siete en mi casa. Un beso apasionado de tu novia-
Haciendo tiempo,  dediqué todas mis energías a trabajar. Enfrascado en la faena cotidiana, el día se me pasó volando y sin darme cuenta, dieron las seis de la tarde. Cómo María estaría con la cuidadora hasta que llegásemos a cenar, al salir de la oficina me dirigí directamente al apartamento de Patricia. Tras estacionar en frente, toqué su telefonillo.
-Ahora bajo- me contestó. En su tono se notaba que esa puta estaba alegre.
Temblando como un crío, esperé a que saliera del portal y cuando lo hizo, me dejó pasmado. Mi extorsionadora se había vestido a conciencia. Enfundada en un entallado traje negro, sus curvas eran más atractivas que nunca y lo peor es que ella lo sabía.
-¿No me das un beso?- murmuró pegándose a mí.
No pude rechazarla y cogiéndola entre mis brazos, la besé. Su boca se abrió para recibir mi lengua y con una pasión desbordada, frotó su pubis contra mi sexo. Mi reacción fue coger entre mis manos el culo que tanto deseaba desde hacía dos años y sin importarme que nos vieran los viandantes que poblaban su calle a esa hora, amasarlo como si la vida me fuera en ello:
-Sigue, me excita- respondió bajando la cremallera de su pecho, dejándome recrearme en su generoso escote.
Sus palabras consiguieron el efecto contrario y separándome de ella, le pregunté dónde íbamos:
-¡Aguafiestas!- se quejó al comprender que no iba a seguir colaborando en esa diversión callejera. –Me vas a llevar a despedirme de unos amigos-.
Ya en el coche, al insistirle que me dijera nuestro destino, pasó de mí y sin revelar sus intenciones, me fue señalando el camino durante veinte minutos. Estábamos a punto de  llegar cuando comprendí adonde me llevaba:
-¿Qué coño quieres hacer en la Casa de Campo? A estas horas solo hay putas y pajeros- protesté parando el coche.
Patricia sonrió y pasando su mano por mi bragueta, se acurrucó sobre mi pecho al decirme:
-Recuerdas que te conté que desde que me enamoré de ti, ningún hombre me había puesto las manos encima, pues no te mentí.  He buscado sosegar mi sexualidad  de una forma poco ortodoxa-
-No te entiendo ¿De qué hablas?-
-Tú sigue mientras te cuento- respondió mientras se deshacía de mi cinturón. Horrorizado, me percaté de sus intenciones al abrirme el pantalón y acariciar con sus manos mi ya erecto sexo – Te vas a escandalizar pero no puedo evitar ser una calentorra. Vengo a despedirme de unos amigos que me han hecho más llevadera mi abstinencia. ¡Tuerce a la derecha y aparca cuando puedas!-

Tal y como me temía ese lugar estaba infestado de mirones, no llevábamos un minuto en ese claro cuando dos tipos se acercaron a ver a la pareja que acababa de llegar. Lo que no me esperaba fue que uno de ellos, dando un grito, dijera:
-Muchachos, ¡Es la morena buenorra!-.
Como buitres cayendo sobre una vaca muerta, una docena de esos ejemplares rodearon el coche. Estaba a punto de arrancar y salir despavorido cuando Patricia me quitó las llaves y se confesó:
-Esos son mis amigos, cada viernes durante un año, he venido a este sitio en busca de placer. Con las ventanas cerradas, me he desnudado y masturbado para ellos, pensando que era tu pene el que se descargaba contra el cristal. Vengo a despedirme de ellos, ya no los necesito. Te tengo a ti-
Y sin esperar a que asimilara sus palabras, se fue desnudando ante los ojos inyectados de lujuria de esos “sus” amigos.
-Tócame, ¡Qué vean que ya no estoy sola!- chilló mientras se quitaba el sujetador.
Me quedé paralizado al ver cómo se pellizcaba los pezones. Implorando mis caricias, gimió cogiendo mi mano y llevándola hasta una de sus negras aureolas. Sin dejar de estar cortado, mis dedos recorrieron sus pechos mientras ella suspiraba completamente excitada. Sus ruegos me estaban volviendo locos y venciendo a la vergüenza que me embargaba,  sopesé uno de ellos y apretando entre mis yemas el botón que lo coronaba, me quedé mirando su reacción.
Casi gritando, me pidió que continuara. Su entrega me cabreó y buscando que comprendiera de una puta vez que yo no era el tipo de hombre que ella necesitaba, incrementé la presión hasta convertir mi pellizco en doloroso.
-Te quiero- sollozó con lágrimas en sus ojos – Tómame-
Hecho una furia, desgarré su vestido y asiendo su tanga con mi mano, lo destrocé sin importarme sus gritos.
-Serás puta- dije llevando su cabeza a mi entrepierna.
Ella comprendió mis intenciones y sacando mi pene de su encierro, lo empezó a besar mientras me decía cuánto había deseado hacerlo. No me explico todavía por qué, pero al verla tan entregada, me tranquilicé y acomodándome en el asiento, dejé que se apoderara de él. Con una lentitud pasmosa, fue engullendo mi sexo hasta hacerlo desaparecer en su interior.
La calidez de su boca terminó de demoler mis reparos y pasando mis manos por su cuerpo, empecé a acariciarla. Me vi sorprendido por la fuerza de su orgasmo. Sin casi tocarla, Patricia se había corrido ante mis primeras maniobras. Creí que se conformaría con ello, pero la muchacha no esperó a reponerse e incrementando la velocidad de su manada, buscó devolverme el placer.
Los doce rostros pegados contra el parabrisas fueron testigos de cómo esa morena se afanaba con mi miembro. Nunca creí que pudiera ser coparticipe de algo semejante. Pene en mano, nuestra anónima concurrencia se deleitaba escudriñándonos en la oscuridad. Cualquier de ellos hubiera dado su vida por estar en ese preciso instante en mi lugar.
Patricia estaba en su salsa. Seducida por su papel, le encantaba sentirse observada y agradeciendo la fidelidad de esos hombres, se llevó su mano a su sexo y separando con los dedos los labios de su pubis, se empezó a masturbar. Su segundo orgasmo llegó de improviso y convulsionando, empapó la tapicería del vehículo. La audiencia contagiada de su fervor babeaba mientras sus vergüenzas se aireaban en el exterior.
El primer impacto de semen contra el cristal, me terminó de convencer de que ese no era mi lugar y cogiendo las llaves del suelo, arranqué el coche saliendo horrorizado por la carretera. La morena levantó la cabeza y con los ojos inyectados de pasión, me preguntó:
-¿Dónde Vamos?-
-A tu casa- contesté y cogiendo mi chaqueta del asiento trasero, le ordené que se tapara.
Llevando la contraria a mi razón y a cualquier norma de tráfico, la miré de reojo y al percatarme de que me había obedecido, le solté:
-¡Termina lo que has empezado!-
No se hizo de rogar, acomodándose el destrozado vestido, se agachó y mientras yo conducía, reactivó mi alicaído miembro con suaves besos. El túnel de la M-30 fue el decorado donde esa mujer dio rienda a mi deseo y cumpliendo su cometido, consiguió llevarme al borde del placer.
-Voy a correrme- avisé al sentir los primeros síntomas del orgasmo.
Patricia, al oírme, hizo que mi falo se introdujera aún más en su garganta y rozando con sus dientes la base de mi miembro, esperó a sentir que eyaculaba. Al notar mi explosión y que los chorros de mi simiente golpeaban contra su paladar, no dejó que nada se desperdiciara. Persuadida de no fallarme, con su lengua limpió cualquier rastro de mi pasión en mi sexo, antes de con una sonrisa en los labios, decirme:
-Te queda una hora y media para decirle a María que sales conmigo- y soltando una carcajada, me preguntó: -¿Qué quieres hacer?-
No la contesté. La muy perra seguía obstinada en ser mi pareja. Esa fijación era al menos tan perversa como su afición a exhibirse y comprendiendo que no pararía hasta que reemplazara esa fantasía por otra, aceleré hacia su casa. Era mi cabreo tan grande que al aparcar, le dije que se cambiara y que yo la esperaría fumando en el portal.
-Sube- me ordenó y sin esperar que le respondiera, me cogió de la mano y casi a rastras me llevó a su apartamento.

Ya en su interior, comportándose como si nada hubiese pasado, me devolvió la chaqueta y riendo me pidió que le pusiera una copa mientras se cambiaba de ropa. Sentir que me quería de criado, colmó mi paciencia y usando la violencia, la tiré en su cama mientras le decía:
-¿Quieres un macho? Pues macho tendrás-
Contra todo pronóstico, Patricia se echó a reír y llamándome a su lado, me contestó:
-¡Te estabas tardando!-
Ver a ese monumento de mujer, tirada en la cama, con su vestido desgarrado y sin bragas, fue más de lo que pude soportar y despojándome de mi ropa, me reuní con ella completamente desnudo. La chantajista y la exhibicionista desaparecieron en cuanto me tumbé y ante mi sorpresa, me cubrió de besos comportándose como una dulce amante. Contagiado por su pasión, llevé sus pechos a mi boca. Patricia gimió al sentir mi lengua jugando con su aureola y tratando de forzar que la tomara, llevó mi pene a su pubis.
Ni siquiera se había terminado de desvestir y ya quería que sentir mi pene en su interior. Comprendiendo que para ella era un capricho, decidí aprovechar la oportunidad y disfrutar de esa mujer. Deshaciéndome de su abrazo, le quité los restos del vestido. Patricia, sin saber cómo reaccionar, se mantuvo pasiva mientras mis manos recorrían su piel.
“Es preciosa”, pensé mirando sus grandes pechos y su sexo depilado.
En mis treinta y cinco años de vida, había disfrutado de decenas de coños y catalogándolo con la mirada, decidí que era el más bello que nunca había visto. Ante su entrega le separé las rodillas y pasé mi mano por sus bordes sin atreverme a tocarlo. Mi amante se mordió los labios cuando sintió que uno de mis dedos separaba sus pliegues y curioseando, iba en busca de su clítoris. Cuando lo descubrí, ya estaba esperando mis caricias. Duro y mojado, su dueña se retorció sobre las sábanas cuando le dediqué un leve pellizco. Satisfecho por su entrega, me deslicé por la cama y acercando mi boca a su sexo, probé por vez primera su néctar. Néctar que recorrió mis papilas, embriagándome y como alcohólico ante un botella, bebí de su flujo sin hartarme.
Su cueva se convirtió en un manantial inagotable, cuando más recogía, mas brotaba de su interior. Para entonces, Patricia estaba desesperada. Cerrando sus puños, me rogaba que la tomara pero venciendo mis ganas de hacerlo, proseguí horadando su agujero con mi lengua. No tardé en oír como se corría y buscando prolongar su éxtasis, metí un par de dedos dentro de ella. Absolutamente poseída, la mujer empezó a aullar de placer mientras sus cuerpo se convulsionaba.
-Por favor- me rogó casi llorando- ¡Fóllame!-
Al ver que no le hacía caso y que seguía enfrascado en mi particular banquete, Patricia se levantó y poniéndose a cuatro patas, me miró sin hablar.
Me quedé pasmado al ver la rotundidad de su trasero a mi disposición y pasando mis manos por sus nalgas, supe que era lo que realmente me apetecía hacer. No le di opción, separando sus cachetes descubrí que su entrada trasera nunca había sido conquistada y embadurnando mi dedo en su flujo, empecé a recorrer las rugosidades de su ano. Esperaba resistencia por su parte, pero en vez de quejarse, suspirando Patricia me confesó:
-Es mi mayor fantasía. Házmelo pero con cuidado-
Solté una carcajada al escuchar que su mayor anhelo coincidía con el mío. La de veces que había soñado con usar su culo y si me daba entrada, pensaba en explotar repetidamente su secreto. Alternando mis caricias entre su sexo y su ojete, conseguí relajarlo y con sumo cuidado, introduje una de mis yemas en su interior. Al no  retirarse, comprendí que realmente lo deseaba y tanteando sus paredes, fui aflojando su resistencia mientras, centímetro a centímetro y falange a falange, enterraba mi dedo en ese terreno vedado.
-Me encanta- escuché que decía al empezar a sacar y meterlo por entero.
Convencido de haberlo dilatado suficiente, repetí la operación con dos. La morena protestó con un quejido pero no se apartó, al contrario, meneando su cadera, buscó ayudarme en la labor. Agradecí con un cachete su disposición y colocándome a su espalda, le pregunté si estaba lista.
-Sí, mi amor-
Era la hora de la verdad y cogiendo mi pene lo embadurné con su flujo, antes de hacer cualquier intento de acercarme a su ojete. Ella al ver lo que hacía, poniendo cara de viciosa, me soltó:
-Estoy empapada, métemelo en el coño-
Me pareció una buena idea y colocándolo en su sexo, de un solo empujón lo embutí hasta el final de su vagina. Patricia se retorció como una loca, tratando que siguiera penetrándola de esa forma, pero haciendo caso omiso a sus deseos, se la saqué y puse mi glande en su orificio trasero. Con un breve movimiento, desfloré la virginidad de su ano.
-Me duele-, gritó sin moverse.
Sabiendo que debía dejar que se acostumbrara a tenerlo embutido, no me moví durante unos segundos. Cuando su dolor hubo menguado, le acaricié la espalda mientras lentamente enterraba mi pene en su interior. Poco a poco, sus intestinos terminaron de absorber mi extensión.
-Tócate- le ordené.
Patricia bajando su mano a la entrepierna, se empezó a masturbar con un frenesí que me dejó asustado. Chillando me pidió que comenzara. Imprimiendo un lento ritmo fui sacando y metiendo mi falo, mientras ella no dejaba de torturar su clítoris.
-¡Qué gusto!- me informó meneando sus caderas.
Sus palabras me hicieron comprender que el dolor había pasado y que en ese momento, era el placer lo que le estaba dominando. Vista su soltura, decidí incrementar mi vaivén y pausadamente, lo fui acelerando hasta que se convirtió en un loco cabalgar. Para aquel entonces, la respiración entrecortada de la muchacha me revelaba que estaba a punto de correrse y profundizando su excitación, cogí sus pechos con mis manos y usándolos de agarraderas, me lancé en caída libre. Lo forzado de la postura, elevó su calentura hasta límites insospechados y berreando, se quedó como muerta en mis brazos.
Al ver que se desplomaba le pregunté si estaba bien, sonriendo, me contestó que de maravilla y que siguiera. Su innecesario permiso me dio alas y apuñalando con mi escote su culo, prolongué su orgasmo. Nuevamente sus chillidos llegaron a mis oídos mientras mis piernas se llenaban del flujo que brotaba de su cueva pero esta vez, mi clímax coincidió con el suyo y acompañándola en sus gritos, eyaculé en su interior.
Agotado, me tumbé a su lado y mientras me recuperaba, empecé a temer en que el día que esa mujer se cansara de mí porque las iba a pasar putas.
-¿En qué piensas?- la oí decir.
-En la zorra de mi novia- contesté mientras le daba un azote, – ¿Y tú?-
Patricia se sonrojó antes de responderme:
-En otra de mis fantasías-
Interesado, pero a la vez temiendo su contestación, le pregunté cuál era.
-Quiero saber lo que se siente al hacer el amor… ¡embarazada de ti!-
 Aterrorizado comprendí que esa obsesiva mujer se había fijado otra meta y que no iba a cejar hasta conseguirla.

Un comentario sobre “Relato erótico; “Mi obsesión por el culo de la profesora de mi hija” (POR GOLFO)”

Responder a Anonymous Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *