Sé que no es a lo que os tengo acostumbrado pero un amigo, Julio Cesar Pérez, me hizo llegar este escrito realizado por él y he creído a bien subirlo a mi blog en homenaje a la ciudad que me acogió hace tantos años.
 
 
ODA A MADRID
No, este no es un relato futbolístico. No.
Y no lo es porque ni tengo ganas, ni tengo fuerzas, ni
tengo nada para escribir uno. No puedo, aún me es
imposible. Hoy me es imposible.
Lo único que puedo escribir es esto. Jamás me ha sido
más difícil comenzar un escrito, pero tampoco jamás he
tenido tantas ganas de escribir algo. Algo. Lo que fuese.
Algo que me ponga en paz conmigo mismo, con vosotros y con
todo el mundo.
En aquellos trenes iban tantas buenas personas, tantos
estudiantes, tantos trabajadores, tantas mujeres, tantos
hombres, tantos niños. No creo que jamás pueda olvidar
todos y cada uno de los minutos que se sucedieron desde que oí la noticia. La incredulidad, la rabia, la ira, la
desesperación, la pena. Aquella enorme pena que aún tengo
mientras tecleo con los ojos llorosos. Y la admiración por
todos aquellos ciudadanos que se volcaron en ayudar a las
víctimas. La cara de angustia de aquel jardinero municipal,
la ternura de aquella enfermera del Samur, aquellos

 policías municipales o aquellos vecinos anónimos.
Madrid siempre ha sido una ciudad de hijos pródigos. A
diferencia de un aragonés con una jota, jamás un
madrileño se emociona oyendo un chotis. Yo mismo, que soy
de abuela zaragozana siento mucho más una jota que un
chotis. Tampoco sentimos nada comparable a lo que pueda
sentir un vasco o un cántabro o un gaditano cuando ven el
mar. Ni lo que pueda sentir un gallego o un asturiano cuando
oyen una gaita. Si somos algo es del Real Madrid, del
“Atleti” o del “Estu”. Y eso si hemos de
ser algo.
Y sin embargo, cualquiera puede ser madrileño. A nadie
le importa si tu abuela era de Extremadura o tu padre de
Senegal. A nadie le preocupa si tú has nacido en Quito, en
Lima o en Varsovia. Para ser madrileño basta con vivir en
Madrid. Tal vez este sea el único tesoro cultural de los
madrileños: el ser mestizos a ultranza.
Quizás por eso los asesinos eligieron Madrid. Tal vez
porque sabían que atentando allí atentaban contra todos.
Asesinaron españoles. Asesinaron peruanos. Asesinaron
filipinos. Y polacos. Y marroquíes. Y franceses. Y rumanos.
Y búlgaros. Y cubanos. Hasta a un pobre hombre de Guinea
Bissau. Santo Cielo, no tengo ni idea de cual puede ser el
gentilicio de Guinea Bissau, aunque tampoco creo que importe
mucho, porque aquel hombre era madrileño. Ese era su
gentilicio. Ese era el gentilicio de toda aquella buena
gente.
Quizás por eso, por su odio asesino eligieron Madrid. Y
parece que no se equivocaron. Destrozaron la vida de una
niña de siete meses. De un estudiante de veintitrés. De un
chico filipino que cantaba en el coro de su iglesia. De una
madre embarazada. Y de tantos, tantos otros, que es un
horror volver a recordarlo.
Pero aquella pesadilla no fue tan solo muerte y
destrucción. Aquella pesadilla fue también solidaridad.
Primero en los aledaños del atentado, en los hospitales, en
las furgonetas de los que se ofrecieron para llevar a los
heridos, en los taxis que no quisieron cobrar a los
familiares. Y en los hoteles que les alojaron gratis.
Después en las calles de toda España, con más de once
millones de corazones rotos. Y en el D.F, en Bruselas, en
Berlín, en Roma, en París, en Santiago de Chile. Y
también en esas otras urbes rotas por el dolor que fueron
Buenos Aires y Nueva York. O Moscú. ¿En qué nos parecemos
un español y un ruso, cuando nos separan miles de
kilómetros?. Sorprende descubrir que en infinidad de cosas.
El dolor por los atentados, una más.
Esta claro que sobran siete ratas para organizar una
masacre, pero conforta ver que, contra ellos, somos millones
los que sentimos asco. Y dolor. Y rabia. Y serán siete o
setecientos, pero aunque fueran siete mil millones, solo
deben tener clara una cosa: que les venceremos.
Y puede que el mes que viene yo vuelva a escribir
relatos. Y si no será el siguiente. Y puede que el mes que
viene tú vuelvas a leerlos, o a criticarlos, o a
ignorarlos. Y si no el siguiente. Y puede que ahora nuestro
deber sea, por muy difícil que resulte, volver a recuperar
la normalidad. Pero ahora no tengo ganas, ni fuerzas, ni
nada.
Ahora solo tengo fuerzas para decir una cosa. Que
venceremos. Venceremos seguro. Y no ya los madrileños, o
los españoles, no. Venceremos los seres humanos. Venceremos
las personas de bien. Y venceremos porque somos más, porque
mejores y porque somos más guapos.
En memoria de todos aquellos que murieron asesinados el
día 11 de Marzo de 2004.
VIVA LA LIBERTAD

 

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