La situación aun siendo difícil no era dramática. El islote tenía comida suficiente para nosotros tres por lo que por ese lado no teníamos que preocuparnos. Además de pescado, teníamos fruta e incluso carne, ya que, los cerdos asilvestrados se habían adueñado de la isla y además de los que teníamos en la cerca, durante nuestras exploraciones, habíamos visto muchos más. El verdadero problema era el aburrimiento. Habiendo adecentado la choza que encontramos y establecido turnos para las labores diarias, nos sobraba la mitad del día por lo que ya desde el tercer día, empezamos a sufrir hastío.

Tercer día:
Después de una noche de pasión en la que María y yo nos dedicamos a complacer a nuestra amante, nos levantamos tarde porque en realidad no teníamos nada que hacer a excepción de sacrificar a uno de los animales. Reconozco que a ninguno de los tres, nos apetecía matar a uno de esos bichos pero asumiendo que teníamos que hacerlo, discutimos sobre cuál debía de ser el primero. Realmente la discusión era entre matar a la madre o a alguno de sus lechones. Yo realmente era partidario de la madre porque además de ser más grande y por lo tanto tenía más carne, comía el doble que su parentela  pero, cuando yo estaba resuelto a cargármela, llegó Rocío y con ese sentido práctico que ya había mostrado con anterioridad, me dijo:
-No seas bruto. Aunque sus crías ya comen fruta, siguen mamando. Mejor la dejamos hasta que verifiquemos que los cerditos han dejado de tomar leche-
Cómo tenía razón y si la matábamos corríamos el riesgo de que el resto enfermara, coincidimos en que fuera un cochinillo el sacrificado. Ya decidido también comprendí que debía de ser yo quien lo hiciera pero aun así me sentía culpable y como quería que ambas compartieran mi pecado, les pedí que fueran las dos quien eligiesen a mi víctima. Las muchachas se quedaron horrorizadas y se negaron a ser ellas quienes condenasen a la cría.
-De acuerdo, yo elijo cual pero vosotras lo matáis- respondí a su negativa.
Si ya era duro seleccionar a uno, peor era el hacer de matarife y por eso no tardaron en decirme cual era el elegido. Como no era un plato de mi gusto, directamente separé al pobre animal y llevándolo lejos de su madre, le di un tajo en el cuello, tal y como, había visto en diferentes reportajes de la tele. Lo que no preví fue que el chorro de sangre me salpicase en el rostro. Asqueado, colgué al lechón de las patas en un rama y corriendo me lancé al agua con sus chillidos retumbando en mis oídos. El cachorro tardó más de un minuto en morir, minuto que se me hizo eterno, tras lo cual, lo destripé y lo ensarté, metiéndole una varilla por el espinazo. Una vez empalado, lo dejé asándose a fuego lento sobre las brasas.
El olor que desprendió mientras se cocinaba, venció todos los reparos de las dos muchachas y acercándose a la lumbre, fueron ellas quienes le dieron la vuelta cada cierto tiempo.  Al cabo de una hora, María me avisó que la comida estaba lista y sentándonos sobre la arena nos pusimos a comer.
 
 
-¿Qué os apetece hacer esta tarde?- pregunté intentando romper el silencio que se había instalado entre los tres.
Lo reducido del islote no nos ofrecía mucha variedad más allá de nadar y recorrer su selva por lo que no obtuve ninguna respuesta. Vi enseguida que me enfrentaba a un problema: Si no conseguía interesarlas en algo, nuestra vida de anacoretas se convertiría en un infierno. Una vez acabé de comer, hice un agujero donde enterré los restos  y acercándome a ellas, dije:
-Como no me habéis respondido, he decidido salir a cazar una pieza muy especial. Tenéis media hora para escapar y esconderos. La primera que encuentre será la esclava de los otros dos, durante dos días. Os aconsejo que busquéis un buen escondite porque a la que localice, esta noche dormirá atada entre los cerdos-
Mi propuesta cayó como un jarro de agua fría y enfrentándose a mí, se negaron a acatar mis deseos.
-Os quedan veintinueve minutos- respondí cogiendo una rama y a modo de látigo, di un chasquido al aire: -Tengo pensado desahogarme con ella-
Viendo que iba en serio, salieron corriendo despavoridas. Muerto de risa las vi internarse juntas en la selva por lo que dándoles un grito, les avisé que si pillaba a las dos, el castigo sería por cuatro días. Haciendo tiempo, limpié la porqueriza y lanzando fruta dentro, di de comer a esa madre y a sus retoños. Al acabar, recogí una cuerda y el cuchillo y con la tranquilidad que me daba el saber que no podrían escapar, decidí sorprenderlas por la retaguardia.
“No se esperaran que en vez de seguirlas, vaya en dirección contraria” pensé saboreando de antemano mi captura.
La única duda era cual iba a caer en mis garras. Realmente creí desde un principio que la desafortunada iba a ser mi prima porque su amiga había demostrado que sabía enfrentarse a las adversidades. Había dado media vuelta al islote cuando sin hacer ruido me introduje entre los árboles. Suponía que al ser el punto más alejado de nuestro campamento, por lo menos una de las dos lo habría elegido como escondrijo. No tardé en descubrir a Rocío parapetada tras un árbol.  Al tener que correr entre la vegetación, se había destrozado las medias, dándole un aspecto indefenso que nada tenía que ver con el carácter fuerte de esa mujer. Parecía asustada mientras escudriñaba atentamente hacía donde yo pensaba que ella creía que iba a aparecer.
Estaba a punto de ir a por ella cuando de repente, observé algo en su actitud que me dejó extrañado. Sin dejar de mirar hacia adelante, la morena se acomodó en la tierra y dejando caer su mano por el cuerpo, empezó a acariciarse.
“¿Qué hace?” pregunté mentalmente sin entender que era lo que provocaba su excitación.
Aunque sabía que esa muchacha era insaciable, no me esperaba que le estimulara ser capturada. Mientras me decidía, Rocío había separado los pliegues de su sexo y cogiendo entre sus dedos el botón de placer, se estaba masturbando. Convencido de que debía explorar esa faceta recién descubierta de mi amante, la dejé proseguir con sus caricias hasta que sus gemidos, me hicieron saber de la cercanía de su orgasmo, entonces y solo entonces, revelé mi posición diciendo:
-Voy a por ti, ¡Zorrita!-
 
 
Al oírme salió corriendo despavorida. Su huida lejos de molestarme, me agradó porque así haría más larga su captura. Incrementé el morbo que sentía al ser perseguida, gritando lo que le haría en caso de apresarla. Manteniendo la distancia, la vi caerse varias veces en su carrera. Aunque gritaba mientras trataba de escapar por la playa, sé que no estaba aterrada sino excitada y sus chillidos eran una forma de liberar la tensión que se acumulaba en su entrepierna. Paso a paso le iba ganando terreno. Rocío, al darse cuenta, incrementó su velocidad sin percatarse de que cuanto más acelerase más rápido se cansaría.
-¡Traigo una cuerda con la que atarte!- grité – ¡Vas a estar preciosa indefensa!-
Desde veinte metros de distancia, oí su gemido al escuchar mi amenaza. Poco a poco el cansancio fue haciendo mella en ella hasta que totalmente agotada se dejó caer sobre la arena. Prolongué su excitación, acercándome despacio. En sus ojos descubrí deseo al llegar a su lado. Sin dirigirme a ella, le di violentamente la vuelta y cogiendo la cuerda, le até las muñecas. Trató de evitarlo dando patadas. Su resistencia me movió a ser perverso y tras inmovilizarle los tobillos, la llevé hasta la orilla.
-¿Qué vas a hacer?- preguntó aterrada al ver a donde me dirigía.
No la contesté y lanzándola al agua, vi sus esfuerzos por no ahogarse. Poniéndome a su lado, cada medio minuto la sacaba para que respirase, tras lo cual la volvía a soltar, sin importarme que se hundiera hasta el fondo. Así la tuve un buen rato, hasta que comprendí que estaba agotada, tras lo cual, la llevé a la arena y tumbándola, le susurré al oído:
-Todavía ni María ni tu os habéis dado cuenta que sois mías. Dime que me costaría, dejarte que te ahogaras-
Llorando a moco tendido, me rogó que la liberara, jurando que me obedecería. Lo que en un principio empezó siendo un juego, se convirtió en realidad al sentir el erotismo que ser su dueño me provocó. Os juro que hasta entonces mi intención era incrementar su excitación haciéndola sentirse desvalida pero al experimentar su sumisión, me cautivó y decidí hacer uso de mi sierva. Sin dignarme a responderla, la puse a cuatro patas y separándole las nalgas, rocé con mis yemas su ojete mientras le avisaba:
-Te va a doler pero no quiero oír ni una queja- y antes de que pudiera contestarme, metí uno de mis dedos en su interior.
Mi brusca caricia le debió hacer daño pero no hizo ningún ruido sino se quedó quieta esperando que la tomara. Su total entrega me determinó a continuar y poniéndome en su espalda, cogí mi miembro y lo acerqué hasta su entrada trasera. Cogiendo impulso lo metí hasta el fondo en plan salvaje. Esta vez no pudo evitar que de su garganta saliera un alarido al ver forzado de esa forma su esfínter.
-Perdón, no quise quejarme- asustada y con lágrimas en los ojos, se disculpó.
Entusiasmado por su claudicación, me puse a cabalgar su culo obviando sus chillidos. La estrechez inicial se fue relajando y al poco de empezar a moverme, mi pene campaba libremente por sus intestinos mientras mi montura no paraba de gritar. Gritos de dolor que fueron dejando hueco a gemidos de placer al verse apabullada por el cúmulo de sensaciones. Luego me confesó que la bestialidad del modo en que violé su trasero, le hizo descubrir una clase de sexualidad nueva y por eso cuando lo consiguió asimilar, se vio desbordada. No tardé en detectar su entusiasmo por ser usada ya que pegando un berrido, me imploró que continuara. Como os podéis imaginar, no hizo falta que me lo repitiera dos veces y cogiéndome de sus hombros, incrementé aún más la profundidad de mis penetraciones.
-¡Dios!- gimió descompuesta por el gozo que estaba asolando su anatomía aunque interiormente seguía temiendo que su culo se rompiera por mi violencia.
Ya fuera de mí, azucé sus movimientos con un azote. Al sentir el escozor en sus nalgas, como si hubiera abierto un grifo, de su sexo brotó un arroyo de lujuria que empapó sus muslos.
-¿Te gusta? ¡Verdad puta!- increpé sin dejar de machacar su ojete con mi polla.
-¡Sí!- chilló a voz en grito, anunciando su rendición.
La sensación de poseer por completo el cuerpo y alma de esa mujer, elevó mi calentura hasta extremos impensables y acelerando mis movimientos, galopé hacia el orgasmo. Mi víctima se me adelantó y retorciéndose entre mis piernas, se corrió pegando unos berridos aún más intensos que los del lechón cuando lo sacrifiqué esa mañana. Incapaz de soportar más tiempo mi eyaculación, exploté llenando su culo de blanca simiente y dejándome caer sobre la arena quedé tumbado sobre ella.
Aunque no lo sabía, María estaba siendo testigo de la violación de su amiga y lejos de escandalizarse o huir, se quedó mirándonos mientras sus manos se hundían en su entrepierna.  Al ver que había terminado con su amiga, mi prima se dejó ver y acercándose a mí, alargó sus muñecas diciendo:
-Yo también juro obedecerte-
Sorprendido por su presencia, me la quedé viendo y le pregunté cuanto tiempo llevaba observándonos.
-Desde el principio- respondió bajando la cabeza avergonzada por lo que me iba a decir: -Si me permites, te ayudaré a llevar a esta zorra a casa y allí, quiero que también me enseñes a ser tuya-.
Soltando una carcajada, até sus manos y liberando los tobillos de Rocío, llevé mis dos capturas de retorno a nuestra casa. Durante el camino, me sentía como un general romano retornando a su patria con sus enemigos convertidos en esclavos pero en este caso no eran adversarios sino mi adorada prima y su amiga las esclavas que llevaba atadas y pensaba aprovecharme de ello.
Lo primero que hice fue desgarrar sus bikinis y echarlos a la hoguera. Al ver sus caras de extrañeza, le aclaré su situación diciendo:
-Me gusta veros desnudas y así, si me apetece tomaros, no tengo que andar quitándoos nada-
Curiosamente, María en vez de quejarse sonrió y poniendo cara de putón desorejado, preguntó mirándome entre las piernas:
-Primo, ¿Y si es a alguna de nosotras a quien le apetece? ¿Cómo le hacemos?-
Sabiendo sus intenciones de antemano, contesté:
 
 

-No tienes más que pedirlo y ya veré si me digno a complacerte-

Mi prima no se lo pensó y con tono sumiso, respondió:
-Esta guarra esta cachonda, podría mi idolatrado dueño ayudarme-
-Sí, puedo – contesté descojonado de risa porque la rubia anticipando mi respuesta se había arrodillado a mis pies y estaba bajándome el bañador.
Ni siquiera esperó a que estuviera erecto, nada más liberarlo, llevó su boca a mi ingle y con suaves besos, buscó reactivar mi hombría. Una vez había llevado mi extensión a su tamaño máximo, abrió la boca y sacando la lengua, lo empezó a chupar mientras se comenzaba a masturba ella misma. Fue entonces cuando me percaté del cambio que había dado mi prima. Solo necesitó tres días en la isla para que desapareciera la niña tonta y presumida, dejando emerger su verdadera naturaleza, una mujer hambrienta y deseosa de complacerme.
Con una maestría aprendida, se introdujo mi verga en la boca lentamente. Su parsimonia me permitió disfrutar del tacto suave de sus labios recorriendo cada centímetro de mi miembro. Su garganta se abrió para recibirme y tras tener todo el en su interior, besó su base e iniciando un mete saca impresionante, buscó mi placer. Acelerando el vaivén de su cabeza, mi rubia primita se comió mi sexo con ansia mientras a pocos palmos de su boca, sus dedos estaban torturando sin disimulo su clítoris.
-Sigue putita mía- le pedí y presionando su nuca, forcé su mamada.
Mi insulto exacerbó sus ánimos y completamente necesitada de mi aceptación, aceleró sus maniobras. Sobre excitado como estaba no tardé en correrme y entonces, hizo algo que me dejó alucinado: recogiendo mi semen sin tragarlo, buscó a su amiga y separándole los labios, vertió en su boca parte de lo recolectado y la besó. La escena me dio nuevos pábulos pero me contuve y me quedé mirando el modo en que mi prima se aprovechaba de que Rocío seguía atada de pies y manos. Con sus ojos fijos en los míos, me pidió permiso y viendo que se lo daba, separó cruelmente las rodillas de la muchacha mientras le decía:
-¿Qué prefieres? ¿Qué te folle el coño o que repita con tu culo?-
-¡El coño por favor!- exclamó en absoluto asustada.
-¡Tú lo has querido!- con una perversa sonrisa iluminando su cara, le respondió.
Tras lo cual, usando sus dos manos, empezó a recorrer los pliegues de su ingle. Sus caricias rudas desde el principio, no le bastaron con torturas el clítoris hinchado de la mujer sino que introduciendo un par de dedos en el interior de la vulva que tenía a su disposición, le preguntó:
-¿Crees que te cabrá toda mi mano?
Al comprender lo que se le avecinaba, se retorció espantada. María soltó una carcajada al verla casi llorando y sin mediar palabra le metió el tercer dedo. Afortunadamente para Rocío, su amiga se abstuvo de seguir forzando su sexo durante un rato, esperando quizás que se relajara pero usó ese tiempo para sin recato alguno, pellizcarle con dureza los pechos.
-Me duele, ¡Puta!- protestó con lágrimas en los ojos al no soportar el castigo que su amiga le estaba obsequiando.
-¡Te jodes! A mí no me pediste opinión cuando me forzaste el otro día a tener sexo contigo. Te aprovechaste cuando fui a la choza de que tenía miedo y frio-
Con una expresión colérica en su rostro, aprovechó la confusión de su víctima para meterle el cuarto. La morena recordó con terror que hacía tres días, sin darle opción, habíamos cuasi violado a la que era ahora su torturadora. Olvidándonos que además de no ser lesbiana era mi prima, la obligamos a yacer con nosotros o a morirse de hambre.
-Veo por tu cara que sabes de que hablo- le soltó María mientras intentaba inútilmente, introducir el último dedo.
Gritando de dolor, la morena intentó convencer a su amiga que la perdonara pero esta le soltó un bofetón como respuesta y completamente fuera de sí, forzó el adolorido coño de Roció y consiguió meter todos sus dedos.
-¡Ves como si te cabían!- espetó riéndose de ella.
-Por favor- gritó la muchacha a sentir que poco a poco su amiga iba incrementando la fuerza con la que intentaba introducir el resto de la mano.
-¿No me digas que te duele?- le gritó satisfecha.
Viendo que no podía hacerla cambiar de opinión, Rocío se intentó relajar pero entonces María consiguió su objetivo y un dolor insoportable la dejó totalmente paralizada. Sin darle tregua cerró  el puño en el interior de su vagina y moviendo el brazo hacia adelante y hacia atrás empezó a follársela.
-¡Para!- chilló angustiada.
Para aquel entonces, mi verga  necesitaba descargar y por eso colocándome detrás de María, le susurré al oído.
-Tú sigue-
Mi beneplácito a su venganza le dio alas y mientras yo le clavaba mi estoque en su vagina, ella hacía lo propio con su puño en la de Rocío. Su coño me recibió empapado y agradecido y por eso solo necesité un par de embistes para empezar a oír sus gemidos. El sonido de su placer acalló los chillidos de su cautiva y siguiendo el ritmo con el que la tomaba, mi prima siguió violando a su amiga. La suma de sensaciones así como el ver cómo me tiraba a María, fue trastocando el duelo en gozo y casi sin percatarse de ello, hizo que Roció empezara a apreciar el duro trato.
La primera en darse cuenta fue mi pariente al sentir que la humedad rebosaba el coño que estaba maltratando y apretando un pezón con la mano libre, se rio de ella diciéndome:
-Nuestra putita está a punto de correrse-
Lo que no me dijo la zorra de mi prima es que ella también estaba al borde del orgasmo. Su chocho chorreando fue mucho más sincero y por eso, cogí sus pechos entre mis dedos y del mismo modo que ella se los estaba torturando a la morena, yo los pellizqué mientras aceleraba mis incursiones en su coño.
-¡Me corro! – escuché que decían al unísono mi dos mujeres.
 
 
 Aunque suene imposible, ambas a la vez habían alcanzado el clímax. María saco su mano del coño de Rocío y agotada se dejó caer al suelo. La nueva postura oprimió el pene que tenía dentro de su vagina y encantado con  ello, me lancé en busca de mi propia liberación. La morena, ya libre, me azuzó a empalar a su torturada sin parar de forma que en pocos segundos, descargué mi esperma en el coño de mi prima. Estaba aún en los estertores de mi eyaculación cuando vi a Roció morder los labios de Maria y tras ese cruel beso, decirle:
-¡Me vengaré!-
No me cupo duda de que de no estar atada lo hubiera hecho en ese instante. Como quería descansar, decidí atar también a mi prima y juntando a ambas a un lado de la hoguera, me fui a la cama.
Esa noche pude dormir solo sin que nadie me molestara.
El cuarto día en esa isla.
Me despertó la risa de mi prima y los gritos de su amiga. Pensando que María estaba nuevamente torturando a mi otra amante, decidí salir a ver qué ocurría. La escena que vi me hizo caer de rodillas y soltar una carcajada. .El puto mono había vuelto y aprovechando que las dos mujeres estaban atadas, se había abalanzado sobre Rocío y estaba mamando de sus pechos. La cara de asco de la muchacha chocaba con la satisfacción del primate mientras trataba de obtener el fruto de esos senos hinchados. Creyendo que al igual que las hembras de su especie, si las tetas de la morena estaban abultadas era señal de que tenían leche, el jodido animal quería robar ese néctar que suponía que el azar había puesto a su disposición.
-¡Quítamelo!- gritó la morena al verme salir.
Sin darse cuenta, había dicho las mismas palabras que su amiga ante el ataque del simio. Descojonado por la situación, espanté al intruso y desatando a las dos, me reí de la morena:
-La culpa es tuya. El pobrecillo solo ha seguido a su instinto. Yo personalmente lo comprendo: ¡Tienes unos pechos que son una tentación!- le solté acariciándolos.
Indignada por mi tomadura de pelo, se levantó y dándose la vuelta se zambulló en el mar a tratar de limpiarse las babas de sus pezones:
-¡Qué asco!- escuché que decía mientras se lavaba- ¡Como le coja, lo mato!-
El calor del día anterior, nos había dejado sudado por lo que acercándome a la playa, decidimos tanto María como yo unirnos a ella:
-Vamos a tener que poner nombre a mi competidor- exclamé mientras salpicaba a mi prima: -Ese bicho tiene predilección por mis hembras-
Muerta de risa, María contestó:
-Deberíamos llamarlo “Pollatiesa”, ¡Siempre está cachondo!-
 
 
-Si es por eso, deberíamos ponerle Mario- contesté cogiéndola de las caderas y presionando mi pene contra su culo.
Mi querida pariente restregó su trasero  encantada de sentir cómo mi miembro se iba despertando y cuando lo tuvo inhiesto, se dio la vuelta y pasando sus piernas por mis caderas, se ensartó pegando un gemido de satisfacción, tras lo cual y dirigiéndose a la morena, le gritó:
-Mientras mi primo me folla, puedes llamar a Mario para que te consuele-
La aludida ni se dignó a responderla y hecha una furia, volvió a la choza. Reconozco que debía de haber ido a consolarla pero en ese momento era más prioritario para mí, el terminar de tirarme a la rubia. Jamás había follado dentro del agua y por eso me sorprendió la facilidad con la que aun estando de pie aguanté su peso mientras la penetraba. También para la zorra de mi prima debía ser novedad porque comportándose como una loca, metía y sacaba mi pene de su interior con una ferocidad brutal:
-¡Me encanta!- gritó entusiasmada.
Su entrega me llevó a meditar sobre cómo había cambiado su actitud en esos cuatro días y agarrando sus nalgas con mis manos, pregunté:
-¿Te has dado cuenta de lo que te perdiste durante tanto tiempo?-
-Sí, ¡Cabrón!- chilló- de haberlo sabido, me hubiese acostado contigo desde hace años-
Satisfecho por su respuesta, seguí machacando su sexo con violencia hasta que la oí gritar de placer y entonces cortando su pasión me separé de ella.
-¡Vamos a la orilla!- ordené y llamando a su amiga, me dirigí hacia la playa.
Mi pene inhiesto marcaba el camino. Al llegar a la arena, me tumbé al sol y viendo que ya tenía a las dos muchachas a mi lado, cerré los ojos y les dije:
-Quiero que aprendáis a compartir-
Ninguna de las dos entendió mis palabras y por eso tuve que aclarárselo diciendo:
-Empezad a comer-
Mi gesto señalando el miembro erecto que tenía entre las piernas, les terminó de sacar de dudas y agachándose ante mí, las dos comenzaron a darme una mamada a dúo. No supe de quien era la boca que me chupaba la polla ni cuál era la que se había metido mis huevos en su interior y además me daba igual, lo único que deseaba era demostrarles quien mandaba. Alternándose en las caricias, María y Rocío consiguieron elevar mi excitación a niveles increíbles y profundizando en mi dominio, les exigí me dejaran y que se tocaran entre ellas. Debido a que mi prima estaba previamente excitada, la morena se encontró con un coño encharcado que tras un par de toqueteos, empezó a berrear de gozo pero en cambio María tuvo que emplearse a fondo por que Rocío seguía cabreada. Disfrutando de mi poder, les fui ordenando diversos cambios de posturas mientras las miraba decidiendo en cual de esos dos chochos iba a vaciar mi simiente.
 
 

Completamente embadurnadas de arena, mis dos hembras fueron variando sus funciones y unas veces era la rubia la que se comía el sexo de la morena y otras, era la morena la que hacía lo propio con el de la rubia. De tal manera que fui testigo de sus orgasmos y cuando ya estaban ambas lo suficientemente estimuladas, pregunté:

-¿Quién quiere disfrutar de mi pene?-
Las dos al unísono respondieron que ellas y soltando una carcajada, les solté mientras me dirigía hacia la choza:
-Solo puede ser una. Decididlo entre vosotras y cuando lo hayáis zanjado, espero a la afortunada en la cama-
Descojonado las escuché discutir y tal como había previsto, se enzarzaron en una pelea que si bien empezó a gritos terminó a golpes. Cada una deseaba para sí el privilegio de ser tomada por mí ya que interiormente suponían que sería la favorita durante nuestra estancia en ese puñetero islote. Durante varios minutos oí la pelotera y después silencio. Creyendo que había ganado una, esperé con impaciencia descubrir cual había resultado ganadora pero curiosamente las vi llegar a las dos arañadas y con un ojo morado.
-¿Qué ha pasado?- pregunté muerto de risa.
Mi prima tomó la palabra:
-Hemos decidido que no sea una sino las dos las que estén contigo. Vamos a pasar mucho tiempo juntos y creemos que como  has dicho, debemos aprender a compartir-
Me resultó extraño que hubiesen llegado tan pronto a esa decisión y como era exactamente lo que buscaba, las llamé a mi lado. Pegando un grito de alegría se acercaron hasta el camastro y sin esperar a que les diera permiso, se abalanzaron sobre mí. La primera en hacerse con mi pene fue Rocío que poniéndose a horcajadas sobre mis piernas se lo fue introduciendo en su interior mientras su amiga ponía su sexo en mi boca. La tentación de tener ese chocho a escasos centímetros me obligó a recorrer con mi lengua los pliegues de su vulva antes de concentrarme en su botón.
-¡Dios! ¡Qué gusto!- bramó María al sentir mis dientes mordisqueando su botón.
 
 

La humedad de su entrepierna me reveló hasta qué grado mi querida prima estaba cachonda y por eso metiendo un par de dedos, decidí forzar su calentura. Al experimentar mis yemas recorriendo su interior, la muchacha pegó un gemido y al oírlo su amiga, le cerró la boca con un beso mientras cogía sus pechos entre sus manos. Poseída por las sensaciones que se acumulaban en su entrepierna, no pudo evitar correrse en mi boca.

-Yo también quiero- señaló su amiga y cambiando de posición, puso su vulva en mi cara mientras mi prima se ensartaba con mi polla.
Amo absoluto de la situación, mi sexo fue alternando de un coño a otro mientras sus dueñas se besaban y acariciaban con pasión. Desgraciadamente mi sobre excitación hizo que me corriera en seguida pero entonces, observé que las dos crías completamente insatisfechas se lanzaron de lleno al placer lésbico mientras me recuperaba. Sus lenguas, sus pechos y sus coños fueron instrumentos que les fueron acercando al placer sin control. Ni siquiera me dieron ocasión de ayudarlas y al cabo de pocos minutos, las vi convulsionar víctimas de un gigantesco orgasmo mutuo.
Agotadas, se dejaron caer sobre el catre sin percatarse que ese placer solidariamente regalado les había unido más que los años de amistad en el exterior de la isla. Las dejé descansar y solo cuando comprendí que se habían recuperado, les recordé que teníamos cosas que hacer y les pedí que se levantaran. Entonces María, luciendo una sonrisa de oreja a oreja, me soltó:
-Primo, ¿No recuerdas que todavía hoy Rocío es nuestra esclava?. ¡Vuelve a la cama! Le toca a esta zorra servirnos-
Muerto de risa, observé que la aludida se levantaba y ya en la puerta de la choza se dio la vuelta y le respondió:
-Tienes razón, hoy soy yo vuestra criada pero recuerda que mañana y pasado mañana, serás tú. ¡Te aviso que pienso ser una ama exigente!-
 

2 comentarios en “Relato erótico: “Doce noches con mi prima y su amiga en una isla 2” (POR GOLFO)”

  1. Hola Golfo,
    me presento como Faper. No soy nuevo en la lectura de tus relatos pero si soy nuevo en tu blog (Puedes ver que estoy “suscrito”). Es una delicia leerte. Tu serie del prostituto es genial, y creo ver en esta una nueva serie. Espero que llegues a relatar los 12 días en la isla (O una mayoría) y darle un buen final, y que lo hagas también como sabes hacerlo.
    Un saludo.
    Un lector tuyo.

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