
Estuve largo rato recorriendo la sandalia derecha de la trola con mi lengua. Al igual que ocurriera antes, no hubo tampoco esta vez contraorden alguna al respecto; estaban, por otra parte, demasiado entretenidos. Fui, por lo tanto, una vez más, yo misma quien decidió cuándo dar por terminada mi labor y, por alguna razón, permanecí allí, arrodillada junto a ellos, quienes se seguían besando al tiempo que ella persistía en masajearle la verga en tanto que él, ahora, le sobaba las tetas por encima del vestido. Estuve un rato mirándolos estúpidamente y en algún momento me pregunté qué diablos hacía […]