
La verdad es que no sé cómo empezar a contaros la historia de cómo caí en los brazos de esos maravillosos, malvados y descerebrados cerdos. Ahora mismo estoy tirada en mi cama, pensando en ellos y os tengo que reconocer que me pongo cachonda al rememorar mi caída. Recordando las noches en Madrid, no he podido evitar que mis dedos se deslizaran por mi cuerpo y se apoderaran de mis pechos tal y como esos dos lo hicieron. Sin darme cuenta, metí una mano por mi escote y cogiendo uno de mis pezones, lo pellizqué soñando que eran sus dientes […]