
Ágata levantó los ojos de su plato y codeó a su amiga Alma, sentada a su lado en el pequeño comedor de la academia Wilson. ― ¡Mira! ¡Ahí está Frank! – musitó. ― ¡Vaya! Le llamas Frank y todo. Cuánta confianza. ― No te burles, envidiosa. No me dirás que no es atractivo, ¿no? ― No está mal, nada mal – respondió Alma, mirando con disimulo al profesor cuarentón que miraba los platos del buffet en ese momento. Se trataba de un hombre atlético, con el pelo bien arreglado y en el que no disimulaba las canas que poblaban […]