
Día cuatro. El aroma a café la despertó y le resultó delicioso. Se estirazó en la cama, algo cansada y embargada de una sensual laxitud. Gimió al tensar las nalgas. Su culito aún pulsaba, obligado a mantenerse dilatado. Estuvo a un tris de llamar a sus guardianes, pero recordó a tiempo cuanto sucedió el día anterior. ¡No tenía derechos! ¡Era una esclava! Se sentó en la cama, dispuesta a orinar en el dichoso cubo, cuando la puerta se abrió. Rómulo la miró, tan sonriente como siempre. ― Espera. Te quitaré el dilatador – dijo el hombre. Ella […]