
La verdad que ya no se sabía qué cosa era más degradante. Rogar por sexo anal era una humillación tanto o más grande que pagar para que me lo hicieran. Pero yo estaba ultra caliente. Y ya para esa altura no había obstáculo que se me interpusiese con tal de conseguir la verga del pendejo en mi cola. Ni aun si ese obstáculo era mi dignidad. Así que inspiré, tragué saliva y recité, casi como si se tratara de una oración o alguna perorata legal. “Por favor Franco… ¿Puede usted hacerme la cola?” El […]