
Arrastré durante casi todo un mes el soberano cabreo que la reclusión obligatoria en la biblioteca me había ocasionado. Herman se disculpaba una y otra vez afirmando que lo entendía, pero que ya era hora de que yo comprendiese que lo hacía por mi bien. Y puede que lo entendiese, pero no por ello iba a pasarle por alto que me había encerrado en la biblioteca. Durante aquel tiempo en el que la notoria disminución de comunicación me dejaba mucho tiempo para pensar, decidí no mencionar nada de la falsificación de divisas en mis informes. Finalmente me decanté por […]