
Menuda mierda de trabajo – exclamé. Allí estaba yo, hablando solo, sentado en mi taxi un viernes por la noche, aparcado en la parada de taxis que había cerca de la zona de marcha de la juventud. Odiaba trabajar esas noch es, pues normalmente acababas llevando a sus casas a niñatos (y niñatas, para ser políticamente correcto), borrachos como cubas (o cubos como dice la imbécil de la ministra), que no se acordaban ni de sus nombres, con lo que no era extraño que te dejasen algún regalito en el suelo del taxi, que claro, había que limpiar […]