
Cuando la conocí, esa nariz pequeña y respingona, la media melena negra y brillante y la boca de fresa con los labios gruesos y rojos le daban un aire de inocencia infantil que me confundió totalmente. Había llegado hacía dos semanas por cuestiones de trabajo y se había instalado con la única compañía de un gato persa blanco y de malignos ojos verdes. Su pequeña estatura y su aire inocente me engañaron un tiempo. Carla era una joven tímida y risueña que bajaba castamente la vista cada vez que coincidíamos en el ascensor o nos cruzábamos en el rellano de […]