
Llegué a casa en pleno atardecer. En todo el camino pensé en lo que me estaba pasando. Esto había sucedido a una velocidad vertiginosa, casi que ni tiempo tuve de pensarlo. Mas bien solo me dediqué a disfrutarlo. El pequeñísimo vecindario allí estaba como siempre. Los hombres reunidos en una mesa vieja y desvencijada jungando cartas y bebiendo vino. A mi paso, como venían haciéndolo últimamente, pausaban el juego para prácticamente desnudarme con la mirada. Antes me molestaba, ahora lo disfrutaba. Luego me cruce con Don Jacinto que con una sonrisa me hace señas para que me acerque. ¿Qué tal […]