
Casi una hora después, Katia salió de la oficina con la frente altiva y el rostro enrojecido. No podía estar enojada, porque finalmente accedimos a sus deseos, pero tampoco creí que estuviese apenada, aunque debía. Nos tenía por el cuello, exigía la mitad del dinero generado por las visualizaciones y la publicidad, y aunque jamás quiso admitirlo, no había más que ido a extorsionarnos con el asunto del incesto. Yo estaba realmente furioso, pero mantuve la calma, por Mariana. Después de todo, a Mariana, en su inocencia, le parecía justo que Katia se llevara la mitad. Pero yo sabía que […]