
I. 3 de Septiembre de 1260 Odgerel subió a su caballo, con su arco en la espalda y su enrojecido sable en la mano. El sol estaba en lo alto del cielo cuando, en el diezmado campamento mongol, se dedicó a mirar a su alrededor ese montón de cadáveres desperdigados en el suelo. En su rostro salpicado de sangre se reflejaba la rabia y la impotencia; eran jóvenes con quienes compartió la leche fermentada en incontables ocasiones e incluso juró repartir los botines de guerra más valiosos. Promesas y palabras de guerreros, de hombres, que quedaron por cumplir. El guerrero […]