Sabiendo que alguien podía haber visto a Zulia entrar en mi hogar, directamente me fui a la choza de Uxmal, el padre de mi novia y jefe del pueblo lacandón hasta mi llegada. Me urgía hablar con él y disculpar la actitud de su hija. El indígena parecía ser consciente de mi llegada porque me estaba esperando sentado frente a su casa.
-¿Podemos hablar?- pregunté.
Asumiendo que era importante, cogió su bastón y se dirigió al interior de la selva sin siquiera echar la vista atrás. Esa actitud que podía ser vista como falta de educación desde el punto de vista occidental, en realidad era todo lo contrario porque cuando alguien de ese pueblo quería entrar en sintonía con sus dioses buscaba el amparo del bosque. Sabiéndolo lo seguí en silencio mientras nos internábamos en la espesura.
Una vez habíamos perdido de vista el pueblo, me atreví a decir:
-Uxmal, quiero pedirle perdón porque he estado a punto de mancillar su honor.
El anciano se giró al oír mis palabras y tomando asiento sobre un tronco caído me preguntó qué había ocurrido. No sé porque le confesé que su hija había venido en busca de mis caricias y lo cerca que había estado a punto de sucumbir a la tentación.
– Halach uinik, elegido de los dioses y mi rey. Usted nunca podría deshonrarme pero le agradezco su franqueza y por ello le aviso que ya que desde mañana Zulia será su responsabilidad, deberá ser usted quien la castigue.
-No entiendo, no hemos roto ninguna ley- respondí preocupado.
Con tono suave pero firme, el viejo me respondió:
-Usted no pero mi hija sí, al ir a verle. Por ello le imploró que una vez haya tomado su cuerpo, la castigue porque si no la enfermedad caerá sobre ella.
Asumiendo que según su cultura los dioses escarmientan a los pecadores en su salud, únicamente pude preguntar el cómo y no el porqué.
-Como usted sabe entre los regalos que usted le ofrecerá, está una cadena de oro. Átela a su cama con ella y azótela hasta que Kukulcan se apiade de ella.
-¿Y cómo sabré que eso ocurre?- intrigado pregunté.
-No se preocupe, lo sabrá llegado el momento- lacónicamente respondió para a continuación cambiar de tema y explicarme que al día siguiente iba a tener lugar dos ceremonias. Por lo visto además de la boda íntima que se realizaría en su choza, iba a ser el día de mi coronación como rey lacandon por lo que se esperaba la llegada de todo mi pueblo.
-¿Cómo vamos a dar comida a mil personas?- exclamé preocupado porque sin ser un número excesivo, era demasiado grande para nuestras instalaciones.
-Por eso no se preocupe, llevamos semanas preparándolo…

El día de mi boda, el que iba a ser mi suegro me despertó al alba. Ni siquiera había amanecido cuando pasó recogerme. Lo primero que me sorprendió fue que no viniera solo sino acompañado por un nutrido grupo de ancianos. Junto a ellos, nos dirigimos a una especie de sauna, hecha a base argamasa, donde a duras penas entramos todos. Codo con codo, apretados y desnudos, la casi veintena de indígenas tomaron asiento mientras uno de ellos me cortaba el pelo al estilo lacandón.
Reconozco que no me gustó que me tocaran la melena que había dejado crecer durante esos meses y menos que a la usanza de ese pueblo, recortaran mi flequillo pero comprendiendo que era un trago amargo pero minúsculo y que debía soportar, no dije nada.
El sudor ya recorría mi cuerpo cuando de unas tinajas comenzaron a repartir gran cantidad de balché, una bebida de caña fermentada con la corteza de un árbol. Al probarlo asumí que llevaba otros ingredientes pero no fue hasta que sentí que se me nublaba la vista cuando comprendí que los sabores que no había conseguido identificar debían de tener propiedades alucinógenas.
No llevábamos mucho tiempo allí, cuando uno a uno los viejos comenzaron a entrar en trance. Desconozco si fui yo el último en sentir la presencia de los espíritus ancestrales a nuestro alrededor pero os debo confesar que al hacerlo, se me encogió el corazón al sentirme un intruso. Esa sensación fue desapareciendo al ritmo de los antiguos cánticos que ese grupo empezó a entonar y aunque resulte complicado de creer ya que jamás los había oído, en un momento dado me uní a ellos al conocer tanto la letra como la música. Eran canciones tristes que rememoraban un pasado glorioso y que se vio truncado al desaparecer la civilización maya.
Tanta autoflagelación me fue cabreando hasta que ya dominado por la ira, me levanté y a voz en grito, les hice callar diciendo que las penurias del pueblo habían acabado y que bastaba ya de lamentos. Justo en ese momento entre los vapores que poblaban esa construcción hizo su aparición KuKukcan, la serpiente alada.
Nadie se movió y un denso silencio se apoderó de todos nosotros.

Halach uinik habla en mi nombre y junto a él, mi pueblo recuperara el esplendor que nunca debió perder- escuchamos los presentes, tras lo cual se enroscó a mi alrededor y dijo antes de desaparecer: -Es mi elegido.
Todavía hoy no sé si esa alucinación colectiva fue producto de las drogas o si fue real pero lo cierto es que si ya tenía el favor de esos marginados, a partir de ese instante comprendí que de ser necesario todo el pueblo lacandón daría su vida por mí.
Asumiendo mi papel de rey, di por terminada ese acto comentando en voz alta:
-Es hora que me case para que los “verdaderos hombres”, además de Rey, tengan una reina.
Como si fueran mi guardia pretoriana, los ancianos me escoltaron hasta la casa de Uxmal, donde curiosamente Yalit estaba aguardando mi llegada con el ajuar que iba a regalar a la novia.
-Uxmal, mi dueño le hace entrega del muhul de su princesa- señaló mientras ponía en sus manos un conjunto de regalos donde destacaban varias cadenas de oro y dos delicados huipiles, uno de los cuales mi prometida llevaría puestos en nuestros esponsales.
La exquisitez del algodón y los magníficos bordados de esos vestidos despertaron la admiración de los presentes, mucho más que el casi medio kilo que pesaban esos carísimos adornos. El desprecio que sentían hacia los bienes materiales, confirmó la buena opinión que tenía de ellos como pueblo y con mayor orgullo me dispuse a ser su rey.
El padre de mi prometida sin inmutarse cogió los presentes y en silencio, los llevó dentro de su casa para que su hija juzgase si eran dignos de ella. Como no era descabellado en su cultura que una novia rechazase por exiguo un ajuar, esperé un tanto preocupado su resolución.
Al cabo de diez minutos pude respirar cuando Zulia apareció ataviada tanto con el huipil que le había regalado como con la costosa cadena. La sonrisa de su rostro al pedirme que le acompañara dentro fue estímulo suficiente para que todo mi cuerpo hirviera de deseo y dejando al sequito en la entrada, la seguí al interior de su morada.
Como no podía ser de otra forma, su familia en pleno nos esperaba en la única habitación de la casa. Mientras el jefe se mantenía en segundo plano, su madre me abrazó y me presentó a Itchel, su otra hija.
Aunque sabía de su existencia, nunca la había visto y por ello me sorprendió comprobar que era bastante más alta que su hermana, así como por todo el hecho que llevase puesto el otro vestido del ajuar. Estaba todavía tratando de comprender el motivo cuando caí en la cuenta que su cuello lucía otra de las cadenas.
«Menudos genes tienen en esta familia», sentencié mientras disimuladamente le echaba una ojeada.
La innegable belleza de la muchacha me distrajo durante unos segundos de la razón de mi visita y haciendo un esfuerzo para separar mis ojos de los pechos casi adolescentes de la cría, abracé a mi novia mientras le decía si estaba lista para comer en la misma mesa con sus padres conmigo ya que es el sencillo ritual con el que en esa cultura los contrayentes se unen de por vida.
Lo que no me esperaba fue que tanto ella como su hermana contestaran a la vez:
-Estamos preparadas para despedirnos de nuestra vida anterior y formar un hogar con nuestro esposo.
Al darme cuenta que era con las dos con quien me iba a casar, me quedé alucinado y apartando a Uxmal a un rincón, le interrogué por ello.
-KuKulkan me visitó y me informó que debía entregar mis dos hijas a su elegido y que mientras una iba a ser la encargada de gestar a los herederos de su pueblo, la otra iba a ser la que diera a luz una nueva dinastía que regiría los destinos de los descendientes de sus enemigos.
Sabía que entre los lacandones era habitual la poligamia pero no así que se permitiera el sororato por lo que recibí con sorpresa que me iba a casar con las dos hermanas y que encima obtenía el beneplácito de sus parientes. No me había repuesto de la sorpresa cuando ya estaba sentado a la mesa con Zulia a mi derecha e Ixchel a mi izquierda.
Sin saber cómo actuar, me quedé callado mientras Uxmal ofrecía a los dioses el pozol que íbamos a degustar. Ni siquiera había acabado la ofrenda cuando Zulia murmuró en mi oído:
-Mi rey no tendrá motivo de queja, mi hermana es aún más puta que yo.
Confirmando que había oído esa confidencia, la aludida sonrió dulcemente mientras disimuladamente ponía su mano en mi entrepierna para acto seguido, decirme en voz baja:
-Estoy desando que llegue esta noche para comprobar si tiene razón su otra zorrita cuando habla de lo dulce que sabe la semilla del que va a ser mi dueño.
Solo con eso, mi verga alcanzó su máximo esplendor y mientras una de mis futuras esposas comenzaba a pajearme bajo la mesa, agradecí a KuKulcan el haberme elegido para tan ardua tarea….

FIN

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