El alegato del pápa Diego.

Nota de la autora: Quedaría muy agradecida con sus comentarios y opiniones, que siguen siendo muy importantes para mí. Pueden usar mi correo: janis.estigma@hotmail.es

Gracias a todos mis lectores, y prometo contestar a todos.

Cristo se arrellanó en uno de los bancos del grandioso hall del Lincoln Center. Aún quedaba un buen rato para que Faely saliera de su clase. Habían quedado para almorzar y charlar. Bueno, en el caso de Cristo, escuchar la diatriba de su tía con respecto a Zara.

A cada día que pasaba, era más y más evidente que Faely estaba obsesionada con la relación que su hija mantenía con su dueña; estado al que aún no había conseguido bautizar con éxito (es difícil encontrar un caso parecido en la historia, así que los nombres como Edipo o Electra, pos como que no sirven). Tal estado había comenzado con una natural envidia, luego había pasado a ser un deslizante estado de celos, y, ahora, era un furioso reclamo para ser castigada. Cristo hacía todo lo posible para calmarla, tanto anímicamente como físicamente, lo que le llevaba a meterla en su cama, noche si, noche también, pero, por mucho que usase la caña de bambú, que Spinny le había regalado, sobre sus nalgas, no conseguía grandes progresos. Faely estaba desatada, en camino de rebelarse como Espartaco hizo en su tiempo, aunque sin espada, gracias a Dios.

Así que allí estaba él, esperando en uno de los bancos y mirando, con cierta desgana, el tipo que se había subido a uno de los atriles de oradores, situados a lo largo del muro norte del hall.

El tipo en cuestión, un hombre de color bien vestido con traje oscuro y corbata roja, de unos cincuenta años y tan redondo como una albóndiga de la máma, sacó un pequeño libro del bolsillo de su chaqueta. Lo abrió y consultó un párrafo, antes de depositarlo sobre la superficie de mármol del atril y encararse a la gente que pasaba por delante de sus narices, sin apenas mirarle.

Se trataba de un predicador callejero, perteneciente al peor subgénero de la especie, ese llamado “profeta de la hecatombe”. Cristo sonrió al escuchar sus apocalípticas advertencias. Observó la mano que el hombre levantaba, la derecha, cuya palma amarillenta no dejaba de dibujar arabescos en el aire. Aquel gesto, casi involuntario para su dueño, le trajo recuerdos casi reprimidos. No sabía como se habían asociado el gesto inquisitivo del predicador con la noche mágica del rito Pentecostés, que el clan celebraba rigurosamente cada lustro. Quizás el gesto era parecido al que hacía el pápa para remarcar las palabras…

Con cierta curiosidad, Cristo rebuscó en el Pozo (su memoria profunda) hasta encontrar su iniciación en el ancestral rito.

Flashback

Según su madre, todos los gitanos tenían que pasar por el rito Pentecostés, entre los doce y diecisiete años. Cristo pensó que se refería a los gitanos del clan, pero averiguó, más tarde, que se refería a todos los romaní repartidos por el mundo. Cristo tendría que haber cumplido el rito la última vez que se celebró, pero estaba bastante enfermo, postrado en la cama. Su máma no lo permitió y por ser quien era, se le permitió unirse al grupo de nerviosos chiquillos, a pesar de tener ya diecinueve años. De todas formas, no había diferencia alguna entre Cristo y Pedro, de catorce años, al menos físicamente.

La noche elegida cambiaba según la marea de calendario dela Pascua.Secelebraba cincuenta días después del Domingo de Resurrección, y era toda una simbología religiosa, referida al Espíritu Santo. Eso era lo que Cristo creía y pensaba encontrarse, pero todo estaba envuelto en misterio y sigilo, lo que enervaba aún más a los chiquillos.

Al parecer, la ubicación del rito también cambiaba a cada ocasión. La vez anterior, su máma le dijo que se celebró en la playa. Sin embargo, en una solemne y silenciosa procesión por el Saladillo, Cristo, Pedro, Abel, y Cristina, fueron conducidos hasta uno de los ruinosos almacenes del muelle del Tuerto. Abel, que era el más pequeño de los primos, se quedó con la boca abierta cuando uno de los hombres dejó al descubierto una oculta trampilla que daba paso a una vieja escalera, la cual se hundía en el suelo. Cristo no podía saberlo, porque él no había jugado nunca con sus primos en aquella parte del barrio, pero los chicos estaban francamente alucinados de saber que en su terreno favorito de juego existía un pasadizo secreto que ellos desconocían.

Descendieron la escalera metálica, de oxidado pasamanos, bien alumbrados por varias linternas que los hombres sacaron de sus cintos. Les detuvieron en un rellano de agujerado cemento, frente a una recia puerta de hierro, totalmente enrojecida por el orín. Uno de los mayores golpeó con el puño de su linterna, en una secuencia establecida, y una profunda voz respondió, dando el permiso para entrar.

¡Vaya cuchitril!, pensó Cristo, paseando su mirada por las desconchadas paredes. La sala tendría unos cinco o seis metros de ancha por unos diez metros de larga. Frente a la puerta y al fondo, pápa Diego estaba sentado a una gran mesa de madera, desbastada por el uso y el tiempo. Varias velas encendidas vertían su cera sobre la ajada superficie. Detrás de él, cubriendo toda la pared, una enorme bandera, quizás un par de sábanas unidas, representaba a través de una elipse todas las fases lunares. En el interior del ovalo, una leyenda escrita en latín, con elaboradas letras góticas: “Imitantem cyclum lunarem”.

El patriarca señaló las cuatro sillas dispuestas ante él y la mesa, y los chicos se dieron prisa en aposentar sus traseros en ellas. Entonces, la comitiva que les había llevado hasta el lóbrego sótano, desapareció, dejándolos solos ante pápa Diego.

― Estáis aquí para cumplir la tradición, cachorros – enunció con una profunda voz, enronquecida por los años, el tabaco y el tintorro. Señaló con el pulgar por encima de su hombro. – Ante este símbolo, todos los gitanos, de cualquier clan o familia, deben inclinar la frente y obedecer lo que se le imponga. Esta es la estampa dela Hermandaddela Luna…

Cristo había escuchado a su padre hablar con sus hermanos, sobre algo llamadola Hermandad, pero siempre había creído que era algo referente a las cofradías del puerto. Su rápida mente comprendió que era mucho más que eso. Por lo visto, era el mayor secreto guardado de la raza caló: una logia masónica. Y como todo círculo secreto que se preciase, disponía de un Gran Hermano Masón: el patriarca del clan Armonte, quien se disponía a dar su discurso de ingreso a los nuevos miembros.

Pero la implicación de los jóvenes postulantes debía llegar más lejos, y, para ello, tenían que escuchar primerola VerdaderaHistoriade labios de respetado patriarca.

La iluminación de la sala, consistente en dos filas de velas a pie de los muros laterales, daba un aspecto casi litúrgico a la vacía habitación. El pápa encendió un pitillo con una de las velas que tenía delante, antes de carraspear fuertemente, llamando la atención de los chiquillos allí reunidos.

― Nos hemos reunido aquí para que conozcáis lo que ningún payo debe saber nunca, ¡JAMÁS! – la palabra restalló con fuerza, sobresaltando a los chicos. – Este es un secreto caló, un secreto para dar la vida. Es la razón que nos impulsa, la esencia de nuestra alma. Habéis dejado de ser churumbeles, ¿está claro este concepto?

― ¡Si, pápa Diego! – clamaron los cuatro a la vez. Cristo no recordaba haber visto al patriarca tan serio antes. Ni siquiera cuando tía Rafaela anunció que se casaba con el negro.

― Esta noche de Pentecostés se viene celebrando desde hace cinco siglos, desde que los romaní llegaron a Europa. En una noche, cada cinco años,la Hermandadcuentala VerdaderaHistoriaa los nuevos miembros, para que el pasado no se pierda. Antes, eran solo los hombres los que pasaban la historia, pero desde hace unos años,la Hermandadacepta a las mujeres – el patriarca hizo un gesto hacia Cristina, quien enrojeció – como postulantes. ¡Todos somos gitanos!

― ¡Si, pápa Diego!

― Bien, zagales. Cuando abandonamos las grandes montañas del este y dejamos de ser nómadas de las rutas escarpadas, fue por no servir a ningún señor cristiano y escapar del hostigamiento de los moros otomanos. Sin embargo, a pesar de las dignas palabras de acogida de los grandes reyes de Europa y de su Santidad, nunca fuimos bien recibidos, no señor. Aquí, la moral y la superstición siempre han estado controladas porla Iglesia. Losromaní fuimos acusados de herejía y brujería, o bien de ladrones y estafadores. Los clanes tuvieron que dividirse aún más, perdiendo su fuerza y su unión, para pasar más inadvertidos. ¡Así fue como nuestro clan, que por entonces había perdido su nombre, llegó a España, a mediados de 1600, embarcados como ratas, a través del Mediterráneo!

― ¡Si, pápa Diego! – repitieron, como si estuvieran en clase.

― Durante unos años, recorrimos la costa andaluza y las bajas tierras de Murcia y Levante. Algunos de los nuestros decidieron probar fortuna en las grandes ciudades al norte, y se escindieron del grupo original. Finalmente, el clan tomó la decisión de instalarse en la antigua medina de Algeciras, totalmente desvastada desde hacía más de trescientos años.

¡Aquí no había nadie! ¡Solo antiguos fantasmas musulmanes que vagaban perdidos entre los cascotes de un imperio desaparecido! ¡Fuimos nosotros, junto con unos refugiados gibraltareños que huían de la ocupación del peñón por las tropas angloholandesas, aliadas del archiduque Carlos de Austria, enla Guerra de Sucesión Española, quienes levantamos nuevamente Algeciras! ¡Las casas eran poco más que cabañas, levantadas con las mismas piedras de las ruinas árabes! Pero, desde entonces, el clan ha participado en el crecimiento de Algeciras, los asedios a Gibraltar,la Guerra dela Independencia,la Guerra de África, y hastala Guerra Civil de 1936. ¡Algeciras nos pertenece, por sangre y sudor!

― ¡Si, pápa Diego!

Al llegar a este punto, exaltado como un novio en la noche de bodas, el pápa hizo un alto y encendió un nuevo cigarrillo. Se acercaba el inicio de su verdadera exposición. Todo lo demás apenas constituía la introducción de un asunto que, como otros patriarcas, tenía clavado en el pecho, una espinita del tamaño de una faca, según contaba.

― Por aquel entonces, el rito Pentecostés era una celebración en memoria de nuestros antiguos pastos, de los muertos que dejamos atrás; un recuerdo de nuestras raíces para no olvidar el pasado. Creímos, por un momento, que habíamos encontrado un rincón para dejar nuestros carromatos en el olvido, pero no fue así. Cuando Algeciras apenas comenzaba a ser una ciudad, la envidia hacia los romaní desató de nuevo la desgracia sobre nosotros. El rey de España, el idiota Fernando VI, autorizó una persecución, exactamente el miércoles 30 de julio de 1749, con el objetivo de arrestar, y finalmente “extinguir” a todos los gitanos del reino. Se la llamó la Gran Redada. El astuto marqués de la Ensenada lo ideó todo en secreto y se dispuso que comenzara de manera sincronizada en todo el territorio español. ¿El motivo? Nadie lo sabe. No sabemos si fue por odio, o por temor, o por avaricia… Los romaní siempre hemos sido envidiados por los demás pueblos. Somos más guapos, más inteligentes, más libres que ellos, así que lo único que les queda es quebrarnos con la fuerza de sus leyes – exclamó, agitando en el aire su gancha de madera de fresno. – Aún disponiendo de toda la fuerza del reino, de un ejército contra unos pobres pastores, este plan se llevó a cabo en secreto, y dentro del ámbito de la secretaría de Guerra. ¡La secretaría de Guerra! ¡Como si fuésemos jodidos ladrones y espías ingleses!

― ¡Si, pápa Diego!

― ¿CÓMO?

― Eeeh… esto, no, claro que no, pápa Diego – balbuceó Pedro.

― No, no zomos ingleses, para nada – exclamó Cristo. .. Ha zido la inercia, zeñor.

― ¡Joder, niños, estad atentos! ¿Por dónde iba? Ah, si… El maldito marqués preparó minuciosas instrucciones para cada ciudad del reino, que debían ser entregadas al corregidor payo de manos de un oficial del ejército. La orden era abrir esas instrucciones, estando presente el corregidor y el oficial. De esa forma, los demás oficiales y las tropas no sabrían nada hasta que llevaran a cabo los arrestos. Junto a estas órdenes, se añadió una copia del decreto en que el nuncio episcopal daba instrucciones para los obispos de cada diócesis. ¡La Santa Madre Iglesia también estaba de acuerdo y en nuestra contra! ¿Qué le habíamos hecho?

Ante tales palabras, los chiquillos dejaron escapar un conjuntado murmullo de sorpresa. La verdad es que el pápa era un excelente orador, con un bien desarrollado don de palabra, gran carisma, y, sobre todo, mucha cultura. Lo que se decía un gitano de mundo.

― El marqués planeó que tras el arresto, los gitanos deberían ser separados en dos grupos: todos los hombres mayores de siete años en uno, y las mujeres y los menores de siete años en otro. ¡O sea, que no se salvaba nadie! Los hombres serían enviados a trabajos forzados en los arsenales de la Marina, en Cartagena y El Ferrol, y las mujeres ingresadas en cárceles, en Málaga y Zaragoza, o bien enviados a trabajar en las fábricas textiles de Valencia. También se pensaba surtir de mano de obra barata las minas de Almadén, o las del norte de África. Las mujeres tejerían, los niños trabajarían en las fábricas, mientras los hombres reventarían en los arsenales, que necesitaban mano de obra para modernizar la flota española. ¡Gracias a Dios, las galeras habían sido abolidas el año anterior, en 1748! ¡Tenían pensado separar a las familias y así impedir el nacimiento de nuevos gitanos! ¡Eso se llama genocidio hoy!

El traslado se haría de inmediato, y no se detendría hasta llegar a destino, quedando todo enfermo bajo vigilancia militar mientras se recuperaba, para así no retrasar al grupo. ¿Acaso era una nueva forma de decir que el enfermo sería eliminado en cuanto se quedaran a solas? El colmo de la hipocresía fue que la operación se financiaría con nuestros bienes confiscados y subastados, para pagar la manutención durante el traslado, así como el alquiler de carretas y barcos para el viaje. Las instrucciones fueron muy puntillosas en ese sentido y establecían que, de no bastar ese dinero, el propio Rey correría con los gastos.

Cristo, al igual que sus primos estaba fascinado y atrapado por la historia y por las rudas imprecaciones del patriarca. ¿Cómo era posible que nadie supiera nada de todo ello? ¿Es que no se daba nada de eso en la escuela? Sin embargo, a pesar de su propia indignación, se hizo la firme promesa de asegurarse de que la historia fuera cierta y no una invención del patriarca. Pero, a pesar del profundo odio del anciano por los cuerpos policiales españoles, resultó que cada dato histórico había sucedido, tal y como se contaba.

― Entre nueve mil y doce mil gitanos fueron detenidos, muchos más de lo que ellos mismos pensaron. Sin duda, en aquel tiempo, las matemáticas no eran el fuerte de los militares y los asesores – dijo el patriarca con una sonrisa. – El caso es que empezaron a no saber donde meter tanto gitano. Por otra parte, la sutileza tampoco era una virtud ensayada por las tropas españolas. En Sevilla, una de las ciudades donde más gitanos se habían asentado, unas 130 familias, se creó un verdadero pánico cuando algún astuto oficial ordenó cerrar las puertas de la ciudad para que el ejército rodeara la población. Hasta los joyeros del puente de Triana se cagaron, seguro. Desgraciadamente, el arresto de nuestra gente dio lugar a disturbios que se saldaron con al menos tres fugitivos muertos, y docenas de heridos entre la población inocente. En otros lugares, los propios calós se presentaron voluntariamente ante los corregidores, creyendo tal vez que todo era un malentendido relacionado con su reciente reasentamiento.

― Pápa, ¿cómo les daban de comer a todos esos detenidos? – preguntó Cristo, dejando que su mente hiciera malabarismos con la intendencia.

― Pos que el meticuloso plan que el marqués y sus consejeros idiotas idearon se fue a la mierda, ¿qué te crees? Todo lo que habían planeado se vio muy pronto superado por el caos y la imposibilidad de llevar a cabo las órdenes de traslado y alojamiento. Como tenían que solucionar las cosas sobre la marcha, se reunió a los gitanos en castillos y alcazabas, e incluso se vaciaron y cercaron barrios de algunas ciudades para alojar a los deportados, tal y como se hizo en Málaga. Ya podéis imaginar la gracia que les hizo a los vecinos. ¡Que te echen de tu casa para instalar provisionalmente unos detenidos gitanos!

Los jovencitos se echaron a reír con las palabras del maduro patriarca. Pápa Diego era un hombre cabal y, a pesar de que sentía aquella injusticia como algo propio, escupió al suelo alguna hebra de tabaco, antes de decir:

― Hay que reconocer que no todos los payos se portaron malamente. Según la documentación conservada y los testimonios, hubo de todo entre ellos, desde la colaboración y la denuncia hasta la petición de misericordia al Rey por parte de ciudadanos «respetables», como sucedió en Sevilla y en Cádiz. Esto demuestra que, como ahora, podemos integrarnos en su sociedad, si nos lo proponemos.

Pero, gracias a la Macarena, el listo del marqués nos dio la posibilidad de buscar rendijas por donde escabullirnos. Su primer fallo fue no querer decirnos a la cara nuestra condición de raza: gitanos. ¡Somos gitanos, calós, romaní! Pero es como si a los payos les diera vergüenza pronunciar esa palabra.

En las instrucciones enviadas no se mencionaba, en ningún momento, a los «gitanos», pues esa palabra estaba prohibida en público desde ciertos asuntos anteriores, en virtud de los hipócritas ideales de la Ilustración –gracias sean dadas a los franceses. Eso permitió a algunos corregidores ordenar que no se molestara a determinadas familias por estar muy arraigadas en el vecindario y tener un oficio conocido. Así mismo, no se detuvo a las mujeres gitanas casadas con un no gitano, apelándose al fuero del marido. Sin embargo, los gitanos casados con payas sí fueron deportados junto con sus mujeres e hijos, por consejo del clero. ¡Malditos sean los curas con sotana!

El mandato disponía la horca para los fugados, si bien parece que las autoridades locales se negaron a cumplir esa orden, en parte por considerarla injustificada, y, más tarde, al ver la cantidad de recusaciones que les llegaban.

Cristo, al igual que sus compañeros, dejó escapar un suspiro de alivio, al saber que muchos gitanos se habían librado de aquella suerte. Más tarde, comprendería que los niños son el público más volátil que existe, eso bien lo sabía el patriarca, y los exprimía cuanto podía.

― El marqués de la Ensenada intentó tomar una decisión sobre qué hacer con todos los arrestados. Se barajaron posibilidades tales como una deportación masiva a América, su dispersión en los presidios, o su empleo en las grandes obras públicas. Pero empezaban a llover los recursos y pleitos que desbaratarían gran parte del plan. Como ya he dicho, no existía una noción clara y determinante de quién era gitano y quién no, de manera que muchos gitanos asentados desde hacía generaciones vieron revisados sus casos, en ocasiones por iniciativa propia, otras veces al ser defendidos por sus vecinos, y en la mayoría mediante procedimientos secretos de las propias autoridades, con el fin de comprobar su grado de integración. Por otro lado, los consejeros del Rey descubrieron, por fin, que los gitanos arrestados eran, en su mayoría, familias sedentarizadas, muy fusionadas con la sociedad y bastante valiosas para las economías locales, mientras que los sujetos más conflictivos, a sus ojos, aún continuaban sueltos. En octubre de 1749, el gobierno presentó una nueva orden, en un intento de hacer entender a sus propios oficiales que se estaba deteniendo a los gitanos equivocados. Pero esto, sin una explicación veraz y abierta, añadió aún más confusión a las órdenes repartidas con tanto secretismo. De hecho, entre 1751 y 1755, aún se enviaban a gitanos a las cárceles, y, al mismo tiempo, se liberaban otros. La confusión era total, pues había localidades en las que se detenía a los gitanos, y otras en las que se les soltaba.

Y ahora, os pregunto, ¿Cómo no nos íbamos a distanciar de los castellanos después de ese follón? No podíamos fiarnos de nadie, si tu vecino te denunciaba, y los curas te negaban el auxilio. Nos habíamos esforzado en convivir con los payos y nos lo pagaban así, arrestándonos como criminales.

Siempre hemos sido astutos, lo sabemos. Somos supervivientes, y muy pronto, el personal militar encargado de custodiar a los arrestados lo descubrió para desgracia suya. Los gitanos detenidos creaban verdaderos quebraderos de cabeza a sus carceleros y apenas servían para los trabajos de los arsenales -¿desde cuando has visto a un gitano dar el callo y más sin que le paguen?, bromeó-.

Esto aceleró la liberación de muchos presos y contribuyó a más caos aún, ya que la mayoría de apellidos y nombres eran comunes. Heredia, Jiménez, Cortés, Amaya, y Fernández, por todas partes, dando lugar a múltiples confusiones. A eso, se sumó el hecho de que los liberados debían recuperar sus bienes ya subastados, lo que convirtió el proceso en un problema jurídico y económico para muchas localidades. Por otro lado, la liberación dividió a los gitanos en dos grupos para los payos: los «buenos» y los «malos», un precepto que sigue existiendo, hoy en día. Aquellos que quedaron presos se resignaron o se resistieron, y hubo intentos de evasión. A los cuatro años de internamiento, muchos gitanos volvieron a reclamar su libertad, amparándose en que esa era la pena para los vagabundos y pedigüeños normalmente, y que ya la habían cumplido. El asunto se fue dilatando en Madrid, pese a las protestas de los militares que se quejaban del coste económico que suponía tener a su cargo a los prisioneros, o de los vecinos y corregidores. Desdela Corte se dieron instrucciones para que no se admitieran más recursos ni liberaciones. Pese a todo, algunos arsenales, por su cuenta, e irregularmente, pusieron en libertad a varios contingentes de gitanos en 1762 y 1763. Estos sucesos, y el revuelo que causaría entre los mandos del ejército, provocaron el indulto final.

Cristo, al escuchar aquellas palabras, se emocionó y palmeó la espalda de su primo, sentado a su lado. ¡Que aventura!

― En 1763 se notificó a los gitanos, por orden del rey – que ya era otro, Carlos III, el inútil (en aquel tiempo duraban poco los reyes, y menos en España)-, que iban a ser puestos en libertad, pero antes tenían que resolver el problema de su reubicación. ¿Reubicación? Nadie sabía qué quería decir eso. ¿Les iban a devolver sus casas, sus chabolas, o sus carros? ¿Los iban a poner a todos juntos en una ciudad? ¿Los iban a echar del país? Además, los consejeros del rey decidieron que, junto al indulto, debería reformarse de nuevo toda la legislación sobre los gitanos. Esto supuso un atasco burocrático de dos años más, para desesperación de los nuestros aún presos. El 6 de junio de 1765, dieciséis años después dela Redada, la secretaría de Marina emitió la orden de liberar a todos los presos. Sin embargo, sé perfectamente que aún en 1783, treinta y cuatro años después de la redada, se liberaron algunos gitanos en Cádiz y en Ferrol. Sin embargo, como siempre, los payos trataron de quitarse la mosca de los cojones. Muy irónicamente, cuando en 1772 se sometió a deliberación una nueva legislación sobre gitanos, en el preámbulo se mencionala Redadade 1749. Carlos III solicitó que fuera retirada esa mención, alegando que “hace poco honor a la memoria de mi hermano”, refiriéndose a Fernando VI. ¡Como si no hubiera pasado nada!

Cristo y sus primos estallaron en aplausos y silbidos, como si asistieran al final de una película. Pero pápa Diego no había terminado, ni mucho menos. Eso era la historia pública, algo que se podía encontrar en cualquier biblioteca y que sabía cualquier historiador. Aún quedaba un punto negro y oscuro, oculto entre los entresijos de la burocracia del reino.

― Al igual que los gitanos no ganaron demasiada confianza ante los payos a raíz de aquella persecución, también avivamos inquina y resentimiento entre las autoridades – dijo el pápa, con un suspiro. – Muchos oficiales y altos cargos del ejército nos culpaban de aquel estropicio que acabó con vergüenza para ellos. Así mismo, varios sectores del vulgo se habían enriquecido con nuestra desgracia y pedían protección a las autoridades ante nuestras justas peticiones, que se fueron convirtiendo en amenazas al no conseguir nada en claro. Muchísimos gitanos lo perdieron todo y tuvieron que tirarse al monte, convirtiéndose en forajidos y bandoleros. Esto sirvió de excusa para que ricos hacendados, con la colaboración de gobernadores y ciertas localidades, crearan cuerpos de vigilancia civiles, entrenados por el ejército.

Los más antiguos de estos cuerpos son quizás la Santa Hermandad de Toledo, y el Somatén de Cataluña, pero otros fueron creados justo en aquellos años, como los miñones de Valencia o los escopeteros en Andalucía. Voluntarios civiles, armados y pagados por consejos locales, dirigidos por nobles, caciques hacendados y políticos.

No es nada difícil imaginar contra quienes arremeterían, ¿no? Por eso mismo, la noche de Pentecostés pasó de ser una liturgia a una reunión secreta, un cónclave gitano que trataba de organizarnos a todos para poder enfrentarnos a estas persecuciones bajo palio. Tuvimos la suerte que estos grupos civiles resultaron ser más pillos y ladrones que los propios forajidos y acabaron siendo disueltos como cuerpos armados. Sin embargo, todo esto sirvió como campo de prueba para un nuevo cuerpo que se crearía setenta años después del indulto:la Guardia Civil.

Los chicos se estremecieron al escuchar tan fatídico nombre, todo un anatema en la comunidad gitana.

― No os gusta ese nombre, ¿verdad? Esa repulsa está en nuestra sangre, en nuestros genes. Aún sin conocer la VerdaderaHistoria, sentís el desprecio subir hasta vuestra garganta – los jóvenes gitanos asintieron. – Hoy conoceréis de donde procede ese odio que nos profesamos mutuamente, los picoletos y los gitanos. Para ello, debo hablaros de un gitano muy particular. Se llamaba Dionisio Reyes.

La Hermandad de la Luna, por aquel entonces, ya había pasado de ser una simple reunión clandestina a una logia que englobaba miles de miembros. Cada patriarca organizaba su logia, y todas las comunidades estaban en contacto, por muy pequeñas que fuesen. Se buscaba ayudar, de cualquier manera, a cuantos gitanos quedaron desposeídos tras la Gran Redada. Se tomaban acuerdos y se vetaban propuestas, siempre en la más completa clandestinidad. Dionisio Reyes era uno de los jóvenes correos entre los clanes gitanos de Madrid, Toledo y Aranjuez (en aquel tiempo no existía otra forma de comunicarse, más que por carta). Hijo menor de un patriarca, tenía diecisiete años y trabajaba como mozo de cuadra para el duque de Ahumada. Dionisio era un gitano bien plantado, de sangre vigorosa y sonrisa fácil, que empezaba a descollar entre sus compañeros y a llamar la atención de las mujeres.

En contra de los consejos de su padre, Dionisio quiso entrar al servicio del Duque como mozo de cuadra –única labor posible para un gitano al servicio de un noble- para así disponer de los caballos para llevar sus correos. Con la excusa de pasearlos y domarlos, podía entregar mensajes con toda urgencia, sin levantar sospechas. Quizás fue el infortunio, o bien un mal de ojo, pero el destino hizo que la hija mediana del duque, Carmen María Belén Dolorosa Viviana, se fijase en él y, asombrosamente, él en ella. Según se cuenta, fue amor a primera vista. La duquesita, una hermosa chiquilla de quince años, no dejaba de remolonear por las cuadras, interesándose, por primera vez en su corta vida en caballos y sillas, y pretendiendo disponer de la atención personal de Dionisio.

Cristina suspiró ante la pincelada romántica. Tenía la misma edad que la duquesita y, seguramente como ella, muchos pajaritos en la cabeza.

― Tanto juego y atención no tardaron en tentar a Dionisio y ambos acabaron declarándose amor incondicional sobre el heno, lo cual solo funcionó mientras estuvieron a solas en las caballerizas, por supuesto. Cuando Francisco Javier Girón y Ezpeleta, segundo duque de Ahumada y quinto marqués de Las Amarillas, se enteró de tal atropello, la cosa no fue nada bien. Para colmo, Carmen María también confesó estar encinta, en un intento de salvar a su amor. Se lió parda la cosa.

El duque envió a su hija al convento de Nuestra Señora de la Anunciación, con las Carmelitas penitentes, para que fuera recluida hasta tener el vástago. El duque aún no sabía que hacer con ese futuro nieto, pero tenía por seguro que no sería admitirle en la familia. En cuanto a Dionisio, tras una severa amonestación, osease, somanta de palos, se le obligó a dejar Madrid con la amenaza de acusarle de robo si pretendía volver y molestar.

Dionisio juró vengarse del duque y tomar lo que era suyo. Un mes más tarde, alguien ayudó a Carmen María a huir del convento en el que estaba recluida. Se sabe que Dionisio se instaló con el clan Cortéz, en Toledo, junto con la duquesita, quien tuvo un hijo al que puso el nombre de Ismael.

Como en una auténtica novela narrada, los chicos sonrieron, alegrándose por el protagonista. Había salvado a su chica y a su hijo y estaba a salvo en un clan caló. Pero pronto aprenderían que la vida no es una novela.

― El duque removió cielo y tierra, buscando a su hija y a su retoño, pero no los encontró. Al cabo de unos meses, alguien entró en su mansión y robó todas las joyas de su esposa Nicolasa, por un valor de varios cientos de escudos de oro. Descartados los criados y sirvientes, el duque sospechó de alguien que conociera la casa y los movimientos del servicio. La respuesta era evidente: Dionisio. Se ofreció una fuerte recompensa por su persona, lo que llevó a que alguien traicionase a Dionisio. El capitán Héctor Quintana y Urquijo, ayudante personal del duque, fue enviado a arrestarle, junto con un pelotón de soldados. Dionisio se atrincheró en la herrería que había abierto recientemente y los soldados le pegaron fuego, iniciando un enfrentamiento con todo el clan Cortéz, que acabó con la muerte de varios gitanos y varios heridos entre los soldados. Uno de ellos, el propio capitán, sufrió una profunda herida de bayoneta en el vientre que le llevó a la muerte una semana después. Sin embargo, Dionisio consiguió huir, junto con su esposa e hijo, pues Carmen María y él se habían casado por el rito caló. Tal desenlace resultó ser un mazazo para el duque, quien apreciaba como a un hijo a su ayudante. El noble entró en varias fases de depresión y furia, en las que ordenó la búsqueda sistemática de los huidos y desheredó totalmente a su hija.

Todo este asunto atrajo la atención del ministro de la Gobernación, el marqués de Peñaflorida, sobre el duque de Ahumada y su voluntad determinante.

Hay que decir que en esas fechas, los caminos rurales de España eran muy peligrosos, al finalizar la Guerra Carlista. El marqués de Peñaflorida dispuso, el 28 de marzo de 1844, que se creara una fuerza armada de Infantería y Caballería, al estilo de la gendarmería europea. El 2 de mayo de ese mismo año, el mariscal de campo Ramón María Narváez encargó su organización al duque de Ahumada, Francisco Javier Girón y Ezpeleta Las Casas y Enrile, quien ostentaba entonces el cargo de Inspector General Militar.

Sin embargo, la frustración y cabreo monumental del duque de Ahumada alteró los preceptos iniciales del Real Decreto: “… a proteger eficazmente las personas y propiedades” quedó más bien en “fuerza represiva contra maleantes, crápulas, contrabandistas, y, sobre todo, gitanos”. Por ello, recomendó cubrir la plantilla paulatina y selectivamente, para garantizar la lealtad y excelencia del personal. O sea, que quería escoger personalmente a sus hombres. Él mismo dijo: “…servirán más y ofrecerán más garantías de orden cinco mil hombres buenos que quince mil, no malos, sino medianos que fueran”.

De esta forma, el Duque elaboró informes y sugirió cambios en la fuerza que debía organizar, así como abogó por una mayor renumeración de los nuevos guardias, para tenerles contentos y dispuestos. De esta forma, se aseguró de que sus fuerzas le estuvieran agradecidas y dispuestas totalmente a sus órdenes.

El 1 de septiembre de 1844, tuvo lugar la presentación oficial del Cuerpo con una parada militar, en las proximidades de la plaza de Atocha, ante las autoridades donde mil quinientos guardias de Infantería y trescientos setenta de Caballería desfilaron, presentando un original sombrero de tres picos de origen francés: el maldito tricornio – pápa Diego escupió al suelo instintivamente. — Así mismo, el Duque terminó elaborando un reglamento interno diferenciado al nuevo Cuerpo de otros, incluido el ejército. Lo denominó la “Cartilla del Guardia Civil”. La presentó el 20 de diciembre de 1845, escrita de su propia mano, estableciendo un código que pretendía dotar al personal de un alto concepto moral, del sentido de la honradez y de la seriedad en el servicio, así como de unas directrices a mantener. Su máxima: “el honor es la principal divisa del guardia civil; debe, por consiguiente, conservarlo sin mancha. Una vez perdido, no se recobra jamás.” Bonitas palabras. Pero la “Cartilla” no solo creaba la figura del comandante de puesto, algo peculiar y moderno, sino que disponía cómo tratar ciertos elementos peligrosos de la sociedad, y hacía especial hincapié en vigilar los gitanos.

Cuando el Duque buscó un nuevo ayudante, el teniente Emiliano Machado Gálvez, este tomó en toda confianza un escribano como ayuda de despacho. Ricardo Castillo Guillén, el escribano, resultó ser una magnífica fuente de información, pues siempre andaba zalamero con mozas y fulanas. La Hermandad pronto le surtió de ardientes amantes que le sonsacaban cuantos escritos, despachos y decretos pasaban por el despacho del Duque.

Así que cuando quedaron dispuestas las diversas competencias de la Guardia Civil, tal y como pretendía el Duque: sobre armas y explosivos; el contrabando y estraperlo; la vigilancia del tráfico, tránsito y transporte en las vías públicas; la custodia de vías de comunicación terrestre, costas, fronteras, puertos, y centros que se requirieran; velar por la conservación de la naturaleza, de los ríos y bosques, y, finalmente, la conducción interurbana de presos y detenidos, la Hermandad lo supo enseguida.

El 10 de octubre, cumpleaños de la reina Isabel II, y con ocasión de la constitución de las Cortes Generales, el Cuerpo de la Guardia Civil realizó su primer servicio, cubriendo la carrera de la comitiva real desde Palacio hasta las Cortes. Su primera intervención tuvo lugar en Navalcarnero, el 12 de septiembre de 1844, al evitar el asalto de la diligencia de Extremadura por una banda de forajidos gitanos, de los cuales dos murieron en el enfrentamiento. Ya se había iniciado la venganza del Duque de Ahumada contra los romaní.

Pero el Cuerpo no nació en una época esplendorosa para él, por lo que su atención se vio atraída en otros frentes, por suerte. En ese periodo, sucedieronla Segunda yla Tercera Guerra Carlista, con fuertes guerras de guerrillas y su posterior evolución a bandolerismo. Sin embargo, el Duque había previsto escenarios parecidos en su “Cartilla” y supieron enfrentarse a tales problemas. Con el salvamento de los súbditos ingleses que navegaban en la goleta Mary, naufragada frente a las costas de Sanlúcar de Barrameda, o bien su asistencia a los afectados de la epidemia de cólera, en Castellón, fueron consiguiendo el reconocimiento de la población. Pero fue en la lucha contra el bandolerismo donde ganaron más batallas, defendiendo caminos y vías, y escoltando carruajes. En 1849, el conocido bandolero “Curro” Jiménez, gitano de Cantillana, pereció en un enfrentamiento conla Guardia Civil. Otros gitanos famosos como el Tempranillo, Luis Candelas, y otros, dejaron de ser una amenaza para la seguridad de bienes y personas, siempre segúnla Benemérita, claro. Nunca hablaron de los bienes requisados a sus familias, ni de las jóvenes gitanas violadas, ni de los brutales interrogatorios para hacer confesar algunos familiares e íntimos. Sin embargo, el Cuerpo se llevó la medalla, y el fenómeno del bandolerismo, aunque perduró algunos años más, se consideró erradicado a finales del siglo XIX.

― Pápa Diego… ¿qué pasó con Dionisio? – preguntó Abel, con curiosidad.

― Se cuenta que salió de España rumbo a Italia y se instaló en Sicilia. Uno de los tenientes sicilianos de Garibaldi se llamaba Reyes y tenía procedencia española. ¿Quién sabe? En 1870 hubo un capo destacado, de apellido Reyes, al norte de Palermo. ¿Dionisio? ¿Un hijo? No se sabe. Dionisio y la hija del duque desaparecieron para siempre. Sin embargo, el legado del primer intendente general de la Guardia Civilsiguió abriéndose camino en la sociedad española, durante una época de gran inestabilidad política. En menos de treinta años, hubo tres elecciones y siete gobiernos distintos, con pronunciamientos, disensiones políticas como la RevoluciónCantonalde 1873, la Guerrade los Diez Años en Cuba, la TerceraGuerraCarlista… Con todo ello, la GuardiaCivilasentó su poder y se convirtió en una institución imprescindible en la que se apoyaron los diferentes gobiernos. Sus tricornios eran temidos cuando se les veía a lomos de los caballos por los caminos. Todos esos embrollos y alzamientos producían nuevos bandoleros y exaltados, que no hacían más que alimentar la maquinaria de la Beneméritay obsequiarle con medallas al mérito y eficacia. Numerosos grupos de excombatientes y delincuentes desesperados, que pululaban por el vacío de poder que se ocasionaba con cada rebelión y cambio de gobierno, fueron atrapados, encarcelados y ejecutados, con mano de hierro.

La Hermandad de la Luna poco podía hacer, más que advertir, avisar, y esconder fugitivos gitanos. Pero, finalmente, la logia decidió frenar la escalada del Cuerpo, minar un tanto su poder, y así pasamos a la acción. Bueno, en realidad, actuamos en defensa propia, pues su avance era imparable.

El Gobierno Provisional de Prim dio nuevas competencias a la Guardia Civil, aumentando su alcance. Más tarde, con la Monarquía Constitucional de Amadeo I, se llevó a cabo una reforma orgánica en 1871, distribuyendo los efectivos más eficientemente en el país, potenciando así el despliegue en las provincias más afectadas por los bandoleros y protegiendo comunicaciones vitales para los contrabandistas.

Afortunadamente, un par de años después, la política volvió a convulsionarse con la abdicación de Amadeo I y la proclamación de la Primera República. Los disturbios ocasionados no dieron respiro a los guardias civiles, lo que nos permitió campar de nuevo a nuestras anchas. Claro que esto tampoco duraría mucho. Por entonces, España estaba perdiendo su hegemonía en el mar, pasando definitivamente su poder al Reino Unido, y sus posesiones americanas se difuminaban.

En 1874, se produjo el pronunciamiento del general Martínez Campos, que trajo, de nuevo, la restauración monárquica y el inicio del reinado de Alfonso XII. En 1878, se publicó la Ley Constitutiva del Ejército, por la que la Guardia Civil pasó a integrarse como un Cuerpo auxiliar militar. La actuación de la Guardia Civil estaba sometida a la jurisdicción militar, lo que supuso un endurecimiento de sus funciones. Ya no hacía falta agredir a un Guardia Civil para acabar en la horca, sino que el simple insulto a cualquiera de ellos representaba la cárcel.

Con la Revolución Industrial y el nacimiento del ferrocarril, posible gracias a que la Guardia Civil mantenía el orden en el ámbito rural, ésta asumió, a nivel nacional, el servicio de escoltas en los trenes de viajeros a partir de 1886.

Por supuesto, la Hermandad se vio obligada a aprovechar también la industrialización. No podíamos quedarnos atrás. Los caminos y los campos nos habían sido negados, así que florecimos cerca de las fábricas, donde surgia una clase obrera organizada en la que poder influir y así aumentar los conflictos sociales. No solo servían para mantener la atención del Cuerpo, nuestro abierto y declarado enemigo, lejos de nosotros, sino que hacíamos dinero con aquellos conflictos. Armas, explosivos, opio, artículos de lujo, medicinas,… todo ello era requerido por una sociedad que empezaba a consumir cada vez más. Sin embargo, no tuvimos absolutamente nada que ver con las acciones del terrorismo anarquista, como la bomba del Gran Teatro del Liceo de Barcelona, en 1893, y otra serie de atentados. Con paciencia y palabras bien colocadas, conseguimos que los españoles empezaran a ver a la Guardia Civil frecuentemente utilizada por los distintos gobiernos para acallar las alteraciones del orden público, o sea revueltas de obreros y campesinos que reclamaban un poco más de pan.

Por aquel entonces, se consiguió minar bastante el buen nombre y la imagen del Cuerpo. Sin embargo, después del desastre del 98, la pérdida de las posesiones de Cuba, Puerto Rico y Filipinas en la guerra contra los EE.UU., que originó la disolución de los Tercios del Cuerpo allí destacados, aquellos excedentes se incorporaron a la plantilla de las metrópolis. Este aumento de hombres permitió a los altos mandos reorganizar la Guardia Civil, con la creación de la Comandancia de Canarias, las Secciones de Ceuta y Melilla, y un incremento del número de Puestos. ¡Fue como ver brotar setas tras la época de lluvias!

En 1902, al cumplir los dieciséis años, Alfonso XIII fue declarado mayor de edad y proclamado rey de España tras la regencia de su madre María Cristina. ¡Un niño rey, no te jode! Su reinado, que se prolongó hasta 1931, sin embargo, resultó relativamente estable y con un fuerte crecimiento demográfico e industrial, sin duda a causa de la neutralidad española en la I Guerra Mundial. Sin embargo, aún tratándose de un etapa relativamente tranquila, existieron serios problemas de fondo, que, claro está, nos encargamos de usar y fomentar: un incipiente independentismo; malas condiciones de vida y trabajo, con campesinos y obreros influidos por la Revolución Rusa de 1917; el eterno caciquismo, y, la Guerra del Rif en Marruecos.

En 1909, la cosa se puso fea. Se produjeron unos altercados en Marruecos con unos trabajadores de las obras de construcción de una línea de ferrocarril, y el gobierno llamó a filas a los reservistas. La noticia de las numerosas bajas españolas producidas en el Protectorado, junto al hecho de que se pudiera comprar la exención del ingreso a filas –sin duda solo para los ricos, claro-, detonaron la convocatoria de una huelga general que, en Barcelona, culminó en la llamada Semana Trágica. Cuando se vinieron a dar cuenta, los convocantes y las autoridades habían perdido el control sobre la huelga y la enfurecida masa de obreros y ciudadanos que salieron a protestar. Creo que aquel fue un buen trabajo de la Hermandad, aunque el descontento ya estaba sembrado. Se produjeron desórdenes, incendios de iglesias y conventos, y pillaje, desatándose un auténtico motín popular. Las autoridades declararon el estado de guerra y restauraron el orden con, al principio, setecientos guardias civiles, reforzados, más tarde, con más efectivos del Cuerpo. De esa manera, se logró sofocar la revuelta, no sin un gran coste de vidas y una pésima publicidad para la Guardia Civil, tachada ahora de represora y asesina.

Como os he dicho, en el protectorado marroquí venían produciéndose incidentes desde antiguo. Con el ejército español cada vez más comprometido en la contención de la resistencia, en 1921, se produjo el Desastre de Annual: una derrota aplastante ante el ejército del Rif y una retirada desordenada, con numerosas bajas españolas, que puso en peligro la propia Melilla. La sociedad española, convenientemente aconsejada por nosotros, claro, no comprendía la conveniencia de una guerra sangrienta y costosa en un territorio de gran pobreza y que solo se hacía por mera cuestión de prestigio. Como esperábamos, se produjo un aumento de la violencia callejera y, por lo tanto, los desórdenes que culminarían en el asesinato del Presidente del Gobierno D. Eduardo Dato por tres militantes anarquistas en la Puerta de Alcalá de Madrid. vuelvo a repetir que fue algo totalmente ajeno a nosotros. Estas circunstancias indujeron al golpe de estado del Capitán General de Cataluña D. Miguel Primo de Rivera, respaldado por el propio Rey. Durante la dictadura de Primo de Rivera se pondría fin a la guerra de Marruecos con el desembarco de Alhucemas, en 1925.

A pesar de toda nuestra oposición, la Guardia Civil siguió adaptándose a los cambios sociales y políticos mediante una sustancial mejora de sus efectivos e importantes reformas: mayor número de Zonas y de generales para cubrirlas, así como la creación de su Primera Academia Especial del Cuerpo, para la formación de oficiales, que se ubicó en el Colegio Infanta María Teresa de Madrid. Tras la graduación de su primera promoción, se cerró y se volvió a abrir, dos años después, en Valdemoro. Debo decir que, a pesar de haberlo intentado, ningún gitano se ha graduado como oficial.

Tras la dimisión del general Miguel Primo de Rivera, en enero de 1930, el Rey convocó una ronda de elecciones que debían servir para recuperar la legitimidad democrática. Sin embargo, los republicanos triunfaron en 41 capitales de provincia y el 14 de abril se proclamó la República. Alfonso XIII abandonó España, camino del exilio en Roma, donde falleció once años después, tras abdicar en su hijo Don Juan de Borbón.

La Segunda República no fue mejor ni peor para la Hermandad. En 1929, se produjo la grave crisis económica mundial conocida como la Gran Depresión, que se prolongó hasta la Segunda Guerra Mundial. Estos años fueron un buen caldo de cultivo para los intereses de la Hermandad. Veamos algunos ejemplos…

El 31 de diciembre de 1931, en Castilblanco, Badajoz, el alcalde requirió al Puesto de la Guardia Civil, formado por un cabo y tres guardias, para que disolvieran una manifestación que se desarrollaba en el pueblo. Cuando el cabo se dirigió a los manifestantes, fue atacado. Al intentar repeler la agresión, resultó apuñalado por un vecino, un gitano cumpliendo órdenes de la Hermandad. Un guardia abrió fuego pero la multitud derribó y desarmó a los tres, que resultaron muertos con sus propias armas. El 5 de enero siguiente, en Arnedo, La Rioja, tras una prolongada huelga, la Guardia Civil intervino en una manifestación. Al acometerla y sin duda pesando aún los hechos de Castilblanco de la semana anterior, los guardias abrieron fuego, ocasionando la muerte de once manifestantes y heridas a otros veinte.

Tras los sucesos de Arnedo, se produjo el cese del general Sanjurjo como Director General del Cuerpo, al que sustituyó el general Cabanellas, el 3 de julio de 1932. En agosto, el general Sanjurjo se alzó infructuosamente contra el gobierno de la Segunda República, con el apoyo de ciertas unidades del Ejército y de la Guardia Civil. Como podéis ver, el coronel Tejero copió la estrategia de un antecesor, además con el mismo resultado. Recordad el dicho: “El que no vale, pa Guardia Civil.”

Pese a todo, los desórdenes en ciudades y campos continuaban. Otro ejemplo de ello, fueron los sucesos del pueblo de Casas Viejas, en Cádiz, donde tras una insurrección huelguista de tres semanas de duración en toda España, se declaró por parte de la CNT, bien aconsejada por un sindicalista de la Hermandad, el “comunismo libertario”, el 10 de enero de 1933. Los anarquistas atacaron el cuartel de la Guardia Civil, donde se encontraban un sargento y tres guardias, hiriendo de muerte al sargento y a uno de los agentes. El Gobierno envió fuerzas de la Guardia de Asalto desde Madrid, para reprimir la sublevación. Estas fuerzas, vencida la resistencia, prendieron fuego a la casa donde se refugiaron algunos de los participantes de la rebelión, falleciendo siete personas. La acción terminó con la ejecución sumarísima de una docena de vecinos detenidos en el municipio. Como resultado, el capitán Rojas, jefe de la compañía de la Guardia de Asalto que estaba a cargo de la operación, fue objeto de una severa condena judicial. Sin embargo, la crisis fue el pretexto para una ofensiva política de la oposición que culminó con la destitución del jefe del Gobierno, Don Manuel Azaña. En resumen, este era el clima en que la Hermandad mediaba y conspiraba. Los sucesos de Casas Viejas, Castilblanco y Arnedo, entre otros muchos, revelaban claramente que el Gobierno de la república no tenía otra alternativa que emplear a la Guardia Civil como fuerza represora. Esto tuvo un alto coste en el Cuerpo, tanto en vidas como en el distanciamiento y pérdida de estima de la población, que es lo que buscábamos.

En 1934 con un gobierno nuevo surgido de las elecciones de noviembre del año anterior, estalla la Revolución de Octubre; movimiento huelguístico revolucionario que se produjo entre los días 5 y 19 de octubre. En Madrid los huelguistas intentaron el asalto a la Presidencia del Gobierno. En el País Vasco se ocuparon las zonas mineras e industriales hasta el día 12, cuando la intervención del Ejército sofocó la revolución con un saldo de al menos 40 muertos. En Barcelona, el gobierno de la Generalitat presidido por Lluís Companys, proclamó el Estado Catalán dentro de una República Federal Española (bueno, los catalanes son así, que vamos a hacer). En Asturias, donde los mineros disponían de armas y dinamita y la revolución estaba bien organizada, se proclamó la República Socialista Asturiana.

En esta última, con la intervención de la Legión y los Regulares del Ejército de África, se consiguió sofocar la insurrección el 19 de octubre. La Guardia Civil pagó un alto precio ya que desde el principio sufrió el ataque a sus puestos. Al caer la noche del día 5, más de veinte cuarteles del Cuerpo habían caído en poder de los sublevados y 98 casas cuartel estaban destruidas. Aquel fue un magnífico trabajo de los clanes Amaya, Vinuz, y Fernández, y los gitanos caídos en esos ataques son recordados aún. El 19 de octubre la Guardia Civil registraba más de 100 muertos, la mayor parte de los cuales pertenecían a la Compañía de Sama de Langreo que, formada por apenas sesenta guardias civiles a las órdenes del capitán Alonso Nart, se le fue la chaveta, defendiendo su posición durante más de treinta horas de asedio. Al final, forzado por la falta de agua, alimento y munición, el capitán Nart ordenó romper el cerco en una salida sorpresa y totalmente gilipollas a plena luz del día. Los revolucionarios, apostados en mejores posiciones, los fueron cazando como patos, abatidos uno a uno.

Sin embargo, el prestigio de la Guardia Civil salió reforzado y se le concedió la Corbata de la Orden de la República, así como muchas medallas póstumas a los caídos. En Cataluña, la Benemérita vuelve a depender del Ministerio de la Gobernación tras la desaparición del efímero Estado Catalán. El presidente de la Generalitat y sus altos dirigentes fueron detenidos, juzgados y condenados. Una lástima, la Hermandad había conseguido unos buenos contratos con ellos.

En 1936, la Guardia Civil se compone de unos 33.500 hombres que suponen una tercera parte de los efectivos del Ejército. Se trata de profesionales, conocedores del terreno y desplegados por todo el territorio nacional. Ya no era un juego enfrentarse al Cuerpo, pero el destino vino a jugar de nuevo con todos nosotros. Se declaró la Guerra Civil y la Benemérita fue de nuevo decisiva en este conflicto, pues la sublevación triunfó donde se sumó la Guardia Civil y fracasó donde ésta permaneció fiel a la República.

El Inspector General de la Guardia Civil, el general Pozas Perea, se mantuvo fiel al gobierno de la República e impartió instrucciones de mantenerse leales al poder legalmente constituido. La Guardia Civil quedó dividida en dos, del mismo modo que el conjunto de España. Por ejemplo, los guardias civiles sublevados en Albacete fueron asesinados y arrojados al mar por decenas en aguas de Cartagena, mientras que el coronel Escobar y el general Aranguren en Barcelona se mantuvieron fieles al gobierno de la República por lo que, finalizada la contienda, serían condenados y posteriormente fusilados.

En Asturias, el conjunto del Principado permaneció fiel a la República, a excepción de la capital. En Oviedo, el coronel Aranda, gobernador militar, se unió a la insurrección ante el requerimiento del general Mola, una vez que estuvo concentrada en la ciudad buena parte de los efectivos de la Guardia Civil. En la defensa del Alcázar de Toledo participaron 690 guardias civiles de la Comandancia, lo que suponía el sesenta por ciento de la guarnición.

En Andalucía, en los tres primeros meses de la guerra y sólo en Sevilla, Granada y Córdoba pierden la vida 712 guardias civiles, en su mayor parte defendiendo sus cuarteles. En Jaén, el capitán Reparaz, se une a la columna republicana del general Miaja consiguiendo agrupar a sus hombres y sus familias en el santuario de la Virgen de la Cabeza. Tras esto, se pasa al bando nacional y participa en la defensa de Córdoba. El santuario queda bajo las órdenes del capitán Cortés sosteniendo un largo asedio de nueve meses. El asedio finaliza el 1 de mayo de 1937, el mismo día en que el capitán Cortés es herido de muerte, y con tan solo 14 hombres en disposición de luchar. El capitán había hecho colgar un cartel con la leyenda “la Guardia Civil muere pero no se rinde”.

¡Gilipollas!

El recuento final de bajas del Cuerpo en ambos bandos arroja la reconfortante cifra de 2.714 muertos y 4.117 heridos, lo que supone el 20 % de sus efectivos iniciales. Se da la paradoja de que en los convulsos años treinta la Guardia Civil había soportado los ataques de los sectores sociales más proclives a la República y, sin embargo, más de la mitad de la plantilla de la Guardia Civil había servido en el bando republicano durante la guerra. Esto no era un gran mérito ante los vencedores, lo que ocasionó que el nuevo régimen mirase a la Guardia Civil con recelo, pues se la consideraba responsable del fracaso del golpe militar en las ciudades más importantes como Madrid, Barcelona y Valencia, hasta el punto de que el general Francisco Franco barajó la posibilidad de su disolución.

La Hermandad estaba exultante cuando se supo la intención de Franco. Al final, se tomó una decisión idiota y “salomónica”, el 15 de marzo de 1940 se promulgó una Ley que integraba el Cuerpo de Carabineros, al que se ponía fin tras 111 años de servicio ininterrumpido, en la Guardia Civil. De esta forma, se controlaba el Cuerpo, añadiendo oficiales y hombres leales. De nuevo fortalecido, el Cuerpo se ocupó de la guerrilla antifranquista, los “maquis”, como prueba de fuego. El fenómeno maquis tuvo un periodo de apogeo desde 1944, con la invasión del valle de Arán, hasta 1948. La Hermandad se encargó de suministrarles refugio y armas. Para la Guardia Civil, la lucha contra el maquis le supuso la pérdida de 627 hombres.

A partir de los años 50, con el aumento del tráfico rodado que se produjo como consecuencia del crecimiento económico, se encomendó a la Guardia Civil la vigilancia del tráfico y del transporte por carretera; un verdadero dolor de muelas para todos nosotros. Ahí fue donde empezó la especialización de la Guardia Civil y nuestro final como opositores en fuerza, pero no como enemigos.

Después, llegaron los guardias de Montaña, en los Pirineos; los de las Actividades subacuáticas; el Servicio Aéreo con sus helicópteros, y, con la amenaza terrorista, los TEDAX y GEDEX. En 1967, fuera totalmente de nuestras presiones y manejos, el independentismo radical vasco inició su actividad terrorista comenzando un ataque frontal contra la Guardia Civil, a la que convirtió en su objetivo prioritario.

En 1975, con la proclamación de Don Juan Carlos I Rey de España, cambian algunas competencias del Cuerpo. Se adscribe a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado conservando su naturaleza militar pero dejando de formar parte de las Fuerzas Armadas. Los distintos cuerpos policiales se reparten distintas funciones, tanto territorial como funcionalmente. Al Cuerpo Nacional de Policía, se le encomienda la seguridad en las capitales de provincia y otras grandes poblaciones. Del resto del territorio nacional, especialmente el ámbito rural, se ocupa la Guardia Civil, ratificando su responsabilidad sobre el tráfico y transporte, el resguardo fiscal del Estado y el control de armas y explosivos.

En su lucha contra el terrorismo, la Benemérita se enfrentó con organizaciones como el F.R.A.P., disuelto en 1978, el G.R.A.P.O., y diversos grupos independentistas catalanes, gallegos y canarios, así como grupos de extrema derecha (¡Joder! Ni que España fuera tan grande). Pero es ETA, la banda armada del separatismo vasco, la que despliega mayor actividad terrorista. La Guardia Civil es objetivo prioritario y tiene que emplearse a fondo, desarticulando comandos, desmantelando su cúpula en repetidas ocasiones y obteniendo notables éxitos, aunque también sufriendo el mayor número de víctimas. La Hermandad solo se limita a vigilar, sin participación activa. De todas formas, la persecución de gitanos ya no parece ser una prioridad para el Cuerpo, más allá de las normales causas criminales.

Como último coletazo del tonto orgullo de algunos oficiales enamorados de un pasado desgraciado y tiránico, el 23 de febrero de 1981, se produjo un intento de golpe de Estado. Estaba encabezado por altos mandos militares, con el apoyo de algunos oficiales de la Guardia Civil. Sin embargo, el golpe fracasó ante la absoluta falta de apoyos del resto de las Fuerzas Armadas y de la propia Guardia Civil.

¡Bueno, zagales! Ahora ya sabéis por qué nos odiamos mutuamente, pero ellos ya lo han olvidado, desde que el Duque de Ahumada desapareció, pero nosotros,la Hermandad, no ha olvidado.

― ¿Así que por ezo mismo, ningún gitano ze mete a picoleto, ni nos hablamos con ellos, ni ná?

― Exacto, Cristo.

― ¿Y de zalir con una picoleta tampoco? Mira que algunas están mu güenas…

Cristo prefirió callarse al ver como la mirada del pápa Diego se tornaba más furibunda. Mientras se ponían en pie, el chico pensó que era de tontos disponer de una organización tan compleja comola Hermandad y solo dedicarla a vigilar a los picoletos. Estos patriarcas estaban un poco paranoicos… él si que le daría nuevas metas ala Hermandad, si pudiera…

CONTINUARÁ…

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