Las cosas fueron bastante parecidas en los días que siguieron. Diariamente yo debía atender a Loana en el parque y diariamente ella me instalaba el consolador y el culote para recordarme quién era ella y quién era yo… El corazón me iba latiendo más fuerte en la medida en que se acercaba el fin de semana… ¿Reclamaría nuevamente Loana mi presencia en su finca? ¿Tendría alguna tarea para asignarme ahora que el trabajo sobre el conductismo ya estaba hecho y presentado? La realidad fue que al llegar el viernes no ocurrió nada distinto al resto de los días y eso, por supuesto, me produjo un cierto desencanto… Al otro fin de semana volvió a ocurrir lo mismo, pero al siguiente… ¡me requirió! Puede imaginar el lector que yo, obviamente, estaba como perro con dos colas… No puedo describir la emoción que me embargó al ver nuevamente la finca que había temido quizás no volver a ver… Y comencé a descubrir que, al momento de servir a Loana, yo ocupaba ahora un rol algo diferente, no sé si decir “preferencial”, pero era como que se me asignaban a mí, y no a las otras sumisas, las tareas de más directo servicio a ella… Una de dichas tareas consistió, por ejemplo, en lustrar absolutamente todos los pares de zapatos y sandalias que Loana poseía… utilizando mi lengua… Yo jamás había visto tantos y tan bellos zapatos juntos y en tanta cantidad; de hecho, estuve horas para terminar con ellos… Pero… debo decir que fue hermoso… Una experiencia tan maravillosa a mis sentidos como podía serlo tomar su orina o limpiar su cola con mi lengua, experiencias todas que se repitieron por cierto a lo largo de ese fin de semana…
Luego de eso volvió a requerirme a los quince días y a partir de entonces mis visitas a la finca de los Batista se fueron haciendo cada vez más frecuentes, tanto que a veces se daban en dos fines de semana seguidos y mi corazón latía con fuerza ante la posibilidad de que en algún momento Loana me requiriera de manera permanente para quedarme por siempre dentro de la finca… Parecía un sueño, pero… ¿por qué no podía darse si las otras sumisas, la enfermera o la mucama estaban allí en esa condición? Yo no sé si era mi imaginación, pero empezaba a sentir que me estaba convirtiendo en la “favorita” de Loana y mucho temía hacerme ilusiones vanas por confundir deseos con realidad… La chiquilla Batista y sus amiguitas adolescentes, por cierto, siguieron haciendo de las suyas e incluso conmigo; era obvio que siempre los planes más pérfidos surgían de la perversa cabecita de Eli y, por cierto, era difícil de creer que no volvería a las andadas después de aquella noche de castigo… En ocasiones, de hecho, fue castigada nuevamente; en otras, en cambio, zafó de ser descubierta en sus fechorías y, por ende, también de la reprimenda y la sanción, si bien yo para esa altura estaba ya plenamente convencida de que lo dicho en su momento por la enfermera contenía una gran dosis de verdad: Loana, en realidad, se daba cuenta de todo y, si no actuaba, era simplemente porque no tenía ganas de hacerlo o porque quería poner a prueba mi grado de sumisión…
Un episodio particularmente shockeante ocurrió una tarde cuando al llegar Loana, pura e invencible como siempre en el “escarabajo” y, tras abrir el baúl, descendió del interior del mismo quien aparentemente debía ser una nueva sumisa: una mujer entrada en años, de unos cuarenta y pico, pero muy elegante y muy bien formada: sus bondades físicas, de hecho, quedaron bien expuestas cuando Loana la obligó a desnudarse y luego la exhibió llevándola por la cadena a cuatro patas en lo que parecía ser una especie de ritual. Debo confesar que me produjo envidia y rabia la presencia de una “nueva” en el lugar y, de algún modo, pude entender qué habían sentido las otras dos sumisas el día de mi llegada. Pero mi mayor sorpresa fue cuando pasó a cuatro patas cerca de mí y, al verle bien el rostro, descubrí que éste me era familiar; ella bajó los ojos, presa seguramente de una terrible vergüenza, pero aun así pude notar que se trataba de… ¡la profesora de biología evolutiva!
Casi caigo de bruces por el asombro: una mujer autosuficiente, segura y siempre muy decidida había caído al parecer también bajo el aura de Loana… y bajo el influjo de la orquídea y el escorpión… Ignoro si el acto de bajar los ojos con vergüenza obedeció al hecho de que me reconoció o bien, simplemente, se trataba de la vergüenza normal que cualquier persona sentiría al descubrir que, de un día para el otro, está siendo tratada y exhibida como un animal… La orgullosa profesora Piccioni había caído vencida…y, de acuerdo a mi experiencia, estaba bien claro que no habría retorno… En parte, como dije, su llegada era un problema para mí ya que significaba más para dividir… pero por otro lado tuvo consecuencias beneficiosas como que Eli y sus amiguitas se dedicaron más al “juguete nuevo”, haciéndole la vida imposible… Otro tanto pasó (y cómo lo agradecí) con la mujer de la limpieza, la cual incluso, bajo autorización de Loana, la llevó , en sucesivos fines de semana, a dormir a su habitación… Y es de descontar que la ex profesora Piccioni la estaría pasando mal… La criatura mitad mujer mitad monstruo, de hecho, se refería muchas veces a ella como “mi novia” y no paraba de hacer referencia burlona a lo bien que lo habían pasado durante la noche… Me aliviaba pensar de qué suerte había yo zafado teniendo en cuenta que la bruja, en otro momento, había anunciado su intención de solicitarme a Loana por algunas noches, cosa que finalmente no hizo a Dios gracias… Ahora la arpía tenía con quién entretenerse sin molestarme tanto… Me daba lástima por la profe, pero así es la vida… La propia Loana parecía gozar muy particularmente de humillarla y abofetearla en público… y, por supuesto, sus amigos, los que asistían a la facultad, disfrutaban enormemente con el espectáculo y, en ocasiones, bajo auspicio o bien permiso de Loana, se sumaron al mismo, como el día en que a la profe le tocó ser cogida por el culo por cuatro jóvenes que daban rienda suelta a su más corrosiva lascivia al saber a quién estaban penetrando y sometiendo a tal condición… O como el día en que la mearon entre tres…
Debo confesar que yo moría de celos cada vez que Loana le cruzaba la cara de una bofetada, pero más allá de eso la realidad fue que la llegada de la profe no me desplazó demasiado de mis tareas y servicios habituales para la diosa… Ese lugar “preferencial”, que yo entendía que estaba empezando a tener, lejos estuvo de verse eclipsado y, por lo tanto, no parecía haber motivos de preocupación a la vista…
Del resto de mi vida (¿había una?) mejor no hablar… La relación con Franco, obviamente, se terminó y no podía ser de otra forma. Yo no estaba disponible para él y él, por su parte, no aceptó mi cambio de look. Por otra parte, ¿cómo podría mantener con él una vida sexual normal de allí en más si cada vez que me desnudara tendría que exhibir mis tatuajes y marcas? Imposible… Todo se fue por el sumidero… Con la facultad ocurrió otro tanto: mis notas se fueron al traste y antes de llegar a mitad de año ya mi suerte estaba sellada y debía recursar todas las materias; ah… por cierto… el “trabajo de Loana” fue aprobado con un diez sobresaliente, cosa que me llenó de orgullo… El lector estará, desde ya, pensando que soy una estúpida… y está en su justo derecho… pero bueno, así era como yo me sentía y no puedo mentir.
En una de las tardes, a la salida de clase y mientras caminaba hacia la parada del colectivo, fui interceptada por Tamara, con quien no había cruzado más palabra desde aquel fin de semana en que Loana me llevara por primera vez consigo… El lugar era casi el mismo en que nos habíamos encontrado el día en que se produjo aquella charla de café en la cual Tamara me contó su historia sobre la Reina Orquídea y el Rey Escorpión. Pero esta vez no hubo café… se notaba a Tamara visiblemente irritada:
“¿Vos te ves en el espejo? – me imprecó – ¿Te mirás alguna vez? ¿Te das cuenta de en qué te dejaste convertir por esa chetita puta de mierda?”
La forma de referirse a Loana sonaba casi a herejía para mís oídos. No contesté ni repliqué nada, pero bajé un poco la vista como sobrepasada por la dimensión de las palabras proferidas.
“¿Ya te olvidaste que sos una persona? – continuó – Asco das… llena de tatuajes, con una marca en la nalga, con un collar de perro, lamiendo suelas y bebiendo pis… ¿No vas a despertar en ningún momento? ¿Tanto te puede haber afectado esa… trola de mierda?”
Era demasiado para mis oídos. Directamente di media vuelta y me marché… Escuché la voz de ella a mis espaldas durante algún rato, siempre resaltando la indignidad en que yo había caído y la persona despreciable que era Loana… La escuché hasta que subí al colectivo…
Si hasta ese momento las palabras de Tamara me sonaban a blasfemia herética, no puedo explicar lo que sentí cuando una semana después de ese episodio volvió a la carga con su sarta de improperios contra Loana, pero esta vez enfrente de ella…
Era, en efecto, una de las tantas tardes en las cuales Loana retozaba sentada sobre el ya clásico banco del parque que parecía siempre estar reservado para ella… Como era habitual la rodeaban los obsecuentes que a diario la acompañaban y formaban un semicírculo a su alrededor, en tanto que yo, por supuesto, me hallaba de rodillas ante ella a la espera de que precisara lumbre para un nuevo cigarrillo o simplemente para lo que dispusiese. Y apareció Tamara… de la nada… Se abrió paso por entre el racimo humano, me miró brevemente de soslayo con esa mezcla de recriminación y lástima que se había vuelto habitual en ella cada vez que me miraba… Yo bajé la vista hacia los pies de Loana clavando mis ojos en el escorpión: allí me sentía segura…
“Yo no sé quién te pensás que sos… – espetó rudamente Tamara, mientras alrededor todos enmudecían – ¡No sos nadie, pelotuda! ¡Nadie! ¡Enterate…!”
Loana la miró de costado apenas un segundo y su rostro adoptó una sonrisa divertida, pero no dijo palabra…
“¡Todo el mundo sabe que tus brillantes notas sólo se deben a que tenés chicas en tu casa trabajando para vos! ¡Como ésta! – continuó Tamara y, aunque yo no la miraba, supe que me señalaba a mí -. Yo no entiendo por qué todos estos retardados te siguen a todas partes como si fueras gran cosa… Te debe dar seguridad estar rodeada siempre por un rebaño de lameculos obsecuentes, ¿no? Pues te informo una cosa… a mí sólo me dan lástima: vos y todos ellos… Pero en algún momento todo esto se te va a terminar, ¿sabés?”
Tamara vociferaba cada vez más alto y el silencio en derredor se había ido convirtiendo progresivamente en un coro de murmullos; la misma perplejidad que yo estaba sintiendo era la que debía sentir todo el mundo. Yo hasta sentía vergüenza ajena porque ella era… o había sido mi amiga.
“Por lo pronto a mí no me vas a ver arrodillada, forra de mierda” – cerró sus palabras Tamara al tiempo que escupía el piso muy cerca de los pies de Loana y apenas centímetros por delante de mí. El coro de murmullos se convirtió en exclamación generalizada al unísono. La incredulidad se había adueñado del lugar… Nadie, pero nadie osaba hablar así de Loana… Tamara, por lo pronto, dio media vuelta y se marchó… Yo, por debajo de las cejas, levanté apenas la vista hacia mi diosa rubia y pude ver que sólo durante unos segundos la observó irse, siempre con aire divertido y una sonrisa dibujada en su rostro. Tiró al piso la colilla del cigarrillo que estaba fumando y lo pisoteó con la punta de la sandalia para apagarlo… Luego siguió hablando de otra cosa como si nada hubiera ocurrido: su arma más letal era la indiferencia…
Luego de ese incidente fue como si el ámbito estudiantil, más que nunca ignorara o dejara de lado a Tamara: bastaba con ver que en el anfiteatro no había nadie que se sentase cerca de ella. Yo, por mi parte, temía alguna represalia en mi contra por el hecho de ser ella mi amiga… pero nada ocurrió… Por el contrario, ese papel que yo empezaba a asumir como la “favorita” de Loana se siguió acentuando… Comenzó a llevarme a la finca ya desde el día jueves, lo cual implicaba que los viernes no podía ir a la facultad. A decir verdad, no cambiaba mucho las cosas porque las dos materias que se cursaban el viernes ya las tenía perdidas… y por otra parte, prácticamente todo estaba perdido en la facultad… El hecho de que mi “fin de semana” en casa de los Batista comenzara el jueves traía algunas situaciones problemáticas, sobre todo cuando los viernes Loana se iba a la facultad, pues ello me dejaba prácticamente a merced de ciertas presencias permanentes en la casa que tendrían “vía libre” conmigo al no estar la diosa. Por un lado estaban las otras dos sumisas, las cuales me odiaban desde el primer día en que llegué y, por cierto, hubo alguna rencilla con ellas. Por otra parte, y mucho más preocupante, estaba la bestial mujer de la limpieza, pero desde que había llegado al lugar la ex profesora Piccioni, estaba bastante entretenida con ella y para mí dejaba, afortunadamente, sólo las “migajas”… pero la profe la pasaba realmente mal: la había convertido prácticamente en un juguete sexual a su disposición e incluso la tuvo durante toda una tarde con un palo de escoba ensartado en el culo, desnuda y expuesta en el medio del parque. Debo confesar que en parte me daba lástima pero por otro lado yo la recordaba en las clases como una profesora bastante pedante y despectiva con los alumnos; de hecho a mí me había tratado con arrogante indiferencia cuando le tuve que plantear algunas cosas, así que el verla degradada de esa manera me producía también un cierto placer… La otra presencia que se volvía embarazosa en ausencia de Loana era la de su hermanita menor Eli…y creo que fue de parte de ella que sufrí las mayores humillaciones de los viernes por la tarde…
Jamás logré determinar, en tantas jornadas en la finca de los Batista, cuanto de lo que se decía sobre Loana era cierto o sólo leyenda… No pude quedarme con una idea clara acerca de qué había pasado con el padre por ejemplo, como tampoco pude saber nunca quién era el autor de los increíbles tatuajes de la orquídea y el escorpión, esos mismos que, según propias palabras del tatuador, no eran obra de él… ¿Quién sería entonces el enigmático artista? O inclusive, ¿habría que preguntarse si realmente había un artista detrás de los tatuajes o los mismos serían marcas de nacimiento de las mujeres de aquella familia? Sonaba a locura desde ya, pero qué no sonaba a locura cuando uno se ponía a tratar de desbrozar el extraño universo Batista… Mucho más lejos estaba, por supuesto, de saber si la leyenda que Tamara me había contado acerca de la Reina Orquídea y el Rey Escorpión podía tener alguna mínima cuota de verosimilitud, con una reina de cabellos dorados viviendo en el corazón del África… como también lo estaba de saber si el don que Loana tenía de dominar a la gente era algo único, extraordinario y que venía siendo transmitido de generación en generación o bien era producto únicamente de una personalidad fascinante, increíble y subyugante…
Pero la gran sorpresa llegó para mí un viernes al anochecer… Esa vez, como siempre, Loana llegó de la facultad en el escarabajo y tanto yo como las otras dos sumisas más la recientemente incorporada profesora corrimos a cuatro patas a recibirla empujándonos entre nosotras para poder ser las primeras en lamer su calzado. La diosa abrió el baúl del auto y yo temí la llegada de una nueva sumisa que aumentara la ya tensa competencia en la finca. En efecto, una chica desnuda bajó del interior y se puso de rodillas automáticamente… Se la veía turbada y sobrepasada por la situación y yo tuve una imagen fugaz de que así debía haberme visto yo misma el primer día… Pero grande fue mi sorpresa cuando pude ver claramente su rostro y descubrí que era el de… Tamara…
La mandíbula se me cayó de la incredulidad y mis ojos se abrieron grandes pugnando por salir de las órbitas. ¿Era posible? Después de todos los insultos que había proferido contra mi deidad, ¿había logrado Loana domesticarla a pesar de todo? En ese momento, la diosa rubia le colocó el collar de perro y luego la cadena; tironeó de ella obligándole a levantar la cara y, acto seguido, le cruzó unas seis bofetadas… Una vez más me regresó la excitación y, como cada vez que Loana abofeteaba a alguien, sentí que me mojaba… pero en este caso, además, los celos y la rabia subieron a niveles indecibles por saber que era… mi amiga quien ahora se estaba llevando las bofetadas.
Jalando de la cadena la diosa llevó a Tamara a cuatro patas como si de una perra se tratase a través del parque en dirección a la casa… Yo no salía de mi incredulidad pero tampoco de mi angustia: me cruzaba por delante, me arrojaba a los pies de mi diosa, los besaba a cada paso; quería desesperadamente que se fijara en mí pero la sensación era que me ignoraba e incluso en un momento me apartó a puntapiés sin siquiera mirarme… Cuando Loana entró en la casa dejando a su nueva perra afuera yo me junto a ésta y le eché la mirada más furibunda que pudiera echársele a alguien… Ella me miró y bajó la vista avergonzada… Seguramente tampoco podía creer haber caído de aquel modo bajo el influjo de aquella mujer a la cual había denostado verbalmente en la facultad…
Al salir Loana nuevamente, la llevó por la cadena hacia lo que sería su “sitio de residencia”; debo decir que le dio un lugar mucho peor que el que a mí me asignaran: ni siquiera podía ser llamado “habitación”, sino que se trataba de un lóbrego cuchitril de techo muy bajo, más parecido a un canil para alojar a un perro que a un ambiente destinado a un ser humano. El hecho de que su sitio fuera peor que el mío me reconfortó en cierta manera ya que parecía demostrar que, al menos y por lo que parecía, Tamara iba a tener un papel bastante más bajo y subalterno en la finca… Lamentablemente el correr de los días demostró que no era así: no sólo Loana no dejaba día sin abofetearla (seguramente un pase de factura diario por aquellos insultos en el parque de la facultad) sino que además la utilizaba como apoyo de sus pies o como urinario… Prácticamente ya no me requería salvo para cosas menores… Y lo peor fue cuando sólo dos días después de haberla traído, la llevó al baño para lamerle el culo y a su cuarto para que la bañase y la atendiese… Lo que en un principio podía pensarse como un temor infundado se fue convirtiendo, poco a poco, en una triste realidad: Tamara, maldita yegua, estaba ocupando cada vez más el lugar que yo antes ocupaba… Me moría de celos cuando la veía a los pies de Loana lamiendo sus pies o su calzado durante horas… Quería morir, lo juro… quería morir allí mismo al no poder soportar tanto desprecio…
A veces cuando yo me introducía los lunes por la mañana en el baúl del auto, notaba que ella se quedaba allí… Cuánta injusticia: ése era el lugar que yo había soñado para mí… Desde el momento en que Loana me había comenzado a requerir de jueves a domingo, abrigué la esperanza de que llegaría el día en que me anunciara la intención de convertirme en su bien personal “full time”, es decir que quedara en la finca de manera permanente… Y al parecer ese futuro que para mí había soñado estaba más cerca ahora de Tamara que de mí… Justo ella, que me había vituperado duramente por mi actitud dócil y sumisa ante Loana y que había insultado con tanta rebeldía a la arrogante rubia en público… Justo ella era quien ahora se mostraba como un ser degradado y en proceso de deshumanización a los pies de Loana… Era demasiado para mí, no lo podía soportar… Ese lunes, mientras el auto se ponía en marcha y comenzaba a alejarse llevándome en el baúl, no pude evitar romper a llorar…
Mi angustia fue aun mayor cuando al fin de semana siguiente Loana no requirió mis servicios… Lo pasé en casa de mis padres (ya ni siquiera me salía decir “mi casa”) encerrada en el cuarto y llorando…
Recién al siguiente fin de semana Loana volvió a requerirme; a Tamara ya no se la veía por la facultad, lo cual hacía suponer que ya había sido apropiada por Loana como un bien permanente y que, por lo tanto, ya estaba plenamente instalada en la finca… El hecho de que Loana volviera a requerirme me hizo abrigar alguna esperanza de que las cosas cambiaran: quizás se hubiera empezado a cansar de Tamara o bien se hubiera decepcionado con ella… Sin embargo, al llegar a la finca, me encontré con la misma realidad que había dejado: desgraciadamente la nueva “favorita” de Loana era ella… y para mí sólo quedaban tareas menores… Quizás Tamara constituyera para la rubia un botín más preciado si se consideraba la rebeldía que había exhibido en su momento y entonces, era posible que Loana disfrutara muy especialmente del placer de usarla y humillarla… No sé… al día de hoy no sé qué pensar; sólo puedo decir que me sentía enormemente frustrada y desplazada…
Una tarde en que Loana entró a la casa dejando a Tamara en la galería no me aguanté más y, estando ambas a cuatro patas, me encaré con ella:
“¿Así que era yo quien me había convertido en un ser patético? ¿Así que no podías entender cómo esa “cheta de mierda” me había convertido en un ser despreciable, carente de personalidad? ¿Así que ella era una engreída que sólo vivía rodeada por obsecuentes y lameculos?”
Tamara bajó la vista visiblemente avergonzada; aun así, con la cabeza gacha, fue capaz de arrojar una respuesta que, para mí, tuvo el mismo efecto que una cuchillada cortándome el rostro:
“Si Loana ya no te usa y ya sos el pasado, no es mi culpa… Lo siento…”
Yo no podía creer lo que oía. La sangre me hirvió y creí que mis sienes iban a estallar… Apreté los dientes con fuerza por la rabia que estaba masticando… y sin poder contenerme más, me arrojé sobre ella…
La hice caer sobre sus espaldas, provocando que se golpeara la testa contra el piso de mosaicos de la galería. Le tironeé de los cabellos, le hundí mis uñas como si fueran afiladas garras en su cara mientras ella, a su vez, no paraba de arrojarme rodillazos al bajo vientre… Logró liberar una de sus manos y así fue como ella también hundió sus uñas en mi rostro, salvándose por muy poco uno de mis ojos de no ser alcanzado… La mordí con fuerza y gritó desesperadamente… Yo no le liberaba la mano sino que la zamarreaba con fuerza como si yo fuera un perro salvaje acometiendo contra algún enemigo natural… Desconocía realmente que yo fuera capaz de dar semejantes dentelladas y mientras la sangre comenzaba a correr formando pequeños riachos sobre los mosaicos, los gritos de Tamara pusieron en alerta a todo el mundo… Un taconeo muy cerca de nosotras me hizo sentir como próxima la presencia de la diosa rubia… En efecto, desviando por un momento la vista de mi presa me encontré con la sinuosa silueta del escorpión y, luego, subiendo la vista a lo largo de su magnífica pierna, con el increíble tatuaje de la orquídea, ese mismo que, algún día, había torcido mi destino… y si no lo había hecho el tatuaje en sí, lo cierto era que yo siempre había simbolizado el poder de Loana en aquella orquídea omnipresente y omnipotente… Una metáfora perfecta del poder que dimanaba aquella mujer sin igual…
Liberé a Tamara y, prácticamente de un brinco, me puse de rodillas ante Loana… Mi ex amiga quedó allí, en el piso, exhausta y, aparentemente, sin fuerza alguna…
“¿Qué pasó acá?” – rugió la diosa…
Me mantuve en silencio, bajando la cabeza aún más…
“¿Qué pasó acá? – insistía encolerizada – ¿Fuiste vos quien inició esto???”
Yo seguía sin poder responder, clavada mi vista en los mosaicos…
“¿Fue ella?” – inquirió Loana…
Me sobresalté… El hecho de que hubiera pasado a referirse a mí en tercera persona hablaba a las claras de que estaba pidiendo información a alguien más… Yo estaba obviamente perdida en caso de que le estuviese preguntando a Tamara ya que la respuesta bien podía darse por descontada, pero al echar una mirada de soslayo pude comprobar, con alivio, que mi ex amiga estaba semiinconsciente e imposibilitada de responder pregunta alguna…
“Sí, fue ella…”
Me giré sin poder dar crédito a mis oídos ni a mis ojos. Quien había hablado y de hecho me había acusado era uno de los dos esperpentos que servían a Loana y que, desde el día de mi llegada, tanto me habían detestado… La colorada, más precisamente…, la cual ahora me miraba con una sonrisa de malévolo placer dibujada en su rostro… Jamás pero jamás le había escuchado a ella ni a su compañera emitir palabra inteligible alguna…
Volví la vista hacia Loana; despaciosamente levanté los ojos hacia su rostro como podría haberlo hecho un perrito asustado: allí estaba ELLA, exultante, orgullosa… y notablemente molesta…; era el semblante mismo de la ira… Parecía a punto de estallar de un momento a otro… Esperé en ese momento una lluvia de bofetadas; en parte creo que me hubiera gratificado saberme otra vez objeto de las humillaciones de Loana cuando parecía haberme casi olvidado… Esperé algún castigo ejemplar del tipo de los que había recibido en el pasado; esperé algún fuerte puntapié en el mentón… Algo…
“Sáquenle el collar y la ropa… que vaya a buscar la suya… se va de acá”
Tales fueron las palabras de Loana… lapidarias, terminantes… No puedo describir la angustia que se apoderó de mí… Viéndome flanqueada por las dos malditas sumisas me sentí súbitamente como si fuera crucificada entre dos ladrones… No podía creer que ése fuera mi final… Mis ojos se llenaron de lágrimas, me arrojé a los pies de Loana pero ella directamente me ignoró: dio media vuelta y volvió a entrar en la casa; al rato vi que salía la enfermera para atender a Tamara que yacía en el piso… Quería gritar, quería pedir perdón, necesitaba hacerme oír, no podía ser expulsada así como así, pero la triste realidad ya se había cernido sobre mí: las dos sumisas me tomaron por los brazos una a cada lado y me llevaron a mi habitación a los efectos de cumplir con las órdenes de Loana… Una vez allí se encargaron de inmovilizarme; la mucama llegó trayendo la llave del candado y unos instantes después me era retirado el collar que había marcado mi vida por meses… Juro que fue como si me arrancaran un miembro… o tal vez peor… Yo luché denodadamente durante algún rato mientras no paraba de llorar pero poco a poco me fui quedando sin fuerzas y cayendo abatida; me quitaron mis prendas y dieron vuelta mi bolso para dejar caer a mi lado mis “ropas comunes”; yo volvía a ser lo que era antes de Loana: una simple chica universitaria… O ni siquiera eso pues la universidad se había ido al traste…
Eché un último vistazo a la habitación al momento de irme y, cargando mi bolso, crucé todo el parque escoltada por los dos esperpentos. Miré hacia la casa con nostalgia y traté de imaginar allí dentro a Loana… Pude ver a la enfermera atendiendo a Tamara que ya parecía haber vuelto en sí; la primera de ambas me miró con una expresión triste en el rostro: creí percibir un adiós silencioso…
Ni siquiera me guiaron hasta el Volkswagen sino hacia el mini Cooper, de baúl mucho más estrecho… Yo tenía la expectativa de que siquiera fuera Loana quien guiara el auto pero no: era su hermanita Eli quien, jactanciosa por haber cumplido los dieciséis años y estar estrenando su registro de conducir, hacía bailotear las llaves del auto entre sus dedos… Se la veía, como siempre, indiferente a todo; Sofi se ubicó como copiloto y a ella sí la noté algo más triste o por lo menos turbada por la situación…
No sé en dónde me dejaron. Sólo sé que en algún momento el auto se detuvo y Eli abrió el baúl para que yo saliese; no tenía idea de en qué punto de la ciudad o de la periferia nos encontrábamos así que debí averiguarlo para poder encontrar el camino hacia… mi casa: qué difícil era llamarla “mi casa” cuando yo sabía que mi verdadera casa era la que acababa de dejar para siempre…
Desde entonces mi vida es sólo una gran nube… Es muy difícil volver a la vida que llevabas antes una vez que te han hecho conocer cuál era tu lugar en el mundo. De hecho, hoy me siento precisamente sin un lugar en él… Me convertí en una chica retraída, ausente diría… No pude retomar la facultad aunque me acerqué un par de veces al predio para poder gozar de la figura de mi diosa… y la vi… Pero fue muy triste ver que otra chica estaba allí de rodillas ante ella encendiendo su cigarrillo… Loana, por su parte, jamás se percató de mi presencia… En algún momento dejé de ir al lugar, no porque no lo desease… sino porque me hacía mucho mal. Pasaba y sigo pasando horas encerrada en mi habitación y cada tanto mis dedos acarician los tatuajes o me giro para observar, impotente, el sello que sobre mi nalga reza “propiedad de Loana Batista”… No puedo evitar que una lágrima ruede por mis mejillas cada vez que lo veo…
Dos años han pasado ya desde mi expulsión y mi vida sólo ha ido barranca abajo… Me he empleado como doméstica haciendo servicios de limpieza en alguna que otra casa por considerar que yo sólo estaba en el mundo para recibir órdenes… Pero francamente no era lo mismo: no había bofetadas, ni meadas encima, ni palizas, ni consoladores adentro de mi cola, ni orificios anales que limpiar con mi lengua… Y, por supuesto… ninguna orquídea… ningún escorpión…
Sólo una débil luz de esperanza se encendió hace un par de días: en un gimnasio no lejano a la facultad he visto a Eli… Ya debe tener dieciocho años y, por cierto, se ha convertido en una damita fina y elegante que ha hecho aún más distinguida la ya natural altanería que exhibía en aquellos días en la finca… Al parecer, ni se acuerda de mí o, si lo hace, me ignora absolutamente… Me anoté en el mismo gimnasio: la cuota es carísima, pero hay un bar para los clientes… Será cuestión sólo de esperar el momento oportuno… Una vez derramé una gaseosa sobre Loana y eso cambió mi vida para siempre… ¿Por qué no puede ocurrir otra vez?… Sólo tengo que esperar el momento… y ser astuta…
FIN
NOTA DE LA AUTORA:
De este modo doy por finalizada la saga de “La Orquídea y el Escorpión”… Quiero agradecer de corazón a quienes la han seguido y espero que la hayan disfrutado… Los comentarios han sido elogiosos y las críticas son, desde ya, bien recibidas en la medida en que sean constructivas y respetuosas… El número de lectores no ha sido alto pero bueno, digamos que un par de “pájaros de mal agüero”, ya desde el primer capítulo, manifestaron (de manera pública y no privada como éticamente hubiera correspondido) sus dudas sobre la continuidad de la serie o sobre que yo fuera a terminarla realmente; eso, posiblemente, haya espantado a varios potenciales lectores… De todas formas no tengo rencor contra nadie; comprendo el desencanto que pueda haber ocasionado el que dejara inconclusa la saga “Apuesta Perdida” pero, en aquel momento, varias cosas se juntaron en mi contra; algunas son muy personales y creo que no es el ámbito para comentarlas; otras tuvieron que ver con la saña incomprensible de algunos lectores que me condenaron como si yo fuera alguna especie de monstruo por escribir las cosas que escribía… Algún día terminaré “Apuesta Perdida”, lo prometo… Si no lo hice esta vez es porque temí que, siendo ésa una saga con demasiados personajes y multiplicidad de situaciones, pudiera ocasionarme un bloqueo que boicoteara mi intento por volver a escribir, más aún considerando que me iba a traer algunos malos recuerdos… De hecho, me costó muchísimo (un año) poder volver a escribir y no quiero desperdiciar lo que he conseguido… Ya exorcizaré todo eso y prometo que la saga quedará completa… En cuanto a “La Orquídea y el Escorpión” de momento se ha terminado pero veo como muy posible la existencia de historias futuras que obedezcan a desarrollos paralelos o colaterales a las ideas que dieron forma a esta saga… Inclusive está la posibilidad de hacer alguna secuela o hasta alguna “precuela” ya que creo que hay algunos personajes en la historia a los que vale la pena seguir… y volver sobre ellos… En fin, sólo puedo decir gracias…
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
Marina este último capítulo también lo había leído y volví a disfrutar de la serie, estoy siguiéndote en Todorelatos con “Las maquinas del placer” y busque “Apuesta perdida” pero no tuve éxito, si me decís como tengo que hacer para leerlas te lo agradecería. Siempre fiel,
Alfonso.
P.D.: Es espectacular la foto que presenta el capitulo, la luz hace sombra cuando da sobre las tetas y deja dibujada una cintura imposible, la modelo no es lo mas, aquí lo que se destaca es el labor fotografico, todo un acierto!!!
No puedo evitar sentirme defraudado con el final, desde el promer capitulo llevo esperando leer como Tamara mata a Loana