
Recuperado mi ánimo, me dispuse a entrenar a Carla. Durante el día la dejaba en el esqueleto que había preparado para ella, desnuda y a cuatro patas. Compré un plug anal en forma de rabo de perro que llevaba puesto todo el tiempo, solamente se le quitaba para usarla. Habiba tenía orden de acariciar su coño cada poco rato, pero en ningún caso dejar que obtuviera un orgasmo, cosa que cumplía escrupulosamente. Cuando regresaba por las tardes, sus muslos estaban pringosos de flujo. No menos que los de Habiba, que también disfrutaba con ello. Así que, lo primero que tenía […]