15

Después de que Ana los hubiese visto follando y el enano la hubiera rechazado, tanto ella como Cayetana rehúyen cualquier contacto hasta que una tarde le piden quedar. Pedro sabe que es una encerrona, pero nunca prevé que sus amigas hubiesen decidido hacerlo suyo ¡aunque fuera por la fuerza!

Al día siguiente, Altagracia me estaba esperando en la puerta de la universidad y al verme volvió a demostrar lo poco que le importaba la gente, dándome un largo y apasionado beso. Un tanto acomplejado por esa muestra de cariño, le pregunté si me había echado de menos y con el desparpajo que me traía loco, me contestó que gracias a las fotos que tenía en el móvil se le había hecho más llevadero el no estar conmigo.

―¿Y eso?― pregunté.

Desternillada de risa, respondió:

―Me pasé toda la noche pajeándome con la imagen de mi enano desnudo.

―Eres un poco puta― con nuevos bríos para enfrentar esa jornada, contesté.

―Sabes lo insaciable que soy y eso es lo que te gusta de mí, ¿verdad?

―Sí, mi pequeña y casta albina― riéndome de ella murmuré mientras entrabamos al edificio.

―Capullo, no soy pequeña, ni casta, ni albina. Soy alta, bella, negra y tu amante más ardiente.

―¿Es que tengo otras?― con la intención de picarla, pregunté.

―Tú verás… ¡no creo que quieras que te convierta en eunuco!― siguiendo la broma y señalando mi entrepierna contestó.

Estaba todavía riendo cuando de pronto vimos llegar a Ana y a Cayetana. Iba a saludarlas, pero rehuyendo mi mirada pasaron por nuestro lado sin siquiera mirarnos.

―Tus amigotas todavía no han asimilado que estemos juntos― Altagracia me dijo mientras se despedía de mí.

Sabiendo que era verdad entré a clase, donde confirmé que era así al ver que en contra de lo que era nuestra costumbre, se habían sentado en las primeras filas.

 ―Peor para ellas― mascullé entre dientes mientras aposentaba mi trasero en mi sitio habitual.

Durante el descanso entre clase y clase, esas dos me volvieron a rehuir, pero no me importó al recibir la visita de mi mulata.

―¿Siguen sin hablarte?― murmuró al verme solo.

―Te tengo a ti― respondí.

A pesar de los pocos días que llevábamos juntos, Altagracia me conocía y tomando mi mano entre las suyas, me preguntó si quería que hablara con ellas. Supe que su intención era buena, pero tras negarme y di un giro a nuestra conversación, invitándola a desayunar.

―¿Me quieres cebar? ¿Acaso te gustan las gordas?― en plan divertido comentó mientras se cogía una inexistente molla de sus caderas.

―Me gustan las tetas gordas y cuanto más gordas, mejor― llevando mi mano a una de sus ubres repliqué.

―No comprendo cómo estoy tan colada por un degenerado― sentenció alegremente al sentir el suave pellizco que le regalé en un pezón.

Deslumbrado por el carácter juguetón de la morena, respondí mientras entraba con ella en la cafetería:

―Yo lo tengo claro, lo que más me gusta de ti es cuando te vistes de policía y me esposas a tu cama.

―Cerdo mío, nunca he hecho tal cosa.

―¿Ah no? ¿Entonces con quien fue?

―Uno de estos días, ¡me quedó viuda!― muerta de risa, comentó.

Justo en ese momento y cuando ya iba a decirle que todavía no pensaba en el matrimonio, recibí la llamada de Manuel. El cual, tras saludarme brevemente, me preguntó qué narices había ocurrido en mi casa.

―¿Por qué lo dices? – en plan gallego contesté.

―Joder, Ana apenas me habla y ayer se pasó la tarde llorando.

Incapaz de confesar lo cerca que había estado de ponerle los cuernos conmigo ni que se había dejado pajear por mi novia, aduje ese cabreo a la borrachera que se pilló.

―No fue para tanto― se defendió.

―Macho, te quedaste dormido en vez de aprovechar que ibais a pasar la noche juntos.

―¿Debe haber algo más?― en plan cretino me soltó.

Quitándome el teléfono de las manos, Altagracia le aconsejó regalarle unos bombones y luego de las mismas, echarle el polvo que no le echó, tras lo cual, colgó.

―Eres un tanto bruta.

―Y Manuel, un lelo total que no se da cuenta de que la zorra de su pareja anda soñando con el nabo de su mejor amigo.

Asumiendo que eran lógicos sus celos, llamé al camarero y le pedí dos desayunos mientras en mi fuero interno me traía preocupado el que Ana se hubiese pasado la tarde llorando, ya que eso, unido a los desplantes de esa mañana, podía significar que le había dolido más de lo que suponía mi rechazo.

«Si sigue sin hablarme, sabré que es así», sentencié mientras mojaba la madalena en el café…

16

Durante dos semanas, tanto Ana como Cayetana rehuyeron cualquier contacto conmigo y mientras comprendía las razones de la primera, el que la rubia también lo hiciera era algo que no comprendía porque al fin y al cabo con ella no había pasado nada. Afortunadamente, la vivificante alegría de Altagracia y su desaforado apetito sexual me hicieron más llevadera lo que en otros momentos hubiese sido una soledad absoluta.

Aun así, estaba triste y mi mulata lo notó y una tarde mientras la llevaba en coche a casa, me dijo preocupada:

―Te lo digo por última vez, ¿quieres que hable con esas locas?

―No― por segunda ocasión, me negué.

Dándome por imposible, me informó que sus padres le habían preguntado por mí.

―¿Y qué les dijiste?

―Que eras mi novio― respondió: ― y siento decirte que se lo han tomado bastante mal.

 Con el corazón encogido y creyendo que nada podía ir a peor, quise disculpar a sus viejos diciendo que era normal que les preocupara que su hija saliera con un enano.

Mi amada mulata me miró alucinada y riendo, contestó:

―Eso no les importa, incluso les ha hecho gracia. Con lo que no pueden es que no seas negro.

―¡Serán racistas! Con lo mucho que le gusta a su niñita este blanquito― al escuchar la razón de sus reparos, contesté.

Viendo que quitaba hierro al asunto, murmuró en plan picarón mientras con sus dedos me bajaba la bragueta:

―Serás blanco y enano, pero tienes la polla de un gigantón negro.

―Y a mi mulata, le encanta― descojonado respondí al sentir que, olvidando que alguien podía vernos, Altagracia había liberado mi falo y me empezaba a masturbar.

        Con las manos en el volante, me concentré en la conducción al observar que no contenta con pajearme, agachaba la cabeza y metiéndola entre mis mulos, tomaba mi erección entre los labios.

―Loca, ¡nos podemos matar!― exclamé cuando en mitad de la mamada, su nuca chocó con mi brazo haciéndome girar.

―No voy a parar. Si quieres aparcar, hazlo― sacándosela brevemente de la garganta contestó.

Conociendo la fijación de la morena con ordeñarme en cuanto podía, preferí estacionar a un lado y así disfrutar sin tener un accidente. Para mi desgracia, estaba todavía buscando el deslecharme cuando de pronto recibí una llamada en el teléfono.

―Es Cayetana― musité temiendo que diese por terminada la felación.

Pero en vez de mostrarse celosa debió de darle morbo el seguir haciéndolo mientras su novio hablaba con otra y me pidió que contestara. La verdad es que no las tenía todas conmigo porque al tener el bluetooth activado Altagracia escucharía la conversación y por ello acojonado con lo que podía decir, contesté a Cayetana.

―Pedro, necesitamos hablar. Quiero que vengas a casa esta tarde sin falta.

Con un gesto Altagracia me ordenó aceptar y al contar con su permiso, únicamente le pregunté a qué hora y si Ana iba a estar.

―Te esperamos a las cinco, no faltes― y denotando su cabreo, colgó sin despedirse.

―¿Por qué quieres que vaya? – ya sin que nos pudiese escuchar la rubia pregunté.

―Cariño, son tus amigas y no quiero que pienses que hago algo por evitar que sigan siéndolo. Si después de hablar con ellas siguen sin hablarte no será culpa mía, sino suya.

La generosidad de la chavala me sorprendió y más cuando cómo si nada la hubiese interrumpido, reinició la mamada con mayor ímpetu.

―Cómo seas tan bruta, me voy a correr― le informé.

―Eso quiero, mi amor. Para que cuando esta tarde vayas con ese par de zorras no tengas nada en los huevos que regalarlas.

 Descojonado, me relajé en mi asiento acatando de esa forma lo que el destino y la boca de mi novia tenían reservado para mí.

17

Tras dejar a Altagracia en su casa, fui a comer a la mía donde mi madre como hacía casi todos los días me preguntó por ella:

        ―¿Cómo sigue tu morenita?

        Con ganas de decir que cada día con mejores tetas, respondí que bien.

―¿Cuándo la vas a traer a cenar?

Deseando contestar que con mi semen se quedaba contenta, de malas ganas repliqué que ya se lo diría.

―Me gustaría conocerla más― insistió mi jefa.

Enfadado por su interés, cogí mi plato y me fui a comer a la cocina, dejando a mi vieja sola en el comedor despotricando de su hijo.

Ya en mi cuarto, empecé a ponerme nervioso al saber que de lo ocurriera esa tarde dependía en gran manera nuestra amistad y por eso decidí intentar limar asperezas, aunque para ello tuviese que ceder algo con el único límite de acostarme con ellas.

«No creo que pase a mayores, no en vano sus novios son mis amigos y comprenderán que no es normal que les pongan los cuernos conmigo», sentencié mientras me preparaba para ir a esa crucial cita.

Dos horas más tarde, estaba tocando en la puerta del piso donde vivía la rubia. Supe que las cosas no pintaban bien en cuanto me abrieron y contemplé que ambas iban en picardías. Con ganas de salir huyendo, aun así, entré y como perrito faldero, las seguí hasta el salón.

―¿De qué queréis hablar?― pregunté mientras me sentaba en una silla.

Fue Ana la que contestó mientras se aposentaba a la izquierda de donde yo lo había hecho:

―De nosotros y de nuestro futuro.

―Me parece bien― respondí con la mosca detrás de la oreja al observar que Cayetana imitaba a la morena sentándose a mi derecha.

Sintiéndome encajonado entre ellas e intentando que no se me notara los esfuerzos que hacía para no recorrer con los ojos sus cuerpos, quise dejarles clara mi postura diciendo:

        ―Estoy jodido con esta situación, para mí sois mis mejores amigas y quiero solucionarlo.

        La sonrisa con la que recibieron mis palabras me tranquilizó y por ello, creí conveniente comentar que haría lo necesario para que todo volviera a la normalidad.

        ―Lo mismo pensamos nosotras, queremos que vuelvas a ser nuestro confidente, el amigo en el que llorar y que nunca nos falla― dijo la dueña del piso.

        Si bien estaba de acuerdo con ella, su tono suave y meloso me alertó.

        ―Nunca he dejado de serlo. Jamás he traicionado vuestra confianza y todo lo que me habéis contado, no ha salido de mí ninguno de vuestros secretos.

        ―¿Ni siquiera se los has contado a tu negrita?― me preguntó Ana poniendo su mano en una de mis piernas.

        ―Ni yo se los he contado, ni ella me los ha preguntado― respondí mientras de reojo observaba el profundo canalillo que lucía la morena.

        ―¿Y a Manuel o a Borja?― desde mi derecha me interrogó la rubia mientras recorría con sus dedos el muslo que tenía libre.

        ―Ya sabéis que nunca sería capaz de poneros mal ante vuestros novios― contesté ya aterrorizado al sentir que las manos de esas dos iban subiendo por mi pantalón.

        Casi susurrando, Ana insistió en el tema diciendo:

        ―Entonces puedo confiar en que nunca se entere de lo que me hiciste hacer la otra noche.

        ―Yo no te obligué a nada― tartamudeé al sentir que mientras la morena incrementaba sus caricias, Cayetana había llevado sus manos a los botones mi camisa y los empezaba a desabotonar.

        ―Y respecto a lo ocurrido en el probador de Oysho, no me gustaría que Borja sepa lo bruta que me pusiste cuando me acariciaste el trasero― mordiendo mi oreja, dijo la rubia.

―Tampoco, os juro que nunca me iré de la lengua de algo que solo nos afecta a nosotros.

―¿Tampoco con Altagracia?― insistió.

―Tampoco― ya con dos gotas de sudor respondí al notar que abría de par en par mi camisa.

―Ahora que está todo claro y para que te perdonemos, nos vas a follar― cogiendo entre sus dedos mi pene, replicó Ana.

Confieso que para entonces ya estaba excitado, pero recordando a la mulata retiré su mano mientras decía:

―Lo siento, pero no. Tengo novia.

―Si tú no se lo cuentas, por nosotras no se enterará ―saltando encima mío, contestó la morena.

Tener la cara incrustada entre las dos tetas con las que tantas pajas me había hecho no facilitó mi decisión y sabiendo que jamás tendría otra oportunidad de disfrutarlas, pedí a su dueña que se bajara.

―No seas tonto, llevas deseándolo desde que nos conoces― me dijo al ver que intentaba quitármela de encima.

Apoyando a su amiga, Cayetana me tomó de la barbilla y girándome la cara, me besó. Al sentir los labios con los que había soñado tanto tiempo me hizo dudar y cediendo momentáneamente, dejé que mi lengua jugara con la suya.

Ana creyó que habían ganado y llevando la mano a mi bragueta, la bajó y tras liberar mi pene, empezó a restregar su coño contra mi erección. Fue entonces cuando aterrorizado advertí que no llevaba bragas y que intentaba empalarse.

―¿Qué coño os ocurre a las dos?― grité molesto mientras haciendo un esfuerzo me retiraba de ella.

La fuerza que usé fue excesiva y espantado observé como se caía hacia atrás golpeándose contra el suelo.

―Te juro que no quería hacerte daño― pidiéndole perdón me agaché a ayudarla.

Tan acojonado estaba por los efectos de mi empujón que no me di cuenta de que Cayetana aprovechaba el momento para sacar unas esposas de un cajón.

―Tranquilo, no ha sido nada― todavía adolorida, Ana contestó mientras me rogaba que me volviera a sentar.

Sin tenerlas todas conmigo, accedí y sentándome al sofá, les volví a tratar de explicar que los tres teníamos pareja. Fue entonces cuando tomando una de mis manos, la rubia comentó que las perdonara, pero siendo mis únicas amigas se veían en la obligación de demostrarme lo equivocado que estaba.

―¿De qué hablas?― en plan ingenuo respondí.

―Tanto Manuel, como Borja o Altagracia son solo un juego. Nosotros tres somos un todo y es inevitable que estemos juntos― cerrando una de las argollas en mi muñeca me soltó.

Confieso que en un primer momento creí que era una broma, pero entonces llevando mi otro brazo hacia atrás Cayetana me colocó la esposa que faltaba.

―¡Quítame esta mierda!― enfurecido exclamé.

Me quedó claro que no iban a ceder y que lo tenían preparado cuando, actuando sincronizadamente, entre las dos me bajaron los pantalones.

―¡No hagáis algo de lo que luego tengáis que lamentarlo!― sintiéndome indefenso les grité.

―De lo único que nos arrepentimos es de no haberte follado antes y que tuviera que venir esa puta para que nos diésemos cuenta― dijo Cayetana mientras con la ayuda de su amiga me llevaban en volantas hasta su cama.

Creyendo que todavía había tiempo para convencerla antes de que me violaran, les rogué que recapacitaran. Pero ellas en vez de hacerlo, aprovecharon que no podía defenderme para encadenarme también las piernas.

―¡No soy vuestro juguete!― debatiéndome sobre las sábanas les chillé.

―Por supuesto que no lo eres… ¡eres nuestro macho!― con un intenso brillo en la mirada, replicó Ana mientras se acercaba a mí con unas tijeras.

Reconozco que casi me cago al ver que con ellas en sus manos se ponía a cortar mis calzones y más cuando al terminar de destrozarlos, me decía que o era de ellas o de nadie. Acojonado, dejé de forcejear y asumiendo todavía que se podía conversar con ellas, les pedí que me liberaran.

Siguiendo la hoja de ruta que habían acordado, la rubia puso música a todo volumen mientras la morena sonriendo se empezaba a desnudar.

―¿Prefieres que yo te haga una cubana con estas tetas o que Cayetana te haga una mamada?

Cualquiera de esas dos opciones me hubiera entusiasmado unos días antes, pero en ese momento era tal mi cabreo que ni digné a contestar y mi silencio lejos de hacerlas repensar sus planes, los aceleró y mientras su amiga se quitaba el picardías, Ana tomó mi verga entre sus pechos con la intención de pajearme.

Ese sueño tan largamente anhelado, me resultó repulsivo y a pesar de los intentos de la morena para mantener mi erección, esta fue menguando a la par que hacía más intenso su calentón.

―Por favor― musitó en mi oído, llena de angustia:  ―necesito ser tuya.

 Queriendo explotar su flaqueza, le rogué en voz baja que me quitara las esposas sin asumir que todavía no estaba lista y que era mayor su rencor que la necesidad de ser tomada.

―Todo tuyo― con un deje de tristeza se levantó y dejó su puesto a la rubia.

Esta sonrió al saber que la verdadera razón de ese gatillazo fue la brutalidad con la que me había intentado masturbar y no queriendo caer en ese error, parándose frente a mí, comenzó a pellizcarse los pezones diciendo:

―Reconoce que soy preciosa y que siempre me has deseado.

Aunque lo intenté no pude abstraerme de la sensualidad con la que se estaba tocando y menos cuando subiéndose a la cama, gateó hacia mí mientras me decía las ganas que tenía de lamer mi paquete.

―Nunca pensé que aplicaría lo aprendido con mi novio con el que es mi verdadero macho― murmuró mientras con la lengua besaba mis pies.

El recuerdo de mi mulata haciéndolo llegó a mi mente e involuntariamente soñé que era Altagracia la que lo hacía. De inmediato, mi erección renació como ave fénix, Sonriendo, esa zorra de pelo rubio supo que iba en buen camino y en vez de abalanzarse, subió por mis gemelos dejando a su paso un camino con sus babas. No contenta con ello pidió a Ana que mordisqueara mis pezoncillos y solo cuando comprobó que la morena la obedecía, con su voz teñida de lujuria, ensalzó mi tamaño diciendo:

―Me tiene sin dormir el pensar que otra que no somos ninguna de las dos usa lo que es nuestro.

Juro que intente rechazar mentalmente la calentura que se iba apropiando de mí, pero mis intentos quedaron en nada cuando los carnosos labios de la rubia rozaron mi glande.

―Piensa en Borja― le pedí desmoralizado al saber lo mucho que deseaba que se introdujera mi verga en la boca.

―Esto lo hago por nosotros, quiero que te des cuenta de que solo existimos nosotros tres― susurró echando su aliento sobre mi tallo.

Ese suave soplido fue un huracán que demolió mis defensas y cerrando los ojos, anhelé que esa maldita zorra hiciera realidad su amenaza y tomara posesión de mi pene.

La lentitud con la que se introdujo cada uno de los centímetro de mi erección no puso fácil rechazarla, pero sacando fuerzas de mi desesperación juré que me vengaría de ambas pocos momentos antes de sentir que, absorbiendo la totalidad dentro de la garganta, sus labios llegaban a la base de mi pene.

―¡Dios!― gemí cuando envidiosa de su amiga Ana se lanzaba desesperada sobre mis huevos y que mientras su amiga metía y sacaba cada vez a mayor ritmo mi verga de su boca, la morena daba lametazos a mis testículos.

―¡Sois unas putas!― avisé de viva voz mi derrota al notar que el placer se iba acumulando exponencialmente en mí y que no tardaría en correrme.

La angustia de mi grito no las hizo menguar en su acción y percatándose de lo cerca que estaba del orgasmo, pajeándome entre las dos esperaron con cara hambrienta a que explotara.

Ni en mis mejores sueños imaginé tener a Ana y Cayetana entre mis piernas y menos aún que aguardaran ansiosas que las andanadas de mi pene en plan sedientas. Por eso y a pesar de ser capaces de violarme, juro que me sorprendió la voracidad que mostraron al ver salir mi semen. Y es que compitiendo entre ellas buscaron cada una su parte, sin importarles que su propia descoordinación hiciera que ambas terminaran con sus mejillas llenas de mi simiente.  Si ya de por sí eso me resultaba excitante, verlas lamiéndose las caras para recolectar el blanco manjar que les corría por los carrillos fue la causa por la que habiéndome corrido mi trabuco permaneciera inhiesto.

La morena fue la primera en darse cuenta y mientras su amiga seguía chupándose los dedos en busca de restos de semen, tomó mi erección y sin mayor prolegómeno, se empaló brutalmente.

―¡Zorra! ¡Me haces daño!― aullé al sentir que mi glande chocaba con la pared de su vagina.

La felicidad que manaba de sus ojos al comenzar a cabalgar sobre mí me recordó su afición por ese tipo de monta y asumiendo que no pararía hasta conseguir vaciar nuevamente mis huevos, llevé mi cara hasta sus pechos y cogiendo uno de sus pezones, se lo mordí.

Mi arrebato no consiguió que aminorara el ritmo con el que me violaba y quizás con mayor intensidad, se lanzó desbocada en reclamo de un placer que sus antiguas parejas pocas veces le habían conseguido dar. Para colmo, Cayetana al ver que su compinche se le había adelantado y que disfrutaba entusiasmada del hombre que consideraba suyo, decidió que ella también quería y subiéndose a horcajadas sobre mi cara, me ordenó que le comiera el chumino.

Al comprobar que no obedecía, se sentó sobre mi rostro sabiendo que al hacerlo no podría respirar y sin importarle que me retorciera buscando aire, se mantuvo firme durante unos segundos presionando mi boca y mi nariz con el coño.

―Cómeme el chocho, ¡no te lo voy a repetir más!― me gritó dejando que tomara aire.

Indefenso ante ella, no pude dejar de cumplir sus deseos y con lágrimas llenas de ira, le di un primer lametazo mientras mi pene era zarandeado por su amiga.

―No queremos hacerte daño― musitó dulcemente al notar mi lengua entre sus pliegues: ―pero tienes que aceptar que Ana y yo somos tus hembras y tú nuestro macho.

El cambio de actitud de esa loca me permitió pensar y mientras le regalaba un segundo lametón esta vez más profundo, comprendí que si quería salir sano de esa situación tenía que disimular mi cabreo y que ellas creyeran que claudicaba. Por ello, introduciendo mi lengua en su agujero, comencé a follármela mientras planeaba mi venganza.

―Me encanta― sollozó al sentir las caricias de mi húmedo apéndice en su interior.

Satisfecho al escucharlo, lo saqué brevemente de su coño para poder alabar su sabor y pedirle que se corriera en mi boca.

―No sabes cómo necesitaba saber que nos perdonabas― chilló descompuesta mientras le pedía a su amiga que cabalgara más despacio para darle tiempo de llegar al orgasmo.

Aluciné cuando Ana no solo la obedeció, sino que llevando las manos a los pequeños pechos de Cayetana la ayudó estimulándola los pezones mientras le pedía que hiciera ella lo mismo.

El menor ritmo de la morena me tranquilizó y mientras veía cómo retorcían las aureolas de la otra, me dio tiempo a meditar mi siguiente paso y regalándome un capricho con el que había soñado largamente, alargué mi lametazo y dejando atrás el chumino de Cayetana, metí la lengua en su ojete.

Para mi sorpresa, al sentir esa intrusión en su ojete, gimió de placer y usando sus manos, separó sus cachetes buscando que continuara haciéndoselo. Al contemplar Ana la escena y escuchar los aullidos de su amiga, se olvidó de que le había pedido ir más lento y desbocada se lanzó en pos de su orgasmo mientras por mi parte trataba de asimilar lo mucho que me gustaba el sabor y el olor agrio que manaba de ese culo.

Al volver a introducir mi lengua en ese hasta entonces no hoyado agujero, sin previo aviso, el riachuelo que para entonces era el coño de Cayetana se convirtió en un sobredimensionado Amazonas que empapó con sus aguas no solo mi cara sino también todo mi pecho mientras su dueña se veía sacudida por un gozo tan intenso como imprevisto.

―¡Me corro!― aulló descompuesta al sentir que todas sus pasadas experiencias languidecían ante el placer que le recorría su cuerpo y sin pensar en las consecuencias, se apoyó en los hombros de su socia de violación para no caerse.

El peso de la rubia provocó que mi pene se incrustara brutalmente en su coño y contagiada por su amiga, la morena sucumbió también ella ante el gigantesco clímax que naciendo entre sus piernas amenazaba con achicharrar hasta la última de sus neuronas.

―Lléname con tu lefa, ¡maldito!― bramó mientras alargaba y profundizaba en el placer, empalándose con mayor fiereza.

El cúmulo de sensaciones pudieron más que el rencor que sentía por ellas y contra mi voluntad, pegando un quejido exploté llenando de semen su conducto. Al notar que anegaba su útero con mis descargas, Ana se desplomó sobre la cama temblando de dicha y ante mi asombro y el de su amiga empezó a llorar diciendo lo mucho que nos amaba.

«Dice que me ama, cuando me acaba de violar», babeando por la indignación que me dominaba, pensé.

En cambio, sus palabras impactaron en Cayetana y tirándose sobre ella, la empezó a besar con una desesperación que hasta me asustó.

―Yo también te quiero – escuché que le decía mientras entrelazaba sus piernas con las de ellas.

        «Joder», exclamé en mi interior al ver la pasión con la que esas dos restregaban sus coños olvidándose de mí.

        La lésbica escena me cautivó y contra mi voluntad, entre mis rollizos muslos mi pene se alzó traicionándome. Pero cuando presas de la lujuria cambiaron de posición y comenzaron a ejecutar un inenarrable sesenta y nueve y Cayetana me regaló con la visión del glorioso culo que acababa de lamer, fue realmente cuando comprendí que no me podía ir de ahí sin rompérselo y llamando su atención, les pedí que me liberaran porque quería follármela.

―En serio, ¿eso quieres?― me preguntó la rubia: ―¿No nos engañas?

―Os lo juro― contesté y usando sus mismas palabras en contra de ella,  afiancé mi petición diciendo: ―Somos uno y eres la única con la que no lo he hecho.

Al ver que me liberaba sin comentarlo con Ana alcancé a entender hasta donde llegaba su urgencia y sabiendo que mi venganza pasaba primero por sodomizarla en plan salvaje, al verme libre de las esposas, sonriendo le pedí que quería ver cómo le comía el chocho a la morena.

Por vez primera se percató de los besos que había compartido con ella y totalmente colorada, me dijo que no era lesbiana.

―Por supuesto que no, pero te recuerdo nuevamente que somos un todo y si quieres que te tome, no podemos dejarla al margen.

Ese burdo razonamiento fue la excusa para que cediendo a mis deseos mirara a su compañera pidiendo su permiso. Al comprobar que ésta sonriendo se abría de piernas, no se lo pensó más y agachándose, hundió la cara entre sus muslos. Al hacerlo no cayó en que había puesto su trasero a mi disposición hasta que, mojando mi verga en su coño, empecé a jugar con su ojete.

―¿Qué vas a hacer?― me preguntó con una mezcla de deseo y de miedo que no me pasó inadvertida.

―Lo sabes perfectamente― comenté mientras con un empujón se la clavaba hasta el fondo de sus intestinos.

 Un chillido de dolor retumbó entre las paredes de su cuarto y desesperada intentó zafarse de mi ataque, pero cogiendo sus caderas se lo impedí y sin dejar que se acostumbrara a la invasión, comencé un violento mete saca.

―Por favor, me duele― temiendo que se lo desgarrara sollozó.

Fue en ese momento cuando conocí de primera mano hasta la clase de amistad que tenían entre ellas, cuando obviando el maltrato al que la estaba sometiendo Ana le tiró del pelo y de muy malos modos, le exigió que siguiera lamiendo su almeja.

Me satisfizo de sobre manera comprobar que la morena era una cabrona con la rubia y descargando mi venganza sobre las nalgas de Cayetana, la azoté brutalmente mientras le exigía que se moviera. Sus lloros se incrementaron durante unos segundos hasta que paulatinamente fueron siendo sustituidos por gemidos de placer.

―Sigue dándole, ¡a la muy puta le gusta!― en plan perverso me rogó su amigota mientras intentaba acelerar su placer masturbándose a la vez que ésta le comía el chumino.

Como no podía ser de otra forma, en ese momento y con parte de mi venganza satisfecha, me lancé en busca de un merecido orgasmo cabalgando sobre el culo con el que tanto había soñado, pero desgraciadamente antes de alcanzarlo Cayetana se me anticipó y ladrando como perra en celo, se corrió dejándose caer sobre las sábanas.

Al desplomarse la visión de su culo sangrando me hizo saber que tenía que dirigir mi venganza a la otra y cogiendo su móvil de la repisa, tomé a Ana de su melena y la obligué a abrirlo. Asustada accedió, pero llorando intentó pedirme perdón.

Trasteando en el teléfono, localicé la cámara y tras encenderla, le pedí que me la mamara. La morena al contemplar mi verga todavía tiesa llena de la mierda y de la sangre de su amiga me rogó que no la obligara a hacerlo, pero con un sonoro y doloroso tortazo le hice saber que no estaba dispuesto a irme de ahí con la polla sucia.

Llorando desconsoladamente, sacó su lengua y comenzó a retirar con ella los restos que habían quedado tras romperle el culo a Cayetana. Mientras lo hacía, me puse a inmortalizar tanto el momento en que se tragaba mi erección como el ojete sangrando de su amiga.

Solo después de hacer un extenso reportaje fotográfico de los mismos y enviarlo a mi correo, despelotado de risa, cogiéndola de la cabeza, comencé a usar su boca como si de su coño se tratara. No me apiadé de sus arcadas ni de sus lágrimas y por eso continué hasta que descargué mi ira y mi leche en su garganta.

Entonces y solo entonces, recuperando mi ropa, salí de la casa mientras pensaba en cómo le explicaría lo sucedido a mi mulata.

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