2

Aunque Ana empieza a salir con un amigo sigue teniendo a Pedro como confidente sin advertir al hombre que se esconde detrás del enano. Pero cuando este recibe una paliza por defenderla, tanto ella como Cayetana lo empiezan a ver distinto.

El noviazgo de Manuel y Ana no varió en absoluto la amistad con ellas. Al igual que Borja no era un impedimento para ser amigo de Cayetana, que mi colega de la infancia saliera con la morena solo provocó que, en vez de cuatro, saliéramos cinco de copas teniéndome a mí de enano sujeta velas.

        Es más, la confianza que me unía a él desde niño determinó que mi conocimiento de las andanzas sexuales de mi amiga se incrementase, al contar con la versión de ambos. Un claro ejemplo de ello fue la primera vez que tuvieron relaciones. Manuel me había anticipado que una tarde iba a intentar tirársela aprovechando que sus viejos no estaban en casa, por ello al día siguiente le pedí que me contara cómo le había ido.

―De puta madre― contestó: ―Fue increíble.

Andando con pies de plomo para que no advirtiera mi desaforado interés en saber cómo era Ana en la cama, le llamé exagerado.

―¿Exagerado? Todo lo que cuente es poco porque ha resultado una fiera insaciable que solo me dejó en paz cuando comprobó que había descargado completamente los huevos.

        ―Menos lobos― insistí en desdeñar sus logros.

        Cabreado al ver que no le creía, se envalentonó y me contó que se había preparado a conciencia para que cuando su novia llegara todo estuviera listo.

        ―Ya me conoces, música, unos cubatas y sobre todo una caja de condones.

―Eso sí te lo creo― riendo comenté azuzando la locuacidad de mi colega.

―Serás cabrón― respondió herido en su amor propio: ―Tu amiguita debía saber a qué venía porque nada más abrirle la puerta, saltó sobre mí buscando mis besos.

―No será para tanto, a lo mejor fueron solo unos piquitos― le repliqué encantado por lo fácil que me estaba siendo sonsacarle.

―¡Piquitos! ¡Mis huevos! Tú que la consideras tan casta, debes saber que me empujó contra la pared y antes de que me diese cuenta, me estaba bajando la bragueta.

Desternillado de risa, quité hierro al asunto, diciéndole que seguro de que, al ver el tamaño de su polla, Ana debió de perder todo el interés.

―No solo no se quejó, pedazo capullo, sino que al ver que la tenía tiesa me regaló una mamada de campeonato.

Volviendo a minusvalorar su éxito, le dije que seguro que esa mamada de la que se vanagloriaba realmente había consistido en un par de lametazos mal dados.

―Te he de decir que hasta mí me sorprendió su maestría y es que lo suyo fue de manual de una película porno. Tras sacármela, acercó su cara y comenzó a darle besitos mientras le decía las ganas que tenía de conocerla.

―¿Me estás diciendo que se puso a hablar con tu verga?― pregunté impresionado porque eso sí era algo que no me esperaba.

―Sí, pero no se quedó en eso y mientras la tomaba entre sus dedos, tu santa amiguita susurró a mi glande que si se portaba bien se verían casi todos los días.

―¡Qué animal eres! Te lo estás inventando― dije desternillado, aunque en mi fuero interno sabía que no mentía.

Mis dudas acentuaron su necesidad de darme detalles y obviando mis palabras, prosiguió diciendo:

―Crees que también me inventé que contenta del tamaño de mi erección, Ana mirándome se lamió los labios y me dijo que iba a dejarme seco.

En esa ocasión, me quedé callado porque bastante tenía con evitar que Manuel se diese cuenta del calentón que esa imagen había provocado en mí. Mi mutismo azuzó su descaro y recreándose en lo sucedido, me explicó que acto seguido la morena se la había metido hasta la garganta.

«Joder», pensé en silencio y lleno de envidia.

Envalentonado al ver mi cara, siguió narrando la experiencia dando una vital importancia a la expresión de puta de Ana mientras se la comía.

―Parecía dominada por la lujuria. No te imaginas el brillo de sus ojos al mamármela. Estaba obsesionada en conseguir ordeñarme.

Aunque me cuadraba con la desmedida sexualidad que ella me había confirmado en “petite comité”, no dije nada y dejé que mi amigote continuara describiendo la escena.

―Como te puedes imaginar, yo encantado y más cuando sentí que usaba la lengua para presionar mi polla mientras se la comía.

«¡Cómo me gustaría haber sido yo!», exclamé para mí mientras Manuel seguía erre que erre tratándome de convencer de lo sucedido.

―Pedrito, aunque no te lo creas, la muy zorra ni siquiera se cortó cuando le informé que me iba a correr, sino todo lo contrario y como si le fuera la vida en ello, siguió mamándomela todavía más rápido.

―Ahora me dirás que eyaculaste en su boca.

―Sí, puñetero cretino. Te parecerá imposible pero tu inseparable amiga al sentir que me venía, se la sacó solo un momento para decirme que me corriera dentro porque quería saborear mi semen.

«Hijo de puta suertudo», murmuré para mí dando total veracidad a su relato, sin sentir curiosamente ningún rastro de celos.

Ya interesado le pedí que me contara si al final se lo había tragado, a lo que no pudo ni quiso negarse y con todo lujo de pormenores, me describió la cara de satisfacción de mi morena mientras devoraba ansiosamente toda la leche que él expulsaba.

Desmoralizado al saber que Ana nunca se fijaría en mí al ser un enano, perdí el hilo de lo que me narraba hasta que, pegándome un puñetazo en el hombro, Manuel me hizo reaccionar para decirme que después de la mamada y sin más prolegómeno, su novia le había llevado casi a trompicones hasta la cama y que una vez allí le había hecho un striptease.

―Fue alucinante. Imagínate la situación: conmigo desnudo sobre la cama, tu amiga encendió el equipo y siguiendo el ritmo de la música, se puso a bailar mientras se iba desabrochando uno a uno los botones de la camisa.

―Supongo que te volviste a poner como una moto.

Despelotado y nunca mejor dicho, confirmó mis palabras diciendo:

―Como burro en primavera. Creo que jamás la había tenido tan dura.

Tras lo cual, me explicó que, aunque ya le había tocado las tetas, al verlas rebotando al compás de la canción le parecieron maravillosas. Nuevamente la envidia corroyó mi diminuto cuerpo al visualizar la escena y es que los pechos de esa morena eran mi escondida obsesión.

Ajeno a lo que yo, su colega, estaba sintiendo, Manuel me explicó su sorpresa cuando Ana se quitó las bragas y descubrió que llevaba el coño totalmente depilado.

«Ya lo sabía», dije entre dientes mientras él detallaba con lujo la belleza de esos labios húmedos confesando que jamás en su vida había estado con una niña sin un pelo en el chocho.

«Yo en cambio, nunca he estado con una», amargamente me quejé en silencio.

Entusiasmado con la narración, se puso a fanfarronear que Ana había llegado hasta él y que sin que tuviera que hacer nada, se había empalado y usando su pene como silla de montar, se había puesto a cabalgar desbocada.

«Eso también debió ser cierto», medité excitado al coincidir con lo que confidencialmente ella me había contado:  «Le encanta ser ella la que lleva la iniciativa en el sexo»

―Macho, ¡qué fiera es esa chavala! Incluso me pellizcó los pezones mientras meneaba su pandero.

―¿Al menos habrás cumplido?― pregunté inmerso en una espiral autodestructiva pensando que yo al menos no hubiese desaprovechado ese momento.

―Claro que me corrí, cabrón,…¡ no soy un eunuco!

Con ganas de abofetear a mi amigo, rehíce la pregunta diciendo:

―Me refería a si la llevaste al orgasmo.

Mis palabras causaron una conmoción en Manuel y totalmente colorado, me reconoció que no se había fijado.

Como esa misma tarde tenía que darles clase y sabía que a buen seguro me enteraría,  preferí no ahondar en la herida y zanjé el asunto cambiando de tema:

―¿Te apetece una cerveza?

―Una no, ¡media docena!― exclamó agradeciendo que no hiciera leña de él y cogiendo su chamarra, nos fuimos al bar de la esquina.

Sobre las seis de la tarde y con cuatro birras en el cuerpo, llegué a casa de Cayetana donde hallé a mis dos amigas charlando animadamente.

―¿De qué habláis?― dije a modo de saludo.

―Esta zorra que me está contando el polvo que ha echado con Manuel― dijo muerta de risa la rubia haciendo el clásico gesto de follar.

Disimulando como si no supiera nada, mirando a Ana le pregunté cómo se lo había pasado, a lo que, sin ganas de extenderse en el tema, me contestó que podía haber ido mejor.

―¡Que te diga! Tu amigo ha resultado ser otro flácido que no les llega a los zapatos.

―No seas mala, Manuel es un buen chico. Ha puesto mucho interés y a buen seguro las próximas veces lo hará mejor.

―No mientas, dile la verdad. Reconoce que te ha dejado con ganas de más y que tras una tarde follando, solo te corriste una vez― insistió Cayetana ante la brevedad de la morena.

―Quizás la culpa fue mía, porque llegaba tan cachonda que solo se me ocurrió a mí mamársela en vez de follármelo directamente.

―Claro y lo dejaste sin fuerzas― riéndose de ella, comentó su mejor amiga.

―Eso no es cierto, le hice un pequeño striptease y rápidamente se puso a tono― protestó Ana defendiendo a su novio mientras yo confirmaba punto por punto lo que me había dicho mi colega.

―Ya pero luego al montarte a horcajadas sobre él, no tardó en correrse, apenas te dio tiempo a cabalgarlo un par de veces.

―Tenemos que acostumbrarnos el uno al otro― reconoció molesta y nuevamente a la defensiva, me contó que luego su recién estrenado novio le había hecho una buena comida de coño.

«Eso se lo ha callado el muy cabrón», medité mientras ponía cara de póker para que no supiera que habíamos hablado.

Riéndose de ella y de su mala suerte con los hombres, Cayetana le insinuó que, si quería conocer un buen macho, un día le podía prestar a Borja.

―¿A ese pijo? Antes me tiro a Pedro.― replicó indignada, pero al ver mi cara de enfado, rápidamente me pidió perdón y tratando que olvidara sus palabras, sacó sus libros y nos rogó que tenía prisa y que había mucho que estudiar.

«Ni siquiera como segundo plato, me toma en cuenta», desangrándome por dentro pensé.

Y sin volver a mencionar el tema, comencé a darles clase…

.

3

Es desliz, ese involuntario menosprecio por parte de Ana no fue algo efímero y al menos durante un par de semanas, tratando de compensarlo, mi preciosa morena me trató con exquisito cuidado para no volverme a ofender. Aunque comprendía sus motivos y sabía que lo hacía para congraciarse conmigo, no me gustó.

Necesitaba de vuelta a la descerebrada amigota y no la reconocía en su nueva forma de tratarme. Un viernes que habíamos quedado no me pude aguantar y tomándola del brazo, me la llevé a un rincón lejos de miradas y oídos extraños.

―Ana, quiero que te dejes de gilipolleces y vuelvas a ser tú― le espeté a boca jarro.

―¿A qué te refieres?― dijo disimulando porque en mu mirada comprendí que sabía perfectamente qué era de lo que hablaba.

 Me hubiese gustado que me hubiera contestado con su socarronería habitual y no con esa diplomática respuesta. Por ello y mientras ella no dejaba de moverse con nerviosismo, repliqué:

―Quiero de vuelta a la deslenguada, la Ana de las dos últimas semanas no me interesa. Metiste la pata, pero es algo a lo que estoy acostumbrado. Soy un puto enano, mido poco más de un metro y muy tonto tendría que ser para no aceptarlo.

Con las mejillas coloradas, volvió a intentar pedir perdón diciendo que no había querido hacerme daño.

―Que una mujer no me vea como hombre, es algo habitual y puedo vivir con ello. Lo que realmente me jode es que hayas perdido la confianza de hablarme como a un amigo y me hables como a un tullido. Aunque no levantó más de dos palmos del suelo y tengo que usar banco para coger las cosas de una mesa, no me considero un minusválido. Tampoco estoy castrado y sé que algún día llegará un mujer sin prejuicios que sea capaz de ver al hombre que hay detrás de mi rechoncho cuerpo.

Comprendió mi resquemor y luciendo la sonrisa de la que estaba enamorado, Ana contestó:

―Para mí eres mi mejor amigo y nunca te he visto como un pequeñajo sino como un puto enano.

Soltando una carcajada di por terminada la discusión, comentando:

―Invítame una copa y todo olvidado.

Las risas de la morena acercándose a la barra, me sonaron a música celestial y me quedé observando el movimiento de su culo ya sin rencor:

«Sé que algún día daré un mordisco a ese maravilloso pandero»,  murmuré entre dientes sin ninguna confianza, pero encantado por haber recuperado a mi colega.

La casualidad quiso que esa tarde ratificara sin desearlo a los ojos de Ana que su amiguito era un hombre porque mientras se hacía un hueco en la barra para pedir una copa, un impresentable intentó ligar con ella, metiéndose conmigo:

―Una preciosidad como tú se merece alguien de su tamaño.

Sin pensar en las consecuencias, mi amiga contestó al borracho que era un babas y que la dejara en paz. El tipo no aceptó el rechazo y cogiéndola de la cintura, le intentó dar un beso. La morena reaccionó soltándole un bofetón.

―¡Puta!― exclamó su acosador al recibirlo mientras levantaba su mano para devolvérselo.

Instintivamente, me lancé contra él y antes de que pudiera reaccionar le propiné un cabezazo en los huevos. El impulso que llevaba provocó que, al golpear mi frente contra su entrepierna, el dolor lo dejara indefenso y cayó al suelo. Al verlo tirado, no me lo pensé y saltando encima del capullo, comencé a descargar mi frustración contra él.

Uno de sus acompañantes no tardó en defenderle y obviando mi estatura lanzó una patada que impactó contra mi cara mandándome a dormir anticipadamente. Totalmente noqueado no supe hasta después que Manuel y el resto de mis amigos se liaron a golpes contra esos desconocidos buscando venganza y que por ello los seguratas sacaron a los dos grupos a la calle donde afortunadamente intervino una patrulla de la policía parando la reyerta.

Unos minutos después desperté en la acera con los ojos morados y un dolor de cabeza insoportable, pero valió la pena al ver la cara de preocupación de Ana mientras intentaba reanimarme.

―¿Cómo se te ha ocurrido meterte? ¡No ves que podían haberte matado!― preguntó casi llorando al ver que abría los ojos.

 Todavía medio atontado, repliqué:

―No podía permitir que te pegara, eres la persona más importante que tengo en la vida.

―Eres tonto del culo. No podría perdonarme si te hubiese pasado algo― contestó justo antes de darme beso.

Ana nunca previó que ese tierno gesto carente de segundas intenciones hiciera reaccionar a mi diminuto cuerpo y que por debajo de mi pantalón mi pene se alzara como un resorte. Mi involuntaria erección no le pasó inadvertida.

―Te he puesto cachondo― comentó preocupada.

Pero tras unos segundos de confusión mi amiga se la tomó a guasa mi problema y ocultando a la vista de los demás sus actos, acercó su mano a mi polla mientras susurraba en mi oído:

―Mi caballero andante se ha merecido un regalo de su dama.

Al sentir sus yemas recorriendo mi extensión, me creí en la gloria y cerrando los ojos, disfruté de sus caricias deseando que no terminaran mientras sentía que, tras un inicio dubitativo, la rubia iba incrementando la presión que sus dedos ejercían sobre mi pene.

Desgraciadamente, Manuel se acercó a ver como seguía cortando de cuajo la travesura de su novia:

―Está todavía mareado― Ana comentó mientras mirándome fijamente me rogaba que no la descubriera.

Disimulando mi excitación con mi chaqueta, me puse en pie y sin traicionar a mi amiga, pedí que me ayudaran a conseguir un taxi.

―Yo te llevo― desde la puerta del local y con las llaves en la mano Cayetana comentó.

En un principio me negué, pero dado mi estado tuve que aceptar su oferta y por ello al cabo de un minuto, me subí a su coche.

―Siento joderte la noche― dije apesadumbrado mientras escalaba al asiento.

La rubia sonrió al oírme y en plan pícara, me preguntó si ya se me había bajado el empalme.

―No sé de qué hablas― respondí totalmente colorado al verme descubierto.

Desternillada de risa al comprobar mi turbación, se explicó:

―No te hagas el inocente. He visto a Sarita metiéndote mano y por tu cara, lo estabas pasando de puta madre.

Acojonado de que llegara a oídos de mi colega, le rogué que no dijera nada.

―Soy una tumba, pero antes quiero comprobar una cosa― contestó mientras posaba su mano en mi entrepierna.

―¿Qué cosa?― balbuceé paralizado al notar sus dedos se apoderaban de mi polla.

Sin soltar su presa y luciendo su mejor sonrisa, mi amiga contestó:

―Ana y yo compartimos todo desde niñas y nuestro mejor amigo no puede ser menos. Además, llevo meses escuchando a todos los chicos hablando del tamaño de tu trabuco y veo que no mentían al decir que era enorme.

Para entonces, mi tallo ya había recuperado todo su esplendor, pero eso no le importó y como si el pajearme hubiese sido un sueño oculto, Cayetana aceleró la velocidad con la que me ordeñaba mientras me decía lo cachonda que le había puesto ver a su amiga disfrutando de mi miembro.

―¡Qué callado te lo tenías!― insistió aferrando mi verga entre sus yemas.

―Como no pares, me voy a correr― avergonzado susurré.

Lejos de hacerme caso, siguió meneándola con decisión mientras aparcaba frente a mi casa.

―Quiero vértela― dijo con tono excitado al apagar el coche.

Aunque desde que la conocía había soñado con ese momento, me acobardé. Como el perfecto gilipollas que soy, abrí la puerta y salí corriendo en busca de la seguridad de mi portal mientras escuchaba a mi espalda que la rubia me decía que eso no iba a quedar así:

―No pararé hasta que me la enseñes.

Pensé que iba borracha y por ello,  sin aminorar mi paso, hui de ella.

Ya en el piso, después de explicar a mis padres la razón de mi cara amoratada y en la tranquilidad de mi cuarto, no pude ni quise dejar de masturbarme pensando en que esa noche había sido perfecta porque, a pesar de los golpes, mis dos princesas me habían tratado como hombre y no como un enano…

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