El destino nos tiene reservadas muchas sorpresas. A veces son malas, otras pésimas y por desgracia, solo en pocas ocasiones, te sorprende con una campanada que te cambia la vida de un modo favorable. 
Curiosamente, un buen día, una mala noticia se convirtió en pésima pero al cabo de los días, esa desgracia se convirtió en lo mejor que me ha ocurrido jamás.
Para explicaros de que hablo, os tengo que contar las consecuencias de una petición de auxilio por parte de un buen amigo. Todavía recuerdo que estaba en el despacho cuando Laura, mi secretaria, me avisó que tenía visita. Extrañado miré mi agenda y al ver que no tenía nada programado, le pregunté quien venía a verme.
-Don Julio LLopis- contestó- dice que es un amigo de su infancia.
-Dígale que pase- respondí inmediatamente porque no en vano, ese amigote no solo era uno de mis más íntimos conocidos sino que para colmo estaba forrado.
Mientras esperaba su aparición, me quedé pensando en él. Llevaba al menos seis meses sin verle porque sin despedirse de nadie, se había marchado a vivir a su finca que tenía en Extremadura. Aunque a todos nos resultó raro, si lo pensabas bien, no lo era tanto:

“Si yo tuviese una esposa tan impresionante, no me importaría dejar todo e irme al fin del mundo con ella”, pensé recordando a Lidia, su mujer.

Sé que muchos no estaréis de acuerdo conmigo pero si conocierais a ese pedazo de bombón, cambiaríais de opinión de inmediato. Sin pecar de exagerado Lidia es la mujer más impresionante con la que me he topado jamás. Morenaza, de un metro setenta, la naturaleza la ha dotado de unos encantos tan brutales que nadie en su sano juicio perdería la oportunidad de pasar una noche con ella aunque eso suponga perder una amistad de años.
Os tengo que reconocer que si Julio y yo seguíamos siendo amigos, se debe únicamente a que ese portento jamás me ha dado ocasión de echarle los tejos. De haber visto en sus ojos alguna posibilidad, me hubiese lanzado en picado sobre ella.
Lo cierto es que detrás de esa cara angelical, se esconde un cuerpo de lujuria que hace voltear a cuanto hombre se cruza con ella. No solo tiene unos pechos grandes y bien parados sino que van enmarcados en una anatomía espectacular. Su cintura de avispa es solo la antesala del mejor culo que os podáis imaginar.
“Esta buenísima”, sentencié justo en el momento que vi entrar a su marido.
El aspecto enfermizo de mi amigo me sobresaltó nada más verlo. El Don Juan de apenas unos meses antes se había convertido en un anciano renqueante que necesitaba de un bastón para caminar.
-¿Qué te ha pasado?- exclamé al percatarme de su estado.
Julio, antes de contestarme, se sentó con gran esfuerzo en la silla de confidente que tenía frente a mi mesa. Esa sencilla maniobra le resultó increíblemente difícil y por eso con un rictus de dolor en su rostro, tuvo que tomar aliento durante un minuto.
-Cómo puedes ver, me estoy muriendo.
La tranquilidad con la que me informó de su precario estado de salud, me desarmó e incapaz de contestar ni de inventarme una gracia que relajara el frío ambiente que se había formado entre nosotros, solo pude preguntarle en que le podía ayudar:
-Necesito de tus servicios – contestó echándose a toser.
Su agonía me quedó clara al ver la mancha de sangre que tiñó su pañuelo al hacerlo. El dolor de mi amigo me hizo compadecerme de él y olvidando la profesionalidad que siempre mostraba en el bufete, le respondí:
-Si quieres un abogado, búscate a otro. ¡Yo soy tu amigo!
-Exactamente por eso y porque eres el único en que confío, vengo a informarte que te he nombrado mi heredero.
-¡Estás loco!. ¡No puedo aceptar!- contesté- Tienes a Lidia y si no crees que se lo merece, todavía te queda tu madre…
Con una parsimonia que me dejó helado, me rogó que me callara:
-Ninguna de las dos tiene capacidad para afrontar lo que se avecina y por eso, quiero pedirte ese favor. Necesito que una vez haya muerto, queden bajo tu amparo.
La rotundidad con la que hablo, no me hizo sospechar la verdadera causa de su decisión y asumiendo una responsabilidad que no era mía, accedí siempre y cuando pudiera ceder en un momento dado, la herencia a sus legítimas dueñas.
-¡Por eso no te preocupes! En el testamento, he dispuesto que de ser voluntad de Lidia o de mi madre el hacerse cargo de la herencia, esta pase automáticamente a ellas.
“No comprendo”, pensé, “si les da ese poder, realmente seré su albacea hasta que decidan ejercerlo”
Y pensando que quizás lo que quería Julio es que no hicieran ninguna tontería durante los primeros meses, me quedé más tranquilo y acepté ya sin ningún reparo. Fue entonces, cuando haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban, me invitó a pasar ese fin de semana a su finca para que así tuviéramos la oportunidad de cerrar todos los flecos. Como podréis comprender, dándole un suave abrazo, quedé con él en que ese mismo viernes iría.
Sin nada más que tratar, le acompañé hasta un taxi y mientras le veía marchar, me quedé pensando en lo jodido que estaba y que no le pensaba fallar.
Mi visita a “El vergel” me depara nuevas sorpresas.
Tal y como habíamos acordado, ese viernes al mediodía cogí mi coche y me dirigí hacia Montánchez, un pequeño pueblo de Cáceres donde estaba ubicada su cortijo. Ya en la carretera de Extremadura y mientras recorría los trescientos kilómetros que separaban Madrid de esa localidad, me puse a recordar los tiempos en los que estando en la universidad, teníamos esa finca como refugio para nuestras múltiples correrías. Siendo unos putos críos cada vez que queríamos hacer una fiesta un poco subida de tono, nos llevábamos hasta allá a cuanta amiga o puta se dejara.
Al rememorar una de esas reuniones, no pude dejar de sonreír al recordar la metedura de pata de unos de nuestros colegas. Con algunas copas de más, una tarde vio entrar a una espectacular rubia de unos cuarenta años y creyendo que Julio se había enrollado a una madura, se le presentó diciendo que si el anfitrión no podía satisfacerla, pasara por su cama para que le diera un buen repaso.

El pobre muchacho al enterarse que ese culito era Nuria, la madre de Julio y dueña de ese lugar, le pidió perdón pero totalmente abochornado por su falta de tacto, hizo las maletas y volvió a Madrid con el rabo entre las piernas. 

“Eso fue hace diez años”, me dije un tanto inquieto por encontrarme otra vez con ella, no en vano, esa mujer por aquella época tenía un polvo de escándalo y dudaba que se mantuviera tan atractiva como entonces.
Sabiendo que no tardaría en saber cómo le había afectado esos años, aceleré con pocas ganas de enfrentarme tanto a ella como a Lidia. Por mucho que mi amigo me hubiese asegurado que tanto su mujer como su madre estaban de acuerdo con su decisión, no me lo podía creer y por eso no tardé en tomar la decisión de renunciar en cuanto descubriera el mínimo rechazo a tan extraño testamento.
Durante el trayecto recordé múltiples anécdotas que había compartido con Julio, desde las típicas borracheras de juventud a conquistas sexuales. Aunque mi amigo siempre se había mostrado tradicional en ese aspecto, recordé un día en que me descubrió con una hembra atada en mi cama. Al verle entrar sin llamar, pensé que iba a montar un escándalo pero en contra de lo que había supuesto, se sentó sin ni siquiera echar una mirada a la zorra que yacía sobre el colchón y sonriendo, me preguntó si podía mirar.
-Tú mismo- contesté.
De esa forma tan rara, Julio conoció mi faceta de dominante y aunque fue testigo de esa sesión, al salir de la habitación jamás volvió a mencionarlo.
Esa tarde debí de quebrantar en multitud de ocasiones el estricto límite de velocidad que hay en España, porque a las dos horas y cinco minutos de salir de mi oficina, llegué a las puertas del cortijo. Al entrar por el camino de tierra que daba acceso a la casa principal, me sorprendió gratamente comprobar que lejos de haber perdido su esplendor con los años, “El Vergel” hacía honor a su nombre y parecía un pedazo de edén colocado en mitad de la sierra extremeña.
Aunque no iba a ser el verdadero dueño de ese paraíso, reconozco que me llenó de gozo descubrir el estado de sus campos. Al llegar al casón, mi primera impresión quedó refrendada al observar que conservaba la clase y belleza que tan buenos recuerdos me habían brindado.
Ni siquiera había aparcado cuando vi abrirse el enorme portón de madera y salir de su interior, tanto Lidia como su suegra. Si descubrir que la esposa de mi amigo seguía siendo el estupendo ejemplar de mujer que recordaba, me encantó ver que por Nuria parecían no haber pasado los años y que aunque sin duda debía de rozar los cincuenta nadie le echaría más de cuarenta.
“¡Sigue siendo un monumento!” exclamé mentalmente al verla llegar enfundada con unos pantalones de montar que realzaban su trasero.
Ambas mujeres me recibieron con un cariño desmesurado y sin dejarme siquiera sacar  mi equipaje del coche, me hicieron pasar adentro. Mientras Lidia me conducía del brazo a la habitación donde permanecía postrado su marido, la madre de mi amigo iba delante. El que me fuera mostrando el camino me permitió admirar el movimiento de sus nalgas al caminar.
“¡Está impresionante!”, sentencié mientras disimuladamente me recreaba en la rotundidad de sus cachetes.
Mi amiga debió percatarse del rumbo de mis pensamientos porque pegándose a mí, más de lo que la familiaridad de la que gozábamos permitía, me dijo:
-No parece tener cuarenta y nueve.
-La verdad es que no –respondí avergonzado que hubiese descubierto el modo en que la miraba y tratando de ser educado, le solté: -Sigue siendo muy guapa pero la que está cañón eres tú.
Lidia al oír mi piropo, soltó una carcajada y pasando al interior del cuarto de su marido, me llevó a su lado. Desde la cama, Julio con aspecto cansado preguntó el motivo de su risa y su esposa sin cortarse ni un pelo respondió:
-Fernando, mientras le miraba el culo a tu madre, me ha dicho que estoy guapísima.
Si de por sí el que mi amigo se enterara de mi error era duro, mucho más lo fue ver que Nuria se ruborizaba al escuchar que le había estado examinando con mi mirada esa parte tan sensible de su anatomía. Cuando ya estaba a punto de buscar una excusa, Julio respondió:
-Siempre ha tenido buen gusto- y haciéndoles señas, le pidió que nos dejaran a solas.
En cuanto nos quedamos únicamente él y yo en la habitación, me llamó a su lado y con voz quejumbrosa, me fue detallando los aspectos esenciales de su herencia. Haciendo como si estuviera interesado, escuché de sus labios que no solo tenía esa finca sino una cantidad de efectivo suficiente para que ninguna de las dos mujeres, pasara nunca ningún tipo de penuria.
En un momento dado, al explicarme las medidas que había tomado para asegurar un modo de vida elevado a cada una de las dos, pensé que no tenía ningún sentido que me nombrara heredero porque lo había previsto todo. Cada vez más confuso, le pregunté:
-Julio, no entiendo. Tu madre y tu esposa no me necesitan. ¡Pueden valerse por ellas solas!
-¡Te equivocas! Aunque nunca hayas siquiera sospechado nada, tengo un secreto que compartir contigo…
El tono misterioso que adoptó al decírmelo, me hizo permanecer callado mientras tomaba un sorbo del vaso que tenía en su mesilla. Esos pocos segundos que mediaron hasta que volvió a hablar se me hicieron eternos al imaginarme unas deudas de las que no hubiera hablado. Pero os tengo que confesar que nunca me hubiera esperado, lo que vino a continuación: con una sonrisa en sus labios, me dijo:
-Durante cuatro generaciones, todas las mujeres de mi familia han sido sumisas y por lo tanto han necesitado de un amo que las dirigiera. Al morir mi padre me legó a su mujer y ahora cómo no tengo descendencia, quiero que tú me sustituyas con mi madre y con Lidia.  

Imaginaros mi cara, solo el dolor que se reflejaba en sus ojos evitó que creyera que era broma y pensara que me estaba tomando el pelo. Viendo mi estupor, me pidió que le acercara un timbre y sin darme oportunidad a preguntar para que lo quería, lo tocó.

 No había pasado ni un minuto cuando escuché que tocaban la puerta y pedían permiso para entrar. La confirmación que era en serio su propuesta no pudo ser más clara porque tanto Nuria como su nuera hicieron su aparición portando un collar como única vestimenta. Al verlas totalmente desnudas, me levanté de un golpe y por eso de pie fui testigo de cómo se arrodillaban frente a la cama donde yacía mi amigo y adoptando la postura de esclavas de placer, le preguntaron en que podían servirle.
Nada me había preparado para verlas así y por eso no me avergüenza reconocer que me excitó ver a ese par de preciosas hembras sirviendo a su amo. El metro que me separaba de ellas, me permitió admirar sus cuerpos. Mientras el de Lidia mostraba la lozanía de la juventud, el de Nuria era una magnifica representación de la belleza madura. 
Aunque lo intenté no supe cual me gustaba más, o la tierna y delicada morena o la despampanante y espectacular madura. Para entonces estaba curado de espanto pero aun así, me quedé paralizado cuando Julio les preguntó si habían traído los que les había pedido.
-Sí, amo- contestó su madre y extendiéndole un joyero, lo puso sobre su regazo.
Haciendo un esfuerzo sobre humano, lo abrió dejándome ver su contenido: ¡Envueltos en seda roja había dos collares de sumisa!. Una vez abierto, me llamó a su lado y con voz agotada, les preguntó si me aceptaban como nuevo dueño.
-Con mucha pena aceptamos dejar de ser suyas y pasar a ser del amo Fernando- contestaron al unísono.
La ratificación de que eran conscientes de los planes de mi amigo me dejó helado y por eso Julio me tuvo que repetir que por favor les quitara los collares que llevaban y que les pusiera los míos. Sin tenerlas todas conmigo, cogí el primero y leí la inscripción que tenía grabada:
“Esclava Nuria. Propiedad de Fernando Alazán”
La rubia al ver que la casualidad había determinado que fuera ella la primera en ser acogida por mí, sonrió y pidiéndome permiso, se arrodilló a mis pies mientras echaba su melena hacia adelante. Ese gesto de sumisión y percatarme la alegría con la que aceptaba mi autoridad, me azuzó a abrir el broche del que llevaba y sustituirlo por el mío.
La madre de mi amigo al sentir que la presión de su nuevo collar, me miró con los ojos llenos de lágrimas y cayendo a mis pies, me dio las gracias por aceptarla. Sabiendo que era lo que se esperaba de mí, acaricié sus pechos con mis dedos y recreándome en mi nuevo poder, la gratifiqué con un suave pellizco. Nuria al sentir mi ruda caricia, con una felicidad en su rostro, me dijo:
-Estoy deseando  servirle, amo.
Como podéis suponer, el morbo de tener a esa mujer en mis manos era enorme y por eso tuve que vencer las ganas de follármela allí mismo pero recordando que tenía que asumir la propiedad de la esposa, cogí entre mis manos el otro collar.  
La morena se acercó hasta mí y mirando de reojo a su marido, dejó que le pusiera el símbolo de mi poder. Sé que resultara raro pero al sentir que cerraba el broche alrededor de su cuello, pude observar como sus pezones se ponían duros sin necesidad de tocarlos.
Sabiendo que debía tomar posesión de mis nuevas esclavas, miré hacia la cama. En ella, Julio seguía atento mis maniobras con una mezcla de satisfacción y de pena. Comprendí que aunque le dolía desembarazarse de sus más preciadas posesiones, por otra parte para él era una liberación dejarlas en buenas manos. 
-Levántate- ordené a la que hasta ese momento había sido su esposa y cogiéndola de la cintura la llevé hasta donde yacía su marido y dirigiéndome a él, le dije: -Julio acepta que esta zorra te sirva por última vez.
Mi amigo sonrió agradecido y llamándola a su lado, le ordenó que le hiciera una mamada. La morena sin hablar se agachó entre sus piernas y abriendo su boca, buscó dar placer al que hasta entonces había sido su dueño. Viendo que mi amigo disfrutaba, me di la vuelta y llamé a su madre a mi lado:
-Dejémosles solos- ordené
 La madura me acompañó fuera de la habitación y ya en el pasillo, me preguntó si quería que me enseñase mi habitación. Al aceptar me guio por la casa. Mientras íbamos hacia allá, no pude dejar de recrear mi mirada en los felinos movimientos de la rubia. Con una femineidad que solo poseen las esclavas bien educadas, Nuria fue recorriendo paso a paso la distancia que nos separaba del lugar donde sin duda alguna, la tomaría. Observándola me percate que estaba nerviosa al decirme que habíamos llegado.
Al abrir la puerta, me quedé maravillado al descubrir que mi cuarto no solo era enorme sino que la cama era una King Size. Ya dentro decidí que por primera vez debía mostrarme cariñosa con ella y por eso, dándole un azote suave en el trasero, le pedí que me preparara la bañera. Nuria asintiendo con la cabeza, se dirigió hacia el baño y mientras oía que abría el agua, me puse a recapacitar sobre lo ocurrido.
“Julio tiene que estar bien jodido para cederme a estas dos”, pensé.
No habían pasado ni dos minutos cuando la rubia me informó que estaba lista. Asumiendo que para ella yo era su amo, entré en el baño y con voz seria, le ordené:
-Desnúdame.
La madre de mi amigo no me contestó pero por el tamaño de sus pezones supe que estaba excitada. Sin mediar palabra se agachó y quitándome los zapatos, me besó los pies mientras me volvía agradecer haberla aceptado como sumisa. El morbo de tener a esa mujer que había poblado mis sueños juveniles postrada, me calentó pero no dije nada. Una vez me había descalzado, se levantó y botón a botón fue desabrochándome el vaquero.  La cuarentona seguía con sus ojos las maniobras de sus manos y no pudo evitar morderse los labios cuando me bajó el pantalón.
Dándole toda la parsimonia que le fue posible,  me lo sacó por los pies y levantándole su cabeza, dejé que contemplara que bajo mis boxers, mi pene había salido de su letargo:
-¿A qué esperas?- pregunté con recochineo al advertir  que la madura había cerrado sus piernas, tratando de evitar la calentura que la estaba poseyendo por momentos.
-Su orden- respondió con mirada hambrienta.
Por su tono, supe que lo que había empezado como una novedad para ella, se estaba volviendo peligrosamente excitante. Quizás fue el sudor que recorría su frente lo que me hizo decirle mientras la acercaba a mi paquete:
-Quiero que me la mames-
Nuria que hasta ese momento se había mantenido expectante, cogió con sus dos manos la tela de mis calzoncillos y lentamente empezó a bajármelos. Con satisfacción, la escuché decir al ver mi pene tieso a escasos centímetros de su boca:
-¡Amo! ¡No se arrepentirá de mí!.
Lo que no me esperaba era que llevando sus manos a mi trasero, lo empezara a acariciar mientras hundía su cara en mi entrepierna.  Si alguien me hubiera dicho que estaría con esa preciosidad de mujer en esa situación nunca le hubiese creído pero, si además, me hubiese asegurado que iba ella a estar besando mis huevos mientras me pajeaba lo hubiera tildado de loco y por eso, tratando de no romper ese mágico instante, esperé que siguiera. Ni que decir tiene que para entonces mi sexo había ya alcanzado una tremenda erección.

Queriendo colaborar apoyé mis manos en la pared y abrí las piernas, dejando libre todo mi cuerpo a sus maniobras.  La confirmación de que iba a cumplir mis deseos vino al advertir la humedad de su lengua recorriendo mi piel, mientras se apoderaba de mi pene.

-No se mueva-  me pidió imprimiendo a la mano que tenía agarrado mi sexo de un suave movimiento.
Manteniéndome quieto, le hice el favor de esperar sus caricias. La madre de Julio, restregándose contra mi cuerpo, gimió en silencio. Poseída por un frenesí sin igual, me masturbaba mientras susurraba lo cachonda que le ponía tenerme como su amo. Cuando le informé que quería sentir sus labios, abrió su boca y  se introdujo toda mi extensión hasta el fondo de su garganta. Fue alucinante, esa cuarentona no solo estaba buena sino que era toda una maestra haciendo mamadas y   para no perder el equilibrio, tuve que sentarme en el váter.
Si creéis que eso la detuvo, os equivocáis de plano porque siguió mamando mi verga como si no hubiese pasado nada mientras yo la miraba alucinado. Disfrutando como un enano de la mamada, me quedé pensando que además de ser la madre de mi amigo, esa zorra estaba más que acostumbrada a hacerlo, ya que, imprimiendo una velocidad endiablada a su boca, fue en busca de mi semen como si de ello dependiera su vida.
No contenta con meter y sacar mi extensión de su boca, usó una de sus manos para acariciarme los testículos mientras metía la otra entre sus piernas. Aunque no le había dado permiso para masturbarse, no me importó.
-Me encanta- chilló del placer que experimentaba al experimentar la tortura de sus dedos sobre su clítoris.
Tardó poco tiempo en que llegara hasta mis papilas el olor a hembra hambrienta que manaba de su sexo. Aspirar su aroma elevó mi calentura hasta unos extremos nunca sentidos y sin poderme retener me vacié en su boca. Nuria, al sentir mi explosión de semen, se volvió loca y gritando descompuesta, bañó su cara con los blancos chorros que manaban de mi pene mientras me pedía que la dejara correrse.
Al permitírselo, se dejó llevar por la lujuria y durante unos segundos vi como todo su cuerpo convulsionaba de placer. Sin darle tiempo a reaccionar, me levanté y me metí en la bañera. La rubia al percatarse, me preguntó si podía enjabonarme. Satisfecho por su entrega, le ordené que se metiera conmigo dentro de la tina.
Una vez a mi lado, se quedó callada esperando que externalizara mis deseos.  Su actitud me permitió contemplar su cuerpo sin que se quejara de ser objeto de un exhaustivo escrutinio.  Realmente, tuve que admitir que esa mujer era una preciosidad. Dotada por la naturaleza de unos pechos primorosos, la gravedad todavía no había hecho estragos en ellos.
Grandes y bien puestos, su belleza quedaba realzada al estar adornados con dos enormes pezones dignos de mordisquear. Cualquiera que la viera desnuda tendría que admitir que jamás desperdiciaría la oportunidad de perderse entre sus piernas. Por eso en cuanto me miró, le pedí que se tocara para mí. Curiosamente se ruborizó al tener que hacerlo pero obedeciendo de inmediato, empezó a acariciarse los pechos mientras observaba mi reacción.
-Empieza- le urgí.
Cerrando sus ojos, buscó su punto de placer y cogiéndolo entre sus dedos lo cogió mientras el agua mojaba sus pechos. Separando sus rodillas, comenzó a masturbarse a ritmo lento. Sus movimientos se iban acompasando con sus caderas dando la impresión que necesitaba desahogarse. La necesidad de sexo que tenía esa mujer me sorprendió y al poco tiempo aceleró el ritmo de sus manos. Asida de un pezón y con dos dedos incrustado hasta el fondo de su vulva, Nuria empezó a gemir descompuesta.
Al comprender que necesitaba más. Cogí el brazo de la ducha y descolgándolo se lo pasé. La rubia comprendió al instante mis deseos y abriendo su sexo, dirigió el chorro al hinchado clítoris.
-¡Dios!-aulló.
No tardé en observar como su cuerpo volvía a estremecerse y mientras  con la lengua remojaba los labios de la boca, la madre de Julio, concentró todo el chorro sobre su botón.
-¡Necesito correrme!- chilló.
-Aguanta- le ordené interesado en saber hasta dónde aguantaría.
Berreando como una puta, sus  piernas empezaron a temblar anticipando un  inminente orgasmo. Aun sumergido bajo el agua, no tuve duda de que su coño estaba anegado de flujo y mientras ella era incapaz de hablar, le exigí que se pusiera de pie. Costándole lo indecible mantener el equilibrio, se me quedó mirando absolutamente poseída al percatarse del interés con el que le miraba el conejo.
Totalmente depilado, no parecía el coño de una cuarentona y queriendo tanto forzar su sumisión como el probarlo por primera vez, tanteé con mi lengua sus labios. Nuria al sentir mi cálida caricia recorriendo sus pliegues, pegó un tremendo grito e incapaz de controlarse, apoyó una mano en la pared para no caer mientras yo seguía paladeando su sabor.
-Amo, ¡Necesito correrme!
Fue entonces cuando comprendí que esa mujer llevaba mucho tiempo insatisfecha porque desobedeciendo, llegó al clímax con una corrida intensa y  maravillosa. Sabiendo que me había fallado, resopló y con una extraña felicidad impresa en su rostro, me pidió perdón. No tuve que ser un genio para descubrir que la madre de mi amigo  se encontraba alegre y aunque su excitación se había visto amortiguada por el placer, seguía necesitando ser tomada.
Observándola, me percaté que sus pezones seguían duros y decidido a complacerla le pedí que se diera la vuelta. Sabiendo que era de mi propiedad, obedeció al instante y anticipando mis órdenes, se separó con sus manos las dos nalgas.  Al observar de cerca su ojete, me sorprendió descubrir que se mantenía cerrado como si nunca hubiera sido usado.
“¡No puede ser!”, pensé atónito, “¡Una sumisa con el culo virgen!”
Con mi pene totalmente tieso anticipando el placer que ese trasero me daría, le pregunté si sus amos anteriores nunca la habían tomado por detrás. Bajando la cabeza avergonzada, me confesó:
-El padre de Julio solía disfrutar sodomizándome pero mi hijo jamás. Dice que eso es de animales.
Al escuchar sus palabras, comprendí que mi amigo era un amo bastante peculiar y sobre todo poco estricto. Tanteando el terreno, ya que no quería forzarla en demasía desde el primer día, le pregunté si cuando había experimentado el sexo anal si le había gustado:
-Me encantaba- respondió con rubor en sus mejillas.

El tono con el que me contestó me hizo saber que estaba diciendo la verdad y por eso sin pedirle opinión, introduje dos dedos dentro de su coño y bien embadurnados con su flujo, comencé a relajar su esfínter.

-Gracias, amo- chilló con satisfacción al sentir que introducía una de mis yemas en su interior y sin que le tuviera que decir nada, se agachó para facilitar mis maniobras.
Su nueva postura me permitió observar con tranquilidad que los muslos de la mujer temblaban cada vez que introducía mi falange en su interior y ya más seguro de mí mismo, decidí dar otro paso y dándole un azote a una de sus nalgas, metí  dos dedos dentro de su orificio.
-Ahhhh- gritó de placer mordiéndose el labio. 
Su gemido me avisó de la naturaleza fogosa de la viuda y deseando terminarla de convencer que conmigo iba a disfrutar mucho, volví a lubricar su ano mientras esperaba a que se relajase. La rubia moviendo sus caderas me informó que estaba dispuesta. Esta vez, tuve cuidado y moviendo mis falanges alrededor de su cerrado músculo, fui dilatándolo mientras que con la otra mano, la empezaba a masturbar. 
-¡Gracias!- aulló como posesa al sentir sus dos entradas siendo objeto de mi caricias.
La mujer se llevó las manos a sus pechos y pellizcando sus pezones, buscó agrandar su excitación. Increíblemente al terminar de meter los dos dedos, no aguantó más y se corrió sonoramente mientras su cuerpo convulsionaba. Sin dejarla reposar y poniéndome a su espalda, llevé mi glande ante su entrada: 
-¿Estás lista?- pregunté mientras jugueteaba con su esfínter. 
Ni siquiera esperó a que terminara de hablar, llevando su cuerpo hacia atrás lentamente fue metiéndoselo. Sin gritar pero con un rictus de dolor en su cara, prosiguió con su labor hasta que sintió la base de mi pene chocando con su culo y entonces y solo entonces, me dijo con una alegría inaudita:
-¡Cuánto tiempo llevaba sin sentir esto!
Reconozco que tuve que esforzarme para no empezar a disfrutar de su culo. Necesitaba que se relajara para no destrozárselo y por eso mientras esperaba que fuera ella quien decidiera el momento, aceleré mis caricias sobre su clítoris. Con sus intestinos invadidos y disfrutando como una perra, la madura no tardó en pedirme que la tomara.
-Soy suya.
Su expresión de deseo me terminó de convencer y con ritmo pausado, fui extrayendo mi sexo de su interior. Casi había terminado de sacarlo cuando Nuria con un movimiento de sus caderas se lo volvió a introducir. Cualquier observador hubiera dicho que debíamos ser amantes desde hace tiempo por el modo que nos sincronizamos. Cuando yo intentaba sacarlo y ella lo impedía al volvérselo a embutir. Poco a poco, el ritmo con el que la daba por culo se fue acelerando, convirtiendo nuestro tranquilo trotar en un desbocado galope. Después de años sin probarlo, la rubia estaba tan excitada que tuve que afianzarme cogiéndome de sus pechos para no descabalgar.
-¡Amo! ¡Por favor no pare!- me pidió cuando, para tomar aire, disminuí el ritmo de mis acometidas.
Encantado por el modo que esa mujer respondía a mis caricias, le di un fuerte azote mientras le susurraba al oído lo puta que era. 
-¡Que gusto!- gritó al sentir mi mano y oír mi insulto.
La expresión de lujuria que brillaba en su rostro, azuzó mi lado más dominante y alternando de una nalga a otra, le fui propinando sonoros cachetadas cada vez que sacaba mi pene de su interior.  Nuria ya tenía el culo completamente rojo cuando dejándose caer sobre la bañera, empezó a estremecerse al sentir los síntomas de un orgasmo brutal.
Fue impresionante ver a la madre de Julio, temblando de dicha mientras de su sexo se anegaba con su flujo. 
-¡Quiero sentir su semen!- aulló por el placer desgarraba su interior. 
Su deseo fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su culo como frontón. Perdiendo el control y con sus caderas convertidas en una batidora, se corrió. Fue entonces cuando ya habiendo obtenido su placer, me concentré en mí y forzando su esfínter al máximo, fui violando su intestino mientras la madura no dejaba de aullar que no parara.
Mi orgasmo fue total, con todos mis nervios a flor de piel, me derramé en su interior mientras mi nueva sumisa berreaba  a voz en grito su liberación. Agotado y exhausto, me tumbé al lado de Nuria en la bañera. Con una felicidad palpable, la madura me recibió con los brazos abiertos. Mientras me besaba, no dejó de agradecerme el haberla aceptado. Todavía estábamos en esa  posición, cuando al levantar mi mirada descubrí a Lidia arrodillada en mitad del baño.

El brillo de sus ojos me reveló que estaba excitada pero también que por alguna razón se había visto impelida a quedarse al margen mientras sodomizaba a su suegra.  Decidido a averiguar qué es lo que la había detenido, preferí no hacerlo en ese instante y por eso le pregunté por su marido.

 

-El pobre se ha quedado dormido.
Al asimilar sus palabras, me percaté que una vez había cumplido mi orden había venido a que tomara posesión de ella y por eso salí de la ducha y poniéndome a su lado, le ordené que me secara. La esposa de mi amigo sonrió y cogiendo una toalla, se agachó y empezó asecarme los pies. Adoptando una deliciosa postura, sus manos fueron recorriendo mis piernas mientras despojándolas de cualquier rastro de humedad. Fue al llegar a mi sexo, cuando con una profesionalidad digna de encomio se entretuvo secando todos y cada uno de mis recovecos sin que en su cara se reflejara nada sexual.
En su cara no, pero mi pene se endureció en cuanto sintió el contacto de sus dedos. Como no le había ordenado otra cosa,  la morena obviando lo bruto que me había puesto terminó de secarme todo el cuerpo, dejándome francamente insatisfecho.
“Se está haciendo la dura” pensé al descubrir que tenía los pezones duros como escarpias y deseando descubrir hasta donde llegaba su supuesta sumisión, le dije:
-Quiero mear.
Al ver que me acercaba al váter pero que no cogía mi pene, lo tomó ella entre sus manos para acto seguido dirigir el chorro para que no empapara el suelo con mi orín. Me encantó descubrir que se la veía entusiasmada de tener que ser ella quien apuntara y por eso no la reprendí cuando juguetonamente se entretuvo en salpicar los bordes del inodoro.
Esta vez cuando acabé no tuve que pedirle que me lo limpiara, porque sin esperar que le ordenara hacerlo, mi hasta entonces amiga sacando la lengua recorrió mi glande, recogiendo la gota que había quedado en la punta.
Complacido por sus atenciones, decidí tomarla en la cama y llamando a mis dos sumisas, les ordené que me esperaran allí.
-¿Las dos?- preguntaron a la vez.
Su rápida respuesta me mosqueó y tratando de indagar los motivos, les pregunté que veían de extraño a eso. La más madura fue la que me contestó, diciendo:
-Nuestro anterior amo hacía uso de nosotras individualmente. Nunca nos permitió compartirle- y claramente avergonzada, prosiguió: -Es más, teníamos prohibido cualquier contacto entre nosotras.
Su confesión afianzó mis sospechas de que Julio no había sido un verdadero dominante y queriendo saber de antemano si ponían algún reparo, les pregunté si les apetecía probarlo.
-A mí si- respondió Nuria claramente interesada.
Al no escuchar la opinión de Lidia, directamente insistí:
-¿Y Tú?
La morena incapaz de mirarme a los ojos, me contestó:
-Amo, llevo años viendo como nuestro antiguo dueño disfrutaba de su madre y nunca me atreví a pedírselo.
El notorio deseo que mostraron ambas, despertó mi lado travieso y cogiéndolas del brazo las llevé hasta la cama. Una vez allí, les pedí que se besaran. De esa manera y ante mis ojos, Lidia experimentó por primera vez la suavidad de una piel de mujer contra su cuerpo. En cuanto sintió los labios de su suegra aproximarse a los suyos, respondió con pasión al beso y gimió de placer.
Os tengo que reconocer que no me importó quedarme pero reconociendo que era su momento, me alejé de ellas, sentándome en el sofá. Aunque fui solamente un testigo de piedra, pude disfrutar del momento y así, desde ese lugar privilegiado, me dispuse a ver el debut de la joven, hermosa e inexperta  Lidia a  manos de Nuria porque aunque no me lo había dicho, no tenía ninguna duda de que su primer amo si le había obligado a probar el amor lésbico.
La más joven de las dos se veía fascinada con mi idea. Sus ojos brillaban de felicidad y de emoción, anticipando su primera experiencia. Tal y como había previsto aunque Lidia fuera novata, en cambio, Nuria se comportaba como  toda una experta.  Por eso no me extraño que fuera bisexual.
Sentadas en la orilla de la cama, de frente a mí pero sin prestarme la menor atención, se besaron durante unos minutos. Mientras su suegra le susurraba cosas al oído, el rostro de la morena se tiñó de rojo. Tras varios minutos de coqueteos y acercamientos, la rubia hizo que su partenaire se recostara de lado, tras lo cual, la abrazó por la espada.  Por mi experiencia sabía que era una estrategia para hacer sentir segura a esa primeriza al permitirla ocultar su cara cuando sintiera vergüenza.
Una vez acomodadas, Nuria comenzó a acariciar con la yema de los dedos el brazo y el antebrazo de su nuera mientras pegaba completamente su cuerpo a la espalda de la joven.
“Esta puta sabe lo que se trae entre manos”, me dije al ver que le daba cortos besos en el cuello.
Gracias a ese dulce mimo, Lidia fue relajándose y excitándose poco a poco. Cuando no pudo más, se dio la vuelta y ya de frente a su suegra le plantó un beso apasionado. A partir de ese momento, pude comprobar que ambas se acariciaban mutuamente sus cuerpos. Después de tantos años, admirando su cuerpo la morena pudo por fin recrearse entre los brazos de la otra mujer y bajando por el cuello de la madura se apoderó de sus pechos. Con gran frenesí, los besó, los lamió, los succionó y los mordió haciendo que la madura perdiera la razón y empezara a gemir como una loca. 

Desde el sofá me estaba perdiéndome gran parte de la escena, por lo que cambié de lugar y me senté en una silla bastante cómoda ubicada junto a la puerta, desde donde podía observarlas en todo su esplendor sin perder detalle de los acontecimientos.

Decidida a ser ella quien llevara la iniciativa, la rubia llevó sus dedos hasta la entrepierna húmeda de su nuera. Con gran cuidado, primero la acarició por fuera, sintiendo la humedad que anegaba sus pliegues. Al escuchar los gemidos de la muchacha indicando que quería más, los introdujo dentro de su cueva. Al sentir esa intrusión, Lidia abrió los ojos como dos platos.
-Tranquila- susurró la madura en su oído mientras la besaba y reanudaba los lentos movimientos circulares  que estaban poniendo al rojo vivo el sexo de la  morena.
Si bien en un principio, solo acariciaba de arriba abajo sus labios mayores, al sentir el torrente de flujo que manaba de su interior,  fue penetrando una vez más con sus dedos el coño de su nuera. Al escuchar que esta había vuelto a gemir sensualmente decidió dar otro paso y agachando su cabeza, fue acercándose hasta la que era su meta.
-¡Que gusto!- gimió su víctima al sentir la lengua de la rubia acariciándole el clítoris.
Ya totalmente poseída por la calentura que sentía, vi como la  chica le clavaba las uñas en la espalda mientras movía febrilmente las caderas. La madura al sentirlo, reinició las penetraciones de sus dedos sin dejar de comerle el chocho con su boca..
-¡Me corro!- chilló desbordada por el placer.
Juro que todos mis vellos se erizaron al escuchar el brutal grito de placer que emanó de la garganta de mi amiga al alcanzar el orgasmo. Sabiendo que era el primero obtenido de otra mujer, me quedé esperando mi turno. La propia morena también se asustó  al sentir que todas las neuronas de su cerebro se veían sacudidas por las intensas descargas que surgían de su sexo. Casi llorando, disfrutó una y otra vez de las delicias de ese prolongado orgasmo mientras su suegra se empezaba a contagiar de su excitación.
“No me extraña” pensé porque yo también estaba alterado al haber contemplado el estreno de esa cría.

Os juro que aunque había sido testigo del estreno lésbico de al menos media docena de sumisas, la forma tan dulce con la que Nuria le hacía el amor  me dejó impactado. Fue entonces la rubia, inmersa y dominada por la lujuria, no pudo resistir más y tomando la delicada mano de su nuera, la llevó hacia su sexo y sin parar a preguntarme mi opinión, le dijo que ahora ella tenía que devolver ese placer.

 

Cuando Nuria se tumbó en la cama y abriendo sus piernas llamó a la morena, no quería ternura, necesitaba ser follada. Al ver que la joven no respondía, cogiendo la mano de Lidia, se penetró ella misma con los dedos de la aterrorizada muchacha. Esta no tardo en entender los deseos de la madura e incrementando el ritmo la empezó a penetrar con mayor rapidez.
En ese momento y viendo como se la follaba decidí yo mismo hacer uso de mi recién estrenada posesión y por eso me acerqué hasta la cama. Sin avisarla de mi ataque, me puse detrás de Lidia y con una certera cuchillada, hundí mi pene en su interior. Los suaves gemidos de Nuria se vieron acallados por los berridos que pegó la morena al verse tomada por mí y mientras la obligaba a bajar hasta el coño de su suegra, le seguí incrustando mi ariete con total impunidad.
-¡Dios!- berreó atiborrándose del chocho de la rubia mientras su sexo era tomado al asalto-¡Me encanta!
Después de permanecer tanto tiempo quieto, decidí que era la hora de llevar la voz cantante y dándole un sonoro azote en su culo, le ordené que se moviera. Nuria al verme llegar y follarme sin compasión a su querida nuera, se corrió como una loca mientras me pedía que le enseñara a esa zorra como follaba un verdadero hombre.
Sus palabras me recordaron quien había sido su dueño y sonriendo comprendí que Julio aunque era muy buena persona, era un pésimo amante. Decidido a dejar el pabellón alto, usé mi sexo como ariete y con él fui demoliendo las defensas de la que durante tantos años había sido una fiel esposa. Si ya de por sí la morena estaba gozando como nunca, se volvió loca cuando su suegra se levantó de la cama y cogió entre las manos sus pechos.
-Amo, ¿Me permite ayudarle?- preguntó Nuria mirándome.
Solté una carcajada al ver sus intenciones y aunque no necesitaba su auxilio, le di permiso. Al darle vía libre, la rubia cogió los pezones de su nuera y sin importarle su opinión, dio un duro pellizco en ellos mientras le decía:
-Córrete como la puta que eres.
Todavía no sé si fue esa orden o bien el cumulo de sensaciones que albergaba en su interior la morena lo que le hizo desplomarse y correrse gritando su pasión a los cuatro vientos.  Contorsionando todo su cuerpo, se sintió liberada y aullando de placer, me rogó que no parara.
La nueva posición me permitió profundizar con mi pene y con la cabeza de mi glande chocando contra la pared de su vagina, seguí follándomela en busca de mi placer. Lidia al notar esa nueva sensación, pegó un grito y tiritando sobre las sábanas se volvió a correr con mayor intensidad que antes. Todo su cuerpo convulsionó sobre el colchón mientras su amo daba rienda suelta a su pasión. El brutal compás de mis caderas prolongó su éxtasis hasta lo humanamente soportable y llorando como una magdalena, me pidió que la dejara descansar.
-Cállate- respondí.
Al ver que hacía caso omiso a su petición, Lidia recordó algo que había hablado con su suegra e intentando acelerar mi orgasmo, apretó los músculos interiores de su sexo. Lo que nunca se esperó esa morena fue que al presionar mi pene, se desbordara nuevamente su placer y no pudiendo soportar ese renovado gozo, colapsó entre mis piernas. Verla caída y exhausta sobre el colchón, no apaciguó mi ánimo y sin descanso seguí acuchillando su coño hasta que pegando un grito, descargué toda mi simiente en su interior. 

Ya satisfecho, me tumbé en la cama. Nuria, abrazándome, se pegó a mi cuerpo dándome las gracias en nombre de las dos por el placer que les había regalado. Como podréis comprender me dejé mimar por esa cuarentona mientras su nuera yacía desmayada a nuestros pies. Aprovechando su indisposición, pregunté a la madura como era su hijo.

Con una sonrisa en su rostro, contestó:
-Buena persona pero mal amo.
Su respuesta no hizo más que confirmar lo que ya sabía pero intuyendo que había algo que no me había contado, directamente le pregunté:
-Nunca has tenido un verdadero dueño, ¿No es así?
Nada más ver como se sonrojaba, supe la verdad. Pero queriendo que ella me lo dijera de viva voz, insistí. Casi llorando, me contestó:
-Al quedarme viuda siendo tan joven y necesitando un hombre a mi lado, traté de convencer a mi hijo que su padre le había encomendado cuidar de mí en todos los aspectos. Y viendo que Julio no cedía, me inventé lo de ser sumisa- para entonces la rubia estaba acojonada por cómo reaccionaría yo y decidida a confesar su felonía después de tantos años, prosiguió diciendo: -El problema fue que me encantó sentirme sumisa y por eso cuando Julio enfermó, creí que nunca más iba a tener otra oportunidad.
Soltando una carcajada, mordí sus labios antes de decirle:
-¿Y fue entonces cuando tu hijo te comentó que sabía que yo era dominante?-. Muerta de vergüenza, respondió que sí.
Tratando de hilvanar todas las hebras de ese engaño, la miré a los ojos y le pregunté por Lidia.
-Desde que se convirtió en hombre, supe que si conseguía una mujer “normal” me echaría de su lado y anticipándome a ello, yo la busqué y se la puse en bandeja.
Intrigado por la habilidad de esa mujer, le pedí que me respondiera con sinceridad si ahora que me había probado seguía convencida en ser de mi propiedad. Nuevamente me sorprendió esa zorra porque cogiendo tanto su collar como el que lucía su nuera me preguntó:
-¿Qué pone aquí?
-Propiedad de Fernando Alazán- contesté.
No hizo falta más y ejerciendo mi nuevo poder, le pedí que me trajera una copa mientras intentaba reanimar a Lidia para hacer nuevamente uso de esa preciosidad. La madura obedeciendo se levantó y ya desde el umbral de la puerta, me soltó muerta de risa:
-Amo. No tiene usted idea de cuantos juguetes compré y el bobo de mi hijo nunca estrenó.
Descojonado, contesté:
-No te preocupes, ¡Los estrenaré yo!
 

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