La conocí en un tugurio de mala muerte, Esa noche iba acompañado por dos inútiles que me encontré en otra j
odida barra de bar. Sólo en una ciudad extraña, no me importó que esos desechos, mendigando una copa, me gorronearan descaradamente mientras se pavoneaban de ser unos Don Juanes. Ni siquiera me acuerdo de sus nombres.
Recuerdo entre tinieblas que llegamos a un antro oscuro y mal iluminado. Uno de esos que, de ir sereno, huyes pero borracho cómo estaba te parece un oasis. Allí la vi. Rubia teñida, fea y gorda, aun así completamente dopado por el  alcohol ingerido, quise conocerla.
Sonia era una muchacha marroquí en una patria extranjera buscando cambiar el cariño de unas caricias por el calor de unos euros. Esa madrugada vio en mí, la posibilidad de dormir en caliente y la seguridad de que en la mañana regresaría a casa con la cartera llena. No intento saber qué fue lo que me llevó a contratarla. Me la sudan los motivos por los que, obviando su fealdad, me hice con sus servicios. Lo único cierto es que saliendo con ella abrazado, huÍ de ese local y llegué haciendo eses hasta mi hotel.

Todavía me aterra pensar en lo que sentí al verla desnudarse. Bajo su vestido no llevaba la típica ropa interior sino una gruesa faja color caqui que sin pudor se quitó ante mi horrorizada vista. Pálida hasta decir basta, su piel blanca se tornaba amoratada en los pliegues que formaba la celulitis de sus piernas. Obesa hasta decir basta, era difícil distinguir donde terminaba la papada y donde comenzaba el pecho. Toda ella era un conjunto de lorzas paralelas, los enormes senos competían con un todavía mayor vientre y este con dos columnas gordas y flácidas que formaban sus piernas.

No os creáis que le cortó lo más mínimo desnudarse con la luz encendida. Sonia, encantada con el volumen de su cuerpo, se agarró una de sus ubres y llevándosela a la boca, mordisqueó su negro pezón mientras me decía a que esperaba para comérmela. Nada me pudo hacer prever que esa mujer entrada en carnes me gustara pero contra toda lógica al verla en pelotas, con sus lonchas desparramándose alegremente, consiguió excitarme, Nunca había estado con un mujer de su estilo, francamente gorda, sus michelines desnudos se sucedían uno tras otro pero aun así hubo algo que me llamó a hundir mi boca entre sus muslos.
No sé como pudo separar sus piernas para permitir a mi cabeza llegar hasta su sexo,
Puta y gorda, pero encantadora sino llega ser por su profesión, cualquier paisano estaría encantando de retozar alegremente de por vida ente sus blancas carnes. Me da igual su nombre, sé que me ha mentido, los doscientos euros que me ha cobrado son una puta insignificancia al lado del placer que me ha resultado magrear sus carnes entre  mis manos. Nunca me han gustado las anoréxicas pero tampoco pensé que me obsesionaría amasar tantos kilos de grasa  y menos que al sentir su consistencia, mi pene pudiera salir de su letargo y alzarse
Ese maremágnum de carne derramándose a cuatro patas sobre el colchón debía de haberme repelido, pero no fue así. Con su acento árabe y su increíble falta de pudor, se separó las gruesas nalgas con sus manos y me pidió que le diera por culo. El tamaño de esas dos masas era tal que incluso dudé mientras me acercaba con mi pene en la mano, de que tuviera la extensión suficiente para penetrarla.
Curiosamente, la flacidez de su trasero permitió que al presionarla se desparramara hacia los lados y mi glande entrara con facilidad dentro de su negro ojete.  La obesa mujer debía estar acostumbrada a superar toda serie de dificultades porque al sentir que mi miembro solo la había desflorado a medias, sin ningún pudor me pidió que la agarrara de los hombros y así tener de dónde agarrarme para terminarla de meter.

La postura consiguió su objetivo y contra la lógica, me encantó el modo que tanta grasa abrazó mi pene en su camino. La cerda al notar mi miembro rellenando su conducto, empezó a gritar como si la estuviera sacrificando en un matadero. El volumen de sus gritos incluso se incrementó cuando olvidándome del asco que me daba ver como se bamboleaban sus blandas ubres comencé a moverme dentro de su culo.

Reconozco que me sorprendió oírle chillar que la pegara. Comportándose como un sucio y sumiso despojo, me rogaba que azotara su descomunal trasero con  una fijación que me obligó a satisfacerla.  Al soltarle el primer azote sobre sus flácidos cachetes, observé con cierta repugnancia que todo su grasiento lomo temblaba como gelatina, formándose una ola que naciendo en su culo subía por su cuerpo muriendo en su gruesa papada.

Sé que esa gorda disfrutó de la ruda caricia porque, relamiéndose sus pintarrajados labios, me rogó que siguiera azotándola. La necedad de esa vaca parecía no tener fín porque no contenta con la serie de nalgadas que recibió, cuando se sintió parcialmente saciada, me pidió que cogiera su pringosa melena y la usara como riendas.
Supe que lo que ese sebo con dos patas deseaba y por eso, satisfaciendo su pervertida necesidad, tiré de su pelo hacia atrás haciéndole daño. El dolor lejos de calmarle, la estimuló y girando su cabeza, me imploró que jalara con más fuerza. En ese momento ya no éramos puta y cliente sino dos degenerados dejándonos llevar por nuestras obscuras apetencias.
Forzando el aguante de su mantecosa anatomía, vi como su columna se doblaba producto de la  fuerza con la que  atraje hacia mí su cabellera. El sufrimiento que noté en sus hundidos ojos me hizo parar pero entonces cabreada me ordenó que no parara. Azuzado por sus chillidos, respondí con violencia y mientras me tiraba de su pelo, la regalé con otras dosis de sonoras nalgadas.
El renovado castigo la encantó y convulsionando entre mis piernas, se corrió. La entrega de esa mugrienta mujer y el modo tan obsceno con el que se retorcía implorando un mayor correctivo, me estimuló y dotando a mis movimientos de un fiero compás, machaqué sin pausa su rollizo coño hasta que contagiado por su placer, derramé mi semen en su interior.
La zorra ordeñó a conciencia mi pene y cuando sintió que lo había dejado seco, se separó de mí. Dándose la vuelta, obvió que lo tenía lleno de mierda y sin pensárselo dos veces, se lo metió en la boca. Alucinado contemplé como saboreaba con gusto los restos de su culo. Lamiendo con su lengua mi extensión no cejó tras dejarlo inmaculada sino que continuó mamando de él hasta que lo consiguió reanimar.
Una vez había conseguido que mi polla recuperara la erección se abrió de piernas y me pidió que la follara. Como hasta entonces su coño había permanecido oculto entre tanta grasa, no había tenido la oportunidad de contemplarlo y haciendo caso omiso a su petición, me quedé mirando atónito semejante enormidad.
En el bosque que poblaba su pubis podían haber hecho su guarida un centenar de forajidos. Era tanta su frondosidad que tuve que separar sus pelos para descubrir los pliegues de su chocho. Interesado en saber su tamaño, metí directamente un par de dedos en su interior. La gordinflona al sentir mis yemas recorriendo  su sexo, se acomodó en la cama y  con un suspiro me hizo saber que le apetecía que siguiera con mi exploración.
La falta de rechazo me animó a meter un tercer dedo dentro de esa gruta. La sencillez con la que lo sumergí, me hizo probar con un cuarto y con un quinto, de manera, que sin apenas darme cuenta tenía toda mi mano dentro de su coño. Ese fue el momento que esperó la oronda mujer para con un berrido rogarme que la follara con mi puño. La urgencia que adiviné en su voz, me hizo complacerla y cerrando mi mano dentro de esa cavidad, comencé a imprimir con ella un suave movimiento.
Bramando de placer, mi voluminosa pareja me imploró que aumentara el ritmo con el que la estaba machacando su chocho. Consintiendo a ese engendro, aceleré y obnubilado, observé como sus sobredimensionados pechos se movían siguiendo la pauta con la que la complacía. Poco a poco y usando mi puño como si fuera un martillo neumático, derribé los últimos cimientos de cordura de la obesa.

Sonia al sentir sus neuronas hirviendo por el cúmulo de sensaciones, no se cortó y aullando a voz en grito, fue marcándome la cadencia con el que quería ser follada. Golpeando la pared de su vagina de un modo atroz, llevé a esa mujer al borde del colapso. De improviso sin que nada me hubiese advertido antes lo que iba a ocurrir, de su sexo brotó un geiser de caliente flujo que me golpeó en el rostro.

Ese viscoso liquido recorriendo mi cara, me indujo a seguir, de forma que prolongué su éxtasis durante una eternidad. Maravillado por ser testigo de esa inhumana eyaculación femenina, no pude parar cuando ella me lo pidió. Comportándome como un bellaco, violé repetidamente ese enorme chocho sin importarme los gritos de mi víctima. Convirtiendo en mi obsesión el descubrir hasta donde llegaría su resistencia, continué durante largos minutos hasta que rendida sobre el colchón, esa ballena me rogó que la dejara descansar.
Apiadándome de ella, saqué mi puño de su interior. La mujer al verse libre apoyo su cabeza en la almohada y cerrando los ojos disfrutó de los últimos estertores de placer que asolaban su cuerpo. Ya relajada, sonriendo, me preguntó si podíamos ir al baño porque le apetecía probar otra cosa.
Sin saber que era lo que se proponía seguí por la habitación a ese mastodonte. Al hacerlo, contemplé el movimiento de sus lorzas al caminar pero quizás ya acostumbrado a su grotesca figura, esa visión no enfrió para nada mi libido sino que lo acentuó. Si creía que ya nada me podía sorprender, esa foca me sacó de mi error cuando obligándome a entrar en la bañera con ella, me pidió con su mirada cargada de deseo que usara mi pene para mearla.
Jamás en mi vida había hecho algo semejante pero eso no me intimidó y cogiendo mi polla comencé a derramar sobre sus pechos mi amarillo orín. El putón al sentir mis meados recorriendo su grasienta piel, gimió totalmente poseída y dirigiendo el chorro a su boca, dejó que se rellenara su garganta mientras infructuosamente intentaba beber. La cantidad de orina que surgía de mi miembro lo hizo imposible y derramándose por sus mejillas, observé como la empapaba por completo.
Sonia, al ver por mi erección que compartía su fetiche, se pellizcó los pezones mientras se introducía mi pene hasta el fondo. La sensación de sentir sus engrosados labios besando la base de mi polla junto con la brutal presión a la que su lengua sometía a mi extensión provocó que explotara dentro de su boca. La mujer saboreó mi lefa como si fuera la primera vez y recreándose en la mamada, no paró hasta que dejar mis huevos vacíos.
Entonces  encendió la ducha y con un cariño que me dejó abochornado, me enjabonó con cariño. La puta zorra se había convertido por arte de magia en la más dulce de las amantes  y sorprendiéndome nuevamente, lloró a moco tendido dándome las gracias por hacerla tratado como mujer y no como a un monstruo.
Fue entonces cuando me percaté que si bien había estado a punto de vomitar al verla desnuda, ahora su cuerpo me parecía extrañamente atractivo y que mi asco inicial se había convertido en  franca adoración por esa enorme mujer. Donde antes veía un siniestro esperpento de la naturaleza, en ese momento solo contemplaba voluminosa belleza.
Por eso pidiéndola que volviéramos a la cama, disfruté de sus caricias toda la noche y a la mañana siguiente cuando nos despedíamos, le prometí que cada vez que volviera a esa ciudad la llamaría. 
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2 comentarios en “Relato erótico: “Rubia teñida, gorda y obsesionada por el sexo” (POR GOLFO)”

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