RATON DE BIBLIOTECA

Llego cinco minutos antes de que cierre la biblioteca. La gente deja las salas vacías mientras yo entro. La bibliotecaria me mira severa desde detrás de los cristales de unas austeras gafas de pasta negras y su boca se convierte en una fina línea de disgusto. La ignoro y me voy al fondo de la sección de poesía.

Me quedo parado, de pie apoyando una de mis manos sobre una larga mesa de teca mientras observo por la ventana como avanzan las sombras. La noche es poderosa en su oscuridad…

Escucho un taconeo que se acerca en pos de mí. La bibliotecaria se acerca por el pasillo enfadada por mi retraso. Su cuerpo es delgado y su cuello largo. Su tez olivácea y su pelo oscuro, recogido en un apretado moño, contrastan vivamente con la blusa blanca y la falda beige claro.

-Perdone caballero, -dice ella parándose a un par de pasos de mí con el gesto adusto- la biblioteca va a cerrar en unos momentos, le ruego me acompañe hasta la salida.

Yo no respondo, me adelanto un paso hacia ella. Encaramada a los tacones y a esas esbeltas piernas es casi tan alta como yo.

La mujer recula mientras yo sigo avanzando, mirándola a los ojos.

Su espalda tropieza contra una estantería. La estantería tiembla. Un libro cae. Yo lo cojo en el aire. Me acerco un poco más. Noto su cálida sangre correr turbulenta por sus carótidas y volver a su cuerpo remansada por sus yugulares.

La bibliotecaria traga saliva, puedo oler su perfume dulce y denso y por debajo de él una mezcla de sudor, temor y excitación mucho más embriagador.

Levanto con un gesto brusco el libro. Ella se sobresalta y cierra los ojos un instante.

“Ellas trepan así por las paredes húmedas.

Eres tú la culpable de este juego sangriento.

Ellas están huyendo de mi juego sangriento.

Todo lo llenas tú, todo lo llenas.”*

Termino de leer el último verso y guardo el libro en su sitio. La mujer abre los ojos y me mira aún algo asustada.

Me inclino sobre ella y rozó su cuello con mis labios. Su pecho se agita, respiración apresurada. Deseo morderla, pero contengo mi instinto y apenas la acaricio con mi lengua. Ella suspira, yo subo lentamente por su mandíbula y cierro mis labios entorno al lóbulo de la oreja. La mujer gime. Yo siento como el lóbulo se llena de sangre y crece caliente dentro de mi boca.

La mujer pone la mano sobre mi pecho intentando apartarme sin convicción. Yo me adelanto inmovilizándola. Cojo su cabeza entre mis manos y la beso. Sus labios se abren y me reciben ansiosos. El beso se alarga y se complica, se retuerce y se atropella.

Separo mi boca para que pueda respirar. Sus pequeños pechos suben y bajan agitados, pugnando por salir de las copas del sostén que se adivina a través del tenue tejido de la blusa.

Bajo mis manos y suelto los botones de la blusa con facilidad. Nuestros labios vuelven a contactar.

Mi mano, fría y traviesa sigue explorando y se cuela bajo su falda.

-No, no debemos, no aquí. -dice ella con un respingo cerrando las piernas entorno a mi mano.

Yo la ignoro y sigo subiendo hasta tocar sus bragas húmedas y calientes.

Con la mano libre la cojo por la cintura y la empujo contra la mesa. Mis dedos se cuelan bajo sus bragas impregnándose con su aroma.

Ella intenta protestar de nuevo pero yo pongo mis dedos humedecidos por su sexo sobre sus labios. Ella se rinde, está dispuesta.

La cojo por las caderas y la siento en la mesa. Esta vez es ella la que abre las piernas sin que yo se lo diga. La beso de nuevo, saboreo su boca y su lengua, disfruto de su calor mientras ella responde con avidez.

Me inclino y meto mi cabeza entre sus piernas. Acaricio y mordisqueo el interior de sus muslos mientras ella gime y mueve el pubis excitada. Tiro de sus bragas y se las quito, las acerco a mi nariz, su aroma y su calor me transportan a otros tiempos ya lejanos.

No la hago esperar más y envuelvo su sexo con mi boca. El frío de mi boca contrasta con el calor de su coño la bibliotecaria responde con un largo gemido de placer. Instintivamente me agarra del pelo y me aprieta contra su coño gimiendo y retorciéndose de placer.

Recojo goloso todos los flujos que escapan de su sexo excitado y me alimento con su calor.

Me yergo. Ella inclina la cabeza para mirarme y abre sus piernas. La bibliotecaria suspira y frunce el ceño extrañada cuando mi miembro duro pálido y frio como el alabastro se abre paso en su interior. Sin darla tiempo para pensar comienzo a penetrarla agarrado a sus caderas. Ella gime y ciñe mi cintura con sus piernas. Mis movimientos se hacen más rápidos y mi polla se calienta con los flujos de su sexo. Tiro de su sujetador y se lo suelto. Sus pequeños pechos saltan y sin dejar de empujar dentro de ella los cojo entre mis manos. Sus pezones crecen y se endurecen, todo el cuerpo de la mujer se arquea excitado.

Ella se incorpora y me aparta lo justo para poder darse la vuelta. Se quita la falda y me muestra su culo. Mis manos acarician su espalda y separan sus piernas para volver a penetrarla. La bibliotecaria grita excitada, pide más. Le doy más. Su pulso se acelera y su cuerpo se tensa preparándose para el orgasmo.

En ese momento la agarro por el pelo y tiro de ella para erguirla. Inclino su cabeza ligeramente y clavo mis colmillos en su cuello a la vez que con dos salvajes empujones la hago correrse.

Al principio extasiada por el placer no se da cuenta, pero cuando sus sangre cálida y dulce empieza a abandonarla y a correr por mi garganta se da cuenta e intenta debatirse. Yo la sujeto con fuerza y le tapo la boca ahogando sus gritos mientras disfruto de su terror. Su cuerpo se tensa y se mueve con mi falo aun erecto dentro. La sangre corre por mi interior calentando mi cuerpo muerto pero no muerto, llenándome con las sensaciones del orgasmo.

Mientras me corro y eyaculo en su interior siento su corazón palpitando apresurado primero por el terror, luego por el intento de suplir con su esfuerzo la falta de sangre. Tras un par de minutos sorbiendo su delicioso néctar sus latidos se vuelven más lentos y erráticos hasta que finalmente su corazón se detiene.

Con suavidad deposito su cuerpo inerte sobre la mesa. La visto y la pongo boca arriba. Con un chispazo de culpabilidad le coloco las gafas sobre sus ojos vidriosos y le limpio el rímel corrido.

Luego la abandono.

*Versos pertenecientes a Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Pablo Neruda

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *