CAPITULO 4

Llegó el día de nuestro aniversario, para celebrar nada más y nada menos que nuestras bodas de plata. Después de una noche agitada volví a centrarme en la preparación de la fiesta y poner también orden en mi vida de una vez por todas y principalmente en mi cabeza, queriendo borrar fantasmas y demonios que no dejaban de torturarme.

Me puse durante todo el día con Martita y Darío que me ayudaron en la preparación del evento y el hecho de tenerlos a ellos cerca me ayudaba a olvidar un poco todo los acontecido con Martín, sabiendo que era ante todo una madre, una mujer casada y que nunca antes le había sido infiel a mi esposo. Además, debía comportarme como una buena anfitriona de la fiesta e intentar que nadie me notara nada raro, ya que mis amigas y alguna socia del club, estarían con la antena puesta vigilándome.

Habíamos estado toda la tarde preparando guirnaldas, flores, globos, una mesa repleta de canapés y un montón de bebidas para todos nuestros invitados. Yo hubiera preferido hacer una fiesta más íntima, más familiar, pero mi marido se empeñó en invitar a un montón de gente, incluyendo, por supuesto, al amigo de Darío, pero entre los invitados también estaban algunos familiares, los jefes de Raúl, compañeros de su empresa, vecinos y mis amigas, en total unas cincuenta personas.

Una vez lo tuve todo preparado me dediqué a mi misma por un buen rato. Siempre me ha gustado deslumbrar y resaltar mis atractivos, aunque en esa ocasión algo me pedía por dentro gustar especialmente a una persona en concreto, por mucho que yo me lo negara a mí misma. Me di uno de mis baños relajantes con sales y justo cuando estaba depilando mis piernas, entró mi marido en el baño. No me percaté que al estar en una postura sentada con las piernas abiertas, mi toalla se había abierto ligeramente y mostraba con claridad mi sexo ante sus ojos.

− Vaya, no me tientes – dijo de pronto Raúl, pasando su dedo por mi muslo muy cerca de la abertura de la toalla.

Me tapé pudorosamente, pero extrañada también de que él se fijase en mí, porque hacía tiempo que no me prestaba casi atención y nuestros momentos más íntimos eran casi por trimestres y de casualidad, por no decir, anecdóticos.

− ¿Ah, qué me quieres reservar esa cosa para esta noche, no? – dijo en tono pícaro e intentando buscar el hueco que seguía dejando la toalla.

El hecho de tenerle tan cerca y de que hiciera aquel comentario me hizo recapacitar una vez más y pensar firmemente que tenía que detener a ese chico y no darle ni un pie a nada. Toda mi vida estaba en juego por una tontería.

− Esta noche tan especial, la redondeamos los dos solos. Ponte sexy, amor – añadió, volviendo a sorprenderme con esa afirmación y con esas palabras que apenas usaba últimamente.

Debía parar la historia con Martín, tenía que centrarme en mi vida, mis hijos, mi marido y dejar de comportarme como si fuese una cría tonta. Me sentía culpable sin haber hecho nada, pero temiendo que pudiera suceder realmente lo irremediable.

Cuando Raúl abandonó la habitación para atender a los primeros invitados que llegaban, yo terminé de arreglarme. Me maquillé, me hice un buen peinado en un recogido con un moño en lo alto y preparé mi ropa sobre la cama.

Recordando las palabras de Raúl, me decidí por una ropa interior muy sexy que apenas había podido estrenar. Elegí el negro sabiendo que es el color favorito de mi esposo. Unas braguitas finas de encajes y casi transparentes que mostraban claramente la forma abultada de mi rajita. Un sostén también negro e igualmente transparente y para rematar la faena, un liguero muy fino, con unas medias negras que resaltaban mis muslos mucho más. De esa guisa me miré al espejo y mi cuerpo rezumaba erotismo, algo que me gustaba y más saber que mi marido iba a apagar esa noche todos los fuegos que ardían en mi interior. Veía mis pechos erguidos sobre ese corsé negro tan fino y caro, lo mismo que mis braguitas casi transparentes tipo tanga. El liguero completaba el atuendo dándome un aspecto muy sensual además de unos carísimos zapatos de tacón que realzaban mis piernas y hacían que mi culo fuera más respingón.

Después de trastear en el armario con unos cuantos vestidos, me decidí por uno rojo muy ceñido largo hasta los pies, con una abertura lateral que mostraba buena parte de mi muslo, un gran escote por delante para enseñar canalillo a raudales y la espalda abierta, desnuda, hasta llegar casi al comienzo de mi trasero. Sin duda iba a impactar a mis invitados. Todavía no me lo había puesto cuando entró mi marido de nuevo en la habitación encontrándome con aquel conjunto de lencería tan sexy.

− ¡Dios, cariño, qué bombón me espera esta noche! – dijo acariciando mi cintura y besándome en el cuello.

− ¡Raúl, por favor, me despeinas! – le dije yo sin evitar que ese abrazo tan poco frecuente en él, me pusiera caliente.

Lejos de alejarse me pasó su lengua por el cuello y me mordió el lóbulo de la oreja, pudiendo percibir la calentura que tenía él también. Volví a alegrarme que esa noche por fin podría tener sexo y con la persona que me correspondía: mi marido en exclusiva y dejarme de niñerías pensando en aquel chico.

− Déjame que te vea, Adri – me dijo, separándose ligeramente de mí y mirándome de arriba a abajo.

− ¿Qué te parezco? – le pregunté girándome para que pudiera verme al completo, estando orgullosa de hacerle sentir tantas cosas.

− ¡Impresionante!

− Gracias amor. ¿Te gusta el vestido que elegí? – le pregunté señalando esa prenda que tenía prevista ponerme.

− Muy bonito. Vas a deslumbrar a todos los invitados.

− ¿Tú crees?

− Por supuesto, pero nadie podrá disfrutarte, nada más que yo. Y seré yo únicamente quien te lo quite esta noche. – dijo a modo de promesa volviéndome a abrazar.

Durante los últimos días todo había sido confusión y sobre todo excitación que me hacían estar caliente con todo y esas palabras de Raúl, conseguían encenderme más, hasta el punto de notar como mi sexo palpitaba con su frase. Estaba dispuesta a darle una noche en exclusiva como él mismo decía y que también me sirviera a mí para desahogar todo ese fuego que llevaba dentro.

− Pero quiero que hagas una cosa. – me dijo con voz seria que me desconcertó.

− ¿Qué?

− Que no lleves bragas ni sostén bajo el vestido. – comentó sin dejar de abrazarme.

− ¿Cómo?

− Sí, quiero que lleves el vestido, solamente y tus medias debajo.

− Pero Raúl…

− ¿No lo harás por mí? – me interrumpió.

− Claro, cariño, pero se me notará…

− ¿El qué?

− Que vaya desnuda debajo.

− ¿Lo harás? – dijo de forma inquisitoria sin que pudiera rebatir más.

A continuación me dejó sola en la habitación y pensativa con esa nueva petición tan extraña que me había hecho, tan poco frecuente en él.

Al final me decidí a complacerle y me despoje de mis braguitas y de mi sostén, para quedarme completamente desnuda, tan solo con las medias y el liguero. Me miré en el espejo y comprendí que de esa manera estaba todavía más sexy y más atrayente. Mi marido iba a tener su buen repaso y yo al mismo tiempo saciaría mi sed de sexo, por fin.

Al ir bajando las escaleras hacia el salón principal me fijé que ya habían llegado gran parte de los invitados y casi instintivamente no pude evitar buscar entre todos ellos a Martín. Allí estaba, más apuesto que nunca, con un traje que se ajustaba a su cuerpo y una corbata roja como mi vestido. Estaba guapísimo y el hecho de volver a verle produjo un cosquilleo por todo mi cuerpo. No lo podía remediar. Su sonrisa no se hizo esperar al encontrarme bajando las escaleras que hice de forma parsimoniosa y sensual, algo que debió gustarle cuando levantó sus cejas en señal de admiración.

Me fui acercando a los distintos grupos que ya estaban atendidos bebiendo o hablando y fui saludando a unos, besando a otras hasta llegar al grupo donde estaba Martín, junto a Darío y otros amigos que también me miraban con interés. Me gustaba mucho ser el centro de atención, especialmente el de aquel grupo de jóvenes y en especial para mi atractivo instructor de gimnasia.

− ¡Qué belleza! – dijo de pronto Martín agarrado a mi cintura y dándome dos besos muy cerca de los labios.

− Gracias Martin – respondí agradecida.

− Es verdad, mamá – añadió Darío – estás muy guapa. Nunca te había visto ese vestido.

Pocas veces me había dicho un piropo mi hijo, señal de que había causado la mejor de las impresiones.

La mano de Martín estaba en mi cintura todavía y en ese momento recordé que no llevaba nada más debajo, pero me gustaba la sensación de saber que únicamente yo era la que lo sabía, algo que me estimulaba por dentro sintiendo mil cosquilleos por mi bajo vientre llegando hasta mi sexo.

Toda la velada estuve atendiendo a mis invitados, que me felicitaban y charlaban animosamente a medida que avanzaba la noche. Las mujeres me felicitaban por el vestido, el peinado y mi forma de impresionar en mis 25 años de casada y muchos hombres me miraban con ojitos de deseo, algo que todavía me incitaba más a ser provocativa y sensual en mis actos.

En un momento dado, se puso música ambiente en el salón y varias parejas salieron a bailar, incluyendo mi marido que también lo hizo conmigo, algo que sorprendentemente no ocurría desde hacía mucho tiempo.

− Vaya, Raúl, tú bailando… qué novedad. – le dije mientras apoyaba mi cabeza sobre su hombro y él se aferraba a mi cintura en una acompasado bolero.

− Claro, teniendo a la mujer más bella de esta fiesta, no podía hacer otra cosa más que presumir de ella y que todos me envidien. ¡Estás para comerte!

− Gracias.

− ¿Hiciste lo que te pedí? – dijo pasando su mano por mi cadera intentando buscar la costura de mis bragas.

− ¿Tú qué crees? – dije desafiante con mi mirada fija en sus ojos, con un cachondeo que había aumentado considerablemente desde que tuve tan de cerca a Martín.

− Gracias cariño. Ya tengo ganas de quitarte este vestido.

Me sentí enormemente halagada por mi marido y me encontraba muy feliz en sus brazos, sabiendo que estaba comportándome debidamente sin que nada interfiriera en nuestra vida y pudiese romper con todo. Con los ojos cerrados me dejé llevar por la música, pero inevitablemente mi pensamiento solo era Martín y creía estar en sus brazos incluso notando la dureza de su miembro.

− ¿Puedo robarle a su esposa? – se oyó de repente una voz muy protocolaria a nuestras espaldas en el momento en el que terminó aquella pieza musical.

Era ese atractivo joven el que le pedía a Raúl querer bailar conmigo la siguiente canción.

− Jejeje, claro, Martín, toda tuya – respondió mi marido cediendo mi mano para que la sostuviera ese apuesto joven.

− Gracias Raúl – contestó él muy cortés.

− Cuídamela – añadió mi esposo guiñándole un ojo.

− Estoy un poco mareada… – respondí intentando esquivar ese momento que me pudiera dejar en evidencia delante de Raúl y del resto de invitados.

Sabía que aquello no ayudaría a mis intentos por alejar a ese chico de mi cabeza ni de mi cuerpo, pero en realidad había bebido mucho en esa fiesta y sabía que mi cuerpo tan sensible a todo, podría ser víctima de cualquier ataque.

− Tranquila, yo te sujetaré. – añadió Martín y lo hizo literalmente tomando con sus manos firmemente mi cintura y pegándose a mí.

Mi marido se separó de nosotros muy displicente, con una gran sonrisa. Todo me daba vueltas, seguramente el estar girando con el baile, la bebida que se había subido a mi cabeza después de unos cuantos cócteles y combinados, pero sobre todo por el hecho de volver a estar en los brazos de ese muchacho tan apuesto, tan varonil, tan fuerte, tan apasionante…

− Estás preciosa, Adri. – dijo Martín sin dejar de bailar aquella suave canción y acariciando levemente mi cintura y pasando su mano de vez en cuando por mi espalda desnuda.

− Gracias, pero ten cuidado, no estamos solos. – dije con otro de mis miedos mirando de reojo a mi alrededor.

− ¿Te gustaría? – me preguntó con aquella mirada penetrante.

− ¿El qué?

− Que estuviéramos solos…

− No… sí… no sé…

− Jajaja… bueno tranquila tendremos oportunidad.

− Martín, esto no puede ser. Lo de estos días ha sido una auténtica locura. – dije intentando sobreponerme.

− Y que lo digas. No puedo quitarte de mi cabeza, es que no dejo de pensar en ti, Adri. Eres una mujer impresionante, me tienes loco…

− Pero Martín, soy una mujer casada… – interpelaba yo.

− Y preciosa.

Intentaba por todos los medios buscar una excusa para separarme de Martín y abandonar el baile con él, no sabía en qué disculpa pensar, si en un dolor repentino de cabeza, subir a mi habitación a retocar mi maquillaje o algo que me alejara de ese demonio convertido en un apuesto galán.

De repente la mano de ese chico bajó de mi cintura a mi cadera y volvió a subir, para después mirarme fijamente a los ojos.

− ¿No llevas nada debajo? – preguntó alarmado pero con una mirada cargada de ilusión.

− No. – contesté tomando aire pero sintiéndome bien por declararlo.

− Sabía que ibas a sorprenderme y lo has hecho cuando bajaste las escaleras con este vestido, pero ahora sabiendo que no hay nada más… ufff, vaya regalo, Adri.

− No, Martín… – intenté excusarme.

− Vamos, no lo niegues, te has puesto así para recibirme. Dime que no.

En el fondo de mi cabeza aquello era totalmente cierto por mucho que yo me empeñase en querer ver otras cosas y en demostrarme a mí misma que tenía todo bajo control, cuando en realidad no era así en absoluto. Me hubiera gustado decirle que habíamos acabado, que era una mujer felizmente casada y que esta noche era para mi marido, sobre todo porque era la de nuestro 25 aniversario.

− Yo también tengo un regalo para ti. – comentó el chico.

− ¿Cómo?

− Sí, algo muy especial.

− No Martín… No tenías que haberte molestado.

− Lo tengo aquí. – añadió.

− ¿Dónde? – pregunté confusa.

− Aquí. – a continuación pegó su pelvis contra la mía y me mostró la dureza de su miembro sobre mí.

− Por Dios… – dije en un susurro al sentir la dureza de su miembro semi erecto contra mi cuerpo.

− Yo tampoco llevo nada bajo los pantalones. ¿No te parece increíble la coincidencia? – añadió.

Supongo que mi cara de asombro le hizo mucha gracia porque no paraba de sonreír y tampoco de restregar todo su paquete contra mi cuerpo. No sólo, no me podía separar de él, pues me tenía sujeta firmemente con sus manos sobre mis caderas, sino que algo dentro de mí empujaba contra él, para sentirle aún más pegado, notando como esa dureza se percibía tan notoriamente a través de la tela de mi vestido… Mis pezones no tardaron en hacer acto de presencia y con el hecho de no llevar sostén, se me marcaban aún más sobre la tela. Mi excitación iba en aumento a medida que girábamos con aquel baile y ese chico tan fuerte me sujetaba. Miraba a mi alrededor queriendo que nadie se percatase de la maniobra de ese bandido y mis ojos iban en busca de mi marido, que parecía muy enfrascado en una conversación con un grupo de amigos, ni con mi hijo que se divertía con algún chiste de sus compañeros del club o Martita que tampoco me prestaba atención muy centrada en recolocar algunas guirnaldas caídas. Mi cabeza buscaba ojos acusadores, pero mi cuerpo no deseaba que la música acabase ni que aquel cuerpo robusto dejara de estar pegado a mí restregándose una y otra vez contra el mío.

− ¿Te gusta tu regalo?

− ¡Martín, por Dios!

− ¿Acaso no es verdad? Sé que estás deseando verlo y comprobar si es tan grande como habías imaginado.

Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo acompañado de otro embiste del joven contra mi cuerpo notando como aquello que tenía entre sus piernas crecía por momentos sobre mi vientre.

− ¿Tienes ganas de desenvolverlo? – me preguntó con su boca muy pegada a mi oído a modo de susurro.

− ¡Calla! – le supliqué.

− Dime que no quieres verlo en vivo y descubrir su tamaño. Dime que no y dejamos de bailar ahora mismo y me voy con cualquier excusa.

Podía haberle dicho un “No” claro y contundente, el que yo misma quería pronunciar para atajar todo aquello, sin embargo no pude, no fui capaz de negar lo que ambos sabíamos que era innegable. Además de todo mi ardor interior, estaba la cosa de averiguar si realmente aquello era tan grande como parecía, aunque solo fuera por curiosidad.

En ese momento terminó la música y una mano tiró de Martín separándonos del todo. Era mi hijo que reía e intentaba llevarse a su amigo para una apuesta que tenía organizada con su pandilla.

− ¡Ven, Martín, enséñales a estos como se juega al billar…! – dijo mi hijo llevándose a su amigo que intentaba disimular la erección bajo su pantalón.

La fiesta continuó y yo fui atendiendo a mis invitados pero sin poder prestar atención a lo que me iban contando, porque no dejaba de recordar las palabras de ese chico queriendo mostrar “su regalo”, nada más y nada menos que sus 23 centímetros que en gran medida me tenían intrigada pero ante todo muy excitada por no hablar de tanto roce, caricia… y de sentirle tan pegado a mí.

La noche fue transcurriendo entre bailes y copas, pero no pude volver a ver a Martín, algo que me contrariaba, pues parecía haber perdido mi gran oportunidad. Nuestros invitados se fueron marchando poco a poco y ese chico parecía inmerso en algún juego con mi hijo en otra estancia de la casa. De algún modo agradecí que la cosa se quedara así, porque no deseaba engañar a mi marido. Yo sabía que estaba en un momento débil y cualquier cosa podría llevarme al infierno ¿O quizás tan solo el hecho de ver una polla enorme era engañarle?, ¡Dios, otra vez me traicionaba mi demonio interior!

De pronto los dos amigos vinieron hasta donde estábamos Raúl y yo despidiendo a los últimos invitados.

− He invitado a Martín a pasar la noche. – nos anunció Darío.

− ¿A dormir? – pregunté con cara de sorpresa.

− Claro, no puede conducir, ha bebido más de la cuenta y vive muy lejos. – añadió.

− Por supuesto, hijo – intervino Raúl – que se quede en el cuarto de invitados.

− Vale.

− Nosotros nos acostamos ya. – añadió mi marido aferrado a mi cintura y tirando de mí, escaleras arriba.

Martín se quedó algo contrariado y yo también, pues parecía que cuando podría estar más cerca de poder recibir ese regalo esperado, sin embargo mi irreconocible marido quería llevarme a la cama. ¿A la cama? Ya no recordaba cuando era la última vez que hicimos el amor y por sus intenciones parecía querer hacer algo más que dormir. Estaba excitado y evidentemente yo también, aunque por otros motivos.

Miré hacia atrás y vi en la cara de ese chico cierta frustración, sin creerse la oportunidad que había perdido en aquella velada y yo misma suspirando por ver aquel portento de verga que tantas veces había soñado.

Ahora era mi marido el que me llevaba hasta nuestra habitación.

− Estás impresionante, cariño – dijo cerrando la puerta de nuestra habitación y besándome a continuación acariciándome al mismo tiempo con sus manos sobre la suave tela de mi vestido.

Me besó como hacía mucho tiempo que no ocurría, pero yo con mis ojos cerrados volví a tener la presencia del rostro de aquel joven. En sus labios pude notar que mi marido estaba algo bebido, pero no me importó, pues yo también estaba demasiado caliente y algo borrachilla igualmente como para andar con remilgos y solo quería que alguien me bajase aquella calentura. ¡Qué mejor que mi esposo!

En un abrir y cerrar de ojos me soltó los corchetes de mi vestido que se sujetaban en mis hombros y la prenda cayó al suelo. No dejó de besarme y de morder mi cuello como hacía mucho tiempo. Me quedé ante él desnuda, solo con mi liguero, mis medias y mis zapatos de tacón. Le gustó verme así y me llevó mi mano para que agarrara su miembro por encima de su pantalón. Lo noté duro, pero nada que ver con aquella otra cosa enorme que me había tenido excitada, rozándome en la tripita en el baile con Martín.

A medida que le quitaba la corbata, la camisa y los pantalones yo no quería ver a ese hombre que tanto se había descuidado, no me fijé en su prominente calva o su abultada barriga, en ese momento quería un hombre que me amase, que me atendiese y apagara mi calor. No me importó que lo fuera a hacer de forma ruda, ni que casi no atinase a pronunciar una frase sin tartamudear, debido a su gran borrachera, pues se tambaleaba. Después de dejarle desnudo. Se sentó en la cama.

− Chúpa..mela – ordenó torpemente con la voz entrecortada

Me arrodillé entre sus piernas y empecé a mamársela dedicándome de lleno, como hacía mucho tiempo no ocurría, restregando mi lengua y mis labios por su largura, haciendo que él se tambaleara.

− Qué bien lo haces… – me dijo al tiempo que se tumbaba y se dejaba llevar por mis chupeteos, tan solo respirando y emitiendo bufidos.

Yo estaba muy segura de saber hacerlo y siempre me ha gustado entregarme a darle placer a mi pareja, pero en esa noche, no dejaba de ver en la cara de mi marido la de Martín y soñando que esa polla que tenía entre mis labios era más grande que la que realmente sentía y creía que era la de mi apuesto preparador. Mis labios apretados se aferraban al tronco pensando en darle gusto a ese joven, sin pensar que era mi marido a quien realmente se la estaba chupando

En apenas unos minutos Raúl sostuvo mi cabeza en señal de correrse y casi sin darme tiempo a apartarme lanzó un chorro que chocó contra mi barbilla, otro sobre su barriga y varios después que se desparramaban por mis dedos que seguían sujetando firmemente aquel miembro mucho más pequeño que el de mi joven profesor.

La cosa se desinfló en menos tiempo del esperado y cuando levanté la vista Raúl estaba roncando, víctima del placer que yo misma le había proporcionado y sobre todo de la buena borrachera que llevaba encima. Se quedó ahí desnudo sobre la cama y completamente dormido. Yo me quedé desnuda pero despierta y completamente excitada limpiando los restos de su semen.

Me puse en pie y le recriminé que me hubiera dejado así, con aquella calentura y no me hubiera dado otro repaso a mí, como yo le había hecho, pero a pesar de moverle las piernas con las mías, él ni se inmutó, supongo que aunque le hubiera dado una patada tampoco se habría enterado.

Allí estaba yo de brazos cruzados, desnuda en medio de mi habitación y aquel hombre bebido, desnudo, tumbado sobre la cama, moviendo su prominente barriga de arriba abajo con cada ronquido. Estuve en esa posición unos minutos por si iba a responder en algún momento, pero me cansé de esperar y decidí bajar a la cocina de la planta de abajo y despejarme un poco. Estaba furiosa y con una calentura aun mayor de la que tenía anteriormente. Me puse una bata fina y de esa guisa salí de nuestra alcoba. Al pasar por la habitación de Darío también le oí respirar fuerte, sin duda mi hijo había bebido más de la cuenta, al igual que su padre y al pasar por la de invitados me detuve unos instantes, casi estuve a punto de llamar. Imaginé por un momento a Martín desnudo pero con una imagen bien diferente a la de mi marido, mucho más despierto y además con esa enorme daga añorada entre sus manos. Seguí mi camino intentando alejar de nuevo a las tentaciones que me rondaban la cabeza.

Llegué abajo y me metí en la cocina. Sin encender la luz, abrí la nevera para encontrar algo que me entretuviera y me alejara del gusto que todavía tenía por dentro de mi cuerpo. Bebí un trago de un batido de fresa y unas cucharadas de la tarta de chocolate que sobró de la celebración de esa noche. Saboreando un trozo de esa tarta, apoyada contra la mesa y con la vista ida, intentaba rememorar todo lo sucedido en mi fiesta de aniversario, que a priori parecía tener un final feliz pero lamentablemente todo pareció truncarse en un instante, dejándome con las ganas, más que nunca.

De pronto se oyeron unos ruidos y la puerta de la cocina se abrió dándome un susto de muerte, pues no esperaba a nadie. Al principio, debido a la oscuridad de la estancia no pude ver bien, pero a medida que mis ojos se acostumbraron me di cuenta que era la figura de Martín la que se acercaba a mí.

− ¡Dios, Martín, qué susto! – dije en voz baja intentando no hacer demasiado ruido.

− Qué sorpresa, Adri – respondió sonriendo al verme allí.

Al tenerle cerca y verle con la tenue luz del frigorífico pude darme cuenta de que iba solo con sus bóxer y todo el resto de su atlético cuerpo al descubierto. ¡Qué maravilla de hombre! Él también pareció celebrar que yo estuviera con una fina y corta bata que dejaba mis muslos al desnudo y una buena porción de mi canalillo ante sus ojos. Me tapé absurdamente con las manos, aunque a decir verdad aquella bata era muy cortita y tapaba lo justo. Si él supiera que estaba desnuda debajo…

− No te tapes, por favor. – me dijo a modo de ruego y con sus manos retiró las mías de mi cuerpo.

Ambos permanecimos callados durante un buen rato observándonos mutuamente y una vez que nos acostumbramos a la tenue luz de la nevera podíamos ver todos los detalles, incluso pude descubrir en sus ojos esa mirada lasciva que me aturdía.

− ¿Qué haces aquí? – le pregunté.

− Verte. – fue su respuesta.

También percibí claramente cómo crecía bajo sus calzoncillos esa cosa que tanto anhelaba con ver en vivo.

− ¿Sabes Adri? Estás preciosa con esa bata. – volvió a adularme con sus piropos

− Gracias.

− Por cierto, no me ha dado tiempo de enseñarte tu regalo – añadió.

− ¿Cómo?

− Sí, tu regalo. Creo que ahora es un buen momento.

− No, Martín, cualquiera puede bajar… – dije en un momento de cordura.

− Esta es una buena oportunidad y o debemos desaprovecharla ¿no crees? Todos duermen.

− Es muy arriesgado.

− ¿Y no te gusta el riesgo?

A continuación sus manos empezaron a desabrochar el cinturón de mi pequeña bata y yo le empujé como si fuera la mayor de las locuras y ciertamente lo era. No estaba dispuesta a seguir ese juego, al menos tan arriesgadamente.

− Martín, ¿qué haces? – pregunté sacando la poca dignidad y sensatez que me quedaban.

− Quiero volver a verte desnuda. No llevas nada bajo la bata, ¿verdad?

− No, por favor.

− Vamos, Adri, si deseas ver tu regalo, querrás tenerlo en su máximo esplendor. Yo también quiero volver a verte.

− No, Martín, no sigas, te lo suplico. – rogué yo sin convencimiento tanto para él, como para mí misma.

− ¿Entonces no quieres recibir tu regalo? – preguntó él, agarrándose con rudeza ese tronco que se formaba bajo la tela de su calzoncillo.

− No…. Sí… pero no. – respondía yo sin saber muy bien ni lo que decía.

− ¿En qué quedamos?

− Esto no puede estar pasando… – dije en voz alta sin darme cuenta.

− Yo sé que estás caliente Adri y deseando verme desnudo. ¿Por qué intentas luchar contra eso? Relájate. No hay nada malo en ello.

Fruncí el ceño y le miré de forma evidente como lo era el hecho de la tontería que acababa de decir. ¿Cómo que no había nada malo? ¡Era algo terrible!

− Haremos una cosa. Te lo enseño y me voy por donde he venido.

No sé si aquello era lo yo que quería oír precisamente, pero en el fondo lo único que deseaba en ese momento era verle desnudo y sobre todo descubrir esa polla enorme en vivo.

− De acuerdo. – dije con mi respiración agitada sin mover mi pandero apoyado contra la mesa.

− Bueno… con una condición.

− ¿Cuál?

− Que tú te desnudes también.

− No, Martín. – respondí, aunque lo cierto es que también deseaba hacerlo.

− No hay trato entonces… – respondió él girando sobre sí mismo con aparente intención de irse.

− ¡NO! – le dije y luego me di cuenta que fue casi en un desesperado grito.

Ambos permanecimos en silencio intentando agudizar el oído por si alguien hubiera podido escucharme.

− Vale – dije al fin, sabiendo que era lo que ambos queríamos y yo estaba tan excitada durante toda la noche que era imposible luchar contra nada.

− Tú primero, Adri, no quiero perderme detalle de tu cuerpo.

Aún estaba a tiempo de salir corriendo de allí, pero no lo hice. Me incorporé, quedando de pie frente a él. Junté mis pies calzados con aquellos zapatos de fino y elevado tacón soltando el cordón de mi pequeña bata, haciendo que esta cayese sobre mi espalda.

Supongo que el verme totalmente desnuda y tan solo con las medias y el liguero le dieron una contundente impresión a tenor del crecimiento que se veía bajo su calzoncillo. No sentí vergüenza de que me mirase y no sé muy bien por qué, pero estaba muy decidida a mostrarle mi desnudez, me gustaba hacerlo, seguramente entre excitada y los efectos del alcohol que me estaban desinhibiendo del todo.

− ¡Adri, qué maravilla! – añadió.

Yo permanecí callada ahí, de pie, con mis piernas temblorosas sin que apenas pudiera mantener el equilibrio sobre mis tacones.

− Bueno, ahora es el momento de que desenvuelvas tu regalo. – dijo sonriente.

Le miré y noté un brillo en su mirada que denotaba la misma emoción y excitación que yo debía tener en mis ojos.

− Vamos, descúbrelo.

− Pero…

− Sí, Adri, hazlo tú. – dijo en otra de sus enérgicas órdenes.

Me acerqué hasta él y me agaché frente al bulto que ya se veía prominente bajo sus bóxers. Alcé la vista para que él me diera su última aprobación y así lo hizo con un leve movimiento afirmativo de su cabeza.

Bajé de golpe su calzoncillo y su polla salió como un resorte ante mi cara, llegando a chocar contra mi barbilla. Estaba en completa erección y si bajo la prenda se veía enorme, en vivo era mucho más y no había ninguna exageración, ninguna mentira, aquello era realmente enorme. ¡Esos 23 centímetros del todo ciertos, estaban tan cerca de mi cara!

− ¿Y bien? ¿Te gusta? – me preguntó mirándome a los ojos.

Pero… ¿Cómo no me iba a gustar? Si después de haberla soñado tanto y de pensar que no podía ser tan grande, la tenía ahí enfrente y seguía sin creerme que hubiera algo tan colosal, tan precioso, tan apetecible…

− Es enorme. – dije allí agachada a pocos milímetros de un glande brillante y una polla gigantesca.

− ¿Cómo imaginabas?

− Mucho más grande. – dije sin quitar ojo a aquella monstruosidad de pene y tragando saliva como si la boca se me hiciera agua.

− ¿Tienes miedo?

Su pregunta no sé si iba dirigida a que estuviéramos los dos desnudos a las dos de la mañana en mi cocina y cualquiera pudiera entrar o realmente al tamaño de su pene que rompía con todos los esquemas de lo que yo hubiera soñado jamás.

− Tócalo – me ordenó separando sus piernas y dejándome ver aquella largura en toda su plenitud a pocos centímetros de mi cara.

Estuve ahí agachada con mis piernas abiertas ofreciéndole mi desnudez y especialmente mi vulva abierta y bien expuesta a su mirada. La luz que emanaba del refrigerador daba aun un aspecto más erótico a aquel encuentro secreto.

− ¿Puedo? – pregunté.

− Claro, preciosa, es tu regalo. Tócala a placer – respondió muy seguro de sí mismo

Cogí ese tronco por la base y me di cuenta de que casi no podía abarcarlo con mi mano. Volví a mirar su cara y él me sonreía satisfecho y sabedor de la potente arma que me mostraba. Sostuve aquel enorme miembro viril con mis dos manos y aún sobresalía una buena porción de carne, en un delicioso y apetitoso glande. ¡Dios! estaba tan cachonda…

− ¿Qué te parece? – preguntó sabiendo con certeza la respuesta.

− Es grande y está muy dura.

− ¿La imaginas dentro de ti? – me preguntó.

No fui capaz de responderle pero sí de pensar en lo que acababa de preguntarme. No pude más que suspirar en esa idea, a pesar de negarme una y otra vez en que aquello se pudiera producir. El caso que teniéndolo en mi mano imaginaba que ese tronco podría estar taladrándome una y otra vez.

Mi mano subía y bajaba por la piel de ese miembro y me gustaba sentir su dureza entre mis dedos que eran incapaces de abarcar esa enormidad.

− ¿Quieres que te folle? – me preguntó de sopetón con su voz entrecortada, me imagino que muy excitado con la paja que le estaba haciendo tan concentrada.

En ese momento sentí un chispazo y me di cuenta de lo lejos que estaba llegando todo y que era con creces el traspaso de la puerta prohibida.

Me levanté soltando su polla de 23 centímetros que se quedó tambaleando. Me giré y sacando mi último arranque de vergüenza y de cordura, me dispuse a recoger mi bata que estaba tirada en el suelo con la clara intención de salir pitando de la cocina y regresar a mi habitación, a pesar de la enorme excitación que me invadía.

Fue Martín el que lo impidió agarrándome por la cintura y sosteniéndome contra él. Al hacerlo todo su cuerpo desnudo quedó pegado a mi espalda y su enorme verga se coló entre mis muslos haciéndome emitir un pequeño grito contenido, casi gutural que intenté apagar con el dorso de mi mano para evitar ser oída. El contacto era continuo y no solo entre mis muslos sino que notaba pegado ese miembro contra mi sexo piel con piel percibiendo su largura, dureza y calor contra mí. En ese momento me hubiera caído de mis tacones sino hubiera sido por las manos de Martín que seguían bien sujetas a mi cintura.

− Ambos lo estamos deseando, Adri. – me susurraba al oído pasando toda su largura por mi rajita

Mis labios inflamados y empapados embadurnaban aquel trozo enorme de carne ardiente.

− No puede ser Martín – respondía yo entrecortadamente.

− Vamos, necesito estar dentro de ti – repetía él, consiguiendo encenderme aún más de lo que estaba.

− No puedes follarme, Martín. – le repetía yo, intentando negarme a lo que realmente quería.

Sólo deseaba que no me escuchara y que fuera él quien traspasara la línea. Yo no era capaz, al menos algo me lo impedía.

Las manos de ese chico subieron de la cintura, pasaron a mis tetas y empezó a acariciarlas suavemente en un principio y con más fuerza después, pellizcando mis pezones. Al mismo tiempo, su daga seguía haciendo un movimiento acompasado de alante a atrás, rozándome sin cesar sobre mi entrepierna. El hecho de que yo cerrara los muslos intentando frenar lo irrefrenable, no evitaba el roce, sino más bien al contrario, hacía que el contacto fuera aún mayor. Tenía todo el pecho de mi entrenador sobre mi espalda y sus caricias en mis senos y su verga rozando sobre mi sexo, eran demasiado como para querer escapar. Ya no podía, estaba exageradamente caliente para detener un tren a toda máquina.

Tenía que darme la vuelta y decirle que se detuviera, prohibirle que dejara de tocarme las tetas, insistirle en que no rozase por más tiempo toda su hombría sobre los labios dilatados de mi sexo, sin embargo no le detuve.

Martín empezó a hurgar con sus dedos entre mis piernas, obligando a abrir más los muslos y haciendo que mis tobillos temblaran guardando con dificultad el equilibrio.

− Martín ¿qué haces?

No hubo respuesta por su parte, tan solo unos dedos que llegaron a mi sexo y empezaron a acariciarlo y a empaparse con mis flujos.

− ¡Voy a follarte, Adri!

− ¡Detente por Dios! – insistí de nuevo con poco afán.

Martín permaneció en silencio de nuevo, tan solo se oía su respiración agitada, preso de una enorme excitación, al igual que yo. Con su mano bajó mi cabeza y tuve que apoyar mis codos contra la mesa, dejando mi trasero expuesto a ese chico. Yo sabía que no se iba a detener.

− ¡Voy a follarte, Adri! – repitió su frase en mi oído y su mano volvió a pellizcar mi pezón izquierdo.

No dije nada, sabía que no podía pararle, ni a mi misma tampoco y que lo que tenía que pasar, iba a pasar.

Me maldecía a mí misma, por la poca fuerza de voluntad que debía otorgar a esa locura y aun siendo consciente de que aun estaba a tiempo, no quería suspender esos avances. También maldecía a mi hijo Darío, por haberme presentado a este semental que iba a penetrarme sin remisión y al que no hice caso cuando me dijo del poder de atracción que tenía. También insulté por dentro a mi propio marido por poner a ese joven ante mí, completamente en bandeja, por dejar que jugáramos en el gimnasio medio desnudos, que bailara con él sin braguitas bajo mi vestido o que dejase que durmiese en nuestra casa, como quién deja entrar al lobo a comerse su rebaño.

El glande de ese enorme miembro se colocó entre mis labios vaginales y emití un gemido prolongado cerrando los ojos. Nuestros sexos intercambiaron fluidos ¡Dios qué sensación!

− ¿Lo notas preciosa? – dijo al borde de mi oído.

− Siii

− ¿Quieres que te la meta?

− Siii

− ¡Pídemelo!

− Hazlo.

− No te escucho bien, Adri… – repetía él moviendo la cabeza de su glande en la entrada de mi sexo.

− ¡Fóllame!

− ¿El qué?

− ¡Fóllame el coño! – salió aquella frase involuntariamente de mi boca pero que deseaba que ocurriese y ¡Cuánto antes!

Aun no había entrado un centímetro y yo estaba más que derretida. Mientras una mano de ese hombre seguía pellizcando mi pezón, jugando con mi ombligo o acercándose hasta rozar mi pubis, la otra debía estar sujetando su miembro a pesar de no verlo, pero sabía que estaba colocándose mejor para penetrarme sin remisión.

Centímetro a centímetro se fue adentrando, casi sin darme tiempo a recolocarme y prácticamente en volandas sujetó mi cuerpo a la altura de mi bajo vientre para seguir avanzando en aquella maravillosa penetración. Mis suspiros se hacían alargados y profundamente sentidos, lo mismo que mis temblores descontrolados.

Creo que estaba a la mitad y él me besaba la espalda repitiéndome las veces que había soñado con ese momento, mientras yo intentaba responderle y no me salían las palabras, sólo suspiros, gemidos y pequeños gruñidos.

− ¡Qué coño tan delicioso! – decía él susurrante en mi oído. ¡Qué apretadito!

Se detuvo unos instantes y yo abrí los ojos, Por un momento pensé que se había arrepentido y lo iba a dejar todo, sin embargo no fue así. De una sola embestida me clavó sus 23 centímetros hasta lo más hondo, haciendo que casi quedase empotrada contra la mesa y cayendo mi pecho sobre ella. Mi cara estaba contra la madera y no sentía la dureza, creo que todo mi cuerpo estaba concentrado en un solo punto y no era otro que el centro de mi vulva que estaba completamente invadida por un miembro descomunal.

Después de tomar aire sin que apenas pudiera moverme, Martín salió despacio hasta dejar solo su glande metido en mi interior y tras cogerme por las caderas y servirse de apoyo me ensartó toda su longitud de nuevo de golpe. Volví a gemir desesperadamente, sintiendo ese roce intenso y delicioso en las paredes de mi vagina llenándome como nunca.

Por un momento me acordé de aquellas chicas cuando hablaban de la experiencia increíble de una de ellas, ahora era yo la que lo vivía en primera persona y no acababa de creérmelo. ¡Estaba follando con Martín!

Su pelvis seguía martilleándome cada vez con mayor velocidad, dándome un gusto fuera de lo normal y después de tantos días de tensión acumulada y de excitación continua esa era la medicina que tanta falta me hacía. Una vez más volví a maldecir a Raúl por haberse dormido después de mi mamada y casi le estaba diciendo un “¿ves? esto te pasa por tenerme descuidada”

El chico seguía follándome cada vez con mayor fuerza, haciendo que nuestros cuerpos desnudos chocaran en cada empellón, en un chas-chas que acompañado de jadeos y respiraciones entrecortadas eran los únicos sonidos en aquella cocina en penumbra, sintiendo ese pollón enorme adentrándose y cómo mi sexo se abría paso aferrándose a él, acariciándolo, abarcándolo, apretando mis músculos para sentirlo aún más.

Mi cuerpo quería vivir ese momento y disfrutarlo de lleno. Por un instante se me olvidaron todos los miedos, solo quería estar así, medio tumbada contra la mesa y que ese chico musculado me estuviese penetrando hasta desfallecer. Podía notar como mi vagina estaba encharcada y cómo un flujo se escurría por mi piernas, me estaba corriendo y lo estaba sintiendo como si fuera una película pasando delante de mí, como si viviera el mejor de mis sueños. El orgasmo se apoderó de mi cuerpo y el chico notándolo aceleró aun más para intentar darme todavía más embestidas enérgicas, llenándome con sus 23 centímetros de riquísima verga.

No sé si me desmayé pero solo me di cuenta que el chico seguía bufando a mi espalda agarrado a mi cintura y martilleándome sin parar, haciendo que sus huevos chocaran contra mi culo. Y no pudo durar mucho más, porque en un momento dado se agarró a mi culo con más fuerza, pellizcando mis posaderas y metiendo su polla hasta lo más hondo. Se corrió dentro de mí. Podía notar sus gemidos y al tiempo sus innumerables chorros inundándome hasta la matriz, dándome un cosquilleo que rápidamente me fue calentando y haciéndome sentir que estaba dispuesta a seguir follando eternamente con ese hombre tan deseado.

Así se quedó con toda su largura en mi interior sin dejar escapar una gota. No pensé en el hecho de que se hubiese corrido dentro, pero es que tampoco se lo hubiera impedido, era exactamente lo que necesitaba… lo que yo quería más que nada en el mundo.

En ese momento, un ruido nos dejó paralizados. Alguien se estaba acercando. La luz del pasillo se coló bajo la puerta de la cocina y eso era señal de que se aproximaban a la cocina. Nosotros estábamos enganchados. Mi cuerpo medio apoyado sobre la mesa, con mis tetas aplastadas contra la madera, mi cabeza ladeada, con mi culo en el borde y Martín sobre mí, ambos despelotados y ensartados gracias a su gigantesca daga clavada en mi apretado coño que parecía no querer soltarse.

El tiempo parecía transcurrir a cámara lenta y se hacía larguísimo el momento en que tardó en salir aquella longitud de polla de mi vagina y lo más rápido que pude, me recompuse de tanto ajetreo, cogí mi bata del suelo y me la puse sobre mi cuerpo empapado de sudor. Señalé la ventana de la cocina y Martín, sin pensárselo dos veces, saltó por ella al jardín, completamente desnudo.

Mi hija Martita apareció a continuación por la puerta de la cocina con cara de sueño.

− ¿Qué pasa hija? – le pregunté al tiempo que reojo me aseguraba de que el chico hubiera desaparecido de su campo de visión.

− Nada mamá, me despertaron unos ruidos… – contestó la pequeña.

− No te preocupes, mi amor, debió ser el viento. Yo te llevo a tu cuarto y me quedo contigo hasta que te duermas.

Besé suavemente su cabeza y volví a mirar por la ventana pero la oscuridad de la noche no me permitía ver nada. En ese instante vi los bóxer de Martín en el suelo y antes de que me hija se diera cuenta le pegué una patada a la prenda hasta que esta se coló bajo uno de los muebles de la cocina.

Acompañé a mi hija a su habitación, todavía con un temblor incontrolado en mi cuerpo pero intentando que ella no se percatara lo más mínimo. No le costó mucho volverse a dormir.

Después de asegurarme que se había quedado tranquila me dirigí a mi habitación y por el pasillo podía notar como una gran cantidad de semen y mi propio flujo mezclados se escurrían desde mi vagina por mis muslos. Al llegar a mi alcoba, Raúl seguía en la misma posición en la que yo le dejé, tumbado sobre la cama desnudo y durmiendo su tremenda borrachera. Yo no estaba borracha, sino que había bebido de las fuentes del placer y todo mi cuerpo se estremecía recordando ese momento. No tardé en dormirme pero soñé toda la noche con Martín follándome sin parar.

Juliaki

CONTINUARÁ…

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